Mr. & Mrs. Somerhalder |en pa...

By xdreamwithmex

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Abogado reconocido. Estudiante de abogacía. A el director no se le ocurre mejor idea que traer un abogado par... More

Mr. & Mrs. Somerhalder
Capitulo #1
Capitulo #2
Capitulo #3
Capitulo #4
Capitulo #5
Capitulo #6
Capitulo #7
Capitulo #8
Capitulo #9
Capitulo #10
Capitulo #11
Capitulo #12
Capitulo #13
Capitulo #15
Capitulo #16
Capitulo #17
Capitulo #18
Capitulo #19

Capitulo #14

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By xdreamwithmex

        Más tarde aún.

No sabía con exactitud en qué momento terminé con mis tacones en la mano corriendo hacia la nada, mis pies descalzos en contacto con la grava. Lágrimas rodaban incontrolablemente sobre mis mejillas y tenía la certeza que a esta altura parecía más un mapache que una bella dama vestida para una fiesta. El pavimento lastimaba mis pies, pero la adrenalina era tanta que me veía incapaz de parar. No estaba preparada anímicamente para hablar con Cory, o siquiera mirarlo a los ojos. Porque él se había equivocado, había confundido las cosas. Me había confundido a mí, que ahora no parecía muy segura de mi decisión, porque tal vez intentar salir con tu mejor amigo no es más que una equivocación. Si bien todavía lo quería, de la forma que se quiere a un amigo, también sentía esa atracción física cuando estaba cerca de él, sentía ganas de abrazarlo y decirle cuánto lo había extrañado. Pero a su vez, sentía otros sentimientos aflorar en mi interior, por una persona de ojos celestes. Intentaba convencerme de que solo era por la apuesta, pero de nada iba a servir intentar mentirme a mi misma. La apuesta ahora era —nada más y nada menos— que una excusa para acercarme a él.

Mi resistencia no dió para más, tuve que detenerme e intentar normalizar mi respiración. Con las manos en las rodillas respiré hondo, una, dos, tres veces. Miré hacia atrás por encima de mi hombro y comprobé que nadie me seguía. Nadie. No sabía si eso era bueno, porque podía seguir escapando como la gallina que era, o malo, porque nadie realmente se preocupaba por mi. Un sollozo salió de mis labios sin pedir permiso. Estaba tan frustrada, los sentimientos venían de golpe y me derrumbaban. Había reaccionado como una niña de trece años, debería haberle gritado al estúpido de Cory por haberme hecho tal cosa, y luego debería haberle pegado una cachetada en su perfecto rostro. Para luego irme a vivir al mundo de la fantasía con Ian. Como si todo fuera así de fácil y como si en realidad no sintiera nada por el que en su momento fué mi mejor amigo. No, no sentía nada por él, y tenía que aceptarlo ¡me había engañado, o quién sabe qué!  No estaba hecha para las parejas, definitivamente ese no era mi rubro. Iba a morir sola, y mi mísera herencia sería para mis doce gatos.

Cuando por fin pude respirar como de costumbre me recosté sobre un auto, pero mi mala suerte era aún peor de lo que imaginaba. La alarma del coche empezó a sonar como si hubiera roto un vidrio y hubiera robado algo ¡solo me había apoyado, demonios!

No tardaron ni dos minutos en venir dos pequeños autos con guardias del club dentro. Me encandilaron al poner la luz de una linterna sobre mis ojos, los apreté cerrados, intentando evadir la situación, como si eso realmente fuera a pasar.

—Señorita ¿que es lo que está haciendo aquí?—preguntó inquisitivamente.

—Pues… solo esta buscando el camino a mi auto, pero me perdí y solo estaba apoyándome en este auto para recuperar el aliento.

—Lamento informarle que debemos llamar al dueño del coche para que este compruebe si no le falta ninguna pieza, si me disculpas…—alejó la luz de mi cara y sacó un celular de su bolsillo. Después de intercambiar unas pocas palabras con no-sé-quién se dirigió a mí— En unos segundos estará llegando. Manudo auto—susurró para sí. Me di vuelta sobre mis doloridos talones y pude ver el coche, un Bugatti Veyron, y era ,a mi pesar, conocido.

—¡NO!—gemí—No por favor, que no venga.

—¿Tiene algún problema señorita?—me tapé la cara con las manos—Lamento informarle que eso la hace ver más sospechosa aún. El dueño del coche está en camino ¿tiene algo que esconder?—negué repetidamente, otro sollozo saliendo de mi de forma involuntaria.

—¿Qué está pasando aquí?—preguntó esa voz que tanto conocía, haciéndome estremecer— ¿Qué le están haciendo?—se puso a mi lado protectoramente, pasando su brazo por mi cintura y aferrándome a él. Intenté safarme, contra toda corazonada, pero lo único que logré de esa manera fué que él me sostuviera más fuerte.

