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Solo tienes que hacerlo, niña —le animó James—. No pienses. Hazlo.

—¿Y qué pasa si lastimo a alguien?

—Estaré cerca, no dejaré que dañes a nadie —él la miró directamente a los ojos y se tragó un «tampoco dejaré que te pase algo a ti, así que confía en mí»—. Tú puedes hacerlo, enséñame cómo es que invades la mente de alguien mientras duerme —cuando ella no se movió, James tragó saliva y la acercó a él—. Si no lo haces por las buenas, Rumlow vendrá a constreñirte para que lo hagas por las malas. No podré interferir. Hazlo.

Los ojos de la niña brillaron con... un color oscuro, negro, ese mismo color teñía el ambarino de sus habituales ojos cada vez que dibujaba, así como cuando cambiaba de humor muy rápido. List le había dicho que es cuestión de la radiación en ella, el cetro –de no recuerda quien era el sujeto raro, puesto que no preguntó ni le interesó hacerlo– lo provocó.

No era grave, pero cambiaba su rostro por completo. Lo transformaba.

Él había aprendido a leer cada expresión de su fisionomía, cada movimiento corporal y pensamiento que se le cruzara por la cabeza. Sabía que ella fruncía los labios cuando no sabía qué hacer, también se mordía el labio cuando quería decir algo y no podía. Se tambaleaba sobre sus talones cuando adquiría un ánimo juguetón y, dado a que ama los juegos, se balancea mucho. Y ama los juegos, cada cierto tiempo al día le pide que jueguen.

Lastimosamente lo hace. Juegan juntos y es algo que no le gustaría compartir con nadie, ni mencionar jamás. Hace cosas estúpidas por su niña.

Pero al fin de cuentas, aprende cosas de ella. Cosas tan simples que aprendió con el tiempo. El tiempo más extenso que Pierce lo ha mantenido despierto.

Miró sobre el rizado y pelirrojo cabello de Anastasia y ojeó alrededor, atento a cualquier cambio. Un soldado había llegado a la celda que él y la niña compartieron durante meses, sin interrupciones ni molestos hombres, y les había dicho que los siguiera hasta un hangar que tenían en las instalaciones bajo tierra.

James había tomado a la niña y la había arrastrado hasta ahí, pidiéndole que no se metiera en problemas. Ella siempre los busca, insultando, pateando, escupiendo... La había cuidado lo más cerca que pudo, más de lo que iba a estar de un ser humano en su vida. Incluso más... de lo que le gustaba admitir que estaría cerca de una mujer.

Aún tenía miedo de dañarla accidentalmente, aunque dormir en sus brazos tampoco se sentía mal.

Tenía pesadillas, sobre todo de su pasado y ella había estado ahí para él, abrazándole y susurrándole que todo iba a ir bien, que no estaba solo. Había recordado su apodo; «Bucky», había recordado a un hombre rubio y la guerra, mucha guerra, entrenamientos y uniformes marrones. Escuchó conversaciones, risas divertidas y música que le hizo volar la cabeza.

Él provenía del pasado, lo mantenían vivo y joven con criogenia, despertándolo cuando se necesitaba matar, cuando necesitaban un soldado que también es un arma. Eso lo enfureció.

Sintió movimiento por parte del pequeño cuerpo de la chica, pero no fue consciente de la cercanía de ésta hasta que ella se aventuró a tocar su brazo metálico. James no sintió el tacto directamente, pero desde hace días, ha sentido una clase de cercanía hacia Anastasia, dándole un sexto sentido que le advertía dónde estaba ella en todo momento.

A veces, durante la noche, ella se levanta y, frenética por dibujar, se lanzaba al suelo a plasmar el futuro en hojas y hojas del cuadernillo. Él la vigilaba sentado desde la cama, sin querer entrometerse en sus episodios precognitivos.

WINTER ART • Bucky Barnes.Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum