La pequeña Bell yacía sentada en un escalón de la planta baja, a su lado estaba su amigo Tommy, quien había rodeado un brazo sobre sus hombros en señal de apoyo. Mary, Molly y la señora Hudson, quien llevaba a una dormida Rosie en sus brazos, estaban de pie mirándose con gran inquietud.
—¿Qué estará pasando? —preguntó ansiosa Molly.
—No lo sé —respondió Mary mientras sonaba el piso con uno de sus zapatos—. Esperemos que nada malo.
—¡Oh mi Dios, cuando me dijo quién era, casi me desmayo! —exclamó la señora Hudson. Todos le miraron con asombro.
—Ya no sé mortifique señora Hudson —dijo Mary apoyando una de sus manos sobre los nerviosos hombros de ella—, Sherlock y John sabrán que hacer.
En el living room del 221B, la tensión se podía cortar con un hilo. Sarah Jones se encontraba sentada sobre la silla de los clientes y miró, un par de momentos a John, quien se sentía algo sofocado y después a Sherlock, quien no había dejado de analizar a su "cliente" desde que cruzó el umbral de esa puerta, luego sus ojos se posaron sobre todos los adornos rosados e infantiles.
—¿Interrumpí algo? —preguntó nerviosa.
—No.
—Si —respondió Sherlock a la par que su amigo.
John lanzó una mirada cautelosa al detective a quien pareció no importarle en lo absoluto. Sarah Jones sonrió preocupada.
—Lo lamento.
«Mentirosa» pensó Sherlock.
—No se preocupe, señorita Jones.
—¡Oh Doctor Watson —Exclamó dulcemente— llámeme Sarah! Y usted también señor Holmes, con toda confianza.
Sherlock sonrió descaradamente, John lo notó.
—De acuerdo —continuó John con una nerviosa sonrisa—. Sarah, bueno, supongo que ya ha de saber lo que le sucedió a su hermana.
—No tengo claro lo que le sucedió a Samara, Doctor Watson —en ello sacó un pañuelo de su elegante bolso Channel.
Sherlock observó con gran detalle.
«Egocéntrica»
—El señor Holmes, su hermano —dijo mirando al muy analítico detective—, me dio vagos detalles, pero me dijo que usted me explicaría con detalle.
—Entendemos —continuó John—, sería bueno comenzar, ¿no crees Sherlock?
El detective movió su vista hacia John.
Este tenía sus cejas alzadas y, con la mirada, apuntaba hacia el archivo de Samara. A mala gana Sherlock se alzó y acercándose a la mesa tomó el expediente sin omitir hoja alguna.
—Nos alegra que al fin llegará a Londres, señorita Jones —habló Sherlock, dejando algo sorprendido a John. No había usado más de tres palabras desde que ella llegó—. Su ausencia nos ha desconcertado demasiado. ¿Había problemas con Samara?
Sarah agachó un poco la mirada.
—¡Sherlock! —exclamó John a voz baja.
—No, no pasa nada Doctor Watson, el señor Holmes tiene razón con lo que acaba de decir —dijo a voz entrecortada—. Si, Samara y yo siempre hemos tenido conflictos, como todos los hermanos y hermanas del mundo.
Mientras Sherlock juntó los papeles, en su rostro se formó una media sonrisa, sus deducciones fueron correctas. John suspiró cansadamente.
—Señorita Jones...
—Sarah —interrumpió—, por favor llámeme Sarah.
—De acuerdo —dijo volteando a verle, su sonrisa aun no desaparecía—. Sarah.
Con un aire elegante Sherlock volvió a tomar asiento en su sofá y le lanzó el archivo a John, quien lo tomo ágilmente y observó a su amigo sorprendido.
—¿Qué fue eso?
Sherlock seguía sonriente.
—Sarah —prosiguió mientras tomaba su clásica pose—, ¿qué fue, con exactitud, lo que mi hermano le contó?
—Que mi hermana, como siempre, se metió en un problema y que usted se ha encargado de eso y también mi sobrina. Acto muy noble de su parte, señor Holmes.
—¿Es todo? —preguntó John sorprendido.
—Así es.
—¿Segura?
—Segura. El señor Holmes ya no quiere batallar con mi hermana —dijo con una delgada sonrisa—, ahora le pasó el problema a usted.
—Cierto —respondió sarcástico Sherlock— pero, por lo que veo a mi hermano no le gusta dar noticias completas. Le encanta el drama.
