La Niña que llegó al 221B de...

Oleh DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... Lebih Banyak

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 19 Encrucijadas

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Oleh DeyaRedfield

—Sherlock —llamó John extrañado—, ¿qué hacemos en la biblioteca?

El detective no contestó y se limitó a observar los estantes. En momentos tomó varios libros, les daba una rápida hojeada, algunos devolviéndolos al estante y a veces se quedaba con uno o dos. En total ya llevaba cuatro libros bajo el brazo.

—¿Sherlock? —insistió John.

—Es parte de un caso —respondió seco.

—¿Cuál caso? Si solo estamos con el de Bell.

De nuevo le ignoró manteniendo la vista a los estantes. Fastidiado John se dispuso a observar los libros, si era un caso nuevo imaginó que podía ser algo como aquel que había titulado el banquero ciego. Aquella vez estuvieron en la biblioteca, y si era así, decidió sacarse las dudas de qué tipo de caso podría estar involucrado Sherlock. Prestó más atención a los títulos y al leerlos John curioso frunció su ceño. Eran títulos conocidos pero que tenía años si leer.

Quedándose John inmóvil frente a un estante Sherlock volteó a verle y se acercó a él para observar los títulos. Unos momentos después el detective movió varios de los libros y tomó uno de ellos.

—Aquí está —se dijo victorioso.

Sherlock dio la media vuelta y caminó rumbo a recepción haciendo que John volteará a contemplarle perplejo.

Llegando a recepción Sherlock colocó un total de seis libros frente a la recepcionista. John apareció a su lado, admirándole con una ceja arqueada mientras se cruzaba de brazos; Sherlock no impidió mirar de reojo a su amigo y sentir una presión.

—Es demasiada literatura infantil, ¿no crees?

—¿Literatura infantil? —preguntó sarcástico.

—Así es. Al menos que, secretamente, te guste Alicia en el país de las maravillas —Preocupado Sherlock arqueó su ceja—. ¿Son para Bell, verdad? —no respondió. John mostró una media sonrisa y poso la mirada con la joven recepcionista—. Disculpe señorita, ¿qué libros son los que lleva mi amigo?

Ante ello una mirada atónita adornó el rostro de Sherlock Holmes.

—Sí, permítame. Lleva Alicia en el país de las maravillas, El Principito —dijo como si nada. Sherlock agachó su cabeza y siguió escuchando—, Peter Pan, El viento en los sauces, Pippi Calzaslargas y Las aventuras de Tom Sawyer.

La sonrisa de John llegó de oreja a oreja, le agradeció a la recepcionista y ella continuó marcando los libros. El doctor volteó con el detective, quien había cerrado sus ojos y parecía avergonzado por lo que acababa de pasar.

—Listo señores. El tiempo de entrega es en tres semanas por todos los libros. ¿Me permite su carné?

—¡Claro! —Exclamó Sherlock, alzando la vista como si nada pasará—. Él tiene el carné —mencionó apuntando a John. Este al escuchar eso volteó con él, fuera de sí, y observó cómo tomaba la bolsa de libros y se alejaba de la recepción.

—Señor, su carné por favor —prosiguió la recepcionista con una sonrisa nerviosa. John suspiró y sacó su cartera en busca de la identificación.

Unos minutos después John dejó la recepción pudiendo notar a Sherlock leyendo muy curioso la descripción de uno de los libros. El detective sintió su presencia y veloz regresó el libro a la bolsa.

—¿Nos vamos? —preguntó con una falsa sonrisa. John no dijo nada y ambos comenzaron a mover los pies.

—Sabes —soltó John—, siempre pensé que la literatura no era lo tuyo, pero tienes buen gusto.

—John...

—¿Sí?

—Cállate —Sherlock articuló cada palabra con gran vergüenza y molestia.

Ambos salieron del edificio y Sherlock se dispuso a caminar hacia la calle en buscaba de un taxi.

