La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 13 La Gracia del Saber

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By DeyaRedfield

Sherlock e Isabelle se encontraban sentados en la pequeña cocina del 221B. Ambos llevaban puestos googles transparentes y la niña tenía en sus manos unos enormes guantes anti fuego. El detective se encontraba tecleando en su celular a una velocidad increíble que la pobre de Bell se había mareado de verle en tal proceso.

—¿Sherlock? —preguntó fastidiada.

Él alzó su mano izquierda y con el dedo índice al aire le pidió que le esperará. Isabelle suspiró con amargura y apoyó su mandíbula en los enormes guantes.

Pasaron unos minutos, que a la niña se le hicieron una eternidad, y Sherlock bajó el móvil y miró a la niña con el ceño fruncido.

—¿Twitter, verdad? —curioseó hastiada.

—¿Algún problema?

—Llevas varios días twitteando.

Sherlock alzó una de sus cejas y le miró con algo de arrogancia.

—Insisto. ¿Algún problema?

—Solo fue un comentario —contestó mientras movía sus manos y se abrazaba a sí misma.

—Bien —se alzó de la silla y cambió su mirada por una más tranquila—. Ahora Isabelle —continuó, tomando un soplete que había junto a su microscopio—, debemos continuar con nuestro siguiente tema. Será algo sencillo. No te llenaré de tanta información como en las clases pasadas, así que, hoy veremos el fuego —apretó el gatillo y una enorme llamarada salió. Bell miró sorprendida.

—¿Fuego?

—Así es. Pero antes un leve repaso de nuestras clases. ¿Qué hemos aprendido?

Bell cabeceó y se puso en posición para responderle.

—Hemos visto sobre la descomposición de la carne y como deducir el tiempo a través de su putrefacción —mencionó con una enorme sonrisa.

—¡Perfecto! Ahora que estamos al tanto de lo pasado, necesitamos este tema básico de la química.

—Ok —continuó con su sonrisa.

—¿Tienes con que escribir?

—¡Si! —animosa respondió mientras alzaba sus plumas y una libreta.

—¡Excelente! Comencemos —exclamó feliz el detective mientras volvía apretar el gatillo del soplete.

La señora Hudson se encontraba en la planta baja, cocinaba sus biscuits y pudo percibir un ligero aroma a quemado. Preocupada se dirigió a su horno, le abrió y pudo observar que sus biscuits no tenían nada de quemado, es más, aun no llegaban a su punto. Alzando sus hombros por la duda cerró el horno y decidió ponerse a limpiar la cocina con su aspiradora. Una vez limpiando pudo volver a percibir aquel olor a quemado, esta vez, era más intenso que al principio. Preocupada se acercó a su estufa, abrió la rendija del horno y miró sus biscuits los cuales apenas tomaba un color dorado. Confusa la señora Hudson cerró el horno, alzándose curiosa y pensativa; inhaló con fuerza y distinguió como ese aroma a quemado no provenía de su cocina, era de otra área. Sin parar de olfatear salió de la cocina para acercarse a los escalones. Al pie de ellos su nariz percibió que ese aroma se intensifica.

—¡¿Sherlock?! —Gritó, pero no obtuvo respuesta—. ¡¿Isabelle?!

Nada. No hubo réplica de ambos.

Ansiosa porque el aroma aumentaba la señora Hudson subió las escaleras a toda la velocidad que su cuerpo le permitió.

Al arribar al segundo piso llegó a la puerta, donde se dirigía a la cocina del apartamento, y abrió de golpe. Asombrada miró a Sherlock como con su bata de dormir apagaba un fuego proveniente de la mesa. La niña sorprendida estaba a su lado y sostenía un soplete.

—¡¡Sherlock Holmes, ¿qué le has hecho a mi cocina?!! —gritó sobresaltada.

—No sé... preocupe señora Hudson... —contestó a pausas, debido a su acción rápida de extinguir el fuego— Fue un... pequeño accidente.

Al terminar de apagar el fuego, soltó su bata y volteó a ver a la señora Hudson. Estaba muy agitado pero con una enorme sonrisa sobre su rostro.

