STIGMATA © ¡A la venta en Ama...

By Itssamleon

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TRILOGÍA DEMON #2. "Y el demonio se enamoró de su perdición. Del caos. Se enamoró de aquello que podía matarl... More

STIGMATA
ADVERTENCIA
1. Señal
2. Invocación
3. Atadura
4. Demonio
5. Ángel
6. Debilidad
8. Verdad
9. Ataque
Nota de la autora | Agradecimientos [Importante]
PANDEMONIUM [Demon #3]
¡Sigue leyendo!...

7. Exasperante

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By Itssamleon



—Quítate de mi camino —mi voz suena más irritada que nunca, pero no puedo evitarlo. No cuando tengo casi veinte minutos intentando salir de mi habitación sin hacer una escena.

Rael, quien se ha instalado debajo del marco de mi puerta, me mira con aire reprobatorio y expresión severa.

—No vas a ir a ningún lado sin mí —suelta, tajante y no puedo evitar soltar una risotada carente de humor cuando añade—: Se supone que debo cuidar de ti y en este estado no puedo abandonar este lugar, así que no puedo permitir que te marches.

—Por si no te has dado cuenta, Rael —digo, con todo el tacto que puedo imprimir en mi tono ya irritado—, soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. No te necesito en lo absoluto.

Las facciones del ángel de los ojos amarillos se endurecen considerablemente.

—Se me ha ordenado cuidarte y no voy a permitir que vayas a exponerte cuando no hay necesidad alguna de hacerlo —suelta, con aire enojado.

— ¡No necesito que me cuides, por el amor de Dios! —Chillo—, ¡apártate de una maldita vez!, ¡tengo que ir a la universidad!

—La universidad ahora mismo no es importante, Annelise. Estamos hablando del posible inicio del Fin del Mundo —la seriedad con la que Rael habla, me hace soltar otra carcajada.

—No voy a dejar de hacer mi vida sólo porque tú y los tuyos le temen al poder de un demonio —suelto, con brusquedad—. El mundo no se ha terminado aún y yo no voy a dejar de hacer mi vida sólo por miedo a que me asesinen. Si Mikhail desea acabar conmigo, adelante, que lo haga. Estoy harta de toda esta situación. Me haría un favor inmenso, si me lo preguntas.

— ¿Tienes una idea de lo idiota que suenas?

— ¿Tienes una idea de lo poco que me importa?


La mirada furibunda del ángel que tengo enfrente me hace sentir ligeramente intimidada, pero trato de no hacérselo notar. Trato de mantener mi expresión dura y enojada, mientras que él cuadra sus hombros y sus piernas para dibujar una postura más amenazante que la anterior.

—No vas a marcharte de aquí sin mí, Bess Annelise Marshall —escupe, irritación.

El reto que hay en su voz, sólo hace que mis ganas de empujarle lejos aumenten. Sería tan fácil hacer uso del poder de los Estigmas. Sería tan fácil enredar las hebras de energía a su alrededor y moverle de aquí...

—Hablo en serio, Rael, apártate ahora mismo.

¿O qué?

—O voy a moverte a la fuerza.

—Atrévete a ponerme una mano encima y...

—Ni siquiera voy a tocarte —lo interrumpo y, para probar mi punto, envuelvo los hilos de los Estigmas alrededor de sus manos. Me toma un poco por sorpresa la facilidad con la que puedo manipularlos, pero me las arreglo para no esbozar ninguna expresión que delate mi asombro.

Acto seguido aprieto mi agarre un poco. Sólo lo suficiente como para que él sienta su poder.

La expresión del ángel cambia ligeramente, pero no da señal alguna de estar dispuesto a ceder. No da señal alguna de darse por vencido.

—No te tengo miedo —dice, sin apartar sus ojos de los míos.

—No me obligues a hacerte daño —advierto, pero no estoy muy segura de querer obligarlo a moverse. No cuando no sé cuán lastimado está realmente.

A pesar de que sus lesiones físicas han sanado, Dinorah y Zianya dicen que la energía que emana es débil y parpadeante; lo cual quiere decir que, lo que sea que le haya hecho Mikhail, estuvo a punto de matarlo.

Aún no entendemos del todo cómo es que funciona la anatomía de estos seres paranormales, pero ambas coinciden en que, si Rael vuelve a exponerse antes de recuperar toda su fuerza, es muy probable que muera.


El ángel arquea una ceja.

— ¿Por qué dudas, Annelise?

—No dudo —suelto, pero mi tono dice todo lo contrario.

Una pequeña sonrisa se desliza en sus labios.

— ¿Es que acaso no quieres herirme? —La cabeza de Rael se inclina ligeramente y su tono se torna burlesco—. Eso es muy dulce de tu parte, pequeña.

— ¡Por supuesto que no se trata de eso! —Chillo, y la vergüenza se apodera de mi sistema—. Apártate de mi maldito camino ahora mismo o si no voy a...

¿A qué?, ¿a hacerme daño? —Rael me interrumpe—. Adelante. Haz lo tuyo. Ya te lo dije: no te tengo miedo.

Un destello de ira me recorre de pies a cabeza y aprovecho ese momento para afianzar el agarre de las hebras que he enredado en sus extremidades. Entonces, sin pensarlo demasiado, lo empujo hasta el pasillo con violencia.

El estallido de energía que emana de mi cuerpo con mi simple movimiento, hace todo el piso superior vibre y que, en el proceso, un par de jarrones caigan al suelo y se hagan añicos.

— ¡BESS! —Dinorah grita desde la parte de abajo, al tiempo que escucho una maldición proveniente del baño.

De pronto, toda la casa se llena de ecos quejumbrosos y molestos. La vergüenza me invade en ese instante, pero me las arreglo para no hacérselo notar al ángel arrogante que tengo enfrente.


No luce impresionado. Rael se ha limitado a cruzar los brazos delante de su pecho -aún desnudo- y a mirarme con aire severo.

— ¿Se supone que debo sentirme intimidado? —Dice, con aire aburrido.

—Se supone que debes entender que no vas a conseguir mantenerme encerrada en esta casa —suelto, antes de echarme a andar por el pasillo en dirección a las escaleras.


Ni siquiera he logrado bajar un par de escalones, cuando siento cómo unos dedos fríos se envuelven alrededor de mi brazo y tiran de mí, de modo que tengo que detenerme y girarme para encararlo.

Rael me sostiene con tanta firmeza que, si tratase de escapar, me heriría a mí misma.

— ¿Es que siempre eres así de terca? —Sisea. Esta vez, la ira hace que sus ojos amarillos brillen con tonalidades verdosas y doradas.

—Suéltame —siseo de vuelta.

—No voy a permitir que te marches, Annelise.

Tiro con fuerza de mi brazo para liberarme de su agarre.

—Deja de tratarme como si no fuese capaz de defenderme —escupo con tanta rabia, que apenas puedo mantener el tono de mi voz a un volumen bajo—. Soy un jodido Sello del Apocalipsis que posee un poder aterrador debido a los Estigmas que carga y que, además, lleva dentro la parte angelical del que una vez fue Miguel Arcángel. Todo esto sin tomar en cuenta que soy el único ser que ha logrado detener a nada más y nada menos que el único demonio capaz de arrebatarle todo a Lucifer —hago una pausa sólo para tomar una inspiración profunda y aminorar el golpeteo violento de mi corazón—. Soy perfectamente capaz de ver por mí misma, Rael; así que ahórrate todo este drama y ve a decirle a Gabrielle que no necesito que mande a nadie a cuidar de mí.


El silencio que le sigue a mis palabras es tanto satisfactorio como decepcionante; sin embargo, no dejo que el ángel note ninguna de mis emociones. Ni siquiera le doy tiempo de espabilarse o reaccionar; ya que, una vez finalizado mi monólogo enojado, me limito a girarme sobre mi eje y bajar las escaleras a toda marcha.

Cuando llego a la cocina, lo primero con lo que me encuentro, es con la mirada reprobatoria de Dinorah y la ceja arqueada de Daialee.

— ¿Está todo bien? —Pregunta mi amiga, con aire divertido y burlón.

No es hasta que clava su vista en un punto a mis espaldas, que me doy cuenta de que Rael me ha seguido hasta aquí.

—Sí. —Digo, mientras que me encamino hacia las alacenas para buscar algo que desayunar.

¿Si? —Rael suelta, con indignación—. ¡Nada está bien ahora mismo! —Exclama y se dirige a Daialee para decir—: ¡Annelise está empeñada en sacarme canas verdes!, ¡por favor háganle entender que no puede ir a ningún lado sin mí! ¡Soy su guardián!

Las cejas de Daialee se disparan al cielo.

—Bess es perfectamente capaz de patear el culo de quien sea que trate de acercársele —ella refuta—. No necesita a ningún ángel guardián blandengue para defenderla.

