El día que decidió no morir

By Psycho933

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¿Alguna vez sentiste que nada tiene sentido y que desearías terminar con todo de una vez? ¿O sentiste que des... More

Capítulo 1
Capítulo 2

Capítulo 3

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By Psycho933

                Me levanté sobresaltado. Acababa de tener un sueño extraño. Una chica misteriosa se acercaba a mí e intentaba besarme. Con todas mis fuerzas yo intentaba negarme. No sabía quién era y cada vez que intentaba mirarla a la cara sólo veía una sonrisa pícara y su rostro se desdibujaba. Cuanto más intentaba escapar, más insistente la chica se volvía. Sabía que la última secuencia cibernética estaba interviniendo en mi vida; era evidente. Tal vez todo esto estaba influyendo en mí de una manera más fuerte de lo que pensaba. Ahora, todo lo que sabía era que supuestamente era una chica y que seguramente debía cursar conmigo alguna asignatura, seguramente la de los miércoles, dado que después de esa clase había recibido aquella nota. Era jueves y yo no cursaba ese día, así que no tenía ningún plan; excepto leer para las demás materias, lo cual me ocuparía gran parte del día. De repente, recordé que aquella chica misteriosa me había dejado su número de teléfono. Pero sabía lo que tenía que hacer: si aquella chica cursaba conmigo los miércoles, sólo debía esperar al siguiente y mandarle un mensaje en el transcurso de la clase, aprovechando el factor sorpresa. Esa era la única forma de identificar quién era. Sólo debía esperar, y una vez que estuviera en clase le mandaría un mensaje. Quien fuera a quien viera recibir un mensaje y responderlo, sería ella. Era un plan perfecto, brillante. Me sentí orgulloso de mí mismo por haber ideado semejante plan. No podía fallar.

El resto del día transcurrió sin ningún inconveniente. Había leído todo lo que podía para las materias, lo cual había sido bastante. Un segundo. ¿Por qué me preocupaba tanto? No era como si realmente me importara aprobar o promocionar las materias. Calculo que siempre tuve ese estúpido sentido de responsabilidad que jamás supe entender. Por algún motivo extraño yo siempre respondía a la demanda del resto. Si algo se esperaba de mí, lo cumplía. No sabía por qué, pero sentía un gran compromiso con el resto de las personas. Carajo. Yo era tan raro y la vida era tan... carente de sentido. Es decir, uno nace, estudia para desempeñar un trabajo por el resto de su vida hasta volverse un viejo decrépito bueno para nada. O sea, desde el comienzo no hay respiro alguno y una vez que se lo consigue, estamos demasiado hechos mierda para disfrutarlo. Todo el sistema estaba mal, la sociedad estaba mal. ¿Por qué no podía encajar de alguna maldita vez? Cada vez que tomaba el colectivo o me encontraba por la calle, me quedaba observando a la gente. Grupo de amigos charlando, compartiendo risas, anécdotas; como si fuera lo más natural del mundo, como si no requiriera más esfuerzo que el levantar una pluma, fluyendo suave como el viento a través de las hojas de los árboles. Yo también quería reír. ¿Por qué era tan difícil? Igual, ¿para qué querer contar con alguien? Al fin y al cabo, todos te defraudan; no se puede contar con nadie. Mierda. Otra vez estaba siendo contradictorio. Mi mente era un infierno prácticamente literal.

-¡Emilio! ¡Bajá a cenar! –la voz de mi vieja me sacó de mi ensimismamiento.

- ¡Ya voy!

Me tomé unos segundos para terminar de escuchar la canción que estaba reproduciendo en mi celular. Coldplay era una de mis bandas favoritas. Había algo en sus melodías tristes y nostálgicas que permitían fundirme en todos mis sentimientos melancólicos. Era como si, al hacerlo, mi mente viajara hacia recuerdos de mi vida, repasándolos una y otra vez. Me arrepentía de tantas cosas... No sabía por qué lo hacía. Parecía como si mi mente volviera únicamente hacia los momentos malos y llenos de dolor.

-¡Emilio! –ésta vez la voz de mi vieja sonaba molesta -. ¡A comer!

-¡Que ya voy! –grité.

Me saqué los auriculares de los oídos y me dirigí a mi escritorio donde estaba mi computadora para ver cuánto le faltaba, a la película que había decidido ver esa noche, para descargarse. Le quedaba bastante, tal vez debía abandonarla por el momento.

Bajé las escaleras y entré al comedor, donde mis viejos ya se encontraban cenando.

-¿Pero qué hacés, Emilio? Dos horas para bajar, se te enfría la comida.

-¿Todo es un problema con vos, vieja? –pregunté.

-Odio comer la comida fría.

-¿Y qué problema te hacés? Si ya estás comiendo, al que se le enfría la comida es a mí; mi problema. Y a mí no me molesta –respondí, algo enojado. Siempre era la misma historia.

