La mejor locura de mi vida:Tú

By Denasamiv

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Devon tiene su vida montada, y no le va nada mal. Hasta que su prometida le deja, y se ve en una ciudad nueva... More

Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Feliz Navidad
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16

Prólogo.

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By Denasamiv

Dos años antes...

La chica daba vueltas en la cama, inmersa en sus pesadillas. Hacía ya unos meses que su tortura había terminado y aun así no podía olvidar el terror infantil que había sufrido durante casi 17 años. Siempre pensó que era imposible que sus padres no lo viesen, que hacían la vista gorda por salvaguardar las espaldas de su hijo predilecto, su niño mimado y en realidad el niño bonito de todo el mundo en su colegio y en su instituto.

En esta ocasión se veía a sí misma encerrada en el armario del pasillo. Sus padres habían salido y la habían dejado con su hermano que odiaba cuidar de ella, en general la odiaba a ella y para no tener que verla, la encerraba y amenazaba para que cerrase el pico y es que ¿Quién la creería? A esa niña rarita, que viste con ropa de tallas más grandes y con esa cara triste, que más que tristeza inspiraba grima. O eso era lo que su hermano le contaba y ella le creía. No podía hacer otra cosa.

Despertó entre sudores y encendió la luz para levantarse y cambiarse de ropa, ya que estaba demasiado empapada para seguir durmiendo como si nada. Decidió que sería mejor darse una ducha y al pasar por la mesa del pasillo, ignoró una vez más la carta que había en ella. Sabía que pronto tendría que abrirla, pero solo habían pasado un par de meses y no se sentía capaz.

No quería saber que ponía en la carta porque no sería capaz de soportar el desprecio y el desdén de sus padres incluso desde el más allá. Se lo había dicho aquella mañana, la de la noche en la que se quedó huérfana. Les había contado lo que Will hacía con ella y no la habían creído.

-¿Y si lleva tanto tiempo tratándote así, por qué no lo has dicho hasta ahora? ¿No será que te has enfadado con él y quieres vengarte? Pues esa no es forma de hacerlo, señorita.- Había dicho su padre, sin prestarle mucha atención, mientras se preparaba para salir a comer con su madre. Pero no llegaron a ir a ninguna parte a comer, pues recibieron una llamada de la universidad de su hijo.

Will había agredido a una chica, pero a diferencia de ella, esta se defendió y le clavó unas tijeras en el pecho. Su hermano estaba agonizando en el hospital y sus padres salieron corriendo, pero cuando llegaron ya era tarde. Estaba muerto.

Esa noche, volvieron a casa para prepararse e ir a velar a su hijo y entraron en la habitación de Will. Nami supuso que por nostalgia o para recordarle como ellos creían que era y por casualidad su madre encontró uno de los vídeos que este le había hecho a su hermana, humillándola frente a un par de amigos y riéndose de ella.

Nami pensó que era un poco tarde para abrir los ojos y darse cuenta de lo que pasaba, pero lo que no sabía es que daría igual. Por suerte sus padres no la obligaron a ir al velatorio de su hermano, pero ellos tampoco llegaron a él, ya que en el camino, sufrieron un accidente y fallecieron en el acto al chocar contra un camión cisterna.

El abogado de sus padres le entregó las pertenencias, la hizo partícipe de las últimas voluntades de sus padres y ya que aún era menor, no le quedó más remedio que aceptar un tutor legal que el estado le proporcionó. Le faltaba poco para cumplir 18 años y la jueza fue benévola con ella debido a su trágica historia. Pudo quedarse en su casa, ya que ahora era suya en su totalidad y el tutor la visitaba a diario. No tenía familia o eso pensaba ella, y tampoco quiso buscarla, al cumplir los dieciocho se marcharía de allí para siempre.

El abogado le había entregado una carta, al parecer la llevaba su madre en el bolso cuando murió. La chica supuso que la había escrito antes de irse, con la intención de dársela después del funeral. Pero no llegó a dársela nunca, no llegó a pedirle perdón o a decirle que debió creerla.

Unos meses después, exactamente 3 meses, Nami cumplió los dieciocho esperados años y en su cabeza bullían las ideas y los planes. Deseaba volar muy lejos y olvidar, ser alguien nuevo y vivir, pero antes debía cerrar un capítulo más de su pasado. Mientras su único amigo esperaba abajo con el coche en marcha, se permitió coger la carta y leerla sentada sobre su cama.