—¿Así que está era tu urgencia? —preguntó John. Sherlock siguió ignorando—. Necesitabas mi carné de la biblioteca, ¿has considerado tramitar la tuya?

—No —respondió aún molesto.

—Bien —dijo John con una suave sonrisa—. Sabes Sherlock, no te debes de avergonzar por sacar unos cuantos libros de la biblioteca, menos si son para Bell.

—John, en serio, cállate.

—Bien, bien, me callo pero una última pregunta: ¿Bell te pidió los libros o fueron elección tuya?

La respuesta de Sherlock fue alzar la mano y gritar: "Taxi." John volvió a ensanchar su sonrisa, la respuesta era muy evidente. Un taxi se estacionó frente a ellos y Sherlock abrió la puerta listo para entrar cuando miró a John, quien se mantuvo de pie y sonriente.

—¿Vienes?

—Lo siento, tengo que comprar pañales. Mary aprovechó mi vuelta para hacerme varios encargos —Sherlock no dijo nada adentrándose al taxi. John se acercó a la ventana y le vio—. Luego te veo en Baker Street —el detective se despidió con su falsa sonrisa y le dio la calle al taxista. John se retiró de la ventana y miró a su amigo irse.

En el trayecto a casa, muy curioso Sherlock siguió leyendo las primeras páginas de algunos libros. El primero que tomó fue "Alicia en el país de las maravillas," Bell había dicho que era su favorito y él no entendía porque ya que era un libro muy confuso y sin sentido, pero ignoró su contenido y prosiguió a hojear los demás.

Entre cada rápida vista a los libros Sherlock comenzó a recordar su desvelo de anoche, una búsqueda incandescente en internet por saber cuál eran los mejores libros en la literatura infantil. Sintió dentro de él una gran satisfacción por ello y por las elecciones que había hecho.

De tanto recordar a su mente llegó un piquete de curiosidad. Una curiosidad por ver la reacción de la pequeña al ver todos los cuentos que le había conseguido. La noche anterior le había contado uno de sus casos y su ánimo fue armonioso. Lo hizo sentir bien.

Llegó a Baker Street, pagó su viaje, se adentró a su hogar y subió con gran agilidad los escalones. Al llegar a su living room vio que la niña no se encontraba. Curioso por ello, dejó la bolsa de libros sobre la mesa y se anduvo a buscarla. Subió al segundo piso, en donde habían hecho la habitación para la niña, y la encontró aún dormida. Sherlock experimentó una poca decepción por ello pero decidió respetar su sueño.

De vuelta en su living room el detective se dispuso acomodar los libros. Tomó la bolsa y observó su estantería en busca de espacio. Notó que tenía muchas cosas, tantas que en su mayoría, eran insignificante para él. Sí que debía darle una limpieza al lugar.

John llegó a su hogar. Hacía un par de horas que dieron de alta a Mary y su bebé pero, como una cosa hecha a propósito, Sherlock le había hablado e insistido en que le acompañase a la biblioteca, ya que era una situación de urgencia. Mary convenció a John de que fuera con él ya que debía ser algo importante para tanta insistiera. Así que obedeció y descubrió para que se le necesitaba.

Al entrar a casa y ver a Mary no ocultó su emoción y le contó todo lo ocurrido.

—¡¿Qué Sherlock hizo qué?! —exclamó Mary con una sonrisa mientras arrullaba a su bebé.

—Lo que oíste Mary —continuó John—. El mismísimo Sherlock Holmes fue a la biblioteca en busca de libros para Bell.

—¡Oh vaya, no puedo creerlo! ¿En serio, nuestro Sherlock?

—Él mismo. Fui testigo y uso mi carné para pedir los libros.

—¡Oh que lindo! —volvió a exclamar. La bebé hizo un leve quejido y Mary la acurrucó más a su pecho—. ¿Y qué libros llevaba? —preguntó sin evitar su curiosidad.

