Amor en manos enemigas.

By SandyLee

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Imagínate que odias a un chico de tus años de colegio. Después, imagínate que ambos toman caminos separados. ... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Covers de Regalo
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Agradecimientos
Epilogo I

Capitulo 20

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By SandyLee

Se movió un poco en la cama y antes de despertar sonrió feliz por estar al lado de ella, pero se llevó un chasco al no encontrar el cuerpo tibio y suave de la castaña.  Abrió los ojos repentinamente y se sentó en la cama, no escucho ruidos en el cuarto de baño, así que se puso unos pantalones y se encaminó por el pasillo.

—Buenos días. —Saludó Celine, sentada en el comedor de Tom, con una taza de café en mano y en la otra el diario.

—Buenos días—respondióél dándole un beso rápido en los labios-. ¿Qué hora es? - 

Preguntó con tono jovial mientras le daba la espalda al brillante sol que se metía por la ventana.

—Cerca de las diez —contestó ella levantándose— ¿Te sirvo un poco de café? —Le ofreció al rubio. 

—Si, gracias— y el rubio se sentó a un lado y tomó el periódico que Celine momentos antes estaba leyendo—. Por cierto, que romántico fue amanecer contigo al lado. —Tom tenía una sonrisa burlona. Ella sonrió con una expresión de "Lo sabía".

Celine parecía muy cómoda moviéndose de aquí para allá por la cocina, el rubio sería feliz de verla todas

—Perdona, pero es que no puedo dormir más de las ocho.

—¿Aún cuando nos dormimos algo tarde? —Le hizo un guiño.

Tratando de disimular su parecido con el de un tomate, Celine decidió cambiar el tema.

—¿Has visto las fotos del compromiso? Están en la página tres de sociales.

Le puso la taza de café a un lado mientras él buscaba la página del compromiso de sus amigos. En una de las fotos de los invitados, salían ellos.

—Celine y Thomas Lynch. —Leyó el rubio con una sonrisa.

La castaña se limitó a esbozar una tímida sonrisa. Era cuestión de tiempo para que sus padres, y la madre de Lynch vieran esa foto. La reacción que más temía era la de Ellen Lynch.

—Ven acá —-dijo atrayéndola hacia él y sentándola en sus piernas—. Déjame besarte— y tomó los labios de la castaña con ternura, como solo él podía hacerlo—. Te amo. —Dijo seductoramente cuando se separaron.

—Yo también. —Respondió con el corazón latiéndole a mil.

Tom sonrío al ver esos brillantes e intensos ojos oscuros fijarse en los suyos. Al mismo tiempo, pudo ver como la luz le arrancaba brillo al diamante que llevaba en el cuello. Era extraño, pero desde ese momento ya no podía imaginarse sin ella. Quizás las cosas estaban yendo demasiado rápido últimamente, pero no dejaría escapar la oportunidad de ser feliz, como alguna vez lo hizo en el pasado. Perder el tiempo, ya no era una opción.

  ≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪  

Greg, estaba paralizado con la foto que tenía frente a sus ojos. Releyó un par de veces la nefasta línea de Celine y Thomas Lynch. Ambos rostros sonreían hacia la cámara, que casi le provocan el vómito. Estaba furioso aunque su rostro de suma concentración no develara nada.

Ni siquiera el hecho de que Erin no se hubiera molestado en avisarle de su evidente compromiso con el imbécil de Sizamore, le dolía tanto. No, lo que le dolía, y le estaba carcomiendo las entrañas, era esa foto, la máxima evidencia de que Celine estaba con Lynch.

Tuvo un presentimiento, y para comprobarlo, fue directo al portal de registros públicos. Estuvo buscando bastante tiempo por alguna licencia o acta de matrimonio, pero no encontró nada. Lo único que constaba ahí era el acta de matrimonio y divorcio, con él. Le enfureció el hecho de que ya no podía estar ligado a ella, solo eran un par de documentos los que dictaban que tuvieron un principio y un rotundo final. Nada más. 

La foto no le pudo haber sentado peor, precisamente en esos días que se sentía tan solo. Estaba excluido de sus amigos, como un apestado, ahora era un paria. Hasta Aidan estaba más ocupado en ser amigo del imbécil de Lynch, que de él. Todo aquello a lo que podía volver y en lo que podía encontrar apoyo, ya no estaba. Ahora eso le pertenecía a Lynch.

