Hasta que llegaste tú. Mi Deb...

De Maryam_C_

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Segundo libro de "Hasta que llegaste tú". El primero se titula "Mi destino", y podéis encontrarlo en mi perfi... Mai multe

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5

Capítulo 3

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De Maryam_C_

Estoy sumida en un sueño ligero cuando percibo el aroma que desprende el cuerpo de Tristán, y siento que unos brazos me levantan del sofá para estrecharme contra un torso musculoso. Luego me besa la frente, me lleva hasta la cama, y me deposita sobre ella con delicadeza.

—¿Dónde has estado? —pregunto cuando recupero la consciencia del todo.

—La reunión se ha alargado más de lo que esperaba. Siento no haberte avisado, mi amor. Me quedé sin batería.

—Había preparado una cena romántica para esta noche —insinúo a la vez que me giro sobre la cama para mirarlo.

—Para mí todas las cenas que tengamos juntos son románticas. Pero te lo compensaré, te lo prometo —asegura quitándose la ropa para ponerse los pantalones del pijama.

—No importa —contesto volviéndome a girar algo disgustada.

—Aunque a ti te de igual, a mí sí me importan tus sentimientos —susurra mientras se sube a la cama y levanta mi camisa para besarme la espalda.

—Vale —respondo algo enfadada.

—¿Estás cabreada? —murmura en mi oreja.

—No —Y oigo cómo suelta una pequeña carcajada.

—Entonces dame un beso, llevo pensando en tus labios todo el día.

Y sin más, toda la furia que pudiese haber en mí, desaparece. Porque es lo que siempre consigue con sus palabras. Logra embaucarme con cada frase que sale de su boca.

—¿Siempre consigues todo lo que quieres? —inquiero poniéndome boca arriba para mirarlo a los ojos.

—Tú eres lo único que siempre se me resiste, y eso me vuelve loco —responde con esa sonrisa que me deja sin aire—. Te amo —confiesa pegado a mis labios.

—Yo también —admito enormemente feliz.

Tristán une su boca a la mía, y adentra su lengua en mi interior. Yo llevo mis manos a su pelo, los entremezclo con sus mechones, y mi Dios de ojos azules coloca las suyas en mi trasero para presionar mi cuerpo contra el suyo, y así poder sentir su dura erección en mi entrepierna. Poco a poco comienzo a excitarme y libero de su melena una de mis manos para meterla dentro de sus pantalones. Rodeo la punta de su polla con suavidad, y bajo lentamente hasta la base, haciendo que Tristán suelte un resoplido.

Cuando empiezo a aumentar el ritmo, mi futuro marido despoja a mi cuerpo de sus manos, y me quita la camisa con la que me quedé dormida en el sofá junto con las bragas y el sujetador. Luego vuelve a fundir nuestras bocas con un beso, y lleva una de sus manos a mi entrepierna para dibujar círculos en mi clítoris con sus dedos. Vuelvo a colocar mi mano sobre su polla, y continúo subiendo y bajando a la vez que nuestras respiraciones se vuelven más aceleradas.

—¡Ahh!—gimo al sentir su corazón y su índice en mi interior.

Y sin más demora, levanto un poco el trasero, y coloco la punta de su miembro en mi abertura. Después la introduzco un poco para provocarlo, y llevo las manos a su culo para hundir mis dedos en él.

Tristán cede ante mi provocación, y me embiste haciendo que grite su nombre a pleno pulmón. ¡Dios, nunca me cansaré de esto!

—Me encantas —susurra en mi oído sin parar de entrar y salir de mí.

Después de lo que a mi me parece una eternidad, el ritmo de sus movimientos comienzan a ser más rápidos. Mi respiración se vuelve entrecortada, como la de mi Dios de ojos azules, y noto cómo el corazón me late a mil por hora. Cabe la posibilidad de que algún día, en vez de llegar al orgasmo, me de un infarto.

—¡Dios!—gimo al notar que voy a alcanzar el cielo.

—Córrete para mí, nena —susurra antes de unir sus labios con los míos.

