WINTER ART • Bucky Barnes.

By Monicatmiau

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❝ Ellos son desconocidos, pero tienen un pasado juntos ❞. |Mi peor pesadilla fue olvidarte| 08.06.2016 → Todo... More

SOUNDTRACK
WINTER ART
CAST
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Prólogo
Capítulo 1: ¿Robocop? ¿Eres tú?
Capítulo 2: La extraña de María Hill.
Capítulo 3: Bombas no. Anya feliz.
Capítulo 4: Cambio y fuera.
Capítulo 5: No soy tu compañero.
Capítulo 6: Corchita Recórcholis.
Capítulo 6.5: Pesadillas.
Capítulo 7: ¡Bucky, eres un pésimo cuatrero!
Capítulo 8: Carpe diem, idiota. Carpe diem.
Capítulo 9: Capipaleta, es tiempo de tu frase.
Capítulo 10: Bucky. Civiles. Misión. ¿No te suena a desastre?
Capítulo 10.5: Mi pie.
Capítulo 11: ¡Me confundes, Anya!
Capítulo 11.5: ¿Dónde están Bucky y Anya?
Capítulo 12: ¡Natasha, préstame la Capa de Invisibilidad!
Capítulo 13: ¡El de Shrek, por favor!
Capítulo 14: Más macho que tú y tu bigote juntos.
Capítulo 15: Cosas «tan Bucky».
Capítulo 16: Uy, mira, galletitas.
Capítulo 16.5: El daño ya está hecho.
Capítulo 17: Anya aúlla como los ángeles.
Capítulo 18: Fuerza mental. Fuerza corpórea. Fuerza destructiva.
Capítulo 19: ¡Mi carta de Hogwarts!
Capítulo 19.5: ¡Adiós, Triple B!
Capítulo 20: ¡Es para hoy!
Capítulo 20.5: Iba a decir miércoles.
Capítulo 21: Odín-calcetín.
Capítulo 22: ¿Apuestas, cap?
Capítulo 23: Pesas, maldito gordo.
30 curiosidades de Anya
Capítulo 23.5: Lo encontraremos.
Capítulo 24: Soy Antonieta Fake
Corre tras tus sueños, sino los alcanzas, al menos adelgazas...
Capítulo 25: La sucia Betty.
Capítulo 25.5: Refuerzos.
Capítulo 26: La Reina de los Zánganos Asesinos.
Capítulo 26.5: Sam tiene más que ofrecer.
Capítulo 27: Anyazilla.
Capítulo 28: ¡Somos el equipo insecto!
Capítulo 28.5: Confié en ti.
Capítulo 29: Te has enamorado de Rowling.
Capítulo 30: Volví.
Capítulo 31: ¿Quién entró a Chewbacca?
Capítulo 32: Jaque mate.
Capítulo 33: ¡Bucky! ¡Mascota! ¡Entren!
Capítulo 34: Natasha es una chismosa.
Capítulo 35: ¿Algo más?
Capítulo 36: Un auto -robado- más tarde.
Capítulo 37: ¿A qué Bucky me dirijo ahora?
Capítulo 37.5: Y me gustó.
Capítulo 38: dime, Bucky, ¿me recuerdas?
Capítulo 39: ¡Híjole! Y no me avisaron.
Capítulo 39.5: Teseracto.
Capítulo 40: Soy solo tuyo.
Capítulo 41: Siento que no te merezco.
Capítulo 42: ¡Aleluya!
Capítulo 43: Trato hecho, sargento.
Capítulo 44: Solo una cosa.
Capítulo 45: Lo más lindo que me han dicho en toda mi vida.
Capítulo 46: Soy... libre.
Capítulo 47. Caminas raro, Anya.
Capítulo 48: ¿Dónde está Bucky?
Capítulo 49: William quería lo que era suyo.
Capítulo 49.5: Mujer cruel.
Capítulo 50: Finalmente.
Epílogo.
WINTER RUSH

007

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By Monicatmiau

007



Solo tienes que hacerlo, niña —le animó James—. No pienses. Hazlo.

—¿Y qué pasa si lastimo a alguien?

—Estaré cerca, no dejaré que dañes a nadie —él la miró directamente a los ojos y se tragó un «tampoco dejaré que te pase algo a ti, así que confía en mí»—. Tú puedes hacerlo, enséñame cómo es que invades la mente de alguien mientras duerme —cuando ella no se movió, James tragó saliva y la acercó a él—. Si no lo haces por las buenas, Rumlow vendrá a constreñirte para que lo hagas por las malas. No podré interferir. Hazlo.

Los ojos de la niña brillaron con... un color oscuro, negro, ese mismo color teñía el ambarino de sus habituales ojos cada vez que dibujaba, así como cuando cambiaba de humor muy rápido. List le había dicho que es cuestión de la radiación en ella, el cetro –de no recuerda quien era el sujeto raro, puesto que no preguntó ni le interesó hacerlo– lo provocó.