Anna estaba a su lado, era verdad, pero ya no era exactamente la compañía que necesitaba. Había superado la fijación que tenía con su ahora pareja, y el despertar era más que amargo. Se imaginaba que si tal vez, siguiera al lado de Celine, todo fuera con calma y sin muchos problemas, cenando los viernes mientras veían películas hasta tarde. Las mañanas despertando junto a ella, el ánimo que siempre le infundía la castaña,  para seguir con sus metas. Y toda una lista extensa de sacrificios que ella hacía por ambos, todo para que él, le pagara de la peor manera. ¡A maldita hora lo entendía!

No era un hombre perfecto, ni él, ni nadie; era un hecho consumado. Pero Lynch no podía ser mejor para Celine, que él. Simplemente no.

Entonces recordó...

Después de un arduo trabajo, que involucraba una torre de papeles interminables;  decidió ir por unos tragos con sus compañeros de trabajo. Dentro del bar no eran los únicos, conocidos de otras firmas y del juzgado, también estaban ahí. 

Cuando vio a Anna, no le impactó en gran medida. No era precisamente una mujer de aspecto impresionante, pero tenía una intensa mirada y una risa contagiosa. Pequeños detalles, por así decirlo, que captaron su atención y todo eso sucediendo bajo la influencia del alcohol, era como un accidente a punto de pasar. De modo, que una cosa llevó a la otra, intercambiaron números de teléfono, y sin darse cuenta, de pronto se escribían todo el tiempo. Las señales de advertencia, estaban ahí, tan claras como la luz roja del semáforo, pero pasó de ésta a toda velocidad, solo para verse envuelto en un romance extramarital.

Mentalmente, se convencía de que Celine no se enteraría de su desliz. Además no hacía caso de los chismes, ella no era así... y Anna, era tan diferente. Se atrevía a hacer cosas nuevas, era independiente, fresca en cierto sentido, su espíritu aventurero le atraía... y vivían ese frenesí a escondidas, hasta que todo quedó al descubierto. 

Era ya de madrugada cuando abrió la puerta con sigilo, y entró en la casa con la presteza propia de un felino. Todo estaba sumergido en la oscuridad, y conociendo el camino escaleras arriba, se encaminó hacia él. Pero cuando él puso el pie en el primer escalón las luces se encendieron. 

—¡Hola! —-Saludó con un falso tono jovial— Pensé que dormías.

—Sí, supongo que eso piensas todas las noches —respondió la castaña que estaba sentada en la sala, con los brazos cruzados, no llevaba puesta la ropa de dormir, seguía con la ropa del trabajo de en la mañana—. ¿Se puede saber de dónde vienes?

—Ah... pues de... con Roger. —Respondió tartamudeando. Seguía de pie y estático.

—Mientes. —Aseguró Celine 

—¿De qué estás hablando? Celine por favor, estoy muy cansado. —Se dio la vuelta para subir las escaleras y dar por terminada la discusión, pero la castaña lo detuvo. 

—¿No te parece curioso que Roger ha venido esta tarde a dejarte unas fotografías, cuando se supone que estabas con él?

—Es que no lo vi hasta después de las ocho. 

—Pues él vino aquí a las nueve ¡Deja de mentir Greg! Hueles a licor. —Celine lo miró de pies a cabeza, con aire despectivo. 

—¡Pues si! ¡BebÍ! ¿Ya estás contenta? 

—No —contestó ella con voz quebrada—. Además tu cuello viene manchado. —Sus ojos se centraron en el rastro de labial en el blanco cuello de la camisa.

El moreno no pudo evitar ponerse nervioso, ¿por qué si en los juzgados podía sacar su lado duro, en esos momentos no podía? Culpable, gritó una vocecilla en su mente.

—Mira Celine... yo te lo puedo explicar... —Comenzó a decir, pero ella le corto fieramente.

—¿¡Que me vas a explicar Greg!? ¿Tus constantes llegadas tarde? ¿Tus "no puedo, estoy cansado"? Esto es algo que jamás me imagine de ti. Yo no quería creer que podías hacerme esto, pero... p-ero es-t-to me e-stá... —No pudo continuar, se tapó el rostro con ambas manos.

—Celine, por favor. Estás haciendo una tormenta en vaso de agua. —Trato de calmarla, aunque ella ya tenía lágrimas en los ojos.

—¡Aquí está tu tormenta! —Le arrojó un arete en la cara.

