Colores oscuros

Від NancyACantu

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He tenido constantes pesadillas que se han repetido a lo largo de mi monótona y corta vida. A pesar de que es... Більше

Aclaraciones
Dedicatoria
1. Visita al hospital
2. Noche de fiesta
3. Secretos
4. Noche de cambios
5. Despertar amargo
6. Su nombre, mi destino
7. Adoptada
8. Viaje a un nuevo hogar
9. Conociendo a la familia
10. Mascotas
11. Rituales
12. Mintiendo
13. Ojos rosas
14. Diana
15. Antes del baile
16. Extraños comportamientos
17.Esclavizada oficialmente
18. Descongelando corazones
19. Una infancia oscura
20. El vampiro de la Luna
21. Pretender es difícil
22. Impulsos incontrolables
23. Besos nocturnos
24. Ojos nuevos
25. Pelea por sangre
26. Buenas noches
27. Primer día de vida
28. Tentaciones
29. Giselle
30. Esperando por ella
31. Blake
32. Una última vez
33. Hogar dulce hogar
35. Traición
36. Secretos
37. Decisiones
38. Pelea
39. Dejándote solo
40. La ciudad negra
41. Hospital de memorias
42. Viaje a mis recuerdos
43. En el mundo real
44. Una de la mañana
45. Dos de la mañana
46. Tres de la mañana
47. Cuatro de la mañana
48. Cinco de la mañana
49. Última hora juntas
50. Nuestro final

34. La espera ha terminado

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Від NancyACantu

Me levanté sigilosamente, sabiendo que los hasta ahora brillosos rayos del sol, apenas se despedirían del mundo que le daba una cálida bienvenida a la tierna luna nueva. Nicole aun se encontraba en mi cama, desnuda y adormecida junto a las sabanas.

Anoche, lo habíamos hecho hasta el amanecer.

¿Quién diría que mi cuerpo se paralizase al verla y que, con tan solo abrirle la puerta, se me hubiese tirado encima?

Era como si el tiempo no hubiese pasado.

Sonreí hacia un lado, ya que hacía más de dos años que no la tenía junto a mí. Realmente, cuando nos revolcábamos entre la habitación, aún pensaba que todo era un sueño, una ilusión. Y es que mi corazón no había dejado de golpearme desde que la había visto entrar por el portón de la casa; esa llegada que pensaba que solo era otra jugarreta que me hacía mis anhelos y memorias.

Pero cuando la vi a ella bajarse del coche, tan cambiada, petrificada y melancólica, supuse que no estaba soñando de nuevo.

Ella estaba aquí al fin.

La miré una vez más, embelesado por la mujer en que se había convertido ahora. A pesar de que aquellas piernas se habían esterilizado, su pecho había crecido y su rostro se había afilado; ella seguía siendo mi Nicole, la inocente pero torpe niña que se enrojecía por cualquier cosa que le dijese.

Aquello me hizo soltar en el aire otra media sonrisa. Verla provocarme sutilmente mientras dormía, me hacía desear lanzármele de nuevo para despertarla a besos y hacerle el amor una vez más con locura; pero mis principios y deberes me incitaban a controlarme. Debía aguantar al menos un par de horas, porque lo habíamos hecho toda la noche sin descansar.

—¿Qué voy a hacer conmigo? —Susurré para mi mismo—. Si te enterases de cuanto te extrañé, me molestarías cada día.

Me acerqué a su rostro y con aquel pensamiento, deposité en su frente un tierno beso de cortesía y obsequio; queriendo hacerme la idea de que realmente era ella y que ciertamente, no desaparecería entre mis dedos al apuntar el día.

Le escuché soltar un quejido al sentir el contacto de mis labios en su cuerpo. Apreté mis puños indecisos. ¿Realmente estaba dormida o me estaba seduciendo sutilmente? Me separé tan solo un poco al sentirla restregarse entre sueños por la cama, con una sonrisa en su rostro.

