Hasta que llegaste tú. Mi Deb...

By Maryam_C_

16K 501 431

Segundo libro de "Hasta que llegaste tú". El primero se titula "Mi destino", y podéis encontrarlo en mi perfi... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5

Capítulo 4

706 79 99
By Maryam_C_

Una vez que estoy fuera del edificio, vuelvo a subirme en el coche de Beatriz, y apoyo la cabeza en el volante, dejando paso libre a mis pensamientos. No voy a ir a mi piso, en el que estará Tom con Úrsula. Tampoco me gusta la idea de quedarme en casa de Bea, ya que supongo que Alejandro y ella pasarán la noche juntos. Y, por supuesto, no pienso dormir otra vez en el piso de Diego. Eso significaría tirar por la borda mi relación con Tristán, aunque después de lo de esta noche, no sé qué va a ser de nosotros.

Enciendo el motor, y me infiltro entre los demás coches de la carretera. Al fin y al cabo, aquí no hay nada que me retenga en estos momentos. La música de la radio envuelve el coche. Una canción triste, acorde con mi estado de ánimo. Así que, mientras las lágrimas recorren mis mejillas, conduzco hasta la casa de Bea. Quizás haya vuelto y al menos podré devolverle su coche. Desafortunadamente, nadie responde cuando llamo al telefonillo de su piso, por lo que imagino que Beatriz aún sigue en la fiesta, así que decido dejarle las llaves en el buzón. Sé que las buscará ahí en cuanto vea que le he dejado el coche aparcado fuera.

Y, sin tener a dónde ir realmente, me dispongo a caminar con los zapatos en la mano y sin rumbo fijo, dejando paso libre a todos mis pensamientos negativos, y hundiéndome en mi propia miseria. No comprendo cómo pueden cambiar tanto las cosas de un momento a otro, y sin anestesia.

De pronto, de la nada comienza a rugir una moto que me sobresalta, y que pasa a toda velocidad por mi lado. Pero mi preocupación aumenta cuando da un giro peligroso en medio de la carretera, y se dirige directamente hacia mí. El corazón me late con fuerza, y siento que me falta el aire. La moto acelera cada vez más, y yo solo puedo cerrar los ojos y esperar a recibir el golpe. Pero, para mi sorpresa, el piloto frena justo delante de mí, y se quita el casco para dejarme ver su cabellera morena y unos hermosos ojos verdes que ya he visto antes.

—¿Qué haces a esta hora, sola, así vestida, y caminando sin zapatos? —pregunta Erick sonriendo de oreja a oreja.

—¡Dios! —Exclamo enfadada a la vez que le tiro uno de mis zapatos que acaba impactando en su pecho—. ¿Sabes el susto que me has dado?

Las piernas aún me tiemblan, y el corazón me va a salir disparado del pecho. Poco a poco, me voy recuperando, y relajo los puños que tenía cerrados tan fuertes que hasta tengo mis propias uñas señaladas en la palma de la mano.

—Sí, se te ve en la cara —responde después de soltar una carcajada—. ¿Quieres que te lleve a algún sitio? —espeta, ofreciéndome un casco.

—La verdad es que no voy a ninguna parte, solo estoy vagando por las calles —admito sinceramente.

—¿Un mal día?

—Los he tenido mejores —contesto, asumiendo el gran vacío que me causa por dentro el estar así con mi Dios de ojos azules.

—Sube —ordena lanzándome el casco que logro coger después de hacer unos cuantos malabares.

—Mi madre no me deja subir a vehículos de desconocidos —bromeo tendiendo la mano para devolverle el casco.

—Vamos —me apresura—. No te preocupes, iré despacio. No me gustaría que le pasara nada ni a tu bebé ni a ti —aclara.

—Nunca he montado en una moto de estas —confieso agachando la cabeza.

—Confía en mí —sentencia sonriendo de nuevo.

—¿Después de esto que acabas de hacer? —reprocho algo asustada todavía por la impresión.

—Lo siento, Carola. Te aseguro que conduciré con cuidado. Ahora sube —insiste.

