17.Esclavizada oficialmente

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Entramos juntos una vez más en el salón, pero esta vez no soltó mi mano ni mi cintura. La mirada de todos volvió a posarse sobre nosotros, como si aceptasen la imagen que Alexander quería exhibir: esclavitud.

Rechiné mis dientes unos con otros, justo al ser presentada con algún otro vampiro que no me importaba en lo absoluto. ¿Por qué? Cada que el de cabello negro me introducía con algún chupasangre, bajaba lentamente su mano hacia mis glúteos. Mi sonrisa hipócrita estaba a punto de destruirse ya que no podía gritarle frente a todos; tan solo podía apretar su mano con fuerza... regresarla a su lugar de origen.

¿Y qué es lo que éste hacía? Sonreía, como si realmente fuera tan divertido ver mis reacciones algo exageradas, asustadas y molestas que planteaba en silencio. Y lo hacía cada que podía, cuando aceptaba alguna copa de vino, cuando saludaba a alguien, cuando hablaba con su amigo.

Pasé minutos de tortura con su pervertido pasatiempo. Aquel chico de cabello oscuro realmente no tenía límites. A veces me trataba de pellizcar mi cintura, algunas otras bajaba su mano para recrearse mis posaderas. Inflé mis cachetes en un descuido, estaba realmente enfurecida.

—Sabes... —comenzó su habla al ver mi cara roja al hacer tanta fuerza—. No me duele.

Apreté aún más su mano al no haber nadie quien pudiera reprimirme.

—¿Te pregunté? —Añadí, más enojada que nunca—. No me interesa.

—Te pellizcaré un glúteo cuando no puedas gritarme.

Entrecerré los ojos, justo al observar de él aquella sonrisa que podría hechizar a cualquiera... a cualquiera menos a mí. En esos momentos, estaba tan enfadada que realmente sus encantos se me resbalaban. Alexander, si quisiera, podría ser todo un Don Juan pero para mí, en esos instantes, era más bien todo un hijo de puta.

—Bien, mueve ese trasero, vas a conocerla.

—¿Conocerla? —Mi mal humor salió a flote—. ¿A quién mierda conoceré?

—Cuida esa boca.

Bufé ciertamente encolerizada, pero hice lo que pedía inconscientemente. Respiré profundamente para tranquilizarme y, tras su agarre, me dejé guiar por inercia en silencio. Alexander me había llevado más allá del salón, justo al fondo donde había dos sillas diferentes a las otras. Una yacía vacía y era la más grande, la otra ya estaba ocupada por una mujer.

No sabía muy bien si es que estaba viendo a alguna actriz de Hollywood, pero eso parecía. Con cada paso que dábamos, la idea se me iba haciendo más clara. Mi vampiro me estaba llevando hacia esa mujer de apariencia madura pero hermoso rostro. Su cabello, tan negro como la noche, le llegaba más allá de su cintura. Aquel par de plateados ojos me miraron, parecía examinarme.

—Ella es Natalia Maximus, mi madre —soltó Alexander de pronto, la mujer sonrió orgullosa.

¿Debería de inclinarme?

—Es un placer el conocerla, señora. —Acepté mis ideas, mientras le hacia una reverencia muy al estilo noble.

La mujer mostró una sonrisa sincera y me indicó que levantase mi rostro que yacía boca abajo tras la presentación. Con sumo cuidado, volví a posar mis ojos en ella, mientras que en un descuido, Natalia tomaba de mi barbilla y me alzaba como para analizar cada rasgo de mi rostro. Era extraño que me encontrase nerviosa, pero tras los sucesos de esa noche, parecía tener plasmado un semblante neutro, cosa que me hacía ver aun más seria que mi propio "dueño".

Giré mis ojos a quien producía mi enojo. Era algo cómico ver de él una mirada tan sorprendida; y no se lo podía negar; ni yo sabía cómo estaba haciendo para no deshacerme frente a ella. Su madre tenía los ojos más penetradores del mundo... inclusive más que su hijo. Ella lucía como si quisiera meterse dentro mío para descifrar cualquier secreto que estuviese escondiendo.

Colores oscurosOnde histórias criam vida. Descubra agora