—Em, lo siento señor Somerhalder, pero la señorita fue la que activó la alarma en su coche—se acomodó el gorro, con evidente incomodidad, mientras yo seguía sollozando.

—Bien, gracias por sus servicios, se pueden retirar—su voz sue severa—. Desde aquí me encargo yo—se giró, haciéndome girar. Los guardias se fueron y nos vimos envueltos por la oscuridad otra vez— ¿estás bien? ¿que ocurre, Nina?—tomó mi cara con sus manos, obligándome a mirarlo. Con sus pulgares limpió mis mejillas.

—Es solo que...—sollocé, para variar— me encuentro tan confundida en este momento.

No iba a explicarle cuáles eran mis preocupaciones, o desconciertos. No si él se veía involucrado en la mayoría de ellos.

—Vamos al auto, está empezando a hacer frío—posó su chaqueta sobre mis hombros y me invitó, con un ademán, a sentarme en el auto. Así lo hice, era tan cómodo que podría dormir en él. Después de unos segundos Ian se encontraba a mi lado, en el asiento del conductor— ¿Qué te está pasando, Nina? ¿Quieres contarme?

—No...—dije entre gemidos—solo…—no pude terminar la frase, unos gritos provenientes de afuera me interrumpieron.

—¡Quítala de ahí, bastardo! ¡No te la llevarás a ningun lugar! ¿Me estas escuchando?—gritaba Cory, totalmente fuera de sus casillas, la vena al costado izquierdo de su cuello se inflaba a medida que subía el tono. Ian me miró esperando que diera mi veredicto. No me iba a mover de ese auto si no era para ir directamente a mi casa, o a la de Maureen en su defecto. De ninguna manera me iba a ir con el que me hacía sufrir de la manera que estaba sufriendo. El impacto me sacó de mi ensimismamiento, Cory había pateado el auto, Ian se mantenía sereno, sorprendiéndome nuevamente.

—Solo… sácame de aquí—volví a enterrar la cara entre mis manos y lloré. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?

Antes de poder procesar todo lo ocurrido, mis párpados se cerraron y caí en un profundo sueño.

 

        ***

 

—Quita...—susurré volteandome en la mullida cama para escapar del rayo de sol que golpeaba en mi rostro. Ahora de espaldas estaba decidida a seguir con el sueño que me habían interrumpido. Volví a mi posición original, restregué mis ojos antes de abrirlos. Definitivamente no sabía donde estaba. Parpadee varias veces para salir del sueño, hasta me pellizqué. Lo único que conseguí fué soltar un pequeño grito por el dolor que me había infligido.

—Ya era hora que despertaras. Eres como un bebé cuando duermes—podría jurar que mi corazón se paró una milésima de segundo.

—Joder ¿qué está mal conmigo?—sacudí la cabeza, mi imaginación llegaba a niveles extraordinarios. Me senté en la cama y miré a mi izquierda, donde pude ver una linda ventana rodeada por cortinas color bordó. Miré a mi derecha y mis ojos se abrieron. Esto no podía ser cierto: Ian estaba con el hombro apoyado en el umbral de la puerta, los brazos cruzados a la altura de su pecho y una sonrisa de medio lado en el rostro, llevaba unos lindos pantalones de pijama y una remera sin mangas blanca. Podía ver sus lindos ojos celestes desde donde estaba.

—¿Dormiste bien?—preguntó dando dos pasos en mi dirección. Yo seguía anonadada.

—¿Cómo demonios llegué aquí?—lo señalé en forma acusatoria—Tú, dime, ¿dónde estoy?

—En mi casa—contestó como quien no quiere la cosa, en un intento de tragar me atraganté con mi propia saliva. Su mano fue directamente a mi espalda, golpeándola suavemente para que me calmara. Todavía no podía comprender qué es lo que hacía en su casa. En la casa de mi profesor, que está demasiado caliente para ser verdad. Me acordé que me había rendido en los brazos de Morfeo en el auto de Ian justo después de que este arrancara.

—MIerda, mierda, mierda—susurré, llevándome las manos a la cabeza.

—Ese no es el vocabulario propio de una señorita—se mofó Ian, ampliando su media sonrisa.

—Bien, porque ni tu eres un caballero ni yo una señorita. Técnicamente puedo hablar como me plazca—lo fulminé con la mirada, y me abofetee mentalmente por ser tan dura cuando lo único que él hizo fue sacarme de mis problemas y brindarme una cama cómoda en la cual dormir—. Solo… solo ¿me puedes prestar tu móvil? Apuesto a que Maureen esta como una loca al no saber mi paradero.