—¿Y, a dónde vas a llevarme? Ya te he dicho que no tengo a donde ir. Solo quiero dar un paseo, tranquilamente, sin que un loco intente atropellarme con su moto.

—Deja de preocuparte tanto, y móntate. Vamos a intentar que tu día mejore.

—En realidad son casi las dos de la mañana, así que técnicamente mi mal día ya ha pasado —replico.

—Deja de poner excusas de una vez, cobarde —concluye colocándose el casco.

Sopeso la idea durante unos instantes y, finalmente, decido subir a ese trasto de dos ruedas. Puedo elegir entre deambular sola por la calle, o subir en la moto de Erick, y confiar en que no pase nada. Y, sin darle más vueltas, introduzco la cabeza en el casco, me subo un poco el vestido, y me agarro a al hombro de Erick para montarme detrás de él. Acto seguido, enciende el motor, y comienza a circular a una velocidad prudente por la carretera.

Una suave brisa acaricia las zonas de mi cuerpo que están desnudas, veo las luces de los edificios y de los coches pasar a mi alrededor y es una sensación nueva que sorprendentemente me gusta. Me siento libre, como si pudiera alzar el vuelo en cualquier momento y poder así huir de los problemas dejando atrás todas las complicaciones que hay en mi día a día. Pero, cuando empiezo a disfrutar realmente de ello, Erick frena lentamente y aparca al lado de la playa.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto algo confusa, desprendiéndome del casco.

—Voy a enseñarte unas obras de arte —responde después de quitarse también el casco—. ¿Has estado alguna vez por esta zona de la playa?

—No, lo cierto es que no.

—Entonces, vamos —concluye tendiendo su mano para ayudarme a bajar.

Yo se la estrecho y, en cuanto poso mis pies sobre el suelo, tira de mí hacia la arena. Caminamos en silencio, sólo es audible el sonido de las olas rompiendo en la orilla, y el viento soplando de vez en cuando.

—Mira —dice señalándome un montículo de arena.

—¿El qué? —pregunto intentando ver lo que me indica.

—Esto —espeta iluminando con el flash del móvil la montaña de arena.

Y no es un montón de arena cualquiera, son grandes figuras hechas con la arena de la playa. Una sirena, y Poseidón con su tridente, pulidas con delicadeza y precisión. Tanto que se aprecian los rasgos de la cara, y todos los detalles del cuerpo y de la cola. Es realmente precioso y una auténtica obra de arte. Pero, para mi sorpresa, a escasos metros hay otra figura, y a esta, le sigue otra. Son escenas de Disney muy bien definidas. En una se distinguen los Siete enanitos junto a Blanca Nieves, y en la otra se ve a Nemo junto a su padre y a Dory.

—Es impresionante —admito perpleja, observándolas con detenimiento.

—Sí, es algo maravilloso.

Después de un rato más mirando las figuras echo a andar por la orilla de la playa dejando que el agua acaricie mis pies con cada ola.

—¿Quieres hablar de lo que te ha pasado? —sugiere Erick cuando logra alcanzarme.

—Sí —afirmo sin saber muy bien porqué—. Pero para eso debería contártelo todo desde el principio.

—Hay todavía mucha playa por recorrer, y tenemos hasta el amanecer. ¿Será suficiente? —advierte con sarcasmo.

—¿Hasta el amanecer? —inquiero curiosa.

—No todo va a ser diversión, también tengo que trabajar.

—¿En el gimnasio?

—No, tengo más de un trabajo. Escribo artículos para un periódico.

—Así que, además de guapo y fuerte, eres inteligente. ¿Eres gay? —escupo bromeando.

Admito que también lo pensé en cuanto conocí todos los buenos atributos de Tristán, pero había demasiada tensión sexual entre nosotros como para serlo. Esa idea no duró ni dos segundos en mi cabeza.

—¿Tendrías algún problema si lo fuera? —pregunta, enarcando una ceja.

—¿Qué?, ¡claro que no! —Exclamo negando con la cabeza—. Entiendo perfectamente que hay hombres que entran en tu cabeza para jamás salir de ella —aseguro bajando la vista hasta mi anillo de compromiso—, y no importa el sexo al que pertenezcas.

