La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

115K 10.1K 4.5K

Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Especial

1.2K 107 126
By DeyaRedfield

"Cada Holmes debe tener a su Watson."

~

—¡¿Qué diablos hacen aquí Scotland Yard?! —Gritó furiosa Isabelle Holmes mientras miraba a todos los oficiales—. ¡¡Este es mi caso, váyanse!!

—¡Holmes! —gritaron a sus espaldas y ella suspiró amargó al reconocer esa voz.

—Hopkins —habló molesta mientras se volteaba—. ¿Por qué está todo Scotland Yard está en mi escena del crimen?

—Cálmate Bell...

—¿Calmarme? —interrumpió—. ¿Cómo quieres que me calme, si pides mi ayuda y luego me traicionas trayendo toda tu unidad?

La pelirroja agente Gabrielle Hopkins suspiró con amargura, sabía que Isabelle estaba furiosa y no sería fácil controlarle.

—Escúchame Bell, sé que no te gusta que meta a toda mi unidad pero sabes que tengo que hacerlo —Ella resopló molesta—. Solo deja que hagan lo suyo y te regreso la escena del crimen.

—Bell, hazle caso —escucharon detrás de ellas, ambas se giraron y miraron a una joven muchacha rubia—. Sabes que después de esto es todo nuestro.

Bell bufó molesta.

—¿Rosamund? —preguntó Hopkins sorprendida—. Creí que no estabas aquí.

—Hola Gabrielle —respondió con una gran sonrisa—. Sí, andaba revisando las cosas personales de la víctima.

—¿Gabrielle? —Preguntó confusa Bell—. ¿Es así como te llamas?

Ambas la miraron muy confundidas.

—Ese es su nombre —dijo Rosie confusa.

—¿De verdad?

—Sí, Isabelle. Así me llamo —contestó Hopkins furiosa.

—Interesante... pero no importa. Saca a tu unidad —ordenó.

—Ya te dije que esperes.

—Bell, por favor, hazle caso.

Isabelle volvió a resoplar, dejó caer sus manos en los bolsos de su abrigo y miró con rabia a la agente.

—Ivan Romanoff no se suicidó, lo asesinaron. ¿Dime Hopkins, acaso eres tan lenta para ver que la bala fue situada en su sien derecha, cuando ese hombre fue zurdo? Y no es ambidiestro —recalcó.

—Isabelle...

—Nada. Revisa sus cosas, probablemente tiene nexos con la mafia rusa —dijo con una enorme sonrisa—. Buenas tardes.

Isabelle se dio la media vuelta, golpeando a la agente con su abrigo, ella suspiró amargamente y Rosie sonrió nerviosa.

—No te enojes Gabrielle, ya sabes como es.

—Si... igual a su padre —soltó furiosa.

—Yo hablaré con ella. Tú mientras investiga si tiene nexos con la mafia y seguiremos el caso.

—Gracias Rosie, si no estuvieras a lado de ella, te juro que ya la hubiera matado.

La joven rubia sonrió con gracia, palmeó el hombro de la agente y se fue detrás de su amiga, a calmar la tempestad creada.

Fuera del edifico, donde yacía la escena del crimen, Isabelle buscó en los bolsillos de su pantalón y sacó un pequeño cigarro. Lo llevó a su boca y lo encendió, inhalando con gran fuerza el humo para luego expulsarlo y sentir una apacible calma.

—¿Aún fumas? —escuchó a sus espaldas. Ella se sorprendió y miró a su joven amiga.

—No le digas a mi papá —suplicó, mientras tiraba el cigarro al suelo y lo aplastaba.

—No es necesario, mi tío se dará cuenta que fumaste. Tenlo por seguro.

—Bueno ya —continuó al terminar de arruinar el cigarro—. Dilo ya.

—¿Qué? —preguntó extrañada.

—Convencerme que resolvamos el caso.

—Me ahorraste palabras —dijo con una gran sonrisa—. Bell, sé que te molestó que trajeran a Scotland Yard, pero tienes que entender que ese proceso es elemental de ellos, nosotras somos detectives —Holmes movió los ojos con rapidez y ladeó suavemente la cabeza—. Admítelo...

—Como sea —soltó mientras le pasaba de lado—. El tipo estaba con los rusos, eso es un hecho.

—Te creo, pero necesitamos pruebas

—Lo sé —mencionó mientras se alejaba de ella.

—¡¿A dónde vas?!

—¡Te veo en Barts, taxi! —gritó, y rápidamente se detuvo uno.

Rosie quedó sorprendida y cuando reaccionó, el taxi ya había dado vuelta en la primera esquina. La joven Watson no se inmutó por el tan repentino abandono de su amiga, era usual cuando realizaban casos y más si se enojaba, ella suspiró y decidió caminar, ya que no traía para un taxi.

Isabelle llegó a Barts, pagó su viaje y fue rumbo a los laboratorios en busca de su segundo aliado. Al abrir las puertas la persona, que se encontraba examinando una muestra de interés, se estremeció por el escándalo, se dio la media vuelta y vio a la hermosa Isabelle.

—¡B-Bell! —exclamó nervioso—. Me asustaste.

—Hola Tommy —saludó con una linda sonrisa, en la cual, él se perdió, como siempre lo hacía—. ¿Qué haces?