No era grave, pero cambiaba su rostro por completo. Lo transformaba.

Él había aprendido a leer cada expresión de su fisionomía, cada movimiento corporal y pensamiento que se le cruzara por la cabeza. Sabía que ella fruncía los labios cuando no sabía qué hacer, también se mordía el labio cuando quería decir algo y no podía. Se tambaleaba sobre sus talones cuando adquiría un ánimo juguetón y, dado a que ama los juegos, se balancea mucho. Y ama los juegos, cada cierto tiempo al día le pide que jueguen.

Lastimosamente lo hace. Juegan juntos y es algo que no le gustaría compartir con nadie, ni mencionar jamás. Hace cosas estúpidas por su niña.

Pero al fin de cuentas, aprende cosas de ella. Cosas tan simples que aprendió con el tiempo. El tiempo más extenso que Pierce lo ha mantenido despierto.

Miró sobre el rizado y pelirrojo cabello de Anastasia y ojeó alrededor, atento a cualquier cambio. Un soldado había llegado a la celda que él y la niña compartieron durante meses, sin interrupciones ni molestos hombres, y les había dicho que los siguiera hasta un hangar que tenían en las instalaciones bajo tierra.

James había tomado a la niña y la había arrastrado hasta ahí, pidiéndole que no se metiera en problemas. Ella siempre los busca, insultando, pateando, escupiendo... La había cuidado lo más cerca que pudo, más de lo que iba a estar de un ser humano en su vida. Incluso más... de lo que le gustaba admitir que estaría cerca de una mujer.

Aún tenía miedo de dañarla accidentalmente, aunque dormir en sus brazos tampoco se sentía mal.

Tenía pesadillas, sobre todo de su pasado y ella había estado ahí para él, abrazándole y susurrándole que todo iba a ir bien, que no estaba solo. Había recordado su apodo; «Bucky», había recordado a un hombre rubio y la guerra, mucha guerra, entrenamientos y uniformes marrones. Escuchó conversaciones, risas divertidas y música que le hizo volar la cabeza.

Él provenía del pasado, lo mantenían vivo y joven con criogenia, despertándolo cuando se necesitaba matar, cuando necesitaban un soldado que también es un arma. Eso lo enfureció.

Sintió movimiento por parte del pequeño cuerpo de la chica, pero no fue consciente de la cercanía de ésta hasta que ella se aventuró a tocar su brazo metálico. James no sintió el tacto directamente, pero desde hace días, ha sentido una clase de cercanía hacia Anastasia, dándole un sexto sentido que le advertía dónde estaba ella en todo momento.

A veces, durante la noche, ella se levanta y, frenética por dibujar, se lanzaba al suelo a plasmar el futuro en hojas y hojas del cuadernillo. Él la vigilaba sentado desde la cama, sin querer entrometerse en sus episodios precognitivos.

Ella lucía tan perdida y acelerada, tan ida y, al mismo tiempo, concentrada. Amaba dibujar, tuviera o no una visión, su ahora celda compartida, estaba llena de dibujos pegados a las paredes, esparcidos por el suelo e incluso bajo los almohadones; algunos de ellos juntos, otros de maravillosos paisajes, cosas que ella quería comer o que al menos recuerda de su vida anterior...

Una noche, tuvo la oportunidad de ver los dibujos cuando ella volvió a la cama y se durmió plácidamente, como un tronco; todos eran de James en medio de explosiones y luchas, luchas que luego ella, somnolienta, le explicó que salía victorioso y que reclamaba su premio con una espléndida sonrisa.

—Me gusta tu sonrisa —le había dicho, tímida, para sorpresa de James—. Me gustaría tanto verla para siempre, aunque no se pueda.

Aunque aquella visión y comentario le gustaron, no le cayó nada bien cuando ella dibujó su propia muerte. Y lo más perturbante de todo, es que luego ella le sonrió para tranquilizarlo, diciendo que sabía que algún día moriría y se alegraba de hacerlo en sus brazos.

Para James, esa fue una patada en el estómago, rápida y dolorosa. ¿La niña iba a morir en sus brazos? ¿Acaso la mataría una de las sesiones de List? ¿O acaso él...?

Lamentablemente, ella dijo que no recuerda nada más, simplemente los vio a ellos dos, a ella y a James, abrazados en la nieve, él lloraba porque ella ya no respiraba, inerte en sus brazos, rodeada de sangre y una pálida expresión. James gritaba, gritaba y gritaba...

—Prométeme que no gritarás cuando ocurra —dijo ella, con la misma sonrisa serena, una que removía emociones en su cuerpo—. Vas a extrañarme mucho cuando ya no esté, ¿verdad, James?

La niña iba a morir en sus brazos.