Y yo obedezco a su orden, corriéndome en su polla a la vez que separo mi boca de la suya para proclamar mi placer a gritos. Mientras tanto, Tristán también alcanza el clímax, y profiere gemidos que llevan mi nombre.

—Nunca me cansaré de decirte que eres lo mejor que me ha pasado en la vida—murmura aún dentro de mí—. Cada segundo que he vivido ha merecido la pena con tal de conocerte.

—Los dos somos muy afortunados, Tristán. No te imaginas lo que significas para mí —admito ofreciéndole la mejor de mis sonrisas.

—Tú tampoco te puedes imaginar lo que significáis los dos para mí—añade saliendo de mí y acariciando después mi vientre—. Eres un ángel caído del cielo.

—Cuyo único fin es hacerte feliz —añado.

—Cuyo único fin es hacerme feliz —repite Tristán mientras comienza a darme pequeños besos por el vientre.

Sus besos ascienden hasta mis pechos, y su lengua juguetea con mis pezones. Luego introduce otra vez sus dos dedos en mi interior, y las piernas comienzan a temblarme de nuevo ante su tacto. Lentamente, desciende por mi cuerpo sin dejar de besarlo, y coloca su cabeza entre mis piernas para darme un par de lametones haciendo que me encienda de nuevo.

—Tristán—digo en apenas un susurro.

Mi Dios de ojos azules mueve a toda velocidad su lengua de arriba abajo mientras entra en mi interior con sus dedos, haciendo que mi espalda se arquee de placer.

—¡Dios!—exclamo extasiada.

Tristán continúa realizando su cometido, y un hormigueo comienza a recorrerme desde los dedos de los pies a la cabeza. ¡Joder, si sigue así voy a perder el sentido! Con la mano que tiene libre apresa uno de mis pezones provocando que grite su nombre, y eso hace que acelere más la velocidad de su lengua viperina. Hasta que siento un pequeño mordisco de Tristán en mi clítoris que hace que estalle de placer, y quede rendida sobre la cama. Extasiada. Satisfecha. Intentando restablecer el aliento. Recuperando las pulsaciones normales de mi corazón.

Lo último que recuerdo es a Tristán tumbarse a mi lado, que me gira para dejarme sobre un costado, y así poder envolverme en sus brazos y besarme en la coronilla. Y, finalmente, me sumo en un sueño profundo mientras mi futuro marido me susurra al oído esas cosas que hacen que se me pare el corazón y, que por otro lado, también son las que lo hacen latir.

A la mañana siguiente, me despierto sola en la cama. Como si lo de anoche hubiese sido un artificio de mi imaginación. De hecho, pensaría que todo ha sido una ilusión, si no fuera porque las sábanas están impregnadas por su dulce aroma.

El sonido del telefonillo hace que me sobresalte, ¿quién demonios llama al timbre un sábado a esta hora? Pero, para mi sorpresa, no es la hora que yo creía, son las doce. Han pasado cinco horas desde que miré por última vez el despertador.

—¿También voy a tener que dormir por dos? —pregunto en voz alta mirando hacia mi vientre.

Pero al escuchar por segunda vez el timbre de la puerta, me olvido de todo lo demás, y después de envolverme en una bata, salgo disparada hacia el salón para ver quién llama.

—¿Quién es? —inquiero en cuanto descuelgo el telefonillo.

—Traigo unas flores, ¿es usted Carola Duque?

—Sí, te abro para que puedas subir.

—Gracias.

Estoy tras la puerta, impaciente por que aparezca el repartidor. Seguro que las flores son de Tristán, siempre me manda esas preciosas rosas que me gustan tanto, y no tardo mucho en descubrir que es así.

El chico aparece en el ascensor con un enorme ramo de rosas rojas, y esta vez, mezcladas con blancas. A duras penas, consigue salir sin dañar ningún pétalo de las flores, y se detiene ante mí con una amplia sonrisa.

—Debe de quererla mucho —espeta, entregándome el ramo.

—O él debe haber hecho algo malo —increpo, guiñándole un ojo.