Pasé saliva con cuidado, alzando una mano hacia mi boca temblorosa. ¡Quería despertarla! ¡Quería volver a tocarla! La miré de arriba a abajo y entonces suspiré. Tenía que dejarla descansar, por bien mía o tal vez para ambos... sino, quien sabe cuando saldríamos de la habitación.

Suspiré lleno de molestia, pero sin darle más vueltas al asunto, caminé hacia los estantes. Debía cambiarme antes de salir.

Con cuidado y sin afán de levantarla, me vestí con rapidez. Tenía la idea de recibirla con una buena cena en la cama; para volver a besarla y seguir con lo que nos habíamos quedado en el alba.

Así que con aquel pensamiento y una sonrisa traviesa, cerré la puerta tras de mí. Solo me separaría de ella unos cuantos minutos y luego... no dejaría que se despidiese de mi cama ni que se cambiase para salir.

Tal vez quienes me conocían me llamarían obsesionado, pero es que en estos dos años de espera, mi manía por ella había crecido aún más de lo que había planeado. Había llegado incluso a soñarla y ansiar ver su sonrisa y rostro sonrojado. 

¿Quién diría que el frío e intolerable Alexander Maximus estuviese tan loco por una mujer?

Bajé las escaleras principales, tan fresco como nunca antes. Una sonrisa arrogante se posaba en mi cuerpo, como si estuviese orgulloso de todo. El Alexander que no había salido de su cuarto desde hacía tantos meses, parecía como si nada le hubiese afectado; como si nada hubiese pasado.

—¿Te divertiste ayer, hermanito?

Diana me sacó de mis pensamientos. Se encontraba esperándome al comienzo de las escaleras con una cara de muy pocos amigos; sabía que estaba molesta, pero sus gestos atrapados en un cuerpo pequeño me daban gracia.

—Sí... lo hice —solté divertido y con mi grata sonrisa que aceptaba lo que había pasado en la noche.
—¡Y cómo no! —Estrechó su mirada—. Como yo soy la que tuvo que aguantar sus gemidos toda la mañana.
—¿Celosa? —Bajé las escaleras hasta toparme con ella—. Lástima que tú serás siempre una niña y no puedas hacerlo.

Diana se sonrojó con fuerza; aclarando su gesto de molestia al sentir mis manos en su cabello.

—¡Tengo un siglo de vida, me escuchaste! —Chilló para sí misma—. No soy una niña.

Le acaricié el cabello con fuerza.

—Sí, lo que digas —solté para mi mismo.

Diana me miró curiosa y a la vez extrañada. Creo que no esperaba que le mostrase una sonrisa cuando claramente me había gritado. Lo que antes me hubiese molestado, ahora solo me hacía ser cariñoso. ¿En qué me estaba transformando Nicole?

—¿Qué estás...? —Diana se separó de mi acaricia—. ¡No me toques!

Carcajeé sin detenerme a la cocina. Sabía que ella adoraba a Nicole y que deseaba morderla desde antes de traerla a la mansión. Ella había sido su objetivo desde que la conoció en el hospital; pero lo que ella no sabía, es que Nicole era mía desde hacía ya muchos años... incluso antes de que naciera.

Suspiré para tranquilizar mi sonrisa y, ante los gritos de asco de mi hermana pequeña y grande rival de por vida, entré en el comedor.

Al entrar, todos los vampiros presentes me admiraron con superioridad. Ni uno solo de ellos fue capaz de enfrentarme o incluso de objetar alguna inconformidad. Era tan irónico que mi mascota lo hiciera cada día y a cada hora.

Sonreí de nuevo, pensando en quien estaba en mi cama, justo a unos cuantos pisos arriba de mí. Nicole no lo sabía, pero en secreto, creo que ella era la única que podía controlarme a placer.

—¡Alexander, buenos días!

Volví mi mirada al frente. Matthew no tardó mucho en aparecer frente a mí, y a su lado, su hermano. Aquel vampiro que había hecho de mi vida un gran suplicio. Mateo siempre me había visto con esos ojos, los ojos de todos. Esos de los que anunciaban con la mirada, el deseo de probar mi sangre dulce.