No quería creerlo, pero no era como si tuviera opciones. Las visiones de Anastasia nunca fallaban. Ni siquiera cuando dibujaba sus almuerzos que, según él, nunca llegarían.

Eso lo enfureció el doble.

—¿Y a quién le haré el movimiento de... uhm, ya sabes, neuronas? Sólo estamos tú y yo aquí.

Él se sintió incómodo al bajar la mirada y notar, que ella mantenía un firme agarre en su brazo metálico. No le gustó que lo tocara específicamente ahí. Con el ceño fruncido, apartó su atento contacto, repugnado consigo mismo y, al mismo tiempo, furioso con ella.

¿Es que acaso no veía lo peligroso que era, que podía hacerle daño en cualquier momento e inclusive asesinarla? ¿Acaso no le importaba?

Apretando su mano biónica en un puño, miró en otra dirección, cualquier parte que no fuera ella y sus sonrojadas mejillas y mirada insinuante.

—Házmelo a mí. —dijo él rápidamente.

Ella se mordió el labio, lo notó porque era lo único que podía ver desde su visión periférica. Maldita sea la hora en que comenzó a afectarlo tan duramente. Y, por el gesto del labio, supo que quería decirle algo. No obstante, bajó los hombros y suspiró, soltando los dientes de su piel carmesí.

—No quiero lastimarte. —murmuró.

James caminó hacia la mesa de la habitación y dejó caer sus armas ahí, una a una fueron cayendo, hasta que se despojó de todas y cada una. Sólo cuando se hubo puesto cómodo, se giró.

—Entonces pelearemos, hemos descuidado tus ataques de cuerpo a cuerpo.

La sorpresa fue clara en su expresión.

—Oh, no hay manera en el infierno. Tú eres un bruto.

—Y tú una quejica —se acercó a ella con la intensión de agarrarla y pedirle que intentara soltarse, pero ella se escabulló lejos de él, casi al tramo de correr. James la siguió, persiguiéndola. No fue hasta que oyó su melodiosa risa, que se detuvo en seco—. ¿Quieres que te atrape, niña?

—Inténtalo, nene.

Él se acercó, pero con intenciones de golpearla y que le enseñara sus tácticas de combate. Ella lo previó todo desde un principio, así que cuando se encontraron, repartieron golpes y patadas. Obviamente, él no quiso ser brutal ni agresivo, así que solo bloqueaba sus ataques y le sostenía las piernas cuando ella lanzaba patadas voladoras.

—Estás muy floja de caderas. —él le instruyó, apoyando sus manos ahí, para mantenerlas estáticas. La escuchó coger aire con fuerza, pero se apartó de él y lo miró con el ceño fruncido.

—Es que estoy cansada. —se excusó.

—List no ha venido en estos días, no tienes por qué estar cansada —él se agachó cuando Anastasia brincó hacia él con un grito de esfuerzo—. No grites, delata cuando atacas.

—Copiado.

Volvió a tirarse hacia él, entonces la tomó de los hombros y la empujó hacia el piso, pero ella fue más veloz –esta vez– y alcanzó a enrollar sus piernas en sus hombros, hasta bordear su cuello y girando acrobáticamente, haciéndole una llave. Ambos cayeron al suelo, ella sobre su parte superior corporal.

Anastasia cortó la vía respiratoria de James con sus muslos, apretando su cuello cada vez más. Él se permitió comprobar que ella era fuerte; y así era. Era una chica flexible y fuerte, aprendía rápido las técnicas y, al ser tan pequeña, era muy escurridiza.

Luego de unos momentos, en los cuales él no aguantó más, rojo como una luz de frenos, golpeó las piernas de Anastasia, exigiéndole que le dejara ir. Al sentir la señal, ésta lo soltó.

Se puso de pie con la respiración agitada, al igual que James, quien apoyó sus manos en sus rodillas, mientras daba bocanas grandes de aire.

—¿Mejoré?

Ante la pregunta, él se alzó en toda su altura y asintió.

—Sí, has mejorado.

La examinó; tenía las mejillas sonrojadas y los ojos más brillosos. Lucía exquisita para la vista de cualquier hombre. Secretamente esperaba que nunca vinieran por ellos.

Ella mordió su labio, otra vez.

Se le estaba haciendo una mala costumbre hacerlo. Y a él se le estaba haciendo una costumbre sentir deseos de morderla también, en ese mismo punto, una y otra vez hasta que ronroneara.

Sangre... su sangre se estaba calentando.

Mordió el interior de su mejilla hasta sacar sangre.

La costumbre más común que tenía últimamente, era el de desear besar, morder, chupar y lamer a esa niña, por todas partes. Ella le estaba afectando y no le gustaba, puesto que se estaba volviendo agresivo con ella, agresivo ante cualquiera que la mirara o si quiera intentara tocarla.

¡La misma niña que se mordía el jodido labio ahora mismo!

—Deja de hacer eso. —le gruñó.