—No creo que el señor D'Angelo haga algo que pueda causar el perderla a usted.

—¿Lo conoces? —pregunto al chico que será más o menos de mi edad.

—Claro, la mayoría de las veces es él mismo el que hace los pedidos en la tienda. Tiene que firmar aquí, si no le importa —añade tras esperar una respuesta por mi parte que no llega. Solo puedo pensar en Tristán comprando unas flores para mí y escribiendo una nota.

—Sí, ahora mismo —digo después de divagar por mis pensamientos.

—Muchas gracias, y aquí tiene la nota correspondiente ―concluye, ofreciéndome una sonrisa.

—Gracias a ti —contesto mientras se la quito de la mano.

Una vez que he metido las flores en un jarro con agua, me dirijo de nuevo a la habitación a por mi móvil, tengo que llamar a la peluquería para pedir cita. Beatriz me matará si se me olvida. En cuanto lo hago, recuerdo la nota con la que venía el ramo de flores, y me pongo a buscarla por el salón. No hace ni cinco minutos que la tenía en la mano y ya la he perdido, aunque cuando la encuentro, y la leo, preferiría no haberlo hecho.

Hoy también tengo mucho trabajo, llegaré a casa con tiempo para prepararme para la fiesta de esta noche. Te amo, Carola. No me eches de menos.

Perfecto. No sé cómo pretende que no lo eche de menos si me despierto sola en la cama y, además, desaparece durante todo el día. No imagino en qué está trabajando ahora, pero me gustaría que acabase ya. Entre lo de su madre, y esto, parece que en esta casa solo vivo yo. Así que, en mi solitaria soledad, me pongo a estudiar un poco, luego cocino algo para almorzar y, finalmente, llamo a Armando para que le comunique a Erick que no podré ir. No es que no me apetezca desconectar un poco el cerebro entrenando, pero estoy de mal humor, y no quiero pagarlo con nadie. Mejor me quedo aquí, maldiciendo mi vida, sin que nadie me oiga.

Las horas pasan tan lentas, que creo que hasta he envejecido algunos años. Afortunadamente, ya son las cinco y media, y Bea tiene que estar al llegar. Me dijo que pasaría a por mí para ir a la peluquería y, gracias a Dios, ha llegado incluso un poco antes.

—¿Qué es lo que te pasa? —pregunta nada más verme la cara.

—Nada, olvídalo. Solo quiero salir de este piso, estoy un poco agobiada con los exámenes —añado mientras pongo rumbo hacia la salida.

—Espero que aprendas a mentir antes de casarte, sino te irá muy mal.

—¿Y, tú vas a enseñarme? —pregunto, enarcando una ceja, a lo que ella comienza a reírse—. No me hará falta saber hacerlo, no quiero que en nuestra relación haya mentiras.

—Me parece bien, pero hay cosas que es mejor guardárselas para una misma —concluye, guiñándome un ojo.

Después de toda una tarde con Beatriz, me siento mejor. Además, me encanta el nuevo peinado que me ha hecho el peluquero, que también ha hecho un gran trabajo con la melena rubia de Bea.

He estado tan ocupada divirtiéndome con mi amiga, que no he sentido el vacío que tengo últimamente por dentro con tanta soledad. Tampoco es que Bea me haya dejado perderme en mis pensamientos, ha intentado animarme durante toda la tarde. No sé qué haría sin ella.

—Ya hemos llegado —dice Beatriz aparcando el coche frente a mi nuevo edificio.

—Nos vemos luego en la fiesta, no llegues tarde —le advierto, amenazándola con el índice.

—Lo intentaré, pero si Alejandro viene a recogerme demasiado guapo, no puedo prometerte nada, y por experiencia, sé que lo hará.

—Pues intenta no bajarte las bragas hasta después de mi fiesta de compromiso, por favor.

—No pidas imposibles —sentencia ella.

—Eres una zorra mala —afirmo, fingiendo enfado a la vez que salgo del coche.

—Está bien, no te enfades. Sé que me necesitas para superar la noche —añade bromeando, pero con toda la razón del mundo.