—Buenos días —contesté, inconforme de que su hermano estuviese mirándome.
—¿Solo eso? —Matthew llamó casi al instante—. ¿Cómo te fue anoche?
—¿Te importa? —Le contesté molesto, intentando de esa manera esconder el bochorno.

Mi mejor amigo rompió a carcajadas ante mi queja y Mateo solo observó malhumorado la conversación. Me alejé de aquel par sin no antes darle una advertencia al hermanito de mi mejor amigo y partí hacia la cocina.

Sin desearlo mucho, me dirigí hacia una de las meseras, la cual se sorprendió mucho de mi acercamiento y mucho mas de que el Sr. Maximus hubiera entrado, por si mismo, a un establecimiento fuera de clase. La encargada de aquella sección se acerco a mí, disculpándose por la comida y castigó a la mesera en menos de un santiamén.

Miré como la chica salía de la cocina con la cola entre las patas y sin importarme mucho, observé a la encargada antes de comenzar con la orden.

—Pon un plato extra en una bandeja. Lo quiero pronto fuera de mi habitación. —Le entregué con mis palabras, una pequeña carta—. Tú te encargas del decorado pero le pones esto dentro.
—¡Claro que sí, mi lord! —Sonrió—. ¿Algo más que necesite?
—Solo eso.

Aclaré mi garganta antes de voltear a ver a las cocineras, quienes al sumo contacto visual, volvieron con su trabajo. Miré de nuevo a quien esperaba más ordenes y, sin despedirme entonces, partí de aquel cuarto lleno de humo y sudor.

Volví con molestia al comedor, donde los sonidos de los cubiertos y murmuros desaparecieron ante mi presencia. Siempre pasaba lo mismo. Todos los vampiros guardaban silencio ante mis pasos, pero todos me miraban como lo hacía Mateo desde hacía ya años.

Crucé la puerta del refectorio hacia el recibidor principal. El ruido de los tenedores y copas volvieron a sonar tras de mí. Caminé despacio, dirigiéndome a las escaleras en donde mi hermana aún se encontraba mirándome con odio. Subí las escaleras antes de revolver un poco el cabello de la pequeña Diana, escuchándose de ella un gran puchero.

Sonreí débilmente y seguí subiendo las escaleras sin importar cuantos insultos me lanzase la pequeña niña desde donde se encontraba. La chiquilla albina era chistosa, pero su historia era trágica; creo que era por eso que la fastidiaba y no la trataba como a los demás. Se parecía un poco como a nosotros, los le-kra, pero era alguien común y corriente como los vampiros. Simplemente su vida había sido... terrible.

                               

.

Caminé ansioso por el pasillo que daba a mi habitación. A pesar de que solo había salido con unos diez o quince minutos, para mi había sido la eternidad. Mi cuerpo ya anhelaba que estuviese despierta, porque si no lo era, me sentiría afligido y ciertamente molesto.

Apuré el paso sin verme desesperado. Llegué a la puerta con cierta angustia y, soltando una sonrisa, tome la perilla entre mis manos. No se había ido. Podía olerla. Estaba en mi cama aún.

Aguanté la respiración y, tranquilizando mi cuerpo, traté de guardar mi inquietud. Estuve a punto de abrir la puerta cuando una silueta me detuvo. Mi padre se había acercado a mí con otro rostro, parecía divertido de verme en esa situación tan... anormal.

—Hijo, que coincidencia —soltó entre el pasillo—, justo contigo necesito hablar.

Le observé pasar tras mi espalda, sabiendo que deseaba que le acompañase a su estudio, ese en donde siempre platicábamos en privado.

No pronuncié palabra alguna, más con un rostro malhumorado, solté la perilla en un gesto violento. ¿Justo ahora tenía que venir a molestarme o solo era capricho?