—Y-yo —reaccionó—. Examinaba unas muestras sanguíneas... Bell, ¿qué haces por acá?

—Me entere que Scotland Yard te trajo uno fresco, Ivan Romanoff —dijo al estar a menos de veinte metros de él—. Aparente suicidio.

—Ah sí, Romanoff —mencionó mientras desviaba su mirada a otro lado, Bell no paró de sonreír—. Llego hace cuarenta minutos.

—¿Puedo verlo, Tommy?

—Bell, sabes que...

—Trabajo aquí.

—Eventualmente —soltó y ella frunció el ceño—. Es verdad, igual que tu papá.

—Bueno Hooper —mencionó en tono hartado—. ¿Me llevas o no? Sabes que de igual forma iré a verlo.

Thomas cerró sus ojos y los apretó con gran fuerza, lanzó un suspiró y los abrió para toparse con esos ojos marrones que tanto adoraba.

—Ya entiendo a mi tía Molly.

—Vamos, tú eres el mejor forense desde que tu tía se jubiló.

—Ya, no me chantajes —Thomas dejó los materiales sobre la mesa y extendió su mano para que siguiera el camino.

—Eres un amor, Tommy.

—Me debes muchas, Isabelle, muchas.

—Y sabes que las pagare.

—Espero y sea pronto.

—Ya verás que si —dijo con una gran sonrisa.

Ambos salieron del laboratorio y caminaron por el enorme pasillo hacia la morgue.

—¿Y Rosie? —preguntó extrañado.

—No tarda en llegar.

—¿La dejaste por ahí?

—Este caso no es tan peligroso, como el último que tuvimos.

—Si lo recuerdo. Sherlock y el Doctor Watson casi desfallecen de la preocupación.

—Ni me lo recuerdes que aun papá está furioso por ello.

—¿Cómo no quieres que se enoje, Bell? Estuvieron a punto de morir.

—Y todo por una estúpida joya.

—Es lo malo de esto, pueden llegarte casos que parezcan simplones y resultan ser los peores.

—Eso si, pero el peligro llena mi cuerpo con una increíble adrenalina... ¡Oh Tommy están difícil de explicar!

—Creo entender, eres igual a tu papá, él decía lo mismo ¿recuerdas? —Isabelle afirmó con su cabeza—. Solo, tengan cuidado Bell. Ya sabes, pueden pasar cosas muy feas, como la que nos pasó de niños.

—Ya lo sé Tommy, y cállate.

Hooper rodó sus ojos y dejó escapar una leve sonrisa. Ambos detuvieron sus pasos y miraron las puertas de la morgue, el forense las abrió e Isabelle entró veloz al lugar.

—¿Dónde está?

—Al fondo, gaveta 213.

—Bien —dijo sonriente y fue en búsqueda de ese número. Una vez llegó se colocó a un lado y esperó a que su amigo abriera la compuerta—. Haz tu magia, Hooper.

Este obedeció, abrió la gaveta y estiró la plancha para exhibir el cuerpo de Ivan Romanoff. Ambos les observaron, era pálido con la sangre seca sobre su sien derecha. Thomas sacó dos pares de guantes del bolso de su bata y le entregó una a Bell.

—¿Qué vas a revisar?

—Romanoff era zurdo, como vez tiene un disparo en la sien derecha, es imposible que siendo zurdo te dieras un tiro de lado derecho.

—Buen punto.

—Pero quiero analizar el cadáver lo mejor posible.

—Adelante.

Isabelle agradeció con un leve asentimiento y posó su mirada en ese cuerpo. Llevó una de sus manos a uno de los bolsos de su abrigo y sacó su pequeña lupa, le extendió y se acercó a examinar las manos de la víctima. Fijando toda su atención en las uñas, supo que sus deducciones eran correctas, él no se había disparado. La pólvora no estaba recolectada en ninguna parte de la mano, menos en la uñas, donde era más fácil que el resto de la pólvora quedara. Subió hasta su cabeza y examinó la herida. Thomas observaba a su amiga, sin moverse e incluso trató que sus respiraciones no le desconcentraran. Bell observó con gran detenimiento la herida, descubriendo que la bala seguía incrustada en él.

—Pinzas —ordenó. Thomas quedó perplejo.

—¿Perdón?

—Pinzas —repitió, sin moverse.

—¿Qué viste?

—Dame las pinzas.

—Bell, no estas autorizada para extraer...

—¡Pinzas!

Asustado Thomas se dio la media vuelta y fue en busca del material quirúrgico. Llegó con su amiga y extendió las pinzas solicitadas. Bell las tomó, acercó las puntas hacía el orificio de la bala, la introdujo y extrajo el casquillo.

—Bolsa —dijo, Tommy obedeció y le entregó una. Bell le tomó y guardó la evidencia en ella.

Una vez cerró la bolsa, selló perfectamente la bolsa y miró a su amigo con una gran sonrisa—. Listo.

—¿Qué vas hacer? —preguntó extrañado.

—Lo examinaré.

—¿En el laboratorio?

—Por supuesto que no —él abrió los ojos—. En mi casa.

—Sabes que no puedes llevarte evidencia.

—¡Ay Hooper! —exclamó divertida mientras le pasaba de lado.

—¡Hablo en serio Isabelle! ¡Si me descubren que te deje llevarte evidencia me corren!

—¡No lo harán! —respondió mientras empujaba las enormes puertas de la morgue.