—Hasta luego, pervertida —concluyo despidiéndome con la mano.

Bea me guiña un ojo, enciende el motor para luego incorporarse al tráfico, y desaparece por la esquina de mi calle. Tomo una gran bocanada de aire, y abro el portón del edificio. Espero que mi futuro marido haya vuelto ya, necesito abrazarlo, que me dedique una de sus sonrisas que me dejan sin respiración, y que me mire de esa manera que hace que me sienta única.

Desgraciadamente, Tristán sigue sin aparecer. El piso está en un completo silencio y sumido en la total oscuridad. Así que, después de encender algunas luces, me dirijo hacia el baño para terminar de prepararme.

Desde que Mateo me tuvo encerrada en ese sitio a oscuras, no soporto estar con las luces apagadas. Hay veces que me despierto bruscamente, y a gritos, porque estaba soñando con esa pequeña habitación. Incluso he sentido de nuevo cómo la bala volvía a atravesarme. No pude volver a conciliar el sueño esa noche, y Tristán tampoco lo hizo. Se asustó tanto como yo cuando me escuchó gritar de dolor. El hecho de que me siga atormentado, es algo que me desquicia. No debería seguir provocándome miedo. Pero supongo que esos recuerdos me serán difíciles de olvidar, y solo me queda intentar lidiar con ellos.

—Siento haber tardado, preciosa —susurra de pronto una voz a mi espalda a la vez que siento una mano sobre mi hombro.

—¡Ahh! —grito aterrada mientras me pinto media mejilla con el pintalabios.

Acto seguido, agarro al individuo por la muñeca, y usando una de las llaves que he aprendido, lo derribo boca abajo sobre el suelo del baño, y me siento sobre su espalda para que no pueda resistirse.

—Me rindo —anuncia Tristán, dando dos golpecitos en el suelo.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que ni siquiera lo había oído llegar.

—¡Dios, Tristán! Me has asustado —exclamo, soltando su mano.

—Lo siento, creía que me habías escuchado. Ícaro se ha vuelto loco ladrando cuando he llegado —añade mientras me quito de encima.

—Estaba entretenida —admito, intentando excusarme—. Yo soy quien lo siente.

—No te disculpes por saber defenderte. Además, me gusta la idea de que puedas protegerte de quien se atreva a ponerte la mano encima ―confiesa con una sonrisa—. Ahora ayúdame a levantarme —dice una vez que está boca arriba, y me tiende su mano.

Y yo, ilusa de mí, le ofrezco mi mano para que se levante, pero en vez de eso, tira de ella, y me tumba sobre él.

—¿Te estabas maquillando con los ojos cerrados? —escupe, quitando la pintura de mi mejilla con su pulgar.

—Eres idiota —declaro, intentando levantarme.

Pero Tristán me rodea con sus brazos, y me presiona contra su cuerpo para luego unir su boca con la mía, haciendo que todas y cada una de las partes de mi cuerpo se encienda.

—No podemos llegar tarde a nuestra fiesta —inquiero en cuanto deja libre mis labios.

—Estaré listo antes que tú —asegura, poniéndose en pie conmigo entre sus brazos.

Tristán me deja en el suelo, y comienza a quitarse la corbata, luego la chaqueta, la camisa y, finalmente, los pantalones. Yo me quedo embobada, observándolo, y él me ofrece una sonrisa de satisfacción. Acto seguido, se gira, y se deshace de los boxers, dejándome ver su apetecible trasero antes de desaparecer en la bañera.

—¡Provocador! —exclamo entre risas, y oigo cómo mi Dios de ojos azules suelta también una pequeña carcajada.

Tras unos minutos, perdida en mis calenturientos pensamientos, giro sobre mis talones, y me dispongo a terminar de maquillarme. Y una vez que he acabado, me adentro en el vestidor de nuestra habitación para buscar mi vestido.

Es celeste, haciendo conjunto con mis ojos. Va sujeto a mis hombros a través de las tirantas y se deja caer por mi cuerpo hasta casi rozar el suelo el suelo. Y lo haría si no llega a ser por los altos tacones plateados que llevo puestos, los cuales me complementan con los detalles plateados que decoran la parte superior del vestido.

