La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 3 Con los archivos

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By DeyaRedfield

—¿Acaso es una broma tuya? —Preguntó John con una risa nerviosa. La mirada de Sherlock mantenía un impecable asombro—. No es broma tuya...

John colocó sus manos sobre su rostro y miró a Sherlock, sin poder creer lo que acababa de pasar en esa cocina. Ambos se quedaron de pie en los escalones, impresionados. En ello escucharon que tocaron a la puerta principal y los dos movieron sus miradas para descubrir a Lestrade.

—¿Interrumpo algo? —preguntó extrañado.

—¡Oh, Greg! —Exclamó John—. Pasa, pasa.

—La puerta, la dejaron abierta —comentó mientras se acercaba a ellos—. Sherlock tengo una parte de lo que me pediste, lo demás lo traerá Donovan en un... —paró de hablar al notar a Sherlock quien, con una mirada perdida y percibiéndose más pálido de lo normal—. Sherlock, ¿estás bien? —inquirió preocupado.

Él movió sus ojos y observó al inspector.

—Si —contestó con mucha seriedad, dio la media vuelta y subió las escaleras.

Lestrade contempló extrañado aquella escena y, hasta que Sherlock se perdió de vista, volteó a ver a John con una gran interrogante en su rostro.

—¿Qué pasa? ¿Tiene algo que ver con lo de Moriarty?

—No —contestó serio John—, no realmente.

El inspector no comprendió lo que pasaba y en esos momentos apareció la señora Hudson con una cara bañada en nervios.

—¡John! —exclamó, casi alterada.

—¿Qué sucede señora Hudson? —cuestionó preocupado.

—¡Oh, John!, Bell...

—¿Bell? —interrumpió Lestrade extrañado, pero le ignoraron.

—Tranquila señora Hudson... La pequeña, ¿hizo algo?

—¿Pequeña...? ¿Qué diablos pasa aquí?

Watson y la señora Hudson voltearon a verle y lo único que hicieron fue hacerle una seña de que los siguiera. Lestrade comenzó a ir al ritmo de esos inquietos pasos hasta que llegaron a la puerta de la cocina y, a través del pequeño cristal que había, los tres se asomaron y el inspector descubrió a una pequeña niña.

—¿Quién es ella? —cuestionó extrañado. Ambos voltearon a verle.

—Llegó esta mañana buscando a Sherlock —respondió la señora Hudson.

—Sí, su nombre es Isabelle —continuó John—, pero el punto de esto es que... —en ello la niña movió sus ojos y distinguió a los tres acaparados en aquella ventana. Rápidamente se quitaron de ahí.

John y la señora Hudson se pegaron en la pared y sus caras se mostraban más acaloradas, en cambio, Lestrade seguía sin comprender lo que pasaba. La puerta de la cocina se abrió y apareció Bell, quien seguía analizando todo a su alrededor. Al voltear y ver a los tres adultos en la pared, posó la vista en Lestrade y este también miró a la pequeña, sin saber qué hacer o decir.

—Scotland Yard, esposa distante, rosquillas y café americano cada día —soltó como si nada, se dio la media vuelta y caminó hacia los escalones.

Boquiabierto ante lo que la pequeña le dijo, volteó a mirar a ambos, John alzó ambas cejas y apretaba sus labios mientras cabeceaba y la señora Hudson tenía sus manos en su pecho y se miraba abrumada.

—Acaso... —dijo sin creerlo— ¿Le hablaron de mí?

—Nop —respondió John mientras se cruzaba de brazos.

—Entonces esa niña acaba de hacer lo que...

—Sherlock hace —continuó John por él y Lestrade se quedó inmóvil.

Bell había llegado al living room y distinguió a Sherlock sentado en un sofá individual, tenía sus manos sobre su barbilla y una mirada perdida. Ella se mantuvo inmóvil bajo el marco de la puerta.

—¿Qué tanto deduces? —preguntó sin mirarle. La pequeña se extrañó.