Ella parpadeó, asombrada. Elevó sus manos en señal de rendición.

—De acuerdo, de acuerdo, dejaré de respirar, lo prometo —bromeó, se dejó caer en el suelo, cruzada de brazos y frunciendo los labios, gruñó—. Qué humor de perros traes hoy.

—Todo gracias a ti.

Alzó sus brazos en jarras.

—¿Y yo qué hice?

—Apareciste en mi vida —escupió, acercándose súbitamente hacia ella. Anastasia se tiró hacia atrás, apoyando sus codos y sus talones como impulsos, pero él fue más veloz y la agarró del tobillo, jalándola hacia él—. Apareciste en mi vida y la jodiste. Totalmente.

Sorpresivamente, Anastasia le propinó una patada en la quijada cuando tuvo la oportunidad, volteando su rostro hacia la derecha. Él no actuó asombrado, lo que sí le cogió desprevenido fue que ella fue capaz de lastimarlo. O al menos lo intentó. Algo era algo.

Volvió los ojos hacia ella.

Ella abrió los ojos con sorpresa.

—¡Oh, Dios mío! —chilló, llevándose las manos para cubrir su boca—. ¡Te acabo de dar una tremenda patada en plena cara! ¡Cómo lo siento!

Él vaciló unos momentos, abriendo y cerrando la boca para comprobar si tenía daños en su quijada. Le había pateado con fuerza. Le gustó su fiereza como reflejo.

—No lo sientas —dijo luego de recomponerse, volvió a jalarla hacia él. Ésta vez, ella se dejó tirar, hasta que James la dejó bajo su cuerpo—. ¿Qué harías si alguien te atrapa de brazos y piernas?

—¿Hablarle hasta que se canse de oírme? —él abrió la boca para reprenderla, pero ella se adelantó—. O sea, quiero decir, no... uhm, tendría que... eh, ah... ayúdame, apesto en esto.

Suspiró con resignación, tomándola como dijo. Con su mano de metal atrapó sus dos manos, siempre teniendo cuidado de cuánta fuerza ejercía sobre ella. Después removió sus piernas hasta atrapar las suyas, inmovilizándolas por completo. Anastasia miró todo lo que hizo, pero no chistó ni se quejó, lo que le hizo consciente de que esa era exactamente la fuerza que debía usar siempre con ella.

—¿Ahora? —susurró él más cerca de su rostro—. Instrúyeme.

Ella hizo una mueca y frunció los labios, todo mientras miraba los labios de James. Nuevamente, sintió la sangre caliente. No podía creer que una simple mirada provocara eso.

Se concentró en ella, en su entrenamiento.

«Olvídate de sus curvas atrapadas bajo tu cuerpo. Olvida que sus pechos se mueven cuando te mueves tú, sólo... olvídalos». Ella se removió, moviendo todo consigo. «No, no puedo olvidarlo, no puedo olvidarlo».

Aunque... ésta vez, no se apartó, se permitió seguir y, al parecer, eso a ella la desconcertó, puesto que frunció el ceño y subió la mirada hacia sus ojos, totalmente desorientada.

Él elevó una ceja, intentando aparentar frialdad.

—¿Se te ocurrió ya qué hacer?

—Oh, claro que sí —ella bajó el tono de su voz, era ronco y atrayente, casi como un susurro matutino, de esos que él amaba oír. James abrió ligeramente los ojos, pero se mantuvo firme, aunque su mente flaqueara—. Y la verdad, es que me encanta como instruyes, bebé.

Bebé, así lo había empezado a llamar desde hace semanas.

—¿Qué haces? —le preguntó él cuando ella infló su pecho hasta que se rozaron... totalmente. Él apretó los dientes con una agitada respiración—. ¿Qué haces? —repitió—. Rowling.

—Uh, mi apellido —ella tiró sus labios hacia los suyos, buscando contacto. Él ya no sabía qué hacer, pero se alcanzó a alejar a tiempo—. Qué chico malo eres... Bésame.

Su petición le secó la boca, sus ojos fueron a los labios de Anastasia. No eran enormes, no eran gruesos, pero sí pequeños y rellenos. Estaban algo rojizos, pero no potentes como otros días, le faltaba color y humedad. ¿Qué ocurriría si él la ayudara con esa última...?

No. No, no, no y no.

«Endurécete».

—¿Qué te ocurre? ¿Niña?

—Tú me ocurres. —dijo ella... ya aspirando aire sobre sus labios, terriblemente cerca. Tan peligroso que... él podría... caer en la tentación.

James se apartó de golpe de ella, con la respiración acelerada y el corazón yéndole a toda prisa. Trastabilló hacia atrás, inclusive cayó de culo cuando la vio sentarse de golpe. Le asustó.

—¡Ajá! —ella gritó, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Te he apartado!

Se paró de golpe, furioso y con una mirada intimidantemente dirigida hacia ella. No obstante, no se asustó, ella simplemente sonrió más y más.

