Don't cry, craft ↠ Frerard

By MyFabulousRomance

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Gerard Way siempre ha tenido una manera especial de ver las cosas. Frank Iero siempre ve las cosas con pesimi... More

Flores en el horizonte rojo
Ray, el metalero risueño
Yo soy blanco, tú eres amarillo
Telenovelas y espantapájaros
No hay dos copos de nieve iguales
Tú eres el bueno aquí
Las rarezas hacen a una persona única

¿Qué rayos ocurre?

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By MyFabulousRomance

Para su sorpresa, Frank se encontró a sí mismo yendo a visitar a Ray al supermercado. No eran 'visitas' formales, sino que siempre buscaba una excusa para ir al establecimiento debido al hecho que era demasiado terco para admitir que en realidad le agradaba pasar el rato con el rizado. Cada vez que su madre necesitaba comprar algún comestible, él se apuntaba e iba felizmente. Linda lo miraba con cara rara cuando veía que su hijo literalmente se estaba ofreciendo voluntariamente a hacer algo que implicaba esfuerzo, porqué nunca quería salir de la casa o su cuarto. Pero no dijo nada, se contentaba con el simple hecho de que saliera y tomará algo de aire fresco. Además, Frank disfrutaba ir porqué obligatoriamente tenía que pasar por el parque y allí veía al chico de cabellos rojos; casi se había hecho como una pequeña rutina el verlo en el mismo lugar, siempre llevando una corona de flores. 

Cada vez que iba al supermercado Frank se tardaba horas allí dentro, pues se quedaba hablando con Ray y el tiempo pasaba volando. Había descubierto que tenían los mismos gustos en bandas y música, a ambos les gustaba el rock y el metal así como también el hardcore. Había aprendido que su banda favorita era Iron Maiden y su canción favorita era 'Hey You' de Pink Floyd.

— ¿Qué prefieres? —preguntó Frank al rizado. Se encontraba dando vueltas en la silla giratoria de su amigo mientras éste se encargaba de empaquetar en una bolsa los productos de una ancianita— Si tuvieras la oportunidad de viajar al pasado, ¿te gustaría conocer a Kurt Cobain o John Lennon?

Ray chasqueó la lengua y le echó una miraba por sobre el hombro— Esa es difícil, no creo que podría decidirme. Ambos me gustan mucho.

— Yo elegiría a John, el tipo era un genio. Kurt... No tanto.

— Oye, no insultes a mi Kurt —el rizado pareció herido ante su declaración pero aun así sonrío, siempre lo hacía. Le entregó la bolsa de papel a la anciana y luego se volteó hacia él. Detuvo con una mano la silla, terminando con la diversión poco convencional de Frank— Ya quédate quieto, pareces un niño que comió mucha azúcar.

— No soy un niño, solo me divierte —bufó, agarrando la máquina etiquetadora del mostrador y comenzando a jugar con ella— Y no hay nada infantil en ello.

Ray rodó los ojos— Mi turno termina en diez minutos. ¿Me esperas y nos vamos juntos?

— Claro.

Frank esperó a que Ray terminará con su turno y luego salieron con rumbo a ningún lado en particular. Apenas eras las cinco de la tarde y al ser verano no oscurecía sino hasta las ocho de la noche, tenían tiempo de sobra. Caminaron por las calles del viejo vecindario en silencio, el canto de las aves iluminaba el hermoso día soleado. Frank aspiró el aroma del aire; flores y árboles recién florecidos y el dulce aroma de la pastelería de la otra calle. Una deliciosa combinación. Se detuvieron cuando llegaron al parque. Frank inconscientemente buscó con la mirada al chico, pero extrañamente no lo vio por ninguna parte. Qué raro, siempre solía estar ahí a esas horas. ¿Qué habrá pasado con él? Estaba tan acostumbrado a verlo que su ausencia le parecía anormal.

Divisó a un grupo de dos chicos sentados en unos de los bancos de madera no muy lejos de dónde estaban. Ray comenzó a acercarse a ellos y Frank lo siguió con paso tentativo.

— ¡Hey, chicos! —saludó alegremente Ray, recibiendo a cambio saludos por parte de estos— Este es Frank. Frank ellos son mis amigos, Mikey y Bob —señaló primero al chico de lentes delgado y luego al rubio rechoncho. Frank hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

— H-hola —sus miradas lo ponían nervioso, aunque no parecían ser chicos malos, se sentía incómodo a la hora de socializar con personas que no conocía.