Querida Nami:

Sé que no hemos estado a tu lado como deberíamos y ahora me doy cuenta de mis errores. Tal vez pienses que es tarde y que debimos darnos cuenta antes, que debimos protegerte pero... hemos estado tan ciegos con respecto a tu hermano. Ojalá con mis palabras pudiese borrar todo tu sufrimiento, no me imagino lo que has pasado todos estos años y no espero que por esta carta me perdones, es solo que no sé cómo enfrentarme a ti después de lo que ha pasado.

Quiero decirte tantas cosas, pedirte perdón de tantas maneras y poder remediar todo lo que hicimos mal tu padre y yo...

La carta seguía, hasta el final de la página y en otra hoja más, pero ella no pudo seguir leyendo, su madre tenía razón. No la creía y ya era tarde para enmiendas absurdas. No le quedaba nada, solo una casa destartalada y lo poco que llevaba en su maleta. Además no quería perdonar, aún no. Había sido una niña ingenua y sus padres no se habían preocupado lo suficiente, ahora creía que no habría sido tan difícil ver lo que pasaba, que solo había que mirar, pero la dejaron sola y desde hacía tiempo solo sentía soledad. Sola... soledad... eso era todo lo que le quedaba de su familia, nada más.

Tras arrugar la carta y meterla en un cajón de la mesita, cogió sus pertenencias y los ahorros que le habían dejado sus padres, bajó la escalera y encontró a Nick en la entrada, apoyado en la puerta del copiloto de su coche, esperándola. Él era el único que alguna vez la creyó, el único que la apoyó, que la empujó a contarlo y a pesar de que le dolía separarse de él, era lo mejor que podía hacer. Desde hacía tiempo, venía sospechando que Nick sentía por ella algo más que amistad, un sentimiento que ella no podía corresponder, que no tenía derecho a sentir, estaba rota y Nickollas Wholrwick se merecía algo mucho mejor que ella.

No lo hizo esperar más, salió del descansillo de su casa y corrió hasta el coche, metió la maleta en el maletero, antes de que Nick se la quitase, para después saludarle con una sonrisa y montarse en el coche, para que este la llevase al aeropuerto donde la esperaba su futuro. Y se marchó de aquel lugar que solo le traía recuerdos maliciosos. Ahora sería libre y viajaría por toda Europa en busca de su verdadero yo.

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Meses antes...

"Estimado señor Crowell,

Nos complace comunicarle que su currículo ha sido aceptado por nuestro departamento de Recursos Humanos, y ha sido seleccionado para cubrir el puesto de profesor de Historia de la Arquitectura en la Universidad de Oxford, que quedará vacante a partir del próximo semestre..."

Devon no se lo podía creer. En cuanto había visto el sello de la Universidad en el sobre, pensó que habían contestado muy rápido y eso no era una buena señal, lo último que habría esperado al mirar el buzón aquella mañana soleada en Nueva York. No es que no fuera una buena señal, es que era la señal que había estado esperando, algo a lo que aferrarse lejos de lo que últimamente había sido su principal problema, aquello que le alejaba de la felicidad que tanto se esforzaba en alcanzar. Pero ahora todo iba a ser diferente para él, lo sabía, y eso le dio el valor que necesitaba para dar el paso que hacía meses que no se atrevía a dar.

Cogió su móvil sin más demora y escribió un Whatsapp a Rose, su chica: "Tenemos que hablar de algo importante. Te paso a recoger a las ocho y te invito a cenar".

Apenas le había dado a enviar cuando Samantha salió en su busca. Su hermana pequeña, a pesar de tener ya casi dieciséis años, seguía siendo como una niña en muchos aspectos, y el más grande de todos era la dependencia que tenía respecto a su hermano mayor. Él la había criado desde que había nacido y su madre estaba demasiado deprimida por la muerte de su padre para hacerlo. Así, con sólo 9 años, Devon se había convertido en el padre que Sam nunca había conocido, y sabía que iba a ser su principal quebradero de cabeza cuando se fuera.

Le devolvió el abrazo como si hiciera años que no se veían en lugar de unas pocas horas, y le revolvió el pelo rubio antes de entrar en casa con ella. Guardó rápidamente la carta en el bolsillo de su sudadera, de momento era un secreto.

El olor a cerdo asado le llegó nada más entrar en casa y se dirigió a la cocina para besar a su madre en la mejilla y ayudar a Sam a poner la mesa. No dejaba de darle vueltas a cómo les daría la noticia. Seguramente su madre respetaría sus decisiones, como hacía siempre, pero Sam era otro tema...

