Devon Crawford y los Guardian...

By Carlos_J_Eguren

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PRIMEROS CAPÍTULOS DE DEVON CRAWFORD Y LOS GUARDIANES DEL INFINITO. Novela disponible completa, en formato di... More

PREFACIO... PRÓLOGO... LO QUE SEA

CAPÍTULO 1: LA CHICA STEAMPUNK DEBE MORIR

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By Carlos_J_Eguren


Este primer episodio también podría llamarse: El día en que no fui a clase y un robot quiso matarme, pero me quedaría sin el nombre con el que me refiero a los lunes y es poco comercial.

Por esa época era una quinceañera normal que adornaba sus carpetas con dibujos de zombis que morían de hambre al no hallar cerebros. Como dije, una chica normal, pero que dejaba huella a los que me conocían; mi mechón rosa fue convalidado por una bronca de mi padre (al menos a él le marcó). Siguiendo esa corriente, mi madre decía de mi chaqueta de The Black Parade: «un intento de expresar rebeldía a través de figuras fatalistas que hacen ruido..., perdón, música» (sí, es psiquiatra; la omitiremos antes de que diga algo sobre Freud y la represión sexual). ¿Cómo iban a saber cómo era si ni yo lo sabía? Yo era yo y ya está, lo sabía desde el verano en que visité el barrio punk de Londres, plagado de crestas coloridas y personas que miraron a la Muerte cara a cara y le dijeron: «chica, ese maquillaje tan pálido ya no se lleva». Acabé en una librería y conseguí agenciarme un par de libros de algo que más tarde supe que se llamaba steampunk. Y me metí en Twitter, donde trolleaba con el apodo de @Chica_Steampunk. Más tarde, vinieron mis gafas retrofuturistas en mi cabeza, que los miserables de mi instituto (la academia para jóvenes sin talento) describían como «cosa rara».

Esos hechos desarrollaron mi credo: la Tierra es una cloaca girando en medio del vertedero llamado universo. Y se confirma cuando comienzo mi historia con una descripción y sabemos que en los talleres literarios te dicen: «hay que empezar con la acción». Pero oye, ¿cómo fardarías de que has conocido a Devon Crawford? Vale, ya sigo y dejo de hablar de mí misma en tercera persona. Quedo fatal, joder.

Al convertirme en la Chica Steampunk recuperé una antigualla como regalo de cumpleaños: un reloj de bolsillo de oro, con una cubierta colmada de símbolos. Era el complemento perfecto para mis fotos, las que subía a mi Tumblr. Si hubiera sabido que iba a cambiarlo todo, ¿lo hubiera cogido? Es una pregunta estúpida. ¡Claro que lo hubiese cogido! ¿Opinaría lo mismo Gwen?

¿Qué? ¿Que quién es Gwen? Mi única amiga. Voy por ahí de alma en pena que no tiene a nadie que la entienda, pero cuando estaba en preescolar tuve que prestarle un rotulador y, desde entonces, colegas (una historia épica, algún día harán precuelas). No se eligen a las amistades de la infancia, pero ella era la que más me aguantó y me seguía el rollo cuando yo quería hacer skate, aunque ella tuviera dos pies izquierdos, o leyendo a Edgar Allan Poe, pese a que se quejaba de que «oscuro» no se escribía «obscuro». No era una chica brillante (firmaba como Lady_Von_Destroyer15 y Von porque se parecía a bone que era «hueso» y..., vale, nuestros nicks son idiotas), pero era mi sidekick y si os hablo de Gwen es porque el plan de irnos de clase (y lo que supuso) provino de ella y solo de ella.

—Los demás se van a esa excursión a la playa, a buscar piedras y esa porquería —dije como si me estuviesen arrancando la piel. Me miré mis manos de un blanco nuclear.

Sentadas en el banco, frente a la salida del instituto, veíamos desfilar a la calaña de imbéciles de nuestro curso: pijos, deportistas, frikis... Fauna y flora olvidable subiendo al autobús como si fuera ganado yendo al matadero.

—Prefiero quedarme antes que ir con esos estúpidos —agregué.

Gwen asintió con la cabeza y me preguntó:

—¿Nada de playa entonces?

Negué y respondí:

—La playa me pegó de pequeña.

Mi lacaya rompió su autorización para ir a la visita y masculló, desanimada:

—Si no vamos, nos obligarán a quedarnos en el instituto y soportar a los profesores de guardia. No he traído ningún manga que leer...

Esa era una clara insinuación de que nos levantásemos y saliéramos corriendo. O, al menos, fue lo que hicimos. Gwen era la culpable de dos delitos:

1. Huida del instituto con mucha clase (subidas en mi monopatín; yo le daba velocidad, ella iba sentada delante y el terreno era en bajada).