En el pelo llevo una trenza alrededor de la cabeza, como si fuera una corona, acompañada de preciosos tirabuzones negros que caen por debajo de mis hombros.

—Estás preciosa —susurra Tristán con solo una toalla envuelta en su cintura mientras se lleva la mano al corazón.

—Provocador—espeto nuevamente.

—¿Cómo puedes decirme eso precisamente tú? —pregunta acortando la distancia que hay entre nosotros.

—Yo estoy vestida —replico acercándome a su boca.

—No te hace falta estar desnuda para hacerlo —confiesa haciendo desaparecer el espacio que mantenían a nuestros labios separados.

—¡Para! —Le ordeno cuando lleva una mano a mi melena—. Me vas a despeinar. Y ya me has estropeado el maquillaje. ¿Es una artimaña para terminar de arreglarte antes que yo?

Tristán comienza a reírse, y cuando termina, vuelve a besarme. Pero esta vez intentando no perjudicar ni a mi peinado, ni a mi pintura.

—Te amo —murmura en mi oreja para después desaparecer en el vestidor.

Después de unos dos minutos, mi futuro marido sale del vestidor con un traje azul oscuro, una camisa blanca, y una corbata que hace juego con mi vestido. Y yo solo puedo tomar una gran bocanada de aire y soltarlo a modo de suspiro.

—¿Qué te pasa? —pregunta mi Dios de ojos azules con una sonrisa de oreja a oreja.

—Estoy asumiendo que a ti tampoco te hace falta estar desnudo para provocarme —admito mientras paso la lengua por mi labio superior.

—No juegues con fuego, Carola... —sugiere lanzándome una mirada con la que me desnudaría hasta el alma.

—Me gusta sentir el calor en mi piel —concluyo saliendo a paso ligero hacia el salón.

Tristán no dice nada, cosa que me extraña, pero no tarda mucho en reaccionar y salir tras de mí para atraparme entre sus brazos.

—Después de la fiesta te daré lo que deseas —promete en un susurro cerca de mi oreja.

Sonrío como una idiota, y mi Dios de ojos azules me besa en la sien para después liberarme de su agarre. Y ahora me toca esperar toda la noche impaciente por que cumpla su promesa.

—Vámonos ya —espeto intentando convencerme de que es lo apropiado.

—Todavía estamos a tiempo de anularlo —insinúa Tristán como si pudiera leerme el pensamiento.

—No —contesto rápidamente—. Han venido muchas personas para esto, y ya hemos tenido que aplazarlo una vez.

—Como quieras —concluye ofreciéndome su mano.

Yo se la estrecho, y él tira de mí para salir al fin del piso y poner rumbo hacia el restaurante. Nuestro restaurante, aquel en el que vamos a anunciar nuestro compromiso a los asistentes.

De camino al Black Rose, le pregunto a Tristán sobre el trabajo que lo tiene últimamente tan ocupado, pero no me da respuestas muy convincentes y, al final, acaba cambiando de tema recordándome que el lunes tenemos una reunión sobre el viaje de fin de carrera que haremos en esa misma semana a Las Vegas, y a la que vendrá Tristán junto con otros profesores para acompañarnos, que no para vigilarnos. Ya somos bastante mayorcitos para tener niñeras, así que van para disfrutar, al igual que los alumnos.

En cuanto llegamos a nuestro destino, observo que el aparcamiento está al completo pero, obviamente, Tristán tiene el suyo particular. Bajamos del coche, y caminamos hacia la entrada donde nos recibe un empleado sonriente que nos indica dónde está nuestra mesa. Nada más entrar, todos fijan su mirada en nosotros, y las manos comienzan a sudarme. ¡Qué poco me gusta ser el centro de atención! Pero Tristán me ofrece una sonrisa, se lleva la mano que tiene entrelazada con la mía a la boca para besarla, y respiro aliviada. Él me infunde la seguridad que necesito en estos momentos. Al lado de mi Dios de ojos azules todo me parece más fácil de llevar.