—Cariño, pero si... —Miró el arete en el suelo, con el corazón estrujado. Podría pasarse la noche entera revisando el joyero de Celine y jamás encontraría ninguno en forma de flor de color rojo.

—Ni siquiera trates de insinuar que ese arete es mío. —Advirtió ella, limpiándose las lágrimas, y parecía más compuesta.

—¡Estás loca! Te estás imaginando cosas.

Fue lo peor que pudo haber dicho.  

—¡Claro que no estoy loca! ¡No quieras librarte de esto así! —Caminó decidida a la mesita del teléfono— Vas a necesitar un mejor argumento que ese —esta vez sacó de una pequeña bolsa plástica unas pequeñas notas—. No me vayas a decir que son mensajes del juzgado —tomó uno y lo leyó en voz alta—. "Greg, gracias por lo de anoche", ó "Greg, T.A." —le lanzó una mirada furibunda. Ya no salían lágrimas de sus ojos.

—¡Bueno ya! —Explotó Greg al verse acorralado— ¡Parece que me estuvieses juzgando! ¡Ni siquiera me has dado tiempo de explicarte nada!

—¿Pero qué demonios me vas a explicar? ¿De qué otra manera se dice engaño? —Celine tenía el rostro crispado y las lagrimas resbalan rápidamente por sus mejillas— Puedo parecer ingenua, pero no lo soy -el tono de voz era menos potente pero lleno de rabia— Me subestimaste Greg. Siempre lo has hecho.

—Celine, esto no se trata de...

—Se trata de que me has engañado y no tienes los suficientes pantalones para admitirlo. No me voy a aferrar al dicho ese de "hasta que la muerte los separe".

Avergonzado trató de acercarse a ella.

—No te acerques —le advirtió ella, al ver que daba un paso hacia ella—. Quiero que saques tus cosas en este momento y te vayas, mañana mismo tramito el divorcio. Estoy dispuesta a luchar por lo que considero es lo justo para mí —Greg ni siquiera pudo articular palabra, mientras que ella se limpió las lágrimas—. Voy a salir un momento, espero que para cuando regrese, ya no estés aquí. —Se dio la vuelta, tomó su bolso del recibidor y cerró la puerta tras ella. 

Él se quedo ahí, de pie, sin moverse. Miles de preguntas le pasaban por la mente. ¿A dónde iba Celine a esas horas de la noche? Seguro se quedaría con Deena. ¿Qué iba a hacer él? ¿Cómo podía redimirse?

Al principio tenía un matrimonio y la ventaja de un romance, y ahora no tenía nada. Después del divorcio no le quedó de otra que quedarse con Anna, quién al principio estaba muy animada con la idea de vivir juntos. Pero el tiempo pasaba y las cosas no iban a ninguna parte.

Sentía como si estuviera en una especie de limbo, dando vueltas perdido sin dirección, ni propósito. Estaba perdiendo peso de manera indiscriminada, y cada vez que entraba a cualquier red social, se daba cuenta de que más lo alejaban, mientras que ellos más se unían.

¿Dónde quedó la neutralidad? Quizás en el piso de Los Schwartz. 

¿Dónde quedaba la amistad? Posiblemente, también en el piso de Los Schwartz.

¿Dónde quedaba él después de todo?

No podía contestar a esa última pregunta, pero si podía hacer algo al respecto.

—Lo haré —dijo decidido mientras arrugaba el periódico con violencia—.Juro, que lo haré.

  ≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪  

Una semana después, Celine ya tenía un anuncio de "Se vende", en el jardín.  Prácticamente ya instalada con Tom y el rubio no podía estar más feliz por eso. Justo ese fin de semana tuvieron una cena con los padres de ella, la cual podría decirse que fue normal.

Definiendo normal... llegaron el sábado a las ocho en punto, la casa era un dúplex bastante pequeño. El casi inexistente jardín, se compensaba con las ventanas colmadas de plantas. La sala de estar tenía un par de sillones mullidos color oscuro que invitaban a sentarse en ellos y leer un libro. Justo enseguida, como si esa fuera el propósito, se alzaba un atestado librero. Un par de títulos estaban en la parte superior acomodados tan precariamente, que daban la impresión de que al menor movimiento, caerían al piso.  Tom pensó que tendría que comprar un librero espacioso para el departamento, Celine era una ávida lectora, algo que al parecer, heredaba de sus padres.

