Los Cuentos de Príncipes sin...

Per LaJodidaAutora

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Sinopsis Erase una vez, en un mundo encantado donde la magia, los personajes fantásticos y los seres humanos... Més

PRÓLOGO
"Sir Quinn de los Puercos"
"El Príncipe de las Nieves y los Siete Enanitos"
"El Príncipe de las Nieves y los Siete Enanitos" -Parte Final-
La Venganza del Príncipe Tritón
Ganadora del 1º Lugar Concurso LGTB
La Venganza del Príncipe Tritón - 2°Parte
La Venganza del Príncipe Tritón -Parte Final-
La Leyenda de La Doncella Dragón
La Leyenda de La Doncella Dragón -2° Parte-
Ganadora por "Elección del público" en los Lgbtawards 2016
La Leyenda de La Doncella Dragón -3° Parte-
La Leyenda de La Doncella Dragón -4° Parte-
La Leyenda de La Doncella Dragón -Parte Final-
"El Niño y el Príncipe Bestia"
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 2
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 3
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 4
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 5
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 6
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 7
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 8
"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte Final
CUENTOS QUE... ¿NO TERMINARON?
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Los Cuentos de Príncipes sin Princesas... ¡Parte 2!
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"El Príncipe Rojo y el Gran Lobo"

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Per LaJodidaAutora

*Inspirado en el cuento original de tradición oral "La Caperucita Roja" ( En francés "Le Petit Chaperon rouge" y en Alemán "Rotkäppchen"). Adaptado también por Perrault en 1697 y por los hermanos Grimm en 1812. 

***         

Érase una vez, en uno de los reinos del norte al que pertenecían gran parte de los bosques del olmo y el almez; existía la leyenda de terribles y feroces criaturas que los habitaban. Los campesinos y leñadores decían que estas "bestias" eran semejantes a los lobos, pero mucho mayores en tamaño y fuerza. De hecho, un leñador que logró escapar tras el trágico ataque a una aldea, mencionó que escuchó a una de estas criaturas hablar como hombre.

Muchos desestimaron estas historias por años, pero cuando una tranquila comunidad que habitaba a las orillas del rio Prim, comarca de leñadores, fue sorprendida una noche por una enorme bestia asesina...aquellos que se burlaban o menospreciaban esta leyenda, ahora les embargaba el terror.

Los ataques continuaron y las victimas, en su mayoría aldeanos indefensos, comenzaron a contarse por docenas. Algunos leñadores eran sorprendidos por el gigantesco lobo y eran despedazados o mutilados por este. Muchos cadáveres no fueron encontrados ya que la bestia los arrastraba a su guarida y allí, decían, los devoraba. Tan terrible se tornó esta situación, que los líderes de diferentes comarcas se dirigieron a la capital del reino a solicitar a su majestad que enviara al ejército a protegerles. 

El rey Lyuben escuchaba aquellos relatos con mucho escepticismo. No podía dar crédito a esa tonta fábula de "Lobos gigantes parlanchines", tenía que existir alguna otra explicación más razonable para tan cruentos crímenes. Su hijo, el príncipe Elric, muy al contrario de su padre, se entusiasmó con aquella historia terrorífica. Él era un joven curioso y aventurero, su gallardía era conocida en muchas tierras y gustaba de embarcarse en complicadas empresas. Apenas en sus veinte, tenia un rostro hermoso y sus ojos eran verdes como dos grandes esmeraldas. Era conocido por todos bajo el apodo de "El Príncipe Rojo", esto debido a su hermoso cabello rojizo y a una capa color escarlata con la que solía ataviarse al emprender sus gestas heroicas. 

—Padre, quiero ir personalmente hasta ese lugar. Deseo investigar esa misteriosa leyenda.

—¿Crees acaso todos estos cuentos de criaturas gigantes?  

—No podemos descartar ningún hecho hasta no comprobarlo. Pero si hay un enorme lobo asesino, yo lo cazaré y te traeré su cabeza como un trofeo más para nuestra colección.

Aunque con algo de reticencia por parte del rey, "El Príncipe Rojo" tomó un puñado de sus más selectos hombres de armas para que le acompañaran, cargó su ballesta y aljaba y usando su reconocido atuendo escarlata, se dirigió ese mismo día rumbo a las tierras del norte.

Luego de un largo y afanoso trayecto, Elric llegó a su destino. Fue vitoreado al cruzar los valles y poblados por todas los habitantes de esas lejanas tierras. Su alteza en persona, con sus hombres más valientes, darían caza y exterminarían a la feroz criatura asesina. Los niños y las mujeres salían a su encuentro lanzándoles flores silvestres como muestra de afecto y gratitud por su valor. Aun así, el joven príncipe mantenía su frente en alto mientras cabalgaba,  le embargaban diferentes pensamientos y preocupaciones sobre esta extraña leyenda. Al cruzar el caudaloso río con sus hombres, se encontraron en la última aldea donde se había producido la sangrienta masacre.

—¿Fue en este lugar? —preguntó el príncipe.

—Sí, su alteza. La criatura ataca casi siempre de noche. Asesinó a más de una docena de hombres y dejó muy malheridos a la mayoría que intentaron detenerle. —comentó uno de los líderes de la aldea que le acompañaban.

—Llévame ante los heridos, quiero conversar con ellos. Necesito conocer de esos testigos contra qué realmente nos estamos enfrentando. 

Entonces, descendió de su caballo y junto a su más fiel compañero de armas, Ode "El astuto", se dirigieron con el líder de la aldea hasta una especie de choza improvisada. Allí atendían las heridas de los sobrevivientes del ataque.

Se impresionó de ver las horribles laceraciones en sus cuerpos: Eran como grandes surcos abiertos, que intentaban cerrar a punto de aguja e hilo para evitar que se desangraran. Esos eran los zarpazos de la criatura, la magnitud de estos demostraba que si se trataba de una especie de bestia, al menos tres veces más grande que un lobo común del bosque.

—¿Vio lo mismo que yo, alteza? —comentó Ode.  

—¿Qué clase de animal puede causar semejante herida? ¿Será acaso una especie de león?

—Nos hemos enfrentado ya a leones y les hemos dado caza cuando se ha requerido. Puedo creer que de alguna manera misteriosa haya alguno en este bosque y los aldeanos ignorantes no sepan de qué animal se trata. Pero estoy casi seguro que debe ser un león.

