LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©

By JL_Salazar

259K 24.3K 5.5K

"Yo era Tormenta y él un Ángel que amaba las tempestades..." A sus 17 años de edad, Anabella solo espera un... More

Booktrailer
PRESENTACIÓN
PREFACIO
PRIMERA PARTE
1. INFORTUNADO DESENCUENTRO
2. LA INVITACIÓN
3. LA MUJER DE LA CARROZA NEGRA
4. CAPELLÁN O DEMONIO
5. REALIDAD O FANTASÍA
6. CASTIGADA
7. APARICIÓN
8. CONFUNDIDA
9. ¿QUIÉN ES ÉL?
10. DESTINADA A ÉL
11. TRES CARTAS
12. DEMONIOS
13. OSCURO DESCUBRIMIENTO
-SEGUNDA PARTE-
14. PALABRAS A OSCURAS
15. TORMENTA
16. EL BAILE DE MÁSCARAS
17. LUNAS DE PLATA
18. DESCUBIERTA
19. NUEVOS ACONTECIMIENTOS
TERCERA PARTE
21. MARCADA
22. RECUERDOS PERDIDOS
23. A TRAVÉS DE SUS OJOS
24. REVELACIONES
25. EL ORIGEN DE LA MALDICIÓN
26. HUIDA
27. UNIDOS PARA LA PERPETUIDAD
28. PERSEGUIDOS
29. COMPARECENCIA
30. DESPEDIDA
NOTA DE AUTOR
PUBLICACIÓN EN FÍSICO
¡LIBROS FIRMADOS!
Letanías de amor y muerte ll Eternidad

20. TORMENTOS DEL CORAZÓN

5.8K 598 68
By JL_Salazar

Una cantidad de nubes negras y espesas se acumularon en el centro del cielo hasta formar algo parecido a una maleza negra cuyo granizal hizo las veces de frutos maduros que comenzaron a colapsar sobre una ciudad inquieta y ajetreada. La tormenta parecía envanecerse tras saberse temida por la población, que tuvo que interrumpir sus menesteres habituales hasta que ésta cesara.

Mientras tanto, y no careciendo de temor, aproveché la ausencia de mi madrastra en casa para escabullirme en los aposentos de padre (auxiliada por la atenta custodia de mi nana y la astuta vigilancia de Enrique) a quien hallé tendido sobre su lecho más escuálido que despierto. Su pelo estaba más blanco y ralo que la última vez que lo había visto (hacía más de un mes), y sus labios y piel cetrina más marchitos y curtidos que las flores y la tierra del jardín: ya no se parecía a aquél hombre mofletudo, lúcido y lleno de experiencia que había sido en el pasado, sino todo lo contrario: tenía más afinidad a un muerto que a un hombre enfermo. Cuando abrió sus ojos negros, que más bien parecían carbones deshidratados, no me reconoció, sacudió su cabeza y, como si yo solo fuese parte de la decoración de la habitación, parpadeó un par de veces tras atisbarme y los volvió a cerrar.

-¡Pareciere que le hubiesen dado de beber mucho jarabe de adormidera! -le dije a mi nana sintiéndome impotente tras verle en semejante estado de desmejora. Ella estaba cambiando las sábanas de la cama por otras más limpias al cabo de que se asomaba por la ventana para cerciorarse de que Enrique no nos enviaba la señal que indicaría que madre había regresado de la parroquia-. Me cuesta creer que padre hubiese empeorado tan de golpe solo porque a Dios se le dio la gana: aun si desde que tengo memoria ha sido minusválido, siempre estuvo bueno de sus facultades mentales, en cambio ahora... ¿Es por la brujería? Nana, ¿cómo nos llevaremos a padre en este estado tan desmejorado de salud?

-¡No me diga que sigue vigente en su impertinente cabezota semejante despropósito! ¿Fugarse esta noche con un sujeto que apenas si conoce?

-¡Fugarnos! -la corregí levantándome de la cama para acercarme a los muros pálidos que estaban siendo invadidos por cieno oscuro que poco a poco se apoderaba de toda la habitación. Raspé sin éxito la lama con una cuchilla que yacía en el buró de la cama y me di cuenta de que estaba más enterrada de lo que creía-. Tú, padre, Enrique y Lupita vendrán conmigo. Si es posible, incluso traeremos con nosotros a Azucena.

-¿Pero está usted loca, Anabella? -se escandalizó mi aya, dejando de hacer sus quehaceres para mirarme con mortificación. Puesto que nana siempre había figurado por ser especialmente pesimista no me sorprendieron sus siguientes palabras-: No habremos llegado ni siquiera a la esquina cuando, instados por su madre, ya nos estará persiguiendo el ejército realista para hacernos retornar.

