Celia, la chica de ojos grand...

By AlbenisLS

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El detective Diego Grezch investiga el caso de una chica que se suicida, Celia. Lo que no sabe es que a medid... More

Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20: El Misterio de Celia.

Capítulo 16.

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By AlbenisLS

-¿Terminamos entonces, policía?- preguntó el vagabundo, poniendose de pie y colocando sus huesudas manos sobre el escritorio.

La información que me había dado Fidel había sido bastante importante. Celia había usado drogas en varias oportunidades para superar las crisis depresivas en las que entró a partir de la muerte de sus padres. Podría haberlo liberado tranquilamente, sin ponerle cargo alguno, pero dentro de mi cabeza, un ángel y un demonio estaban luchando por decidir quién tenía razón. El demonio ganó.

-Si, hemos terminado por ahora.- le respondí, mientras lo miraba intensamente y me sentaba en el asiento pegado al suelo.

-Bueno, entonces puedo irme.- dijo el hombre sonriendo abiertamente, mostrando su dentadura torcida y amarillenta.

-¿Irte? ¿Acaso dije que podías irte?- espeté, y sonreí maliciosamente al ver la expresión confundida del vagabundo.

-¿Cómo? ¿No me puedo ir?- preguntó.

-Lo siento señor Fidel, pero no puedes irte. Voy a tener que encerrarte por confesar que eres un vendedor de sustancias ilícitas.- contesté, mientras su cara se horrorizaba al imaginarse encerrado.

-¡Yo no confesé nada! ¡No he vendido nada en varias semanas! ¡Pensé que teníamos un trato policía!- comenzó a gritar a todo pulmón, tratando inutilmente de mover la silla.

-Lo siento, de verdad. Pero no voy a dejar que en mi ciudad hayan plagas como tú dañando a la gente, al igual como hiciste con Celia.- dije en forma brusca, poniendome de pie.

-¿¡De qué estás hablando!? ¡Yo no he dañado a nadie, y menos a la mujercita esa! ¡Ella me buscó por cuenta propia!- dijo, con un nudo en la garganta. Estaba a punto de llorar, pero no me hizo sentir mal de ninguna manera. Ese hombre merecía ser encerrado.

-Así son las cosas Fidel.- dije, saliendo de la habitación y permitiendo que dos oficiales entraran para llevarse al hombre a una de las pocas celdas que poseía la estación de policías.

Tuve que respirar profundamente para dirigirme a el lugare en donde Julia aún seguía ocupada revisando varios archivos, aunque seguramente lo hacía a propósito para esperar que terminara de hablar con Fidel para luego exigirme explicaciones.

El hombre salió retorciendose de la sala de preguntas, mientras vociferaba maldiciones e insultos de todos los tipos hacia mi persona.

-¡Eres un malnacido Diego Grezch! ¡Tú nunca vas a servir para nada!- gritó, pero no era la voz de Fidel, sino una voz femenina la que salía de su garganta.

Unos puntos blancos aparecieron en mi vista, al igual como había sucedido una vez en casa de Julia. La imagen se puso totalmente en blanco hasta que poco a poco fue recuperando colores.

Estaba sentado frente a una mesa que estaba volcada a un lado, con las cosas que al parecer tenpia encima regadas por todas partes. Era un comedor más bien pequeño, con baldosas de cerámica amarillas, manchadas por una sustancia de color rosado chicle. A lo lejos, desde un corredor estrecho que al parecer daba a la sala, unas voces de una mujer y un hombre se gritaban el uno al otro cosas impronunciables.

-¿Entonces por qué no te largas de una buena vez? ¡Mi hijo y yo no te necesitamos!- gritó la mujer, con su voz algo desgarrada. Seguramente estaba llorando.

-¡Eso es lo que haré, te dejo a ti y tu bastardo! Bah, ¡Ni siquiera se si ese es mi hijo! ¿¡Quién sabe si te revolcaste con otro tipejo mientras iba al trabajo!?- gritó el hombre, mientras sonaba un ruido extraño, como el de unos cierres.

-¡Ahora me dices eso! ¿¡Te atreves a dudar de mi, cuando tú me has engañado con todas las mujeres de la ciudad!? ¡No seas tan imbécil y vete! Además, tú trabajo reparando ventiladores no sirve de nada, porque eso es lo que eres : UN BUENO PARA NADA- dijo la voz femenina

Yo aún seguía escuchando los gritos desde el comedor destruido. Todo indicaba que la pelea entre esa pareja había comenzado allí. No me atrevía a moverme, con miedo que volvieran y algo le sucediera a la señora.

¿Por qué me preocupaba por la señora? No la conocía en lo absoluto, ni a ella ni al señor que parecía se estaba yendo de la casa. Reuní valor y me puse de pie, y me sorprendió lo que noté. Era mucho más bajo de lo normal, la altura de un niño de unos cuatro años. Me asusté y miré en un espejo a un niño de esa misma edad, de cabello y ojos marrón claro. 

-Mierda.- pensé- Soy un niño. No entiendo nada de lo que está pasando.-

Caminé lentamente hacia el lugar en dónde estaban peleando los señores, y los pude ver. La señora, de cabello marrón y ondulado hasta los hombros, tenía su perfecta cara roja de tanto llorar, y cuando me fijé bien, noté que tenía un ojo moreteado: El maldito de su esposo la había golpeado.

Sentí un odio inmenso por el hombre frente a mi; un tipo alto, de ojos marrones, cabello rubio y de contextura fuerte y corpulenta. El señor me miró fijamente y su expresión se tornó atemorizante, e inmediatamente me gritó: ¡Vete a tu cuarto, bastardo!