—¡¿Un accidente?! ¡¿Pero por qué Bell tiene un soplete en sus manos?! —exclamó preocupada y molesta.

Sherlock frunciendo su ceño volteó a mirar a la niña quien aún se encontraba asustada.

Ella les observó. Primero a la señora Hudson y luego al detective para mostrarle una sonrisa nerviosa.

—¡Ay Sherlock! —suspiró angustiada la señora Hudson.

John Watson bajó rápidamente de un taxi, estaba casi agitado. Pagó el viaje, dejándole la propina al conductor, y se adentró al 221B. Corrió por los escalones hasta llegar al living room.

Al entrar miró a Sherlock Holmes tranquilo sentado en su sofá y con su celular en mano.

—¡¿Fuego?! —exclamó furioso y agitado.

—La señora Hudson te fue con el chisme —respondió indiferente, sin despegar la vista del teléfono.

—¡¿Es en serio Sherlock, fuego?!

Él solo resopló fastidiado y continuó texteando.

—Sherlock —dijo lo más serio posible—, fuego... ¡Expusiste a Bell al fuego! —gritó.

El detective movió la mirada con brusquedad, detuvo su teclear y se alzó de su sillón.

—No expuse a Isabelle a ningún peligro.

—¿En serio? —preguntó incrédulo.

—Así es.

—Entonces explícame, ¿qué fue lo que miró la señora Hudson? Porque ella me dijo que vio a Bell sosteniendo un soplete y a ti apagando un fuego.

—Cierto, pero como ella no te dio el "chisme" completo, terminaré su labor. Le estoy dando clases de química a Isabelle.

John frunció el ceño y parpadeó extrañado ante la respuesta de su amigo.

—¿Clases de química? —Sherlock suspiró con amargura y le miró con molestia—. Perdón. Es solo que no me esperaba esa respuesta.

—Pues ahí está. Le estaba enseñando sobre el fuego y por un descuido una chispa cayó sobre unos papeles, incendiándolos. Al final, yo apague el fuego y evite una catástrofe. ¿Feliz?

John estaba a punto de contestarle cuando al living entró Bell, y al mirarle sonrió.

—¡Tío John! —exclamó y corrió para abrazarle. Al lanzarse hacia John casi se cae pero logró sostenerse y abrazó también a la pequeña—. ¡Me alegra verte!

—¡Wow, a mí también me alegra verte!

—Tío John, gracias a ti y a la tía Mary por la cama que me compraron. Es muy suave —mencionó con una sonrisa.

—Nos alegra que te gustará Bell.

—Isabelle —interrumpió Sherlock y ambos voltearon a verle—. ¿Podrías decirle a John lo que pasó esta mañana?

—¿Sobre lo del fuego? —Preguntó curiosa mientras se soltaba de John—. Porque me dijiste que no dijera nada.

Ante esa revelación John se cruzó de brazos y miró a su amigo con suspicacia. Sherlock, al no saber qué hacer, fingió una sonrisa.

—Isabelle, eso no ya no importa. Sólo explícale a John.

—Está bien. Sherlock me estaba enseñando sobre el fuego porque me da clases de química —mencionó con una enorme sonrisa—. Lo que pasó esta mañana fue un accidente.

John observó a Bell con cierta sospecha pero ella mantenía su sonrisa y parecía que no mentía. El Doctor cambió esa mirada y suspiró desganado.

—De acuerdo, de verdad que no me esperaba esa respuesta pero... De acuerdo.

Bell volteó con Sherlock y le mostró una enorme su sonrisa, y este le respondió con un leve movimiento de cabeza.

—Ahora que hemos aclarado esto, Isabelle, ve a molestar a la señora Hudson. John y yo tenemos asuntos que discutir.

—¡Si! —Exclamó—. Vendré más tarde. Adiós tío John.

—Hasta luego Bell —respondió con una sonrisa.

La niña con su infantil sonrisa salió del living room a gran velocidad, casi corriendo.