Al no oír respuesta Sherlock movió sus ojos hacía ella, quien, rápidamente desvío la vista hacía toda la habitación. Ella se adentró y comenzó a caminar por entre todos los montones de periódicos que ya hacían regados por el lugar. Sherlock le seguía con su mirada, se mostraba curioso ante como la pequeña estaba actuando. Bell seguía observando todo con fascinación, a pesar del desastre que era la habitación. Ella miró cada pequeño detalle con una suave sonrisa.

—¿Qué es lo que has deducido? —insistió.

Retomando su vista al frente, Bell volteó y se quedó pensativa unos momentos. Sin pronunciar palabra alguna, Sherlock arqueó su ceja y no quiso mirarle más. Ella comenzó a caminar hasta llegar al enorme sofá, lo contempló con mucho detalle y el detective se percató de como la niña se recostaba en el piso. Bell merodeó debajo del sofá y con un brillo en sus ojos, estiró su brazo para sacar algo que estaba escondido. Al encontrar lo que quería, se alzó y se acercó a Sherlock, quedando frente a frente. Los ojos verdes grisáceos del detective se cruzaron con los ojos marrones de la niña. Ambos se analizaban. Sherlock empezó a ver más detalles en la niña, muchos de los cuales omitió en su primera deducción:

"Es ambidiestra, dibuja constantemente; sabe tocar el piano; es insegura; tiene ojeras, nunca duerme bien, posiblemente sonámbula; es algo consentida, ama el chocolate..."

Entre más se analizaban, Sherlock percibió algo familiar en ella, no obstante, su mente no lograba conectar aquella familiaridad. Se maldijo por dentro y agachó la mirada. Al verlo así Bell estiró su mano y la abrió para enseñarle a Sherlock lo que había encontrado debajo del sofá. Él alzó su mirada y observó con sorpresa lo que tenía en la palma de su mano, la jeringa que había utilizado anoche para drogarse.

—Malo —dijo—. Esto es malo.

A causa de ello, Sherlock observó desconcertado. En esos instantes percibió a la lejanía varias pisadas, sabía que todos estaban a punto de entrar al living room, y con cierto temor le arrebató la jeringa a la niña, escondiéndole en el bolsillo de su saco. John y Lestrade llegaron y contemplaron la escena en el cual Sherlock veía con aquella misma extrañeza y palidez que tenía a Isabelle y ella no dejaba de mirar al detective con el ceño fruncido.

—Sherlock —habló John, pero este le ignoró. El detective no dejaba de acechar a la niña. Era como si a través de sus ojos le pedía que no dijera nada con respecto a la jeringa—. ¿Sherlock? —cuestionó, un tanto molesto.

—John —respondió, sin dejar de observarla.

—¿Qué pasa aquí?

Bell cambió su ceño para sonreírle al detective. Lo había comprendido. Ella volteó con esa sonrisa y vio al Doctor Watson, quien estaba extrañado por la situación.

—¿Está todo bien? —preguntó Lestrade. Al oír su voz Sherlock volteó, un poco confundido.

—¡Oh, Greyson! —exclamó.

—Es Greg —dijo molesto.

—¿En serio? —Preguntó curioso y se alzó del sofá—. No importa —y acomodó su saco—, ¿tienes lo que te pedí?

—Aquí tengo una parte —mencionó mientras alzaba un folio amarillo.

—¿Y el resto?

—Donovan lo traerá en un rato más.

—Bien, espero que no demore. Nos urgen datos de este caso.

Sherlock colocó sus manos detrás de él, Bell tomó asiento en el sofá que pertenecía a John y sin disimular el detective mostró una mirada colérica.

—¡Ese es el sillón de John! —protestó. La niña alzó una aterrada mirada.

—Sherlock, no empieces —advirtió el Doctor.

—Me gusta aquí —respondió la pequeña a voz baja y a su vez nerviosa.

—Necesito que esté en su lugar —continuó mientras le miraba exasperado.

—Sherlock, no pasa nada si estoy en otro lugar. No es el fin del mundo —John tomó la famosa silla para los clientes y la colocó en medio de los dos sillones—. ¿Vez? El mundo sigue girando.

