El jardín de senderos que se...

By Alguienperron

18.1K 759 78

Esta historia pertenece a CruzDelSur y los personajes a Stephanie Meyer. Pueden encontrar el fic en Fanfictio... More

La vida, ese paréntesis
Residencia en la tierra
Bonus Track: San Valentín
Donde el corazón te lleve
Historia de mis calamidades
Danza con lobos
La muerte y la brújula
Crónicas del ángel gris
La tregua
El ruido y la furia
El jardín de senderos que se bifurcan
De amor y de sombra
Todos los días un poco
Esperando la carroza
La noche de los dones
Los árboles mueren de pie
Sellado con un beso I
Epílogo

Sellado con un beso II

698 34 4
By Alguienperron

Sulpicia, Aro y Félix habían llegado a Forks el quince de agosto. Cuando dos semanas más tarde aún no daban muestras de irse pronto, nadie se atrevió a preguntarles tampoco cuánto tiempo más se pensaban quedar. Alice no podía verlos irse de un modo inmediato, como tampoco podía ver a Aro ni Sulpicia tomando una decisión sobre nuestra condena o absolución. Alice los veía de regreso en Italia, pero era una visión vaga y de algún modo atemporal. Regresarían a Volterra... algún día.

Pero las vacaciones se acabaron para quienes teníamos una farsa humana que llevar adelante, y Alice, Edward y yo tuvimos que regresar a clases. Reinscripción, compra de útiles y elección de ropa corrieron por cuenta de Alice, que estuvo feliz de ocuparse de todo.

De modo que empezamos el último curso en la escuela secundaria de Forks, con tres de los Vulturi aún cómodamente instalados en la casa de los Cullen. La situación sólo podría haber sido más rara si le hubiésemos agregado unos enanitos verdes bailoteando por ahí o algo así.

Los primeros días de clases me parecía estar viviendo una especie de vida paralela cuando entraba al viejo edificio escolar. Allí todo era tan normal que contrastaba con eso en lo que mi vida se había convertido últimamente, que no sabía muy bien cómo definir, pero ciertamente no era normal.

Ángela, Jessica, Mike, Lauren, Tyler, Eric, Ben... el señor Banner, el entrenador Clapp, la señora Cope, el señor Varner, la profesora Goff, el señor Berty... todos ellos eran tan normales, que a veces me tomaba por sorpresa encontrarme en medio de una clase de trigonometría, inglés o biología, teniendo que recordarme que no debía respirar dentro de ese aula cerrada y que si seguía mirando fijamente a la nada sólo conseguiría llamar la atención.

Los días pasaron sin pena ni gloria, entre deberes escolares, cocinar para Charlie, y preocuparme por que ninguno de los Vulturi diese la menor muestra de estar por irse.

Antes de lo pensado, estábamos a diez de septiembre y Alice me estaba organizando una fiesta de cumpleaños.

-Es ridículo –me quejé yo cuando a Emmett se le "escapó" lo de la fiesta, en venganza porque Alice otra vez le había ayudado a Jasper en el ajedrez-. ¡Ya no cumplo años! ¡No envejezco, no cambio en absoluto...!

-No, pero cumples años –declaró Alice con el tono más rotundo imaginable, apuntando algo más en una larga lista que tenía ante sí-. Oficialmente, cumples dieciocho años. En verdad, cumples dieciocho años por primera vez en tu vida, Bella, eso es una ocasión especial y merece ser festejado.

Era media tarde y estábamos en casa de Edward, supuestamente terminando una investigación para la escuela. A Charlie le dijimos que teníamos tarea que hacer, y que la conexión a internet de los Cullen funcionaba mucho mejor que la mía, de modo que nos íbamos a su casa a terminar de buscar la información que necesitábamos. Charlie de todos modos no entiende mayormente de computación, de modo que se limitó a recordarme que no regrese demasiado tarde.

-Dar una fiesta cuando en realidad ni siquiera se cumple años es inapropiado –objeté.

-Dar una fiesta es tan apropiado en toda circunstancia que no sea un velatorio que casi parece pasado de moda –dictaminó Alice, revisando la lista y tachando algo con el ceño fruncido-. Hum, creo que podemos dejar de lado la piñata.

-¡Podemos dejar de lado toda la fiesta! –protesté, enfurruñada.

-De ninguna manera –rechazó Alice, sin variar el tono de voz-. Tu cumpleaños es el único que tiene algún sentido o lógica festejar, y vamos a tirar la casa por la ventana.

-¡Eso sí que no! ¡No quiero fiesta, y por sobre todo no quiero regalos!

-Yo organizo el cumpleaños, es asunto mío si habrá regalos o no –replicó Alice, impertérrita.

-¿No se supone que es mi cumpleaños? Bueno, ¡yo digo que no quiero regalos!

-Y yo digo que organizo el cumpleaños, de modo que si yo digo que habrá regalos, habrá regalos. Punto. Eso no se discute.

-Pero Bella, ¿por qué es tan grave que se festeje tu cumpleaños? –preguntó Sulpicia, amable, pero confusa-. Teniendo a tu padre aquí, y toda una vida supuestamente humana que llevar adelante, ¿no es lo más esperable que festejes tu cumpleaños?

-¿Ves? Tengo razón –se mofó Alice, añadiendo dos cosas más a su lista.

-No me gusta ser el centro de atención, y menos si es por el hecho que yo oficialmente cumpla años. Eso es algo que no se puede cambiar, pero de ahí a festejar un cumpleaños que lo es sólo en apariencia, hay un trecho muy, muy largo –respondí, fulminando a Alice con la mirada. Ella se limitó a sacarme la lengua.

-Muy bien, tendremos mucho de preparar –dijo Alice, releyendo la lista-. Velas, flores, pastel, bocaditos, sándwiches, bebidas, globos, música...

-¿Para qué rayos queremos comida y bebida, me quieres decir? –bufé, enojada.

-Para agasajar a nuestros invitados, desde luego. ¿O piensas tener a Jake y los suyos toda la noche a pico seco? –me replicó Alice con superioridad.

Me crucé de brazos y gruñí, cada vez más rabiosa.

-Prepara toda la fiesta que quieras, porque yo no voy a ir. Ni lo sueñes.

-Bella, no puedes faltar a tu propia fiesta de cumpleaños. Vendrás. Lo he visto –anunció Alice.

-¿Cómo que lo has visto? ¿No se supone que Jake y los otros chicos están invitados?

Alice parpadeó un momento, culpable, antes de esbozar una sonrisa de disculpa.

-De acuerdo, no lo vi –confesó Alice, que no parecía muy arrepentida de su mentirota-, pero vendrás. Vamos, Bella, vendrás, y si tenemos que sujetarte entre varios...

-Olvidas que todavía tengo mi fuerza de neófita -le recordé.

-Olvidas que contamos con Jasper, Félix y Emmett, tres luchadores excelentes –me recordó Alice a su vez-. Creo que entre los tres podrán contigo.

Me mordí el labio, buscando nuevos argumentos, pero la verdad es que se me estaban acabando las excusas. De modo que suspiré, harta y cansada de la discusión que de algún modo supe desde el inicio que estaba perdida.

-De acuerdo. Vendré a la maldita fiesta. Odiaré cada segundo, no me gustarán los regalos, y me pasaré la noche a cara de perro. ¿Satisfecha? –mascullé.

-¡Sí! Ya verás cómo las pasamos bomba –prometió Alice.

-Pero pongo una condición –advertí, muy seria-. En clases, nadie tiene que saber que es mi cumpleaños. Se acercarían demasiado, me felicitarían. Yo tendría que responderles por cortesía, pero no me alcanzaría el aire, y estaríamos en un problema.

-De acuerdo –aceptó Alice de inmediato-. En clases, nada. ¡Aquí, todo!

Mientras yo mascullaba un insulto, Alice de pronto se volvió a Aro, que nos había estado observando con una sonrisa extraña.

-¡Aro, eso es...! –jadeó en su dirección-. ¿No le parece... excesivo?

-No, en realidad no –respondió Aro con una sonrisa más ancha-. Es más, me parece nada más que lo justo y apropiado. Es... perfecto para ella.

-Hum, tendré que aumentar el nivel de la fiesta, si tendremos ese tipo de regalos –musitó Alice, pensativa.

Sulpicia, con su modo más majestuoso, se limitó a mirar a Aro en espera de una respuesta.

-Estaba pensando en qué podríamos regalarle nosotros a Bella –explicó Aro con una gran sonrisa, que hizo que yo entornara los ojos-. Pensé en algunas cosas que tenemos por ahí, y creo que encontré el regalo perfecto para ella.

-¡No-quiero-regalos! –siseé. Como era de esperarse, nadie me hizo caso. Sulpicia estiró el brazo y tocó con dos dedos el dorso de la mano de Aro.

-Es una buena idea, pero yo estaba pensando en algo menos aparente –respondió Aro. Sulpicia volvió a tocarlo-. Puede ser, claro que sí, pero no creo que sea el más adecuado –contestó Aro otra vez, en respuesta a un nuevo pensamiento. Sulpicia, sonriendo levemente, lo tocó de nuevo-. ¡A eso me refiero! ¿Verdad que es perfecto?

-No será algo que use a diario, pero creo que le sentará maravillosamente –sonrió Sulpicia, aprobadora.

-Bella, tenemos que salir de compras de inmediato –tartamudeó Alice, nerviosa-. ¡No hay forma que puedas llevar ese regalo con los harapos que usas habitualmente!