El príncipe creyó lo mismo que su compañero. Aun así buscó entre aquellos heridos alguno que estuviera en condiciones de contar lo que vivió. Halló a uno, un hombre delgado y ojeroso cuyo brazo derecho había sido bien vendado. Estaba acostado sobre una pequeña litera hecha de ramas y piel de oveja. Al ver al joven Elric, le reconoció de inmediato:

—¡"El Príncipe Rojo"! No puedo creer que usted esté aquí, mi valiente alteza.

—Sí, he venido a detener a este gran mal junto a mis hombres.

—¡Bendito sea el Hacedor que al fin contestó nuestras plegarias! ¡Sólo usted y el ejército de su padre pueden salvarnos de esta horrible bestia!

—¿Le viste? ¿Podrías describirme a la criatura?

—Estaba muy oscuro. Vino sobre nosotros mientras dormíamos, yo me desperté al oír los gritos en la aldea. Tomamos lo primero que teníamos a la mano y tratamos de defendernos, pero es una bestia muy fuerte, con sus enormes colmillos trituró nuestros palos y azadones. Ni siquiera se inmutaba ante fuego de las antorchas como los lobos normales y sabía cómo atacarnos en nuestras mayores debilidades.

—¿Una criatura inteligente? —pensó en voz alta Ode.

—No es un simple animal, es una bestia infernal. Estos bosques están plagados de criaturas malignas, brujas y demoníacos engendros. Seguramente este enorme y sangriento asesino es uno de ellos.

—"Mitos y leyendas", mi madre solía contarme diversos relatos similares sobre los bosques del norte. Está bien que engañen y atemoricen a un bobo niño del reino,  pero ustedes la mayoría son leñadores experimentados y saben que no existen tales cosas.

—¡No, su alteza! ¡Esto es real! ¿Qué no está observando a los heridos y los cadáveres?

—La bestia que viste, ¿acaso es similar a esta?

El príncipe Elric jaló la cadena del collar de oro que ocultaba bajo su vestimenta. En ella, estaba delicadamente formada la figura de un majestuoso león. El aldeano herido la observó por un instante y negó con la cabeza.

—No. La criatura que vi era un lobo, pero no uno cualquiera: Todo el pelo que le cubría era muy grueso y oscuro, esto le permitía ocultarse en la penumbra y se nos hacía muy difícil verlo hasta que este nos saltaba encima. Era enorme, cuando vino sobre mi montó sus patas sobre mi pecho, era en ese momento mucho más alto e imponente que un humano. Fue entonces cuando me derribó al suelo. Perdí la consciencia por unos minutos, pero luego desperté por el dolor, había hincado sus colmillos en mi brazo y me arrastraba hacía lo profundo del bosque. Como pude reaccioné y recordé que tenía un pequeño cuchillo con el que solía abrir las nueces, entonces lo tomé de mi cintura y se lo hinqué a la criatura en un costado de su cuello. Sorprendida, me soltó y aulló. Luego lo último que recuerdo es ver como se perdía entrando en la inmensa oscuridad del lugar.

—¿Entonces lograste herir a la criatura?

—Sí, alteza. Al parecer logré apuñalarla en algún punto débil.

—Si sangró entonces tenemos que encontrar ese rastro de sangre. Con algo de suerte nos guiará hasta su guarida y allí podremos sorprenderle. —A Ode le brillaron los ojos de la emoción por tan grandiosa cacería.

—Es mejor que vayamos cuanto antes a ese lugar.

El aldeano les indicó en dónde había ocurrido ese episodio del que apenas sobrevivió. Pero antes de que el príncipe le dejase, este le tomó del brazo y muy preocupado por su integridad, le advirtió nuevamente:

—Su alteza debe tener mucho cuidado, recuerde lo que le dije: Esa bestia no es ningún animal tonto, tiene mente de hombre, las trampas y tretas de cazadores no sirven contra ella.

—Gracias por tu consejo. 

Pero a pesar de la advertencia, Elric seguía subestimando el peligro. Había caído ya la tarde y aun así reunió a sus hombres y convocó a aquellos de la aldea que podían luchar a que le acompañasen. Junto a su joven amigo Ode, "El Príncipe Rojo" se adentró al mítico bosque en busca del lugar señalado por el aldeano herido.

Un tiempo después encontró el lugar. Ode se inclinó al suelo y encontró el pequeño cuchillo ensangrentado del aldeano, era una especie de puñal muy chico pero con la punta bien afilada. Se veía claramente el lugar donde la bestia fue herida dejando una muestra de su sangre.

—Es poca, pero puede seguirse el rastro de las gotas. —le comentó al príncipe.

—Su alteza, está por terminar la tarde, no es prudente seguir a la bestia de noche y menos en este bosque tan tenebroso. Mejor regresemos a la aldea y así podrá descansar y reponer fuerzas de su largo viaje.—Comentó uno de los líderes de la comarca que le seguían.

—Es cierto, mañana al despuntar el alba podemos regresar y seguir el rastro. —intervino uno de los leñadores que había tomado sus armas para unirse a la cacería.

—¡En lo absoluto! ¡No podemos regresar ahora! El rastro es apenas visible y con la humedad de la noche y el rocío de la mañana se perderá y quizás sea nuestra única oportunidad de encontrar su guarida y acorralarle allí.

—Pero, su alteza, entrar al bosque ahora... Si la noche cae estando en lo profundo del bosque seremos presas fáciles para la criatura. —replicó el leñador.

—Si sientes tanto temor, mejor regresa a la aldea y escóndete bajo tu cama. Mis hombres y yo seguiremos ese rastro y mataremos a la bestia. 

Y así, obstinado y prepotente, el príncipe y sus hombres abandonaron a los medrosos y emprendieron camino tras el rastro de la bestia.

Apenas visibles, las gotas de sangre sobre ramas y hojas secas les guiaban hasta lo más profundo de aquel inmenso bosque de altísimos árboles que les rodeaban. Aunque cansados por el viaje y hambrientos, siguieron su camino hasta que, como si de una manta oscura se tratase, la noche cayó sobre ellos.

—Encended sus lámparas y antorchas, aún no hemos encontrado la guarida de la bestia. —ordenó aireado el príncipe.