— ¡¿Por qué nadie en esta casa tiene un poco de sentido común?! —Rael estalla—. ¡Joder!, ¡estoy tratando de hacer mi trabajo por aquí!

Dinorah posa su atención en el ángel y suelta un suspiro cansino.

—Deja de intentar luchar contra ella —dice la bruja mayor en un tono neutro y tranquilo—. Sólo pierdes tu tiempo. Es tan testaruda, que no va a dejar de intentar tener una vida normal hasta que algo fuera de su alcance se lo impida. Si tanto temes que la hieran, entonces vuelve a tu Reino y haz que envíen a alguien más a cuidarla.

Mi atención se posa en Rael, quien mira a Dinorah como si lo hubiese apuñalado a traición.

—Soy el guerrero más capacitado de la Legión de ángeles—dice, en tono ronco y enojado.

Mis cejas se alzan al cielo y mascullo un débil—: Ahora entiendo la urgencia que tienen los tuyos de no permitir que Mikhail adquiera más poder. Si tú eres el más capacitado, no quiero imaginarme cómo están los demás.

La mirada del ángel se clava en mí y la hostilidad que emana casi me hace soltar una carcajada.

—Ten mucho cuidado con lo que dices, Annelise o...

—Sí, sí, sí —digo, al tiempo que ruedo los ojos al cielo—. Lo que digas.

— ¡Déjame hablar, maldita sea!

— ¿Quieren dejar de pelear? —Niara aparece justo detrás de Rael frotándose las sienes—. La energía negativa que emanan está haciendo que me duela la cabeza.


Daialee señala a Rael.

—Es su culpa —dice, sin ocultar la sonrisa burlona que lleva en los labios—. No ha dejado de quejarse desde que el sol salió.

Yo asiento en acuerdo, mientras que tomo un envase de yogurt bebible del refrigerador.

Niara encara al ángel, le señala con un dedo y coloca su mano libre en su cintura, en una postura que se me antoja maternal.

—No tienes una idea de lo odiosa que puedo ser si perturban mi entorno con mala energía —le advierte—. Deja de contaminar el aire o voy a echarte.

La mirada horrorizada e incrédula del ángel hace que Dinorah y Daialee repriman una sonrisa, y no puedo hacer nada más que girarme para que no sea capaz de ver que estoy a punto de sonreír como idiota.

—Estoy rodeado de lunáticas —dice el ángel, al cabo de unos instantes.

Entonces, sin decir una palabra más, me instalo en el asiento que se encuentra junto a Daialee.


— ¿Vas a querer un aventón? —Dice mi amiga, ignorando por completo el gesto enfurruñado del ángel que se ha sentado del otro lado de la mesa.

—Por favor —asiento—. Ya no puedo faltar más a la escuela y mi auto quedó hecho una mierda después de lo de la otra noche. ¿Crees que pueda volver contigo también?

—Seguro —ella asiente—. Tendrás que esperarme a que salga del trabajo, ¿no importa?

Niego con la cabeza.

—En lo absoluto. Tengo que pasar a la biblioteca a conseguir una información para una tarea. Puedo matar algo de tiempo ahí —hablo, al tiempo que me deshago de la cubierta de aluminio de la boquilla de mi yogurt.

—Vámonos ahora entonces; que tengo que llegar a mi clase de las nueve si quiero pasar de semestre —mi amiga habla antes de terminar de un sorbo el café que hay en la taza delante de ella. Acto seguido, se pone de pie.

Yo la imito y me encamino hacia la entrada justo detrás de ella.


Ni siquiera hemos llegado a la puerta, cuando escucho la voz de Rael a mis espaldas—: ¿De verdad crees que vas a irte sin mí?

Lo miro por encima del hombro.

— ¿Piensas venir en el estado en el que estás? —Trato de sonar inocente, pero fracaso en el intento.

Rael no responde. Sólo se abre paso hasta donde nos encontramos y sale de la casa para encaminarse hasta el auto de Daialee.


— ¿Eres consciente de que estás casi desnudo, no es así? —Daialee pregunta mientras que abre la puerta del lado del conductor. Acto seguido, se estira sobre el asiento y remueve manualmente el seguro de la puerta trasera y del copiloto. Rael abre la puerta de los asientos de atrás antes de introducirse en el coche. Yo lo imito al subirme al asiento que se encuentra junto al de Daialee—. ¿Tu magia va a ser suficiente como para camuflarte de la gente?

