El enigma de Erin (libro I) S...

By TammyTF

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Irlandesa
Psicópata inofensivo
Erin con "e"
Diagnóstico y cura
Refuerzos positivos

Chico del móvil

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By TammyTF

¿Vamos por un nuevo cap? ¿Les parece? 

En verdad les doy las gracias a todos los que se aventuran por acá, siempre es bueno tener sus palabras de aliento para seguir incursionando en la escritura. Espero les guste ^^


Capítulo IV: Chico del móvil

Llevábamos menos de cinco minutos sentados en la mesa, cuando el inconfundible chasquido de una cámara al dispararse, me sacó abruptamente de mi divague. Me volví de forma inmediata, justo cuando Erin bajaba su mano e intentaba ocultar su móvil bajo la servilleta. La miré con extrañeza, ¿acababa de hacerme una foto?

—¿Me has hecho una foto? —pregunté, sentándome más firme en mi asiento. Ella sonrió con suavidad, dándome un pequeño asentimiento a modo de respuesta. Bueno, pues qué demonios, ella me había hecho una foto—. Puedo preguntar, ¿por qué?

—Mi prima... —dijo, señalando el móvil como si eso fuese suficiente explicación—. Ella me pidió que... —Se detuvo como si no estuviese segura de continuar por esa vía y suspiró con fuerza, haciendo que un ligero sabor mentolado llegara hasta mi nariz—. Temía que fueras un asesino y todo el tema del móvil... fuese sólo una trampa para secuestrarme y matarme.

—Tiene sentido —aseveré, sonriendo.

—Ella quería una prueba de que... seguía con vida y que tú... eras tú —finalizó, apuntándome con su índice de forma casi casual.

—Bueno, no me subestimes tanto, irlandesa. La noche es joven... —Eché una mirada ausente hacia la ventana, como si en verdad pudiese medir la edad de la noche desde mi posición—. Además, nunca asesino con el estómago vacío.

Le obsequié una rápida sonrisa socarrona, a lo que ella respondió presionando los ojos azules por un pequeño instante y luego reír entre dientes.

—Perdón... —Se echó hacia atrás en su asiento, gesticulando con sus manos al mismo tiempo que me hablaba—. ¿Nunca haces ico en el mago qué?

Como primera reacción parpadeé un par de veces, desconcertado. Pero luego de un largo segundo, me di cuenta que ella había comprendido la mitad de la frase y por algún motivo, había deducido que la mejor forma de completarla sería con un mago. ¡Vaya desastre!

¿Y qué demonios sería para ella hacer "ico"? ¿Cómo alguien haría "ico" con un mago?

—Dije... —Me tragué un suspiro—. Que nunca asesino con el estómago vacío.

—Oh... —Sus mejillas se tiñeron de un débil tono rojo, mientras bajaba la mirada hacia el mantel. Algo en su expresión hizo que me sintiera extraño, pero ignoré el malestar aclarándome la garganta—. Lo siento, es que... mueves la cabeza de un lado a otro y yo...

—Lo sé, lo siento. —Alcé una mano para pedirle que se detuviera—. Llamaré al camarero. —Erin no respondió, ya que yo había formulado mi idea al mismo tiempo que me volvía hacia el salón para buscar al camarero. Diablos, regresé la mirada hacia ella—. Llamaré al camarero.

—Sí, genial.

Levanté una de mis manos para captar la atención del hombre y éste me devolvió un índice en lo alto desde el lateral de otra mesa, con lo que supuse que me pedía un minuto más. Al menos ya estaba mejorando en eso de comunicarme con señas, algo de lo que no me sentiría del todo orgulloso en el futuro. Pero no nos adelantemos.

—Entonces... —La miré, incapaz de pasar por alto el modo en que ella seguía mi boca con tanta atención apenas la veía abrirse. Sabía que estaba mal por mi parte malinterpretar eso, pero, hombre, no estaba tan civilizado como para ignorar una invitación tan abierta y tentadora. Debería ser una regla no escrita para las mujeres, pero podrían tomar nota de ella ya que estamos en esto: chicas, no miren la boca de un hombre al menos que estén dispuestas a ser besadas. Ya les expliqué cómo funciona nuestro procesador de datos, no se hagan las sorprendidas—. Tienes una prima.