Ambos le miraron.
—Como a usted —continuó Sarah—. Ya veo que es de familia.
«Retadora» pensó mientras alzaba su ceja. John sonrió por lo bajo.
—Sarah, antes de informarle lo sucedido, ¿podría decirnos porque hasta ahora regresa a Londres?
Las miradas sorpresivas de John hacia a su amigo se volvían cada vez más frecuentes, mientras que Sarah se mostraba sería, sin dejarse intimidar por la actitud de Sherlock Holmes.
—¿Podría contarme, señor Holmes, lo que pasó con mi hermana? —Preguntó mientras se cruzaba de piernas—. Si Samara se ha vuelto a meter en un lio gordo, tengo derecho a saberlo.
La incomodidad que en principio navegaba sobre el living room del 221B, ahora se convertía en un cruel y silencioso campo de batalla entre Sherlock Holmes y Sarah Jones, y John sabía que tenía que detenerlos.
—De acuerdo —interrumpió con una falsa sonrisa. Ambos movieron sus ojos—, señorita Jones, con respecto a su hermana... queremos que, lo que le vamos a decir, lo tome con la mayor calma posible.
—¿Exactamente qué pasó? —Demandó, esta vez algo furiosa—. Mi hermana siempre fue una experta para meterse en problemas. Presiento que está en un lío gigantesco.
—Cierto —continuó Sherlock con su sarcasmo. John cambió la mirada sorpresiva por una sería.
—Señorita Jones —continuó retomando la mirada seria hacia ella—, de parte mía y de Sherlock, nos apena decirle que Samara...
—¿Samara qué?
John exhaló profundamente mientras que en su mente repetía la frase que diría sin que sonará lo más horrible posible.
—Sarah... —dijo expulsando el aire— Su hermana fue asesinada.
Silencio. Un silencio abrupto se formó.
En la planta baja, las mujeres se susurraban especulaciones con respecto a la situación de allá arriba mientras Bell seguía sentada, con una mirada hacia el vacío y junto a ella, fielmente, estaba Tommy.
—¿Bell? —preguntó preocupado. Ella solo respondió con un leve sonido en su garganta—. Esa mujer... ¿De verdad es tu tía?
La niña parpadeó veloz, volviendo cruelmente a la realidad en la que estaba y miró a todos los presentes. Aun confundido por todo lo que pasaba, Tommy siguió el ejemplo de su amiga y posó los ojos sobre el trío de mujeres que lucían terriblemente mal.
—Todo está muy tranquilo —habló nerviosamente Molly—. ¿Habrá pasado algo?
—Solo deben estar conversando —continuó Mary.
—Pero Molly tiene razón —siguió la señora Hudson—, cada vez que hay un caso debe haber escándalo de por medio. Te lo digo por experiencia.
—Concuerdo con la señora Hudson.
—Es verdad pero todos debemos calmarnos. Nuestros nervios y ansiedad nos están ganando y debemos mostrarnos firmes, tal y como John y Sherlock lo están haciendo.
—Tiene razón señora Watson —habló el pequeño Tommy y todas le miraron—, debemos ser firmes y esperar. Además es como tú siempre me dices, tía Molly, el señor Holmes y el doctor Watson siempre solucionan todo.
—Exactamente Tommy —continuó Mary con una cálida sonrisa—. Eres un niño muy inteligente y, todas, debemos seguir tu ejemplo. ¿Verdad?
Molly y la señora Hudson afirmaron con sus cabezas y sus rostros se vieron cubiertos por suaves sonrisas mientras Bell vio con ojos sorpresivos a Tommy.
El silencio se vio roto por los leves sollozos de Sarah. Las lágrimas recorrían sus mejillas con gran rapidez mientras John y Sherlock le miraban, uno con compasión y dolor y el otro con análisis y frialdad.
—¿Asesinada? —preguntó, aun sin creerlo.
—Señorita Jones —habló John con la mayor cortesía que, como el hombre británico que era, podría generar—, sabemos cómo se siente en serio. Pero necesitamos que nos responda unas preguntas.
—Mi hermana... ella siempre amo estar en problemas —continuó mientras se limpiaba las lágrimas—. Muchas veces le dije que acabaría muy mal, que algún día llegaría hasta la muerte, pero jamás me creyó. Siguió siendo la rebelde, la oveja negra de la familia; siempre fue una estúpida.
