«Dios mío,
tú eres todo bondad,
ten compasión de mí;
tú eres muy compasivo,
no tomes en cuenta mis pecados.
¡Quítame toda mi maldad!
¡Quítame todo mi pecado!
Sé muy bien que soy pecador,
y sé muy bien que he pecado.
A ti, y sólo a ti
te he ofendido;
he hecho lo malo,
en tu propia cara.
Tienes toda la razón
al declararme culpable;
no puedo alegar
que soy inocente.
Tengo que admitir
que soy malo de nacimiento,
y que desde antes de nacer
ya era un pecador.
Tú quieres que yo sea sincero;
por eso me diste sabiduría.
Quítame la mancha del pecado,
y quedaré limpio.
Lava todo mi ser,
y quedaré más blanco que la nieve.
Ya me hiciste sufrir mucho;
¡devuélveme la felicidad!
No te fijes en mi maldad
ni tomes en cuenta mis pecados.
Dios mío,
no me dejes tener
malos pensamientos;
cambia todo mi ser.
No me apartes de ti;
¡no me quites tu santo espíritu!
Dame tu ayuda y tu apoyo;
enséñame a ser obediente,
y así volveré a ser feliz.
A los pecadores les diré
que deben obedecerte
y cambiar su manera de vivir.
Señor y Dios mío,
Dios de mi salvación,
líbrame de la muerte,
y entre gritos de alegría
te daré gracias
por declararme inocente.
Abre mis labios
y te cantaré alabanzas.
Yo con gusto te ofrecería
animales para ser sacrificados,
pero eso no es lo que quieres;
eso no te complace.
Para ti,
la mejor ofrenda es la humildad.
Tú, mi Dios, no desprecias
a quien con sinceridad
se humilla y se arrepiente.
Trata con bondad a Jerusalén;
vuelve a levantar sus murallas.
Entonces recibirás con gusto
las ofrendas que mereces,
y en tu altar se presentarán
becerros en tu honor. »
—Salmos 51
—BibliaGateway lenguaje actual.