—¡Alteza!

Ode se encontraba confuso y muy preocupado. Una inesperada llovizna nocturna borró el tenue rastro que seguían y no sólo eso, era muy difícil mantener la luz encendida de las lámparas y antorchas.

—¡Tenemos que regresar, Alteza! ¡Es inútil! No podemos seguir el rastro en estas condiciones...

—¡Maldición, Ode! ¡Eres el mejor rastreador que conozco! ¿Cómo puedes decirme eso?

—Con todo respeto, príncipe Elric, es imposible continuar bajo esta lluvia.

—Te aminoras ante una simple llovizna, Ode, ¿acaso te has contagiado del miedo de los aldeanos?

—No soy ningún cobarde, alteza, muy bien lo sabe. Pero esa simple llovizna ya ha borrado el rastro y me temo que pueden tornarse más fuerte hasta ser un aguacero. Quizás podríamos acampar en algún sitio seguro y así continuar apenas tengamos luz suficiente para investigar esta zona.

El príncipe meditó el consejo de Ode y lo tomó. Acamparon muy cerca de la ladera de un pequeño monte para evitar estar tan expuestos en ese oscuro y frío bosque. Los hombres hicieron una gran fogata para repeler el aire helado que les atormentaba y estar bien iluminados. Montarían guardias hasta que diera el amanecer y así retomar su misión.

—Debería aprovechar y descansar, alteza. Mañana si no tendremos excusas hasta dar con esta "criatura infernal". —Dijo sonriendo Ode mientras contemplaba al príncipe en su tienda.

—Te digo lo mismo. Eres el rastreador, si no retomas fuerzas no podrás concentrarte bien y podrías terminar perdiéndonos en este espeluznante bosque.

—Sabe que eso no sucederá, alteza. Mi deber es protegerlo, no extraviarlo...

El príncipe se acercó hasta su servidor, puso su mano sobre su cabeza y le sonrió.

—Tienes razón, sé que serías capaz de cualquier cosa con tal de mantenerme a salvo. Gracias por estar a mi lado, aun en estos momentos tan desgraciados.

Ode , conmovido por la gentileza de su señor, intentó decirle algo que se ahogaba en su corazón, pero no pudo hacerlo, ya que en ese momento escucharon un especie de estruendo en medio del campamento. Las voces de sus hombres alarmados los hicieron salir de la tienda a toda prisa.

—¿Pero qué demonios está sucediendo?

Todo de pronto se hizo muy confuso y aterrador: El cuerpo sin vida de uno de sus hombres cayó sobre la fogata casi extinguiéndola. La bestia les sorprendía atacando el campamento. Apenas y era visible y sólo se escuchaban los gritos de los soldados en medio de toda esa escena de sangre y lamentos.

Elric tomó su ballesta e intentaba apuntar a la criatura, pero esta se movía rápidamente entre las sombras llevándose todo a su paso. En casi un pestañear había herido mortalmente a más de la mitad de los valientes hombres del reino. Entonces aquella bestia se detuvo ante el príncipe amenazante. Este, al ver aquella terrible criatura, no podía creer lo que tenía ante sí: En efecto era una especie de lobo enorme, sus pelos eran negros y estaban erizados, sus alargados colmillos en aquel inmenso hocico le hacían la criatura más extraña y aterradora con la que el príncipe se hubiera enfrentado. El gran lobo le contemplaba con unos raros ojos amarillos que lucían encendidos de la furia que le embargaba, fue entonces cuando le habló.

—"El Príncipe Rojo"... ¡Jamás pensé que podría conocerle en persona!

—¿Hablas? —Elric, completamente sorprendido sintió un terrible escalofrió al escuchar a la bestia con aquella voz grave y profunda.

—¡Por supuesto que hablo, alteza! Y no es lo único que haré...

Al decir esto se abalanzó sobre él, pero Ode se atravesó en su camino y cayó bajo el peso de aquel gigantesco animal. Elric entonces apuntó su ballesta a la bestia intentando dispararle, pero en aquella oscuridad y mientras Ode forcejeaba con ella intentando matarla, no pudo disparar, temía lastimar a su amigo por error.

—¡Elric! ¡Huye! —Gritó Ode herido y sin más fuerzas para detener a la poderosa criatura.

No tuvo más remedio que correr. El gran lobo al ver que el príncipe escapaba, lanzó un violento zarpazo al valiente Ode que le lanzó a un costado de la ladera, cayó sangrando y muy malherido. 

La bestia corrió entonces tras su presa. Por primera vez en su vida, Elric sentía pánico, intentaba cargar la ballesta pero sus manos temblaban tanto que no podía ni levantarla. Corriendo en medio de la oscuridad, terminó tropezándose y cayendo con las raíces secas y sobresalientes de los antiguos olmos del bosque. Allí la bestia aprovechó de lanzarse sobre él. El príncipe luchó con todas sus fuerzas ante aquel ataque salvaje, sentía como aquellos zarpazos le rasgaban la piel y destrozaron su vestimenta, un gran extremo de su capa escarlata se desprendió y la vio volar por el aire hasta caer sobre los arbustos; fue entonces cuando sintió la profunda mordida a un costado de su hombro. El dolor fue tan intenso que se desmayó, quedando a completa merced de su enemigo.

No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente, cuando abrió los ojos con mucha dificultad lo primero que sintió fue aquel intenso dolor en todo su cuerpo el que apenas podía mover. Estaba en un lugar muy oscuro, había un olor muy característico de humedad y sangre seca, era una especie de cueva, fue lo que pudo reconocer a simple vista. Entonces recordó todo lo que le había sucedido y su corazón se aceleró invadiéndole de nuevo el terror.

—¿Dónde diantres estoy? —pensó en voz alta mientras trataba de incorporarse y miraba a su alrededor.

Al tratar de levantarse se dio cuenta que estaba encadenado a un poste de hierro clavado en el piso, frente a él habían un montón de huesos secos y pieles de animales, estaba en la guarida de la bestia pero esta no estaba cerca en ese momento.

—¡Maldición! Tiene que haber alguna forma de librarme de esto.

En vano luchaba para quitarse aquel collar de hierro que sujetaba su cuello como si de un animal se tratase. Tampoco podía hacer mucho con la pesada cadena, aunque intentaba con las uñas desenterrar el poste pero este era muy profundo y el suelo era prácticamente de roca. Elric estaba allí encadenado sin remedio.