-¡No voy a dejar que esa mujer siga manipulando mi vida! ¡Voy a luchar por mi libertad, nana! ¡No quiero ser un pajarillo encerrado en una jaula, a quien le digan qué hacer y cómo respirar! ¡Quiero ser libre, para saber equivocarme y resolver mis conflictos según mis experiencias! ¡Me están convirtiendo en algo peor que un perro que solo debe de estar a la disposición del varón!

-¡Yo también quiero que sea libre, mi niña, no me malentienda: nada me daría más gusto que verla feliz, pero lo que pretende hacer es demasiado precipitado para que salga bien! -respondió nana con severidad, sus ojos derramaban desesperanza y mortificación.

-A veces las decisiones más precipitadas tienen mayor provecho que aquellas que han sido pensadas con anticipación -le dije-. De todos modos tenía planeado escaparme de esta casa, pero la aparición de este bello caballero únicamente ha adelantado mis planes.

-¿Y a dónde vamos a ir, Anabella? ¿Cree en verdad que un hombre que ha mentido en lo que concierne a su verdadera identidad es digno de ganarse nuestra confianza? ¿Quién le dijo que un caballero por tener linda cara es honrado y de moral irreprochable? ¿Ya le dijo, siquiera, a dónde nos pretende llevar?

-¡Confío en él más que en cualquier otra persona, nana Justiniana! ¡No desmerezcas sus buenas intenciones, que el buen caballero está tratando de salvarnos!

Estábamos discutiendo sobre ello cuando una exclamación que vino de afuera de la alcoba hizo que mi sangre descendiera hasta los talones.

-¡Anabella! -Era mi hermano Victoriano, posado en la puerta de la habitación, y cuyo gesto no atinaba a decidir si mostrarse sorprendido o enfadado. Mi nana jadeó detrás de mí al saberse descubierta, en tanto yo concluía que Enrique no había tenido ocasión de advertirnos sobre su llegada porque parecía que Victoriano había llegado por el pasillo que estaba fuera de su alcance.

-Yo... Yo... -temblé de arriba abajo: sabía que él estaba enterado de que doña Catalina me tenía prohibido visitar a padre y, dado su habitual maña de ir de chismoso con ella, sabía que estaba perdida-. Victoriano, yo vine porque... es que...

-¡Te has recuperado! -exclamó alborozado para mi gran sorpresa-. Me alegra que estés repuesta. -Aunque no se movió del umbral de la puerta, pude sentir cómo su espíritu quería desprenderse de sí para venir a mí y darme un fuerte abrazo.

En lugar de eso se quedó callado, y casi se me figuró que medio sonreía: quizá le faltaba valor para acercarse más y decirme las verdaderas palabras que su corazón quería expresarme. Pero estaba apresado por el recuerdo de madre y de sus consejos: su bondad aún estaba velada por el veneno que doña Catalina había sembrado en él. No obstante, al final no me reprendió ni me amenazó con acusarme con ella: por el contrario, asintió con la cabeza como tratando de ocultar el gozo que le daba que yo estuviese restablecida y me dijo que saldría de casa para atender los asuntos administrativos de nuestra hacienda. Cuando mi hermano se marchó, nana Justiniana y yo estábamos tan pálidas y quietas que presentí que nos saldrían raíces en los pies.

-¿Qué ha sido eso, nana Justiniana?

-Una esperanza que nos manda el Señor, mi niña, para no perder la fe: ese que ha hablado con usted fue un Victoriano que, tras la muerte de sus bebés, ha conseguido romper poco a poco la coraza maligna que su madre le había puesto sobre sí. Quiera Dios que pronto se enfrente a doña Catalina y que su bondad pueda más que su malicia.

Nos quedamos otro rato en los aposentos de padre conversando y concluimos que sería imposible marcharnos todos al mismo tiempo: nana Justiniana me convenció de que primero tenía que huir con don Cristóbal acompañada de Lupita, y que cuando estuviésemos en un lugar seguro entonces podía enviar a alguien por ella, Enrique, padre y Azucena (si es que ésta última quería venir con nosotros). Aunque no estaba contenta con la idea tuve que admitir que por el momento no había otra mejor.

Cuando regresé a mi habitación para recoger mis cosas indispensables en el mismo baúl que había usado en mi viaje a Nueva Lisboa, la tormenta ya había menguado, mas el exterior se había oscurecido aún más. Eché tres vestidos de tela delgada, un par de enaguas y un abrigo. Me dije que podría sobrevivir con los mismos zapatos durante varios días.