El asintió a modo de respuesta, sacó su móvil del bolsillo delantero de su pantalón y me lo entregó. Lo tomé rozando adrede sus dedos, sintiendo así un leve escalofrío. Marqué en la pantalla táctil de su iPhone el número de mi amiga, que estaba prácticamente grabado en mi cerebro, y aguardé el tiempo necesario para que ella atendiera.

—Maureen, soy yo, Nina—dije antes de que pudiera emitir sonido.

—¡Nina por el amor a Dios! ¿donde demonios te metiste? Te he estado llamando, pero ¡claro! dejaste tu jodido móvil en mi cartera. En cuanto vi a mi prima junto con la zorra de Gwen supe que las cosas no estaban bien. Mi prima debe haber averiguado que le mandé una dirección equivocada para que no llegara nunca a la fiesta. Pero ¡demonios Nina! Yo estoy aquí en mi casa muriéndome de angustia al no saber tu paradero y tu me llamas de un teléfono “desconocido”. No se como ni donde estás ¡¿Qué fue lo que pasó por tu cabeza, eh?—aleje el móvil toda la extensión de mi brazo porque si no sus gritos me dejarían sorda. Maureen  después de decir todo eso sin respirar estaba jadeando. Suspiré y llevé el aparato devuelta a mi oreja.

—¿Lo siento?—dije dudando, con miedo de que me vuelva a gritar— Oye, oye ¡me escuchas! Tienes razón en todo lo que dices, pero no sabes toda la historia. Estaba Cory, Maureen. No supe como manejar la situación. Corrí como nunca, mi profesor de educación física estaría orgulloso—el nudo de mi estómago subía—. Ian me ayudó y ahora estoy en su hogar, tratando de conseguir respuestas—le dí una mirada significativa—. Solo quería llamarte para que sepas que estoy bien ¿te quiero, si? gracias por preocuparte.

Corté antes de que pudiera decir otra cosa. Ian me miró con una sonrisa divertida.

—¿Qué es tan gracioso?—pregunté, frunciendo el ceño. Él ladeó la cabeza—Déjalo, no quiero saberlo—le entregué el móvil—¿que es este lugar?

—La habitación de huéspedes—respondió él—. Lo siento, por traerte aquí sin avisarte, pero si sirve de algo, ni siquiera te saqué el vestido para que puedas dormir más cómoda.

—Bien, bien. Creo que estoy siendo muy ingrata—me giré para mirarlo de frente, sentía que podía nadar en esos ojos celestes—. Gracias, no tenías porque hacerlo—admití con las mirada fija en mis manos, que jugaban nerviosas. Sus manos fueron a las mías, haciéndome sonrojar.

—¿Vamos a desayunar?—preguntó, asentí y él tiró de mi mano hasta dejarme parada. Aún con mi mano envuelta por la suya, bajé las escaleras, sin mucho tiempo para ver lo que me rodeaba.

Me soltó frente a la cocina, sobre la barra había platos con panqueques con abundante nutella, tostadas, jugo exprimido de naranja, frutillas. Mi estómago rugió. Me puse colorada otra vez, al dejar en evidencia el hambre que cargaba.

—Siéntete como en tu casa—dijo él, sonriendo.

—No quieres correr ese riesgo—mordí la parte interna de mi mejilla. Tomé una frutilla y la mordí, partiendola por la mitad. Miré a Ian. Este tenía la mandíbula apretada. Me encogí de hombros mentalmente y seguí comiendo. Después de tres frutillas o quizás más, pregunté— ¿preparaste todo tú?

—¿Tenias dudas?—inquirió, con una sonrisa en su rostro. Pasó su lengua por su labio inferior, todo mi interior tembló. Esperaba que no se diera cuenta cuanto lo miraba, y mis reacciones ante sus movimientos.

—A decir verdad sí—me miró con la duda grabada en su rostro—. Bueno, no quiero que me malinterpretes… pero una persona como tú debe tener empleados… tú sabes.

—Mmh… sí, sé a lo que te refieres, pero esto lo preparé yo personalmente. Deberías sentirte especial—dijo él, encogiéndose de hombros pero manteniendo su expresión sería que decía a gritos que debía sentirme especial, así que lo hice, me sentí especial, acto seguido me sonroje. Por un momento olvidé que tenía un asunto pendiente con Cory, que tenía una apuesta que cumplir y que me estaba empezando a gustar mi jodido profesor.

—Gracias...—fue lo único que pude decir. Me removí en mi lugar, haciendo que mi rodilla desnuda se roce con la de Ian. Este sonrió de medio lado y se llevó el vaso con jugo exprimido a la boca, al volver a apoyar el vaso en la barra, se lamió los labios haciéndolos ver apetecibles. Nina, concéntrate, hace minutos llorabas como si tu vida se fuera en ello y ahora admiras los labio de tu profesor.