Algo llamó su atención y es que a pesar de lo adolorido que se sentía, sus heridas habían sido tratadas y tenía vendajes que las cubrían.

—¿Hay alguien aquí? ¡Quién sea! ¡Por favor, ayuda!

Entonces escuchó aquella grave y profunda voz que le hizo estremecerse de horror, pero al darse vuelta no se encontró con la enorme bestia peluda, sino con un hombre. Este era alto y fornido, su cabello era castaño con algunos reflejos rubios y le llegaba hasta un poco más abajo de los hombros. Sus rasgos eran muy bellos: Su rostro parecía esculpido, semejante a las estatuas de los guerreros de las tierras del sur. Sólo tenía puesto un pantalón de cuero, en su pecho desnudo se veían muchas marcas y cicatrices. Tenía una venda alrededor de su cuello, pero lo que más llamaba la atención eran aquellos ojos tan extraños de color amarillo que en ese momento le miraban con cierto desprecio.

—¿Así que al fin despertaste?

—¿Eres la bestia?

—¿Así me llaman ahora? Me han dado muchos nombres últimamente.

—¡Exijo que me liberes! Soy el príncipe...

—Sé muy bien quién eres, "Príncipe Rojo"...aun hasta este lejano lugar han llegado las historias de tus hazañas. Justamente por este motivo es que continúas con vida.

—Si sabes quién soy entonces deberías temer: Mi padre enviará a su ejército para rescatarme y serás aniquilado. Pero si me liberas, es posible que yo interceda para que tu castigo sea menor, aunque serás encerrado de por vida por todos los crímenes que has cometido.

—¿Si? ¡No me digas! Eres un joven bastante iluso y prepotente, príncipe Elric. ¿Acaso no ves que tú eres mi prisionero? Antes de que ellos se acerquen a mí, yo te destruiré. Así que más te vale que reces a tu Dios si esperas mantenerte con vida.

Diciendo estas palabras, aquel hombre se levantó y se retiró de allí, dejando al pobre príncipe Elric muy desesperanzado.

Entretanto, Ode y aquellos que sobrevivieron al ataque de la bestia esa noche, junto a una docena de hombres de aldeas cercanas que se sumaron a ellos, reanudaban desesperados la búsqueda. Tenían ahora la urgente misión de hallar a su alteza real, quien tenía ya más de cinco días desaparecido. Aún muy sentidos por sus graves heridas, retomaron el bosque en busca de posibles rastros. Lograron llegar hasta el lugar donde habían acampado esa noche, visto a plena luz del día era un terrible escenario de desorden y sangre seca por todos lados. Ode pudo recordar en qué lugar se encontraba el príncipe Elric la última vez que lo vio, así que partiendo de allí intentó hallar su rastro.

Luego de muchas horas al fin dieron con una importante pista: El extremo roto de su llamativa capa escarlata estaba enredado entre las ramas de un arbusto seco y tan sólo a unos pocos pasos de allí, entre las raíces que sobresalían del suelo, su ballesta y aljaba estaban tiradas cerca de un muy particular charco de sangre. Se veían los pedazos ensangrentados de tela escarlata del atuendo del joven príncipe.

—Le alcanzó...—Dijo con suma tristeza Ode, al imaginarse aquella sangrienta escena.

—¿Está...?

—No lo sabemos a ciencia cierta, Zvonimir. Tenemos que hallarlo, podría estar aún con vida aunque muy mal herido, o al menos debemos hallar sus restos y llevárselos a su padre. Yo seguiré la búsqueda con estos hombres, pero tú debes regresar e informar lo que ha sucedido en el reino. Que el rey Lyuben envíe a todo el ejército si es necesario, pero tenemos que encontrar a el príncipe Elric y matar a ese monstruo.

Mientras, el príncipe Elric se recuperaba de sus heridas. El mismo hombre misterioso se acercaba a él una vez al día y cambiaba sus vendajes. Dejó una vasija de barro con agua frente a su prisionero, de la que bebió desesperado el joven.

—¡Oh! Es un cambio muy drástico para su alteza real, luego de disfrutar de todo un sinfín de comodidades en su vida. Esta mugrosa y húmeda cueva debe ser más que un martirio para usted...

—Te equivocas, bestia. Gran parte de mi vida he estado en diferentes lugares, acampando en desiertos, cuevas, o a un medio de una gran tormenta en alta mar. He sufrido los males de cualquier hombre: Cansancio, hambre, sed, enfermedades y todo tipo de molestias junto a mis soldados en todas mis expediciones y batallas.

—¡Vaya! ¡Usted es todo un aventurero! Luego regresa a su reino, dejando tras sí aquellas hazañas que son cantadas por los bardos en las tabernas o las recitan los mayores a los más niños. "El Príncipe Rojo", un joven valiente y temerario héroe aclamado por su pueblo, amado por las doncellas y el orgullo del rey Lyuben. ¡Toda una gran figura! Lástima que tuviera que terminar de este modo: Encadenado como un animal salvaje en la cueva de una monstruosa bestia. ¡Que ironías tiene la vida! ¿No es así, alteza?

—¿Por qué haces todo esto? ¿Qué fin tiene que destruyas todo lo que consigues a tu paso? Eres un monstruo, una criatura terrible y asesina, pero también eres un hombre... ¿Entonces por qué atacas a los tuyos?

—¿A los míos? ¿Acaso insinúas que yo tengo algo que ver con esas personas? "los míos" ya no existen, toda mi familia, mis padres, mis hermanos fueron torturados, mutilados y cruelmente asesinados por TU gente. Soy el último que queda y antes de que me capturen me voy asegurar de causarles el mismo dolor y desolación que ustedes me han provocado.

Al escuchar aquello, Elric se entristeció. Aun a pesar de que despreciaba con todo su ser a esa bestia cruel y asesina, por otro lado no pudo evitar compadecerse por la muerte de todos los suyos. Sabía que no le mentía, en todo su cuerpo podían verse las marcas de las torturas y muchas heridas que le habían provocado los cazadores.

—¿Cómo te llamas? ¿Tienes nombre? —Le preguntó el príncipe.