— Frank es algo tímido —se le adelantó Ray. Frank observó como luego la mirada del rizado se cruzó con la del chico de lentes y sus mejillas se tiñeron de rojo carmesí cuando sonrío. Ok, definitivamente había algo ocurriendo entre ellos dos.

— Hola, Frank —el gordo, Bob, sonrío— Gusto en conocerte. No tienes porqué ser tímido con nosotros, somos buena onda. Aunque quizás no de los más populares.

— No soy tímido, solo me cuesta hablar con la gente —se quejó a este.

— No escuches a Bob, cuando tiene hambre divaga sobre las cosas —aseguró Mikey cuando finalmente apartó su mirada de Ray— Dime Frank, ¿acaso te he visto en la escuela? Te me haces algo familiar.

Frank se encogió de hombros— Tal vez, usualmente me quedó oculto en una esquina esperando a que toqué la campaña y me salvé de aquel lugar.

Los tres rieron, los ojos de Mikey se arrugaron bajo sus lentes. Frank frunció el ceño, él también se le hacía vagamente familiar. ¿Lo había visto en alguna parte y no lo recordaba? Sea como fuera no se atrevió a preguntarle, le daba demasiada pena.

Pasaron el siguiente rato hablando entretenidamente. Lo invitaron a sentarse con ellos y Frank descubrió que los amigos de Ray eran realmente divertidos y interesantes. No tuvo que fingir para sentirse parte del grupo, simplemente le hacían preguntas y él respondía con la verdad. Los demás escuchaban y asintían, se encontró encajando entre ellos. Así es, el raro de Frank Iero se sentía por primera vez a gusto rodeado de personas, dos de las cuales acababa de conocer. Quizás salir a socializar como decía su madre no era tan malo después de todo, quizás.

El sol se había puesto para cuando Mikey decidió soltar su proposición.

— ¿Quieren ir a mi casa? Mi mamá no está y allí podremos jugar sin que nos molesten.

— Me encantaría, pero lamentablemente debo volver a casa antes de la cena para ayudar a mi abuela con sus callos en los pies—se quejó Bob con desgano, al parecer no quería ir con su abuela. Tomó su bicicleta del suelo y después de soltar un saludo colectivo comenzó a hacer su camino lejos del parque.

— ¿Qué me dicen ustedes? ¿Se apuntan? —Mikey los miró expectante.

—  Por mí está bien, ¿Frank?—ahora ambas miradas estaban enfocadas en él. Nunca antes lo habían invitado a la casa de alguien, la única casa que conocía era la suya, con excepción de las casas de las amigas de su madre puesto que está lo había arrastrado con ella más de una vez, pero esas no contaban. No veía porqué no podía hacerlo, aún había luz y era temprano, pasaría un buen rato y luego volvería a la suya. No creía que su madre se enfadase si por casualidad llegaba algo tarde, saltaría de alegría con tan solo oír que había estado en casa de una persona de verdad. Así que no vio impedimento alguno.

— Si, no veo porqué no —asintió, sonriendo. ¿Qué podría pasar?

~

La casa de Mikey era enorme. Había casas que ya eran de por sí grandes, pero la de Mikey le daba un significado completamente nuevo a la palabra grande. Era una inmensa propiedad de tres pisos, con un ático, sótano y tantas habitaciones como se podrían desear. La fachada también era increíblemente extensa, casi demasiado para su gusto. Frank miraba todo boquiabierto, era la casa más grande que hubiera visto en su vida. Ray tuvo que decirle que cerrará la boca si no quería que se le metiese un insecto, Frank sólo se limitó a dedicarle una mirada incrédula que decía "¡¿Acaso estás viendo a tu alrededor?! ¡El tipo vive en una maldita mansión!"

Pero Ray no parecía sorprendido, algo le decía que no era la primera vez que el rizado ponía un pie en esa casa. Y seguramente no sería la última.

Mikey los dirigió hasta la sala, una diseñada habitación decorada con numerosos muebles, la mayoría de ellos anticuados, del tipo que una amorosa abuela tendría en su casa guardados desde sus años de juventud. Justo en el centro se encontraba un enorme televisor de pantalla plana, con una consola de juegos bastante nueva y un sofá y dos sillones posicionados estratégicamente a la redonda de esta. Los invitó a tomar asiento en el gran sofá. Frank se sentó junto a Ray mientras que Mikey en el lado opuesto, quedando así el rizado en medio de ambos. Se la pasaron jugando con la consola más tiempo del que recordaba.