—¡Isabelle, no corras en los escalones! —exclamó Sherlock y John volteo a verle asombrado. Al percatarse de esa expresión en su amigo le observó confundido—. ¿Qué?

—¿Le advertiste a Bell sobre correr en los escalones?

—A la señora Hudson no le gusta que corra en ellos, tiene miedo que sufra un accidente. Y siendo honesto, me hace más caso a mí que a ella, así que, le ahorro un poco de trabajo.

—¡Oh! —Exclamó—, ya veo...

—Bueno —suspiró mientras juntaba sus manos y hacía sonar un enorme aplauso— ya que hemos aclarado todo y estás aquí, necesito tu ayuda.

—¿En qué? —preguntó curioso.

—Necesito que me ayudes con unos detalles sobre el caso de Samara Jones.

—¿Algo nuevo?

—Casi —respondió con una sonrisa—. Toma la laptop de la mesa e investígame unos detalles sobre Northampton. Yo mientras terminaré unos pequeños asuntos.

Sherlock agarró a John de los hombros y lo condujo hacia la mesa. Al dejarlo frente a la laptop, él se dio la media vuelta, tomó asiento en su sofá y volvió a poner el celular entre sus manos.

John observó con falsa admiración para después suspirar, tomó asiento y encendió la laptop.

Por un tiempo en el living room solo se podía oír el teclear de ambos a cada segundo. John de repente observaba al detective por el rabillo de su ojo, y este parecía ser parte de un evento olímpico en ver quien tecleaba más rápido.

—Creí que le estabas enseñando solo lo de la deducción —soltó John para romper esos sonidos.

—Si. Pero vi una buena oportunidad para enseñarle química —contestó Sherlock sin dejar de textear.

—Entonces, le enseñas química y deducción...

—Correcto.

—¿Qué pasa con las demás materias?

—¿Demás materias? —curioseó, sin despegar la vista de su celular.

—Sí, las demás materias. Literatura, inglés, historia, matemáticas, etcétera...

—No le harán falta.

John volteó con una mezcla de curiosidad y sorpresa. Sherlock se mantuvo texteando.

—¿En serio?

—Sip.

—Sherlock —mencionó con una risita burlona—, ¿en serio, te estás escuchando?

—Por supuesto. Tú sabes perfectamente que es raro, casi nulas, las veces que uso algo de esos temas en el día a día. Isabelle tendrá más que suficiente con deducción y química —en eso volteó a mirarle y le sonrió.

—Sherlock debes de saber que Bell necesita lo elemental de la educación básica. Como te lo dije, antes de que pasará lo de su madre, debería de estar cursando la primaria.

—Bueno, si eso te preocupa, puedo darle fundamentos básicos de esas materias, en lo que regresa al colegio.

—¿Y cómo? —Preguntó curioso—. Digo, no me lo tomes a mal pero...

—¿Pero? —interrumpió serio.

—Hay ciertas cosas en las que no eres muy bueno.

Ante ello Sherlock paró de textear y frunció el ceño. Y John, al ver tan abrupta pausa, abrió sus ojos de par en par. El detective colocó su celular en la mesa adjunta a su sofá y observó a John.

—¿Cómo en qué? —preguntó, mientras tomaba pose de pensador.

—Bueno, literatura no es uno de tus fuertes, historia no se diga. En matemáticas te defiendes y algo.

—Ajá.

—Geografía lo desconozco. Música, si eres bueno. Pero claro, no estoy diciendo que no puedas impartir clases particulares a Bell.

—Lo acabas de hacer —contestó muy serio mientras que su dedo índice y medio pasaban sobre la comisura de sus labios.

—Como te digo Sherlock, no me lo tomes a mal —continuó preocupado—. Me parece muy bien de tu parte que le estés impartiendo ciencia y deducción, aún que esa última no es una materia, pero también necesitará estudiar todo lo demás.

—Ya te lo dije. Yo me encargaré.

Sherlock dejo caer su brazo para volver a tomar su celular y continuó texteando.