No había sido la inicial opción para iniciar la conversación, pero por el modo en que ella se iluminó ante mis palabras, supe que no había sido un completo desastre. Socialmente hablando, me refiero.

—Sí, hablaste con ella...

—Lo recuerdo. —Me pasé una mano por la boca en gesto ausente y no habría siquiera reparado en ello, de no ser por el modo en que Erin soltó un ligero bufido—. Lo siento, no fue mi intención. —Se encogió de hombros sacudiendo la cabeza para restarle importancia al asunto. Hice mi propia nota mental de no volver a cubrirme la boca al hablar—. Tienes audífonos, ¿sirven para algo? —Nunca les dije que fuera un tipo sutil, ustedes prefirieron deducir esa mentira. Así que es hora de que vayan saliendo de su error—. ¿O sólo son de indumentaria?

—Oh, sí, es un modo en que los sordos... nos reconocemos mutuamente. —Rodó los ojos, aunque no supe si molesta o simplemente resignada. Ninguna de las opciones era buena, dicho sea de paso—. En realidad... sirven para que tenga más... conciencia de mi entorno.

Su "conciencia" sonó más como "condencia" pero intenté hacer caso omiso de ello y realmente concentrarme en lo que decía, y no tanto en el modo en que lo hacía. Oigan, ténganme paciencia, jamás había tenido que mantener una conversación con una persona cuya pronunciación fuese tan mala, y el controlador/analítico en mí estaba comenzando a tensar los músculos frente a cada error. Dios del infierno, ¿podía ser tan hijo de puta? ¿En verdad estaba luchando para no corregirla?

A veces tengo la bastante condencia para sentir asco de mí mismo. Es broma, ¡Cristo!, no es necesario que me vean así.

—Pero no oyes nada —murmuré con calma, pateando lejos cualquier idea sobre su pronunciación. Erin negó, dándose unos ligeros golpecitos en los audífonos.

—No voces. —Otra vez su "no" fue más como un "do" y tuve que cambiar de postura, por el simple hecho de hacer algo—. O sonidos claros, pero si... me ayudan a diferenciar algunas frecuencias. —Alzó las manos, haciendo un ademan que abarcaba el restaurante en su totalidad—. Y también salir a la calle y no ser... arrollada por un autobús.

Asentí, mentalmente contabilizando todos los errores que había cometido durante su explicación. Dios mío, esta iba a ser una larga cena. Afortunadamente el camarero llegó en mi rescate, evitándome que hiciera alguna estupidez como excusarme para ir al baño y no regresar jamás. No, esperen, no me malinterpreten. Ella era preciosa, joder, podría mirar su rostro todo un fin de semana y les juro que no parpadearía ni una maldita vez en esos dos días. Pero escucharla hablar iba en contra de mis principios básicos, ni siquiera pude tolerar a un compañero tartamudo en la escuela media. Mi madre tuvo que pedir que me cambiaran de clase, sólo porque yo torturaba al pobre chico corrigiéndolo o completando sus frases en medio de una lección. Era una tortura para mí oírlo, así como para el pobre chico escucharme corregirlo con altanería. Pero era más fuerte que yo, maldita sea, estoy enfermo de la cabeza y no puedo lidiar con las imperfecciones. Me hace sentir... extraño. Y dejémoslo ahí.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, el camarero! Inicialmente lo sentí como un salvador, pero tenía que desarraigar la mala costumbre de adelantarme a los hechos. El tipo nos dio una carta a cada uno, mientras se paraba a la diestra de Erin y se colocaba en esa típica postura de camarero. Sé que la han visto en películas, no me hagan explicarlo.

—¿Al caballero le gustaría ver la carta de vinos? —preguntó, supongo que refiriéndose a mí. Asentí, aceptando la segunda pequeña carta y comencé a mirar por encima su lista de vinos.

Era una mierda. El restaurante en sí ofrecía un menú bastante triste, Gordon Ramsay estaría sacándose los pelos en esa cocina, pero en fin. Era la elección de la irlandesa y francamente me daba igual. Mamá tenía razón, yo debía intentar ser menos snob, el total en mi cuenta bancaría no justificaba mi comportamiento. Pero tratándose de vinos, mi paladar era un experto. Podía comer mierda, siempre y cuando estuviese acompañada de un buen vino. Jesús tuvo vino en su última cena, me parecía lógico que el hombre común tuviera la misma posibilidad, ¿no?