Isabelle caminó por el pasillo, esperando a que Thomas llegara a su lado, y miró como Rosamund llegaba a la puerta del laboratorio.

—¡Hola! —exclamó cansada.

—Qué bueno que llegas, Rosie, mira —dijo alzando la bolsa—. Lo tenemos.

—¡Genial! ¿No es ilegal eso? —cuestionó curiosa e Isabelle solo rió. Thomas llegó y llevo sus manos a sus rodillas, respirando agotado por tratar de seguir el paso acelerado de Bell—. ¡Hola Tommy! —saludó.

—¡Eh, Rosie! —Respondió alzando una de sus manos—. Me alegra verte, ¿cómo estás?

—Muy bien Tommy, ¿y tú...? Bueno ni para que preguntarte.

—Ya álzate Hooper —ordenó Bell y él le hizo caso. En ese momento el celular de Rosie sonó, lo sacó de su bolsillo y miró quien le llamada—. ¿Mi tío?

—Si... —dijo con un suspiro— esperen —Rosie deslizó el botón y con una gran sonrisa respondió—: ¡Papi, hola! Sí, estamos en Barts.

Rosie hizo una seña de que le esperaran y caminó para alejarse de ellos. Bell y Thomas entraron al laboratorio y este último decidió guardar lo que estaba realizando ante de que llegara Bell. Ella decidió tomar asiento y esperar a su amiga, y mientras lo hacía sacó su celular y lo observó develando que había llegado un mensaje. Isabelle soltó un leve y preocupante silbido al saber de quién era, y Thomas, al escuchar ese sonido le miró.

—¿Tu papá? —cuestionó, con algo de intriga. Ella afirmó suavemente mientras abría el mensaje.

"Te quiero en casa, lo más pronto posible."

SH.


—¿Estas muerta?

Ella alzó su mirada y rodó sus ojos por aquella interrogante, ignoró a su amigo y respondió el mensaje:

"No tardo papi, no desesperes."

BH.

Al mandar el mensaje, Rosie entró al laboratorio y, tan alegre como ella siempre lo era, se acercó a su amiga y enlazó sus brazos al de ella.

—Ya tengo que llegar a casa.

—Igual yo —respondió con una leve sonrisa.

—Ya termino mi turno, puedo llevarlas a casa, si necesitan un aventón.

—¡Gracias Tommy! —Exclamó Rosie—. Eres nuestro salvador.

Hooper miró con una sonrisa a sus amigas y, terminando de guardar todo, se alisto para llevarlas a casa.

El recorrido fue muy animoso gracias a las pláticas de Rosie y Tommy; cada palabra era algún recuerdo de la infancia, o para molestar a Bell, quien se mantuvo serena todo el trayecto, llevando una sonrisa interna consigo al recordar todos esos bellos momentos. Primero dejaron a Rosie, ya que el Doctor Watson no paró de llamarle, y al estacionar frente a la residencia miraron a John, sentado en el porche de su casa, mirando atento a la calle.

—¡No puede ser! —exclamó Rosie con mucha pena.

—Mi tío siempre tan ansioso —dijo Bell con una enorme sonrisa, en lo que baja la ventana de la puerta—. ¡¡Hola tío John!! —gritó alegremente, al sacar su cabeza y extender su mano en un saludó.

John se alzó de donde estaba y se acercó al vehículo, no se veía muy contento. Al llegar, se cruzó de brazos y se agachó para mirar a Bell y Thomas Hooper.

—Hola cariño, Thomas —saludó.

—¡Doctor Watson, gusto en verlo! —exclamó alegre el muchacho.

—Tío, ¿por qué esa cara? —cuestionó con un leve puchero.

El Doctor Watson suspiró y me inclinó un poco más para mirar a su hija, quien con una sonrisa nerviosa le respondió a esa mirada preocupada.

John Watson, con su blanca cabellera y sus marcadas arrugas a un costado de sus ojos, hizo una seña para que Rosie saliera del auto. La joven rubia se hizo la que no entendió y John suspiró.

—Tío —llamó Bell ante la reacción de este—. Sé que estas preocupado por lo que paso la última vez, pero te juro, que este caso es algo sencillo. Es un simple homicidio.

—Bell, hija, sea un homicidio, un robo o un ataque terrorista, el hecho que sus vidas estuvieran en peligro no nos quita el miedo a mí, ni a Sherlock.

—Tío John, te entiendo, créeme, pero hemos sido cuidadosas en nuestros casos. ¿Verdad Rosie? —preguntó mientras volteaba a mirarle.

—Claro papi, te he dicho que no te preocupes. Hemos sido muy cuidadosa.

John suspiró y llevó sus manos sobre la puerta.

—Vamos tío, tu sabes que esto nos gusta.

—Bell...

—Papá, a mi tío Sherlock y a ti le ha pasado lo mismo, le sigue pasando lo mismo —rectificó.

—¡No nos comparen!

—Tío... —dijo seria Bell.

John resopló cansado a sabiendas que las chicas tenían razón. Alzó su mirada y se cruzó con esa escéptica mirada de Bell, esa misma mirada de Sherlock. Dio a entender que ellas habían ganado y Rosie, tan alegre por ver esa cara de rendición en su padre, salió del coche y corrió abrazarlo y agradecerle por aceptar que siguiera en los casos.