Casi humeando por sus orejas, Sherlock retomó la vista a John, el cual ya estaba sentado en la silla, y siguió con Lestrade. Se acercó a él y extendió su mano demandando el folio. El inspector suspiró amargamente y obedeciendo le dio el folio. Este se lo arrebató y retornó a su sagrado sillón.

Teniendo en frente a la niña le lanzó una mirada llena de rabia. Bell lo ignoró y subió sus piernas al brazo del mueble, las dejo ahí colgando y se recostó, sin dejar de mirar a Sherlock. El detective sentía la mirada de la pequeña y en el fondo comenzaba a incomodarle.

—Sería bueno que comenzarás a contar que fue lo que le pasó a tu madre —aún molesto pidió—. Así nos será más fácil identificarlo en los archivos.

—Sherlock —mencionó John en tono de advertencia.

—¿Qué es lo que exactamente está pasando? —Cuestionó Lestrade—. Necesito saber en qué me estoy metiendo.

—Isabelle —habló John y la niña le enseñó una mirada molesta. Tan poderosa fue esa ira que él quedó sorprendido—. Digo, Bell, ella llegó esta madrugada pidiendo ayuda a Sherlock. Al parecer asesinaron a su madre.

—¿Y fue testigo del asesinato? —preguntó Lestrade y Sherlock rodó los ojos.

—Creo que es algo obvio, inspector. Si no, no estuviera aquí —dijo irónico. Lestrade le miró seriamente.

—Bell —continuó John, dejando a relucir una dulzura paternal, y la pequeña llevó sus ojos con él—. Sé que esto es difícil para ti. La señora Hudson me dijo que estabas en estado de shock cuando llegaste —y escuchó como Sherlock dejó escapar una leve carcajada. Watson le miró molesto por el rabillo del ojo—. Pero necesitamos que nos digas que fue lo que pasó, con exactitud, para poder ayudarte.

Los ojos marrones de la pequeña se comenzaron a cristalizar y comenzó a respirar a ritmo lento. John y Lestrade le veían preocupados, en cambio Sherlock leía los casos sobre Northampton.

—Mamá —dijo con una voz entrecortada y en ello cerró los ojos. A su mente llegaron todos esos desacomodados recuerdos de esa noche—. Mamá... hombre malo... boom.

—¿Boom? —preguntó Lestrade. Sherlock alzó su mirada al oír esa palabra.

—Boom —repitió curioso—. Un arma —y como loco comenzó a buscar en los archivos casos que involucraran muertes por armas.

John y Lestrade vieron extrañados a Sherlock y luego retornaron con Bell quien seguía perdida en sus recuerdos. Un minuto pasó y ella no había pronunciado palabra alguna. El Doctor y el inspector comenzaban a preocuparse ante el repentino silencio de la niña. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué tanto había en su cabeza?

Sherlock continuaba en lo suyo, buscando como loco y ambos hombres ya no sabían cómo actuar hasta que vieron que, a través de las mejillas de la niña comenzaban a resbalarse unas cuantas lágrimas.

—¿Bell? —Cuestionó John preocupado y Sherlock alzó la mirada hacía con ella—. Bell, ¿estás bien?

La niña se había desconectado de la realidad, estaba sumisa ante sus recuerdos y un atónito Sherlock asimiló perfectamente en el estado que ella estaba.

—¿Isabelle? —llamó angustiado John, con la esperanza de que la niña le hiciera caso. Sherlock alzó su mano a la cara para callarlo y este se extrañó—. ¿Qué? —cuestionó molesto.

—¿Es que acaso no lo ves, John? —preguntó sorprendido.

—¿Ver qué? —cuestionó extrañado y Lestrade se sentía perdido ante la situación.

Sherlock bajó su mano y se alzó levemente del sillón, dejando caer varios documentos al suelo. Se acercó a la niña y al estar frente a ella se arrodilló para apreciarle mejor.

—Ella está... —se detuvo nervioso— Ella está en su palacio mental.

John abrió los ojos de par en par y Lestrade arqueó una ceja reluciendo más su extrañez. ¿Bell estaba perdida en su palacio mental? ¿Qué era lo que había en la cabeza de esta pequeña? ¿Qué tanto almacenaba? ¿Habría información de valor en ella? Mientras más incógnitas llovían en la cabeza del detective, él sentía que una parte de su mente se quebraba lentamente.