—Me alegra que haya gente como tú —confiesa mirando hacia la nada.

—¿Entonces?

—Sí, lo soy. Pero no puedes correr la voz en el gimnasio, perdería mi clientela —añade guiñándome un ojo.

Y, tras esa confesión, me siento aún más a gusto con él. Es un placer que alguien se preocupe por ti y que no sea con la intención de meterte algo más que la lengua dentro de tu boca. Así que le doy rienda suelta a mis pensamientos, que se convierten en secretos desvelados a un desconocido. Pero como decía mi madre, es más fácil abrirte y confiarle tus intimidades a un completo extraño, antes que a alguien próximo a ti.

Erick camina en silencio, a mi lado. Está vestido con la chaqueta y los pantalones para montar en moto, y va analizando mentalmente todo lo que le voy relatando. En su cara se aprecia un gesto de disgusto con todo el asunto de Mateo, y uno de sorpresa cuando menciono mi primera noche en el piso con Tom, y las veces que he dormido en casa de Diego, junto a todos los líos que ha habido entre Diego y Tristán. Y, finalmente, le hablo detalladamente sobre la noche de hoy.

—Vaya y yo creyendo que mi vida es difícil —dice Erick, rompiendo el silencio.

—Todos tenemos complicaciones, solo que algunos llevan una coraza para que no podamos ahondar los demás en esos problemas. Fingen ser fuertes cuando en realidad no lo son.

—No estoy de acuerdo con Diego.

—¿Sobre qué?

—No creo que necesites un psicólogo, tienes la cabeza, a mi parecer, muy bien amueblada.

—Eso es discutible. Tristán hace que pierda la capacidad de pensar con coherencia. Hoy he corrido como una loca hasta nuestro piso, sobrepasando la velocidad y saltándome unos cuantos semáforos por temor a que él estuviera en peligro. Pero no he pensado en ningún momento en que estaba poniéndome en peligro a mí, y también a mi bebé.

—Lo único que tienes que hacer es aprender a controlar la situación, y sobre todo a respirar. Solo así verás las cosas claras.

—¿Cómo se consigue eso? —pregunto intrigada.

—Cada persona tiene sus métodos.

—¿Y, el tuyo es?

—La lucha. Así aprendes a analizar la situación antes de reaccionar, o a reaccionar rápidamente de una manera u otra sin perder el control —añade tras una pausa—. Y de ahí mi devoción por las artes marciales, que enseño a personas como tú ―responde con una sonrisa.

—Entiendo. Entonces tendré que ir más a menudo a entrenar —inquiero golpeándole en un brazo.

—Claro —dice después de soltar una carcajada—. Ahora volvamos a la moto, voy a enseñarte otra cosa antes de que amanezca.

—Está bien, pero en el camino de vuelta te toca a ti hablar de tu vida, y a mí escucharte —le advierto sedienta de curiosidad.

Erick sonríe y tras tragar saliva, comienza a contarme algunas que otras anécdotas interesantes de su pasado. Unas cuantas aventuras amorosas que ha tenido con chicos, y una o dos relaciones iniciales que tuvo con chicas. Pero ahora jura ser total, y completamente, gay. A su familia le costó mucho asumirlo al principio, aunque asegura que ahora parece no importarles. Incluso les ha presentado a algunos de sus novios. Una vez que llegamos a la moto, volvemos a enfundarnos los cascos en la cabeza, y Erick enciende el motor para ponernos en marcha. Recorremos la carretera que rodea la playa, hasta que aparca la moto cerca del puente que da acceso a Cádiz.

—Date prisa —me apremia mirando su reloj deportivo—. Ya es casi la hora.

—¿La hora de qué? —increpo sin entender nada.

—Mira allí —contesta señalando algo a lo lejos del mar.

Dirijo la mirada hacia donde me indica y puedo apreciar entre la salida del sol y el agua, a unos preciosos peces saltar sobre las olas. Me desprendo del casco, y una suave brisa acaricia mi melena mientras me acerco a barandilla del puente. No puedo creer lo que están viendo mis ojos. Son delfines jugueteando los unos con los otros, salpicándose agua, y aproximándose a nosotros.