Nos sentamos en nuestra mesa junto con nuestros familiares, y en las mesas circundantes diviso a Bea, que me dedica una sonrisa cuando nuestras miradas se cruzan, y a Alejandro, que es su acompañante. También veo a Tomás y a Úrsula en otra de las mesas, y parece que se lo están pasando bien. Por otro lado observo a Diego, y a Armando con su mujer, que levantan la copa y sonríen mirando hacia mí. Y muchas más personas, de las cuales conozco a algunas, y a otras no las he visto en mi vida.

—¿En qué piensas? —pregunta Tristán cuando nos traen el primer plato.

—Están todos —espeto revisando la sala con la mirada.

Mi futuro marido no dice nada, simplemente sonríe, y vuelve a besarme la mano. Y yo solo puedo devolverle la sonrisa, y disfrutar de la felicidad que siento.

Una vez que hemos terminado con el primer y segundo plato, Tristán propone un brindis alzando su copa. En su discurso agradece a los presentes el haber venido, luego anuncia que vamos a casarnos, y les confiesa a todos lo mucho que me quiere y, finalmente, les habla acerca de la nueva vida que vamos a traer al mundo, fruto de nuestro amor.

—Da mala suerte brindar con agua —me regaña mi madre cuando me ve chocar mi copa con agua con las de los demás.

—Tranquila, mamá. No pasará nada —digo, restándole importancia, lo que provoca que niegue con la cabeza a modo de resignación—. Además, ya sabes que no puedo beber alcohol —añado guiñándole un ojo.

Después del brindis nos traen el postre, una deliciosa mousse de chocolate blanco y negro. Un delicioso manjar que tardaré en olvidar. Y en cuanto todos los invitados acaban de comer, el volumen de la música sube, y la gente comienza a bailar.

Tristán me sorprende por la espalda mientras observo a todos mis amigos siguiendo el ritmo lento de la música, y me saca a la pista de baile para seducirme con sus movimientos y su cercanía. Y seguiría bailando conmigo toda la noche si no fuera porque mi madre también quiere disfrutar de un baile con mi Dios de ojos azules.

Aprovecho, y me dirijo hasta Beatriz para charlar un poco con ella y con Alejandro, del que está completamente enamorada. Se le nota a leguas, y a él también.

Al rato, Alejandro nos deja solas para que hablemos tranquilamente, y se va en busca de los servicios, mientras tanto, Bea y yo hablamos sobre la madre de Tristán.

—¿Ya le has dicho que has hablado con su madre? —pregunta intrigada.

—Aún no, pero se lo diré —afirmo segura de ello—. Lo que no sé todavía es si contarle que me dijo que quería que intercediese por ella para que pudiera hablar con Tristán.

Pero a Bea no le da tiempo de responderme, ya que Diego se acerca por detrás y tira de mí para bailar conmigo. Lo he estado observando de reojo mientras mi Dios de ojos azules daba el discurso del brindis, y he podido apreciar en su rostro dolor. Sé que despierto ciertos sentimientos en él, pero yo jamás podré corresponderle. Hay demasiadas cosas que me unen a Tristán, y no lo cambiaría por nada del mundo.

—Estás muy guapa —admite ofreciéndome una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias, tú también —respondo sinceramente.

Acostumbrada a verlo con ropa para el trabajo, o para hacer deporte, verlo trajeado me ha dejado realmente impresionada.

—¿Lo estás llevando bien? —pregunta interrumpiendo mis pensamientos.

—¿A qué te refieres?

—A lo de Mateo —responde con el ceño fruncido.

—Me cuesta dormir. Todavía no he podido descansar una noche entera sin despertarme asustada. Pero lo superaré con el tiempo ―aseguro, soltando un suspiro.

—Deberías ir a un psicólogo para que te ayude. Yo lo necesité la primera vez que privé de vida a un delincuente.

—¿Me has secuestrado para hablar sobre esto? —increpo algo ofendida.

