Todos los gatos caen de pie

By Makgeolli

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El día en que Marinette por fin confiesa sus sentimientos hacia Adrien es rechazada. Como consecuencia, un po... More

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By Makgeolli

Solo dos de los miraculous pueden combinar su poder, pues no son sino las diferentes caras de una misma moneda. Uno completa al otro. Cuando estos se unen, su portador alcanza un poder inimaginable, casi divino. Nada ni nadie es capaz de oponerse a su voluntad.

—¿A Chat Noir...? —repitió Adrien, en un intento de asimilar las palabras que acababa de pronunciar.

El corazón le palpitó acelerado, sintió cómo la adrenalina se extendía por todo su cuerpo. Trató de mantener la calma para no llamar la atención de Marinette. Todavía le sujetaba con firmeza la mano en la que llevaba el teléfono. Poco a poco, cedió ante ella y dejó el aparato a un lado.

—¿Qué quieres decir con eso, Marinette? ¿Qué es lo que ocurre?

La joven se mordió el labio, nerviosa. Temiendo contestar.

Adrien se incorporó ligeramente y escuchó con atención.

—Ya te lo he dicho... —musitó cabizbaja—. Ocurrió el día de la fiesta, justo después de hablar contigo. Creo que lo que me contaste me afectó demasiado... No sé cómo pudo pasarme.

—Si vas a empezar otra vez con todo ese asunto de los pendientes...

Se interrumpió al darse cuenta de lo que acababa de decir, de su auténtico significado. La audaz mente de Adrien ató cabos con rapidez: Chat Noir, un mal presentimiento, unos pendientes... Un terrible peso se instaló de golpe en su estómago, impidiéndole respirar. Todo tenía sentido.

Los pendientes.

Ladybug.

—Un Akuma se apoderó de mí, Adrien —prosiguió Marinette, sentándose a su lado. Negó varias veces con la cabeza, aún perdida en el recuerdo.

El chico, por su parte, se había quedado lívido. Estaba en shock. La observaba con los ojos muy abiertos, incapaz de articular palabra. Chloé tenía razón. Un Akuma había poseído a Marinette aquella noche. Pero había algo incluso más terrible en todo aquello.

Los pendientes. Hablaba de los pendientes de Ladybug. Su miraculous había sido entregado a otra persona.

Apretó los dientes con fuerza y agarró bruscamente a Marinette por los hombros, obligándola a mirarle.

—¿Dónde está? —preguntó con una voz que no parecía la suya—. ¿Dónde está ella?

—¿Quién?

—¡Ladybug! —exclamó, fuera de sí—. Le robaste los pendientes por orden de Hawk Moth ¿verdad? ¡Su miraculous! ¡Es eso lo que intentabas contarme!

—Ladybug... Ladybug ya no existe. Se ha ido para siempre.

Al chico comenzaron a temblarle las manos. Soltó a Marinette. Acababa de recibir un duro golpe. Uno muy doloroso. Se sentía sin fuerzas, a punto de desfallecer. No era posible. No podía ser cierto lo que acababa de contarle, pero la frase se repetía una y otra vez en su cabeza.

Ladybug ya no existe.

—No te creo.

O no quería creerla.

—Tal y como supones, se los entregué a Hawk Moth. Ahora están en su poder. Sin ellos Ladybug no es nada.

Los ojos de Adrien resplandecieron en ese momento.

—Eso quiere decir...

—Por eso debo encontrar a Chat Noir, Adrien —continuó ella, visiblemente afectada—. Tengo que avisarle antes de que Hawk Moth utilice el miraculous de Ladybug para arrebatarle el suyo.

—¿...que ella sigue viva? —concluyó el chico, que ignoró por completo a su compañera—. Ladybug, la chica tras la máscara.

Marinette observó a Adrien con extrañeza. Tenía los ojos vidriosos y temblaba de la cabeza a los pies.

—Sí.

Él suspiró aliviado al oírla. Un torrente de emociones le recorrieron por dentro. Caminó hasta su escritorio y se derrumbó en la silla. Entonces, para sorpresa de la chica, no pudo contenerse y comenzó a llorar y reír a la vez.

—¿Adrien? ¿Qué..?

Marinette no entendía a qué se debía aquello. Estaba demasiado confundida. ¿Qué acababa de suceder ahí? Aunque algunas lágrimas brotaban de los ojos de Adrien, parecía contento. No tenía sentido.