Lo único en esa sala que desencajaba, era la pequeña pantalla plana empotrada en la pared. Parecía querer competir, contra todos estos títulos y autores de al lado. Tuvo el presentimiento, que la televisión no era más que un requisito a cubrir, pero no una prioridad en la familia. Fotos de Celine, estaban dispuestas una mesita. La foto de Celine a los seis años, lo supo porque la vela del pastel tenía ese número; sin un par de dientes de la parte de arriba, era tan encantadora. En otra de las fotos Celine, ya estaba en el colegio y posaba junto a sus padres, sonriendo.

Cuando Celine lo guió suavemente hasta el comedor, probablemente porqué se dio cuenta de su sonrisa al ver las fotos, pudo echar un vistazo a la pequeña cocina. Ésta poseía un encanto que jamás tuvo la de su madre. Un inequívoco calor de hogar, las encimeras con frascos de galletas y relucientes, le hacían añorar un pasado en el que no podía recordar a su madre entusiasmada por la hora de la cena.

Cuando tomó asiento en una de las cuatro sillas del comedor, supo que no recibían invitados muy a menudo. Y mucho menos a un arrogante y estúpido riquillo como él, que por mucho tiempo hizo miserables los días de la castaña.

Sintió un nudo en la garganta cuando Lily, la madre de Celine, puso un plato de humeante crema de champiñones frente a él. Le dedicó una sonrisa, y le deseó buen provecho. Quién lucía más reacio a la presencia del rubio era Jonathan, su suegro... El papá de Celine. Si, vaya pues... su suegro.

Después de que Lily retirara los platos vacíos de sopa, pudo captar la mirada penetrante de Jonathan, como si le estuviera leyendo la mente o algo parecido. Para cuando comenzaron con el plato de habichuelas y filete, pudo ver como éste imprimía demasiada fuerza para cortar su carne. Si, seguramente estaba pensando que su hija estaba loca y precipitándose de lleno ante otro fracaso. Era como la crónica de una muerte anunciada.

Para cuando la cena terminó, después de que el rubio se deshiciera en halagos, invitó a Jonathan a salir. De pronto sentía miedo de invitarle un poco de tabaco. ¿Sería esa una mala impresión? Aunque pensándolo bien, la mala impresión se las dio años atrás, así que era la ocasión perfecta de  redimirse.

—Parece muy tranquilo por aquí. —Comentó Tom con el fin de iniciar conversación.

—Sí, hay pocos niños en esta cuadra. Ya todos han crecido, y sólo hay caras viejas —Tom guardó silencio, el hombre por primera vez en la noche parecía quitarse la coraza—. Siempre quisimos una hermana, o hermano para Celine.

—Habría sido una hermana protectora. —Aseguró Tom.

—Sí, probablemente. El problema es que protege a todo mundo menos a ella —esta vez Jonathan lo miró fijamente—. Mira muchacho, yo no tengo nada en contra tuyo, pero lo tendré si vuelvo a verla entrar a mi casa, envuelta un mar de lágrimas.

—Soy muy diferente a ése imbécil...

—No hay diferencias cuando las acciones son las mismas.

—Yo amo a su hija  —lo cortó Tom metiéndose un cigarro en la boca y encendiéndolo de mal modo—. La amo.

Jonathan hubiese querido decirle que ya había escuchado eso antes, pero prefirió quedarse callado.

—No tuvimos exactamente el buen inicio romántico por así decirlo —continuó el rubio—, pero creo que el tiempo nos los ha compensado un poco.

—Sí, supongo que el clásico de molestar a la niña para llamar su atención, sigue vigente aún en estos días.

—Del odio al amor...

—No creo en ese dicho —lo cortó Jonathan rápidamente con una extraña sonrisa—, curioso porque hace días leía sobre ese tema. ¿Sabes? Llegué a la conclusión de que odiar a alguien no es más que un escudo detrás del que nos escondemos. Incluso, a veces llegamos a odiar porque consideramos a esa persona un igual, o sabemos que tiene las cualidades necesarias para dominarnos.

—Celine tiene bastante de eso.

—Sí bueno, algo tuvimos que ver Lily y yo —parecía orgulloso—. Ahora, si me permites, creo que si le vas a hacer honor al amor que tienes por ella —le quitó el cigarro de la boca, para después tirarlo al suelo y apagarlo con el zapato—, al menos quítate el mal hábito. Por cada cigarro, un día menos de vida.

Y cuando vio al hombre componer una media sonrisa, supo que lo aceptaba. Así de extraño, pero lo hacía.

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