—No, pero de lo que realmente me gustaría hablarte, ya jamás podré hacerlo —admite fijando sus ojos en los míos—. Eres una mujer prometida.

—Y embarazada —añado intentando disuadir sus ilusiones—. Para mí eres un gran amigo, Diego. Siento que esto no haya acabado como tú querías.

—Yo también lo siento, Carola. Y espero que Tristán te haga muy feliz, sino se las verá conmigo —concluye guiñándome un ojo.

En cuanto termina la canción, Armando nos separa y me presenta a su mujer. Una mujer negra, al igual que él, y muy guapa. Hacen una pareja perfecta y se les ve muy felices juntos.

—Me alegra que hayas venido —admito con una sonrisa de oreja a oreja.

—Soy yo el que se alegra de estar aquí —responde, devolviéndome la sonrisa.

El próximo que me secuestra para bailar con él es Leonardo, tan radiante, y casi tan guapo como mi Dios de ojos azules. Me da la enhorabuena por todo, me hace reír con una de sus historias y, cuando termina, le pasa el turno a su padre. Estoy cansada de tanto bailar, el día de mi boda tendré que inventarme una excusa para desparecer y evitar tanto ajetreo.

Finalmente, solo me queda complacer a mi padre con un baile, y seré libre por lo que queda de noche.

—¿Estás cansada? —inquiere mi padre observando mi cara.

—Un poco, pero todavía puedo aguantar un rato más.

—Estás guapísima, cariño —afirma mirándome de arriba abajo—, y me alegra mucho verte tan feliz.

—Gracias, papá —digo mientras le beso en la mejilla—. No sabes lo que me alegra que aceptes lo mío con Tristán.

Mi padre me ofrece la mejor de sus sonrisas, me besa en la frente, me dice que me quiere, y continúa bailando bajo la atenta mirada de mi madre a la vez que me estrecha entre sus brazos.

—Te lo devuelvo —anuncio en cuanto llegamos al lado de mi madre—. Necesito ir al baño, ahora vuelvo.

—De acuerdo, cariño —responde mi madre—. ¿Sabes dónde está Tristán? —añade antes de perderme de vista.

—No, hace un buen rato que no lo veo. Lo buscaré en cuanto regrese del servicio —concluyo, dirigiéndome hacia el aseo.

En cuanto termino de hacer mis necesidades, Beatriz me agarra de la muñeca, y me saca del baño para llevarme a una esquina donde nadie pueda escucharnos.

—Llevo un buen rato buscándote. ¿Has hablado con Tristán? —escupe algo inquieta.

—No, ¿por qué? —pregunto preocupada, contagiándome de su nerviosismo.

—Alejandro ha escuchado a Tristán y a Tom hablar cuando fue al servicio. Tu compañero de piso le ha preguntado si está seguro de que el bebé es suyo.

—¡¿Qué?! —exclamo sorprendida, sintiendo que la sangre comienza a hervirme.

—Parece que Tristán no se lo ha tomado muy bien.

Sin decir nada más al respecto, giro sobre mis talones, y busco a Tom con la mirada, hasta que lo diviso discutiendo acaloradamente con Úrsula, retirados de los demás invitados. Me dirijo hacia ellos con paso firme, controlando la ira todo lo que me es posible, y al llegar ante él, cojo una gran bocanada de aire para tranquilizarme, y empiezo a hablar.

—¿Qué demonios has hecho? —lo acuso, manteniendo el tono bajo.

—Solo quería saber si...

—¿En qué estabas pensando? —increpo ahora alzando la voz.

—Necesitaba saber que no es mío —responde tan tranquilo.

—¿Y, no podrías habérmelo preguntado a mí?

Tom sonríe como un idiota y entonces lo comprendo todo. No le importa para nada quién sea el padre del bebé. Sólo quería asegurarse de que Tristán supiera que nos hemos acostado y parece que Úrsula se ha dado cuenta de ello, por eso se lo estaba reprochando. ¿Cómo se puede ser tan retorcido?