Así que cuando salía a comer con una chica, intentaba ir por los vinos franceses, no sólo porque son de los mejores —lo siento por todos los bastardos que estén en desacuerdo conmigo— sino porque podía presumir mi fantástica pronunciación. Pueden negarlo todo lo que quieran, chicas, pero yo sé que les gustan los hombres cultos, y nada presupone más cultura que alguien que maneje más de una lengua.

Desgraciadamente con la irlandesa no me iba a servir de nada, por obvios motivos. Así que tras echar un vistazo rápido, tomé mi decisión.

—Beberemos un Saint-Joseph Deschants Chapoutier. —¿Qué? El hecho de que ella no pudiese oírme, no significaba que yo no pudiera.

El camarero asintió, tomando nota en su cuaderno de mano y luego se volvió en dirección de Erin, quien estudiaba el menú con letal atención.

—¿A la señorita le gustaría oír el especial del chef?

Levanté una mano para detenerlo y el hombre me ofreció una confusa mirada, por lo que obviamente sentí la necesidad de explicarme.

—No. —Y entonces hice algo bastante estúpido, ahora lo sé, no es necesario que me lo digan. Señalé mi oreja para indicarle cuál era el problema, al mismo tiempo que Erin alzaba la vista del menú y la clavaba en mí. Es decir en el jodido mismo instante en que yo abría mi inútil boca para agregar—: No pierda el tiempo con ella.

Me congelé porque inmediatamente supe que Erin había logrado leer mis labios y estaba allí, sentada frente a mí, con sus ojos azules brillantes tratando de comprender qué pasaba, qué se había perdido. El camarero carraspeó en algún lugar lejano en mi mente y se disculpó, diciendo algo como que nos daría más tiempo. A penas lo escuché, estaba demasiado concentrado en intentar definir su expresión. ¿Dolor? No, mierda. ¿Enfado? Tal vez, sí, podía que eso fuese. ¿Desilusión?

Cada vez iba de mal en peor, mejor desistía de mi intento de leerla. Fuese lo que fuese, no era bueno.

—Erin... —comencé a decir, pero ella me acalló con un movimiento de su mano.

—¿Qué fue... lo que dijiste?

Sabía que esa era una pregunta capciosa, como la mitad de las preguntas directas que nos hacen las mujeres, siempre llevan implícito un "dime la verdad, hijo de puta, porque yo ya sé la respuesta". Suspiré.

—Él quería decirte el especial del chef, le dije que no se molestara... sólo eso. —Lo sé, sonó mucho peor de lo que había imaginado—. Es decir...

—¿Qué no se molestara? —Curiosamente en esa ocasión las palabras le salieron perfectas—. ¿No se te ocurrió que quizá... sí quería oír las especialidades del chef?

—Pero, ¿cómo podrías? —Tranquilos, ya tengo apartado un lugar en el puente más cercano para ir a brincar de él—. Diablos.

Sus ojos lanzaron llamas al registrar mis palabras y pude ver el devenir de los acontecimientos, incluso antes de que ella tomara su siguiente bocanada de oxígeno. La vi levantándose de la mesa, airosa, colocando ambas palmas sobre la superficie para causar un mayor impacto, luego recoger sus cosas de forma apresurada y con un movimiento de caderas digno de una actriz porno, se alejaba de la mesa en dirección a la puerta sin mediar una palabra de adiós.

Les dije que lo vi todo venir, como si tuviese algún poder de adivino, pero la realidad es que ocurrió como en cámara lenta. Ella sólo me arrojó una mirada herida, antes de levantarse y dejarme allí, mirando su lugar vacío como un idiota.

Pero no por mucho tiempo, me dije resueltamente. Me levanté de sopetón, pasando a nuestro perplejo camarero por un costado y me disparé hacia la puerta, casi pisando sus talones. De acuerdo, sí, la había cagado diciendo aquello e incluso iba a admitir que fui algo despectivo con su condición, pero podía remediarlo.

—¡Erin! —Vamos, Dimitri, ¿en serio? ¿Estás llamando a los gritos a una persona sorda? Mira un poco tus prioridades, hombre. Me di una bofetada mental, corriendo detrás de ella, hasta que fui capaz de detenerla del brazo. Me miró, no parecía feliz—. Lo siento, ese comentario estuvo muy fuera de lugar. Por favor, quédate.