—¿Esa fue tu técnica? —le gruñó, acercándose.

—¡Sí! ¿No fue genial? ¡Caíste totalmente! —su sonrisa murió—. Oh, espera. ¿Estás furioso? Santa madre, ¿moriré?

Cuando se detuvo a una prudente distancia de ella –una que no pudiera afectarle– masticó su saliva, pensando en lo que le había hecho. La verdad, es que no había fallado su objetivo.

—No, no morirás... —luego agregó—: Hoy no, por lo menos. Ni en mis manos —sin esperar su respuesta, dio media vuelta y fue directamente hacia la mesa, donde había dejado sus armas—. Fue una buena técnica, niña. Aunque te sugiero que primero te laves los dientes si quieres hacerla con otro.

La oyó resoplar a sus espaldas.

—Qué malo eres, Barnes —refunfuñó—. No vi que te quejaras, tampoco.

—Soy tu entrenador, no debo quejarme cuando te pido que me enseñes todo lo que has aprendido. Debo mantenerme fuerte —él cargó su arma en ese momento, un clic sonó—. No importa lo mucho que me disguste tenerte cerca.

Él la vio cruzarse de brazos, con los labios fruncidos. Adorable.

—De acuerdo, me da igual —volvió a dejarse caer contra el suelo y apoyó las palmas de sus manos tras su espalda—. ¿Quieres que te cante una canción?

—No.

—¿Te cuento una historia? El día que entré a clases, por primera vez...

—No me interesa oír nada relacionado contigo.

Ella gimió con ira, pudo incluso oírla rechinar sus dientes desde esta distancia.

—¡Estás imposible! —se levantó y comenzó a caminar por toda la sala, como un león enjaulado. Aunque no alcanzara para un animal tan grande; quizá, quién sabe, ¿un gatito cojo y ciego?—. Estoy aburrida, ¿qué me enseñarás hoy? Ya me zafé de ti, eso es un visto bueno, ¿no?

Dejó caer sus armas en la mesa nuevamente y la miró, apoyando sus manos en la madera.

—Quiero que te metas en la mente de alguien. —dictó.

Anastasia rodó los ojos con cansancio, bufando.

—Oh, está bien. Pero espero que dejes de tocarme las pelotas cuando termine.

Él miró donde se suponía estaría sus «pelotas», volvió a subir la mirada hacia ella con una ceja alzada. No entendía, ella no tenía aparatos reproductores masculinos. ¿Qué quería decir tal dicho?

Ella se dio cuenta de su confusión y rió entre dientes.

—Es un decir, abuelo. No tengo bolas como tú. No me hagas caso.

Desvió su atención hacia la pared, irremediablemente cohibido con el tema. Pero que muchacha más osada. ¿Acaso hablaba así siempre? ¿No le enseñaron a ser una dama?

—Como siempre, te ignoraré. No te preocupes por eso —dijo seriamente, pero entonces frunció el ceño y la miró—. Espera, ¿acabas de aceptar?

Parpadeó con inocencia.

—¿Acepté qué cosa?

—Meterte en los sueños de alguien.

—Ah, sí, eso. No lo sé, tendría que ver si alguien está durmiendo para hacerlo. Dah, sino, no funcionaría, por una razón se llama «manipulación de los sueños», ¿no crees? Oye, ¿qué hace eso?

Como siempre, ella se distraía con facilidad, sin perder ninguna oportunidad para meterse en problemas. La observó caminar hasta él, pavoneando sus caderas con el ritmo de la canción que quizá quería cantarle anteriormente. Era animada, por lo que notó. Anastasia tomó un arma de fuego de la mesa, pero James se la quitó inmediatamente de las manos. Se podía lastimar.

Ella suspiró cuando alejó todas las armas de su alcance.

—Vale, lo haré, quejica llorona. Sólo... dame un momento —ella cerró los ojos y frunció el ceño, se veía concentrada y... linda—. Hay alguien durmiendo, está en seguridad, no muy lejos de nuestra sección —ella de repente abrió sus ojos, los cuales eran negros—. ¿Sabías que el sándwich que nos trajeron ayer tenía menos jamón? Inconcebible.

Grandioso.

—Niña, concéntrate.

—¡No puedo si el jamón es cada vez menor, tengo que consumir carne o comenzaré a comerte a ti...! —parpadeó, considerándolo seriamente—. Eso no suena tan mal, ¿a qué sabes? ¿Helado?

Se apartó de ella cuando intentó tocarlo. James no quería que ella pusiera sus manos encima de su cuerpo, cosas malas ocurrían cuando eso pasaba. Y por malas, se refería a que se le olvidaba pensar claramente, todo desaparecía, todo excepto ella. No podía dejar que eso ocurriera.

—Estás muy animada hoy. —observó.