Bastardo. El rubio se había dirigido a mi con ese apelativo tan horrible. Anteriormente lo había hecho refiriendose a su... 

Ya lo comprendía todo. Yo era el hijo de aquella pareja, era a mi a quien se referían en todo momento. Traté de decir algo, pero mi pequeña boca no se movía, era como si estuviese sellada.

-¡No le digas así a mi hijo!- dijo la señora, que se abalanzó sobre el hombre, que al instante la derribó a mi lado. La mujer lloró nuevamente y se acercó a mi y me dijo al oido.

-Cariño, ve a tu cuarto ¿si? Mañana hacemos una fiesta de cumpleaños bien bonita para ti.- sonrió brevemente, hasta ponerse de pie y mirar con furia al que era su esposo.

Corrí, con intenciones de ir a mi cuarto, pero me detuve al final de las escaleras. Quería estar seguro de que la... Mi madre estuviera bien y segura, no quería que el imbécil de mi...

El rubio sonrió hacia mi madre, y despectivamente escupió.

-Si, yo te he engañado con varias mujeres. En especial con Clara Rodríguez, esa mujer está bien buena.-

La mujer tomó una lámpara de mesa y la arrojó hacia el rostro del hombre, tumbándolo al piso. El hombre se hizo una enorme rajadura en la frente, de la que un líquido rojo oscuro brotaba espesamente.

-¡Eres una...- dijo mientras se dirigía hacia su esposa, pero en ese momento tres hombres entraron a la casa y lo tomaron fuerte, llevandoselo hacia un carro de policía.

El hombre forcejeaba contra los tres hombres, y la mujer al acercarse a la entrada gritó

-¡Eres un malnacido Diego Grezch! ¡Tú nunca vas a servir para nada!-

Los puntos blancos aparecieron de nuevo, hasta llenar todo el espacio que abarcaba mi visión. Ya mi recuerdo... O lo que sea que hubiese sido; había terminado. Iba a volver a la realidad, una realidad que me asustaba más que cualquier sueño que hubiese tenido antes.

Parpadeé. Mi vista fue recuperandose de la blancura hasta que pude distinguir varios puntos de diversos colores a mi alrededor. Un zumbido constante en mis oídos me indicaba que alguien intentaba hablarme, y cada vez se aclaraba más hasta notar que era una voz de mujer, una voz familiar.

-¡Grezch! ¿¡Estás bien!?- dijo nerviosa Antonieta Morales, la jefa suplente de la estación.

Mi visión se acomodó totalmente, y pude ver las caras de todos mis compañeros de trabajo sobre mi. Había caido al suelo, me había desmayado otra vez. Y lo peor, había sido en mi lugar de trabajo.

Traté de ponerme de pie, pero el mundo comenzó a dar vueltas. Los veía a todos, con sus caras de horror y sorpresa. Quizás había convulsionado, justo como la vez en la que fui a la casa de la niñita ciega. Traté de decir algo, pero lo único que pude decir fue: Julia.

La morena, que no había visto en todo el rato de mi despertar, se mostró con su bello rostro lleno de lágrimas. Estaba llorando por mi, se preocupaba por mi, me quería.

-Diego...- dijo Julia, entre sollozos.

Diego. Ese era el nombe de mi padre. Se llamaba Diego Grezch, igual que yo... O bueno, al igual que el nombre que me había creado. Mi memoria había recordado el nombre de mi padre y lo puse como mío.

-Estoy bien.- dije mientras me ponía de pie. Todos me ayudaron a levantarme, hasta que las tibias y suaves manos de Julia me tomaron los brazos. Todas las cosas que había reprimido en esta semana explotaron, y estallé en llanto frente a Julia, frente a todos.

Eran demasiadas coincidencias, demasiadas historias y demasiadas verdades juntas para absorber fácilmente, no podía con tantas cosas. Era mi límite. No había llorado en años; desde que encontré a los dos hermanitos muertos en una habitación mugrienta de un almacén abandonado.

-Ya, ya.- susurraba Julia, mientras acariciaba mi cabello, rozando la cicatriz de mi cabeza, que extrañamente no me ardía para nada. Quizás mi memoria por fin había comenzado a cooperar conmigo y abrirse.

Mierda. Había recordado una parte crucial de mi visión. Un momento que había estado aguardando por días. Un testigo había reaparecido en el caso; no en el de la chica Celia, ni en el de David, sino en el mío. Diego Grezch padre había engañado a mi madre con varias mujeres en varias oportunidades, entre ellas una mujer con la que había intercambiado palabras el catorce de septiembre.

-Disculpa Julia, pero debo irme.- le dije en su oido, en voz muy baja.

-¿A dónde vas?- me preguntó de igual forma.

-A hablar con una persona importante en mi caso.-

-Voy contigo.- dispuso firmemente.

-No, esto tengo que hacerlo solo. Nos vemos en unas horas.- le dije, y antes de separarme de su abrazo, le confesé algo que había querido decirle desde hacía diez minutos- Te amo.

La morena se quedó rígida, con la mirada perdida en el horizonte, para luego dirigir sus ojos verdes hacia mi y esbozar una sonrisa enorme y responder: También te amo.

Le di un ligero beso, entre la mejilla y sus labios, y todos los compañeros comenzaron a chillar y celebrar. A lo mejor habían notado la química existente entre nosotros, y lo aprobaban.

Pero ahora no tenía tiempo, debía ir a la casa de esa mujer. Debía hablar con Clara Rodríguez viuda de Falcón.

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