Yo empecé a preocuparme. ¿Qué pensaban regalarme Aro y Sulpicia? ¿Un automóvil de lujo? ¿Un tapado de armiño? ¿Un anillo de brillantes? ¿Unas entradas para la ópera?

-¿Qué es? –pregunté, cautelosa.

-¡Sorpresa, sorpresa! –canturreó Aro, que parecía en su salsa-. ¡Los sabrás en tres días!

.

-No, no voy a decirte –se negó Edward esa noche, cuando estábamos metidos en mi cama y yo intentaba sonsacarle qué rayos pretendía regalarme Aro-. Es algo... grande, metafóricamente, es todo lo que te puedo decir. Prepárate, porque Alice intentará que estés a tono con ese regalo, y eso la hará volverse un poco... desmedida.

-Lo único que me faltaba, ¡Alice desmedida! –me quejé-. ¿Por qué los Vulturi no regresaron a Italia hace rato? ¡Me hubiesen ahorrado un dolor de cabeza importante!

-Nos hubiesen ahorrado un dolor de cabeza y unos nervios a todos –respondió Edward, que tampoco parecía muy feliz-. Pero están muy cómodos. Volterra los aburre, en cambio, nosotros suponemos una diversión constante. Cada día sucede algo distinto, los licántropos son fascinantes, Carlisle es el acertijo más intrigante con que Aro se cruzó en su historia, Sulpicia considera a Esme su amiga, Félix es mucho más cercano con Emmett y Jasper que con cualquiera de los miembros de la Guardia. Somos entretenidos. Y tu cumpleaños en la cosa más curiosa que se les puede ocurrir.

-Fantástico. Verdaderamente fantástico. Somos entretenidos. ¡Mira qué bien! ¿No debería vestirme también de payaso y empezar a hacer monerías? Quizás eso los divierte tanto que ríen hasta ahogarse –farfullé, sarcástica.

Edward dio una pequeña carcajada, divertido ante mi enojo, y empezó a besarme. El muy tramposo sabía que sus besos siempre disipaban mi malhumor. Como tantas veces, lo que empezó como un beso amoroso se convirtió en algo mucho más apasionado, que Edward interrumpió cuando empezaba a ponerse interesante en verdad.

Maldito autocontrol el de mi novio.

.

La fiesta fue todo lo bien y mal que podría haber ido.

Fue un éxito respecto a que todo el mundo comió y bebió (al menos, todo el mundo humano), bailó y se divirtió. Alice tenía una expresión enormemente satisfecha y orgullosa, la misma que traía Charlie cuando había capturado un pez especialmente grande.

Fue todo lo mal que puede ir una fiesta cuando yo soy el centro de atención, sin desearlo, y para colmo cuando Alice se las arregló con una mezcla de ruegos, chantaje y sobornos para embutirme en un vestido de noche blanco, largo hasta el suelo, de corte muy sencillo a la vez que refinado. Me hacía ver mayor y más elegante que nunca, y mal que me pese, debo admitir que me sentaba maravillosamente.

Las cosas empezaron a salirse de control cuando Edward apareció vestido con un smoking. Cuando Alice, Rosalie, Esme y Sulpicia también estuvieron vestidas como para ir por lo menos a una cena de gala en alguna embajada, empecé a preocuparme. Cuando el resto de los hombres, Aro incluido, llegaron vistiendo smokings similares al de Edward, estuve a punto de salir corriendo, pero Alice debía haberlo previsto, porque me atajó antes que llegara a acercarme a la puerta.

Jake y los otros jóvenes quiluetes que se atrevieron a acercarse estaban mucho más sencillamente vestidos, pero al menos todos usaban pantalones largos, camisas y zapatos. Era más de lo que se podía esperar habitualmente de ellos en cuestión de indumentaria.

Todo ese circo quedó en claro cuando llegó el temido momento de abrir los regalos.

Charlie ya me había dado el suyo, una cámara fotográfica, y Reneé me había enviado el de ella, un álbum en el que colocar las fotografías. Pero como era de esperarse, los Cullen se pasaron.

Carlisle y Esme me regalaron unos billetes de avión, para que mamá y Phil pudiesen venir a visitarme. Jasper, Rosalie y Emmett me regalaron un estéreo nuevo para la Chevy, que reproducía CDs y hasta tenía un puerto de entrada USB, un verdadero lujo asiático para mi modesto vehículo.

Edward aparentemente, por una vez en el tiempo que nos conocíamos, se tomó en serio mis deseos, o tal vez se debía sólo a que lo había amenazado con que si se atrevía a gastar dinero en mi regalo tendría que esperar no hasta que yo tuviese ni treinta ni trescientos, sino tres mil años, para casarnos. Como sea, él y Alice trabajaron en equipo para grabar un CD con composiciones e interpretaciones de Edward, empezando por mi nana y siguiendo con varias otras, todas ellas preciosas.

Jake, viendo los regalos de los demás, casi no quiso darme el suyo, aduciendo que era muy poca cosa. Cuando por fin lo pude convencer, resultó un dije precioso, tallado a mano por él. Era un lobo de madera, pequeño y perfecto, hasta en la misma tonalidad rojiza que tenía el pelaje de Jacob cuando se transformaba. El dije iba unido a una cadena algo rústica como pulsera, y me lo puse de inmediato, aunque no combinaba para nada con el resto de mi vestimenta. Quil y Embry, sin mucha idea de qué regalarme, me llevaron un enorme ramo de jazmines, esperando que el olor de las flores me gustara. Les agradecí mucho, los jazmines en verdad eran mis flores favoritas... después de las rosas amarillas. Seth me regaló un portarretratos de estilo rústico, fabricado por él y decorado con motivos quiluetes.

El resto de la jauría no se había atrevido a venir; Aro los ponía muy nerviosos. Pero me enviaron por medio de los lobos que sí asistieron una especie de tapiz tejido a mano, en el que aparecía un gran lobo con la boca abierta como si aullara, y junto a él una figura humanoide blanca, vestida muy sencillamente, en la que destacaban los ojos castaños. El mensaje era claro, ya que el lobo y la figura blanca aparecían lado a lado en una posición amistosa. Les agradecí muchísimo y prometí colgarlo en mi habitación.

Por fin, llegó el que yo más había estado esperando, pero también el que más temía. Aro y Sulpicia, en nombre de sí mismos y de todos los Vulturi, me entregaron una gran caja de cartón que tenía todavía los sellos y estampillas del correo, indicando que había llegado desde Italia en calidad de correo urgente y frágil. La abrí con algo de miedo, sólo para encontrarme adentro a una caja, ésta vez de madera tallada, de aspecto muy frágil y antiguo, cubierta de piedras preciosas, madreperla y unos intrincados diseños de oro blanco adornando las esquinas.

-Es... en verdad, es excesivo –tartamudeé, apabullada por ser repentinamente dueña de algo tan increíblemente valioso-. No puedo aceptarlo, es demasiado...

-Bella, el regalo está adentro –me dijo Sulpicia con suavidad, mientras Aro reía quedamente. Félix estiró el cuello, curioso.

Como si la caja fuese poco, el regalo era todavía más impresionante. Se trataba de un collar simple, una gruesa cadena hecha de oro macizo, casi escalada, como una suave serpiente que se cerniese alrededor de la garganta. Un colgante oscilaba en la cadena, un blanco diamante del tamaño de una pelota de golf.

Me giré a ver a Aro y Sulpicia con el collar todavía en las manos y los ojos desorbitados. Ellos parecieron satisfechos con mi expresión atónita.

-Pensamos primero en una pequeña corona, y después en un collar de plata y perlas, pero en verdad ésta joya es la más adecuada para adornar tu figura –comentó Aro, sonriente.

Miré vagamente alrededor, sólo para comprobar que los demás estaban tan aturdidos como yo ante la excesiva magnificencia del regalo, hasta Félix parecía sorprendido. Sólo Alice sonreía débilmente. Claro, ella ya lo había visto, por eso me había hecho vestir así en primer lugar.

Edward tuvo que colocarme el collar alrededor del cuello, mis manos temblaban tanto que no pude enganchar el cierre. Me sentí asustada, como si el collar pesara una tonelada en lugar de unos cuantos gramos.

-Aro, en verdad, no puedo aceptarlo –musité, mi voz débil-. Por favor no se ofenda, pero... no puedo. ¿Por qué lo hace? –le pregunté de pronto, asustada-. ¿Por qué me regala una joya que vale más que la casa en que vivo?

-Bella, sin intenciones de ofenderte, pero esto es sólo un poco de lo mucho que tengo. En rigor, no te reglé nada especialmente valioso para mí –dijo Aro, que parecía sorprendido de que yo estuviese más asustada que halagada-. Sé que financieramente vale una pequeña fortuna, pero no es más que una pieza de las tantas que tengo.

-¿Por qué es tan generoso con alguien que apenas conoce? –insistí-. No puedo retribuírselo, y menos si lo que pretende es que una a su Guardia.

-No soy generoso, sólo doy de lo que tengo de sobra –aclaró Aro, su voz suave un poco confusa-. No lo hago para que te veas obligada a unirte a la Guardia, Bella... En verdad, tengo la curiosa impresión de que tu familia está aterrada por nuestra presencia.

-Considerando que usted puede mandarnos a descuartizar y quemar si dictamina que no somos suficientemente inofensivos, no me parece raro que le tengamos miedo –dijo mi boca, sin consultar previamente con mi cerebro si era prudente decir algo así.

Todos me miraron fijamente, y a mí regresó el viejo deseo de que por favor me tragara la tierra, en algún agujero muy, muy profundo. Abrí la boca para decir algo que me disculpara, pero no se me ocurrió nada, de modo que volví a cerrarla.