Mi nombre... Hace mucho que no lo necesito. A nadie le interesa, sólo soy "La bestia", "El gran lobo feroz", "El monstruo" y todas esos títulos horribles y pavorosos con los que suelen referirse a mí.

—¿Pero si tienes un nombre, cierto?

—Si. Recuerdo cuando aun tenía a mi familia que ellos me llamaban Ranko.

—¿Ranko? Es un nombre eslavo, que quiere decir "temprano" o "amanecer". Es muy hermoso, quiere decir que alguna vez perteneciste a las tierras del sur. ¿Alguna vez habitaste entre la gente? 

—Quizás, siendo niño. Pero ha pasado tanto tiempo y sólo recuerdo lo crueles son las personas.

—Ranko... 

—¡No me llames así! ¡Recuerda cuál es tu posición acá! Eres mi prisionero... y posiblemente no salgas de esta con vida.

Ranko, se levantó y le dejó allí con la palabra en la boca. Durante muchas horas Elric estuvo solo en esa fría guarida, tenía mucha hambre y estaba muy agotado. Aunque sus heridas sanaban, la gran mordida que recibió en el hombro aún estaba muy hinchada y no podía mover ese brazo sin que esto le causara un intenso dolor. Aun si como pudo atrajo hacía si una piel de alce que estaba cerca de él y con ella se cubrió para intentar dormir.

Horas después despertó de súbito cuando escucho que Ranko se acercaba. Traía un trozo de carne cruda que se lo acercó al joven príncipe.

—¡Toma! Debes tener hambre.

—¿Qué es eso? ¿Acaso un trozo de carne del ultimo aldeano que devoraste?

El hombre sonrió.

—Lamento decepcionarle, alteza, pero es sólo un conejo que cacé para usted. Ahora, si prefiere la carne humana con gusto puedo complacerle.

—¡No! Yo pensé...

—Sí, pensaste lo que todos piensan. Pero no devoro a los hombres que mato, de hecho la carne humana me da asco.

—Entonces, ¿por qué los cazas y te llevas sus cuerpos?

—Porque sirvo a las brujas del bosque. Siempre ha sido así durante generaciones, mi gente les entrega los cuerpos de los hombres y ellas nos proveen a cambio de muchas cosas que necesitamos, como medicina y pociones para sobrevivir.

—¿Y qué hacen ellas con esos cadáveres?

—Muchas cosas: algunas partes son necesarias para crear complicadas pociones y maleficios, como el corazón y otros órganos humanos... pero también hay brujas que son tan perversas que aman cocinar y consumir la carne de hombres y niños.

—¿Por qué sirves a esas criaturas tan repugnantes? ¿Son acaso mejor que los humanos?

—Porque soy su esclavo. Como todos los hombres-lobo servimos a un amo. Sean brujas, vampiros, o quizás hasta hombres crueles y poderosos, nuestro deber es hacer lo que nuestros amos nos pidan.

—Eres un esclavo...—Reflexionó el príncipe ante aquel descubrimiento.

—Puedes cocinar en este  fuego el conejo,  así no es tan desagradable que lo comas.—Señaló la pequeña hoguera que recién había preparado y que mantendría iluminado y caliente el lugar.

Cuando Ranko se levantaba para irse, el príncipe le sujetó.

—¿Qué quieres ahora? Eres un "real" fastidio.

—Si estás obligado a cazar para tus amos, entonces no eres tan culpable de los crímenes que has cometido.

—¿Y quién te dijo que sólo era por obligación? Ya te dije que los tuyos torturaron y asesinaron a mi familia, así no me lo pidieran igual lo haría con todo gusto.

—¡Pero asesinar a personas inocentes no los traerá de vuelta! Ranko, tienes que escucharme: Si me liberas, prometo que intercederé por ti ante mi padre. Nadie te hará daño, lo prometo.

—¿A cambio de qué? ¿De que me encadenen y me encierren en una celda por el resto de mi vida? En tal caso, que muera asesinado en el bosque como toda mi gente es mucho más digno que lo que me ofreces.

Entonces Ranko se retiró de allí. Elric se sentía muy atribulado. Por una parte quería salir de ese lugar con desesperación y reunirse con los suyos, pero también sentía pena por aquel hombre: Aun a pesar de sus cruentos actos, era sólo un simple esclavo con un alma torturada por el dolor. Elric sabía que muy en el fondo podía ser quizás una buena persona, alguien que no merecía morir cazado como un simple animal.

Tenía que encontrar la forma de liberarse y escapar, sólo así podría hacer algo para ayudarlo. El collar de hierro en su cuello tenía una pequeña cerradura, asi que debía encontrar la forma de dar con la llave, seguramente Ranko la tendría muy cerca. 

Los días pasaron. Elric seguía conociendo más a su captor, solían platicar por las tardes cuando este despertaba después del mediodía. Como lo supuso, aquel hombre era más que una simple bestia asesina, era alguien muy astuto y sabio, con un carácter feroz pero a la vez podía ser muy noble y apacible. El príncipe se encontró entonces cautivado por este y sentía mucha curiosidad por conocer la vida de estos "hombres-lobo".       

—¿Y cómo es que llegaste a ser así? ¿Fuiste alguna vez una persona normal?

—Soy una persona como tú, pero a la vez soy diferente. Algunos dicen que es producto de una poderosa maldición, otros creen que simplemente somos parte de una antigua raza que surgió en los albores del inicio del mundo. No lo sé, sólo recuerdo que apenas era un chico la primera vez que me transformé, para un hombre-lobo joven es difícil controlar sus instintos y su furia. Somos demasiado poderosos y pasa mucho tiempo hasta que maduramos y podemos dominar a nuestras bestias internas. Todos los seres humanos tienen una bestia dormida dentro de sí mismos, nosotros aprendemos a dominarla, pero muchos de ustedes no.

—Eso es cierto, aunque no todos nos transformemos en enormes lobos si me he topado con hombres que son mucho más crueles que cualquier monstruo.

—Ahora si me comprende, príncipe Elric.

—Ranko, tienes que dejarme ir. Mi padre en este momento pensará que estoy muerto, que me has asesinado. Enviará a todo su gran ejército contra ti, ¡te cazarán y te matarán!

—Si lo hacen serás libre. Así que no debería preocuparte.

—¿Que no entiendes que si me preocupa? No quiero que te hagan daño, sólo yo puedo protegerte, pero no mientras me tengas oculto aqui.