—¿Adrien? ¿Qué te ocurre? Adrien...

—¿Adrien?

Otra voz femenina se escuchó en el exterior llamando la atención de ambos. Fuera quien fuese, estaba aproximándose a la habitación.

El chico observó primero a Marinette y luego a su alrededor. Su dormitorio parecía un campo de batalla.

—Nathalie —dijo, espantado, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. ¡Rápido! ¡Escóndete!

—¿Qué? ¿Hablas en serio?

—¡Bajo la cama! ¡Vamos!

—Pero...

—¿Quieres mi ayuda o no?

—Sí, pero...

—Entonces escóndete ahí y no hagas ruido.

Marinette obedeció a regañadientes, logrando ocultarse en el último momento antes de que la puerta se abriera e irrumpiera en la habitación una mujer estirada de actitud estricta.

—Adrien, tengo que...

Nathalie se interrumpió al instante, al percatarse del desastre que reinaba en aquel lugar. Abrió la boca, sorprendida, incapaz de articular palabra. Finalmente fijó su mirada en el chico.

—Adrien... ¿Qué? ¿Qué es todo esto? —alcanzó a decir, completamente desconcertada.

—Eh, sí. Buena pregunta. Iba a ponerme a recoger ahora mismo.

—¿Se puede saber qué ha ocurrido aquí?

La mujer se puso de rodillas en el suelo y comenzó a recoger los libros y los CDs tirados por doquier.

Adrien lanzó una mirada de pánico hacia la cama, preocupado de que descubriera a Marinette si se acercaba demasiado.

—¡Detente, Nathalie! ¡Lo haré yo! ¡De verdad! —aseguró, tendiéndole una mano a la mujer para que se incorporara—. Ha sido cosa mía. Yo me encargo.

La mujer aceptó, aunque no muy convencida.

—¿En qué estabas pensando, Adrien? ¡Ni que hubiera habido un cataclismo aquí dentro! ¡Si tu padre se entera! Sabes de sobra lo maniático que es con estas cosas.

—Pero no se va a enterar. Practicaba un poco de esgrima y... se me fue de las manos.

Nathalie suspiró hastiada.

—Tienes una sala enorme para practicar esgrima, Adrien —prosiguió, en un intento de mostrarse comprensiva. Después de todo, ella no era quién para discutir con el hijo de su jefe—. Ve allí la próxima vez, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Gabriel tendría que escucharme cuando le digo que pasas demasiado tiempo solo —comentó más para sí misma que para él—. Hablando de tu padre, acaba de llamarme. Necesito reunirme con él cuanto antes. Sea lo que sea parece urgente.

En ese momento el teléfono de Nathalie comenzó a sonar.

—Es él otra vez —informó ella, sin detenerse a mirar el número o contestar a la llamada—. No descansará hasta que acuda.

Adrien la miró preocupado. La mujer parecía mucho más agitada que de costumbre.

—Tengo que dejarte solo —le dijo en un tono que dejaba entrever un atisbo de culpa por algo que no supo discernir—. Trataré de regresar lo antes posible.

—Nathalie, llevo mucho tiempo cuidándome solo. Estaré bien.

Esta sonrió.

—Ya lo sé. ¡Ah! Una última cosa. —Se detuvo antes de abandonar la habitación—. Tu cena está casi a punto, pero si no te apetece lo que han preparado para ti puedes encargar lo que quieras a un restaurante.

—Está bien.

—Y recoge.

El chico asintió.

—Adiós, Nathalie.

En cuanto hubo cerrado la puerta, Adrien esperó unos segundos y volvió su mirada hacia la cama. La cabeza de Marinette asomó por debajo

—¿Puedo salir ya? —preguntó, arrastrándose hacia el exterior.

—Sí, lo siento.

Acudió en su ayuda.

—Pensé que habías dicho que no había nadie más en la casa. ¿Quién era?

—Nathalie. Trabaja para mi padre —explicó—. Es su asistente personal, mi institutriz, organizadora de agenda y... básicamente cumple con cualquier tarea que mi padre ordene. Siempre está ahí cuando lo necesita.

—¿Incluso a estas horas? No sé si sentir admiración o miedo —aseguró Marinette. Luego fijó su mirada en los ojos del chico—. Gracias. Por esconderme.

Adrien le sonrió.

—¿Puedo preguntarte algo más?