-¡Anabella! -gritó Lupita cuando entró corriendo a mi habitación, echándoseme a mis brazos-. ¡No sé si alegrarme de que no se haya muerto luego de tantas semanas enferma o recriminarle a Dios Nuestro Señor que la haya hecho despertar justo hoy!

-¿Por qué dices eso, Lupita? -le pregunté separándola de mí a fin de que no me embarrara sus mocos-. ¡Estás pálida, muchacha! ¿Qué sucede?

-¡Doña Catalina ha retornado, y ha dado la orden de que todos los criados se reúnan en el patio de la casa junto al pilar de castigos!

-¿Qué? -las entrañas se me contrajeron y mi sangre comenzó bombear más de prisa-. ¡Quiere... ella... ella quiere a azo...tarme en delante de ellos...!

-¡Está furiosa! ¡Dios mío! ¿Está oyendo sus gritos? ¡Hasta acá se le oye! ¡Váyase, Anabella, le ruego que se vaya o la matará!

-¡Pe...ro! -mis manos y mis pies se habían puesto helados.

-¡Mi niña! -nos terció mi nana Justiniana cuando se apareció en mis aposentos anegada en lágrimas-. ¡Doña Catalina pretende azotarla en el patio! ¡Ha reunido a...!

-¡Ya me lo ha dicho Lupita! -le respondí balbuceando, ahora con todo mi cuerpo estremeciéndose por el miedo.

-¡Pues me ha enviado por usted, Anabella! -lloró mi nana mortificada, abrazándome con tanta fuerza que parecía desear enterrarse en mi piel para ser ella quien recibiera el castigo y no yo.

-¡Anabella tiene que irse, doña Justiniana, tiene que irse! -insistió Lupita más aterrorizada que antes-. ¡La vieja bruja esa la va a matar si se queda!

-¡¡Isabella!! -se oyó la potente voz de madre desde el patio central-. ¡Te traeré arrastras si no vienes aquí por tu propio pie! ¡Te quiero aquí a la voz de ya!

-¿Qué hace, Anabella? ¡No!

-¡Mi niña, ¿a dónde va?!

Oí que me decían mi aya y mi pobre amiga cuando me arremangué las faldas y salí corriendo hasta el patio. Con un nudo en la garganta, con mis piernas débiles (las cuales no parecían poder soportarme por más tiempo), y con mis ojos hinchados y llenos de lágrimas me enfrenté ante un patio rodeado por todos los sirvientes y criados de la casona, a cual más aterrorizado. Tía Migdonia, Marieta y Azucena miraban expectantes desde la segunda planta: la primera con la morbosidad desbordándose por sus ojos, la segunda con una expresión de incredulidad, y la tercera con las manos cubriendo su angustiada cara.

Madre estaba en medio de todos, hasta se había puesto un vestido negro como si estuviese de luto. Su mirada era tan fría y tan llena de inquina y venganza que parecía que el diablo me estaba observando a través de ella.

-¡Enrique, átala a la columna! -le ordenó a mi desdichado amigo, quien salió entre el montón de criados con un semblante más tormentoso que todos los presentes juntos. Me miró desde la lejanía con un puchero de culpabilidad y después se viró hasta mi madrastra, como suplicándole que cambiara de sirviente para efectuar la terrible empresa que le había encomendado.

-Mi señora... yo no puedo...

-¡Átala a la columna te he mandado, infeliz! -respondió ella con la voz más elevada, con los ojos saltados y el resto del rostro fruncido.

Enrique estaba paralizado, y no fue hasta que asentí con la cabeza que él recogió las sogas que estaban en sus pies y se aproximó a mí: sus pasos eran tan lentos y dolorosos que parecía que estuviese descalzo caminando sobre un montón de vidrios rotos. Al llegar a mí se echó a llorar en silencio: no era fácil para él atar a la mujer a la que él servía, a su amiga, a la señorita que tantas veces lo había defendido de su padre cuando lo había azotado en las mismas condiciones en que ahora me azotarían a mí. Él lo recordaba, podía presentir su miedo, sus remordimientos, su tristeza, su impotencia...

-Yo no quiero... -sollozó en murmullo-. Yo... no quiero... No puedo...

Recogí sus lágrimas con mis dedos y le dije «no hay pecado en quien está siendo obligado a hacer algo que no quiere. Será la última vez. Te lo prometo».

Sin más me giré y le di la espalda: puse mis manos en la columna para que me atara y él así lo hizo con mucho cuidado, como si yo fuese de porcelana y temiera quebrarme. Se demoró más de la cuenta, en vano, quizá esperanzado a que madre recapacitara...

