Raken, la ciudad del origen y...

By Jorge_A_Garrido

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(Lo expuesto en wattpad no es la novela al completo, sino un avance con los primeros capítulos, para que el l... More

Novela Raken, la ciudad del origen y el olvido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6

Capítulo 3

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By Jorge_A_Garrido


Los primeros rayos del sol me despiertan. Puede que sea la intranquilidad propia del que se siente preso en un mundo con demasiados peligros rondando alrededor, desvelándome del reparador sueño cualquier simple variación del entorno. ¿Será esta la sensación del hombre prehistórico, aquel que vivía cada nuevo día sin saber si a pocas horas se encontraría alimentando a los gusanos? Es probable que no, que viviese sin el miedo, ni siquiera la preocupación, de no lograr sobrevivir hasta llegar a viejo. En realidad, no sirve de nada pensar en ello. Si ha de llegar el final, llegará, por mucho o poco que te comas la cabeza.

Anoche me quedé dormido casi sin darme cuenta, mientras le daba vueltas a lo sucedido durante la jornada. Normalmente, suelo quedarme desnudo a la hora de echarme a la cama, con la agradable temperatura de la noche, pero ahora me encuentro sudando por no haberme quitado la ropa y con la espalda doblada al pasar tantas horas en el puf.

Toca una ducha, rápida para no gastar mucha agua, que hace semanas que no cae una sola gota de lluvia y el improvisado depósito que instalé en el último piso debe estar ya al diez o quince por ciento de su capacidad. Fue bastante sencillo de hacer, aprovechando la inmensa pecera de la vivienda de la séptima planta, donde, de pie, el tope del recipiente me llega al pecho y de largo tendrá entre tres y cuatro metros. Me pareció impresionante cuando la vi, aunque tampoco tan sorprendente como que el propietario debió comprar las otras tres viviendas e hizo una sola entre las cuatro últimas del edificio. Solo me quedó aprovechar la salida de humos hacia la azotea para enlazar con ella varios tubos de plástico que recogían y dirigían el agua caída hacia el piso en el que estoy instalado. Sí, es cierto; tengo bastante tiempo libre, aunque para estas cosas me viene genial.

Ya aseado y vestido, recogida mi mochila y equipado con la cantimplora, munición y una pistola extra, salgo de la vivienda y la cierro con llave, devolviendo la cadena de plata bajo la camiseta. Hoy no me apetecen saltamontes, por lo que desciendo las escaleras rumbo a la planta baja.

En una costumbre diaria convertida en riguroso ritual, bajo los últimos peldaños con lentitud, observando el exterior a través de los barrotes del portón, donde apenas queda señal alguna del cristal que un día vistiera.

En principio no se ve nada, de ahí que me acerco, aún con recelo, hasta la entrada. Un vistazo a un lado, al otro... No parece que deba retrasar mi salida del edificio. Puerta abierta y cierre con llave. ¿Y ahora? Rumbo al este; quiero visitar el hospital.

Por algún motivo que no llego a entender, esta zona de la ciudad es muy poco transitada por personas, ni siquiera viajeros o gente que se haya perdido. Sí, es verdad, no hay aquí mucho para comer, pero no es algo que pueda saberse sin pisar estas calles e intentar explotarlas. Tampoco hay bandidos y no es que sea un territorio plagado de clomas. De ahí que, curiosamente, haya vivido aquí mucho más tranquilo que en mi ciudad natal, a muchos kilómetros de esta y también en la costa. Sin embargo, no podría haberme quedado en aquel lugar. Ya no se trataba de que todos mis seres queridos hubiesen muerto o que la acumulación de estos crueles e insaciables seres hiciera imposible salir en busca de alimento sin que te toparas con ellos un mínimo de cuatro o cinco veces al día. El aumento de la temperatura global de la Tierra que se venía sufriendo durante todo un siglo fue acabando con las nieves perpetuas de las cimas de las montañas que se elevaban a poca distancia del mar y los ríos perdieron el caudal con el que abastecían a la urbe. Antes que resignarse a una emigración masiva de sus habitantes, se construyó la inmensa desaladora que debía paliar esta falta de agua, agotando así las arcas de la ciudad. Dio la impresión de que daba resultado, pero, entonces, llegaron los clomas. Nunca supe, ni me interesé por ello, si tuvieron algo que ver, directa o indirectamente, con la destrucción de la planta desaladora, apenas una semana después de su aparición, pero constituyó un suceso determinante para que me marchara. Fue, irónicamente, la gota que colmó el vaso, máxime cuando, para entonces, ya me encontraba solo.