El ángel aprieta la mandíbula.

—Tú conduce —masculla—. Ya encontraré la manera de mantener un perfil bajo.

Daialee rueda los ojos al cielo antes de encender el auto poner la marcha en reversa.

—Debajo del asiento debe de haber una maleta deportiva —instruye—. En ella hay una sudadera que me va gigantesca. Hazle un favor al mundo y póntela.

Por el espejo retrovisor soy capaz de ver cómo el ángel duda unos segundos; sin embargo, termina haciendo lo que Daialee le pide.

—Así está mejor —mi amiga aprueba—. ¿Ves qué sencillo es hacernos felices?, sólo tienes que hacer lo que te pedimos y...

—Cierra la boca —Rael masculla y ella suelta una pequeña risotada.

— ¿Amaneciste de mal humor, cariño? —Daialee se burla, pero él no le responde. Sólo le dedica una mirada irritada por el espejo.

Entonces, para detener su absurda discusión, enciendo la radio.



~*~



— ¿Has terminado ya? —La irritación y el aburrimiento no se hacen esperar en la voz de Rael. Yo, sin embargo, me encuentro muy lejos de terminar con mi exhaustiva investigación.

Estoy completamente decidida a aprobar Psicología Social con un bien merecido sobresaliente, así que debo esforzarme en esto.

—Ni siquiera estoy cerca de acabar —musito, mientras que marco la página en la que tengo puesta mi atención, con un pequeño cuadro de papel adhesivo.

Más delante, cuando termine de hacer mi selección de información, voy a fotocopiar las páginas que estoy apartando para poder llevarme todo a casa.

Rael, quien no ha dejado de revolotear por toda la biblioteca, se hunde aún más en el asiento en el que se encuentra instalado.

— ¿Estás tratando de torturarme acaso?

—No tengo interés alguno en hacerte pasar un mal rato —digo, con aire distraído, mientras que paso un par de hojas que no me sirven en lo absoluto.

— ¿En serio?, porque parece como si me odiaras —se queja, pero ni siquiera consigue hacerme alzar la vista del texto que leo a detalle.

—Ni siquiera te conozco lo suficiente como para odiarte —mi tono suena ausente y neutral—. No te creas así de importante.

—Este es el lugar más aburrido que ha podido crear el hombre —Rael se queja con dramatismo y una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.

— ¿Quieres dejar de exagerarlo todo? —Me quejo, pero en realidad no me molesta su incomodidad. Al contrario, la encuentro un tanto entretenida.

—Tenías razón esta mañana —bufa, ignorando por completo mi comentario—. Es imposible que algo malo te pase en un lugar tan aburrido como este. Mañana vendrás a la ciudad por tu cuenta, Annelise.

Ruedo los ojos al cielo.

—Deja de distraerme —mascullo, antes de releer un párrafo especialmente interesante—. Ve a dar una vuelta por ahí y vuelve dentro de un rato. Trataré de darme prisa.

El ángel suelta un suspiro cansado y largo.

—De acuerdo. No te muevas de aquí. Iré a ver qué encuentro en la sección de libros religiosos. ¿Sabías que los tuyos pintan a los míos como seres bellísimos?, ¿tienes una idea de lo decepcionados que se sentirían si conociesen a los ángeles que yo he conocido?, todos son tan feos como el culo —dice, mientras que se pone de pie.

Quiero protestar y decirle que todos los ángeles -y medios ángeles- que he conocido, me parecen jodidamente hermosos, pero no lo hago. No pronuncio ni una sola palabra porque sólo quiero que se marche. Sólo quiero estar sola durante un momento.

—Lo que digas —digo, en un murmullo apenas audible.

— ¿Estás ignorándome?

—Sí.

—Eres una chica bastante maleducada.

—Gracias.

—Y odiosa.

—Tú no te quedas atrás, Rael.

—Volveré pronto. Trata de no extrañarme.

—No lo haré. Te lo juro.

Un bufido indignado se le escapa, pero no dice nada más. Se limita a desaparecer de mi campo de visión entre los pasillos oscuros y largos de la biblioteca.


No sé cuánto tiempo pasa exactamente antes de que termine de fotocopiar todo lo que voy a llevarme a casa. Tampoco sé cuánto tiempo hace que Rael desapareció entre los pasillos de la biblioteca. No quiero ir a buscarle. De hecho, si no regresa, me haría un favor inmenso.