—Puedo ver... —Se detuvo un segundo, tragando saliva con fuerza—. Es difícil para ti, no te sientes cómodo... —Palmeó mi pecho como si estuviese diciéndome que estaba bien, como si todo el asunto ya fuese algo natural para ella—. Yo no me avergüenzo de quien soy, Dimitri, no me disculpo por ser... como soy.

—Por supuesto —acepté, ella sonrió con desgana.

—No necesito que nadie más... —En esa ocasión se palmeó su propio pecho, haciendo que mi vista fuera allí como una flecha—. Se disculpe por mí. —Y entonces mi mirada regresó a sus ojos.

—No quería ofenderte, Erin, sólo que me pareció estúpido que el hombre se pusiera a recitarte la comida cuando eras incapaz de oírlo. No me disculpaba por ti, sólo economizaba tiempo.

¿Recuerdan lo que les dije más arriba? Sí, eso de no ser empático, bueno aquí tienen un ejemplo claro de lo que me estaba refiriendo.

—No lo entiendes —me espetó, dando un paso hacia atrás. Lo peor es que en realidad no lo entendía y no sería capaz de explicarle a ella porqué—. No necesito que hables por mí... ni que nadie lo haga, no necesito de un oyente para que... para que... interprete y tome mis decisiones. Mis decisiones. —Sus manos se movían rápidamente conforme hablaba de nuevo, parecía alterada—. Son mías, si necesito informar algo al camarero puedo hacerlo sola... si él no tiene paciencia o tiempo para intentar comunicarse conmigo es su problema, no el mío.

—Está bien, ahora lo entiendo. No volveré a decir nada, ¿podemos regresar adentro?

—No —dijo en un susurro, para luego encogerse de hombros—. De todas formas... esto fue una mala idea.

—Erin... —Estiré una mano para alcanzarla, pero ella se zafó con un ligero movimiento de muñeca y me sonrió. No fue una sonrisa real, lo sabía, porque ese tipo de sonrisas eran las que yo tuve que practicar frente a un espejo durante toda mi niñez. Esas sonrisas eran para actuar, para encajar y no me gustó ver esa sonrisa en su rostro.

—Fue un placer conocerte... chico del móvil.

La observé alejarse calle abajo en su pequeño vestido negro, mientras un extraño y repulsivo sentimiento se arrastraba por el interior de mi estómago, haciendo que mi tráquea se apretara de un modo completamente desconocido para mí. ¿Qué era esto?

***

Como la sensación persistió durante todo mi viaje a casa, decidí hacer un pequeño desvío y tratar el tema con un poder superior. Me sentía desconcertado, mi corazón no había dejado de palpitar errante desde que ella se había marchado y por mucho que luchara, no podía dejar de fruncir el ceño por habérselo permitido tan fácilmente. Era joven para un paro cardíaco ¿no? ¿Entonces por qué mi pecho dolía de ese modo?

Tomé asiento en el pequeño banco madera acolchado e incliné la cabeza.

—Perdóname, padre, pues he pecado... —Suspiré—. Han sido 13 años desde mi última confesión.

—¿Qué te está atormentando, hijo mío?

—No estoy seguro —murmuré, molesto al descubrir que estaba diciendo la verdad. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que me molestaba, pero molestaba y quería quitármelo de allí. De mi pecho, digo—. Hoy cené con una joven y...

—¿Y? —me apremió la voz del otro lado.

—En realidad no llegué a cenar con ella, se marchó antes de que pudiésemos ordenar. Dije algo... algo que la ofendió y se marchó.

—No sería la primera vez que dices algo ofensivo, Dimitri.

—Lo sé —acepté con una rápida sonrisa—. Pero... parecía... no lo sé, creo que herí sus sentimientos.

—¿Era guapa?

—Mucho. —Un pequeño bufido me llegó desde el otro lado.

—¿Soltera?

—Oh, sí, soltera y dispuesta.

—¿Cuál era el problema?

—Es sorda.

—Hmm... —No hubo mucho más por un largo rato, así que lentamente alcé la mirada para encontrarme con sus ojos—. Bueno, haz pecado y los dioses están muy molestos por tu falta. Lo mejor es que bebas tres tequilas y cinco cervezas, para lavar tu culpa.