2. Partirnos de risa cuando llegamos a la estación de metro.

De poco importa que yo lo tuviese planeado desde el día anterior, ¿no?

—¡Y hoy es tu cumpleaños! —exclamó Gwen dando palmaditas—. ¿Adónde vamos?

—A un cementerio.

Desconocía mi capacidad para acertar sobre mi destino en aquellas fechas.

—¿No es mejor huir a un sitio más bonito, Dev? ¡A París, la capital del amor!

—O Transilvania, donde Drácula sirve exquisitos cócteles de sangre —dije, pero noté su decepción—. Y a París, pero solo si vamos a algún barrio donde hubo la peste.

—¡Qué bien! Pero... ¡Es verdad! No tenemos dinero para viajar...

Gwen era como una niña; más con aquellas dos coletas con lacitos, largas medias de rayas negras y grises y vestidos de hacía siglos, la moda de las lolitas góticas. Durante el trayecto en metro, quise hablar de Kingdom Hearts, pero Gwen insistió como una cría que quiere saber si la llevan a la juguetería:

—¿Un cementerio, Dev?

—¡Al mejor cementerio de reliquias! —contesté. Los ojos de Gwen se iluminaron—. ¡El anticuario de mi tía Aurora!

Su cara fue de completa e irremediable decepción.

—Eh... ¿Eso es una respuesta irónica? Suena a respuesta falsa. ¿Tía Aurora? ¿En serio?

—Es una respuesta real.

Como gesto de disculpa, murmuró:

—Ups, vaya...

Le hablé de mi tía, la que no veía desde que cumplí los cinco años. Era la propietaria de una tienda de antigüedades rarísima.

—¿Rarísima en qué sentido, Devon?

—En el sentido de rarísima como mi tía. Aurora se largó de nuestras vidas diciéndonos a mi madre y a mí una cosa: que nunca, bajo ningún concepto, pasase lo que pasase, yo fuese a la tienda antes de cumplir los quince.

—¿Y eso? —dijo, confusa—. ¿Le rompiste algo de pequeña?

—Ni idea. Hoy cumplo quince, tengo su reloj rollo steampunk como regalo y voy a su cripta. ¿Qué te parece?

Gwen era la descripción gráfica del hype. ¿Se hacía a la idea de que mi razón divagaba sobre el bazar de Aurora desde que lo visité por primera y única vez con cuatro años? Sí, porque me dediqué a repetírselo hasta que nos apeamos dos paradas antes de la que nos tocaba (nos «olvidamos» de comprar un billete).

Siendo dos chicas ejemplares (de anormales), vagamos por la arteria principal de la ciudad, obstruida por turistas. Lo crucial era encontrar el garito de mi tía y debía estar por allí.

—Dev, si eras pequeña la última vez que viniste, ¿cómo te vas a acordar de dónde está ese sitio?

—¿Soy idiota o qué? Por favor... —Resoplé—. Claro que no me acuerdo, pero... Me suena que es por aquí... Creo.

Escuché a Gwen suspirar, pero me centré en buscar el largo callejón que precedía al comercio de mi tía. Caminé hacia un sitio y hacia otro, asegurando que ya sabía dónde era (mentí). Cada dos por tres, despegaba a Gwen de algún escaparate y conseguía que volviese a andar. Eso fue hasta que lloriqueó:

—¿La peña me mirará mal si me quito estos zapatos tan incómodos y voy descalza?

—Gwen, piensa lo que acabas de decir. ¿Es digno de ser la frase de tu lápida?

—¿Y tú no crees que esa que acabas de soltar es demasiado larga si quiera para ponerla?

Touché. La señorita Gwen Talley solía tener algunos arranques inesperados.

—¿Falta mucho, Dev? ¿Qué hora es?

Saqué mi reloj de bolsillo.

—Ya la consulto, Gwen, pesada, que eres una pesada... Si te subieran a un dirigible no dudes de que con lo pesada que eres, te echaban de una patada y te rescataban para cogerte y volverte a tirar. —Para mi mérito, farfullé eso sin que Gwen lo escuchase. Comprobé la hora—. Son las... Vaya, ¿te he comentado que este pedazo de chatarra no tiene pila?

—¡Perfecto! —dijo Gwen tirándome a la cara un bloque de ironía.

Antes de que mi Robin desfalleciese, como buen émulo de Batman que soy, procuré resucitar el cachivache dándole cuerda. No volvió del cielo de los relojes inútiles, pero escupió algo.

