Chispas de Salamandra

By saherrer

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Disponible en formato electrónico en Amazon a partir del 01/03/2016 Toda la información en mi página web PREC... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 2: Nuevos amigos

Capítulo 1: Inicios

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By saherrer

Tras el incidente, como todos lo llamaban, la familia de Blossom junto con ella, volvieron a sus orígenes. A Adarathiel, el reino de las hadas.

Nadie había creído la absurda e imaginativa historia de la joven hada. Sólo vieron la imprudencia de dos adolescentes y un terrible accidente que le había arrancado las alas a Whanthem.

Sus padres decidieron que era hora de volver y que Blossom recibiera una educación apropiada, poniendo punto y final a esa rebeldía.

Ella sabía muy bien lo que había pasado y vivía aterrorizada ante la idea de que la Salamandra volviera para cumplir su amenaza.

Pero ahora se enfrentaba a nuevos retos y viejos miedos. Rara vez había vivido en la ciudad de las hadas, prácticamente se había criado en el desierto y aquellos vaporosos vestidos, las bailarinas, o ver la lluvia caer sin que nadie se encargara de recoger la máxima cantidad de agua, eran cosas extrañas para ella.

El uniforme de la escuela de Alathurelma consistía en unas mallas con un vestido por encima en tonos dorados y unas bailarinas con cintas atadas en el tobillo.

Se sentía desprotegida sin el traje típico del desierto así que cogió la cazadora que a veces llevaba cuando era de noche, con una capucha.

Era de tono oscuro y junto con el uniforme, era un contraste muy marcado.

Cogió la bandolera donde llevaba el material escolar y bajo a desayunar.

Allí le esperaban sus padres.

—... recuerda, debemos mostrarnos firmes —decía su madre.

Él asentía.

—... y procurar que... —siguió él.

—Hola —dijo Blossom cogiendo un par de tortitas.

—¿Nerviosa por tu primer día? —preguntó su madre.

Se encogió de hombros pero estaba aterrada, era un mundo desconocido para ella y parte de su vena aventura murió tras el incidente, detestaba las cosas nuevas y tenía miedo.

Deseaba poder volver a estar en las montañas.

—Creo que llego tarde —dijo con la tortita a medias—. Luego os veo.

—¡Vuelve pronto! —fue lo último que gritó su padre antes de que ella cerrara la puerta bruscamente.

Aquel mundo verde de árboles y casas al descubierto en sus copas con puentes, era muy diferente.

Suspiró y comenzó a andar por el jardín hasta la pasarela. Dio los primeros pasos por el puente.

Al mirar al suelo, volvió a sentir ese pánico que le recorría el cuerpo dejándole un sudor frío. El suelo se acercaba y empezó a marearse. Alguien le empujó pero no se fijó quién fue pero le sirvió para apartar la mirada y soltar la barandilla que agarraba con fuerza. Camino lentamente hasta llegar a Alathurelma, el instituto. Al menos había tomado el puente con barandilla.

Al llegar a los jardines, estaba lleno de jóvenes de distintas edades, charlando despreocupadamente.

Se sentía fuera de lugar, con esa ropa a la que no estaba acostumbrada y no sabía cómo comportarse.

Caminó con inseguridad y entró en el edificio de tonos dorados con cristaleras de múltiples colores.

Con los papeles en una mano, y tras preguntar en la conserjería, llegó a su primera clase. El curso ya había comenzado así que iba a tener que esforzarse para recuperar lo perdido.

Las alumnas fueron entrando al aula acompañadas de miradas curiosas y cuchicheos, agachó la cabeza Blossom mientras sacaba sus cosas de la bolsa, deseando ser invisible a pesar de destacar por su pelo rojo y por su chaqueta.

Se libró de incómodas presentaciones ante toda la clase en cada asignatura pero allí dónde fuera, todas le miraban y susurraban. Cuando se terminaron las clases de la mañana, le tocaba una cita con la directora antes de ir a comer a casa.

Con paso resignado, fue hasta el despacho dónde le aguardaba la directora Liraley, cuyo aspecto era intimidatorio, de amazona. Su pelo al igual sus ojos eran oscuros como la noche, de tez tostada y porte regio.

—Siéntate por favor —pidió Liraley.

Blossom obedeció y empezó a juguetear con la correa del bolso.

