Cruzados -El infierno en la T...

By TheAngelicalMadness

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Un hombre, quien vive en medio de la nada, se despierta debido a unos extraños ruidos, por lo que decide inve... More

Capítulo 1 -Invasores de la noche-
Capítulo 2 -Al otro lado de la puerta-
Al otro lado de la puerta (parte 2)
Capítulo 3 - Unos días en el Limbo
Capítulo 5 -La Huida (Primera parte)
Capítulo 5 -La Huida (Segunda parte)
Capítulo 6-¿A salvo? (Primera parte)
Capítulo 6-¿A salvo? (Segunda parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Primera parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Segunda parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Tercera parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Cuarta parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (quinta parte)
Capítulo 7- Un merecido descanso (Sexta parte)
Capítulo 8 - El Juicio
Capítulo 9 - Paria
¡REQUIERO OPINIONES!
Trailer
Capítulo 10 - FirestormCore

Capítulo 4 - Una vela en la oscuridad

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By TheAngelicalMadness

Capítulo 4

Mi visión estaba borrosa y un agudo sonido penetraba mis oídos. Las pisadas de mi enemigo se escuchaban lejanas, como si mi cerebro fuese una enorme catedral vacía y retumbasen en sus muros. La oscuridad se iluminaba por las llamas del combustible encendido que se había dispersado, las cuales comenzaban a impregnar las casas que no habían ardido por completo, trepar por sus techos, para alzarse triunfantes antes de que se derrumbasen las maderas. Podía ver las pezuñas negro azabache del gigantesco ser, cada una del tamaño de mi cabeza, iguales a las de un caballo, excepto porque la herradura sobresalía y trepaba por el casco formando diversos arabescos.

El vehículo comenzó a ser levantado, lentamente. Comencé a palpar desesperadamente el cinturón de seguridad, pero la sangre en mis manos hacía que se resbalase. Finalmente pude desengancharlo, para terminar deslizándome hasta el suelo. El vehículo voló por los aires, propulsado por la fuerza del gigante y derribó varias paredes a su paso. Gracias al reflejo del fuego sobre su piel, su aspecto era diez veces más temible que lo que me había imaginado, incluso cuando dentro de mi mente su imagen era terrorífica. Se erguía sobre cuatro patas musculosas, terminadas, como ya mencioné, en pezuñas. Un enorme peto color bronce protegía la cintura, donde se unía el cuerpo antropomórfico con el zoomórfico,  dejando a la vista dos enormes pectorales que tenían pequeñas protuberancias, como cuernos. Sus brazos eran del grosor de un tronco y de uno de ellos colgaba un hacha de doble filo, de un tamaño acorde a su portador. Pero lo que más terror causaba, era su cabeza: un cráneo pelado de toro, con unos cuernos de tamaño considerable, cuyas cuencas estaban vacías completamente, negras, excepto por un minúsculo punto rojo, que aumentaba de a ratos su intensidad.

Comencé a arrastrarme por entre la tierra y los escombros, esquivando los golpes de su hacha y de sus cascos. Me puse de pie, pero automáticamente tuve que agacharme debido a un hachazo que pretendía cortarme al medio. Comencé a correr en dirección a unas casas, casi a oscuras, trastabillando contra los escombros. Me tiré al suelo justo a tiempo para esquivar otro golpe, que derribó un muro a mi derecha y continué arrastrándome hasta toparme con unos escalones. Subí con manos y pies a la velocidad que mi desesperación permitía que me moviese. Intenté examinar la habitación, pero estaba completamente a oscuras. Busqué a tientas una puerta o una ventana, pero fue en vano. Un estruendo me sobresaltó. Al menos comenzaba a recuperar mi audición. Maderas del suelo volaron en todas direcciones tan solo a un metro de donde estaba, dejando pasar la luz de las llamas para que se posasen sobre el cuarto. Un poco más adelante podía ver otra escalera, hacia la cual me dirigí rengueando. Otro temblor me arrojó al suelo, haciéndome caer sobre el hombro herido y mi vista se nubló de dolor. Trepé los peldaños, jadeando por el dolor, tropezándome con los cuerpos incinerados de los que, probablemente, habían habitado ese edificio. Este piso sí tenía ventanas, una en cada punta del pasillo, desde las cuales, a lo lejos, se podía ver la luz del alba, color rojo sangre.