— ¡Ray, deprisa! ¡Están atacándome! ¡Tú tienes poderes sanadores, necesito que me des una poción medicinal! —exclamó al ver que la energía vital de su personaje estaba disminuyendo muy rápido— ¡Ray!

Se volteó solo para encontrar a Ray y Mikey intercambiando saliva apasionadamente. ¿En qué momento había ocurrido eso?, pensó Frank. Volteaba un segundo y se encontraba con que estaban atacándose las bocas del otro como animales. Las muestras de afecto público le incomodaban, además de que tenía que ir al baño. Así que decidió excusarse al menos por un momento.

— La naturaleza llama. ¿Dónde está el baño?

— Por las escaleras, segunda puerta a la derecha —murmuró un Mikey indiferente, no le prestó demasiada atención pues estaba más ocupado con Ray.

Frank depósito el control sobre la mesa y se puso de pie. Cielos, deberían conseguirse un cuarto antes de que las cosas se pusieran más serias enfrente suyo. Subió las escaleras dejando a sus amigos con su respectiva privacidad y rezó por encontrar la puerta correcta, en una casa así y con su tamaño podría perderse fácilmente y no lo encontrarían jamás. Después de dos intentos fallidos logró dar con la puerta del baño, finalmente. Después de descargar todo el contenido de su vejiga, salió y se llevó el susto de su vida. Estaba agradecido de que acababa de ir al baño.

Rojo. El color rojo fue lo primero que captó su rango de visión. Luego vinieron los ojos avellana, la nariz pequeña y los suaves y femeninos rasgos. Era el chico del parque, estaba ahí, de pie en el pasillo. Ahí, a tan solo centímetros de distancia.

— Tú —exclamó, ahora sabía porque Mikey le había parecido tan familiar, ¡Eran hermanos! ¡El chico del parque y Mikey eran hermanos! No podía creerlo, lo veía y aún así no podía creerlo. No llevaba una corona, se desilusionó un poco al ver que su cabellos rojos no lucían flores como siempre parecían hacerlo. Le daban un toque especial, casi mágico.

El chico lo miró con los ojos bien abiertos, Frank avanzó unos pasos pero el otro retrocedió.

— ¡Espera! —lo llamó al ver que luego de un brevísimo contacto visual, del mismo que habían tenido en el parque, este volvió tras sus pasos y corrió para encerrarse en una habitación al fondo del pasillo. Lo había espantado, no había querido espantarlo. Solo quería hablar con él pero al parecer lo espantó. ¿Porqué parecía tenerle miedo? ¿Acaso desconfiaba de las personas? De ser así no podía culparlo, él no era precisamente un modelo a seguir.

Miró una última vez la puerta cerrada, nada. No creía que fuera a salir de nuevo, no después de haberlo visto. Se volteó resignado y comenzó a caminar hacia abajo. Juraría que oyó el chillido de una puerta abrirse, pero cuando volvió a mirar está seguía cerrada. Habrá sido cosa de su mente, jugándole trucos.

— No sabía que tenías un hermano, Mikey —comentó al volver a la sala. Ray y Mikey ya no estaban besándose, en cambio, el de anteojos parecía estar diciéndole algo mientras Ray tenía las mejillas completamente rojas.

— ¿Qué? —Mikey lo miró con confusión, apartó su vista de Ray para mirarlo a él con renovado interés.

— Vi a tu hermano, en el pasillo. No sabías que tenías hermanos.

— ¿Salió de su habitación? ¡Ese idiota! ¡Le dije que no saliera cuando vienen mis amigos! —exclamó enfurecido Mikey, se levantó abruptamente y comenzó a dirigirse hacia arriba hecho una furia. Frank casi pensó que lo golpearía de lo molesto que se veía, pero siguió de largo. Sus fuertes pasos comenzaron a oírse por toda la casa mientras subía los escalones.

— ¿Qué demonios fue eso? —le pregunto a Ray cuando volvió junto a este, mirando las escaleras. Ray solo suspiró y chasqueó la lengua.

— A Mikey no le gusta hablar de su hermano.

— ¿Porqué? —Frank frunció el ceño, ¿porqué no querría alguien hablar de su hermano? Ray se disponía a contestar pero la presencia de Mikey lo detuvo. En cambio, le dijo:

— Te lo cuento luego.

A Frank no le quedó más que asentir, pero no pudo evitar preguntarse qué mierda estaba ocurriendo.

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