A mi derecha veo la estatua caída en la que tantas veces he permanecido sentado y dos alegres gorriones dando brincos sobre la misma. Hoy no he traído la trampa, pues mi destino anda bastante lejos de este lugar, pero una de las dos aves, si no ambas, se habría convertido en un fantástico almuerzo. ¡Bah! ¡Mira al frente, idiota...! Ese era el primero de una serie de continuos y sonoros rugidos de estómago que voy a sufrir tras pensar en los jugosos muslitos a la plancha. Sin duda alguna, pensamientos como este no van a ayudarme en mi deambular matutino.

Al cabo de un buen rato andando, llego hasta el río. Según le oí a Alberto en una de sus interesantes conversaciones sobre la historia de esta ciudad, ya que es natural de aquí, su cauce creció desmesuradamente en una ocasión, alcanzando su propio récord histórico. Así, se desbordó e inundó la mayor parte de la urbe. En la actualidad, no obstante, el nivel se mantiene a casi cuatro metros de la parte superior, habiendo alrededor de ciento cincuenta metros de ancho en mi posición. Mucha, mucha agua es la que fluye por este río, aunque, en esta ocasión, se trata de agua salada. Y es que también esta ciudad levantó una protección contra la subida del nivel del mar, como otras tantas en el planeta, pero no siempre podemos vencer a la naturaleza. De esta forma, agrietada y rota una parte del impresionante muro levantado, sus habitantes tuvieron la suerte de que el agua quedara encauzada en este río. Lo dicho; la naturaleza suele recuperar lo que los humanos le quitamos previamente. Este cauce fue desviado una vez y hubo un extenso parque a lo largo del mismo. Tras el deshielo de los polos, sin embargo, las aguas volvieron a su lugar.

Cambiando levemente de tema, lo cierto es que después de tantos años de inoperatividad industrial, las aguas parecen claras, sin manchas de aceite ni basuras como cubos o bolsas de plástico. No sé a dónde habrá ido a parar todo ese material, pero da la impresión de que se haya hecho limpieza una vez que nuestra civilización se derrumbara. ¡Oye! No había pensado en eso hasta ahora... Quizá no todo haya sido malo, pues el declive del ser humano como especie dominante y agresiva con su entorno está favoreciendo la recuperación de la naturaleza, a un ritmo mucho mayor que el que podría haberse esperado. Aún recuerdo las violentas manifestaciones y los discursos callejeros sobre la necesidad de actuar de una vez por todas en favor del planeta, en lugar de seguir explotándolo sin medida. Las alarmantes voces avisaban de que no habría vuelta atrás, que nada volvería a ser como antes. El mundo era un cadáver que agonizaba antes de exhalar sus últimas bocanadas de aire y debíamos, al menos, mantener el horrible estado en el que ya se encontraba antes de que en poco tiempo se diera totalmente por perdido. Pues mira eso: el cielo está azul, en lugar de grisáceo por culpa de la excesiva polución; hace mucha calor, sí, pero los animales siguen pululando a nuestro alrededor; también muchos ríos se han recuperado y, seguramente, las montañas ven crecer sus árboles y demás plantas allí por donde hombres y mujeres han dejado de pasar. La pregunta sería si de verdad habría que dar una valoración positiva a la muerte de millones de personas en el mundo, pues parece claro que ha sido a raíz de esto el que pueda recuperarse. Siendo objetivos... No, no quiero dar una respuesta objetiva. Desde mi punto de vista, no ha sido una buena solución al deterioro del planeta, menos aún cuando los que han sufrido tan solo eran los herederos de las atrocidades que otros llevaron a cabo, sin tener en cuenta en qué estado dejaban la Tierra a sus descendientes... entre los cuales, muy a mi pesar, he de incluirme.