—Para ser elección de Sherlock, adoptó muy buenos libros como: Alicia en el país de las maravillas, Tom Sawyer, Peter Pan...

—¡Quién lo viera, tiene buen gusto!

—Sí, lo mismo le dije —dijo sin contener la enorme sonrisa—. La verdad sí que tener a Bell viviendo con él lo ha ablandado un poco, aún que lo niegue.

—Así es John, nuestro Sherlock está comprendiendo la paternidad y también la madurez.

—Eso parece Mary. Ya solo espero el día en que descubramos a Sherlock leyendo un libro sobre paternidad o Sopa de Pollo para el Alma —Al escucharle Mary no ocultó una suave risa—. ¿Sería interesante, no?

—Demasiado, demasiado...

Los Watson siguieron sonriendo y platicando sobre el evento de hoy que sin dudas quedaría guardado para la posteridad.

Sherlock se encontraba entre un mar de libros, se animó a limpiar sus propios libreros, había demasiados libros que no sabía a ciencia correcta si los ocuparía alguna vez; otros estaban nuevos, algunos los había utilizado para casos anteriores y descubrió libros que ni siquiera eran de su propiedad como "Sopa de Pollo para el Alma." ¿Qué era ese libro? Jamás había leído tremendo título. Lucía en perfecta condición, tal vez una o dos leídas le habían dado, pero que ese libro llegará a su estantería, no era un gran misterio, sin dudas era de la señora Hudson. Ahora entendía porque John le pedía limpiar aunque fuera una vez al mes. Ignoró el libro y continuó observando lo demás que tenía, hasta que, sintió una presencia.

—¡Yuhu! —saludó la señora Hudson. Sherlock le ignoró manteniendo la mirada sobre los libros—. ¿A qué hora regresaste cariño? —preguntó sonriente. 

—Hace cuarenta minutos —respondió monótono.

—¡Oh, no te escuche!

—Losé, tenía puestos sus audífonos. Por cierto, esto es suyo —dijo alzando aquel libro de infame título.

—¿Qué es? —Preguntó curiosa mientras se acercaba a Sherlock, quien rodaba sus ojos—. Vaya, ¿Sopa de Pollo para el Alma?

—Supongo, no lo sé, es más, no me interesa —confesó con una falsa sonrisa.

Sherlock soltó el libro y este cayó sobre el montón que ya había separado. La señora Hudson miró con su ceño fruncido para luego agacharse y recoger el libro.

—¡Ya recuerdo! —Exclamó al tener el libro en sus manos—. Este libro me lo regalo la señora Russell, ya hace mucho tiempo. Es más, ahora que lo veo, solo lo leí una vez...

—Me di cuenta—mencionó el detective.

—¿Sabes querido? Este es un muy buen libro para la motivación, las expectativas de la vida... Ahora que recuerdo, existe una versión de este para padres —Al escucharla Sherlock detuvo el hojear a los libros y frunció su ceño, más no miró a la señora Hudson—. Sería bueno que te consiguiera ese libro, te puede servir mucho con Bell —finalizó mientras se ponía a hojear el libro. Sherlock quedó inmóvil.

—Señora Hudson —después de un largo minuto habló molesto—. Absténgase de comprar ese libro.

Ella sonrió como si lo que Sherlock dijo fuese la mejor broma pero para nada lo era.

Entre una risueña señora Hudson y un furioso Sherlock, una adormitada Bell apareció en el living room, con su señor conejo arrastrándolo por el suelo, un cabello enmarañado por la almohada y unos ojos muy entrecerrados por la recién levantada. La pequeña notó a ambos adultos con libros en sus manos.

—Hola...

—Hola preciosa —respondió la señora Hudson y Sherlock retomó el hojear a los libros—. ¿Descansaste bien? —La niña cabeceó afirmativamente mientras bostezaba—. Qué bueno, corazón. ¿Quieres desayunar?