-¡Joven Bella, hace mil doscientos años que nadie me habla tan directamente! –exclamó Aro con su sonrisa extraña, la que me ponía los pelos de punta-. Sinceridad... una virtud peligrosa –musitó, sus ojos opacos fijos en mí-. Pero en realidad, me ofendes, Bella. ¿Crees que yo mandaría a matar a tu familia?

Era curioso, porque yo era consciente que toda la atención de la sala estaba centrada en mí, y sin embargo, no era capaz de ver a nadie más que a Aro, de oír a nadie más, de prestarle atención a nadie. Sentí como entre sueños que Edward tomaba mi codo derecho, pero estaba demasiado focalizada en Aro como para prestarle atención. Tras un leve titubeo, opté por responder con otra pregunta.

-¿Quiere una respuesta honesta, o una diplomática?

-Las dos –dijo Aro con expresión intrigada.

-Entonces... siendo diplomática, le responderé que confío que alguien que, como es su caso, está encargado de hacer justicia, será lo más imparcial posible y no se apresurará condenar o absolver sin estar seguro –empecé, tratando de no hablar de más ésta vez al menos-. También, que creo que es una responsabilidad enorme para usted solo el tomar el tipo de decisión que podría significar vida o muerte de toda una familia, y que quizás sea más adecuado que lo discuta con sus... colegas, Cayo y Marco –sugerí.

Tras tomar aire profundamente, seguí adelante.

-Siendo descarnadamente sincera, me temo que sí, que usted vino aquí en busca de una excusa para condenarnos, que usted es ambicioso, que si no puede tenernos de su lado, como sus títeres, prefiere vernos muertos, aún cuando está razonablemente seguro de que ninguno de nosotros aspira a quitarle su poder ni su gloria, y mucho menos su vida. Sólo queremos vivir y dejar vivir, cazando animales y fingiéndonos estudiantes de escuela secundaria durante siglos si eso significa mantener nuestra coartada. No queremos, ninguno de nosotros, salir a cazar ni humanos, ni vampiros rebeldes. Somos Cullen, no Vulturi; no es nuestro trabajo ni nuestra vocación.

Durante mi discurso, no desapareció del rostro de Aro la sonrisa amable, educadamente divertida, como si estuviese escuchando a una criatura malcriada protestando por un capricho no concedido. Sulpicia, junto a Esme, tenía los ojos muy abiertos y el semblante inexpresivo.

-Bella, pareces creer que sólo hay dos opciones, con nosotros o contra nosotros, y no es así –me dijo Aro, una expresión dolida cruzando su cara antigua-. No es así. Claro que puedes ser libre, claro que puedes estar en una tercera opción. Podemos ser aliados, amigos, iguales... -me tendió una mano, en un simbolismo tan claro que hasta yo comprendí, y por eso mismo no la tomé.

-No, Aro, parece que usted no me comprendió –le dije, lenta y claramente-. Somos vampiros, pero eso parece ser lo único que tenemos en común; no somos iguales. No podemos ser aliados porque no perseguimos los mismos fines. Y parece poco probable que podamos ser amigos, si lo que usted desea es acabar con nosotros. Sólo si la "tercera opción" es una existencia tranquila, periférica de sus circuitos de poder, podemos empezar a entendernos.

El silencio era atronador. Nadie parecía respirar, sólo los latidos algo acelerados de Jacob, Quil, Seth y Embry sonaban en la quietud de la sala. Aro bajó la mano lentamente, una expresión insondable en su mirada.

Ya estaba. Lo había dicho. Llevábamos más de cuatro semanas conviviendo con los Vulturi, moviéndonos por el campo minado, y no había sido sino hasta esa noche que por fin alguien había hecho detonar el primer explosivo. Parecía que mi torpeza física humana se había convertido en torpeza verbal vampírica.

Sentí más que vi u oí cómo Edward se paraba más firme a mi derecha, sujetando mi codo con fuerza, pero delicadamente; y cómo Jacob se afirmaba a mi izquierda, los brazos cruzados sobre el pecho. Todos los demás miembros de mi familia, licántropos incluidos, se fueron ubicando a mi alrededor, en silencio, los rostros inexpresivos. Carlisle se adelantó un paso, aunque yo seguí siendo el centro de la foto, por así decirlo.

-Lo habrás notado de todos modos en los días que llevas aquí, pero ahora lo sabes con toda seguridad –dijo Carlisle. Su voz era suave, ni por asomo desafiante, pero firme-. Palabras más, palabras menos, éste es el modo en que todos pensamos.

-¡Carlisle, amigo! –Aro tenía una expresión herida en el rostro, en su voz sonaba el reproche gentil. Sulpicia, a su derecha, estaba muy seria; Félix se había ubicado silenciosamente a la izquierda-. ¿También crees que quiero acabar contigo y con tu familia?

-Quisiera que me dieses razones para no tener que creer eso, Aro. Pero no olvides que puedo oír tus pensamientos, sentir tus emociones, atisbar en tus decisiones a futuro –le recordó Carlisle, lo que causó un pequeño estremecimiento de Aro-. No te diré que estoy decepcionado, porque no tengo autoridad para hacer juicios de valor sobre tu accionar. Te invitamos a nuestra casa en un intento de convencerte de que no queremos nada de lo tuyo, y así esperábamos, quizás un poco ingenuamente, que no quisieras arrebatarnos tampoco nada de lo nuestro: nuestra paz, nuestras relaciones familiares, nuestro modo de vida... nuestras vidas mismas. Nos expusimos con la esperanza que eso fuese suficiente para convencerte. Sé que probablemente te reirás por lo que voy a decirte, pero apelo a tu sentido de la justicia, pon una mano en tu corazón y dime con sinceridad si crees que seríamos capaces de atacarte.

Aro seguía estático. Sulpicia entrelazó su mano con la de su marido. Félix se agachó un poco, como preparándose para saltar, pero su expresión era más precavida que decidida. Éramos demasiados contra él, si lo que iba a desarrollarse era una pelea. Sólo por si acaso, liberé mi escudo, asegurándome que cubriese a toda mi familia ampliada.

-Mis queridos, no arruinemos el cumpleaños de la querida Bella con este tipo de discusiones –dijo Aro con voz suave y benigna, agradable, al cabo de un minuto o mil años, no estoy segura-. Disfrutemos la fiesta. Bella, por favor, quédate con la joya, no hay ninguna intención oculta... excepto irritarte un poco con un nuevo regalo. Eres encantadora cuando te enfureces –me sonrió, pretendidamente amistoso, aunque pude detectar el miedo en él.

Sobra decir que la fiesta acabó poco después. Aunque todos aparentaron normalidad, el ambiente estaba decididamente estropeado. Habíamos regresado al estado de tranquilidad fingida de los primeros días de presencia de nuestros visitantes. Una vez que una mina había sido detonada, no era posible seguir como si nada.

.

-Bueno, fue una fiesta bastante inusual –suspiró Edwand mientras conducía de regreso a mi casa-. Que Alice se vaya acostumbrando a que las cosas se le salgan de control, porque si los Vulturi también van a estar presentes en nuestra boda, una escena como la de hace un par de horas en lo más probable.

-Faltan seis años para nuestra boda –le recordé distraída, jugueteando con el enorme diamante del collar. No nos habíamos cambiado de ropa todavía; ambos estábamos vestidos aún con el excesivo lujo, y yo seguía llevando el regalo de Aro y Sulpicia.

-¿Crees que eso detiene a Alice a la hora de empezar a preparar las cosas? –sonrió Edward, irónico-. Me consta que tu vestido ya está encargado, aunque Alice tuvo mucho cuidado de no pensar en él cuando está cerca de mí, de modo que con honestidad puedo decir que no le he visto. Decoración y comida son ámbitos en los cuales no puede avanzar mucho por el momento, de modo que prefiere centrarse en elegir el papel y diseño de las invitaciones, y por supuesto preparar el ajuar y la luna de miel.

-Creo que le dije una veintena de veces por lo menos que no quiero una gran boda, que algo modesto y sencillo me bastará –mascullé, más cansada que enojada. Ya me había enojado y discutido con Alice cada vez que se había tocado el tema-. Si me caso es sólo porque quiero casarme contigo, no para hacer un show.

-Yo le dije lo mismo, pero ella insiste –se encogió de hombros Edward-. Creo que lo mejor que podemos hacer es fugarnos juntos ni bien tengas el título en la mano. Podemos ir a Las Vegas –sugirió Edward, sonriendo-. Hay una capilla donde te casan sin que bajes del automóvil. Un casamiento es un casamiento, sea como una boda con bombos y platillos, observancia civil y ceremonia religiosa, o en una especie de ventanilla. ¿Sabes? Creo que valdría la pena hacerlo, sólo para fastidiar a Alice.

Sonreí levemente, imaginando la expresión furiosa de Alice si llegábamos a escaparnos de sus fastuosos y desmedidos planes.

-No nos perdonaría nunca –sonreí, sin que me desagradara del todo la idea. Estaba muy enojada con Alice por todo el asunto de la fiesta.

-Probablemente no, pero el enojo se le pasaría en una década o dos –opinó Edward, encogiéndose de hombros-. La eternidad es demasiado tiempo para pasarlo encolerizado.

-¿Te gustaría más una boda al estilo de Alice, o estás de acuerdo conmigo en lo de la ceremonia sencilla? –le pregunté en voz baja.