Sin saber cómo, una de mis manos coge impulso, y le cruzo la cara a Tom con ella. Mi compañero de piso se lleva la mano a la mejilla, y se frota intentando disipar el dolor mientras me mira atónito. Úrsula no dice nada, permanece inmóvil, con la boca abierta y, al girarme, veo cómo todos los invitados han parado de hacer lo que estaban haciendo para observar la escena. De repente, Beatriz aparece entre la multitud, me saca de allí tirándome del brazo, y no se detiene hasta que llegamos a su coche.

—Se ha ido. Un camarero me ha dicho que lo ha visto salir de aquí tambaleándose —suelta de golpe.

—¿Estaba borracho? —pregunto preocupada.

—Llevaba una botella en cada mano —responde casi en un susurro.

—Dame tu móvil —le ordeno al recordar que el mío está en mi piso.

Después de unas veinte llamadas sin respuesta al móvil de Tristán, y cansada ya de escuchar su contestador, una corazonada me dice que llame al fijo que hay en nuestro piso. Quizás esté allí, y es algo que confirmo cuando después del primer pitido, alguien corta la llamada para descolgar el teléfono, y hacer así que vuelva a salirme el buzón.

—Necesito ir a la casa de Tristán —espeto—. Está allí.

—¿Puedes conducir, o te llamo a un taxi? —Pregunta Bea, ofreciéndome las llaves de su vehículo—. He bebido un poco, y no puedo llevarte.

—No te preocupes, puedo conducir yo.

Y después de darle un gran abrazo por toda su ayuda, y rogarle que tranquilice a mis padres y a los demás invitados, me subo al coche, y me incorporo a la carretera. Me he saltado unos cuantos semáforos, y posiblemente le llegue a Bea una multa por exceso de velocidad, pero necesito saber que mi Dios de ojos azules está bien. Que lo nuestro está bien.

Las piernas me tiemblan mientras espero que el ascensor llegue a la planta de nuestro piso, y siento cómo se me acelera el corazón. Algo me dice que no va a salir nada bueno de esta situación.

—¿Tristán? —pregunto, cerrando la puerta de la entrada tras de mí.

Una música tétrica inunda la casa, y hace que un escalofrío recorra mi cuerpo. Sin poder ver nada, me acerco con cuidado hasta el interruptor, y enciendo la luz del salón. Todo está tirado por el suelo. Las sillas, la mesa, algunos cuadros, incluso hay unos platos rotos que se me olvidaron recoger antes de irme.

—¡¿Tristán?! —exclamo asustada y enfadada a la vez.

Pero no obtengo respuesta, sin embargo, un fuerte ruido en el cuarto que va a ser de nuestro bebé, hace que salga corriendo en esa dirección. Tristán tiene una botella medio vacía en una mano, y la otra la tiene dejada caer hacia abajo, dejándome ver sus nudillos con sangre.

—¡¿Qué estás haciendo?! —grito totalmente enfurecida.

—Tom me ha dicho que...

—No me importa lo que Tom te haya dicho. Creía que tenías claro ese tema —inquiero sin apartarle la mirada a un Tristán que no conozco.

Él intenta llevarse la botella a la boca para empinársela, pero yo doy dos pasos hacia delante, y con un manotazo le tiro la botella que choca contra la pared para reventar en mil pedazos. Mi Dios de ojos azules me mira enfadado por lo que acabo de hacer, pero permanece inmóvil frente a mí.

—¿Y si me has mentido? Tal vez el padre sea Tom, o Diego, o cualquier otro.

—Tristán... —susurro aguantándome las lágrimas.

Creía que la bala que me atravesó sería lo más doloroso que me ha pasado nunca, pero las palabras del que va a ser el padre de mi bebé son capaces de atravesarme el corazón, y puedo asegurar que duele mil veces más.

—Será mejor que te deje solo unos días. Para que pienses en el daño que me estás haciendo al decirme eso.

Acto seguido, giro sobre mis talones, y pongo rumbo hacia la entrada, resistiendo el llanto hasta salir al menos de allí. Y lo que hace que me sienta aún peor, es que Tristán no hace nada por impedir que me vaya.

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