—Y tú muy gruñón. ¿Qué pasó, pantorrillas de pollo?

Él la miró con una ceja alzada, esperando a que cumpliera con su palabra –e ignorando el insulto.

Anastasia rodó los ojos nada más lo vio, cerró los ojos, elevó su mano derecha y... de ahí comenzó a brotar humo del mismo color que sus ojos. Era... alucinante, atrayente, le dieron ganas de tocar cada centímetro de espeso hollín.

—¿Qué es eso? —no pudo evitar preguntar.

Recibió un chucheo por su parte, así que cerró la boca y la dejó terminar su trabajo. Ella movió sus dedos con gracia, una danza extraña; entonces el humo comenzó a moverse, rápidamente, fluyó hasta la puerta y, por debajo de ésta, por los costados y por la parte superior, fue saliendo. Y continuaba fluyendo por la mano de la niña, inagotable, al parecer.

—¿Y qué se supone que hace eso? —volvió a cuestionar—. ¿Para qué?

Anastasia abrió los ojos y lo fulminó con la mirada.

—Me desconcentras.

A él le pareció gracioso que se enfureciera tan rápido, así que se cruzó de brazos y la miró con un intento propio de diversión.

—No es como si te fuera difícil desconcentrarte conmigo —ella rodó los ojos ante su intento de flirteo. No funcionó, obviamente, lo que provocó que él le regalara una mueca—. Está bien, me gusta estar bien informado cuando se trata de ti.

Aun mirándola a los ojos anormalmente inhumanos, captó ruido en el pasillo. Se alertó de inmediato y no le tomó mucho tiempo tomar un arma y cargarla, teniendo como ecuánime la puerta de metal. Iba a dar un paso hacia la puerta, pero ella lo impidió, siseando.

—Lo traigo yo.

—¿Qué? —preguntó, confundido.

En eso la puerta se abrió, producto a un guardia, vestido de negro y la mirada color negra que caminaba como lo hizo Anastasia luego de su sesión de dos horas, tambaleándose de izquierda a derecha. El hombre caminó hacia el centro del cuarto, roncando.

—Lo estoy haciendo yo, por si no te diste cuenta. Baja el arma.

No lo hizo.

—¿Está a tu merced?

—Sí.

James elevó una ceja ante eso, no obstante; dejó que la niña le mostrara qué más podía hacer. Era un don interesante, la verdad.

Bajó el arma.

—Háblame de esto.

Llevó fugazmente sus ojos a las cámaras del cuarto, esperaba que List estuviera al tanto de esto. La única razón por la cual Rumlow no se había acercado a la niña, era porque él se había ofrecido a potenciar las habilidades de la niña, estudiándolas y calificándolas. No había podido lograr que ella le mostrara esto antes, así que esperaba que las cámaras funcionasen.

Miró a la niña.

—¿Qué más puedes lograr?

Oyó como ella suspiraba pesadamente.

—Puedo hacer que caminen, abran sus ojos... no puedo hacer que hablen mucho, solo lo poco que habla uno cuando duerme, pero puedo entrar en su cabeza y encontrar su miedo, puedo hacerle soñar con lo que quiera, convertirlo en pesadilla o en un plácido sueño —en eso movió sus dedos y el hombre comenzó a bailar—. Es divertido, ellos no saben qué pasa. Al día siguiente no recuerdan nada.

James se levantó y caminó hacia el hombre, movió su mano frente a su rostro. Definitivamente un arma. Todo lo que querría HYDRA. Anastasia podía manipular la mente de alguien cuando menos se lo esperaba y más vulnerables estaban; mientras dormían.

Él dejó caer la mano y se echó para atrás.

—Deberían, están soñando profundamente.

—Seh —ella de pronto se deslizó por su costado, directo hacia el hombre y le robó la tarjeta que abría las puertas con la mayor cautela del mundo—. Las cámaras no debieron de verme, tu cuerpo me cubría. ¿Cuánto crees que se demoren en llegar cuando vean al guardia como un zombie aquí?

—¿Un qué?

—Nada, James. Nada.

Él arrugó el entrecejo, chasqueando la lengua desaprobatoriamente.

—No me gusta tu tono.

—No te gusta nada de mí, eso quedó claro hace mucho —de pronto ladeó la cabeza, con una expresión pensativa—. ¿Hace cuánto que estamos juntos, James?

Él lo sabía perfectamente, pero no quería parecer interesado en ese tema tan banal, así que simplemente se encogió de hombros con gesto indiferente.

—Alrededor de medio año, ¿por qué?

—No lo sé, creo que es mucho tiempo. Nunca nos habían permitido estar tanto tiempo conscientes y, bueno, libres. List es la única persona que vemos, aun así, él no nos dice nada.

Él se quedó en silencio, pensativamente. Sintió la pesada mirada de Anastasia sobre él, hasta que el humo negro proveniente de sus manos desapareció, liberando finalmente al hombre. Cayó dormido al suelo, acurrucándose contra sí como si nada.