—Esa niña, es un pequeño clon tuyo —confesó Lestrade asombrado.

Escuchando tal revelación Sherlock reaccionó, se alzó del suelo y miró al inspector con coraje y sorpresa en su expresión.

—¡Esto es imposible! —exclamó irascible, dejando explotar su sentir. Los dos le contemplaron extrañados.

—¿A qué te refieres, Sherlock? —preguntó John confuso.

—¡No es posible! —Continuó gritando—. ¡Nadie, ninguna persona de esta tierra es capaz de comprender la ciencia de la deducción! ¡Nadie a la perfección! ¡Nadie puede tener un palacio mental...! ¡Nadie!

Lestrade y Watson se vieron curiosos y luego retomaron con Sherlock.

—¿Y qué hay de Magnussen?

—¡Él...! ¡Él no viene a este caso! Él no era una persona —susurró para sí—. Mi punto es, que esa pequeña —y le apuntó—, esa niña no puede hacer lo mismo que yo.

Ambos se miraron con más interrogantes en su rostro. ¿A qué se debía el repentino estallido del detective? ¿Nadie comprendía la ciencia de la deducción? ¿Nadie podía tener un palacio mental? Y mientras más pensaban, los dos se vieron con cierta picardía. Ambos creyeron comprender el comportamiento tan alterado del detective.

—Sherlock —llamó John—. Acaso... ¿Estás celoso?

Ante aquella reveladora confesión la mirada de furia que tenía el detective cambió a una desconcertada como un tanto apenada. Al apreciar su reacción, el inspector Lestrade no evitó dejar escapar una leve risa. Sherlock Holmes, el gran detective consultor, le tenía envidia a una pequeña que posee sus mismas habilidades. Esto era de no creerse.

—¿Estás celoso? —repitió John con una suave sonrisa.

—No —respondió seriamente y sus mejillas se barnizaron un poco de rojo.

—Sí, lo estás —continuó Lestrade tratando de no volver a lanzar aquella risa.

—Lestrade, cállate —ordenó algo incómodo.

—Sherlock —llamó John y este volteó a mirarlo—. Tranquilo, ¿sí? Veamos, Bell posé tus mismas cualidades, en sí no están tan desarrolladas, pero entiende tu ciencia de la deducción.

—¿En serio tienes que recordarlo, John? Qué redundante eres y me sorprendes.

—Sherlock... —reprendió seriamente.

—John, no logro entender a qué quieres llegar, pero déjame decirte que no, no estoy celoso que está pequeña posee mis mismas cualidades —expresó mientras hacía comillas con sus manos—. Lo que sí puedo decir es que, si ella sabe utilizar la deducción, que ella resuelva el asesinato y yo pueda concentrarme en... —pausó y realizó una mueca en su rostro, como si le doliera lo que quería pronunciar. Simplemente, no podía—. Tú sabes a lo que me refiero, John —continuó con seriedad.

Volviendo a mirarse, Lestrade y John cambiaron aquellas burlas a seriedad y en la habitación reinó el silencio. Era extraño que eso pasará en el 221B de Baker Street, sin embargo, esto se había convertido en algo incómodo. Los minutos se hicieron siglos y los segundos en milenios. Sherlock se alejó de John, se sentó en su sofá y miró que Bell abría sus ojos, de los cuales el resto de sus lágrimas cayeron. Parecía que la pequeña estaba en shock y sin más que poder hacer se soltó en llanto. John y Lestrade ya no podían estar más sorprendidos. El Doctor se acercó a la pequeña y trató de tranquilizarla, pero le era imposible.

Bell no paraba de llorar y pedía casi a gritos a su madre. Sherlock miró aquella escena sin ningún tipo de expresión y John colocó a Bell en su pecho, tratando de calmarla como si fuera un bebé. Lestrade había sentido que su corazón se quebraba en pedazos, en definitiva, era muy sensible con los infantes. Bell se refugió en John y continuó derramando sus lágrimas en la camisa de este mientras Sherlock fruncía su ceño ante lo que presenciaba.