—Claro.

—¿Qué te ocurría?

—¿Cuándo?

Marinette bajó la mirada, sintiéndose algo cohibida por lo que deseaba preguntarle. No obstante, tenía demasiada curiosidad como para no hacerlo.

—Hace un momento. Justo antes de que Nathalie apareciera. Estabas... Pensaste que Ladybug... —comenzó con timidez.

—¿Que Ladybug había muerto? —terminó Adrien por ella—. Sí.

—Pero...

—Ya te lo dije una vez, Marinette —respondió con severidad—. Quiero a esa chica. No me importa quién sea. Si es cierto lo que has dicho, haré cualquier cosa que sea necesaria para recuperarla. No descansaré hasta que Ladybug regrese.

El corazón de Marinette, paralizado hasta ese instante, dio un pequeño vuelco al oír esto último. Un ligero rubor apareció en sus mejillas.

—Y por eso mismo tú y yo tenemos una conversación pendiente —concluyó Adrien, aproximándose peligrosamente—. Vas a tener que contármelo todo.

***

Adrien se había servido un poco de pescado y algunas ostras como acompañamiento. Marinette, en cambio y para su desgracia, había encontrado las reservas de queso que tenía reservadas para Plagg y no dejaba de untar pan tostado con apestosos brie y camembert. Esto, sumado a sus preocupaciones, le quitaban el hambre al joven. Estaba demasiado abstraído con todo lo que la chica le había contado sobre lo sucedido la noche de la fiesta, y lo que suponía para él y para Ladybug. Había muchas lagunas en el relato; otras no parecían tener mucho sentido por más vueltas que le daba.

—Te repito, Marinette, que los Akuma se ocultan en objetos. Es imposible que esté en tu corazón. Haz algo de memoria ¿qué llevabas ese día que también tienes ahora contigo? ¿Algún colgante? ¿Camafeo?

Marinette le observó los labios fruncidos y una ceja enarcada.

—¿Nada? Te recuerdo que todo lo que llevo encima es prestado. Hasta la ropa interior.

Adrien enrojeció al instante.

—En ese caso, a lo mejor, Ladybug consiguió neutralizar a tu akuma antes de que le entregaras su miraculous a Hawk Moth —habló deprisa—. Es por eso que no lo recuerdas. La gente que ha sido poseída por un akuma no suele recordar nada de lo que ha hecho una vez finaliza la misión —de inmediato se apresuró en aclarar—: Lo he visto muchas veces en la televisión.

Marinette resopló y se llevó una mano a la frente, comenzando a cansarse de todo aquello.

—No es así. Esta vez es diferente. El akuma sigue conmigo. Lo sé.

Adrien esbozó una media sonrisa, más parecida a una mueca que a lo primero.

—La verdad es que no pareces la misma de siempre. Solo por eso voy a tener que creerte.

—Estamos perdiendo el tiempo, Adrien. Por muy buenas intenciones que lleves, ni tú ni yo podemos hacer nada por salvar a Ladybug... o a su miraculous —se corrigió—. ¡Necesitamos a Chat Noir! Centrémonos en él. Sé que es casi imposible pero debemos encontrarle.

—A todo esto, llegaste a esta zona de la ciudad porque estabas buscándole. ¿Qué te hizo pensar que ibas a encontrarlo por aquí? —preguntó, curioso.

Para bien o para mal, la chica no iba demasiado desencaminada y eso era preocupante. ¿Podría tener su akuma algo que ver en eso?

Marinette suspiró resignada.

—Es una simple teoría pero, ya sabes, Chat Noir, el antiguo cabaret... Los dos comparten nombre, son desvergonzados y engatusadores. Tienen demasiado en común para ignorarlo.

—¡Qué dices! —Enrojeció hasta las orejas—. ¡Eso no es cierto! El Chat Noir que salva la ciudad no es así.

Al menos no tiene que ver con el akuma, se dijo Adrien, respirando más tranquilo.

—Di lo que quieras, pero a cada minuto que pasa con nosotros discutiendo sobre estas tonterías, Hawk Moth está más cerca de conseguir su miraculous —atajó ella—. Adrien, ayúdame a encontrarle, por favor.

Tras unos segundos meditando, el chico negó con la cabeza.

—No.

—¿No? —se indignó—. ¿Por qué no?

—Es demasiado peligroso.