—¿Con eso me sentiré bien? —inquirí, esperanzado, a tiempo que el primer tequila era empujado hacia mi mano. Lo bebí—. ¡Oh, infiernos! Esto es mierda pura.

—¿Y qué esperabas? Los dioses del alcohol son muy estrictos cuando se rompe uno de sus mandamientos.

—¿Y cuál mandamiento rompí? —mascullé, empinándome el segundo tequila. La bebida quemó un camino directo hacia ese sector negro en mi pecho que dolía, se sintió un tanto mejor. Fui a por el tercero, estaba decidido a ahogar esa sensación a como diera lugar.

—Nunca ofendas a una discapacitada. —Sentí un golpe en lateral de mi cabeza, mientras apretaba el limón codiciosamente entre mis labios—. De todos modos, ¿en qué pensabas al ir a cenar con una sorda?

—No sabía que lo era —me expliqué, robándole la botella de cerveza para aplacar un poco los tequilas. En cualquier momento los mariachis comenzarían a tocar dentro de mis tripas—. Fue una sorpresa para mí también.

—Pensé que te verías con la irlandesa. —Asentí, señalándolo pues de momento mi boca se encontraba ocupada—. Aguarda, ¿la irlandesa es sorda? —Volví a asentir, Didi me miró con los ojos en rendijas—. ¿Al menos recuperaste tu teléfono?

Lo saqué de mi bolsillo, triunfante. Tal vez no había obtenido un paseo a la cama de la irlandesa, pero mi precioso estaba de regreso conmigo.

—No quise ofenderla, Didi. Sabes que no siempre pienso en las consecuencias de lo que digo o hago.

Antes de seguir con esta bella charla de bar, permítanme presentarles a mi hermano, Didi. Su nombre real es Vladimir, pero dudo que alguien además de mamá lo llame de ese modo y sólo cuando está teniendo un muy mal comportamiento con ella. Verán, Didi es el pequeño, y aunque en las familias se acostumbra a mimar a los hermanos pequeños, en nuestro caso no fue así. Mamá y papá siempre estuvieron más enfocados en mí, siguiéndome la pista por temor a que comenzara a asesinar personas o vaya uno a saber qué. Didi siempre pasó por debajo de su radar, era un niño de mierda, no lo discuto, pero buen hermano. Cuando yo tenía problemas para comprender el comportamiento de las demás personas, acudía a él esperando que pudiese darme su visión imparcial del asunto. Didi no tenía ningún problema en la cabeza, es decir, con toda exageración se lo podía tachar de excéntrico. Peinaba su cabello negro en puntas como las de un puercoespín y tenía alrededor de tres agujeros extra en su rostro que se los había hecho por voluntad propia, se delineaba la parte inferior de los ojos con negro y todos los días llevaba una camiseta negra o blanca, con frases que nadie entendía. Ese día en particular, lucía una que rezaba lo siguiente: "no obedeceré a las voces en mi cabeza". Algo que parecía mucho más adecuado para mí, pero en fin.

Ese era mi hermano. Hacía dos años que dirigía ese bar al cual locuazmente llamó "Didi's", yo le di el capital para que pudiera iniciarlo y mamá no nos habló a ninguno por dos meses completos. Fue un momento glorioso, dicho sea de paso. Aun y con su nombre de mierda, Didi's resultó ser un éxito y mi hermano insistía en darme mensualmente parte de las ganancias, por haber sido el socio capitalista. Yo destinaba ese dinero a campañas y programas para lo protección del habitad natural de las tortugas. ¿Les he dicho que amo a las tortugas? ¿No? Bueno, cuando les presente a Azrael, ustedes simplemente querrán hacerse de una.

—Es como cuando te burlabas de Ethan Beyer por su tartamudeo, ¿lo recuerdas?

Puse los ojos en blanco.

—No me burlaba de él, lo corregía —aclaré, ya que me parecía pertinente que eso no se confundiera.

—¿Y qué diferencia le hacía a Ethan? Todos se reían de él en clase cada vez que tú amablemente lo "corregías". —Les dije que ese fue un feo momento para todos—. Ya te dije que no hacerlo de forma consciente, no te quita la responsabilidad de los actos.

—¿Cómo? —Estaba oficialmente perdido y tal vez algo ebrio como para intentar comprender lo que decía. Didi suspiró sonoramente, colocándome una pesada mano sobre el hombro.