John miró con cierta duda pero no pudo evitar que una suave sonrisa se forjará en su rostro. Dejo hacer a Sherlock lo que estuviese haciendo y continuó en la laptop investigando detalles sobre Northampton.

Después de unos minutos John volteó a observar a su amigo para volver a interrumpir su torneo olímpico.

—Sherlock, ¿qué se supone que debo de buscar sobre Northampton?

—Primero, el clima.

—¿El clima? —cuestionó sin creerlo.

—Segundo —continuó ignorando su redundancia—, un buen restaurante de comida china. John se quedó perplejo—. Y tercero, separa dos tickets en tren para Northampton a las tres de la tarde —volteó a mirarle y le sonrió—. Por favor. 

El Doctor Watson quedó lleno en perplejidad. Pestañó varias veces hasta que al fin logró formar la oración correcta en su boca.

—¿Y todo eso para qué?

—Iremos a Northampton.

—¡¿Iremos a Northampton?!

—¡Ay John, esa manía tuya! —exclamó molesto.

—No, no, espera. ¿Iremos a Northampton a qué?

—A recolectar información sobre el día del incidente.

—¡¿Por qué ahora?!

—Porque es el tiempo correcto. Hazlo.

—No, no, no —repitió alterado—. Sherlock no puedo dejar Londres. Tengo a Mary embarazada y en cualquier momento puede dar a luz, además quiero estar ahí en ese momento.

—John, es una hora y cuarenta minutos en tren más veintiséis minutos en taxi hacia la localidad donde vivía Samara. Estarás aquí antes de las nueve.

—No lo haré Sherlock, entiéndelo.

Ambos se lanzaron miradas retadoras. Ninguno de los dos iba a ceder con facilidad.

—Hablaré con Mary —mencionó severo el detective.

—No lo harás —Sherlock comenzó a teclear en su celular, sin mirarlo, y al terminar lo puso a su oreja. John al observar lo que hizo pudo sentir como un aire caliente salía de sus fosas nasales—. Sherlock Holmes —demandó furioso—, cuelga ese teléfono.

—Segundo tono —dijo muy divertido.

—Te lo advierto...

¿Hola? —se escuchó al otro lado de la línea y el detective puso el altavoz.

—¡Mary! —Exclamó alegre—, me alegra escucharte.

¿Sherlock? —Preguntó extrañada—. ¿Pasa algo?

—Nada grave Mary, solo me gustaría saber...

—Sherlock dame ese teléfono o si no...

—¿Te has sentido con cierta incomodidad, leves dolores o algo que indique que puedas entrar en proceso de parto el día de hoy?

Mary yacía cómoda en el sillón de su casa, comiendo varios tipos de pan y un chocolate caliente, se quedó confusa ante aquella pregunta.

—¡Suficiente, dame ese teléfono! —exclamó furioso y se acercó a él para arrebatarle su celular.

Al tener a John tan cerca, alzó su brazo para que no alcanzara su celular.

—¡John! —exclamó sorprendido.

—¡¡Por un demonio, dame ese teléfono!! —gritó sin parar de tratar de tomar el aparato pero Sherlock puso su mano sobre su rostro.

—¡¡No lo haré, aléjate!!

—¡¡Quita tu mano de mi cara!!

—¡¡No hasta que te hagas a un lado!!

Curiosa por lo que escuchaba Mary continuó comiendo y encantándose por los dos peleándose como niñitos.

La señora Hudson y Bell escuchaban ruidos curiosos desde el techo de la cocina logrando que ambas alzaran sus miradas extrañadas.

—¿Qué está pasando? —preguntó la nena asustada.

—Tal vez Sherlock y John estén... —pausó. Bell extrañada por el silencio de la señora, bajó sus ojos hacia ella— La verdad no sé, tendremos que averiguar.

Las dos se alzaron de los asientos y empezaron a caminar hacia los escalones.

Sherlock y John seguían en la lucha por el teléfono móvil. El detective en ningún momento cedió su brazo y el doctor solo se maldecía por ser de baja estatura y que la mano libre de él siguiera en su rostro.

Muchachos —sonó una Mary muy fastidiada—, no tengo todo el día. Díganme ¿qué pasa?

John consiguió darle un golpe a la mano alzada de Sherlock logrando que este soltara el móvil. Sorprendidos ambos miraron el celular que había caído ante los pies de la pequeña Isabelle.

Los dos le miraron asombrados y ella se agachó para poder tomar el móvil y escuchar esa voz familiar llena de hartazgo. Quitó el modo altavoz y acercó el móvil a su oreja.

—¿Tía Mary?

¿Bell?... ¡Al fin alguien maduro! —exclamó aliviada.

—¿Cómo estás tía? —Preguntó con una enorme sonrisa—. Yo también estoy bien. ¿El tío John y Sherlock? Si aquí están frente mío... Creo que se están peleando —al escucharle Sherlock frunció el ceño y John le miró pasmado—. ¿Quieres que te pase al tío John?... Ok.

Bell sonreía y se acercó ambos para, lentamente, notar con curiosidad que la mano de Sherlock seguía al rostro de John.

—La tía Mary quiere hablar contigo.

John aún furioso aventó la mano de Sherlock y tomó el móvil. Le agradeció a Bell y salió del living room, pasándole por un lado a la señora Hudson que estaba recargada en el marco de la puerta.

—¿Qué estaban haciendo Sherlock? —preguntó curiosa la señora.

—Se estaban peleando —respondió Bell con una sonrisa burlona. Sherlock le miró molesto.

—¿Peleándose?

—No —dijo serio el detective mientras arreglaba su saco.

La señora Hudson solo río, se dio la media vuelta y se retiró. Bell no podía parar su risita, había sido divertido mirar a John y Sherlock pelearse, pero cuando el detective escuchó ese sonido, retomó la vista a ella. Bell paró de reír al ver lo serio que este se encontraba.

John entró al living y los dos pusieron sus ojos sobre él. La niña se sintió aliviada al verle, había sido salvada por la campana.

—Te acompañaré —dijo molesto—, pero quiero estar aquí a las nueve de la noche.

—Perfecto —dijo con una sonrisa—. Ahora...

Sherlock se acercó a John, lo tomó de sus hombros y le dio la media vuelta.

—Ve a la estación, compra los boletos y te veré ahí en cuarenta minutos.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Solo hazlo.

Y el detective sacó a John del living room y lo despidió con un portazo en sus narices.

Ante tal acto John suspiró fastidiado y desganado, pero si quería volver a tiempo, tenía que obedecer.

El detective cumplió su palabra y llegó a la estación en cuarenta minutos. Ambos abordaron el tren y se destinaron rumbo a Northampton.

En el trayecto Sherlock se encontraba texteando y John leía el periódico.

—Por un momento pensé que Bell vendría —mencionó John para romper el silencio.

—No.

—¿Por qué?

—No envolveré a la niña en casos que impliquen peligro —John alzó su mirada llena de curiosidad. Sherlock al sentir el peso de esos ojos le observó—. Y además ya no quiero oír tus sermones, ni de Lestrade y ni de la señora Hudson.

—Vaya, quien te escuche —respondió con sorpresa.

Sherlock arqueó una de sus cejas y miró con duda pero John le ignoró retomando la vista al periódico. El trayecto continuó en silencio y ambos se mantuvieron haciendo lo suyo.

Llegaron a Northampton casi a las cinco de la tarde. Al salir de la estación no tardaron en conseguir un taxi que los llevara hacia la antigua casa de Bell.

—¿Y que se supone que investigaremos? —preguntó John.

—Necesito obtener dos cosas. Una de ellas es información, Isabelle recordó que su madre solía esconder cosas de importancia en una pequeña caja fuerte. Es seguro que ahí tenga detalles de su trabajo con Magnussen.

—¿Hablas de allanar la casa de Samara Jones? ¡Y ya deja ese teléfono!

—Si —contestó como si nada más no retiró la vista del móvil.

—Sherlock, no me hagas decirte lo que necesitas para poder acceder a una casa.