Siguiendo el cauce del río no debería tardar más de quince o veinte minutos en alcanzar el hospital, pero algo, que ya desde que saliera de mi refugio me esperaba, va a retrasarme.

Rápidamente, me oculto tras el primer coche que veo a mi derecha, del revés sobre la estrecha acera. Pego mi espalda a la carrocería y me asomo por la parte del morro. La suerte es que debió haber volteado a causa de un violento accidente porque tiene el techo aplastado. De no haber sido así, probablemente mis piernas, bajo las rodillas, habrían quedado al descubierto, y ya no tengo tiempo de avanzar a otro coche.

Un cloma avanza despacio, arrastrando los pies en su deambular. Con la barbilla elevada y la mirada perdida, no parece atender a nada salvo a los obstáculos que va encontrando en el camino, de manera que varía unos grados el sentido de avance a fin de no tropezar.

Está a bastante distancia, aunque prefiero tomar ciertas precauciones y mantenerme alerta. Lo mejor es que no hay ninguno más por los alrededores y no necesito sino atender a la actitud del único que veo para reafirmarme en ello. Con el tiempo que llevo huyendo y luchando contra los clomas, he tenido la oportunidad de aprender algo de su comportamiento. Entre otras cosas, sé que cuando se muestran tan poco activos de día, como si hubiesen tragado hacía media hora un potente cóctel de tranquilizantes, es porque no hay otro cerca, pues son tremendamente territoriales. Al menos, desde que escasean los humanos...

Dentro de las posibilidades que se me ocurren, deben desprender algún aroma especial que solo ellos captan, ya que si a dos calles hay otro se ponen nerviosos y muy agresivos, dando golpes a lo que tengan a mano mientras saltan y gruñen como locos. Así, puedo estar relativamente tranquilo; con un poco de paciencia, pronto se habrá marchado. No obstante, otra idea se instala veloz en mi mente. Yo también puedo ir hacia delante, en el mismo sentido que el cloma, en lugar de girar en el puente más cercano. No es que vaya a perder muchos metros cruzando el río por el siguiente a este, pero sí evitaré la posibilidad de encontrarme con uno de estos seres al otro lado. Este me servirá de guía, indicándome en todo momento que no haya más problemas en nuestro camino.

Debo acercarme a él, aunque en realidad mi propósito es el de alcanzar la hilera de vehículos que podré utilizar de parapeto durante nuestro avance. De esta forma, me mantendré oculto a sus ojos, de coche en coche, alternando algún camión o, incluso, contenedores de basura. Y así lo hago, con todo el cuidado que soy capaz de imprimirle a mis pasos, moviéndome tan sigilosamente que el cloma no me detecta.

Aun creyendo que he hecho lo correcto, veo que el paso es mucho más lento de lo que imaginé al comienzo. ¿Cuánto llevamos? ¿Media hora? Por ahí rondará, pero no debo precipitarme, no vaya a ser que, después de tanto tiempo, ahora acabe llamando su atención. Eso sí, hasta alcanzar el segundo puente, no hemos encontrado a ningún otro cloma.

El que sigo continúa caminando al frente, en lugar de girar en el ancho puente, uno por el que, en su día, circularía una gran cantidad de vehículos a través de sus cuatro carriles. Por tanto, aquí nos despedimos, él absorto en lo que sea que pase por su cabeza, de suceder tal cosa; yo atento a cualquier peligro que pueda encontrarme en el nuevo camino.

La estructura del puente, de las más llamativas de la ciudad, consta de tres grandes columnas, una a cada lado más la tercera, más alta, en el centro, las cuales están unidas por un gran hierro curvado en los extremos superiores. Luego, una serie de tubos, que van de izquierda a derecha a lo largo del puente, terminan de dar la extraña sensación de estar observando un enorme costillar, unido por una fina columna vertebral. No sé si esta sería la imagen que el autor quería ofrecer de su obra, pero es lo que parece. Quizá debió darle un aspecto distinto y más representativo del momento en el que fue construido, después de que la violenta entrada de agua salada hubiese arrastrado consigo el puente que había en lugar de este. Sí, otra de las amenas conversaciones con Alberto. ¡Lo que estoy aprendiendo con este chico, oye!