Además de las ventanas y una escalera que ascendía otro piso, me encontré con otras tres puertas. Abrí una por una, buscando algo que me sirviese para limpiar mis heridas, o lanzar una señal de auxilio. El primer cuarto estaba completamente vacío, a excepción de unas herramientas apiladas en el suelo, una escalera y unas latas de pintura. Probablemente estaban refaccionándolo cuando fueron sorprendidos por los demonios. El segundo recinto tenía la puerta cerrada, trancada por dentro. La tercera habitación estaba abierta. Dentro me encontré con un montón de cosas desordenadas: una cama sin hacer, papeles en el suelo, ropa en una silla, vidrios rotos pertenecientes a la ventana esparcidos por un escritorio, un ordenador apagado y dos paredes, una repleta de afiches de bandas, mientras que la otra tenía estantes torcidos repletos peluches. Era el cuarto de una niña. Una lágrima se me escapó. ¿Cómo podía ser que alguien con toda una vida por delante tuviese un destino tan horrible? No había ningún cuerpo, pero pude adivinar cuál había sido su final. Preferí no imaginar más nada.

Volví al primer cuarto, busqué una palanca de metal de considerable tamaño y forcé la puerta. Sin embargo, esto no fue suficiente, dentro habían armado una barricada del otro lado, lo cual significaba que había alguien dentro. Con todas mis energías grité, preguntando si había alguien ahí, pero sólo me respondió el lejano crepitar de las llamas. Extrañamente, no oía los pasos de la bestia, ni el sonido de la destrucción que provocaba a su paso. Empujé la puerta con mi hombro sano, provocando que las defensas del cuarto se derribaran poco a poco, cayendo al suelo con ruidos huecos. Observé el fruto de mi esfuerzo, un espacio de treinta centímetros aproximadamente, por el que podría deslizarme. Entré con cuidado y esperé a que mis ojos se acostumbraran a la falta de luz. Las ventanas estaban tapiadas, mientras que lo que me había vedado el paso era una biblioteca, aún cargada de libros, muchos de los cuales habían caído al suelo debido cuando empujé. Mi mirada se deslizó hacia un reguero de latas, algunas abiertas y otras cerradas. Alguien definitivamente estaba viviendo allí, pero ¿quién? Ese fue mi último pensamiento antes de que un golpe metálico en la nuca me dejara inconsciente.

Abrí los ojos con dificultad. Estaba tirado en el suelo de madera y me dolía todo el cuerpo, especialmente el hombro, aunque la nuca no se quedaba atrás. Cerré los ojos, e intenté recordar los últimos sucesos, los cuales se agolparon en mi mente uno tras otro. El whiminocen, el choque, el desesperado intento de huida, el cuarto vacío y el golpe. Escuché el susurro de unas telas a mi izquierda. Giré la cabeza, la cual me percaté que estaba apoyada sobre una almohada y me encontré con el borde afilado de una lata en el cuello. Tardé en discernir a quién pertenecía, dado que la luz entraba por un par de rendijas entre las maderas. Para cuando mi vista se acostumbró, unos parpadeos más tarde, pude ver que el envase era sostenido por una temblorosa mano vendada, que pertenecía a una joven ojerosa de no más de dieciocho años. Sus ojos estaban rojos, probablemente por la falta de sueño, pero aún así mirándome ferozmente y su respiración era muy agitada. Su cabello castaño oscuro, estaba recogido en una cola de caballo y su delgado cuerpo se cubría con una musculosa gris, un pantalón color caqui y unos borceguíes negros de media caña. Me recordaba a mi hermana menor.

-“¿Quién eres?”-demandó entre dientes, apretando la lata contra mi cuello.