—Si ya lo has destrozado, Dev, ¿por qué no nos vamos ya y comemos tarta por tu cumple? ¡Una gran porción con algo de té! Si quieres deja el té para el resto de lolitas, yo me sacrifico comiendo tarta y...

Miré el pequeño objeto que liberó el reloj: un tubo del tamaño de medio dedo. Lo desenrosqué y vi que guardaba algo, un papel enrollado. Abrí la nota y leí lo que decía:

Al final de la arteria, calle sin nombre, sin número.

Gwen miró el documento sin fijarse en lo que ponía:

—Oh, vaya, Dev. A lo mejor eso es la garantía y lo puedes devolver. A mi padre le pasó con un mando a distancia, fue a devolverlo a una tienda, aunque resulta que no lo había comprado allí y...

—¡Gwen, escúchame! —exclamé y sacudí el papelito—. ¡Es un mensaje! ¡Una dirección! ¡Sígueme!

—¿Eres el Conejo Blanco y yo soy Alicia?

—No, tú eres Gwen, la lolita más tonta que conozco.

—¡No es justo! Soy la única lolita que conoces.

Conseguí acallar a Gwen mientras releía la nota y buscaba la solución al enigma. A Aurora le encantaban los misterios.

—«Al final de la arteria». Debe ser en ese arco horrible que marca el final de la avenida.

Cuando llegamos (aunque tuvimos que pararnos para que Gwen se comprase un helado), a la derecha y en frente había un parque; a la izquierda, una casa con la puerta tapiada junto al número cero y el nombre de la calle (Swanson). ¿No era allí? Apoyé mi mano sobre la placa. Era antigua, se movía.

—A menos que el camino sea invisible, Dev, nos hemos equivocado y... —El ruido enmudeció a Gwen. Sin querer (bueno sí, quise un poco), arranqué la placa—. Pero ¿qué haces? Nos escaqueamos de clase, rompemos bienes públicos, ¿qué será lo siguiente? ¿Matar a alguien?

—A ti como no atiendas —dije con mi característica amabilidad. Señalé un nombre más polvoriento, escondido debajo del Swanson. Lo limpié y leí—: Tenebris... ¿Latín?

Fui hasta la puerta bloqueada con tablas y le di un toque con mi monopatín.

—¿Estás segura de lo que haces, Dev? Tenebris no inspira confianza. Tal vez esta casa abandonada era el anticuario de tu tía, ha cerrado y ya está.

Conseguí sacar una de las tablas haciendo palanca. Gwen vigiló por si venía alguien; era temprano, los transeúntes eran escasos y seguían con sus asuntos. Sé que debí pararme, hacer caso a Gwen como buena amiga, pero yo no soy de ese tipo de amigas (soy más bien una enemiga con buen rollo).

Los tablones se vinieron abajo y la puerta se abrió. Con un salto, entré en lo que parecía un largo pasaje; la fachada estaba hueca y albergaba un callejón. ¿Era el que recordaba? Conducía por la calle Tenebris hasta la oscuridad.

Obligué a Gwen a venir conmigo, porque... ¡Era una aventura!

Aquel antro apestaba a encierro, abandono y el camino se estrechaba bajo una luz gris que lo convertía en un decorado de película de terror, ¿qué más se podía pedir?

—Dev, esta es la guarida de algún asesino en serie...

—Puede. Tía Aurora ha diversificado el negocio y se dedica a los psicópatas.

Desconocía que un heraldo de la muerte recorría nuestros pasos.

—¿Y esta niebla? ¡Pero si fuera hacía sol! —se quejó Gwen.

—Se habrá nublado. Imagina las caras de los que fueron a la excursión al ver cómo su día de playa se convertía en un desastre —dije y solté un poco de mi carcajada maligna, inspirada en los villanos de James Bond—. ¡Adelante! ¡Esto se pone cada vez más divertido!

Gwen discrepaba con mi definición de «divertido», pero continuamos. El ambiente era cada vez más insano y, cuando mirábamos atrás, ya no veíamos la puerta.

¿Por qué sentía que la dejadez de aquel lugar era artificial? En mis recuerdos de la infancia, lo evocaba de otra manera, por ejemplo, sin la montaña de preguntas de Gwen:

—¿En qué momento decidió tu tía escoger un sitio tan horrible para un local? ¿Nadie limpia? ¿Por qué no hay gente? ¿Por qué cerraron la puerta principal? ¿Cuánto falta? ¿Por qué cambiarían el nombre de este vertedero? ¿Cómo entra la niebla? ¿Sabes si algún día van a renovar Firefly?