—¿Has terminado de comer?—preguntó, apoyando sus codos en la mesa.

—Si… ¿me permites tu movil para llamar a un taxi, por favor?—le pedí, con la mirada clavada en el tarro con frutillas.

—Yo te llevo, no hace falta que tomes un taxi. Aguarda cinco segundos aquí que me cambio y estaré encantado de ascoltarte a tu hogar—saltó del taburete y subió las escaleras de dos en dos. Suspiré, me bajé del taburete y me dirigí al centro de la sala de estar, donde había un gran espejo. Me veía espantosa. Tenía el maquillaje corrido, el pelo hecho un desastre ¡Y él no me había dicho nada! Busque con urgencia un baño, después de abrir tres puertas lo encontré. Gracias al cielo en un cajón había un peine, me peine lo más rápido que pude, busque un algodón y tomé una crema al azar. Cualquier cosa serviría. Puse la crema en el algodón y saqué todos los rastros de maquillaje de mi cara. Me lavé el rostro, y volví a darme una mirada al espejo. Ahora estaba mucho mejor.

—¿Qué haces?—salté hacia la izquierda del susto. Ian estaba mirándome divertido.

—Solo quería dejar de parecer un zombi ¿sabes? ¡podrías haberme dicho!—le recriminé, él se dió la vuelta en sus talones y dijo en un susurro:

—De todos modos te veías bien—me quedé anonadada, con la boca ligeramente abierta y dudaba poder respirar. Puse toda mi fuerza de voluntad en seguirle la marcha hasta el auto. Una vez abierto este, me desplome en el asiento del copiloto.

Ian ya conocía el camino a mi hogar, no tuve que abrir la boca por un algunas cuadras. Fue él el que rompió el silencio.

—¿Puedo hacerte una pregunta?—sus manos se aferraron más fuerte al volante y sus nudillos se tornaron blancos— Otra pregunta además de la que te acabo de hacer.

Me leyó la mente, reí mentalmente y solté un “sí”, que sonó más a un susurro que a otra cosa.

—No quiero que me malinterpretes ¿tu sabes? —parpadeó repetidas veces—. Sería mejor que no saliera de aquí—asentí, inconsciente de que no podía verme—. Ese chico… Cory ¿es tu novio?

La pregunta me tomó desprevenida, lo admitía. Hice una mueca y respondí con la verdad.

—No, para nada. No somos nada—me sorprendía la determinación con la que hablaba.

—¿Entonces porque llorabas anoche?—indagó—. Solo si quieres decirmelo. Sin presiones.

—Esto… sí ¿que puedo perder?—pregunté a nadie en particular. La dignidad, el respeto, eso podía perder.— Cory y yo éramos algo como… ¿amigos con derechos? sí, creo que así le llaman. Pero no éramos eso porque lo habíamos acordado, simplemente no teníamos una etiqueta. No queríamos decirle a nadie lo que pasaba entre nosotros por miedo a ser rechazados. No quería, yo particularmente. Él tenía que viajar, y se suponía que debía ir a despedirlo. Su avión despegó y yo estaba cenando contigo, se enfadó y no volvió a hablarme. Luego, mientras estaba de viaje, le envió a Maureen una foto donde se encuentra en una situación comprometida con una mujer. Allí quedó todo, el saco conclusiones equivocadas acerca de nosotros y me cambió.

—¿Sabes que ocurren cosas peores a diario, verdad?—el auto se detuvo, estábamos a unos metros de mi casa—. Quiero decir, he tenido juicios por adulterio en parejas con muchos años de casados y…

—¿Qué estás queriendo decir? ¿Sabes algo? ¡No quiero que lo aclares! No sabes que es lo que pasa por mi cabeza en este momento ¿bien? ¡No te atrevas a decir que lo que me pasa no es importante porque para mi lo es!—él se giró y me miró, tomó mi mano, pero la alejé rápido con un movimiento— ¡No creas que porque eres rico, famoso y jodidamente lindo puedes decir que lo mio no es un problema porque sabes que es así!—me callé ¿qué había dicho? ¡Mierda y más mierda!

Lo miré con la boca abierta, esperando alguna reacción, pero él se encontraba como yo o me atrevía a decir que peor. Sus ojos brillaban. De un momento a otro, sus labios estaban sobre los míos, sus manos en mi cintura. Esto era aún más bonito de lo que había soñado, porque era real. Ian Somerhalder me estaba besando, con sus cálidos labios con sabor a menta. Llevé mis manos a su pelo y lo desordené, dejándome llevar.

        ***

Nota: ¡Su primer beso! Ay, que momento más emotivo. Quieria agradecerles por el apoyo que me dan, por sus votos y sus comentarios. Tenía una idea ¿quieren que en cada capítulo avise cuando voy a publicar nuevamente? ¡Las amo!

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