-Quiero lo que quieras –me respondió, una sonrisa cálida iluminando sus facciones-. Mientras accedas a casarte conmigo, no me importa si es un río infestado de tiburones, en un globo aerostático, en una iglesia o a bordo de una moto. Soy demasiado afortunado al haber obtenido tu amor y tu promesa de que pasarás el resto de la eternidad a mi lado como para que me importen los detalles.

-Te hablo en serio –le dije, un poco enojada por sus exageraciones.

-Yo también –replicó Edward, sincero-. No me importa el dónde ni el cómo, lo que me interesa es casarme contigo. Respecto al cuándo, personalmente creo que cuanto antes, mejor, pero esperaré si es lo que quieres.

-¿Desde cuándo tienes prisa? –le pregunté, extrañada.

-No eres la única que necesita una ducha helada después de nuestras sesiones de besos, ¿sabías? –me contestó, cohibido y burlón a la vez-. El que mis convicciones me impidan seguir adelante... no significa que mi cuerpo piense lo mismo. Eres hermosa, atractiva, no creo que tengas conciencia de cuánto en realidad, y yo te deseo, ¡cómo no hacerlo! Pero no quiero que te sientas obligada a nada, Bella. Tenemos la eternidad por delante, seis años más o menos no harán diferencia.

Edward estacionó, y me di cuenta con sorpresa que ya habíamos llegado a casa. Él se inclinó para besarme, y yo le devolví el beso con ganas. Mientras estábamos ahí, besándonos, se me ocurrió de golpe una idea brillante.

-Edward –le dije, interrumpiendo el beso, agitada-. Apaga tu teléfono.

-¿Qué...? –me preguntó él, confundido.

-¡Apágalo o tíralo al río, pero rápido! ¡Rómpelo de ser necesario, pero YA! ¡APÁGALO!

Aún sin comprender, Edward hizo lo que yo le ordené, medio segundo después de que el teléfono empezara a vibrar, paso previo de una llamada entrante.

-Ahora, vuela a la reserva a traer a Jacob con su permiso de conducir –instruí, abriendo la puerta y saliendo del automóvil-. ¿Sabes dónde vive Ángela Weber? –Edward asintió, más confuso que antes; yo seguí hablando a toda velocidad-. Te espero en la puerta de su casa en cinco minutos. ¡Cinco minutos! Trae a Jacob como sea, no me importa si está desnudo o en pijama, y no olvides su permiso de conducir.

Sin mirar atrás, corrí a toda velocidad hacia la Chevy, que estaba estacionada al lado de casa, como siempre. Oí al Volvo arrancar y salir a toda velocidad, y sonreí satisfecha para mí. Saqué mi permiso de conducir y mi documento de identidad del lugar en el que los guardaba, y luego corrí como una posesa en dirección a casa de los Weber.

Ángela estaba en su habitación, tumbada en la cama. Leía una novela romántica, o al menos un libro de tapas rosadas y con la imagen de una pareja enmarcada por un corazón en la tapa. Usaba unas ropas de estar por casa, pero no un pijama; eso era un golpe de suerte. Era genial que su dormitorio estuviese en la planta baja de la casa, eso facilitaría las cosas. Me acerqué a su ventana y golpeé el cristal con los nudillos.

-¡Ángela, Ángela! –la llamé-. ¡Aquí, en la ventana!

Ángela soltó el libro, sobresaltada. Parpadeó asombrada, pero saltó de la cama enseguida y abrió la ventana.

-¿Bella? ¿Qué pasó? ¿Estás bien...? –su mirada se volvía más y más asombrada y confusa a medida que me miraba.

Recordé entonces que todavía llevaba el vestido de noche, el cabello recogido en un elaborado peinado obra de Alice, las sandalias taco aguja, y el enorme diamante colgando de mi cuello. Pero no tenía tiempo de preocuparme por insignificancias.

-Sí, perfectamente. Necesito tu ayuda –le dije en mi tono más implorante-. ¿Te importaría mucho perderte un día de clases? ¿O dos?

-N-no... creo que... no –tartamudeó Ángela.

-Perfecto. Recoge tu permiso de conducir, o tu documento de identidad o algo, y ven conmigo. Te explico de camino. ¡Rápido! –la urgí.

Ángela saltó como si le hubiesen dado corriente, rebuscó en una cartera que tenía sobre la cama y regresó al cabo de un momento con su documento. Le ayudé a trepar por la ventana, asombrada de la facilidad con que ignoré su apetitoso olor al tener cosas más urgentes ocupando mi mente. Corrimos hacia el frente de su casa, para llegar en el momento justo en que el Volvo plateado se detenía con un chirrido frente a nosotras.

Jacob iba en el asiento trasero, vestido todavía como había estado en mi fiesta de cumpleaños, con una expresión alerta en el rostro. Edward estaba al volante, tenso y confuso, aunque pareció un poco más tranquilo al vernos. Hice subir a Ángela a toda prisa, subí yo y nos pusimos en marcha.

-Sal del pueblo, lo más rápido que pueda esta máquina –le ordené a Edward, que asintió, sin atreverse a preguntar nada. El velocímetro marcó que pasábamos los doscientos kilómetros por hora-. Rumbo al sureste. Chicos, ajústense los cinturones de seguridad, esto se pondrá un poco agitado –les indiqué a Jake y Ángela, que se apresuraron a obedecer.

-¿A dónde vamos, si puede saberse? –preguntó Edward en voz baja al cabo de unos kilómetros.

-El Mercedes sería más apropiado, pero regresar a tu casa a buscarlo no es una opción –suspiré, acomodándome en el asiento del acompañante-. En Nevada hay bastante sol.

-¿Nevada? –preguntó Edward, con una mezcla de confusión y esperanza...

-Las Vegas, Nevada –confirmé con una enorme sonrisa-. Nos estamos fugando juntos, y ellos –añadí, señalando a Ángela y Jacob, ambos atónitos, aunque Jake ya estaba lo suficientemente recuperado para empezar a sonreír-, son nuestros testigos de boda.

.

Viajamos toda la noche a velocidad de vértigo. Jake y Ángela se durmieron en algún momento cerca del amanecer, lo que nos dio a Edward y a mí un poco de tranquilidad para hablar. La expresión de mi futuro marido había sido de felicidad absoluta al momento de saber la razón de nuestra alocada huida, pero se fue apagando de a poco.

-Bella, no tenemos que hacer esto sólo para escapar de Alice –me dijo en tono serio-. Podemos decirle que no, quedarnos firmes en nuestra decisión, enfrentarla.

-Lo sé. Pero tengo ganas de hacerlo –suspiré, sintiéndome rebelde y llena de energía-. Supongo que tras ser un bicho tímido e inseguro durante diecisiete años, esta noche estoy haciendo uso de toda mi rebeldía acumulada. Primero le digo cuatro verdades a Aro, después me fugo con mi novio, secuestrando a mi mejor amigo y a mi amiga en el proceso... Ah, me temo que soy una romántica incurable después de todo, por mucho que diga que no me va lo cursi y todo eso –confesé-. Fugarme con el amor de mi, bueno, no de mi vida, digamos, de mi existencia, es algo tan asquerosamente romántico que sólo a mí podría ocurrírseme.

-¿Estás segura de que quieres hacerlo?

-Claro que sí.

-¿Estás segura de que estás segura? –insistió Edward, serio.

-¡Demonios, sí, o te parece que hubiese montado este circo para que demos la vuelta al llegar a la frontera del Estado de Washington! –siseé, empezando a enojarme.

-Sólo... no quiero que lo hagas porque sientes que no tienes más opción –me dijo con voz suave, la sinceridad brillando en su mirada-. Estoy dispuesto a esperar con la boda hasta que estés segura que es tu decisión, aún si tengo que esperar seis años a que acabes la carrera, o doce años a que cumplas los treinta, o doscientos ochenta y dos años a que tengas trescientos, ¡o los que hagan falta!

Me quedé muy quieta, enternecida ante sus palabras. Él me amaba tanto como para preferir esperar antes que lanzarnos a una boda apresurada, él quería estar seguro de que yo no me arrepentiría, me amaba lo suficiente como para darme todo el tiempo que yo necesitara...

...pero yo no necesitaba más tiempo. Antes de esa noche, no hubiese aceptado casarme con él inmediatamente, pero de alguna manera, algo fundamental había cambiado. Yo estaba lista ahora, no quería ni necesitaba esperar ni un día más.

-Te amo –le dije, sonriendo, sintiéndome más enamorada que nunca-. Edward Cullen, ¿quieres casarte conmigo?

Era una suerte que Edward tuviese sus reflejos vampíricos, porque de otro modo nos hubiésemos tenido que incrustar contra el transporte de carga del carril contiguo. Mis palabras lo sobresaltaron tanto que dio un golpe al volante que estuvo a punto de convertirnos en una galleta de Volvo. Pero gracias a que mi novio, futuro marido, era lo que era, volvimos a nuestro lugar sin ocasionar un accidente de tránsito.

-Te amo, Isabella Swan –me susurró Edward, su voz tan cargada de emoción que sospeché que de poder, estaría llorando-. Sí, quiero.

-Perfecto. Entonces, estamos de acuerdo –sonreí, satisfecha.

Edward buscó algo en el bolsillo de su smoking, sin apartar la mirada de la calle. Lo encontró por fin, y me tendió una cajita forrada de satén negro.

-Ahora es oficial, ¿no? No querías ningún anillo hasta que nos comprometiéramos –me recordó Edward, radiante de alegría-. Lo llevé conmigo todo el tiempo, esperando el momento justo para rodear tu dedo con él. Es un poco anticuado, es el que mi padre biológico le dio a mi madre, pero... bueno, me pareció... Ah, qué rayos, yo también soy un romántico incurable, según parece –admitió Edward, sonriendo ampliamente.