Sherlock arqueó una de sus cejas ante el último comentario. En ningún momento había dejado de observarle. La sutileza de su llanto le llamaba la atención, se veía el dolor y la tristeza, pero había algo más que no le gustaba del todo al detective.
—De verdad lo lamentamos señorita Jones —sinceró John.
Sarah cabeceó levemente.
—Señorita Jones —continuó sereno Sherlock—, creo que sería bueno empezar hablar sobre el caso de su hermana.
Ella posó sus ojos llorosos sobre el detective y otro leve cabeceo surgió.
—Si... si señor Holmes, quiero que me cuenten todo.
—Y nosotros necesitamos que nos responda todo lo que sea necesario.
—Claro... adelante.
La gran cantidad de papeles del expediente habían cubierto por completo la mesa, John se había preparado con su libreta para los apuntes y Sherlock tenía su mejor postura.
—Antes de comenzar, necesitamos hacerle unas preguntas, son de rutina —ella cabeceo—, bien. ¿Su nombre completo, señorita?
—Sarah Katherine Jones —respondió mientras limpiaba sus lágrimas. Sherlock notó lo curioso en el nombre de las Jones, el primer nombre comenzaba con S y el segundo con K. Una posible tradición que fue cortada cuando Isabelle nació.
—¿Qué lazo formaba con la víctima, señorita Jones?
—Soy la hermana mayor. Samara y yo nos llevábamos siete años de diferencia —dijo con una leve sonrisa.
—¿Ocupación?
—Escort.
John alzó sus cejas y bajó la vista a su libreta, en cambio Sherlock lo tomó como si nada.
—Bien —continuó el detective—. ¿Señorita Jones, cuando fue la última vez que usted tuvo contacto con su hermana?
—Fue hace cinco años.
—¿Por qué tanto tiempo? —cuestionó curioso el detective.
—Samara y yo tuvimos una discusión. Honestamente, no recuerdo cual fue nuestro pleito pero, por ello, dejamos de hablarnos en todo ese tiempo.
—¿Siempre fueron así, de distantes?
—Se podría decir que sí, señor Holmes. Samara y yo éramos muy diferentes, yo siempre he sido una persona firme, fría de cabeza, en cambio ella no le importaba nada. Samara prefería vivir al día, la aventura y todo eso. Un claro ejemplo fue cuando se enredó con ese terrorista.
—¿Rupert Casey?
—Si. Ese mismo imbécil.
—Vaya —prosiguió curioso Sherlock—, ¿por qué ese odio hacía Casey?
—Por lo que le hizo a Londres.
Sherlock le analizó. Cada palabra sonaba con odio pero ese sentir no se debía por ello.
—Hay algo más —dijo después de unos momentos. Ambos le miraron extrañados—. No es solo por ese incidente.
—¿Eso cree, señor Holmes? —preguntó con cierto reto.
—Perfectamente, señorita Jones. ¿Qué era lo que le molestaba de Casey? —Preguntó seguro—. ¿Acaso era su trastorno depresivo? O ¿el hecho que es el padre de su sobrina?
Los ojos de Sarah se abrieron de una terrible manera ante aquella interrogante.
—¿Perdón? —cuestionó impactada. Sherlock le analizó—. ¿Qué fue lo que dijo?
—Que Rupert Casey es el padre de su sobrina.
La expresión de Sarah Jones fue sorprendente para ambos. Se veía, más que sorprendida, aterrada, casi asqueada por tal revelación.
—Sarah —habló sorprendido John—, ¿usted no sabía?
—¡Por supuesto que no! —Gritó—. ¡¿Me están diciendo que, el padre de mi sobrina, es ese infeliz de Casey?!
—Si —dijo Sherlock tranquilamente.
—¡¡No!! —gritó. Sherlock no dejaba de mirarle—. ¡No, no puede ser! Samara... Ella jamás me dijo quién era el padre —en esos momentos Sarah posó sus manos bajo su mentón. Las lágrimas volvieron hacerse presentes.
—Sarah, ¿necesita algo? —preguntó John cortésmente—. ¿Agua, tomar algo de aire?
—Lo sospechaba —dijo ignorando la caballerosidad de John—. Sospechaba que Casey podría ser el padre, pero me engañe a mí misma y llegué a pensar que podría ser del otro tipo.
—¿Otro tipo? —interrumpió John sorprendido.
—Si —dijo curiosa—, ¿saben que hubo otra persona involucrada en ese incidente?
—Sherlock, ¿Lo sabías? —cuestionó molestó.