Mientras comían el postre, decidió sacar el tema al fin:

-Me han aceptado como profesor en una universidad.

-¡Eso es genial! -respondió Elizabeth, su madre-. Así correrás menos peligro.

No era ningún secreto el hecho de que a Elizabeth no le hacía ninguna gracia que su primogénito trabajara en un suburbio de Nueva York, donde el alumno más bueno había traficado con drogas por lo menos. Pero Devon nunca había temido al peligro y disfrutaba con su trabajo, había conseguido ganarse a sus alumnos siendo él mismo en lugar de un hueso amargado como solían ser los demás, y tratando a los alumnos como los críos que eran, no como criminales. Los iba a echar de menos.

-¡Anda, qué guay! -exclamó Sam-. ¿En qué universidad? ¿En Columbia?

Devon las miró a las dos un segundo. Aquello no era fácil.

-En Oxford -dijo en un susurro.

-¿Oxford? Pero eso está en Inglaterra -dijo Elizabeth confusa.

-¡¿Qué?! -exclamó Sam-. ¿Cómo que Inglaterra? No te puedes ir a Inglaterra, seguro que te has equivocado y pensabas que era la de Columbia, ¿a que sí?

Devon empezó a agobiarse. Aquello no era fácil de decir, y no le estaban ayudando mucho.

-Bueno, ya dije hace tiempo que quería viajar y cambiar de aires. Es una buena oportunidad.

Elizabeth asintió con comprensión. Devon siempre había dedicado todo su tiempo a cuidar de su familia, darles lo mejor a costa de sus propios sueños... Por supuesto que era una buena noticia.

-¡Pero no puedes irte y dejarme sola! -exclamó Sam histérica-. ¿Qué pasa? ¿Esa bruja te ha convencido para que le compres un castillo en Londres o qué? ¡A que es por ella! Es que lo sabía.

-¡Sam! -la reprendió su madre.

-Sam, ya basta. ¿No tengo derecho a vivir mi vida o qué?

-¡Eres un egoísta! -exclamó ella en respuesta, deshaciéndose en lágrimas. Se levantó de la mesa y se encerró en su habitación con un portazo.

-Ya se le pasará -dijo Elizabeth, intentando animar a su hijo.

Devon suspiró. Sabía que era cierto, Sam era así de impulsiva y luego se arrepentía de todo. En aquel momento, como si alguien la hubiera invocado, Rose respondió a su mensaje, y el pitidito le sacó de su propia ensoñación. "Vale". Bueno, Rose no siempre era la persona más afectuosa o romántica del mundo, pero a Devon no le importaba su escueta respuesta.

Se echó un rato, fue al gimnasio, y cuando eran las ocho menos cuarto ya estaba en la puerta de los Massey. Cualquier persona hubiera tocado el timbre, y hasta habría entrado a saludar a su familia política, pero nada era normal en la relación de Devon con los Massey.

Él y James, el hermano pequeño de Rose, eran uña y carne desde preescolar. Hacían todo tipo de gamberradas y vivían todo tipo de aventuras, hasta que James se pasó de la ralla cuando tenían quince años. Por pura diversión se le ocurrió atracar una gasolinera con una pistola de juguete, arrastrando con él a Devon, que lo único que quería era convencer a su amigo de que diera la vuelta porque se meterían en un buen lío. Pero James quería llamar la atención de sus padres, que estaban siempre demasiado ocupados con que su hermana Rose estudiara, aprendiera idiomas, viajara... Él era el hijo malo, la decepción andante de sus padres. Les pillaron y le cayó una buena. Por suerte, al ser un delito menor y no llevar arma de fuego real, sólo quedó en una abultada multa que no había sido problema para ninguna de las dos familias, pero sí una gran deshonra para los Massey, que tenían cierto prestigio en el barrio y hasta tratos con el alcalde.

La señora Massey se puso como una energúmena con Elizabeth, diciendo que Devon era un niñato que estaba corrompiendo a su perfecto hijo, le prohibió a toda la familia acercarse a más de mil metros de la suya, y Elizabeth le respondió que eran cosas de críos y que no había pasado nada grave, por lo que se relajara y le pasara un fajo de billetes al alcalde y seguro que los perdonaba, y que dejara de despotricar que se le iban a saltar los puntos del lifting.