Como en el resto de la ciudad, multitud de vehículos abandonados me ofrecerán una segura cobertura hacia el otro lado del río. Camino entre ellos medio agazapado, hasta un extraño punto en el que hay una llamativa línea pintada a lo ancho del puente, de color amarillo. Sobre ella y alrededor, veo muchos pequeños agujeros, sin orden alguno. Solo me detengo un segundo a observarlos, pero no necesito mucho más para entender de inmediato de qué se trata en cuanto la primera bala pasa rozando mi oreja izquierda, delatada por un característico zumbido en mi oído y la fina columna de polvo blanco que levanta al crear un nuevo agujero, a apenas unos veinte centímetros de uno de mis pies.

Rápidamente, me lanzo al suelo, hasta quedar sentado y con la espalda pegada a la furgoneta que me oculta de la visión del francotirador. No, no tengo dudas; se encuentra más adelante, cuando no hay demasiados metros desde mi posición hasta el centro del puente. Haber oído el zumbido tan cerca de mi oreja y comprobar que el impacto sucedió sobre la misma línea amarilla me certifica que ocupa una posición elevada y esa solo puede ser la parte más alta de la columna central.

Por extraño que parezca... ¡Qué demonios! No es extraño, ni aun a pesar de los tiempos que vivimos, que todavía no haya habido nadie que disparara contra mí, por error o plenamente consciente. Este, desde luego, sabe lo que hace, disparando desde una posición privilegiada y con un arma con mira y silenciador, quizá para no llamar la atención de quien pudiera encontrarse en los alrededores.

Me atrevo a echar un vistazo por uno de los lados de la furgoneta y veo que, efectivamente, la gigantesca columna central tiene una escalera de mantenimiento, la cual termina en una ancha plataforma superior. Es más, me da la impresión de que sobre esta hay otra más, un poco más grande y a unos dos o tres metros por encima.

¿Y ahora? Vuelvo a sentarme, observando el camino que recorrí unos minutos antes. La línea amarilla... ¿será un indicador de límite territorial o marcará una distancia segura y eficaz de disparo? En cualquier caso, me mueva hacia delante o atrás, seré un blanco sencillo para el tirador, que seguro no vuelve a fallar. Tengo que distraerle de alguna manera.

Podría hacer ruido para llamar la atención del cloma que seguí en paralelo al río. El problema será que el de arriba, quieto y protegido en las alturas, pasará desapercibido y acabaré siendo yo el plato preferente. No, el tirador no movería un dedo, simplemente esperaría a que me diera alcance y acabase conmigo. Después, ya se encargaría de él, sin correr un solo riesgo. Aún más, pudiera ser que el ruido llamase a más de esas cosas. Entonces sí que mi situación sería crítica, atrapado en el puente por ambos extremos.

¿Es que no tengo escapatoria? No puede ser, no puedo haber luchado tanto para morir así, a causa de una fría bala que lleva mi nombre desde hace ya más de cinco minutos. Tengo que intentarlo, llamar al cloma con un disparo de mi pistola. Cuando venga hacia mí... ya se verá, pero no puedo quedarme aquí para siempre. Podría arrastrarme por debajo de la furgoneta, pero mis movimientos serían lentos y el francotirador también tendrá previsto que intente escapar por ahí; no me daría ninguna oportunidad. Y correr entre los vehículos sería igual de inútil. Se acabó; pistola agarrada a dos manos, seguro quitado y apuntada hacia el cloma que seguí, que ha avanzado bien poco desde que lo dejara.