—Te quiero papi.

—Claro, cuando te conviene —dijo serio. Rosie deshizo su abrazó y miró extrañada a su padre, quien dibujo su rostro con una sonrisa satisfactoria.

Bell y Thomas no evitaron sonreír ante la respuesta del Doctor.

—Buena esa Doctor —dijo Thomas.

—No seas mentiroso papá —mencionó Rosie con una mirada seria, idéntica a la de Mary.

—Ya, ya, estaba jugando —en ello le dio unas leves palmadas en su espalda y volteó a ver a Bell—. Cariño ve a casa, Sherlock ha de estar preocupado por ti.

—Lo está tío.

—Váyanse, te veremos mañana hija y Thomas, mándale saludos a tu tía. Pronto la iremos a ver.

—Claro que sí, Doctor Watson, yo le digo. Un gusto verlo.

—Igualmente Thomas. Hasta pronto.

Hooper arrancó su coche y con una sonrisa Bell se despidió de los Watson.

Ambos iban en silencio, Bell se dispuso a mirar su celular y responder a una infinidad de mensajes que tenía tanto en sus redes sociales como en privado. De vez en cuando Thomas le miraba de reojo, sintiendo los nervios recorrer su cuerpo; sus sentimientos por ella no había desaparecido en todos estos años. Llegaron a Baker Street y estacionó frente a la casa.

—Llegamos.

Bell pareció volver en sí, miró a su edificio y a su amigo.

—Gracias Tommy —respondió con una sonrisa.

—No agradezcas.

Ambos se miraron, la sonrisa que Bell forjó lentamente se desvanecía mientras que Thomas trataba de controlar sus nervios; con calma los dos comenzaron acercarse y al tener sus rostros, a menos de diez centímetros, el celular de Bell timbró. Los dos quedaron asustados y Bell volteó su mano para descubrir un nuevo mensaje de su papá.

"Te estoy esperando."

SH.

—Y-yo... yo lo siento B-Bell —habló nervioso.

—No pasa nada —respondió serena—. Gracias por todo y salúdame a Molly.

—Sí, si... hasta pronto.

Los dos finalizaron con unas sonrisas fugaces y Bell salió del coche. Thomas recuperó un poco la calma y una sonrisa, entre nerviosa y juguetona, se lineó en su boca para así encender su coche e ir a casa.     

Al ver a su amigo irse, Bell dejó escapar un suspiró agotador, se dio la media vuelta y camino hacia Speedy's. Entró en el local y con gran armonía le recibió quien ahora llevaba el cargo de la tienda.

—¡Isabelle! —exclamó la mujer de cabellos oscuros y tez morena.

—Elena —respondió con una alegre sonrisa. Ella se acercó, le abrazó y la inundo de besos en cada una de sus mejillas. Elena era unos quince centímetros más baja que Isabelle—. A mí también me alegra verle.

—Dime mi niña, ¿qué se te ofrece?

—Necesito unos biscuits, de preferencia, receta de la señora Hudson.

—¡Claro! Para ti y tu padre siempre será receta de la señora Hudson.

—¡Oh, la dulce señora Hudson! —suspiró Bell, con aire nostálgico—. El día que se fue, Londres cayó con ella.

—Así es —respondió Elena tristemente—. Martha fue mi mejor amiga y maestra —un silencio les abrumó y Bell buscó romperlo con un suspiró triste, Elena miró a la muchacha y, evitando las lágrimas, palmeó el pecho de ella—. Recuerda lo que nos dijo, nada de lágrimas ni tristezas. Ánimo Isabelle. Alistaré tu cajita de biscuits. Bell sonrió y esperó a que Elena prepara todo.

Al entrar a casa Bell olió su sacó y blusa para cerciorarse que el aroma a cigarro no estuviera ahí, respiró profundo y distinguió el olor de medicamentos y hospital y un poco de la colonia de Thomas. Con eso estaba bien. Se alistó y subió los escalones de dos en dos. Llegó al 221B, la puerta estaba abierta, asomó un poco su cabeza y miró a su padre, en la mesa del comedor, examinando algo en su microscopio.

—Entra ya —ordenó súbitamente. Bell se sorprendió y entró al living room.

—¡Hola papi! —Saludó con una gran sonrisa—. ¿Llegó un nuevo caso?

Sherlock no respondió, ni deshizo su posición. Isabelle observó a su padre, sus rulos seguían como siempre pero a ellos se adherían unas cuantas canas, sobretodo predominaban en la cabellera de su sien. Sus arrugas eran predominantes al costado de sus ojos y labios, y a pesar de su edad, Sherlock Holmes conservaba su cuerpo y elegancia, al igual que su agilidad de combate. La edad no le impedía aun parar de resolver crímenes.

Isabelle siguió esperando por una respuesta, y al no obtenerla resopló amargamente.

—¿Aún estás molesto, papi? —Sherlock no volteó a mirar a Isabelle, mantuvo la mirada a su microscopio, más ya no analizaba nada, sus dedos índices golpeteaban el aparato—. ¿Biscuits? —preguntó Bell abriendo la caja que traía en mano.

—¿Receta de la señora Hudson? —dudoso cuestionó.

—Sip.

Sherlock volteó y tomó varios biscuits colocándolos sobre la mesa.

—Esto no cambiará nada, Enola.