La directora cogió una carpeta que la joven hada supuso que era un expediente. El suyo.

—Blossom, cómo imaginarás, estoy al tanto del incidente que surgió con los Awnën y aquí no toleramos una conducta rebelde ni mentiras tan imaginativas como contaste sobre una Salamandra —dijo mientras juntaba las manos—. Tu mejor amigo sufrió un terrible accidente y estás conmocionada, en Alathurelma te daremos una segunda oportunidad pero no más, espero de tu conducta que sea ejemplar y estarás obligada a ir al psicólogo del centro una vez por semana. Es tu último curso, aprovéchalo.

Blossom tragó saliva y asintió en silencio, luego miró a Liraley a los ojos.

—Lo haré —pero ella sabía muy bien lo que había pasado en aquel volcán y por mucho que lo negaran el resto, sabía que había sucedido.

—Puedes irte.

Salió de allí llena de rabia y con lágrimas en los ojos. Volvió a casa para la comida. Encontró una nota de sus padres disculpándose por no estar a la hora y la comida hecha lista para calentar.

Se enjugó las lágrimas y puso a calentar un plato para ella sola.

Acudió a las clases de la tarde, todavía no había hablado con sus compañeras de clase, con su magia de fuego ya iba atrasada y no sabía qué hacer con las prácticas de vuelo.

Cuando llegó a la temida clase, estaba nerviosa y la profesora daba una impresión bastante amenazante, severa e inflexible.

Se presentó como Caroline La Fleur, un pelo oscuro recogido en una coleta prieta pero se le escapaban mechones dándole un aspecto de león. Sus ojos azules eran distantes, con una piel pálida y elegante. Las alas de la sílfide eran anaranjadas y todo el conjunto hacía recordar a un león al acecho.

—Quiero que deis cinco vueltas entorno al recinto, no quiero remolones, señoritas —advirtió con gesto firme—. Desplegad las alas, en formación... ¡Ya!

Todas las chicas se pusieron en fila y desplegaron las alas antes de saltar con una elegancia que envidió Blossom desde el primer momento.

Cuando le tocó a Blossom, retrocedió y le cedió el turno a la siguiente.

—Salta tu primero, ahora voy —insistió ella.

—Está bien —dijo la chica con inseguridad.

Ella se quedó a solas con La Fleur, se acercó al borde y miró hacia abajo, apoderándose de nuevo aquel terror que también conocía.

—No puedo —reconoció Blossom—. No puedo hacerlo.

La Fleur miró extrañada a la alumna, cruzó los brazos.

—¿Exactamente por qué no puedes hacerlo?

Blossom optó por decir la verdad.

—Tengo miedo —dijo temblando—. Siempre lo he tenido.

—¿Me estás diciendo... que nunca has volado? —preguntó con incredulidad la profesora.

Ella asintió, notando cómo las lágrimas empezaban a asomar.

—Has estado en el desierto y has escalado montañas, ¿no es así? —insistió La Fleur.

—Sí, pero no es lo mismo...

La Fleur resopló.

—Sí es lo mismo, no sé la razón por la cuál te da tanto miedo volar pero no escalar, no puedes decir que es vértigo.

—Me aterra saltar al vacío —siguió Blossom.

La Fleur se quedó pensativa unos instantes.

—Obviamente no puedes saltar y volar, tus músculos de las alas estarán atrofiados —dijo—. Te voy a ayudar a fortalecerte, pero Blossom, tienes que tener en cuenta que si quieres terminar los estudios y ser un hada, debes volar.

Con un simple gesto, le indicó que le acompañara de vuelta al interior de la torre.

—Me darás la razón en que vas a tener que empezar a entrenarte desde cero, con los mismos ejercicios que los niños se ven obligados a hacer —-le informó su profesora.

Ante la evidente mueca de humillación, La Fleur prosiguió más fríamente.

—La única culpable eres tú por evadirte de tu responsabilidad como hada y dejar de lado el cuidado de tus alas —luego entraron a una sala.

Allí había múltiples máquinas de ejercicio, todos para fortalecer las alas, se dirigieron hacia una de ellas que consistía en una silla para monturas grandes que se elevaba y se situaba enfrente de un ventilador enorme.

—Deberás hacer un recorrido por toda la sala hasta llegar aquí, no puedo descuidar al resto de mis alumnas pero te ayudaré siempre que pueda —le indicó—. Ahora probemos tu equilibrio.

Le pidió que se subiera a la silla.

Blossom se sentó y luego se tumbó para coger los amarres de delante y situar los pies atrás.

—Este ejercicio sirve para aprender a moverte con las corrientes de aire y aprender a equilibrarte. Despliega ahora las alas —le ordenó mientras subía a Blossom y conectaba el ventilador.

Ella obedeció, desplegando sus alas rojas y negras. Estaba nerviosa y realmente no quería defraudar a La Fleur que se había mostrado tan compasiva con ella.

El ventilador se puso en marcha y notó la fuerza del aire que generaba en dirección hacia ella, no se lo esperaba y sus alas no estaban acostumbradas a ello. Intentó moverse pero notó cómo se resbalaba de la silla y cayó al suelo con un grito.

—Estaba muy fuerte el ventilador —se quejó Blossom.

—Estaba al mínimo —le informó La Fleur muy seria—. Creo que por hoy es suficiente, reunámonos con el resto de la clase.

Blossom se sintió decepcionada y agachó la cabeza.

Al finalizar la clase, en vez de mezclarse con el resto y charlar animadamente, una vez más se quedó atrás, completamente avergonzada.

Casi tropezó con una de sus compañeras que le esperaba fuera.

—Eres la nueva, ¿verdad? ¿Blossom? —preguntó la chica.

Tenía el pelo castaño de una tonalidad intermedia, completamente liso, que dependiendo de la luz, tenía reflejos dorados. Tenía los ojos verdes y un lunar en medio de la mejilla, con unas finas cejas, pestañas cortas, una nariz redonda y unos labios finos.

—Sí, soy yo —fue toda la respuesta, la reconoció de la fila, la chica que le había pedido que saltara antes que ella.

—Soy Blodwen —se presentó con una sonrisa, su voz era alegre—. Creo que no me recuerdas, una vez en el Mes Blanco pasamos las fiestas juntas, aquí.

Lo recordaba vagamente, había sido cuando era muy pequeña.

—No sé... —empezó.

—Vale, no te acuerdas, da igual, éramos unas crías, todavía me acuerdo cuando prometimos ser mejores amigas para siempre —fue acompañado de una risa—. Ha sido una sorpresa volver a verte, ¿dónde has estado estos años? Que pregunta más tonta, con tus padres de expedición...

No paraba de hablar y Blossom no sabía cómo o cuándo contestarle hasta que apareció otra compañera de clase.

—Blodwen, en serio, alguien debería coserte la boca, nunca sabes cuándo callar —dijo la chica.

Blossom supo de inmediato, simplemente por su aspecto, que la nueva chica era una lamia. Tenía el pelo rubio muy claro con los característicos ojos azules casi blancos y una fila de diamantes por cejas a cada lado de la cara.

También poseían las lamias unos afilados colmillos y unas alas tan negras como la noche. Circulaba así mismo el rumor de que podían transformarse en serpientes gigantescas.

—Hola Cinzia, sólo me ponía al día con mi amiga —explicó Blodwen.

Cinzia dio un repaso a Blossom con la mirada, a la joven salamandra cada vez le gustaba menos la actitud de la lamia.

—Así que tú eres la nueva, la chica del desierto, la que se esconde —dijo la lamia.

—Sí, esa misma —respondió Blossom—. Mis padres investigaban los volcanes de allí.

—¿Y es la primera vez que estás aquí?

Blossom asintió.

—Entonces pronto descubrirás que Alathurelma es muy distinto de donde estudiabas —luego se dio la vuelta—. Mañana nos vemos y cuidado de con quién hablas.

Cuando Blossom y Blodwen se quedaron a solas, la joven salamandra miró confundida a su compañera.

—¿A qué venía eso?

Blodwen resopló.

—Muy sencillo, Cinzia es la abeja reina del instituto, la chica más popular y a la que todas adoran —explicó—. ¿Nunca ha habido populares y marginados donde estudiabas?

Ella negó con la cabeza.

—Para empezar, mis padres me daban clases particulares y por terminar, allí todos eran iguales, toda la comunidad, era trabajo en equipo —añoró por un instante su antiguo hogar.