—¿Pero por qué harías eso? Lo único que quieres es que te libere. Entonces irás por tus hombres y regresarás aquí para terminar tu misión. Es muy arriesgado que te deje ir, los guiarás hasta acá, mi guarida, el único lugar donde me siento seguro.

—¿Por qué piensas eso de mí? ¡Yo no haría tal cosa, Ranko! Tienes que confiar en mí, no todos los hombres somos iguales. Entiendo que seas desconfiado y estés a la defensiva, pero a diferencia de otros, yo sólo quiero ayudarte. Podría regresar, le diría a mi padre que te maté y escapé, así nadie más te buscaría y podrás seguir tu vida libre en este bosque.

—¿Libre? Nunca seré libre. Tendré que seguir matando asi no quiera. Si no son los hombres del rey serán otros, tarde o temprano me encontrarán y me cazaran, mi cabeza terminará siendo el trofeo del algún presuntuoso cazador.

Elric recordó en ese instante sus propias palabras, él le había prometido ese trofeo a su padre. Se sintió muy miserable después de pensar en aquello.

—Tienes razón, Ranko, yo mismo le prometí a mi padre tu cabeza como trofeo. Pero estoy arrepentido de eso, no conocía toda tu historia. Ahora, pienso que debe haber alguna forma de ayudarte.

—No la hay, príncipe Elric.

Ranko nuevamente se alejó de él.

Esa noche, Elric no podía dormir. Ya no eran sus heridas, ni el frío, ni tampoco aquel incómodo lugar lo que no le permitía conciliar el sueño, era su propia consciencia y su corazón afligido. Sabía que su padre no descansaría hasta que lograra vengarse de su supuesta muerte. Ranko no podría escapar si se topaba con aquel numeroso y bien armado ejército, seguramente le capturarían vivo y le torturarían hasta causarle la muerte. Ya no se trataba de simplemente de escapar, el joven príncipe quería salvar a Ranko.

Al otro día esperó impaciente que este apareciera, pero pasaron las horas y no fue así. Transcurrió todo el día y cayó la noche, pero este no llegó. Elric no durmió y estuvo muy atento a ver si escuchaba su llegada, pero no fue así. Cuando amaneció y la luz del sol atravesó un pequeño agujero en la cueva, el corazón del príncipe se angustió terriblemente: Algo había sucedido con Ranko. 

Tres días después de la última vez que lo había visto, este apareció. Se acercó hasta el príncipe en su forma de lobo y cayó a sus pies sangrando. Había sido gravemente herido, una flecha atravesaba su costado. Tan mal estaba que no podía transformarse de nuevo en humano. Elric le abrazó llorando muy angustiado y esto sorprendió a Ranko.

—¿Por qué lloras sobre mí? Este es mi ineludible final, como lo ha sido el de todos los hombres-lobo que me precedieron. He sido una terrible bestia que ha asesinado a mucha gente, deberías estar feliz de que al fin todo acabará. 

—¿Cómo puedes decir eso? Yo no quiero que mueras, ¡déjame ayudarte!

—Toma la llave, está bajo mi lengua. Abre el collar y escapa. Yo moriré tranquilo aquí. Los hombres de tu padre están muy cerca, podrás reunirte con ellos y regresar victorioso a tu reino.

—¡No! ¡No voy a dejarte morir! ¡Voy salvarte! Las brujas... dijiste que ellas tenían medicina y pociones, dime dónde encontrarlas y yo iré por una cura que pueda salvarte.

—No es buena idea, Elric, no debes acercarte a ellas. Además no te darán nada para salvarme porque las he traicionado. Cuando se enteraron que te tenía cautivo me pidieron tu cuerpo, querían el corazón del valiente "Príncipe Rojo", es algo invaluable, sería un ingrediente muy poderoso para cualquiera de sus pociones. Pero yo me negué a entregarte. No permitiría que te hicieran daño.

—Ranko...—Elric no dejaba de llorar abrazado a la moribunda bestia.

Reconoció entonces la flecha que estaba clavada en su costado, no era tal cosa, era un virote... Y era suyo. Eso sólo significaba que Ode había tomado su ballesta y fue él quien le produjo la mortal herida.

—No te dejaré morir, Ranko. Tengo que intentar salvarte. 

—¡Huye! ¿No es lo que querías? Ve con los tuyos. ¿Qué puede importarte lo que pase conmigo?

—Si me importa, demasiado. Te amo y no puedo resignarme a perderte.

Entonces, Elric abrió la gran boca de la bestia y tomó la pequeña llavecilla que estaba bajo su lengua. Abrió con ella el collar de hierro y pudo ser libre de aquella pesada cadena que le sujetaba.

—Ranko, resiste. Encontraré la forma de ayudarte y volveré por ti. 

El príncipe corrió hasta que encontró la salida de aquella cueva. Se fijó muy bien en aquel sendero donde estaba porque debía recordarlo o no lograría encontrar de vuelta la guarida. Corrió a través de ese inmenso bosque hasta que cayó de rodillas sin aliento. Fue entonces que escuchó aquella voz familiar:

—¡Ode! ¡Ode!—Gritó varias veces hasta que este le encontró.  

—¡Su alteza! ¡Está vivo!     

Su amigo corrió hacía él y emocionado, olvidó el formal protocolo hacia el monarca real y le abrazó con fuerza.

—¡Esta vivo! ¿Pero cómo? ¿Dónde estaba?

—Ahora no hay tiempo para explicarte, entrégame mi ballesta y reúne a los hombres cuánto antes.

—¿Sabes dónde está? ¿Conoces la guarida de la bestia? Logré herirla gravemente, debes estar muy débil si es que sigue con vida.

—¡Olvida al gran lobo! ¡Estamos cometiendo un grave error! Él no es el culpable de todas estas desgracias, son las brujas del bosque. Tenemos que dar con ellas cuanto antes.

Aun sin comprenderle, Ode obedeció sus órdenes. Reunió a un grupo de unos cincuenta soldados que estaban cerca y junto al príncipe, que ya estaba armado con su ballesta y su aljaba, se adentraron de nuevo en la parte más profunda y tenebrosa de aquel bosque. Recordó que muchas veces vio a Ranko en forma de bestia que venía con sus patas llenas de un putrefacto lodo, así que era muy seguro que el hogar de aquellas brujas, que eran sus actuales amos, estuviera cerca de una ciénaga.

