Cogí un papel y escribí una nota a mi compañero, diciendo que iba a salir a dar un paseo. Una vez estuve fuera de la casa, mis pasos me llevaron a un pequeño cementerio cerca de allí. Las hileras de tumbas se repartían a lo largo del campo. Estrechos caminos estaban construidos entre las hileras. Conocía aquel lugar mejor de lo que me hubiera gustado. Caminé por uno de los senderos de piedra, hasta llegar a una lápida de mármol gris.
- Hola, Gaara - dije.
Me arrodillé en frente de la tumba. Allí estaba grabado, sobre la superficie gris, el nombre de la única persona que había llegado a amar.
- ¿Sabes? Al final conseguí crear el robot del que tanto hablábamos. Se parece mucho a ti. Supongo que lo hice inconscientemente.
Ahí me derrumbé. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos.
- Te echo de menos... No ha pasado un día sin que pensara en ti. ¿Por qué te tuviste que ir?
Me sequé las lágrimas con la manga. Con los ojos hinchados y rojos, volví a mirar hacia la tumba.
- Lo siento, no quiero que me veas así... Creo que volveré a casa ya.
Me levanté despacio, sin apartar la mirada de la lápida.
- Gaara... nunca olvides que te quiero.
Una última lágrima se escapó de mi ojo. Rápidamente la sequé y volví a casa con paso decidido. Al abrir la puerta, me encontré con el robot sentado en el sofá, mirando fijamente a la puerta.
- Has ido al cementerio, ¿verdad?
Me quedé callado un momento. Aquello me pilló por sorpresa, ¿cómo sabía él eso?
- Bueno, bueno - sonreí -. ¿Me has estado siguiendo?
- No, decididamente no. Solo tenía esa sensación.
- Pues estás en lo cierto - me senté a su lado -. Estaba visitando a una persona muy importante para mí, que ya no está con nosotros. ¿Sabes? Se parece mucho a ti.
- ¿A mí? ¿También era un robot?
- No - reí -. Él era humano, pero tenéis la misma apariencia.
- ¿Me construiste para que fuera así?
Volví a enmudecer. La verdad es que sí. Aquel ser metálico solo había sido un intento de traer de vuelta al que había sido el ser más querido para mí. Gaara y yo siempre habíamos hablado de construir un robot los dos juntos. Solíamos bromear diciendo que sería como nuestro hijo, el hijo que nunca podríamos tener. Luego, aquel accidente en el laboratorio... Gaara era científico, y aquel día estaba investigando con otras dos personas. Recuerdo perfectamente esa tarde, cuando yo fui para darle una sorpresa cuando saliera del trabajo. Al llegar allí, todo era caos. La policía, los bomberos y varias ambulancias estaban allí. Vi como sacaban a dos chicos jóvenes de entre los escombros. Busqué desesperadamente con la mirada en busca de alguna señal de Gaara. Finalmente, avisté a dos hombres empujando una camilla. Subieron al pelirrojo a una ambulancia, y yo me presenté en el hospital lo más pronto que pude. Estuve a su lado hasta que exhaló su último suspiro. Prometí acabar el robot que los dos habíamos soñado, nuestro hijo artificial. Es por eso que nunca descansé hasta verlo acabado.
- ¿Lee? - me llamó
- ¿Qué? Ah, sí - miré tristemente al suelo -. Creo que te hice así sin ser consciente de ello, lo siento si te molesta.
Me miró con sus ojos de cristal, y seguidamente me abrazó.
- No te preocupes, está bien - dijo -. Intentaré parecerme a ese Gaara si eso te hace feliz.
Estaba frío. No poseía el calor que caracteriza un abrazo humano, pero me reconfortó de alguna manera. Saber que alguien me apoyaba, incluso si era un robot, me hizo sentir bien.
- No hace falta que seas como él - respondí -. Estás bien como eres.
- Está bien, pero quiero ayudarte en lo que pueda.