—Guau ―sentencio observando detenidamente cada movimiento de esas increíbles criaturas—. No tengo palabras para describir cómo me siento en estos momentos.

—Lo sé —admite colocándose a mi lado—. Hemos tenido suerte, hay amaneceres que no aparecen.

—No sabía que pasaban por aquí.

—No hay mucha gente que lo conozca. Hay que saber hacia dónde mirar para ver las cosas buenas de la vida.

—Yo necesitaría una brújula que me señalara la dirección a la que debo mirar —respondo tras soltar una carcajada.

—No te preocupes, lo mío son años de práctica. No creas que es fácil ser homosexual.

Pierdo de vista a los delfines cuando nadan bajo el puente y, rápidamente, cruzo la carretera cuando no pasan coches para seguir observándolos en toda su grandiosidad.

—Si logro superar este bache de nuestra relación, traeré aquí a Tristán.

—Claro que vais a superarlo, se ha portado como un capullo, pero terminaréis haciendo las paces. Solo tienes que darle un poco de tiempo para que se arrepienta por lo de esta noche.

—¿Y si sigue desconfiando de mí? —advierto con un nudo en la garganta.

—Entonces no merece que compartas tu vida con él.

Una vez que los animales desaparecen en la lejanía, Erick y yo nos subimos a su moto, y después de preguntarme dónde quiero que me deje, se incorpora al tráfico matutino para llevarme a casa de Beatriz.

—Gracias por todo —digo entregándole el casco cuando me bajo de su moto.

—No hay de qué. Ojalá yo hubiese tenido a alguien a mi lado en mis noches en vela. Me habría ahorrado hacer muchas tonterías de las que luego me he acabado arrepintiendo.

—Ahora ya tienes a alguien que te haga compañía. Solo necesitas marcar mi número —concluyo dándole un abrazo.

Erick tarda unos segundos en reaccionar pero, finalmente, me devuelve el abrazo, y me estrecha fuerte durante unos instantes.

—No me cansaré de decir que deberían existir más personas como tú —asegura antes de soltarme y desaparecer a toda velocidad.

No sé cómo lo ha hecho, pero ha conseguido que me olvide de todos mis problemas por una noche. Me ha proporcionado la paz y estabilidad que necesitaba. Aunque me entristece imaginármelo por ahí vagando solo, sufriendo a causa de su condición sexual.

Camino hasta el portal de Bea al volver en mí, y llamo repetidas veces al telefonillo hasta que su voz ronca contesta. Después de un par de minutos intentando explicarle lo que ha pasado a través del interfono, me acaba abriendo de una vez.

—¿Dónde demonios has pasado la noche entonces? —me interroga nada más entrar en su piso.

—Lo soltaré todo en cuanto haya dormido. Necesito descansar.

—Está bien, puedes dormir en mi cama. Iba a levantarme dentro de poco —añade encogiéndose de hombros—. Había hecho planes con mis padres para vernos hoy.

—Pásalo bien —contesto dirigiéndome a su habitación—. ¿Y Alejandro? —inquiero cuando me acuerdo de él.

—Ya hablaremos cuando vuelva.

—Gracias por lo de anoche, y por lo de ahora.

—Tú habrías hecho lo mismo por mí —sentencia con una sonrisa.

—Ni lo dudes —concluyo antes de terminar mi recorrido hasta la cama.

Y, sin más, me desplomo sobre la cama, y me consume el sueño una vez que cierro los párpados. Hoy ha sido un día muy largo, y tanto mi mente como mi cuerpo, necesitan asimilarlo.

—Eh, bella durmiente. ¿No crees que ya has descansado suficiente? —espeta Beatriz dándome pequeños empujoncitos en el hombro mientras se hinca de rodillas sobre la cama.

—Aarg, déjame dormir. Así al menos dejo de pensar —gruño, escondiéndome bajo las sábanas.

—Como quieras. Entonces supongo que este trozo de tu tarta favorita que mi madre me ha dado para ti, tendré que comérmelo yo —dice haciendo el intento de levantarse de la cama.