Dejó de hablar cuando vislumbramos nuestra meta. La vi surgir entre las tinieblas: una inmensa plaza y un colosal palacio, el anticuario. No era producto de un sueño de la niñez. ¿Cómo existía esa especie de catedral, escondida en mi aburrida ciudad? Ni idea.

Avancé con más rapidez, pensé incluso en usar mi monopatín.

Gwen se agazapó a mi lado mientras atravesábamos la plaza, solitaria a excepción de nosotras, la humareda y tres estatuas con largos sudarios. Mi mirada se detuvo en el portón de la tienda, circular y lleno de engranajes como un reloj.

—Esto no puede ser real —dije—, pero lo es.

Mi mirada deambulaba por la fachada, adornada con brillantes vidrieras y grandes columnas de alabastro que hacían que se sostuviese como un castillo de naipes. Por culpa de las charlas de historia del arte de mi padre, sabía que la mayoría de aquellos componentes estéticos (los arcos de medio punto, las gárgolas...) eran de otro tiempo, pero se mezclaban con otros que ¿cómo describirlos? ¿Como pertenecientes a un movimiento artístico desconocido o fruto de una remodelación arriesgada? Me fascinaba cómo convergían los toques futuristas con los antiguos. Su arquitecto era un ser adelantado a su tiempo, un loco y un genio, pues cada vez que yo parpadeaba, hallaba nuevos detalles y otros cambiaban, lo que me hacía pensar en si aquel monstruo estaba creciendo entre la bruma y la magia.

—Una cosa, Dev —preguntó Gwen contando el ingente número de torres que conectaban con la cúpula central—. Si tu tía se ha acordado de tu cumpleaños y de que debías venir hoy, te hará un regalo fantástico. Debe ser multinfinitamentemillonaria.

Sonreí mientras buscaba cómo entrar y qué decir.

Fue cuando escuchamos un ruido, como un ladrillo siendo arrastrado.

Los pedestales de las estatuas estaban huérfanos. ¿Estatuas? Esas moles, con total parsimonia, caminaban hacia nosotras con la seguridad de un depredador, levantando sus brazos como el monstruo de Frankenstein. Si hubieran tenido rostro, hubieran lucido unas fauces hambrientas.

—¡DEVON! ¿Recuerdas esto de tu infancia?

—¡Gwen, si recordase esto de mi infancia, estaría traumatizada!

—¡Eso explicaría muchas cosas! ¡Volvamos!

Pero uno de los seres de piedra cerró la vía de regreso.

—¡A la tienda, Gwen!

Aporreamos la puerta y aprendí que las cosas sencillas no suelen suceder: estaba cerrada, las tres bestias iban hacia nosotras y un invitado se aproximaba con un chirrido metálico. Este último era un adefesio alado que cruzó el callejón como un cuchillo la piel.

Qué equivocadas estábamos. Pensábamos que nos iban a matar tres estatuas. Gran error. Nos iba a matar aquel pájaro de hojalata fecundado por un espantapájaros. La niebla que nos envolvía no era niebla, era vapor que vomitaba aquella arpía mecánica.

Gwen y yo esquivamos varios zarpazos. Quería desmembrarnos con sus larguísimas garras.

La cabeza del ser era solo un pico que no pretendía nada mejor que devorarnos. Vivo o artificial, quería matarnos e hicimos lo más valiente que se nos ocurrió: gritar e intentar escabullirnos.

Recibimos ayuda inesperada: una de las estatuas fue hacia el buitre..., pero el carroñero consiguió zafarse. Lo mismo hizo esquivando el puñetazo de otro de los guardianes de piedra. Ignorábamos si las imágenes de roca y el androide jugaban en el mismo equipo o si se disputaban quién nos mataría, pero ganó el pájaro, porque se abalanzó sobre nosotras y dijo:

—La Chica Steampunk debe morir.

Solo se me ocurrió arrearle en la cabeza con mi monopatín.

Hubo suerte. Lo decapité. La cabeza voló, arrojando tuercas y vapor.

No pudimos cantar victoria: el cuerpo, como un juguete roto, siguió moviéndose.

¡Sorpresa! La tercera efigie lo aplastó con sus puños como si fuese la señal para que las otras dos se uniesen y lo descuartizasen.

Nosotras observamos el grotesco espectáculo hasta que la puerta principal del anticuario se abrió. Salió alguien con inusitada y completa tranquilidad.

—¡No hagáis tanto ruido! —dijo a los pétreos guardas. No se percató de Gwen ni de mí—. Eh, ¿qué es eso? Pero... —Puso cara de sorpresa—. ¡Habéis cazado a un aniquilador! Dejadme un trocito para las pruebas del caso o para usarlo de pisapapeles, ¿queréis? —Ninguna de las tres estatuas contestó—. ¿Me ignoráis? Gracias, antipáticas.