Ese Gaara metálico... De repente su voz sonaba como la de un humano, aunque su cuerpo seguía siendo frío y artificial.
- Oye, Lee...
- Dime.
- ¿Podría ver una foto de Gaara?
Me extrañó un poco la pregunta, la verdad.
- Claro, espera aquí un momento.
Corrí escaleras arriba. Abrí uno de los cajones de mi mesa. Allí guardaba un viejo álbum de fotos que no había sido abierto en mucho tiempo. Le quité la capa de polvo acumulado en la cubierta y bajé abajo. Gaara me esperaba sentado en el sofá. Me senté a su lado.
- Este es un álbum que nos regaló la hermana de Gaara por nuestro primer aniversario como pareja - expliqué -. Lo tituló "LeeGaa" o algo así.
- ¿Tenía una hermana?
- Sí, y un hermano mayor. Creo que se llamaban...
- Temari y Kankurô.
Miré a Gaara sin poder casi creerlo. ¿Cómo lo sabía?
- Gaara, tú... ¿cómo lo sabías?
- No sé, simplemente se me han venido esos dos nombres a la cabeza. ¿Pasa algo?
No parecía estar mintiendo, aunque yo no podía saberlo, porque su expresión no cambiaba un ápice; sin embargo, nunca me había mentido, no veía por qué iba a hacerlo ahora.
- No, no es nada... - abrí el polvoriento álbum.
Allí estaban recogidas muchas de las experiencias que habíamos vivido Gaara y yo juntos. El robot miraba muy atentamente una de las fotos, en la que yo estaba vestido como Link, del videojuego The Legend of Zelda. Gaara estaba a mi lado, sonrojado y algo molesto, ya que su hermana le había obligado a vestirse de princesa Zelda.
- ¿Ese es Gaara? - preguntó el robot.
- Sí, pero en esa estaba disfrazado - reí al recordar aquel día -. Mira, esta es de cuando fuimos de vacaciones a París.
Señalé una foto. En ella se veía la Torre Eiffel de fondo, y Gaara estaba subido a caballito encima de mí riendo y saludando a la cámara. Él siempre había sido bastante bajito para su edad, así que pesaba muy poco. Sonreí tristemente al acordarme de todos aquellos momentos al lado de él, momentos que nunca volverían.
- Este Gaara debía de ser muy bueno - comentó el robot -. Ojalá algún día pueda llegar a ser como él.
- Ya te lo he dicho, estás bien como estás - sonreí -. Bueno, voy a guardar esto.
Subí escaleras arriba. Abrí de nuevo el cajón donde estaba guardado el álbum, y alcancé a ver una cajita negra. No me hizo falta abrirla, sabía de sobra lo que contenía. Era el anillo de compromiso que llevaba en el bolsillo en aquel fatídico día, el que nunca llegué a darle a Gaara. Cerré el cajón y regresé abajo. La cena ya estaba servida.
- Me he tomado la libertad de preparar curry - dijo Gaara -. Es tu comida favorita, ¿no?
- Pues... sí. Muchas gracias - le sonreí.
La verdad, no recordaba haberle dicho nada sobre mis preferencias a la hora de comer, pero supuse que durante más de un año que llevábamos juntos, igual había mencionado algo sobre el tema. Me senté a la mesa y empecé a comer. Gaara solo me observaba, quieto en su silla. Me dio un poco de pena el que no pudiera comer.
- ¿Está rico? - preguntó.
- Delicioso - respondí -. Es de lo mejor que he probado.
- Me alegra que te guste.
Cuando acabé, él retiró los platos y lo metió todo al lavavajillas.
- Oye, Gaara - le dije -. No tienes que hacerlo todo tú, me siento mal.
- No te preocupes, no me molesta en absoluto.
- De todos modos, podría ayudarte en algo alguna vez - repetí -. Tú solo dímelo, ¿vale?
- Vale.