Por un instante, soy consciente de la absoluta ausencia de sonidos que se adueña del puente. Estoy listo, decidido a hacerlo, con el arma ya en alto, pero no llego a disparar. Mis músculos se tensan y por mi frente comienzan a correr varias gotas de sudor cuando el débil gruñido de un cloma rompe dicha quietud, a mi espalda. No puedo creerlo... Tanto darle vueltas en la cabeza para hacer que el que avanza junto al cauce del río se acerque corriendo hacia aquí y ya había otro merodeando. No realizo ningún movimiento salvo el de bajar el brazo, mirando de reojo a los dos lados de la furgoneta.

El de la plataforma no ha disparado, esperando a todas luces el desenlace del enfrentamiento entre el cloma y yo. Necesitaría dos balas, al menos, para derribarnos a ambos, pero le es totalmente innecesario, pues solo uno de los dos saldrá vivo del puente, al menos hasta que él o ella entrara en acción, con la mitad del trabajo ya hecho.

No necesito echar un ojo tras el vehículo, pues el harapiento asoma parte de su cabeza a mi izquierda. Parece olfatear un rastro mientras las babas caen en gran cantidad de su asquerosa boca. Está a punto de descubrirme, tan solo ha de avanzar unos centímetros y girar la cabeza. Es el momento de moverme, tan silenciosamente como pueda, al menos incorporarme hasta quedar de cuclillas, listo para salir corriendo de un brinco.

Al fin, con un brusco movimiento, ya detectada la presa, salta al frente con los pies por delante, sus ojos clavados en mí y la boca, de negra y medio destrozada dentadura, inundada de espumosa saliva. Más por instinto que porque realmente lo pensara, me levanto como un resorte y empiezo a correr por el otro lado, oyendo detrás sus acelerados pasos y los gruñidos, estos a mayor volumen que los soltados mientras me buscaba.

La primera, y más urgente intención, es la de no dejarme atrapar. No obstante, tengo muy claro cuál será el camino en mi huida.

El francotirador, como pensé, no realiza ningún disparo, lo que me permite centrarme en mi perseguidor, el cual es algo más rápido que yo. De hecho, tras seguirme entre varios coches, rodeando estos a la mayor velocidad que me permiten mis piernas, salta hacia mí, errando un potente zarpazo por muy poco. Gracias he de dar a mis reflejos, al agachar la cabeza lo justo cuando noté su sombra al interponerse entre el sol y el suelo que piso.

No dejo de correr, oyendo la sonora queja de frustración por su fracaso y su nueva puesta en marcha, segundos que me vienen de perlas para alcanzar la escalera de la columna central del puente.

Es una acción que no esperaría el tirador, que no puede apuntar correctamente hacia abajo al estar situado sobre la plataforma más alta y ancha. Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que disparara por el agujero de entrada de la escalera, pero, desde mi nueva posición, veo que esta no llega hasta la ubicación de dicha persona, por lo que ha de tener otro acceso, permitiéndome quedar fuera de la línea de tiro.

Coloco la pistola en mi cinturón y asciendo lo más rápido que puedo, con el cloma dándome alcance. Por suerte, no es tan ágil subiendo escaleras, pero es capaz de llegar hasta mí. Logro sacudirle una patada en la cabeza que retrasa su avance y casi hace que caiga al vacío, aunque da la impresión de que eso le da aún más alas.

Cuando estoy a punto de alcanzar la primera de las plataformas, me detengo un segundo y miro hacia abajo; lo tengo prácticamente encima. Agarro la pistola de mi cinturón y realizo un disparo en dirección al cloma. Consigo acertarle en un costado, pero mi intención no es matarlo. Sin soltarse de la escalera, se retuerce un instante y baja la mirada, momento que aprovecho para sujetarme a los salientes en forma de argollas que cuelgan del armazón metálico, avanzando de una a otra hasta desaparecer de su vista por detrás de la columna, colgado a muchos metros sobre el suelo.

El cloma ruge de furia y oigo el ascenso acelerado por la escalera. Probablemente, y ya es suerte que haya funcionado, ha debido creer que seguí subiendo y es al francotirador a quien encuentra en mi lugar. Oigo los gritos del hombre y los ruidos propios del forcejeo. La lucha dura menos de un minuto, dándola por terminada un certero disparo, el que ha debido precipitar al cloma hacia el puente, muriendo este, si no por el proyectil, tras el brutal impacto contra el asfalto. ¿Es posible que en tan reducido espacio haya vencido el hombre?