-¡Esto es un recordatorio de que a doña María Catalina Mendoza de Altamirano no hay criado ni familiar alguno que se libre su autoridad! -exclamó ella avanzando hasta mí-. ¡Esto le pasará a todo aquél que se atreva a execrar, blasfemar y pasar por alto mi poderío en esta casa! -Rasgando mi vestido descubrió mi espalda, en tanto yo gimoteaba en silencio con mi cabeza pegada en la columna-. ¡Todos de rodillas ahora, y en nombre de Dios Nuestro Señor, quiero que reciten las Letanías de Todos los Santos! ¡Esta hija el demonio, a quien Dios me ha mandado corregir (porque yo soy su sierva y él actúa a través de mí), recibirá una flagelación con esta vara en cada oración recitada!

Y dicho esto comenzó mi martirio.

-¡Sancta María! -vociferó.

-Ora pro nobis -respondieron todos los presentes, con las manos en señal de oración y seguramente con sus rostros con pesadumbre y desencajados.

Recibí el primer golpe sobre mi espalda con tanta fuerza que me costó mucho trabajo poder identificar el segundo y luego el tercero, uno tras otro enterrándose en mi sensible cuero hasta tocar mi carne.

-¡Sancta Dei Genetrix! -volvió a exclamar madre.

-Ora pro nobis... -respondieron nuevamente los criados.

-Sancta Virgo virginum.

-Ora pro nobi.

En cada flagelación mis gritos de dolor quedaban sepultados entre las Letanías de Todos los Santos, entre los gemidos de angustia de Enrique, Lupita, Nana Justiniana y todos los criados que tanto me querían.

-¡Sancte Michael Gabriel et Raphael!

-Ora pro nobis.

Mis alaridos eran tan fuertes y suplicantes que madre tuvo que utilizar más energía e impulso para que el sonido de sus azotes los sepultaran. En poco tiempo pude sentir la sangre caliente resbalando por mi espalda y salpicando el resto de mi cuerpo en cada nuevo impacto.

-¡Te amo, mi Cristóbal, te amo! -lloraba mientras era azotada, mientras mis rodillas se golpeaban en la columna de piedra tras la sacudida que me provocaba cada uno de los golpes-. ¡Te amo... mi ángel... te amooo! ¡Pronto estaremos juntos...! ¡Pronto no nos separará nada! -Sabía que nadie me escuchaba, porque eran tantos los sonidos que había a la vez que apenas si se podía discernir cuál pertenecía a cuál -¡Te amooo!

No recuerdo bien en qué momento caí desmayada, solo recuerdo que cuando desperté ya no estaba en el patio atada a la columna, sino recostada boca abajo en mi cama mientras que nana Justiniana me ponía fomentos y hierbas olorosas sobre mis ardientes heridas. Nunca antes había sentido tanto ardor y dolor como aquella noche, pero éste se restaba un poco al pensar que dentro de poco estaría libre de esa maldita casa y de esa maldita mujer.

Una nueva tormenta se libraba en la población, y esta era tan siniestra como la que se libraba dentro de mi corazón.

-¡Nana! ¡Nana! Ayúdame a levantarme, no tarda Cristóbal en venir por mí.

Al oírme, ella arreció sus sollozos. Entre los fulgores de las velas vi que a mi lado había telas mojadas y más plantas desperdigadas, lo que me hacía pensar que no era la primera capa de fomentos y hierbas que mi nana me ponía, lo que concluía que era más tarde de lo que pensaba.

-¿Ya pasa de la medianoche? -quise reincorporarme sin éxito, pues el dolor no me lo consentía-. ¿Don Cristóbal me está esperando? ¿Dónde está él? ¡Dios mío, veo que pasan más de las seis de la mañana! -dije cuando miré el reloj-. ¡Nana! ¿Dónde está Cristóbal?

En lugar de responderme, ella siguió lagrimando, mientras recogía los restos de las telas y las hierbas que había utilizado para curarme.

-¡Nana! ¿Dónde está él?

-No... no ha venido... niña.

-¿Cómo que no ha venido? -gemí sorprendida.

Ante aquellas palabras traté de tranquilizarme y esperar: pero las horas trascurrieron sin piedad y sin reposo, porque lo único que nunca se detiene es el tiempo, que camina diligente como no queriéndose tardar aun si es lo único que deambula por el mundo sin tener un destino. Pero el retraso de mi querido hombre cada vez se me hacía más eterno y tormentoso.