Después de algunas horas encontraron aquel recóndito lugar, un pantano apestoso del que emergía una especie de vapor muy putrefacto que les sofocaba. Cubrieron sus rostros y atravesaron la ciénaga hasta que vieron, a través del follaje, unas pequeñas luces cercanas. Caminaron hacía ellas hasta que divisaron un gran choza con sus lámparas encendidas.

—¡Las encontramos!

Una vez allí, vieron que la cerca que rodeaba esa casucha tenia cráneos y espinas dorsales colgando, buscando ahuyentar asi a cualquier curioso que merodeara la zona. Sin darles oportunidad, echaron la puertezuela abajo y dispararon sus flechas contra ellas. Elric era un habilidoso tirador, su virote dio justo entre los ojos de una de ellas. Las tres infames criaturas cayeron en el sangriento piso de aquel lugar. Adentro, era realmente espantoso ver todas las cosas que estas atesoraban. Tal como Ranko le contase, usaban los cadáveres de los hombres y niños para sacar sus nefastos ingredientes, y estos se encontraban dispersos y podridos por todo el lugar. Ode no pudo resistir tal escena y tuvo que salir a vomitar afuera. Elric buscó desesperado entre tantos frascos y vasijas alguna cosa que le sirviera para curar a Ranko, pero no entendía el lenguaje escrito en estos. Se encontraba realmente abrumado.

—¡Tiene que haber algo aquí que pueda ayudarlo!

—¿Pero qué está haciendo, alteza? ¿Pretende acaso curar a la bestia?

—¡Sí! ¡Ayúdame a encontrar algo con lo que pueda salvarlo!

—¡Pero es que no puede hacer tal cosa! ¡Es un monstruo! ¡Un asesino! Una criatura tan despreciable como estas malignas brujas, ¡debe morir!

—¡No! ¡No digas eso! ¡Voy a salvarlo!

Se topó entonces en un baúl con un frasquillo de color azul muy intenso. No tenía ninguna etiqueta y el corcho que lo sellaba era de oro. Recordó a su difunta madre, esta le contaba siendo muy niño que en el mundo de la magia existían diferentes y poderosas pociones, algunas hasta con el poder de hacer latir un corazón que se hubiese detenido. Tenían diferentes colores, intensos y brillantes: Purpura, verde, amarillo, rojo y azul...cada uno producía un poderoso efecto.

—¡Azul! ¡Está tiene que ser una poción de cura! Estoy casi seguro de ello.

—¿Y si no es así? Y si en vez de salvarlo lo convierte en algo peor de lo que ya es? —protestó Ode al escucharlo.

—Entonces asumiré el riesgo. Tenemos que regresar cuanto antes.

Algunos soldados se quedaron en la choza, cortaron la cabeza de la brujas, como lo exige la tradición para evitar que resucitarán luego, y prendieron fuego a su hogar hasta asegurarse que sólo quedaran cenizas de este y de todo lo que contenía.

Era ya de noche cuando encontraron la cueva. El corazón de Elric latía muy angustiado mientras se adentraba en el oscuro lugar. Sólo Ode le acompañaba. Luego de unos cuantos pasos divisaron la luz que siempre permanecía encendida indicando la guarida de Ranko. El príncipe entonces corrió hasta allí y entró al sitio donde estuvo por mucho tiempo encadenado. Allí estaba la bestia, yacía inerte en el frío suelo de la cueva.

—¡Ranko! ¡No! ¡No!

Había llegado demasiado tarde. Ranko había muerto horas antes, desangrado por sus profundas heridas.

Elric abrazó llorando desconsoladamente aquel enorme y peludo animal. Sentía que junto con él su corazón también había muerto.

—¿Por qué sientes tanto dolor por la muerte de ese monstruo? Debería dar gracias de que ya no causará más daño a la gente inocente.

—¡Cierra la maldita boca, Ode! ¡No sabes lo que dices! Sólo le juzgamos por lo que parecía ser, pero Ranko no era un monstruo realmente, le obligaron a ser así. No es justo lo que paso en toda su vida, le rechazaron, le humillaron, le maltrataron, se cansaron de torturarlo porque le temían y nunca le dieron oportunidad de demostrar que era un humano, como cualquiera de nosotros. Y así como a toda su familia, le cazaron y le mataron como a un animal.

Elric desencajó el virote que estaba en aún en su costado y  manó mucha sangre de esa herida. Acarició su cabeza peluda con profunda ternura. 

—Habla como si quisiera a ese monstruo.

—No lo quería, Ode, lo amaba.

Entonces sacó al frasquillo azul de su bolsa de su cuero. Retiró el corcho dorado que sellaba aquel viscoso líquido azul intenso y abriendo las fauces del enorme lobo, vació su contenido en su garganta.

—Jamás he deseado con tanta intensidad que algunos de los cuentos que mi madre me relataba fuese real...

Pero no sucedió nada. Elric entonces volvió abrazarle completamente embargado por la tristeza.

—Es inútil, está muerto. Cortemos su cabeza y llevémosla al reino. Podemos presentarla como prueba de todo lo que paso.

—¿Qué no estás escuchando que no es un monstruo? Nadie le hará nada a su cuerpo, se quedará aquí en su guarida oculto y espero que su alma descanse junto con la de sus familiares.

Besó su peluda frente y se despidió de él.

—Ranko, amor mío, deseo que al fin encuentres la paz que nunca tuviste.

Así pisó por última vez aquella cueva.

Días después la noticia sobre el hallazgo del valiente "Príncipe Rojo" se esparció por todos los rincones del reino. Las personas le aclamaban y los bardos cantaban elocuentes poemas sobre su extraordinaria aventura. De todas partes llegaron regalos y reconocimientos porque él y sus hombres habían destruido a las monstruosas criaturas del bosque que asolaban las aldeas. El mal había sido vencido y el insigne héroe regresaba sano y salvo a su reino. Pero a pesar de toda la algarabía y las celebraciones, Elric estaba desolado: Su corazón aun lloraba la perdida de Ranko y todo aquellas cosas que hacían en su honor le parecían vacías y sin sentido alguno.