—¡Quieta! —inquiero sacando una mano de las sábanas para sujetarle la muñeca y retenerla—. Me has convencido.

—Solo tú te vuelves tan loca por una tarta —suelta tras una carcajada.

—Mientes —reprocho sacando ahora la cabeza de debajo de las sábanas para mirarla mal—. Te he visto engañar a tus primos para quedarte con el último trozo de la tarta de tres chocolates que hace tu madre.

—Y si alguna vez se te ocurre decírselo a alguien, lo negaré todo —asegura fingiendo seriedad.

Comienzo a reírme, y ella se une a mí, por lo que aprovecho para hacerme con el plato que lleva en las manos en cuanto puedo. La madre de Bea tiene un don para la cocina, nunca he probado unos platos como los que ella hace, ni unos postres tan deliciosos. Y, definitivamente, la tarta de flan y chocolate con galletas no tiene parangón.

—¿Qué hora es?

—Las cinco —responde Bea después de mirar su reloj.

—¿Te peleaste anoche con Alejandro?

—Sí. Es un poco celoso, y ayer casi se muere cuando me vio bailando con algunos de tus invitados. Ya sabes como soy, me gusta divertirme, y eso no significa que vaya a pasar a mayores. ¿Cómo lo has sabido? —pregunta curiosa.

—Porque no habéis pasado la noche juntos.

—Tú también discutiste anoche con Tristán, ¿no?

—Me dijo que mi bebé podría ser de cualquiera —susurro intentando no hacerme daño al recordarlo.

—Carola, no sé cómo pudo sentirse al oír a Tomás diciéndole que si estaba seguro de que el bebé era suyo, pero ponte en su lugar. Te acostaste con Tomás antes que con él, luego besaste a Diego...

—Lo de Diego fue eso, un simple beso. Y, respecto a Tom, según mis semanas de embarazo, él no puede ser el padre. No saldrían las cuentas, y estoy segura de que a ninguno de los dos nos gustaría tener un hijo en común. Por eso me parece un acto despreciable lo de ayer.

—Entiendo. ¿Y, dónde pasaste el resto de la noche?

—En la playa, con Erick. El nuevo entrenador del gimnasio del que te hablé.

Beatriz enarca una ceja, y me mira con gesto desaprobatorio por lo que acabo de decirle.

—Y luego te extraña que Tristán se enfade —replica seriamente.

—Es gay —aclaro para disipar su mal humor.

—Todos lo son hasta que te demuestran lo contrario —reprocha, levantándose de la cama—. Esta mañana me han llamado tus padres y Tristán, para preguntar por ti ―añade entregándome su móvil.

Luego gira sobre sus talones, y se marcha dejándome a solas con mis pensamientos y con el deber de devolver dos llamadas. La primera es a mi madre, no me gustaría hablar con ella después de la conversación que sé que me espera con mi Dios de ojos azules.

Después de unos veinte minutos respondiendo a las preguntas de mi madre, termino por convencerla de que estoy bien, aunque todavía tengo que solucionar las cosas con Tristán, pero es algo por lo que no debe preocuparse. Y, finalmente, llamo a el que se supone que va a ser mi marido en un futuro próximo.

—¿Carola? —pregunta impaciente.

—Sí.

—¿Estás bien?

—Tal vez lo esté por fuera. Pero por dentro aún me queman tus palabras.

—Lo siento, de verás. No quería decirte eso, estaba borracho, y...

—El alcohol solo te da la valentía para proferir las cosas que sobrio solo te atreves a pensar —lo interrumpo antes de que siga excusándose.

—Ese bebé es mío porque lo lleva dentro la mujer a la que amo.

Mis lágrimas empiezan a brotar, y me quedo pensando detenidamente en esa última frase. No sé qué decir, ayer me destrozó al soltarme aquello, y no me va a resultar fácil borrar esa acusación de mi cabeza.

—Esta vez no vas a conseguir apaciguarme con unas palabras bonitas.

—Necesito que vuelvas —espeta, ignorando lo que le he dicho.