Bell afirmó mientras se tallaba sus ojos. La señora Hudson situó el libro bajo su brazo y caminó, aún sonriente, para salir del lugar. Bell se despidió con una leve sonrisa y se fue a sentar en el sillón de Sherlock. Él no dijo nada. Usualmente cuando la niña se sentaba en su lugar, solo era cuestión de lanzarle una mirada súbita y ella se movía de ahí sin protestar, pero en esta ocasión se la dejo pasar. Sherlock le observó, aún se veía dormida, dejó de lado los libros y se condujo hacia la mesa para tomar una bolsa; se acercó a la pequeña y colocó eso en la mesita de al lado. Bell volteó curiosa y vio a Sherlock luciendo una suave sonrisa en su rostro.

—¿Pasa algo? —preguntó curiosa.

El detective no respondió, le hizo una seña con la cabeza para que tomara esa bolsa y la niña, aún curiosa, obedeció.

Desapareciendo el sueño del rostro de la niña miró asombrada seis cuentos infantiles. Alzó su cabeza para ver a Sherlock y luego retomar dentro de la bolsa. No podía creer lo que miraba, sacó de uno en uno los libros y examinó los títulos con una enorme alegría.

Ese piquete de curiosidad que había inundado a Sherlock se fue calmado al ver la felicidad de Isabelle. Esa curiosa sensación, no era similar a cuando le gustaba corregir alguien en lo equivocado que podía estar, no, no era lo mismo, ya que eso era satisfacer su orgullo. Aquí era diferente, nunca había experimentado algo así y cada vez que veía a esa niña feliz, él lo hacía sentirse igual.

—¿Tú los conseguiste Sherlock? —preguntó sacándolo de sus pensamientos.

—Bueno...

—¡¿Podemos leer Tom Sawyer, está noche?! —Interrumpió, seguía muy emocionada—. ¡O mejor Alicia, si mejor Alicia! ¡¿Podemos?!

—Si Isabelle. Leeremos Alicia está noche.

Bell se alzó del sillón y corrió hacia con Sherlock para abrazarle con todas sus fuerzas. El detective al tener a la niña sobre su espacio vital, su única reacción fue darle unas leves palmaditas en la cabeza.

—Gracias Sherlock —dijo mientras se separaba de él. Bell se dio la media vuelta, regresó al sillón y continúo mirando los libros.

Sherlock retomó su seriedad, dejó a la niña que siguiera en lo suyo y poso sus ojos en su reloj. Aún era temprano pero el detective no había olvidado su cita de hoy a las tres de la tarde. No podía ser impuntual.

El tiempo siguió su marcha, Sherlock había encomendado a Isabelle que se dedicará a recolectar, y acomodar por nombre, todos los libros que había sacado de sus estantes. Sabía que era una muy buena manera de entretenerla y además no insistiría en acompañarle. Bell obedeció a Sherlock y se montó a hacer la tarea encomendada.

Sherlock abandonó Baker Street alrededor de las once y media de la mañana. Tomó el tren a Northampton a las doce, realizando un recorrido de una hora y diez minutos. Llegando a la localidad, tomó un taxi de la estación y le pidió ser llevado al cementerio Kingsthorpe; su recorrido fue de veinte minutos.

Su puntualidad fue excesiva. Tenía un largo tiempo de sobra en lo que su anfitrión llegaba, así que pagó su taxi, dejó el vehículo y contempló la entrada al cementerio. ¿Hacía cuanto que no estaba en un cementerio? Debió haber sido un largo tiempo para haberse cuestionado.

Un aire frío soplaba sin cesar, Sherlock acomodó el cuello de su abrigo dejando de lado las preguntas ilógicas y caminó para adentrarse al cementerio.