Le devolví la sonrisa, sintiéndome más romántica, más cursi y más enamorada que nunca.

-¿En serio lo llevabas contigo todo el tiempo? –musité, acariciando con suavidad la cajita, sin abrirla todavía.

-Sí, quise estar listo a la menor señal de que cambiaras de opinión –asintió, satisfecho de sí mismo-. No tenía esperanzas que fuese tan pronto, pero nunca se sabe, ¿no? Anda, pruébatelo -insistió, ansioso.

Acaricié con suavidad el satén, antes de abrir el estuche con lentitud. Rodeado por raso negro, el anillo de Elizabeth Masen brillaba. La piedra era un óvalo grande decorado con filas oblicuas de brillantes piedrecillas redondas. La banda era de oro, delicada y estrecha, y tejía una frágil red alrededor de los diamantes.

-Supongo que es demasiado anticuado -se disculpó Edward medio en broma-. Está tan pasado de moda como yo. Puedo comprarte otro más moderno. ¿Qué te parece uno de Tiffany's?

-Me gustan las cosas pasadas de moda –musité-. Es precioso.

Con mucho cuidado, lo deslicé por el dedo corazón de mi mano izquierda. Me iba como hecho a medida.

-Te queda perfecto –sonrió Edward, radiante de alegría y satisfacción-. Te hace más hermosa aún. No creí que fuese posible, pero lo es.

-Mentiroso –me reí en broma.

-No miento, es la pura verdad –insistió Edward.

-Estás enamorado, eso no te hace objetivo.

-Ah, pero no soy el único en creer que eres increíblemente hermosa –me respondió él con una sonrisa un poco torcida-. Hasta Jacob lo cree.

-¿Jake cree que soy linda? –repetí, atónita.

-Jake es un ser humano masculino de dieciséis años repleto de hormonas, con ojos en la cabeza, que no puede evitar pensar lo que piensa –se encogió de hombros Edward, aunque pude detectar una nota de molestia en su voz-. No lo hace con mala intención y no es especialmente libidinoso o algo así, pero hay veces que no puedo evitar querer golpearlo.

-Creí que era también tu amigo –comenté, dudosa, y empezando a preguntarme si haber traído a Jake había sido una buena idea. Eché un vistazo al asiento trasero, donde Jake roncaba suavemente.

-Es mi amigo y es un buen chico –asintió Edward, un poco tenso-. No puedo tomarle a mal que te encuentre atractiva, cuando es cierto... pero a la vez, me irrita que te vea así. Me pongo muy celoso, aunque sé que no lo hace a propósito y que te mira de la misma manera que miraría a cualquier otra chica hermosa, pero cuando es mi novia la que mira, la verdad, quisiera castrarlo –gruñó Edward.

Tuve un ataque de risa tan intensa que sin quererlo desperté a Jake.

-¿Huh? ¿Bella, que pasa? –bostezó Jake, adormilado.

-Nada, nada. Vuelve a dormir –le dije, aguantándome la risa. Los labios de Edward también estaban apretados en una tensa línea, tratando a toda costa de aguantar la carcajada.

.

Llegamos tras habernos detenidos sólo tres veces en todo el día y por unos pocos minutos cada vez, para cargar combustible, comprar comida y bebida para nuestros acompañantes humanos, y permitirle a Jake y Ángela ir al baño. También, para que ambos avisaran en sus hogares que estaban bien y a salvo, que sus padres (y en el caso de Ángela, también su novio Ben) no se preocuparan y que estarían de regreso pronto. Llamé a Charlie, aunque calculé el tiempo de manera de dejarle un mensaje en el contestador. Pese a mi vena rebelde, no estaba lista para enfrentarme a él por teléfono. Respecto a Reneé, decidí que era mejor no avisarle de nada hasta que las cosas estuviesen concluidas. Edward le dejó un breve mensaje a Esme en el teléfono, diciendo que estaba bien y que regresaría en cuanto hubiese solucionado un asunto de extrema importancia, sólo que lo dijo en voz tan grave y seria que difícilmente nadie sospecharía que fuese algo positivo lo que tenía por delante. Cuando le pregunté al respecto, me contestó que la intención era despistar.

Habíamos hecho todo el viaje a una velocidad que duplicaba y a veces hasta triplicaba el límite permitido, por lo que llegamos al atardecer a Las Vegas. Fue raro comprobar que en poco menos de veinticuatro horas habíamos completado un viaje que normalmente insumiría tres días.

Esperamos dando vueltas por la ciudad hasta que el sol dejó estuvo lo suficientemente bajo como para que Edward y yo pudiésemos salir sin ponernos en evidencia. Afortunadamente, el Volvo tenía cristales opacos, no tanto como el Mercedes, pero sí lo suficiente como para que Ángela no tuviese que morir o ser mordida tras habernos visto brillar como si fuésemos la publicidad de una brillantina.

Entonces se presentó un problema: Jacob Black legalmente era menor de edad. No cumpliría los dieciocho sino hasta dentro de un año más, por lo que no podría actuar de testigo en la boda, a menos que la aplazáramos. Por suerte, una de las cualidades de los Cullen parecía ser estar preparados para cualquier eventual eventualidad, por muy remota y extraña que fuese. De modo que un rato más tarde, la licencia de conducir de Jake decía que él tenía veinticinco años, algo que de todos modos aparentaba sin problemas. Edward era un genio. No sé muy bien cómo lo hizo, porque yo fui con Ángela de compras.

Aunque ni Edward ni yo estábamos muy preocupados por lo exterior, Ángela parecía sentirse mal por sus ropas comunes, según oyó Edward en su mente, de modo que ella y yo fuimos a comprar un vestido y zapatos para ella, y algo nuevo y algo azul para mí. Tenía el vestido de noche, que al menos era blanco; ya lo había usado toda la noche anterior y todo el día, así que podría considerarse algo viejo. Ángela, amable y emocionada, me prestó su anillo de plata, heredado de su abuela paterna por ser la nieta mayor, de modo que ahí tuve algo prestado. Las dos, entre risitas, elegimos un conjunto de lencería azul que yo me apresuré a vestir. Ya estaba lista, había cumplido con todos los rituales previos, podía casarme. Edward había conseguido las alianzas; Jacob me obsequió una rosa blanca, que tomó el lugar del ramo.

La boda en sí llevó no más de media hora. El encargado enarcó las cejas ante el dispar grupo que formábamos: Edward y yo, vestidos de gala; Jacob, enorme como un ropero, vestido con sus pantalones de vestir, camisa blanca y zapatos; Ángela, con un vestido de fiesta recién comprado y cara de emocionado susto. Esto debía ser lo más cerca que Ángela había estado de algo conmovedor y casi ilegal en su vida, y parecía excitada ante la perspectiva.

Ángela fue la primera en abrazarme y felicitarme con un ahogado "felicidades, señora Cullen" que me hizo sentir en las nubes. Era curioso, porque yo estaba tan centrada en mi nube de felicidad que tenerla tan cerca ni siquiera me causaba sed, o al menos no más que Jacob mismo. Era algo perfectamente manejable, lo cual agradecí mucho. Nada como la novia cometiendo un crimen para arruinar una boda.

Compramos comida italiana para llevar en un restaurante céntrico, además de bebidas, y volvimos a subir al automóvil. Ángela comió su porción; Jake comió su porción, la de Edward y la mía. Charlamos animadamente, y al cabo de varias horas Jacob y Ángela volvieron a caer dormidos, lo cual nos dio a mi marido (¡qué raro era pensar en Edward como mi marido!) y a mí la oportunidad de discutir un par de cosas.

-Es una suerte que estés hecho a prueba de balas, Charlie irá tras tu cabeza –le tomé el pelo-. Si Alice no nos corta en trocitos nada más entrar a Forks...

-Charlie estará furioso, pero comprenderá. Alice... bah, ya se le pasará –comentó Edward con una pizca de desdén al hablar del enfado de Alice-. Me interesa más dónde vamos a vivir. Que vengas a casa sería más cómodo, pero creo que eso podría herir los sentimientos de Charlie, podría hacerle creer que nos casamos para que pudiese huir de él o algo así. Quizás deberíamos instalarnos en tu casa por un año, hasta que llegue el momento de partir a la universidad. Mis padres podrían pagarle a Charlie una cuota para mi manutención...

-¿Qué manutención? ¡Si no causas gastos de comida ni nada!

-No, pero es lo correcto. Además, a Charlie le gustará saber que estás bien, que me tiene vigilado... soy un delincuente a sus ojos desde el momento en que te robé –comentó Edward, sus ojos dorados brillando divertidos.

-Charlie tendrá que hacerse a la idea que fue idea mí que nos fugáramos, que estoy feliz de haberlo hecho y que no me arrepiento ni un poco –anuncié, orgullosa.

-Lo aceptará, pero no creo que sea mala idea ayudarle un poco a sobrellevarlo –opinó Edward-. Seguramente fue mi mala influencia la que te llevó a hacer una locura como ésa, y saber que me tiene vigilado lo hará sentirse más tranquilo. Pero bueno, ¿sabes si hay alguna casa cerca de la tuya que podamos comprar, o alquilar por un año? Sería más cómodo si tuviésemos nuestra propia casa, pero si está cerca de la tuya, mucho mejor.

-No sé, no suelo ocuparme de los bienes raíces de Forks –le respondí, divertida-. Pero no creo que valga la pena instalar una casa por un año.