—¿Aún estás seguro de que ella pueda resolver esto sola? —preguntó Lestrade molesto a Sherlock, quien volteó a mirarle sorprendido.

—Sherlock, Bell nos necesita —imploró.

Una presión inundó la cabeza del detective al estar siendo devorado por las miradas de estos dos hombres. Su única acción fue alzarse del sillón, ajustar los botones de su saco y mirarlos con compostura.

—De acuerdo —respondió hastiado y se fue a encerrar a su habitación.

John tardó un poco en calmar a Bell, pero lo había logrado.

—Creo que lo mejor es que esté con la señora Hudson, hasta que Sherlock deje de hacer berrinches —sugirió Lestrade y John volteó a mirarlo.

—Es verdad —mencionó mientras se cruzaba de brazos—. Esto es increíble.

—¿De qué hace lo mismo que Sherlock?

—Siempre creí que Sherlock era único, por hacer lo que hace. Y ahora aparece Bell y me hace pensar en tantas cosas —dijo con una media sonrisa. Lestrade le vio extrañado y John dejó escapar una sonrisa, entendiéndose por qué dijo eso y volvió a ver al rostro abstraído de Lestrade—. Sin embargo, Bell se equivocó en una cosa con respecto a mí —el inspector más confundido de lo que ya estaba arqueó una de sus cejas—. Ella me dijo que tengo un hermano cuando en realidad es una hermana. Hizo el mismo error de Sherlock.

John río para sí, le dio unas suaves palmadas en el hombro a Lestrade y se retiró. Al salir del edificio, John descubrió curioso un enorme vehículo en color negro aparcado frente al 221B y, acomodada en una de las puertas, estaba una hermosa chica texteando sin parar. Lo único que pudo hacer fue suspirar con desgana y acercarse.

—Hola —saludó algo nervioso.

La chica alzó la mirada y le sonrió, se hizo a un lado y abrió la puerta para que John entrara. Sin más que hacer John obedeció y se adentró en ese vehículo de gran clase. Una vez adentro miró a su compañera de viaje, que no paraba de textaear, hasta que volteó con él y este le sonrió.

—Hola, otra vez —dijo para animar el ambiente.

Ella sonrió y regresó a su teléfono y con su sonrisa y una mirada un tanto extrañada, John supo que de nada serviría y se dispuso de contemplar el panorama. Varios minutos después, el Doctor Watson notó al lugar que había llegado: El Club Diógenes. Otro suspiro desganado se hizo presente y salió del vehículo, despidiéndose de la chica textos quien solo le sonrió. Al entrar al lugar fue recibido por el mayordomo y le condujo hacia donde John ya se lo esperaba: La oficina de Mycroft Holmes.

Una vez en dicho lugar John entró y sentado detrás de aquel escritorio estaba el mayor de los hermanos Holmes.

—¡Ah, Doctor Watson! —exclamó al verlo—. Por favor, tome asiento —Curioso John obedeció y miró como Mycroft se acercaba a él con dos tazas—. ¿Té? —invitó con una falsa sonrisa.

—Gracias —Dijo John mientras tomaba la taza—. Dime, Mycroft, ¿en qué puedo ayudarte?

—¡Oh, Doctor Watson! —Exclamó mientras tomaba asiento frente a él—. Me ofende que piense que solo lo buscó por ayuda.

—Bueno, mi intuición dice que es algo relacionado con Sherlock —en eso rio con algo de nerviosismo y tomó de su té.

—Pues su intuición está en lo correcto, Doctor Watson. Vayamos al punto, ¿quién es la niña?

Casi a punto de escupir su té al oír la tan directa pregunta de Mycroft, John colocó la taza en la mesita y tomó la servilleta para limpiarse sus labios.

—¡¿Perdón?! —preguntó sorprendido.

—Me oyó perfectamente, Doctor Watson. ¿Quién es la niña que llegó al 221B?

—Pues... Yo, ah... Llegó pidiendo ayuda para un caso...

—¿Cómo se llama? —John le miró asombrado—. La niña, ¿cómo se llama?