—Tú sabes que puedes confiar en mí —murmuró ella, acercándose a él—. ¿Por qué no me dejas ver qué estás pensando realmente, James?

—Porque no hay nada que ver —él la miró—. No soy nadie, pero soy un soldado. Eso es lo único que tienes que saber de mí. Así como también que debo enseñarte a ser como yo, no importa lo mucho que me aborrece hacerlo.

—¿Por qué?

Él abrió la boca para decirle que odiaba ensuciar algo tan inocente y delicado, pero las puertas se abrieron de par en par, hombres entraron, armados y agazapados en alerta. James se adelantó con su arma en mano, poniéndose delante de Anastasia para protegerla con su cuerpo.

—He de decir, que te tomó un tiempo conseguir las pruebas, soldado.

La niña llevó su mirada hacia James.

—¿Qué pruebas?

Los ojos marrones de List sonrieron, aunque aún se mantuvo firme y serio.

—Ya sabes, mostrarnos lo que sabes a hacer sin tener que usar mucha fuerza. Sabía que no lo utilizarías después del incidente con esos dos guardias —miró a James—. Ella mató a dos guardias, descompensó sus corazones. ¿Ahora entiendes por qué te decía que necesitaba a alguien de confianza?

—Confianza... —susurró Anastasia—. Confianza y un huevo, luego se quejan de que uno es el herido cuando apuñalan por la espalda sin consciencia alguna —elevó su quijada en dirección hacia List, con aire de suficiencia—. ¿Tenías todo lo que querías, viejo? Todo lo que te hará, seguramente, aún más patético y verde.

—¿Verde? —escupió una carcajada.

—Sí, ya sabes lo que dicen de los viejos verdes. ¿O no?

La sonrisa de List murió tan pronto como apareció.

—No. Aún no —hizo una señal para que se acercaran a ellos—. No luches, soldado. Necesita su sesión, mientras más rápido, mejor para ella.

Varios hombres tomaron a James de los brazos, lo desarmaron y lo arrodillaron, todo mientras él se mordía la lengua para evitar rugir. Volvió la cabeza, vio a Olaf tomar a Anastasia del brazo y encaminarla hacia la salida.

Cuando iba a decirle que quería acompañarlos, una fuerte bofetada le llegó.

—Golpéenlo todo lo que quieran, muchachos, pero no toquen a la niña.

James gruñó, intentó ponerse de pie, pero recibió una patada tras la rodilla que lo volvió a dejar caer acuclillado. Fulminó con la mirada a los soldados, pero volvió su atención rápidamente hacia List.

—Déjame ir con ustedes. Ella confía en mí, sabes que peleará si no voy.

List puso la misma expresión como cuando mira a Anastasia retorcerse de dolor en sus sesiones semanales. Sin emociones.

—No.

—No seas inmoral. Me necesitas ahí presente para ayudarla.

—Hemos hechos las sesiones durante seis años, ¿qué te hace pensar que te necesita ahora?

Los ojos de James se oscurecieron. Una esfera de ira creció como el fuego ascendiente.

—Me ha conocido, eso ha cambiado.

El doctor chasqueó la lengua con diversión y, ante una mirada escrupulosa a Anastasia, se acercó a James, con la clara intención de tener una «privada» conversación.

Se inclinó hasta su altura.

—Escúchame bien, con Anastasia quiero lograr algo que no pude lograr con los gemelos. Algo que, sin duda, revolucionaría el mercado de tú libertad y la suya.

Libertad. Anastasia libre por fin.

Se relamió los labios lentamente, sin apartar su mirada del doctor.

—¿Qué sería eso?

—Que obedezca órdenes, así como tú lo haces cuando te dicen las palabras —el viejo se levantó unos momentos, lo rodeó con un paso pensativo, entonces volvió a doblegarse a su altura y susurró en su oído—: Verás, los gemelos se tienen entre ellos, son familia, tienen una conexión que evolucionó gracias al cetro. Anastasia, sin embargo, no tiene a nadie. Está sola.

James buscó la mirada de List, le obsequió todo el rencor en sus pupilas e irises que pudiera conjeturar. La penetrante arma de la vista provocó que el doctor se removiera ligeramente nervioso.

—Me tiene a mí. —dijo el soldado.

—Tú no eres nadie, eres un soldado. Uno que no nos acompañará, porque tiene algo que hacer.

Las miradas de James y Anastasia se encontraron en ese mismo instante, él pudo leer perfectamente el pánico que la respuesta de List provocó en ella. También sintió miedo. Por ella. No por él. A James no le importaba mucho lo que le hicieran a él, pero sí a ella.

La protegería con su vida, se lo prometió.

Y es por eso que intentó luchar contra sus agarres cuando ella clavó los pies al suelo y se reusó a dejarse empujar por Olaf.