Marinette le miró sin comprender.

—Le entregaste el miraculous de Ladybug a Hawk Moth, aseguras que aún tienes al akuma contigo... Lo siento, Marinette, pero no voy a ayudarte a encontrar a Chat Noir.

Marinette abrió los ojos de par en par, horrorizada. Acababa de darse cuenta de lo que Adrien quería decir con eso.

—No confías en mí. —El universo entero parecía estar viniéndose sobre ella—. Es por eso ¿verdad? Piensas que si lo encuentro entregaré su miraculous también.

—No, no es que confíe en ti. De quien no me fío es del akuma —rectificó él.

Marinette enmudeció. Todas sus esperanzas acababan de esfumarse de golpe. Su único confidente le había dejado bien claro lo que pensaba al respecto. Lo peor era que no le faltaba razón, nada garantizaba que de hallar a Chat Noir el akuma volviera a tomar el control sobre sus acciones. Si la historia se repetía, el destino de la ciudad estaba sellado.

—Marinette... —comenzó Adrien, al ver la decepción en su rostro.

Ella sólo negó con la cabeza.

—Escucha, el hecho de que no vaya a ayudarte a encontrar a Chat Noir, no quiere decir que esto haya terminado. Aún podemos hacer algo.

Ella le miró sin comprender.

—Soy el primero que quiere encontrar a Ladybug y recuperar el miraculous.

Marinette dejó escapar una pequeña risa escéptica.

—¿ Y qué puedes hacer tú? ¿Tienes algún poder mágico con el que enfrentarte a Hawk Moth? No. ¿Qué vas a hacer? ¿Ir hasta la puerta de sus dominios armado con tu sable de esgrima y tu armadura de competición para salvar a la chica de tus sueños? ¡Ni siquiera sabemos dónde se encuentra Hawk Moth! Sé realista Adrien, no puedes hacer nada.

—No estaba pensando en mis habilidades —le informó, algo dolido por la manera en la que le había hablado—. Más bien estaba pensando en las tuyas.

—¿Qué quieres decir?

—El Akuma, Marinette —respondió—. Si tal y como dices, todavía está contigo, es capaz de darte un gran poder. Serías capaz de enfrentarte a quién sea.

La joven le miró boquiabierta.

—¿Hablas de intentar controlar a mi akuma para volverlo contra Hawk Moth? ¿De utilizarme?

—Dicho así suena un poco mal, pero así es.

—Olvídalo. No funcionará.

La chica se incorporó y comenzó a recoger los restos de la cena, rehuyendo la mirada del joven.

—¿Por qué no? —Adrien siguió sus pasos, pero ella le esquivó en todo momento—. ¿Por qué no? —insistió, a la desesperada—. Podemos hacerlo, Marinette. Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero es la única manera de salvar a Ladybug. Una vez el akuma vuelva a apoderarse de ti, serás capaz de recordar dónde se esconde Hawk Moth y recuperaremos los pendientes.

—¡Olvídalo, Adrien! —exclamó, enfadada.

Este calló al instante, impactado por la fuerza de sus palabras.

—No soy capaz de controlarlo, ¿vale? —confesó ella, comenzando a desmoronarse—. Además, el akuma solo apareció cuando me rompiste el corazón. Y ya no tengo corazón. No siento nada por ti. A veces pienso que ya no siento nada por nadie... y entonces...

—Marinette...

—Déjame tranquila —le dijo, marchándose de su lado—. Si no vas a ayudarme a encontrar a Chat Noir, lo haré yo sola. Gracias por todo lo demás.

El joven observó derrotado cómo abandonaba la habitación.

La culpabilidad volvió a caer sobre él, oscura y pesada. Había algo aún más terrible en todo aquello. Algo que todavía pasaba por alto. No sabía de qué se trataba, pero no le gustaba.

Marinette. Ella tenía la clave.

En su egoísmo, había pensado que necesitaba a esa chica para salvar a Ladybug, sin embargo, tal vez era a ella a quien tenía que salvar primero.

Una sombra negra apareció flotando por detrás suyo para después posarse sobre su hombro.

—¡Por fin! ¡Pensaba que no se iría nunca! ¿Ha dejado algo de queso? Por favor, dime que ha dejado algo de queso.

—Plagg...

Adrien ignoró por completo sus palabras.

El kwami le miró con curiosidad.

—¿hmm?

—Transfórmame.

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