Di la vuelta a la mesa y me senté en la punta, mi lugar. Mi viejo se encontraba completamente inmutable, como de costumbre, comiendo. Siempre tenía esa mirada cansada, como si el respirar le costara el alma. Tal vez yo había heredado ese aspecto de él.

-¿Y? ¿Cómo te fue hoy en la facu? –al fin Raúl se dignaba a hablar.

-¿Cómo me fue? Relativamente bien, dado que hoy no cursé-. ¿Cómo podía ser que no supiera qué mierda hacía su hijo? Hacía tres semanas que tenía la misma rutina.

-Bueno, no sé, ¿cómo te fue en el día? ¿Qué hiciste hoy? –respondió.

-Nada, viejo. Leer. ¿Qué otra cosa iba a hacer? –dije en modo sarcástico.

-Bueno, che. Un poco más de respeto que es tu padre –intervino Celia.

¿Respeto decía? ¿Por qué? El tipo ni sabía algo de su puto propio hijo. Estaba harto de las mismas conversaciones, harto de que Raúl no registrara una mierda que no fuera su trabajo, harto de la hipocresía que impregnaba el aire de esa casa, harto de tener que lidiar con sus putas fallas. ¿Es que no se daban cuenta de que nada estaba bien? ¿De que en cualquier momento iba a ocurrir una desgracia? Parecía que no. Parecía que sus únicas preocupaciones eran cómo ganar un caso o qué color de cortinas quedarían mejor con el nuevo juego de té importado de China. Estaban ciegos, ciegos ante todo, ciegos ante mí.

-¿Y, Emi? –comenzó Celia- ¿Cómo te está yendo en terapia?

En seguida me di cuenta. Noté que esa pregunta era algo más que simple curiosidad, o un mero interés sobre aspectos de mi vida diaria. Quería saber si seguía «loco», como ella decía.

-Ya no estoy loco, si eso es lo que te preocupa –contesté.

-Ay, Emilio, no me refería a eso. Simplemente quería saber cómo te estaba yendo, nada más... Pero, ¿estás seguro? ¿Ya no vas a volver a hacer lo que hiciste?

Intentar matarme. Eso había hecho. Había pasado hacía unos seis meses. Pero como todo... La vida sigue, y uno se olvida. Es decir, no se habían olvidado pero sí. Me habían controlado por un mes aproximadamente y luego echaron al olvido todo lo concerniente al tema; aún así recordaban, de vez en cuando, preguntar sobre lo sucedido. Como si de esa forma intentaran demostrarme que aún les preocupaba algo. De todas formas, habían dejado de seguir mis movimientos, de asegurarse si tomaba los medicamentos o no, de fijarse si realmente estaba haciendo todo lo que los terapeutas y psiquiatras me aconsejaban, etc. A lo largo de todos estos años, había desarrollado un odio hacia mis viejos casi imposible de manejar. Sólo quería sentir que le importaba a alguien. ¿Tan difícil era?

-No. No lo voy a volver a intentar –, mentí.

-Bueno, mejor así –respondió Celia.

-Aunque, la verdad, preferiría no seguir con esa terapeuta, no siento afinidad –agregué.

-Basta, Emilio. Ya hablamos de esto mil veces; vos no podés dejar terapia.

-Es que no quie...

-¡No vas a dejar terapia, y punto! –La voz de Raúl sonó interrumpiendo imperiosamente, sin dejar lugar a ninguna clase de contradicción.

Me levanté de golpe y me disponía a volver a mi habitación cuando Celia intervino.

-¿A dónde vas?

-Lejos de ustedes –contesté.

Inmediatamente, subí las escaleras y me encerré en mi habitación. ¿Por qué? ¿Por qué siempre tenía que ser así? ¿Por qué nunca me escuchaban? ¿Por qué no me dejaban decir lo que tenía para decir? Quería gritar. Sentía como la bronca se iba acumulando en mi interior queriendo salir. Sin pensarlo, abrí mi computadora y me conecté en «El foro suicida»; como lo llamaba yo. Necesitaba encontrar a alguien, hablar con alguien que me ayudara a alivianar, aunque fuera un poco, lo que sentía. De repente, la vi en línea.

Darko: ¿Hola?

Pasaron unos minutos.

Esperanza: Hola :) ¿Cómo estás?

Darko: ¿La vedad o mentira?

Esperanza: Verdad.

Darko: Muy mal. Acabo de discutir con mis viejos.

Esperanza: ¿Qué pasó?

¿No era que no confiaba en ella? La verdad, poco me importaba en esos momentos. Lo único que quería era descargarme de alguna forma; y mejor de ésa que cortándome. Aún así, no quería hablar de lo sucedido, simplemente quería evadirme.

Darko: ¿Por qué Esperanza?

Esperanza: ¿Cómo?

Darko: Que por qué Esperanza. Calculo que no será tu verdadero nombre.

Esperanza: No.