Para la mayoría de la gente, alrededor de este vasto planeta, los cementerios eran un lugar donde la tristeza, la depresión y el miedo se podían coger en el aire, como si de una simple gripe se tratará. Para Sherlock Holmes un cementerio era un lugar tan aburrido, tan ordinario, solo con el hecho que la gente yacía bajo tierra. Ventaja o desventaja, podría variar, pero no comprendía a la gente común del porque esas emociones. Él caminaba tranquilo por la pequeña senda entre las lápidas y mausoleos, el aire frío jugaba con su abrigo haciéndole lucir como un ser temeroso vigilando el descanso de los muertos.

Su largo caminar culminó en la tumba que con ansias había querido encontrar. La tumba de Samara Jones.

Mycroft Holmes no tenía el humor de encontrarse con su hermano menor. Hoy era uno de esos días en que la presión invadía su cuerpo y lo hacía querer asesinar al mundo entero, pero como el caballero que era, debía cumplir con su cita. Rumbo a Northampton, los pensamientos de Mycroft iban formulando las respuestas a las posibles preguntas de su hermano. No era una tarea complicada, nada era complicado para Mycroft Holmes pero, había una pregunta, una sola que no podía responder y por más que en su cabeza generaba todo tipo de respuestas, su única solución era evitarla lo más que pudiera.

El mayor de los Holmes suspiró cansado y ubicó sus dedos sobre sus sienes, jamás había agotado tanto su pensar. Lo único que Mycroft pudo hacer fue maldecir. Maldita fuera la hora en que esa niña llegó a Baker Street, maldita la hora en que Sherlock accedió a tomar el caso y maldito fuera el momento en el que él se había involucrado. Durante esos momentos percibió como suavemente el vehículo frenaba, alzó su vista, algo preocupado, y apreció aquel cementerio que en algún momento pensó que no volvería a visitar.

—¿Es aquí, señor? —preguntó su chófer.

—Si. Aquí es Niles —respondió en tono amargo, mientras ponía sus dedos sobre el hueso de su nariz.

Su chófer le observó por el retrovisor, en todos los años de labor para Mycroft Holmes, jamás lo había visto con nervios a flor de piel. Era algo imposible que un hombre tan frío y calculador como él pudiera tenerlos.

—Niles —habló después de dejar caer su mano—. Puede que esto me tomé un largo tiempo, si quieres descansar... Yo te hablaré para que pases por mí.

—No se preocupe, señor Holmes. Lo esperaré.

Mycroft miró a su chófer con una falsa sonrisa y agradeció su lealtad, tomó su paraguas y salió del vehículo para ver la entrada al cementerio Kingsthorpe. Otro suspiró se apoderó de él, sabía que "al mal paso darle prisa", porque si no, lo acosaría hasta el hartazgo.

Los cementerios para Mycroft no representaban nada más que el reposo de los desafortunados. Le daba igual poner un pie sobre uno pero sabía que había de respetar esos lugares tal como sus padres se lo inculcaron. Caminando por la vereda y a la lejanía Mycroft vislumbró una figura tan fácil de reconocer, suspiró y se enderezó para mostrar su porte de elegancia e intimidación, que sabía sería inútil ante su hermano.

Sherlock había estado frente a la tumba de Samara por un largo rato, no se movió de ahí y dejó que el frío aire golpeara constantemente en sus mejillas, hasta hacerle aparecer un leve color rojizo. El detective percibió unos pasos, algo flojos, a sus espaldas más no deshizo su postura, siguiendo inmóvil como estatua del lugar y frente a él apareció una mano familiar con un cigarro a modo de ofrecimiento.

—Será una larga plática —dijo Mycroft mirando a la tumba—. Te caerá bien.

Sherlock no respondió, aceptó el ofrecimiento y lo puso sobre su boca. Hacía rato que no saboreaba un cigarro, los parches controlaban la tentación pero nada como el filtro sobre la boca. Mycroft, del bolso de su abrigo color camello, sacó un encendedor y encendió el cigarro de su hermano para después proseguir con el suyo.