Saberme de nuevo seguida por un ser paranormal, es más de lo que mis nervios pueden soportar. Me rehúso a volver a caer en el extraño círculo vicioso que era mi vida hace cuatro años. No voy a permitir que estos seres rijan mi vida una vez más. Me niego rotundamente.

Avanzo por el pasillo de la biblioteca al tiempo que maniobro con un montón de hojas desordenadas. El tirante de la mochila que llevo colgada cae, y el peso de mis cuadernos y libros hace que pierda un poco de balance. Un bufido se me escapa en ese momento y coloco el montón de hojas que llevo en las manos sobre una de las mesas de trabajo que se encuentran vacías.

Entonces, sin perder el tiempo, acomodo el contenido de mi mochila, la cierro y la cuelgo sobre mis hombros. Acto seguido, ordeno el puñado de papel que he colocado en la mesa y lo tomo con mucho cuidado para encaminarme hasta la entrada del lugar.


Cuando salgo del edificio, lo primero que hago, es notar la oscuridad que lo invade todo. Cuando llegué aquí, el sol aún estaba en alto, así que me toma un poco por sorpresa el cielo nocturno que se despliega delante de mis ojos.

Me tomo unos instantes para mirar el estacionamiento casi vacío de la biblioteca, antes de comenzar a bajar la escalinata de la entrada al recinto.

Daialee sale del trabajo alrededor de las ocho, así que tomo mi teléfono para mirar la hora e intentar llamarle para encontrarnos en algún punto. En el momento en el que presiono la tecla de bloqueo, me doy cuenta de que pasan diez minutos de las ocho, así que decido intentar comunicarme.


— ¿Dónde estás? —Daialee pregunta -sin siquiera saludarme- después del tercer timbrazo.

—Afuera de la biblioteca. ¿Tú?

—Camino hacia mi auto. Estoy por allá en quince o veinte minutos.

—Vale. Te veo acá, entonces —digo y, sin más, finalizo la llamada.


Mientras decido dónde instalarme para esperar a Daialee, considero la posibilidad de volver al interior del edificio a buscar a Rael; sin embargo, desecho la idea tan pronto como viene.

Estoy tan cómoda conmigo misma como única compañía, que no estoy dispuesta a cambiarlo.

Desde que me mudé con las brujas, el silencio es algo que le hace falta a mi vida. Me encanta pasar mi tiempo con ellas, pero eso no cambia el hecho de que son personas bastante estridentes y vivaces. Suelen llenar la casa con risas, charlas a voz de mando, música y barullo que ni siquiera sé de dónde proviene. Son todo eso que le faltaba a mi existencia cuando vivía con mi tía Dahlia, y todo eso que tanto adoraba de la vida con mi familia.

Sin embargo, y a pesar de todo, no puedo evitar sentirme desconectada de su núcleo. Es como si yo sólo fuese un huésped a su cuidado y no parte de su familia. Sé que no tengo derecho alguno de intentar formar parte de su familia. Sé que no debería anhelarlo... pero lo hago. Lo hago porque es lo único que tengo ahora mismo. Es lo más real y cercano que he tenido a un hogar en los últimos años...


No sé cuánto tiempo me toma decidirme, pero cuando lo hago, me siento sobre uno de los escalones que dan a la entrada de la biblioteca. Entonces, coloco los auriculares de mi teléfono en mis orejas y oprimo el botón de reproducción aleatoria.

Aquí es donde voy a esperar a Daialee. Aquí es donde voy a permitirme olvidar la locura que ha ocurrido los últimos días...

La música estalla en mis oídos en ese momento y no puedo evitar mover la cabeza al ritmo de la canción que ha comenzado a sonar. Mi vista viaja de manera distraída por todo el espacio que se extiende delante de mis ojos y más allá de él, justo en aquel punto en el que la calle iluminada comienza.

Los vehículos paseándose por la avenida no se hacen esperar. Tampoco lo hacen los peatones que avanzan por las aceras. De vez en cuando, alguien sale de la biblioteca y trepa en algún coche aparcado en el estacionamiento y se marcha.

La música en mis auriculares no se detiene. El pasar del tiempo tampoco lo hace...


Mis ojos viajan por la calle una vez más y poso mi atención en una pareja que avanza de la mano por la acera vacía.

Mi corazón se estruja en ese instante y la confusión se arraiga en mi sistema.

No sé porqué han provocado eso en mí, pero tampoco me detengo mucho a analizarlo. Trato de no ponerle atención al hecho de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que sentí algo por alguien. Desde que alguien realmente me hizo sentir viva...