—Isa... Isabelle —respondió nervioso.

—¡Oh, Isabelle! —Exclamó con una sonrisa—. Como nuestra reina.

—Si...

—Isabelle, es un nombre hermoso —y tomó de su té con fina elegancia. 

Sin saber que hacer John alzó sus cejas y agachó su cabeza para evitar contacto visual con Mycroft. El hermano mayor Holmes dejó su taza de té en el pequeño plato y miró a Watson—. ¿Y por qué buscó a mi hermano?

—Pues, yo... la verdad, no lo sé. Mycroft, Bell...

—¿Bell? —Interrumpió con una media sonrisa—. ¿Ya tan pronto con diminutivos?

—Es que a ella no le gusta que le llamen Isabelle.

—¡Oh, qué pena! Con tan hermoso nombre y lo detesta, que terrible. De acuerdo, ¿qué tipo de caso tiene para buscar la ayuda de Sherlock?

—Lo único que sabemos es que mataron a su madre, pero no habla mucho, ella... —en ello John cerró su boca para ya no informar de nada más al mayor de los Holmes.

Mycroft alzó su ceja y le observó. John seguía pensativo y buscaba las palabras adecuadas para no soltar más información sobre la niña.

—¿Qué pasa con Isabelle? —demandó—. ¿Qué tiene de especial?

John suspiró, jamás engañaría a Mycroft Holmes, a ningún Holmes en realidad.

—Ella hace lo mismo que Sherlock. La deducción.

Mycroft entrecerró sus ojos, frunciendo el ceño muy fuerte y contempló la cara de John Watson, en la cual se notaba la admiración y la sorpresa.

—Doctor Watson, no venga con estos juegos. La deducción solo la conocemos Sherlock y yo.

—Y Magnussen —añadió en voz baja.

—¿Perdón? —preguntó molesto.

—Nada... Pero es cierto lo que te digo, Mycroft. Esa pequeña tiene esa capacidad, no la ha sabido explotar como ustedes, pero la tiene.

Mycroft alzó más su ceja, nada convencido ante las palabras de John Watson. Colocó su taza de té en la mesita, cruzó su pierna derecha por encima de la izquierda y se acomodó en el sofá.

—Doctor Watson —habló seriamente—, ¿acaso está niña llegó pidiendo tutoría a mi hermano para expandir sus conocimientos de la deducción? ¿O usted lo ha propuesto?

—No... ¡No! —Exclamó extrañado—. Mataron a su madre y quiere que le ayudemos, ella está desesperada, nos necesita...

—No como Inglaterra necesita a Sherlock Holmes —interrumpió—. Sabe perfectamente las condiciones por las cuales Sherlock está aún libre, andado por nuestra bella Inglaterra. Necesita estar totalmente concentrado en James Moriarty.

—Mycroft, lo sé créeme que lo sé, mejor que nadie, pero...

—No, Doctor Watson, usted no lo sabe —en ello se alzó de su sofá y miró a John—. Le ayudaré a resolver este caso, para que Sherlock quedé libre lo más pronto posible. Solo dígame qué más sabe sobre ello.

—Ah... Pues, creo que la niña llegó de Northampton y...

—Con eso es suficiente —interrumpió molesto y salió de aquel lugar dejando a John completamente sorprendido e irritado.

Estando completamente solo, John escuchó su celular y notó que había llegado un mensaje:

"No le hables sobre la niña".

SH.

John captó que el mensaje lo habían enviado hace más de veinte minutos. ¿Por qué hasta ahora lo recibió? Sencillo. Cuando iba en el vehículo, con la chica textos, entraron a un túnel en el cual perdió señal y al llegar al club también la señal no era muy buena. Se maldijo por dentro y posó su mano sobre su frente, a modo de llamarse así mismo un inútil. Unos momentos pasaron y Mycroft apareció con una carpeta, John alzó su mirada y descubrió como este le entregaba un folio, lo tomó y leyó el título:

"Jones, Samara".

—¿Qué es esto? —preguntó asombrado.

—Su caso, Doctor Watson —declaró con tono déspota.

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