—¿Está bien fumar aquí? —preguntó Sherlock al exhalar ese humo que tanto hacía falta.

—Estamos al aire libre... No hace falta preocuparnos, todos están bajo tierra —Sherlock sonrió satírico. Mycroft no evitó una suave sonrisa y expulsó el humo de su cigarro—. Bien, ¿cuál era tu urgencia, hermano mío?

—Bien lo sabes —dijo dando la atención a la tumba. Mycroft suspiró.

—¿Y ahora qué pasa con Samara Jones?

—Muchas interrogantes... —respondió dando otra gran succión al cigarro. Alzó su cabeza y el humo lo expulsó al aire— Cada vez que creo tener un gran avance, algo que me conduzca a resolver este caso, me encuentro con más interrogantes —dijo mientras volteaba a mirarle.

—Por eso te dije que no tomarás esto, Sherlock.

—Tranquilo, tampoco es que me vaya a volver un obseso por esto. A lo que voy es que Samara tiene un vínculo con Magnussen y contigo —El mayor de los Holmes arqueó su ceja más no miró a su hermano.

—Mi vínculo es obvio Sherlock, por su pasado. Pero a todo esto, ¿qué insinúas?

—Muchas cosas —contestó sonriente—. Hace unos días fui a visitar la casa de Samara, supongo que te habrás dado cuenta, y tuve la ventaja de encontrarme con una USB que dejó Samara antes de morir —al escucharlo Mycroft volteó a mirar a Sherlock, tratando de disimular su sorpresa—. Supongo que no estarías enterado de ello.

—No —dijo serio—, no lo estaba. ¿Qué contenía esa USB?

—Vaya, cuántas ansias. Samara iba pedir mi ayuda, ella sabía que la iban a matar y a su hija también, así que me dejó tres USB con información sobre su caso, del cual solo tengo una en mi poder.

—¿Y tus insinuaciones son que yo tengo las dos restantes?

Sherlock se mostró dubitativo mientras movía su cabeza de un lado a otro.

—Podría ser.

Mycroft no ocultó su sorpresa ante la sospecha de su hermano.

—¿Estás insinuando que yo oculte esas dos USB y también tuve algo que ver en la muerte de Samara? —Preguntó molesto y el detective frunció su ceño—. ¿Es en serio Sherlock?

—Que tengas las USB, sí. Estoy muy seguro de eso. Qué estuvieras implicado en su muerte, no, más si en su post-mortem.

—¿Perdón? —preguntó extrañado, Sherlock dio otra gran succión a su cigarro pero está vez tomándose su tiempo. Mycroft comenzaba a estresarse.

—En el primer video —habló después de unos minutos—, Samara habla de sus actos vandálicos juveniles, su reformación como persona y hace mucho énfasis en ti. Como si tú hubieses sido su ángel de la guarda —su hermano volvió a poner su cigarro en la boca e ignoró la mirada de su hermano—. Samara dice que varias veces te pidió protección y se la ofreciste, pero está última no pudiste ya ayudarle e iba acudir conmigo, cosa que no logró; después de su muerte, te encargaste de que el incidente no se propagara por los medios e inventaron una historia de suicidó. Y para finalizar, tu pagaste los servicios funerarios y este terreno, no fueron los gastos de la seguridad social, ni del gobierno, fue dinero de tu propia bolsa. ¿Hay algo que deba saber?

Mycroft se mantuvo en silencio. No era la primera vez que su hermano menor le provocará esa acción en él, pero hoy había llegado al límite. El mayor de los Holmes lanzó el humo del cigarro con tremendo hartazgo y observó a su hermano.

—Se ve que has hecho tus deberes, hermano mío. Pero responderé tu mayor duda, aquella que te ha de torturar cada noche. No, no tuve ninguna relación... —pausó para mostrar una expresión disgustosa— "amorosa" con Samara Jones.