Fantasee mil veces que Cristóbal aparecía por mi ventana tras haber escalado los muros, con la ropa y el pelo mojado, temblando de frío: con sus labios rosas tiritando y el contorno de sus ojos azules enrojecidos por la lluvia, tras lo cual (y aun si estaba herida de la espalda) yo lo asistía envolviéndolo con mis brazos para adormecer su frigidez, sobando sus manos y besando sus heladas mejillas, mientras él se acurrucaba en mi regazo y descansaba hasta recobrar sus sentidos, solo para decirme que todo estaría bien y que había llegado el tiempo de marcharnos...

Sin embargo, era el estruendoso sonido de los rayos el que me sacaba de mi ensueño y me recordaba que nada era real: que él no estaba allí y que yo seguía acostada en mi cama soportando mis dolores y esperando posiblemente un evento que no iba a ocurrir jamás.

-Él ya no vendrá, niña, casi está amaneciendo -me dijo mi nana mandándome oleadas de resignación, con la tristeza pintada en su rostro.

-¡Él prometió que vendría por mí! -se me rasgó la garganta cuando hablé, y en cada uno de mis sollozos pude recordar con dolor sus palabras, la sinceridad con que me las había dicho, la decisión que se había asomado por sus ojos mientras me contemplaba con fruición. Él no me había mentido-. ¿Y si le pasó algo? -Esto último era lo más certero, mas mi egoísmo no me daba tregua para decidir si prefería que me hubiese dejado plantada o que su retraso se debiera a que le hubiere sucedido algo malo.

¡Ambas posibilidades me resultaban despiadadas, solo que una de ellas, de resultar cierta, rompería todas mis ilusiones y la otra me rompería el alma!

-Tiene que dormir, Anabella -insistió mi nana sentándose en mi cama, acariciándome las mejillas. Pude sentir el atisbo esquivo de su lenguaje, o quizá su vano esfuerzo para que la realidad de las circunstancias no me destrozara tanto como esperaba-. Él no vendrá...

Oír semejante aseveración en voz alta empeoraba mi sentido de ánimo y me hacía flaquear más de lo que deseaba tener esperanzas.

-¡Me lo prometió! -rompí a llorar de nuevo cuando ya no pude esforzarme más por esperar algo que ya no era, cuando ya no pude sostener la mentira que yo misma me estaba contando para evitar caer en la realidad de lo que vivía: cuando mis fuerzas se hicieron añicos y no pude rehuir al hecho de que un gran vacío había nacido en mis entrañas-. ¡Me lo prometió, nana! ¡Me lo prometió! ¡Dijo que vendría por mí! ¡Por eso he soportado todo!

Hice puño mis manos para evitar perder lo único que me quedaba de él: el crucifijo de plata que apretaba en una mano y la piedra preciosa color añil que ceñía en la otra. mi nana me las había puesto allí:

-¿Y si no le entendí bien y me citó en otro lado, querida nana?

Pero estaba segura de que, de haber sido así, él me habría buscado en mi habitación si no me hubiese encontrado en ese otro lugar.

-Niña, trate de dormir y deje de moverse o se lastimará las heridas.

-¡ME DUELE MÁS SU AUSENCIA! -grité desesperada-. ¡ÉL ME DIJO QUE VENDRÍA! -persistí como pretendiendo hacer entender a mi corazón de mis palabras.

Mordí la almohada que sostenía mi cabeza en tanto sentía que mis sueños y mis esperanzas se resbalaban como agua por entre mis dedos. Y la lluvia siguió azotando con amargura detrás de un séquito de ventarrones y relámpagos. Y mis lágrimas siguieron derramándose como si mis ojos se estuviesen derritiendo. Y la noche quedó sepultada por el alba... Y mi salvador, Cristóbal Blaszeski, nunca... Nunca llegó.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE.

Continue Reading

You'll Also Like

10.4M 682K 57
¿Y si descubres que el chico que te detesta en realidad está loco por ti? Hugo no soporta a las feministas y Bea no soporta a los fuckboys como él...
412K 37.8K 52
"Espero que estés camino al dentista tu cita es a las 3:30 pm" "¡Falta media hora! ¿Por qué no me avisaste?" "Eso es lo que hice, deberías agradecérm...
68.2K 4.5K 27
*Destacada en ChickLitEs durante el bimestre mayo-junio 2020* *Destacada en Novela Juvenil en español. Noviembre/2018* Lissa Reed tenía un futuro pro...
108K 5.2K 25
Ella, chica nueva en la escuela, con el cabello morado, con el sarcasmo y la crueldad saliendo hasta por las orejas. El, popular de la escuela, el tí...