Una vez alcanzada de nuevo la escalera, agotado, me detengo un momento a escuchar, pero no llega ningún otro sonido a mis oídos. Me decido, pues, a moverme, echando una ojeada por el hueco hacia el piso que tengo sobre mi cabeza, aunque debo caminar un metro por él hasta llegar a nueve escalones más.

Con lentitud, mi cabeza comienza a asomar por encima de la plataforma hasta que veo ante mí al tirador, un hombre no demasiado mayor que se encuentra sentado con las piernas estiradas en mi dirección. Me mira como yo a él, aunque mi segunda atención se la lleva la herida abierta en el vientre, de casi un palmo de longitud, por la que ya ha salido casi toda la sangre necesaria para perder, primero, la consciencia, y, segundo, la vida. Por su mente debe surcar toda una ristra de maldiciones e insultos dirigidos a mi persona, sabiendo que yo soy el culpable de que esté a punto de morir, habiendo engañado de alguna forma al cloma.

Intenta levantar su arma en mi dirección, pero eso no hace sino acelerar su final, acabando por caer de espaldas cuando todas sus fuerzas quedan agotadas.

Ya de pie, me acerco hasta el hombre, vestido de manera similar a mí, aunque de un color mucho más claro, no por desgastado siquiera, quizá intentando no llamar la atención en la blanca columna en la que se encuentra.

El cuerpo no se mueve, tampoco tiembla ni muestra convulsiones. Sin duda, ya debe estar muerto. Busco entre sus bolsillos y compruebo que apenas podré aprovechar algo de lo que lleva. La botella de agua de litro y medio la echo a la mochila, así como recojo el rifle y su munición. A esta mira de precisión voy a sacarle mucho partido.

Una vez que termino el registro, comprobado el interior de cada bolsillo, me doy la vuelta, con la idea de olvidarme del muerto. Tampoco es que carezca de humanidad; soy frío porque lo requiere la situación. Y, ¡qué demonios! Estoy seguro de que él no vaciló un solo segundo a la hora de apuntar en dirección a mi cabeza y apretar el gatillo en cuanto pisé la línea amarilla. Aun así, observo de nuevo su rostro. Ahora me parece mucho más joven, de pocos años más que yo. No, no es que él me dé pena, pero sí que me parece una lástima que con todo lo que estamos sufriendo, con esos clomas por ahí, nos estemos matando los humanos unos a otros.

Supongo que no debo estar lejos de la zona de los bandidos y que este pertenecería a su grupo. Puede que solo sea un vigía o un primer filtro para evitar que los ajenos a dicha organización entren en su territorio. ¿Sería un ferviente seguidor de las creencias y normas de los bandidos o un pobre desgraciado obligado a realizar estas tareas para evitar represalias? Todo el mundo no se ve capacitado para disparar a sangre fría a otro ser humano, aún menos suele hacerse al gusto del que tiene dicha responsabilidad. Pero poco importa ya; está muerto y, por supuesto, mejor él que yo.

No hay nada más interesante que recoger, por lo que enseguida volveré a descender por la escalera, no sin antes echar un ojo por la mira telescópica en dirección al hospital. Es sencillo de identificar, un gran conjunto de edificios rectangulares de color blanco que destaca entre los bloques de viviendas más oscuros que hay alrededor, viendo en el centro lo que debieron ser un día los preciosos y cuidados jardines del complejo sanitario. También miro hacia el lugar donde podría encontrarse el que seguí por el otro lado del río y compruebo que sigue andando tan tranquilo, como si nada hubiese ocurrido a tan pocos metros de él. ¿Habrá quedado sordo tras algún combate anterior contra otras personas o incluso un congénere? Sea como sea, no ha debido oír nada, o se habría unido a la fiesta.

En principio, no veo ningún otro peligro, aunque clomas o humanos pueden estar esperando tras cualquier esquina o vehículo entre los cuales deambularé en unos minutos. No hay problema. Soy consciente de que un día acabará todo. Ya no tengo miedo.

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