—Lo siento pero esto es así y vas a tener que aprender pronto las reglas —le advirtió—. Vamos, B, no pongas esa cara, aunque yo sea uno de los bichos raros, soy tu amiga.

—¿B?

—Así te llamaba y tú a mí Wen —intentó recordarle.

Blossom sonrió por primera vez en mucho tiempo.

Nada más llegar a casa se puso con los trabajos que eran más bien muchos, en las asignaturas básicas no iba tan retrasada como en un principio pensaba pero la parte de la magia, el control de su elemento en particular, le costaba y notaba que estaba bloqueada.

Probó a hacer diversos ejercicios básicos para principiantes pero todos acababan en una débil llama que se apagaba. Frustrada, dejó a un lado los apuntes y se tumbó en la cama.

Cogió de la mesilla su esfera de cristal, que servía también para comunicarse con otras personas, con unos movimientos determinados, transformó en un rectángulo casi plano de cristal semitransparente, era como un mini portátil.

Se vio tentada a llamar a su amigo Whanthem pero en el último segundo dudó con el dedo a escasos milímetros de hacer la llamada. Lo retiró y volvió a transformarlo a su forma original. No estaba preparada para volver a hablar con él. El sentimiento de culpa era demasiado grande y abrumador y todavía no podía afrontarlo.

—¡A cenar! —avisó su madre desde el piso de abajo.

Se frotó la cara, por costumbre se había puesto un top y unas mallas oscuras, una ropa que solía usar en las cuevas. Bajó la escalera de caracol y entró en la cocina. Empezó a poner la mesa.

Su madre miró por encima del hombro a su hija mientras terminaba de hacer la cena.

—Cariño, ¿no deberías ponerte la ropa normal de Adarathiel y acostumbrarte a ella?

Blossom se encogió de hombros.

—Me gusta esta ropa, es cómoda y práctica —respondió ella.

—No estoy hablando sobre si es práctica la ropa o no sino sobre adaptarse a donde vivimos —le reprochó su madre—. Y no lo estás haciendo.

La joven salamandra dejó bruscamente los últimos cubiertos en la mesa con furia. Su padre entró y puso lo que faltaba.

—Tu madre tiene razón, dale una oportunidad a lo que tienes ahora en el armario.

Se sentaron en las sillas una vez servida la comida en la mesa.

—No me parece bien pasar página cómo si no hubiesen existido todos esos años en el desierto —siguió enfurruñada ella.

—No te estamos pidiendo que olvides lo que has aprendido allí —dijo su padre mientras cortaba pan.

La cocina era más grande al igual que el resto de la casa de la que habían tenido en las cuevas. Todo era de madera clara, adaptada al árbol donde vivían cómo si formara parte de la planta, con grandes ventanas para ver el bosque y balcones para pasar el rato.

Los muebles eran de diseños antiguos, cómodos y confortables, con camas mullidas.

Todo era demasiado blando y suave, demasiado decorado.

—No tengo más hambre.

Se levantó y recogió sus cosas para luego dirigirse de nuevo a su habitación. Estaba decorada de forma muy minimalista y se negaba a poner más cosas de las que tenía.

Volvió a tumbarse en la cama, intentando encontrar una postura en la que estar cómoda a pesar de sentirse como si se hundiera en un agujero.

Movió las alas hasta quedarse de lado y cerró los ojos.

Le costó mucho poder dormirse.

Soñó que estaba de nuevo en el desierto y corría de forma suave sin apenas apoyar los pies en la arena para no atraer la atención de las bestias que se ocultaban bajo suelo.

Estaba con su mejor amigo y ambos reían.

Pronto todo cambio para dar paso a la montaña, al volcán. Con un gran ruido, explotó y empezó a descender la lava mientras llovía ceniza.

Al girarse, ya no estaba Whanthem sino Blodwen, completamente ensangrentada.

—Es tu culpa, B, todos tus amigos acaban mal —respondió ella.

—Eso no es... —empezó Blossom pero era cierto, era su culpa.

El volcán volvió a escupir más magma y sólo se escuchó la voz de la Salamandra.

—Voy a por ti.

Antes de despertar bruscamente Blossom de supesadilla, hubo un temblor mínimo en el desierto que nadie detectó.94��u��c�

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