Sherlock alzó sus cejas y le miró escéptico.

—¿Seguro? Hay muchas cosas que encajan para ser una relación...

—Ya te lo dije —interrumpió.

—También —continuó ignorándole— un punto en especial. El hecho que la hija de Samara, tenga habilidades de deducción me hace dudar mucho más.

Mycroft miró a Sherlock desconcertado.

—¿Ahora insinúas que esa niña, es mi hija? —preguntó mientras que la risa aparecía en su rostro. Sherlock se encogió de hombros—. ¿Te estás escuchando?

—Bueno, me impacta la idea de que Isabelle sea mi sobrina.

—Lamento romper tus ilusiones pero esa niña no es mi hija —dijo con una sonrisa y Sherlock volteó a analizarle—. Cuando conocí a Samara ya estaba embarazada. ¿Quién es el padre? No lo sé, ¿has considerado a Magnussen? Aunque es muy improbable. Aun así, lamento romper tus sueños con respecto a esa niña.

Sherlock siguió analizado a Mycroft, se veía que decía la verdad, no podía mentir ¿o sí? Su hermano hacia ver todo confuso, pero se oía honesto. El detective alzó sus cejas, volvió a fumar y tardó un largo rato en responder.

—De acuerdo. Pero, ¿cuál era tu relación con Samara?

—Ninguna en específico. Solo quise ser un ser humano.

—Curiosa acción.

—Sherlock... —dijo dando la última inhalada a su cigarro— Existen cosas que no deberías saber sobre Samara Jones, cosas que deberías dejarlas tal y como están. Mi opinión es que dejes este caso, saques a esa niña de tu casa y vuelvas a tener tu vida caótica y desastrosa de siempre —su hermano le observó con algo de ira. Mycroft le ignoró—. Es lo mejor para todos.

—Este es mi caso Mycroft, un caso que Samara me dejó. No pienso dejarlo. Y si fuera así... ¿Qué será de Bell?

Al escucharle la expresión de Mycroft Holmes se hizo en una obra de arte llena de indignación, digna de admirarse.

—¿Perdón? —Preguntó sin creerlo—. ¿Bell...? ¿Acaso te estás preocupando por esa niña, Sherlock?

Su hermano menor no respondió. Retomó su vicio del tabaco y observó hacia otro lado.

—¡Oh, Sherlock! —Exclamo muy risueño—. ¡Oh no puedo creerlo! Hermano mío, ¿tú preocupado por esa pequeña?

—Por supuesto que no, Mycroft —contesto furioso—. Es estúpido.

—Ahora lo veo... Ahora lo veo todo.

—Creo que ya es tarde —dijo el detective mirando a su reloj—. Deberías volver a tus deberes, ¡Ah! Y si fueras tan amable de entregarme esas dos USB, si quieres que termine este caso rápido... Claro...

—Sherlock, siento muchísimo decepcionarte pero yo no tengo esas USB, ni siquiera sabía que Samara había hecho tal cosa, hasta hoy.

Él observó a Mycroft y volvió analizarle. No mentía.

—Buen día, Mycroft —respondió molesto.

El mayor de los Holmes suspiró, dio la media vuelta y comenzó alejarse pero paró en seco con postura firme y dándole la espalda, le hablo una última vez.

—Sherlock... Por lo que más quieras. Por favor, no te encariñes con esa niña.

Sherlock fingió ignorarlo, abotonó su abrigo y se dispuso a terminar su cigarro. En cambio Mycroft suspiró tristemente. Tal vez la advertencia había sido hecha algo tarde.




**

Hoy, mis queridos Sherlockians, es 19 de Julio ¿Saben lo que celebramos este día...?


¿No?


Sí. Sí lo saben :3


¡Así es!


¡Feliz Cumpleaños Benedict Cumberbatch! ❤️🎉🎂🍰

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