Un suspiro cargado de nostalgia y anhelo se me escapa y me siento patética. Me siento ridícula porque no puedo dejar de mirar a un par de novios que ni siquiera se percatan de mi intenso escrutinio.

Una sonrisa avergonzada se apodera de mis labios en el momento en el que me doy cuenta de lo que estoy haciéndome a mí misma y desvío la mirada. Poso mi vista en el suelo y sacudo la cabeza para ahuyentar los absurdos pensamientos que me llenan la cabeza. Niego en un movimiento rápido para alejar de mí los recuerdos tortuosos de una criatura que ni siquiera fue un chico, pero que me hizo sentir lo que ningún ser denominado como uno pudo. De una criatura parte ángel y parte demonio que bien pudo ofrecerme un pase al infierno que yo gustosa habría aceptado.

Alzo la mirada.


Mis ojos se posan de nuevo en el punto en el que la pareja se encontraba hace unos instantes y, entonces, la sensación extraña que tuve en el pecho, vuelve. Vuelve, pero de una manera distinta. De una manera diferente, familiar y desconocida al mismo tiempo...

"¿Qué diablos...?"

En ese momento, me golpea con brutalidad.

Todo mi cuerpo se tensa en alerta y un escalofrío me recorre entera cuando la familiaridad del tirón en mi caja torácica, se asienta en mis huesos.

—Mikhail... —mi voz es apenas un susurro, pero su nombre en mi boca se siente como un grito. Como una súplica lanzada al aire. Como una plegaria cargada de significado.

Me pongo de pie. Mi vista recorre todo el espacio con frenesí, pero no encuentro nada. No veo la figura imponente del demonio que ha comenzado a acosarme desde hace unos días.

Avanzo hasta el centro del estacionamiento a paso rápido y decidido y, una vez ahí, giro sobre mi eje en su búsqueda; sin embargo, no soy capaz de ver nada. No soy capaz de hacer nada más que percibir el suave tirón del lazo que me une al demonio.

Esta vez, no hay violencia en él. No hay ese intento de dominación que siempre percibo cuando está cerca. Es sólo una suave tensión en mi pecho y una dulce vibración en todo mi cuerpo.

Se siente casi como si tratase de decirme algo. Como si Mikhail tratase de hacerme entender que no quiere hacerme daño.

"¡Es una trampa!, ¡es una maldita trampa!, ¡lárgate de aquí!, ¡busca a Rael!" Grita la parte sensata de mi cerebro, pero no me muevo. No me retiro de donde me encuentro porque necesito saber si lo que ocurrió la última vez que lo vi, fue real o sólo lo imaginé. O sólo lo soñé...


— ¿Mikhail? —Suelto, con un hilo de voz.

Nada ocurre.

—Mikhail, sé que estás aquí...

Giro sobre mi eje una vez más. Sé que luzco como una completa lunática, pero no me importa.

— ¿Qué es lo que quieres? —Sueno desesperada ahora. Ansiosa—. Mikhail, por favor...

No sé qué es lo que estoy pidiéndole. No sé qué es lo que espero que haga, pero no puedo evitar llamarle. No puedo evitar querer verlo una vez más.


—Quiero que me digas quién demonios eres —la voz a mis espaldas hace que un escalofrío de horror puro me recorra de pies a cabeza y giro sobre mis talones con tanta fuerza, que doy un traspié.

La figura de Mikhail está a escasos pasos de distancia de mí y la visión de él, sin cuernos en la cabeza y sin alas amenazantes sobresaliendo de sus omóplatos, hace que todo mi cuerpo duela. Hace que un millar de recuerdos tortuosos se acumulen en la superficie de mi mente.

Lleva vaqueros negros, una playera blanca y una chaqueta de piel. Las botas de combate que viste le dan un aspecto amenazante y su cabello despeinado le da aire de estrella de banda de rock.

"¿Por qué demonios tiene que lucir así?, ¿por qué no puede ser una criatura abominable y horrorosa?"

—Quiero que me digas porqué estoy atado a ti y cómo es que conseguiste convencerme de darte lo que sea que te haya dado —su voz suena ronca, profunda y pastosa. Como si no la utilizase desde hace mucho tiempo; y la expresión salvaje en su rostro, sólo me hace saber que está confundido hasta la mierda. Casi me atrevo a aposar que está aterrorizado—. Quiero que me digas cómo es que mi existencia terminó ligada a la tuya.

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