—Llama a Evan, esto está por fuera de mi jurisdicción. —Mi hermano tomó los shots vacíos de tequila y fue atender a otro cliente que acababa de aparcar dos sillas más allá de mí.

Vaya ayuda. Solté un bufido y cuando intenté incorporarme, automáticamente sentí el peso de los tequilas en mi coordinación que me llevaron de regreso a mi asiento. Joder. Tal vez lo mejor sería llamar a Evan, tal vez una visión terapéutica me ayudaría a comprender porqué aún sentía esa asquerosa presión en mi pecho. ¿Me estaría por enfermar? ¿Sería esto síntoma de algo?

Busqué su número por mi agenda con dedos temblorosos, reconociendo la imagen que le había hecho un día para armar su perfil. Me gustaba que mis contactos tuviesen la imagen correspondiente, no me juzguen. El teléfono comenzó a timbrar y al tercer tono, descolgó.

—¿Diga? —Su voz sonaba algo perdida y ronca, diablos. Esperaba no haber interrumpido algo.

—¿Evan? Soy yo, Dimitri.

—¿Dimitri? —Cuando repitió mi nombre como idiota, supe casi con certeza que sólo había interrumpido su sueño. Este hombre me sorprendería, es decir, en realidad me sorprendería si algún día lo atrapaba teniendo una vida social—. Son la una de la madrugada, ¿está todo bien? —Les dije que mi vuelo aterrizó tarde.

—Es viernes, Evan, no me digas que ya estás en la cama.

—Algunos trabajamos los sábados.

—Algunos son unos completos aguafiestas. Estoy en Didi's, ¿por qué no vienes y nos tomamos unas copas?

—Porque tengo que trabajar en seis horas, Dimitri. ¿Hay algún motivo para esta llamada o sólo estás ebrio?

—Un poco de ambas —reflexioné en voz calma—. Necesito hablar contigo, tengo un problema... creo que estoy enfermando.

—Sólo has bebido demasiado.

—¡No! —lo corté, perdiendo automáticamente mi calma previa—. Desde que la irlandesa se fue, me siento... me siento... tengo un dolor en el pecho.

—¿Un dolor en el pecho? —inquirió, sonando mucho más despierto para mí entonces—. ¿Te duele el brazo izquierdo también?

—¿Qué? —pregunté, desconcertado. ¿A dónde infiernos quería llegar? Solo quiero que tengan en cuenta que llevo tres tequilas y una cerveza y media dentro de mí. Ahora prosigamos—: No, mi brazo está bien. Es sólo mi pecho... y mi garganta, es como... como cuando intentas tragar mantequilla de maní.

—Dimitri lo que dices no tiene sentido, pon a tu hermano al teléfono.

Eché una mirada al otro lado de la barra, viendo a mi hermano haciéndole ojitos a una muchachita de universidad. Dios me libre y me guarde.

—¡Didi! —Sacudí el móvil en el aire de forma por demás exagerada y él me observó a regañadientes—. Evan quiere hablar contigo.

Mi hermano se disculpó con la chica para luego arrebatarme el móvil y gruñir una respuesta hacia mi terapeuta. Lo observé un largo rato mientras ellos se enfrascaban en una conversación y un momento más tarde, aún no sé cómo o por qué, mi hermano me empujaba escaleras arriba para que me acostara en su sofá.

—Evan dice que duermas esta noche aquí, mañana ve a su consulta en la mañana. —Él me quitó los zapatos mientras decía eso—. No sé qué te hizo la irlandesa, Dimo, pero mejor olvídate de ella.

Didi apagó la luz mientras se retiraba y yo hundí el rostro en el almohadón, apretando los ojos con fuerza para empujar fuera cualquier pensamiento relacionado con Erin. Pero no importó cuanto lo intenté, seguía viendo el destello de sus ojos cuando se despedía de mí, y seguía sintiendo las palabras picando en mi boca cuando quise responderle; aquellas que al final de cuentas no pude decir.

"Fue un placer conocerte... chico del móvil." Su voz algo vacilante resonó en el interior de mi cerebro alcoholizado, sonreí y abracé el almohadón.

—La próxima vez lo haré placentero.

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Bueno, se nos enfermó Dimitri. En fin xDD En el multimedia les dejo la foto que le hizo Erin a Dimo y nada más, espero que les haya gustado el cap ^_^

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