Tras terminar con las «estatuas», el desconocido se quitó las gafas de sol y nos vio a Gwen y a mí. Tendría unos veintitantos años tan bien conservados como su mugriento pelo oscuro, de raíces rubias. Sacudió los hombros de su gabardina de cuero. Mentiría si no dijera lo más llamativo de ese tío: una cicatriz con forma de estrella de ocho puntas cruzándole el careto.

Esgrimí mi monopatín como arma (por si acaso).

—Por favor, chica —me dijo y rio—. Podría desmaterializar ese bonito monopatín con un mero hechizo... ¿Quiénes sois vosotras y qué demonios hacéis aquí? Espero que no digáis que sois demonios porque pensaré que he hecho un juego de palabras y odio eso.

Di un paso adelante, escondiendo mi miedo bajo capas de falsa seguridad.

—Soy Devon Crawford y he venido a ver a mi tía, Aurora Barlow, la propietaria de la tienda. No sé por qué me han atacado esas cosas..., las de roca y...

—¿Cosas de roca? Mejora tu vocabulario. Son es-ta-tu-as.

—Y una especie de tostadora asesina a vapor...

—Espera, espera... Lo primero... ¿Las Estatuas Centinelas os atacaron? ¿Bob, Joe y Jake? (Vale, no se llaman así, tienen nombres más mierdosos como Marquitus, Rominicus y Tonticus, pero los míos son más escalofriantes). Esos hijos de piedra no atacan, decapitan y masacran.

—A nosotras no, somos chicas legales —objetó Gwen. Rogué porque la tierra me tragase.

—No lo cuestiono, pero un santo podría entrar aquí y se llevaría una paliza de las Centinelas. Si no lo han hecho con vosotras es por algo más simple: os han salvado el pellejo porque sois marcadas. —Escudriñó nuestras caras patidifusas—. Divertido, ¿eh?

—¿No ha sido porque las Estatuas Centinelas se han puesto a jugar con ese androide y se han olvidado de nosotras? —pregunté. Dos de ellas se pasaban la cabeza del aniquilador, impidiendo que la tercera se las quitase.

—Oh, vaya —masculló el tipejo mirando el juego de los guardianes—. Ojiplático me quedo cuando abusan del más pequeñín, Jake... —Nos señaló—. Pero sin divagar, si hubieran querido mataros, lo hubieran hecho y estarían pasando vuestras cabezas con la del androide. —Levantó las cejas como si hubiera acabado de descubrir algo—. Vaya, serían tres cabezas, lo que resultaría más equitativo, y no abusarían del pobre Jake. A él le hubiera gustado decapitaros, nenas.

Le crucé la cara con una bofetada y le dije:

—¡Nada de nenas, capullo! No sé quién eres tú, no sé qué ha sido esto, pero no voy a darme por vencida hasta saber dónde está mi tía y dejar las cosas claras.

—Y yo soy Gwen Talley —murmuró mi amiga creciéndose como yo, pero cuando el tipo se movió, dio un gritito y se ocultó detrás.

El hombre de la estrella sonrió y extendió su mano hacia mí. No se la estreché.

—Qué educación, en fin... —Gruñó un rato—. Mi nombre es Blake Lowe, detective y hechicero, experto en patearle el culo a los monstruos —dijo y se arremangó, mostrando unos antebrazos tatuados. Los unió formando un solo tatuaje: una estrella de ocho puntas como la de su rostro—. ¿Veis? Confiad en mí.

—Como si nos enseñas un tatuaje con letras japonesas que crees que dice «destino» y en realidad dice «pollo agridulce»... Tampoco sabría si es algo por lo que tenemos que creerte o no —dije.

—Una placa molaría más —sugirió Gwen.

—No hay tanto presupuesto —susurró Lowe. Sacó un bote de pastillas y se tomó una.

—¿Has sabido que nos iban a atacar y has venido? —pregunté.

—Dije que era «detective», no «policía», no soy de MULTIVERSO. No he venido por vosotras. —Se rascó la barbilla—. Estoy investigando quién mató a la custodia de la Tienda de Curiosidades Infinitas. Una mujer sin herederos conocidos, hasta ahora. —Clavó su mirada en mí—. Pero tú la conocías como Aurora.

Mi ilusión se rompió como un vaso que choca contra el suelo.

—Confesad—dijo Blake comprendiendo algo fundamental—. ¿Os sentís muy perdidas? ¿No seráporque no sois marcadas?

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NOTA MENTAL. Marvel, no me denuncies por esto. ¡Estoy muerta!

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