—El verdadero héroe no es honrado ni reconocido. Ranko pudo haberme asesinado esa noche o pudo entregarme a sus crueles amos. Seguiría con vida y simplemente hubiera huido a otras tierras, como lo hizo en muchas oportunidades. Pero no lo hizo, entiendo ahora que simplemente no quería abandonarme.

—Te atacó, te hirió gravemente y te arrastró a esa pestilente y fría cueva donde te tuvo encadenado durante semanas. ¿A eso llamas "tu héroe"? —Le reprochó Ode, quien estaba celoso y cansado de verle en ese triste estado.

—Pensaba que si me retenía podría ser una garantía de que no lo mataran. Sólo tenía miedo, como cualquiera de nosotros en su situación. Hizo cosas muy horribles, pero es solo parte de esa espiral de crueldad que fue su vida.

—¿Y va a seguir defendiéndole? Sólo obtuvo lo que merecía.

Pasaron luego muchos días después de su regreso. Aún muy deprimido, pidió permiso a su padre para partir nuevamente del reino.

—¿Pero a dónde vas ahora, Elric? No hace mucho que regresaste. Mi corazón sufrió muchísimo cuando desapareciste y te dieron por muerto. Y ahora que al fin te tengo a mi lado, ¿vas a volver a marcharte? —Su padre, el rey Lyuben no estaba para nada conforme con su decisión.

—No puedo seguir aquí. Todo esto a mi alrededor me ahoga, me fastidia. No me siento un héroe esta vez, no tengo nada que celebrar.

—¿Y a donde piensas ir?

—A las tierras del sur. Quiero investigar más sobre estos hombres-lobo, es posible que existan muchos más y que algunos sean cazados y torturados como si de animales salvajes se tratasen. Quizás, pueda hacer algo por ellos y demostrar que no son monstruos irracionales, sino humanos inteligentes y con sentimientos, igual que cualquiera nosotros. Se podrían salvar muchas vidas si tan sólo se les diera una oportunidad de demostrar que no son un peligro.

—Entonces, si así lo has decidido y de alguna manera esto alegra de nuevo tu corazón, ve.

El príncipe besó así la mano de su padre y se retiró de la corte.

—Entonces, ¿cuándo marcharemos a esas lejanas tierras? —preguntó Ode mientras le seguía.

—Mañana, después que haga revista a todos los hombres y gente útil que me acompañará a esta misión. Pero debo decirte algo, Ode, tú no vendrás conmigo.

—¿Cómo? ¿Por qué? Siempre he sido su compañero leal en todas sus aventuras, ¿por qué ahora no, alteza?

—Agradezco todo lo que siempre has hecho por mí, Ode. Eres un hombre leal, hábil, astuto y muy valeroso. Sé que servirás con honor a mi padre en alguna otra misión que se te encargue; pero tu corazón es duro como roca y tus ojos no ven más allá de tus narices. Sólo me estorbarías en esta empresa para la que necesito gente que sea capaz de ver más allá de las diferencias.

Desde ese día no permitió que Ode volviera a servirle.

Muy temprano en la mañana, "El Príncipe Rojo" ataviado de su nueva capa escarlata se preparaba para emprender su expedición más importante. Reclutó no sólo a hombres valerosos y con hábil manejo de las armas, también tenía hombres sabios, eruditos que le ayudarían a investigar el origen de esta poderosa raza.

—¿Son todos, Zvonimir?

El joven guerrero se acercó con una lista, en ella había al menos unos cincuenta nombres anotados.

—Son todos, alteza... Aunque hay un hombre que ha insistido en unirse a la expedición. Dice que nació en esas tierras y que conoce mucha de la historia de esa extraña raza. Me ha parecido conveniente presentárselo y que sea usted quien juzgue si puede o no sernos de utilidad.

—Quiero conocerlo. Dile a ese hombre que venga ante mí.

Su sirviente se retiró y minutos después trajo a un hombre, vestido de prendas de cuero y con una capucha que le cubría. Este se arrodilló ante el príncipe en una formal reverencia.

—Me han dicho que sabes mucho acerca de la tierra a la que nos dirigimos y de los hombres-lobo que quiero investigar. ¿Cómo sabes tanto acerca de esta misteriosa raza?

—Porque soy uno de ellos, alteza.

Al escuchar esa grave y profunda voz, el corazón del príncipe se emocionó intensamente.

—¡Ranko! ¡Estás vivo!

Se echó sobre este abrazándolo fuertemente. Ranko se quitó la capucha y acarició el rojizo cabello del príncipe que lloraba en su pecho emocionado.

—Estoy vivo por que tú me salvaste. No sé cómo, pero lo hiciste.

—¡Fue la poción! ¡Te trajo de vuelta a la vida! Me siento tan feliz de verte vivo.

—No sabía qué hacer cuando me recuperé, así que huí un buen tiempo. Me enteré luego de todo lo que hiciste y como mataste a aquellas brujas.

—¡Eres libre, Ranko! Ya no tienes que obedecer a nadie y confío en que no les harás más daño a las personas.

—No es tan sencillo, en mi naturaleza no existe la libertad. Para controlar mis instintos salvajes y mi furia necesito un amo a quien obedecer. Así que he venido a aquí a rogarte que seas mi amo. Si me aceptas yo te protegeré con mi vida y te serviré fielmente hasta el fin de mis días.

Entonces el príncipe sonrió.

—Claro que te acepto, Ranko, pero no serás mi esclavo, serás mi compañero. Porque yo también te pertenezco, dejaste encadenado mi corazón al tuyo.

Entonces Elric juntó sus labios con los suyos y en ese cálido beso sellaron ese pacto en el que ambos se pertenecían el uno al otro.

Salieron esa tarde como estaba previsto, "El Príncipe Rojo" cabalgaba feliz hacía una nueva aventura y junto a él aquel misterioso hombre-lobo, que a partir de ese momento seria su más fiel y amante protector.

FIN.

"El Príncipe Rojo y el Gran Lobo" 2016© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Prohibida la reproducción y/o adaptación parcial o total de esta obra.

***

N/A: Espero que hayan disfrutado de esta primera historia. Recuerden que sólo es la primera de muchas que espero ofrecerles en esta obra. Estaré muy atenta a sus comentarios y si les ha gustado no olviden votar. Un abrazo muy grande desde mi natal Venezuela.

LUZBEL GUERRERO 

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