—Y yo necesito tiempo para sacar estos sentimientos negativos de mí. Pasaré unos días en casa de Bea.

—No me gusta tenerte lejos de mí. Por favor...

—Te llamaré cuando me sienta mejor, Tristán. Adiós.

—¿Qué? Espera, no cuelgues.

—¿Qué quieres? —escupo algo enfadada.

—Solo decirte que te amo —suelta de golpe y cuelga él.

Tristán sabe qué decir exactamente en cada momento para conseguir que pierda la cabeza por él. Es algo que nunca podré controlar, pero si puedo intentar resistirme, y no darle la confianza de saber que con un par de palabras va a tenerme detrás de él. Una vez que he acabado de darle vueltas a todo en mi cabeza, salgo al pasillo para buscar a Beatriz, que me obliga a darme un baño de inmediato.

Después de una ducha gratificante, Bea y yo pasamos un par de horas estudiando hasta que paramos para cenar. Juntas preparamos una cena con muy buena pinta. Hemos decidido comer arroz al curry, y es algo que nos encanta.

—Enciende la tele, ¡corre! —exclama tras mirar su reloj.

—¿Qué es lo que quieres ver con tanta prisa?

—Mi padre me ha regalado hoy un cupón de la lotería —responde, sonriendo de oreja a oreja—. Sácalo de mi cartera.

Y yo le hago caso, sin entender muy bien a que viene tanta emoción. Camino hasta su bolso, y busco en su cartera el cupón para luego mostrárselo.

—¿Es este?

—Sí, mi número de la suerte. Pero antes de comprobarlo con el del teletexto, tengo que hacer algo.

Beatriz deja el cuchillo a un lado, le baja la intensidad a la vitrocerámica y se dirige hacia mí para quitarme el boleto.

—Así me dará suerte ―alega restregando el dichoso papelito por mi vientre—. Y si me toca, la mitad será para mi futuro sobrino, o sobrina —añade sin perder la sonrisa.

—Deja de soñar, eso nunca toca.

—Tú di lo que quieras, yo sé que va a salir mi número.

Y sin decir nada más, gira sobre sus talones, y pone rumbo hacia donde está la televisión. Busca la página del teletexto donde se encuentran los resultados, y comienza a decir en voz alta los números premiados.

—Tres —anuncia en voz alta para que sepa que el primer número coincide—, siete —ya van dos—, cuatro —ese es el tercero que tiene igual—, uno...

—No pienso aceptar el dinero si ganas —inquiero, imaginándome lo que va a pasar.

—¡Y nueve! —Grita a pleno pulmón—.¡Dios!, ¡me ha tocado, Carola!, ¡Te lo dije! —continúa gritando mientras corre hacia mí para abrazarme —. Y, siento mucho que no quieras aceptarlo, afortunadamente, se lo he prometido a tu bebé, no a ti, y no pienso faltar a mi promesa.

—Estás loca.

—¡Hay que celebrarlo! —exclama soltándome de su abrazo.

—Propongo que compremos helados y chucherías, fuera alcohol.

—Aguafiestas —inquiere fingiendo enfado.

—Así podemos festejarlo las tres, de la otra manera solo te divertirías tú.

—Está bien, después de cenar iremos a por un cargamento de todo lo que se nos antoje.

Mientras cenamos, Beatriz se regocija por haber conseguido el premio, después de que ésta les diese la noticia a sus padres, claro está. Estaba tan contenta que incluso se ha tragado su orgullo y ha llamado a Alejandro para contárselo. Y, yo me siento realmente feliz por ella, pero por dentro sigo sintiendo ese gran vacío que se apoderó de mí ayer. No puedo sacarme de la cabeza todo lo que pasó después de la cena.

Continue Reading

You'll Also Like

330K 21K 29
Chiara y Violeta son compañeras de piso, y no se llevan bien. Discuten a menudo, y cuando no lo hacen, se ignoran. Cuando se adelanta la boda de su h...
466K 36K 54
El mundo da un vuelco cuando la primer mujer en la Fórmula 1 se hace presente en el Paddock. Camille Watson, hija del gran piloto de la F1 tendrá que...