El detective observó a su amigo, más no respondió. Se alzó de su sofá y comenzó a revolver los papeles del expediente. John y Sarah le miraban confusos.
—En primera, señorita Jones. Se le realizó una prueba de ADN a su sobrina, confirmando la paternidad de Casey. Así que, debe convivir con ello por el resto de su vida. En segunda... en los archivos que mi hermano llevó, indican un tercer involucrado el cual, mágicamente, desapareció tras el arresto de su hermana.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Sabe quién era ese tipo?
—Yo... no lo conocí, solo conocí a Casey.
—Sherlock, ¿de qué me perdí en todo este año de investigación?
—Solo ese detalle, mi querido John. Una tercera persona involucrada en el ataque terrorista de hace diez años. El problema de esa persona es que logró escabullirse mucho antes de dicho incidente.
—¿Y por qué no lo mencionaste antes?
—Porque tenía una intuición que, la señorita Jones, podría haberle conocido.
Sarah indignada observó al detective.
—¿Que insinúa señor Holmes?
—Insinuó muchas cosas, Sarah. Así que, para no insinuar más, seguiré con el interrogatorio. Le mencionaré algunos nombres y usted me dirá si le suenan —Sherlock aclaró su garganta mientras John miraba casi en shock—: Joseph Sebastian Moran, Charles Augustus Magnussen, James Moriarty.
Al oír cada nombre, John parpadeó perplejo y Sarah se mostró confusa.
—¿Le suenan? —cuestionó ansioso.
—Lo siento señor Holmes, pero ninguno de esos nombres me es familiar.
—¿Segura?
—Muy segura.
Sherlock estudiaba seriamente a la frívola Sarah Jones. Su ceño se fruncía suavemente a la par que su mandíbula se tensaba por la pesada mirada del detective. La mayor de las Jones podría tener una mente fría pero sin dudas era fácil detectar sus emociones con sólo verle el rostro. Estaba desesperada, ya que conocía alguno de esos hombres.
—Le repetiré los nombres señorita Jones y quiero la verdad, si no, usted estará involucrada en el asesinato de su hermana.
—¡Sherlock! —exclamó John. El detective alzó su mano hacia su rostro para callarle y sin dejar de ver a la tensa Jones. Está solo mostró una leve sonrisa.
—Joseph Sebastian Moran, James Moriarty y Charles Augustus Magnussen. Le repito ¿Le suenan alguno de esos nombres?
Sarah dejó de escapar un suspiro amargo y levemente afirmó con su cabeza. John se quedó de nuevo en shock mientras Sherlock sonreía victoriosamente.
—¿A quién de ellos conoce, señorita Jones?
—A Sebastian Moran —soltó en un tono amargo.
Por unos segundos Sherlock se mostró impactado. En el fondo esperaba que la respuesta fuera James Moriarty, pero Moran le tomó con algo de sorpresa.
—¿Conoció al general Moran? —cuestionó John.
—Así es Doctor Watson. El general —dijo en tono despectivo— Moran fue un cliente mío y de muchas de mis colegas. Una de ellas fue su amiga, señor Holmes —este, al oír esa frase sintió como un golpe bajo—. Así es, Irene Adler.
Sarah sonrió astutamente. Se había cansado de la actitud arrogante del detective.
—Ah... Sarah ¿Cómo sabe de...?
—¿Irene? En el pasado fuimos buenas colegas. Lo único que nos diferenciaba era que ella era una Dominatrix y yo una escort. Lástima de talento ya que ella, le encantaba jugar con fuego, y me imagino que usted los sabe perfectamente, señor Holmes. Qué pena su muerte.
Al escuchar cada una de esas palabras Sherlock mostró una postura sería y un tono de piel pálido. John lo notó.
—Discúlpeme Sarah, pero, ¿cómo sabe de la situación entre Sherlock y la señorita Adler?
—Irene era una fanática de usted y, por varios conocidos, supe algo de la situación entre ustedes. Pero, no estoy aquí para recordar a mi querida Irene...
—Cierto —dijo seriamente Sherlock—. Sería bueno que me contará sobre sus encuentros con Sebastian Moran.
—Podría hacerlo Señor Holmes, pero este hombre, ¿qué tiene que ver con mi hermana? ¿Acaso fue el tercero en el ataque terrorista?
—No podríamos confirmarlo pero podemos decirle que el general Moran fue asesinado junto con su familia hace un par de años y, por curioso que parezca, su hermana se interesó mucho por ese incidente.
—¿Mi hermana...? —cuestionó curiosa.
—Su hermana —continuó Sherlock—, supongo que sabía su trabajo así que, ¿conoció al general Moran?
—No. Samara, jamás supo los clientes con los que trataba. Si conocía mi empleo pero sabía que debía llevarlo con discreción.
John apuntó todo en la libreta mientras observaba casi fascinado. Sherlock guardó silencio y observó a Sarah. No mentía.
—¿Y su trato con el general Moran?
—Solo fui una dama de compañía. No hubo sexo, por si se lo pregunta, fui más un objeto a presumir.
—¿Por eso su odio, señorita Jones?
—No realmente señor Holmes, en la profesión del escort es normal, pero Sebastian Moran, era una escoria humana.
—¿De verdad? —preguntó John sorprendido.
—De verdad. Moran era un tipo corrompido por la avaricia y el poder. Supe, de buena fuente, que se manejaba con los peores criminales de Inglaterra, asegurando sus bolsillos. Así que, no me sorprendería que Moran fuera el tercero en discordia entre mi hermana y Casey.
Sherlock y John se miraron por unos momentos, trasmitiéndose entre sus miradas, que una posible fuente criminal fuera la de Moriarty.
—¡Vaya! —exclamó John.
—Toda una joya.
—Demasiada... —continuó Sherlock.
—¿Y, a todo esto, conecta Moran algo con el asesinato de mi hermana?
—Pues... Es lo que hemos intentado averiguar, Sarah. Pero, sin mentirle, esperábamos que usted fuera una solución a este rompecabezas.
—¿Yo?
—Así es —prosiguió Sherlock—. Su hermana fue asesinada por gente muy peligrosa. Y creemos que esa gente, es la misma que mató a los Moran, y siendo así, usted y su sobrina corren un grave peligro —Sarah parpadeó veloz pero en su mirada se podía notar el miedo—. Así que, ya aclarando esto Sarah, comience a hablar.
Ella tragó difícilmente saliva mientras observaba al detective.
En la planta baja, la señora Hudson caminaba de un lado al otro, Mary arrullaba a Rosie y Molly, para controlar sus nervios, limpiaba las mejillas de su sobrino, las cuales ya se habían tornado en un rosa claro.
Bell nunca dejo de estar sentada, no se había movido en todo el tiempo que llevaban ahí. Se había perdido en sus pensamientos, tal y como Sherlock solía hacerlo. Bell no paró de pensar en la llegada de su tía y en cómo había arruinado su celebración de primer año. Su tía, si es que podría llamarla así, en el fondo no había recuerdos gratos de ella, ni uno que valiera la pena. Siempre discutiendo con su madre y por cosas que no lograba recordar.
—¡Tía Molly, ya me duele el cachete! —exclamó el pequeño Hooper. Molly soltó su mandíbula y dejó de lado el pañuelo. Tommy agradeció y sobó su mejilla.
—Perdóname cariño, es que te vi la mejilla muy sucia.
—¿Por qué siempre me tienes que limpiar las mejillas?
—Para que te veas bien —dijo con una sonrisa nerviosa. Tommy suspiró.
—Ya llevan más de media hora —interrumpió la señora Hudson.
—Esto se está volviendo eterno... —continuó Mary.
Entre ese mar de nervios, todos pudieron escuchar como alguien bajaba los escalones. Ese alguien era John, y todos voltearon a verle a un ritmo perfectamente sincronizado, asustando así al doctor. John buscó con la mirada a la pequeña Isabelle, quien seguía estática en el escalón.
—Bell —llamó en un cálido tono paternal. La niña le ignoró.
Al notar esa actitud en ella, Mary se acercó y le tomó uno de sus hombros.
—Bell, linda. Te habla John.
La niña parpadeó, pareciendo volver en sí y volteó a mirar el rostro y la maternal sonrisa de Mary.
—¿Ya se fue? —preguntó esperanzada.
Ante esa cuestión Mary suspiró desanimada y negó con la cabeza.
—No, no se ha ido. John te habla. Tal vez tengan que decirte algo.
Bell se giró hacia el pie de los escalones y miró a su tío John, quien parecía no traer buenas noticias.
—Linda, ¿podrías acompañarme? Tenemos que hablar contigo.
La niña miró muy preocupada a John. Esas palabras, si bien había aprendido, nunca significaban algo bueno.