-Vale la pena en tanto es más cómodo para nosotros, resguarda las apariencias y divertirá a Alice y Esme el poder hacerlo –señaló Edward, sonriente-. Pero no es realmente necesario. Ya veremos cuando estemos allí. Hum, cerca de casa hay una especie de cabaña, la que habíamos acondicionado un poco para los lobos... necesitaría que se la ventile un par de semanas, después de tanto tiempo habitada por licántropos, pero es una opción. Esme puede hacer milagros partiendo de cuatro paredes y un techo, y eso es lo que esa casita tiene...

-Déjalo estar, ya nos preocuparemos cuando estemos ahí –le dije, sin ganas de interesarme por una casa-. O mejor dicho, Esme se ocupará encantada. Conociendo como trabaja, así arregle la casita del bosque o nos construya un palacete, será fantástico e insuperable, de modo que lo dejo en sus manos.

.

La loca alegría fue dando paso a la preocupación conforme nos acercábamos a Forks. No sólo por lo que diría Charlie, también por lo que opinaría el resto del pueblo. Si los cotilleos habían sido terribles cuando Edward y yo empezamos a salir, no quería ni imaginarme en qué se convertirían cuando, tras desaparecer dos días, regresáramos casados. Mi familia política también me tenía preocupada, aunque Edward aseguraba que se lo tomarían con filosofía.

Pero más que todo eso junto, me alteraba el haber dejado a toda la familia expuesta a los Vulturi, sin mi escudo protegiéndolos, y más aún, tras enfrentar a Aro de semejante manera, sólo para después salir corriendo. Si algo, cualquier cosa, les había pasado en este tiempo, no me lo perdonaría jamás...

Era cerca de medianoche cuando, tras dejar a Ángela en la puerta de su casa y a Jake en la frontera del Tratado, Edward y yo seguimos rumbo a su casa. Íbamos serios y callados; aunque no habíamos comentado nada al respecto, creo que a los dos nos preocupaba lo que los Vulturi pudiesen haber hecho en los dos días que estuvimos fuera.

Edward redujo la velocidad del automóvil cuando entramos al camino medio oculto entre la maleza que llevaba a la casa de los Cullen. La tensión dentro del auto era palpable cuando entramos al espacio despejado delante de la casa, casa que estaba completamente a oscuras.

Me cubrí la boca con ambas manos, horrorizada. El caserón nunca me había dado una impresión tan abandonada ni vacía, tan desolada... tan muerta...

Miré hacia Edward, que sólo entornó los ojos. Después, sonriendo de la forma más leve, hizo rugir el motor y dio marcha atrás, como dirigiéndose de regreso al camino.

-¡ESO SÍ QUE NO, EDWARD CULLEN! –aulló alguien desde la oscuridad, y al instante siguiente Alice tenía la cara pegada a la ventanilla del conductor, sus rasgos de duende torcidos en una mueca de furia-. ¡NI SE TE OCURRA ESCAPARTE!

Alguien encendió las luces en el salón, la casa recobró la vida, y ya estábamos rodeados de los rostros felices, aliviados y furiosos, todo a la vez, del resto de los Cullen. Esme nos abrazó ni bien descendimos del auto, llorando y riendo a la vez.

-¡Estuve tan preocupada...! –sollozó, abrazándonos con fuerza-. ¡No vuelvan a hacer esto nunca, nunca más! ¿Me escucharon? ¡Nunca más!

-Lo prometo, mamá –dijo Edward en su tono más arrepentido.

-Lo lamento, Esme, no quisimos hacerte sufrir, en verdad –me empecé a disculpar.

-¡Idiotas! ¿Tienen idea del susto que nos dieron? –nos ladró Emmett, pero sonreía ampliamente. Ya nos había perdonado.

-Por el bien de mi salud mental, por favor no repitan estas jugarretas, tortolitos –gruñó Jasper, que parecía más aliviado que enojado al momento de vernos sanos y salvos ahí.

Rosalie se limitó a mirarnos con el ceño fruncido hasta que Edward hizo una mueca de dolor y masculló un "golpes bajos no, Rosalie. ¡Golpes bajos no!" Esme nos soltó, pero siguió mirándonos todo el tiempo, como si temiera que volveríamos a desaparecer si nos perdía de vista un momento.

-Edward, Bella, espero que tengan una muy buena razón para habernos puesto a todos en semejante estado de agitación –dijo Carlisle con voz helada, y me di cuenta que era la primera vez que lo veía realmente enojado-. Nos preocupamos muchísimo cuando no regresaron a la mañana siguiente, y ese críptico mensaje que le dejaste a Esme no ayudó en absoluto a tranquilizarnos, Edward. Ahora, ¿van a dignarse a decirnos qué pasó?

Aro, Félix y Sulpicia aparecieron un poco más atrás, y se los veía aliviados e intrigados por igual.

-Nosotros... -empecé, sin saber muy bien qué decir, moviendo las manos frente a mí, cuando de pronto todos ahogaron un jadeo. Comprendí demasiado tarde que habían visto la alianza brillar en mi mano izquierda.

-¡No-lo-puedo-creer! –chilló Rosalie, enormemente sonriente.

-¡Ja, bien hecho! –asintió Emmett, radiante.

- No sabía de sus inclinaciones melodramáticas, par de locos, ¿hacía falta tanto show? –musitó Jasper, pero sonreía.

-¡Oh, chicos, es maravilloso! –se emocionó Esme, abrazándonos de nuevo.

-Bienvenida a la familia, Bella –sonrió Carlisle, olvidado el enojo y reemplazado por una enorme sonrisa. También él se unió al abrazo, y tras Carlisle se sumaron Emmett, Rosalie y Jasper con prontitud. Alice estaba cerca de allí, la expresión dividida entre el rencor y el anhelo de unirse.

-Ven, Alice –le dije, sonriendo entre el fuerte abrazo-. Prometo que podrás dar la fiesta de graduación más esplendorosa que Forks haya visto en su historia. Iré y me portaré bien. Te lo prometo.

Alice dudó sólo un momento antes de unirse también al abrazo, radiante.

-Te odio, Bella Cullen, ¡arruinaste mi diversión! –protestó Alice, aunque la promesa de la fiesta de graduación parecía haberla aplacado.

El abrazo se fue soltando poco a poco. Todos estaban sonrientes, aliviados, felices de tenernos de regreso, y por lo que pude ver, encantados con la boda.

Una voz suave, casi hipnótica, hablando en un idioma desconocido por mí llamó mi atención. Ahí, un paso detrás de Aro y Sulpicia, estaban Xiu y Laurent, mirándonos con educada sorpresa. En toda la confusión yo no los había visto de inmediato, aunque debían llevar un rato ahí.

-Xiu les desea la mayor de las felicidades, que no los queme el sol ni los castigue la sombra; que no falte la comida ni sobren las palabras. Es una antigua bendición –explicó Laurent, que nos miraba tan intrigado como la última vez.

-Edward y Bella Cullen, nuestras sinceras felicitaciones y los mejores deseos para su recientemente iniciado matrimonio –pronunció Aro, tomando las manos de Sulpicia, que sonreía emocionada.

-Felicidades –sonrió Félix-. Hacen buena pareja.

-Gracias. Gracias a todos –respondió Edward, inclinando educadamente la cabeza hacia nuestros visitantes. Yo sólo pude abrazarlo, demasiado feliz de saber que pasaría el resto de mi vida a su lado, y Edward respondió el abrazo.

Alice jadeó sorprendida en ese momento. Aro suspiró, y Sulpicia sonrió indulgente.

-Alice, por favor, déjanos dar las noticias nosotros, ¿sí? –le pidió Aro, un poco tajante.

Alice asintió rápidamente, inexpresiva, mientras Sulpicia daba un paso adelante. Ni bien Sulpicia empezó a hablar, Laurent tradujo a la par para Xiu, que escuchaba con toda atención.

-Lo que vimos aquí, sobre todo en los últimos días, nos convenció por completo –dijo Sulpicia, su voz suave y melodiosa-. Comprendemos por fin a qué se refieren al hablar de sí mismos como una familia y no un clan o un aquelarre. Los lazos, los vínculos, son del tipo de amor más intenso y sincero, amor paternal, filial, fraternal –enumeró Sulpicia, paseando la mirada por todos nosotros-. Comprendemos por fin. Los aquelarres, aún los clanes, son los que están sedientos de poder... pero no las familias. Ésta es una familia, lo intuí cuando los vi compartir ese abrazo colectivo al saber las historias de las conversiones de Alice y Bella, y lo sé ahora con toda certeza.

Xiu empezó a hablar con su voz suave, su mirada fija en nosotros, mirándonos con atención algo obsesiva. Laurent tradujo a la par, sus voces creando un contraste musical.

-Toda esta familia tiene un poder, un poder excepcional e irrepetible –describió Xiu, traducida por Laurent-. Tuve un atisbo de ese excepcional poder la última vez que Laurent y yo pasamos por aquí, pero no tuve ocasión de examinarlo en detalle. Ésta vez pasamos todo un día con ellos, y creo haber dado con la clave. Amor –dijo con una expresión sobrecogida, sus ojos borgoña brillando intensamente-. El amor une y reúne a todas estas personas, que sin tener lazos consanguíneos, descubrieron un poder mucho más fuerte e inquebrantable que el parentesco.

Sonreí levemente ante las palabras de la vampiresa asiática. Xiu había dado en el clavo con sus palabras.