Pero nada de eso evitó que Devon y James siguieran su amistad mientras sus padres trabajaban o iban a eventos. En una de esas llegó Rose Massey, recién llegada de Francia, espléndida con su larga melena rubia natural y sus ojos verdes. Tenía 21 años, y, a pesar de lo joven que era Devon por aquel entonces, fue un amor a primera vista.

Como un Romeo y una Julieta modernos, vivieron su amor en secreto, hasta que fue James el que los pilló llegando a casa demasiado pronto. Se sintió traicionado. Así que ese era el motivo por el cual Devon ya nunca quería quedar y hasta le evitaba... Juró que no quería volver a saber nada de los dos y se chivó a sus padres, los cuales, como era de esperar, pusieron el grito en el cielo de nuevo y acusaron a Devon de caza-fortunas, a pesar de tener más dinero que ellos.

Desde entonces les habían hecho la vida imposible. Rose había tenido que aguantar castigos, encerronas y hasta golpes. Cualquiera hubiera podido pensar que el paso del tiempo había convencido al más duro de los corazones de que era amor, pero nunca había sido así. Elizabeth, sin embargo, sintió piedad por Rose y la acogió igual que había hecho con James en su vida. Se llevaban de maravilla, aunque con Sam era una pelea continua. Le robaba a su hermano mayor y era una pija consentida.

Pero Devon sabía que todo acabaría pronto. La vio aparecer con su vestido de verano color maquillaje y su mini bolso blanco y sonrió antes de abrirle la puerta del coche como todo un caballero. La besó en los labios.

-Cariño, no puedes decir "tenemos que hablar" tan a la ligera y quedarte tan ancho. ¿Tienes idea de lo mal que suena? -le recriminó ella poniendo morros.

Él sólo se rió en respuesta y la volvió a besar antes de arrancar el coche.

Le dio la llave al aparcacoches de su restaurante preferido y fueron a un reservado lujoso, acogedor y romántico, tal y como él había pedido. Devon pidió un buen filete al punto, mientras que ella, eternamente a dieta a pesar de estar estupenda, pidió sólo una ensalada sin aliñar.

-Vale, ¿por qué no me dices qué pasa? -dijo ella, empezando a ponerse nerviosa.

Devon sacó de su bolsillo la carta de Oxford y se la pasó por encima de la mesa. Ella lo miró sorprendida y leyó, tras lo cual y de la estupefacción pasó al terror y el enfado.

-¿Vas a dejarme por irte a Europa? No me lo puedo creer.

-Pero, ¿qué dices? ¿No lo entiendes? Es nuestra oportunidad de salir de aquí, de vivir nuestra vida sin tener que rendir cuentas a nadie o andar a escondidas...Hemos hablado mil veces de fugarnos, hagámoslo en serio.

Rose abrió la boca con estupefacción, como si no se creyera lo que estaba escuchando.

-¿Irnos y dejarlo todo aquí? ¿Cómo sabemos que va a salir bien?

-Me llevo todo conmigo -repuso él cogiendo su mano, lo que dulcificó un poco el ceño fruncido de ella, aunque no del todo-. Saldrá bien.

-¿Y cómo lo sé yo? Tú vas a ser profesor, vale, ¿y yo? Porque si esperas que me quede en casa fregando o tenga que trabajar en cualquier... -se calló de golpe cuando Devon sacó una pequeña caja de joyería y la abrió para descubrir un fino anillo de rodio con un diamante en el centro.

-Cásate conmigo.

-¡Dios mío! -exclamó ella cogiendo la caja sin podérselo creer. ¿Estaba hablando en serio? Eso era lo que ella llevaba esperando hacía mucho tiempo, así que, sin pensarlo, exclamó-: ¡Sí!

Devon la abrazó y la besó. Brindaron con champán y cogieron la suite de lujo para pasar la noche. El avión salía al día siguiente, y Rose ni siquiera pasaría por casa por miedo a estropearlo todo. Devon sólo cogería sus cosas y se marcharían a vivir la vida, su vida.

Pero cuando Devon despertó, sólo se encontró con el frío y el vacío a su lado, y un sobre con su nombre. Con una mala sensación lo abrió y leyó:

"Lo siento, pero no estoy preparada para esto. Quizás cuando ya estés allí y veas que todo va bien, puedo seguirte, pero no puedo dejar todo cuánto tengo."

Y ya está. Nohabía más. Devon casi esperaba encontrar el anillo de compromiso, igual que enlas películas, pero no había nada. 

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