Darko: Entonces, ¿cuál es?

Pasaron unos minutos hasta que contestó.

Esperanza: No quiero decírtelo, pero digamos que la esperanza es algo que llevo tatuado en mí, de alguna forma. Es lo último que se pierde, y lo único que tenemos. ¿Y vos? ¿Por qué Darko?

Que respuesta tan... filosófica. ¿Y de verdad me estaba preguntando por qué mi pseudónimo era Darko? Tenía que enseñarle algunas cosas a esta chica.

Darko: Por Donnie... ¿Donnie Darko? ¿La película?

Esperanza: Nop. No tengo ni idea.

Darko: Creo que no vamos a poder seguir teniendo esta conversación. Fue un placer conocerte.

Esperanza: ¡Qué malo! Te prometo que la voy a ver.

Darko: Ok. Te tomo la palabra. Después tenés que decirme qué te pareció.

De repente, recordé todas las dudas que había tenido la última vez que había hablado con ella.

Darko: ¿Qué edad tenés?

Esperanza: ¿Cuál creés?

Darko: No sé, por algo te pregunto.

¿Qué podía hacer para que me dijera algo de ella? Yo seguía perdiendo. Ella sabía mucho más de mí, que yo de ella.

Esperanza: Adiviná.

Darko: No. Vos sabés mucho más de mí que yo de vos.

De pronto, se me prendió una lamparita.

Darko: Hagamos un trato. Hago lo que vos quieras y, a cambio, nos encontramos.

Era perfecto. Si yo hacía lo que fuere que me pidiera, podría conocerla; y al fin podría saber quién era.

Esperanza: Mmm... hacés lo que yo diga y, a cambio, te cuento algo de mí.

Darko: Ey, no es justo. Vos sabés mucho de mí, y yo prácticamente nada de vos. Yo ni siquiera sé cómo sos físicamente.

Esperanza: ¿Acaso importa? Tomálo o dejálo.

¿Qué podía hacer? Mejor era ir sabiendo algo de ella, antes que nada.

Darko: Está bien.

Esperanza: Entonces, ¿qué es lo que más te gusta hacer?

¿Qué me gustaba hacer? No tenía ni idea. ¿Escuchar música?

Darko: ¿Comer?

Esperanza: Jaja, muy gracioso. ¿No te gusta dibujar?

¿Cómo lo sabía?

Darko: Sí, ¿cómo lo sabés?

Esperanza: Por los dibujos que compartiste acá.

Darko: No sabía que te fijabas en mis dibujos.

Esperanza: Sí, son muy buenos. Entonces: si te inscribís en algún taller de dibujo, yo te cuento algo de mí.

Wow, wow, wow. Alto. ¿Tenía que qué? Bastante ocupado estaba con la maldita facultad como para meterme en un taller de dibujo. Además, tampoco era que me enloquecía dibujar; lo hacía cuando estaba aburrido, o algo por el estilo. De todos modos, tenía que hacer algún taller de dibujo y recién ahí sabría algo de ella. Mierda. ¿Por qué tenía que ser tan arduo? ¿Tan difícil era descubrir quién era? ¿Cómo podía ser? Podía ir a la facultad y preguntar una por una a todas mis compañeras de Introducción. No. No podía hacer eso; quedaría como un idiota enfermo y me cavaría mi propia tumba. No necesitaba ser marginado también ahí. Mejor iba a lo seguro y comenzaba el maldito taller; total, ella no tendría forma de asegurarse si yo realmente asistía al mismo o no, simplemente tenía que mentir.

Darko: Trato hecho.

Esperanza: Genial. Entonces te paso el número del taller al que va un amigo mío. Él se va a encargar de decirme si realmente empezaste o no :)

¡¿Qué?! ¡La re puta madre! Había caído en la trampa como un boludo.

Darko: ¿Qué? ¿Lo tenías todo planeado?

Esperanza: Mmm... podría decirse. Aunque admito que me sorprendiste al proponer vos mismo el trato. Aún no sabía muy bien cómo hacerlo. Incluso me hablaste antes de que yo hubiera tenido oportunidad de hacerlo. ¡Gracias!

Ja, ja. No me estaba causando nada de gracia.

Darko: ¿Me estás queriendo decir que realmente tenés un plan? ¿A qué estás jugando? Se me está yendo la paciencia. Decímelo de una puta vez.

El círculo verde de conexión de Esperanza se apagó, luego de haberme pasado un número telefónico. No entendía bien que estaba pasando, pero de alguna manera me encontraba sonriendo como un idiota. Antes de que pudiera darme cuenta, toda la secuencia de mis viejos ya no tenía tanta importancia. Me sentía algo... ¿alegre? Tal vez. No sabía decirlo con exactitud. Anoté el número de teléfono en un papel y lo guardé. Si había que jugar, iba a hacerlo. «Ya te voy a atrapar, Esperanza», pensé. «El juego recién empieza».

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