—Lo sé —dijo con tono amargo. Cuando su padre le llama así eran por dos razones, o estaba preocupado o enojado—. ¿Pero al menos lo puede ablandar?

—Nop.

—¡Papá! —Exclamó dejando la caja sobre la mesa—. ¡Ya te dije que lo sentía!

—Casi mueren Rosie y tú en ese caso —contestó seriamente—. ¿Crees que es tan fácil que no me enoje contigo?

—Ya pasó casi más de medio año y ya me sermonearon lo suficiente, tú y el tío John. ¿Necesito escuchar más?

—Si —contestó mientras se alzaba de la silla—. Mereces escuchar eso y más.

El detective ajustó su saco, tomó uno de los biscuits para llevarlo a su boca, y empezó a caminar hacia el living room. Bell suspiró amargamente mientras le observaba.

—Papá...

—Ya no compliques esto, ¿quieres?

Bell se cruzó de brazos y vio a su padre tomar asiento en su sillón.

—¿Crees que no me importaba lo que nos pudiera pasar a Rosie y a mí? —preguntó molesta. Sherlock junto sus manos y las colocó bajo su barbilla—. ¡Claro que sí! Sabes, perfectamente, que jamás dejaría que algo le pasará a Rosamund.

—Y ella jamás dejaría que algo te pasará a ti —continuó Sherlock—. Y eso preocupa a John.

—¿Y a ti? —preguntó curiosa.

Sherlock no contestó. Una media sonrisa apareció en el rostro de la joven, su padre podría seguir siendo aquel hombre frío y calculador, una máquina ante los ojos de cualquiera, pero en el fondo ella sabía que él se preocupaba por ella y Rosie de una manera inimaginable.

—Te prometí medir mis casos, y lo estoy cumpliendo, más cuando Rosie me acompaña.

—No lo creó —dijo moviendo sus ojos a ella—. Tú y Rosamund son un equipo. Han estado juntas en los peores momentos. ¿Crees que Rosie no ha notado el cambio en tus casos? Me sorprende que no pensaras en ello.

—Claro que lo he pensado, por favor papá.

—Rosie tiene la inteligencia de su madre.

—Pero tiene el alma caritativa del tío John, será fácil engañarla un poco —sonrió y se hincó junto a su padre—. Sabré medirme, papá, hice mi promesa que siempre cuidaría de ella. No pienso romperla.

—Nadie romperemos esa promesa —mencionó severo, mientras llevaba sus manos a los descansa brazos. Bell colocó sus manos sobre una de las de su padre y le miró con ojos tiernos.

—Perdóname, papi. ¿Si?

—No me vas a doblegar —la muchacha realizó un puchero triste mientras dejaba descansar su barbilla en el descansa brazos. El detective arqueó se ceja mientras miraba déspota a su hija—. Quita esa cara —ella negó—. Enola...

—Por favor... —suplicó con voz infantil.

Sherlock lanzó un suspiró agrio y miró a su hija.

—De acuerdo, lo aceptó —Bell chilló de felicidad, se alzó y le dio un beso en su mejilla—. Pero eso no cambia el hecho que fumaras —Y ella abrió sus ojos de par en par—. ¿Qué te dije sobre el cigarro?

—Que es malo —respondió con una sonrisa nerviosa.

—Exacto. Usa los parches, son más eficientes. ¡Oh! Y antes de que se me olvide, ¿qué te dije sobre la distancia?

—¿Es de verdad eso papá? —cuestionó sorprendida y molesta.

—Muy cierto. Ya te he dicho que mantengas una distancia con el joven Hooper.

—¡Papá, ya no tengo diez años!

—Me importa poco —dijo muy sonriente.

—¡Ay papá! —exclamó en tono agrio.

—Habiendo aclarado nuestros problemas, quiero que me muestres lo que conseguiste en la morgue.

Bell asintió veloz y sacó la muestra de la bala, se la dio a Sherlock y este la analizó con minuciosos detalle.

—Ivan Romanoff, un bielorruso, nacionalizado inglés, de cuarenta y ocho años. Scotland Yard quiere cerrar el caso como suicidio...

—Pero lo mataron —continuó Sherlock.

—Así es. El tipo era zurdo, lo descubrí por el uso de sus objetos personales, el disparo fue en la sien derecha.

—Buena deducción, cariño.

—Gracias.

—¿Y quién crees que lo matara?

—Estoy pensando en la mafia rusa, ya sabes, por esos conflictos que últimamente tiene con los de Europa del este. Y el asesinato tiene el toque de ellos.

—Me parece correcto, pero estas equivocada.

—¡¿Perdón?! —exclamó confusa.

—Sígueme —dijo con una gran sonrisa. El detective se alzó de un brinco de su sillón y Bell le siguió sus pasos. Llegaron a donde estaba el microscopio, Sherlock hizo de lado lo que estaba examinado y con gran delicadeza llevó la bala bajó la lente de su aparato. Comenzó a analizar el material mientras que Bell le examinaba severamente.

—Estaba en lo cierto —soltó, momentos después.

—¿De qué?

—El material de la bala fue de origen inglés, no ruso. Sabes perfectamente que los rusos usan materiales que ellos mismo fabrican. Tu asesino es compatriota.

La joven quedo sorprendida ante la deducción de su padre, quien sonrió enormemente.

—Gracias papi.