—No, no quiero ir sin el soldado. Suéltame.

Olaf le propinó un derechazo que la lanzó contra el piso, literalmente dio una vuelta en el aire de la fuerza de ese golpe.

James volvió a gruñir con ira.

—Los mataré a todos ustedes si algo malo le ocurre.

Todos alrededor se tensaron. List sacó del bolsillo de su bata blanca un comunicador y murmuró algo que no pudo entender. Las armas no tardaron en ser apuntadas hacia James, el cual miraba a todos con rencor. La habían dañado.

Por el rabillo del ojo, vio como ella se arrastraba hasta él.

List impidió que Olaf se acercara para recuperarla, en vez de eso, dejó que la niña se arrastrara hasta James sin problema alguno.

Él no iba a lanzarla lejos, simplemente la rodeó y ayudó a estabilizarse. Para sorpresa de todos, pero no para él y ella, puesto que llevaban más tiempo juntos del que se pudiera creer, él tomó su rostro entre sus manos y asintió.

—¿Recuerdas la canción, niña? ¿La que debes cantar cuanto todo va mal?

Asintió débilmente. El miedo estaba reflejado en sus facciones.

—No quiero estar sola, no quiero hacerlo sola —murmuraba—. James, por favor. Ven conmigo.

—Estarás bien, ¿de acuerdo? —le acarició la mejilla con el pulgar y asintió, intentando convencerse a sí mismo de que sus palabras eran y serían ciertas—. Tan solo debes recordar la canción, iré por ti nada más termine tu sesión. Lo prometo.

—No —sacudió duramente la cabeza—. No quiero, no quiero, no quiero...

—Ya es suficiente.

La dejó ir cuando Olaf fue en su busca, tiró de su brazo y comenzó a alejarla de él. Ella luchó, pataleó e incluso le escupió al hombre, pero no la soltó. Y cuando Anastasia le golpeó las pelotas, logrando que el bastardo se encorvara, tres hombres más fueron y la agarraron de los brazos, piernas y cintura, finalmente pudiendo sacarla de la sala.

—¡James! ¡James! —la oyó gritar desde el pasillo—. ¡Suéltame, idiota! ¡Cuida tu mano!

Volvieron a impedirle ponerse de pie cuando lo intentó.

—Dile que no la toque. —sentenció James, úrico.

List sacudió la cabeza.

—No debería preocuparte la niña, soldado. Yo que tú, me preocuparía por mí mismo. Haz hecho muchas cosas malas. No te borraremos la memoria aún, puesto que Ana confía en ti lo suficiente como para mostrarte sus destrezas, algo que no había pasado nunca. Necesitamos de ello para que nos enseñe todo lo que puede hacer. ¿Cappiche?

Guardó silencio, respirando agitadamente. Mantuvo un contacto visual con el doctor List mientras él se movilizaba frente a él.

—No obstante, te enseñaremos algo de lecciones y modales. Pierce me ha autorizado, así como también me dijo que te diera un recado. Y es que no eres quien para adueñarse de su Josephine —él movió las manos en el aire—. Signifique lo que signifique, yo no capté muy bien.

Entre varios hombres, lo arrastraron a la sala donde estaba la silla de electrochoques. El corazón comenzó a irle tan rápido que lo sintió en sus orejas, el miedo se cernió en su garganta, impidiendo que respirara bien.

No quería más. No de nuevo. No quería...

—Esto simplemente se hace para que sepas que aún somos los que tienen el control —habló List desde la puerta—. Cuando tienes un ejército que dominar, debes poner mano dura, sino se revelarían. ¿Y queremos eso? Por supuesto que no. No obstante, velo como un regalo, puesto que solo serán pocas horas de las que te haremos esto. No todo un día.

—La niña —apenas y jadeó mientras lo sentaban y le amarraban los brazos y las piernas, las cuatro extremidades temblaban sin control—. La quiero intacta, sana y salva.

—¿Crees que estás en condiciones de ponerme reglas? ¿A mí?

—La quiero... —le pusieron el protector en la boca, pero lo escupió—. Intacta. Promételo.

Los hombres que lo habían sentado se quedaron quietos un momento, esperando la respuesta de List antes de obligar al soldado a recibir las descargas.

El doctor List rodó los ojos.

—Deberías aprender que los de aquí, no tenemos corazón, por ende, las promesas son solo un arte que aprendimos a llamar mentiras colaterales. Buena suerte, soldado.

—¡Hey! ¿Dónde vas? ¡List!

Le pusieron nuevamente el protector y le sostuvieron la cabeza en el asiento, donde rápidamente el casco bajó y lo rodeó. James no fue capaz de pensar algo más que no fuera en el dolor cuando la máquina se activó.

Gritó, gritó y gritó.

Y no recordó nada más.




...

Me rompe el kokoro ver a Bucky sufriendo:'(


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