Caminé tras de él por los largos y oscuros pasillos de aquella mansión ahora en penumbras. Subimos unas cuantas escaleras y recorrimos unos minutos más la mansión, hasta que mi padre llegase primero al picaporte de su muy reservado estudio. Entró junto conmigo y bajó las pocas escaleras que había en el salón.

Su oficina era casi del mismo tamaño del recibidor, pero más reservado en cuanto decoración. Tenía millones de cuadros de diferentes tamaños colgados por todos los rincones del cuarto. Retratos, pinturas e incluso figuras de cada lugar que había visitado en sus tantos siglos de vida. Entre los ornatos más grandes de su colección, estaba uno de mis efigies que me habían hecho ya hacía varios años y el cuadro exuberante de mi madre Natalia, cual medía no más de tres metros y medio de alto.

Recorrí con mis ojos una vez más aquel retrato, donde mi madre tenía unos ojos cálidos y se mostraba en un vestido antiguo pero adecuado que acentuaba sus partes del cuerpo.

Pensé en ese momento que Nicole debía tener un lienzo como ese.

—Pasa Alex, siéntate —soltó sacándome de mis pensamientos y haciéndome mirarle con atención.

Mi padre se situó en su sillón favorito, cual yacía frente a su escritorio y el retrato de mi madre. Este, con un ademán, me indicó el asiento que debía de tomar.

Sin pensármelo mucho, me dirigí al lugar que me correspondía y, viéndole sonreírme, escuché el típico ofrecimiento de la taza de café. Acepté sin ningún reparo y, pasando el caliente liquido por mi boca, le escuché aclarar su garganta.

—¿Te divertiste anoche? —soltó de pronto con cierta sonrisa en su rostro, mientras interrumpiendo mi bebida, miraba curioso mi bochorno.
—Sí, digamos que lo hice —dije desviando mi mirada. No era muy común que mi padre me citase a su estudio y menos para hablar de mujeres.
—¿Te has protegido?

Escupí mi bebida. Ciertamente no estaba acostumbrado a hablar con él sobre estos temas.

—Entiendo. —Rio de nuevo—, creo que estas pláticas no son para nosotros, así que dejemos las bromas para otro día que tenemos que hablar. —Comentó de pronto, quitando su sonrisa casi al instante—. ¿Te lo ha contado ya, supongo no?
—¿Qué cosa?

Mi padre me miró con malicia en la cara, sabiendo precisamente el por qué de mi ignorancia.

—Alex, antes de jugar, hay que enterarse de las cosas.
—¿Cosas? —Dejé la taza aún lado. ¿De qué cosas estaba hablando?
—Blake la ha acompañado hasta aquí. —Suspiró, mientras enfocaba aquellos ojos penetrantes en los míos inconformes por aquellas palabras—. Tu primo me ha contado todos los problemas que tuvo que afrontar Nicole antes de encontrarlo. Giselle Black viene tras ella.

Me quedé en silencio, analizando lo que me estaba diciendo. No me hacía gracia que Blake la hubiese acompañado, pero Nicole no había tenido tiempo de contarme completamente la historia. La necesidad de entretenernos un poco había sido más importante que los detalles del camino a casa.

—Tú sabías desde el principio lo especial que era Nicole para nosotros... así que sabes lo que tienes que hacer, hijo mío.
—Sí, lo sé padre...
—Entonces no se diga más, ¿te encargarás de esto o necesitas de mi ayuda? —Preguntó, mirándome entre cómplice y risueño.
—Yo me encargo —Solté ciertamente malhumorado. Ya no era un crió para que mi padre solucionará mis problemas.
—¿Crees poder encargarte con ella? Parece ser que no está muy contenta.

Sonreí. La había escuchado.

—Claro que puedo, soy tu hijo.

Mi padre sonrió de nuevo.

—Bien, apura que está bajando las escaleras.

Los murmúros de dos personas comenzaron a resonar casi al instante de lo que William Maximus había soltado al aire. La voz de Nicole parecía molesta, triste. Suspiré un poco cansado, despidiéndome de mi padre.

Quien amaba siempre tenía que imaginarse cosas que no eran...

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