-Cuando llegamos, estaban desesperados por la ausencia de dos miembros de su familia, pero no era el temor de perder dos guerreros ni la angustia de debilitarse como clan –narró Xiu, a lo que asintieron Aro y Sulpicia-. Era la angustia de unos padres que no sabían qué había sido de sus hijos, de unos hermanos preocupados por sus hermanos. Esa angustia y ese temor los hizo descuidados, vulnerables, frágiles... pero se consolaban y apoyaban mutuamente, y eso a la vez los hizo más fuertes que nunca.

Miré a Esme, Carlisle, Rosalie, Emmet, Alice y Jasper sintiéndome más culpable que antes. Se habían debilitado, habían bajado la guardia, por estar preocupados por nosotros. Todo por ser tonta y no avisarles a dónde íbamos, por ser caprichosa y estúpida y querer escaparme. Los había preocupado inútilmente, cuando Edward y yo nunca habíamos corrido peligro. Pero ellos hubiesen podido ser atacados en ese momento. Si Aro hubiese querido, los hubiese podido acabar demasiado fácilmente, estando distraídos y preocupados, ¡hubiese podido desencadenarse una verdadera tragedia...!

Reprimí ese pensamiento. Nada había pasado, afortunadamente, aunque de todos modos, la próxima vez que estuviese por tomar una decisión así de decisiva y seria, me aseguraría de avisarle a al menos uno de ellos, para que no se preocuparan...

-Toda la familia conforma y posee este poder tan extraordinario –siguió Xiu tras una breve pausa-. Ninguno de ellos lo tiene por separado, sólo se manifiesta cuando están todos juntos. Es el deseo de ser mejores, de ser buenos, de hacerse merecedores del amor de los demás miembros de la familia. Es la fortaleza de seguir adelante con esta concepción de vida tan extraña... ninguno de ellos resistiría mucho tiempo estando solo, es la unión la que les da la fuerza.

Quise rebatirle eso, decirle que Carlisle había resistido perfectamente estando solo, pero tuve que admitir para mí que incluso él se había sentido solo y desanimado, lo suficiente para convertir a Edward en primer lugar.

-Posiblemente sea la dieta de animales, que los vuelve más calmados –comentó Laurent ahora, mirándonos como si fuésemos alguna fascinante especie de bichos recién descubiertos-. Quizás la antigüedad ayude a hacerlos más pacíficos. Tal vez es el trato con humanos el que los vuelve tan... afectuosos. Pero es algo que nunca antes había visto, en ningún lugar del mundo, y créanme que visité unos cuantos.

-Comprendemos ahora que es verdad lo que la joven Bella me dijo hace dos días –musitó Aro, mirándome con el mismo respeto con que se dirigía a Carlisle desde que lo había visto trabajar en el hospital-. Somos vampiros, pero hay poco más que tengamos en común. Por sorprendente que pueda parecer, esta familia en verdad no persigue el poder, pudiendo tenerlo. No desea gobernar, teniendo los medios para hacerlo. No ansía el respeto ni la fama, teniéndolos al alcance de la mano.

-Lo que persiguen, desean y anhelan es una existencia tranquila –siguió Sulpicia, mirando a Esme y Carlisle, que escuchaban el veredicto tomados de las manos-, sin luchas –dijo, posando su mirada en Jasper y Alice, que habían entrelazado los dedos de una sola mano-, en paz –añadió, contemplando a Rosalie y Emmett, cada uno de ellos rodeando la cintura del otro con un brazo-, sin miedos –completó, observándonos a Edward y a mí; yo tenía los brazo alrededor del cuello de Edward, y él rodeaba mi cintura con sus brazos.

-Si eso es todo lo que buscan, se lo concederemos –sonrió Aro ampliamente-. No tomaremos medidas contra esta familia, que dejó en claro su absoluto respeto por las leyes... y lo buenos anfitriones que son. Queremos, eso sí, recompensar su hospitalidad con un pequeño gesto. Carlisle, mi caro amigo, ¿querrías acercarte por favor?

Carlisle se acercó hacia Aro, con gesto cuidadoso que se volvió aturdido al cabo de un momento.

-Aro, por favor, no hace falta... no fue por eso que te invitamos... -farfulló.

-¡Oh, pero quiero hacerlo! –dijo Aro, sonando extrañamente feliz.

Aro levantó el brazo derecho y tocó primero el hombro derecho de Carlisle, luego el izquierdo y por fin su coronilla. Carlisle había inclinado la cabeza, si era por vergüenza o solemnidad, no sabría decirlo.

-Carlisle Cullen, por el poder que me ha sido conferido, en vista de los favores prestados al mantenimientos del secreto de los vampiros, elevo tu rango, de Conde a Marqués –dijo Aro con voz profunda, solemne.

Miré a Edward, tratando de dilucidar por su expresión si estaba tan sorprendido como yo, y me consoló un poco notar que sí. Edward estaba total y completamente aturdido. Sulpicia, sonriendo ampliamente, se dirigió a Esme, que se había quedado un paso más atrás, patidifusa.

-Supongo que el querido Carlisle, siempre tan modesto, nunca te contó que durante su primera estancia en Volterra, hace ya tantos años, mi marido lo nombró Conde –comentó alegremente.

-No lo hizo –confirmó Esme, los ojos enormemente abiertos-. ¡Llevo más de medio siglo siendo Condesa, y yo sin saberlo!

-¡Ahora eres Marquesa, nada menos! –se alegró Sulpicia, y acercándose a la recientemente nombrada marquesa, la tomó de las manos-. Milady Esme, tienes que prometerme que me visitarás en Volterra. ¡Echaré de menos la calidez de tu familia! Más adelante, cuando puedas tomarte una pausa, irás a verme, ¿no es cierto?

-Sí, claro que sí... mi amiga –sonrió Esme, y al segundo siguiente ambas estaban compartiendo un fraternal abrazo.

-Todavía nos queda pendiente la revancha –le decía Félix a Emmett, con una palmada en el hombro-. Sólo espera cien o doscientos años, dame un poco de tiempo a practicar, y verás cómo rompo tu orgullo en el próximo partido.

-"Un poco de tiempo", por supuesto, ¡todo el que quieras! –dijo Emmett en tono burlón, pero me pareció notar que él tampoco tenía apuro por volver a tener a los Vulturi por aquí-. Tómate los siglos que creas necesarios, de todos modos voy a aplastarte, así juguemos mañana o en quinientos años.

-¡Carlisle, que alegría poder despedirnos en paz! –estaba diciendo Aro, sacudiendo la mano de Carlisle con energía-. Tendrás que venir a visitarnos a Volterra, ¡Marcus casi pareció interesado cuando les conté de tu familia!

-Si algo consigue casi interesar a Marcus, tendré que ir a verlo –sonrió Carlisle-. Pero no creo que sea pronto, tenemos una coartada muy delicada que mantener por aquí.

Me tomó un minuto caer en la cuenta que estaba presenciando una despedida. Estaba como aturdida. La absolución me había tomado bastante por sorpresa, pero esta despedida, tan amigable, era más de lo que mi mente podía procesar por el momento.

Y de pronto, Aro, Sulpicia y Félix estaban diciendo adiós, prometiendo escribirnos y asegurándonos que podíamos volver a respirar tranquilos, que no corríamos peligro de recibir una visita de la Guardia. Todo era tan irreal que me pellizqué para ver si estaba soñando o delirando o qué, pero no sólo desperté, sino que recibí un apretón de manos de Aro, otro de Félix y un beso en la mejilla de Sulpicia.

-Felicidades una vez más, Edward, Bella, les deseamos de corazón una vida feliz juntos –sonrió Sulpicia, y en verdad sonaba más como una tía orgullosa que como una majestuosa reina que se rebaja a dar su bendición.

-Muchas gracias, Sulpicia –dijo Edward educadamente, antes de añadir con más fervor en la voz-. Muchas gracias por todo lo que hizo por nosotros.

-Yo no hice nada excepcional, jóvenes –sonrió ella con entendimiento.

Por un momento creí que estaba perfectamente al tanto de todas nuestras maquinaciones y que las contemplaba con una sonrisa de benigna complacencia, como quien sonríe ante las gracias de un bebé. Fue sólo un momento que ese pensamiento relámpago pasó por mi cabeza, pero fue suficiente para darme un buen susto.

-Si quieren verlo de esta manera, fue el tener a una familia tan excepcional lo que los salvó de un camino que, creo yo, haría mucho más difícil para ambos el obtener la paz espiritual –siguió diciendo Sulpicia, y no me cupo duda que si no sabía con seguridad, al menos sospechaba con bastante exactitud, de nuestras intenciones al invitarla a venir junto a su marido, y lo tomaba con simpatía.

-¿Estamos listos? –preguntó Félix, ya desde el asiento del chofer del mismo automóvil importado, carísimo y lujoso hasta lo obsceno, que los había traído a la casa.

Aro y Sulpicia asintieron y entraron al vehículo. Xiu y Laurent, un poco alejados de mi familia, compartieron una larga mirada antes de intercambiar unas palabras en un idioma desconocido para mí. Chino mandarín, probablemente.

-¿Lo pensaron bien? ¿Están seguros de que no quieren? –le preguntó Aro a Laurent y Xiu, con la misma mirada anhelante y hambrienta que nos había dirigido a nosotros la primera vez que nos vio.

El moreno y la asiática se miraron otra vez largamente antes de esbozar una sonrisa y asentir.

-¡Maravilloso, maravilloso! ¡Estupendo! –sólo faltaba que Aro empezara a aplaudir para hacer su alegría otro poco más manifiesta-. ¡Entren, siéntense, por favor! ¡Sean bienvenidos! Me alegro tanto de que hayan aceptado...