—Un placer, hija. 

Bell yacía recostada en el sofá, meditando con respecto a su caso, Sherlock se mantuvo en su sillón, de la misma manera que su hija, y sus pausadas respiraciones resonaban en el lugar.

—¿Sabes que estoy pensando? —interrumpió Bell.

—Dime.

—Que pronto mi tío Mycroft, junto a Horace, se involucraran en esto.

—Me sorprende que no lo hayan hecho aún.

—La verdad... creo que a mi tío ya le pesan los años —Sherlock posó una media sonrisa—. Ya todo se lo deja a su sirviente, Horace.

—De verdad que admiro a ese sujeto, tantos años soportando a Mycroft y sin quejarse, tiene mis respetos.

Ahora Bell posó una media sonrisa.

—Lo peor es que a mí me tiene vigilada las veinticuatro horas del día, tenía que copiarle las mañas a mi tío.

—¿Qué esperabas de un vasallo como él?

Unas leves carcajadas cubrieron el lugar, a la par que el sonido de una garganta afinada. Sherlock y Bell abrieron los ojos y descubrieron a Horace Mitchell bajó el dintel de la puerta.

—Hablando del rey de roma —dijo la joven, mientras volvía a recostarse. Horace resopló furioso.

—¿Qué te trae por aquí, a estas horas de la noche, Horace? —cuestionó Sherlock sin deshacer su sonrisa.

—Primero que nada, buenas noches señor Holmes, Enola —la joven rodó sus ojos—. Y, segundo, escuche su pequeña conversación acerca de mi persona.

—Qué bueno —respondió Bell.

—Hija, por favor, cuida tus modales con el vasallo de Mycroft.

Y ambos no ocultaron sus risas. Horace, un hombre de alta estatura, cabello castaño claro; ojos grises, con una nariz aguileña y una complexión delgada, ardió en coraje ante las burlas de los Holmes.

—¿Podrían detener sus risas? —exigió.

—¡Qué amargado eres, Horace! —Clamó Bell—. Igualito a mi tío.

—¿Qué se te ofrece, Horace? —inquirió Sherlock.

—El señor Mycroft me pidió que les viniese a visitar, para verificar si estaban en buen estado.

—¡Qué lindo mi tío!

—Estamos en perfectas condiciones, Horace, no nos hace falta.

—El señor Mycroft estará alegre de oír eso —ambos sonrieron—. También mi presencia es debida para saber en qué se encuentran metidos los dos. El señor Mycroft quiere saber qué casos están manejando.

Tanto Shelrock como Bell rodaron los ojos.

—Horace, por favor —dijo Bell.

—Horace, dile a mi hermano, que no tiene necesidad de saber en lo que estamos metidos. Nosotros no las sabemos arreglaremos solos. Ahora, si no te molesta, puedes retirarte y buenas noches.

El joven Mitchell suspiró cansado, se dio la media vuelta para salir de ese lugar cuando se detuvo.

—El señor Mycroft me ha pidió que le diera cordiales saludos.

—Lo dudo de él, pero igual le mandamos besos y abrazos —finalizó Sherlock con una gran sonrisa.

Y ante el comportamiento de esos Holmes, Horace se retiró del 221B.

 A la mañana siguiente Rosie se encontraba desayunando junto con su padre, ambos platicaban de cosas triviales cuando el celular de la joven sonó, ella limpió su boca y se alzó de la mesa para ir por su teléfono, a conciencia de quien probablemente le llamara fuera su amiga Bell. La tener el teléfono es sus manos miró un mensaje de texto que no provenía del número de ella. Extrañada Rosie le abrió y leyó su contenido.

"Si quieres saber que le pasó a Ivan Romanoff, te veo en media hora, en la piscina de Londres."

La joven Watson quedó petrificada por lo que leyó, por su mente pasaron varias cosas, pero la primera y por mayor instinto era avisar a Bell.

—¡¿Rosie?! —llamó su padre desde el comedor.

—¡Ya voy! —exclamó nerviosa mientras guardaba su celular en el bolso de su pantalón.

Llegó al comedor y tomó asiento para terminar su desayuno.

—¿Era Bell? —preguntó John al llevar su pan a la boca.

—¡Si! —respondió, algo nerviosa—. Encontró una pista en el caso Romanoff.

—Me alegro. ¿Iras a ver?

—Sí, sabes que asisto a Bell en sus casos. No puedo fallarle.

—Es verdad —dijo con una sonrisa—. Pues nos vamos juntos a Baker Street y...

—No —interrumpió y John se extrañó.

—¿No?

—Ajá, Bell no estará en Baker Street. La veré en Barts.

—Entonces te dejo en Barts.

—No papi, harás mucha vuelta de aquí a Barts y de Barts a Baker. Me voy sola.

—¿Segura?

—Sí, tu tranquilo, todo estará bien —y con una sonrisa se acercó a él y le dio un beso en su mejilla. John tomó las manos de su hija y la apretó con mucha fuerza.

—Cuídate mucho, amor.

—Siempre papi.

Después del desayuno Rosie dejó la casa y fue directa hacía ese lugar.

Al llegar descubrió que estaba solo, y al sentir un poco de miedo, la joven envió un mensaje a su amiga pero el sonido de un arma y el estruendo de una bala entre su mano y celular la hicieron quebrarse en pánico. La joven rubia notó un hilo de sangre en su mano y ante el pánico que le abrigaba, alzo sus manos en señal de paz. 