—Ya lo sé John —respondió con sarcasmo—, pero no nos pondremos en contacto con la policía local de Northampton. Será pérdida de tiempo. Sólo entraremos, tomamos el contenido y adiós.

—No creo que sea buena idea.

—¿En verdad? —preguntó incrédulo.

Veinte minutos pasaron y llegaron a la calle donde vivían Isabelle y Samara. Sherlock paró de textear y salió veloz del taxi dejando que John se diera a la labor de pagar.

El clima estaba demasiado helado, más que en el propio Londres, el detective tomó el cuello de su abrigo y lo alzó con un aire de intriga. A sus espaldas llegó el Doctor Watson quien tomó su abrigo y lo cerró a tope.

—Que helado... ¿Estaremos a cero grados?

—Menos uno —contestó tranquilo—. Por eso te dije que consultaras el clima.

—¡Perdón! No volverá a suceder...

Siguieron caminando en silencio y observaron el lugar. Las casas lucían ser de clase media baja; un barrio tranquilo, pero de vez en cuando sufrían uno que otro incidente por pandillas. Era evidente por los grafitis que había en algunas paredes. Mientras miraban todo como niños curiosos, Sherlock detuvo su caminar y John observó asombrado. El detective se dio la media vuelta y distinguió una de las enormes casas. La única pintada en color marrón chocolate y una puerta de madera en color amarillo fuego.

—¿Es aquí? —preguntó John cambiando la vista hacía la enorme casa, pero Sherlock no le respondió. Extrañado volteo a mirarle e insistió—. ¡Tierra a Sherlock!, ¿es aquí?

—Si —contestó seco y comenzó a caminar.

John siguió el paso y ambos se detuvieron frente a la enorme puerta.

—¿Samara estás aquí? —se susurró el detective, pero John pudo percibir alguna de las palabras y le observó.

Sherlock tomó la perilla de la puerta, dio una rápida mirada a su alrededor, por si había algún curioso, pero nada. De la bolsa de su abrigo sacó una vieja tarjeta y la adentró en la cerradura.

—¿Ah Sherlock...? —cuestionó John preocupado.

—Mantén la calma. Es solo un truco clásico.

El detective metió más a fondo la tarjeta para poder engañar el seguro pero no sé dejaba. La cerradura era algo antigua, mas no significaba que no pudiera ser inviolable. John veía a Sherlock con inquietud mientras esa sensación cambiaba a pánico cuando escucharon como la puerta vecina se abría. Asustado le dio varios manotazos al detective para que detuviera su momento de vandalismo. Ante esa acción desesperada de Watson, Sherlock puso sus manos detrás de él y sonrió con falsedad para contemplar a la persona que salía de la casa de al lado. Era una señora, que recordaba a la adorada señora Hudson, llevaba consigo una bolsa de basura y una bufanda que le cubría hasta la nariz. Ella volteó y vio a los dos hombres que le observaban.

—Buenas tardes —saludó nerviosa—. ¿Puedo ayudarles?

—¡Buenas tardes señora! —Exclamó Sherlock con esa engañadora sonrisa—. Estoy buscando a Samara Jones, le he estado llamando a la puerta y no atiende.

—¿Ustedes son algo de ella? —preguntó sin creerlo.

—Somos viejos amigos —esta vez John respondió—, y hemos venido a visitarla.

La señora les miró sorprendida, casi aturdida, y era demasiada sus emociones que no pudo evitar tirar la bolsa de basura. Sherlock y John se extrañaron.

—¡Ay Dios mío! —Exclamó, casi sentía que su alma se iba—. ¿No se enteraron?

—¿Enterarnos de qué? —preguntó Sherlock, fingiendo preocupación.

—Samara Jones... —decía pero su mandíbula comenzó a tiritar— Hace ya más de un mes... Que se suicidó.

Sherlock Holmes y John Watson al escuchar, comprender y analizar aquella oración, uno más disimulado que el otro, acompañaron a la señora en su estado de sorpresa y alteración.

¿Samara Jones se había suicidado?

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