Hubo miradas de comprensión y entendimiento entre mis familiares. También a mí me había quedado en claro que difícilmente Aro se iría con las manos vacías, pero el que estuviese feliz con llevarse a dos nómadas que eran prácticamente unos desconocidos para mí, me alegraba y tranquilizaba enormemente. Sólo con Xiu, Aro estaría entretenido un siglo o dos; eso lo mantendría alejado de volver a intentar llevarse consigo a la familia o parte de ella, espero.

El auto fue puesto en marcha una vez que todos estuvieron acomodados adentro, y los Vulturi se alejaron, saludando con la mano mientras se perdían de vista a lo lejos.

Incluso cuando el motor dejó de oírse y sólo la calma más completa, el silencio de las horas frías que preceden al amanecer, pudo oírse, fue que volví a moverme.

-¿Acabó? –pregunté en voz baja, aunque mi voz sonó como un rugido en medio del silencio sepulcral-. ¿Se fueron? ¿En serio?

-Sí, se fueron –confirmó Edward, tanto o más asombrado.

-Se fueron. No están. Vuelven a Italia –murmuró Esme, como si intentara convencerse.

-Resultó que no eran mis padres biológicos después de todo –suspiró Alice teatralmente.

De alguna manera, su broma consiguió romper la tensión, haciendo que todos empezáramos a reír, a abrazarnos y a llorar sin orden ni concierto, todavía demasiado shockeados y asustados como para pensar coherentemente. Me aferré a Edward con energía, y él me devolvió el abrazo apretadamente.

Nos acercamos poco después hacia donde estaba Esme, que lloraba y temblaba como una gelatina, al borde del shock nervioso. Habían sido demasiadas emociones en los últimos días para todos, pero para Esme y su eterna preocupación maternal, primero por Edward y por mi, y después por que los Vulturi se llevaran a alguien, debía haber sido mucho peor.

Carlisle la abrazaba con delicadeza, mientras acariciaba su espalda y le hablaba en voz baja, tranquilizante. También él parecía más joven y vulnerable, el alivio parecía haberlo dejado débil de alguna manera. Me limité a abrazarlos también, con firmeza, dejando en claro que estaba ahí, pero también con cuidado de no lastimar. Edward se unió al abrazo, y pronto Emmett, Rose, Jasper y Alice también estaban apretándose a nuestro alrededor.

Esta catarsis emocional duró un largo rato, hasta que todos estuvimos recuperados de la montaña rusa en que nuestras vidas se habían convertido últimamente. Por fin, nos fuimos soltando lentamente.

-Tenemos que ir a hablar con Charlie –suspiré, mirando a Edward-. Él también debe estar preocupado.

-Preocupado y enojado, aunque cuando habló con Reneé ella le dijo que no sabía de qué se sorprendía –nos informó Esme, sonriendo levemente-. Parece que tu madre esperaba algo así desde que estuvo aquí. Ella admitió que esperaba la invitación a una boda y no una fuga, pero que no dudaba que estarían bien y que regresarían en una semana, acabada la luna de miel, o cuando se les acabara el dinero. Lo que ocurriera primero.

Hubo risas y comentarios al respecto. Alice no reía, sino que observaba mi atuendo con ojo crítico. Al observarme yo caí en la cuenta que seguía llevando el vestido blanco de noche, la joya de los Vulturi, los zapatos y lo que quedaba del peinado sofisticado.

-¡Todavía no me puedo creer que te casaste con un vestido tan común, sin una fiesta, sin invitados, y peor aún: que tus padres todavía no saben nada! –masculló Alice, sacudiendo la cabeza.

-Lo de la falta de fiesta fue idea mía; el vestido era blanco, de modo que no acepto quejas; tuvimos dos invitados, ya que nos llevamos a Jacob y Ángela Weber como testigos... -empecé a enumerar, a lo que Alice me interrumpió, enojada.

-¡Lo hicieron a propósito! –nos acusó, señalándonos con un dedo, rabiosa-. ¡Se llevaron a Jacob sabiendo que yo sería incapaz de ver a dónde se dirigían mientras él estuviese cerca! ¡Traidores!

-Alice, no es cierto –la contradije-. Le dije a Edward que apagara el teléfono para que no pudieses localizarnos, pero me llevé a Jacob porque en verdad quise, porque es mi mejor amigo y porque era el más apropiado para lo que iba a pedirle que hiciera por mí, no sólo para molestarte. Me importas, pero el mundo no gira exclusivamente a tu alrededor –le señalé con un poco de sorna.

-¡Pero casarse ahora! –se quejó Alice de nuevo, mientras los demás hacían ademanes de impaciencia-. ¿No querías esperar hasta acabar la carrera?

-Estábamos listos –dije yo, convencida-. A veces, la juventud o el tiempo que llevan saliendo dos personas, no tiene nada que ver. Una pareja debe casarse cuando esté lista, ni antes ni después. Nosotros estuvimos listos en la noche del trece de septiembre, y nos casamos al día siguiente.

-Alice, no molestes. Puedes ponerte de cabeza y gritar hurra con los pies si quieres, pero Bella y yo estamos casados, y nada de lo que digas o hagas cambiará eso –le dijo Edward con firmeza y una pizca de petulancia.

Alice siguió quejándose y refunfuñando, pero eran quejas por la fiesta que se había privado de dar, más que otra cosa. Era la única que no sonreía ahora, todos los demás nos miraban felices.

-Si te sirve de algo, cumplí con la regla de lo viejo, lo nuevo, lo azul y lo prestado –le dije, intentando disipar el malhumor de Alice-. Tenía el vestido, que contaba como viejo; Ángela me prestó un anillo. También compré algo nuevo y azul, de modo que estaba todo en regla.

-No veo que estés usando nada azul –observó Emmett, contemplándome de pies a cabeza.

-Porque es algo que sólo pienso mostrarle a mi marido –le sonreí, rodeando el cuello de Edward con los brazos, mientras a nuestro alrededor la familia reía divertida. Edward tenía los ojos muy abiertos, con expresión algo avergonzada, pero hambrienta, mientras colocaba sus brazos alrededor de mi cintura.

-Iremos a hablar con Charlie, desde luego, pero después, si tengo que seguir esperando a ver eso nuevo y azul voy a sufrir yo una combustión espontánea antes –admitió en un murmullo ronco-. ¿Qué te parece una luna de miel relámpago de un fin de semana? Podríamos tomarnos el lunes, excepcionalmente.

-¡Me gusta la idea! ¿A dónde iríamos?

-Donde quieras –respondió Edward, loco de entusiasmo, levantándome y empezando a dar vueltas, haciéndome girar-. ¿Te gustaría visitar Europa? ¡París, Londres, Roma! ¿O quizás Sudamérica? ¿Tal vez México? Un poco soleado, pero podemos intentarlo. ¿China? ¿La India? ¿Rusia? Quizás mejor algo más cercano, así no perdemos tanto tiempo viajando. ¿Conoces Canadá?

-Calma, amor –me reí, encantada con su energía-. Canadá estará bien. ¿Podemos salir mañana? Tengo mi pasaporte listo, eso no es problema.

-¡Perfecto! –exclamó Edward, dejándome en el suelo-. ¡Podemos salir hoy mismo! ¡Pomos ir ahora...!

-Ejem, Edward, no te olvides de visitar a tu suegro antes –le recordó Carlisle.

-Vayan a ver a Charlie, el pobre necesita un poco de paz, y díganle que finalmente conservamos la tutela de Alice, el tema lo tenía preocupado también al buen hombre –señaló Esme, sonriente-. Luego pueden ir directamente al aeropuerto de Seattle. Les reservaremos los pasajes mientras hablan con Charlie, así pueden partir a su luna de miel antes que todo Forks se entere. Ya nos contarán detalles de su escapada y eso cuando regresen.

-¡Pero antes se cambian de ropa! –ordenó Alice-. ¡No quiero ni creer que usaron eso dos días seguidos! ¡Y así no pueden tomar un avión, de todos modos!

Todos nos reímos, felices y aliviados de estar en casa, y de que todo estaría así de bien, en paz y sin problemas. Entramos todos en casa, que se sentía más hogareña que nunca. La familia se desparramó por ahí, dejándonos un poco de tranquilidad.

-Charlie tendrá que arrestarme –musité mientras me quitaba el collar-. Sentirse tan feliz tiene que ser ilegal.

-Nos tendrá que arrestar a los dos –opinó Edward, tomando el collar de mis manos y volviendo a colocarlo en la caja, de donde tiene pocas posibilidades de volver a salir-. Si es un delito, somos cómplices.

-Cambiémonos cuanto antes, tengo curiosidad por conocer Canadá... y muchas ganas de ir a disfrutar de nuestro matrimonio en toda su extensión –admití.

-Tus deseos son órdenes para mí –respondió Edward, entusiasmado-. Además que también son mis deseos, de todos modos. Esta luna de miel será fantástica.

Nuestros planes quedaron sellados con un beso.

Continue Reading

You'll Also Like

27.9K 1.5K 36
Nunca sabes de quién te vas a enamorar,solo se que ella es mi alma gemela y no la perdería por nada.
92.2K 5.3K 43
Caitlin Snow una chica hermosa de 20 años, es una experta e inteligente bioingeniera, perdio a su prometido Ronnie en un accidente con el acelerador...
94.4K 3.8K 28
lucy fue maltratada por el gremio , dejándola muy mal herida, con todas las fuerzas que saco se levanto y fue halar con el maestro, el triste la dej...
428 61 27
Todos los personajes nuevos y antiguos de Marvel. Villanos siendo héroes, personajes principales , Loki, Sylvie, Dar-Been,los seis vengadores, Stephe...