—¡No estoy armada! —nadie respondió—. ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué sabes sobre Ivan Romanoff?! —Una risa inundó el lugar y las piernas de Rosie comenzaron a temblar—. ¡¿Quién demonios eres?! —demandó.

—Oh mi querida Rosie... como han pasado los años.

Los Holmes yacían en su residencia, John arribó y miró a su amigo trabajando en la mesa del comedor mientras que Bell se encontraba en la mesa, donde colocaban sus laptops, leyendo los periódicos sensacionalistas.

—Buenos días —saludó extrañado.

—Buenos días John —respondió Sherlock.

—Hola tío John —continuó ella.

—Bell —llamó y la joven respondió con un leve sonido en su garganta—. ¿No vas a ir a Barts?

—¿Barts? —cuestionó extrañada.

—Si. Esta mañana le mandaste un mensaje a Rosie de que la verías en Barts.

Atónita por lo que su tío dijo, la joven alzó su mirada y le miró.

—Alerta roja —soltó Sherlock mientras se alzaba de sus sillas—. ¡Alerta roja!

Los tres comenzaron a correr por todo el apartamento, Bell y Sherlock se colocaron sus abrigos mientras John llamaba a su hija.

—¡¿Por qué te mintió Rosie?! —preguntó alterado Sherlock.

—N-no... ¡No lo sé! Dijo que Bell le mando un mensaje para el caso que están llevando.

—Tal vez se está bien con un muchacho —dijo la joven mientras miraba su celular, en búsqueda de cualquier mensaje.

—Claro que no, hija —dijo Sherlock—, le espantamos al último novio.

—Cierto...

—Hay que buscarla en todos los lugares que frecuenta —continuó el detective—, le pediré a Mycroft que nos de las cámaras de seguridad.

—Voy contigo —mencionó John alterado.

—Llamaré a Tommy para que nos ayude. Tal vez si esta en Barts.

Los tres salieron de la casa, Sherlock y John tomaron un taxi para ir hacía uno de los posibles destino donde Rosie podría estar; Bell les miró irse mientras tenían el celular pegado a su oreja. Thomas nunca contestó el teléfono, le maldijo y al querer insistir vio como entraba una llamada de un número desconocido.

—¡¿Quién eres?! —gritó, al momento que contestaba.

—Bell —escuchó la voz quebrada de Rosie.

—¡Oh, Rosamund! —exclamó, sintiendo su corazón encogerse—. ¡¿Dónde estás?!

—La piscina de Londres —respondió y la llamada se cortó.

Sin más tiempo que perder Bell paró un taxi y fue rumbo a ese lugar.

Isabelle entró corriendo a ese sitio que tanto odiaba, le traía terribles y angustiosos recuerdos. Miró a todos lados en búsqueda de su amiga, Rosie no se veía por ningún lado y ella comenzó a frustrarse.

—¡¡Rosie!! —gritó.

—¡Hola! —exclamaron a sus espaldas. Bell se dio la media vuelta y descubrió a un hombre, vistiendo un elegante traje westwood y con sonrisa cínica. Ante esa presencia, Bell sacó una pistola que llevaba a escondidas, le apuntó y le observó mejor. Era alto, de un metro ochenta, cabello azabache bien peinado, y unos ojos azules que ya había visto en un pasado. El hombre siguió los pasos de la mujer, sacó una pistola y le apuntó y Bell sintió su corazón latir a un ritmo casi cardíaco.

—¿Eric? —cuestionó aterrorizada.

—¡Bingo! —Gritó—. ¡Tardaste en deducirlo, querida!

—No puede ser... ¡¿Dónde carajos esta Rosie?!

—Tranquila cariño —Eric chasqueó sus dedos y Rosie apareció detrás de él, llevando consigo varias bombas atadas a su cuerpo.

—B-Bell...

—Tranquila Rosie, todo estará bien.

—Bell, no des falsas esperanzas. ¿Recuerdas la última vez que lo hiciste y todo lo que paso?

—¿Ultima vez? —cuestionó confusa la rubia.

—¡Oh, Rosie, mírate! Creo que tú no me recuerdas, ni lo que paso. Eras una bebé cuando Isabelle y yo nos conocimos, fuimos buenos amigos. ¿Verdad, Bell?

—Deja ir a Rosamund, Moran —demandó furiosa sin dejar de apuntarle—. Sea lo que estés planeando y esto es en entre tú y yo, no ella.

—Bueno Bell, tienes razón. Lo que vamos a discutir es entre tú y yo, sin embargo, conozco tu amor por Rosie. No voy a desperdiciar la oportunidad de verte sufrir. La verdad, mi querida Watson, lamento tenerte atada a un bomba pero fue necesario.

—¡Qué demonios quieres, Sebastian! —gritó.

—Tú bien lo sabes. Quiero vengarme por lo que le hiciste a mi padre —dijo con rabia. Bell tragó difícilmente—. Y divertirme contigo, no puedo negar eso.

—¿Por lo que le hice a Moriarty? —Preguntó con una media sonrisa—. ¡Por favor!

—Mataste a mi padre, nuestro padre.

—¿Nuestro? —interrogó extrañada Rosie. Bell le dio una rápida mirada y luego retomó a Sebastian.

—Moriarty murió por que él lo busco. Solo hice su sueño realidad.

—Eso no me importa —Eric alzó su mano y volviendo a tronar sus dedos, varios miradores apuntaron a Isabelle y Rosie—. Mi querida Isabelle, Enola, no sabes cuánto he esperado por esto. Todos estos veinte años, cada vez que dormía veía la imagen en donde mataste a mi padre, y siempre soñé con él día en que te vería arder a ti y a ese imbécil de Sherlock, y hoy ha llegado ese momento.

El sonido de las armas asusto a Rosie y estremeció a Bell. La rubia empezó a derramar sus lágrimas, mientras veía a su mejor amiga, dándole a entender que esto era una despedida. Bell tragó difícilmente, los nervios le habían consumido sin saber cómo podrían salir de esta. No era la primera vez que sus vidas peligraban, pero hoy, la sed de venganza era la mayor estrella en este caótico infierno al cual se arrastraron cual vil trampa. Sebastian estaba listo para dar la orden, la muerte sería a quema ropa más una inmensa explosión, y en ese momento, como si de un milagro fuera, el celular de Moran sonó.

Eric resopló molesto, bajó su mano y tomó su celular.

—¿Qué sucede? —respondió molesto. Bell y Rosie quedaron pasmadas ante lo que sucedía—. ¡Oh, por favor, Jamie! —exclamó furioso y mientras rodaba sus ojos. Eric comenzó a caminar y se alejó de ellas, pero ninguna se movió, se mantuvieron firmes—. Si así lo deseas, así será —finalizó la llamada. Eric les miró y una deslumbrante sonrisa cubrió su rostro—. Hoy tuvieron suerte, queridas —tronó sus dedos y las luces de los miradores desaparecieron—. Me temo que hubo un inconveniente y tendremos que posponer nuestra reunión, pero les prometo que para la próxima, será delirante.

Eric se dio la media vuelta y desapareció del lugar. Cuando el silencio fue el único acompañante de las chicas, Bell guardó su arma y se acercó a su asustadiza amiga.

—¡¿Estás bien?! —preguntó aterrada.

—S-si... solo una pequeña herida en la mano —dijo mientras alzaba su palma.

—Ok, eso se puede curar...

—Bell... ¿qué demonios acaba de pasar?

—Es una larga historia Rosie, luego te la contaré —mencionó mientras trataba de quitarle las bombas.

—Moriarty... ¿no era el enemigo de mi tío Sherlock?

—Si... pero ahora, no te preocupes por ello —Bell logró quitarle las bombas, y la lanzó lejos de ellas. Llevó sus manos a su rostro y ambas se miraron a los ojos—. Es hora de irnos, nuestros padres están preocupados, nos van a volver a matar —y Rosie sonrió nerviosamente.

—Gracias... Bell.

La joven Holmes acompañó la asustadiza sonrisa de su amiga, y junto su frente con la de ella, agradecida de que nada malo hubiese ocurrido.

Eric caminó por las frías calles londinenses hasta que llegó a un pequeño parque, tomó asiento en una de las bancas y esperó paciente por su acompañante. Pasado unos minutos, una hermosa y mayor mujer, de largos cabellos platinados y exquisito vestido, miró al joven Moran, quien respondió con una sonrisa.

 —¿Por qué me detuviste, tía Jamie? —cuestionó.

—Querido Sebastian, créeme, a mí me dolió más esto que a ti. Entiendo tu sed de venganza por Jim, ya que la mía es igual a la tuya, pero tienes que comprender que debemos quemar a los Holmes, tal y como tu padre hubiera querido.

—Ella ya iba arder, tía, la tenía en mi palma. Tenía su debilidad y me interrumpiste.

La mujer alzó su mano para que este parara y él obedeció.

—Sebastian, tienes que seguir las reglas de este juego que tu padre dejo. Ahora los Holmes están advertidos que vamos detrás de ellos, y se preparan para la siguiente jugada.

—Pero nosotros estaremos un paso adelante que ellos, tía, nosotros hemos planeado todo esto por veinte años; ellos estuvieron confiados, pensando que los Moriarty había desfallecido.

—El día ya llegó, mi Sebastian, solo necesitamos esperar el tiempo correcto y los Holmes desearan no habernos conocido.

Jamie Moriarty, la hermana menor de James, sonrió ampliamente y Sebastian acompaño aquella arrugada y bella sonrisa, dispuesto a esperar el momento que tanto había anhelado por estos veinte años. 

Continue Reading

You'll Also Like

132K 7.5K 27
Noreen es una joven cientifica , sobrina de Virginia Potts, huyendo de su pasado llega a trabajar en Stark Inc. Siendo la encargada de desarrollar d...
71.9K 4.1K 72
Danielle vive en Manchester con sus padres. Pero ¿Que pasaría si esos no fueran sus padres? ¿Y si su único hermano, es en realidad alguien famoso? Al...
28.3K 3.3K 40
Una joven asesora del Buró de Investigaciones de California tras una apuesta con sus colegas es aceptada para trabajar con el mismo empleo en Scotlan...
3.7K 184 10
"Aquella noche en la fiesta, todo cambio" "Te deje que me hicieras daño..." "Ahora es mi turno de hacerte sufrir" #320 con la etiqueta de "allisonarg...