-“Mi nombre es Fernando. –no estaba decidido a decir la verdad, así que, ante una mirada que exigía más explicaciones, le conté una a medias- Estaba con mi vehículo pasando por el pueblo cuando una ser extraño me atacó. Me refugié como pude en este edificio cuando fui alcanzado y mi vehículo destruido.”

Ella me miraba a los ojos, como queriendo descubrir los secretos de mi alma. El iris de sus ojos era color ambarino.

-“Está bien. Te creo.”-dijo, al tiempo que se distanciaba de mí y relajaba su cuerpo. Se cruzó de brazos y su mirada se perdió en la pared.

Cerré los ojos una vez más y para cuando los abrí, pude observar que ella estaba en la misma posición que antes, mirando la nada, dura como una estatua. Ahora la oscuridad era mayor, así que deduje que se acercaba la noche.

Mi estómago gruñó, e intenté incorporarme. El dolor del brazo había disminuido considerablemente, incluso podía apoyarme en él. Sentía la sangre seca en mi rostro, mi ropa y mis brazos. Busqué a mi compañera con la mirada y me encontré con sus ojos clavados en los míos. Me miraba como reprochándome algo.

-“¿Qué sucede?”-le espeté.

-“No deberías moverte. Tu brazo estaba dislocado cuando te encontré. Te lo puse en su lugar como pude, pero no estás en condiciones de realizar esfuerzos.”-mientras me decía estas palabras, continuó manteniendo su mirada clavada en la mía.

-“Está bien, por hoy no haré esfuerzos. Pero jamás saldremos de este edificio si nos quedamos quietos.”

Al oír mis palabras, sus ojos dejaron de ser fieros, desafiantes, permitiendo que el miedo los abriese y un suspiro de terror escapase por su boca, dejándola sin aire en su interior. Rápidamente, al ver que no reaccionaba, me levanté, al tiempo que ella comenzaba a hiperventilar. Interrumpí su contacto visual con la nada y me acerqué con cuidado. Apenas acerqué mi mano, se reanimó nuevamente. Se alejó de mí, arrastrándose hacia una de las esquinas de la habitación y comenzó a defenderse con golpes, patadas y mordiscos. Me alejé, esperando a que se tranquilizara, observando esos ojos salvajes que me mataban con la mirada. Poco a poco se fue tranquilizando, volviendo a respirar con normalidad. Me decidí a romper el silencio.

-“¿Por qué tienes miedo del exterior?”-pregunté, aún sabiendo la respuesta.

-“Entraste al pueblo y si llegaste hasta este edificio, tienes que haberlo atravesado todo. –a medida que hablaba, unas lágrimas comenzaban a cultivarse en sus ojos-Si es así, debes de haber visto las calles, las ruinas, la sangre… ¿YME PREGUNTAS POR QUÉ TENGO MIEDO AL EXTERIOR?”

-“Lo siento, no fue mi intención. Sólo quiero ayudar.”-me disculpé, manteniendo la calma.

-“Entonces ahí está la puerta, ¡yo estaba perfectamente antes de que llegaras!”

-“Uhm… bueno, quizás sea hora de que hablemos.”-dije, intentando que ella picara el anzuelo de la curiosidad y preguntase “¿sobre qué?”, o algo por el estilo.

-“¡Estamos hablando en este instante! Y no creo que haya nada más de qué hablar, así que déjame en paz, sal y que te coman esos perros gigantes, pero ¡DÉJAME VIVIR EN PAZ!”-sus gritos dañaron su seca garganta, haciéndola toser.

Bajé la vista, agotado. No sabía cómo tratarla. Ella estaba muy asustada, realmente aterrorizada. Quizás lo mejor sería buscar cómo contactar a mi escuadra. Sin mirarla, saqué de uno de los bolsillos de mi pantalón mi cantimplora, la hice deslizar por el suelo en su dirección, moví la biblioteca y salí al pasillo. Todo estaba oscuro, pero no importaba, sólo quería alejarme un poco como para que se tranquilizara y recapacitara sobre huir. Me senté al fondo del pasillo, al lado de la escalera. Aún había un poco de luz, así que decidí registrar el piso superior. Subí lentamente los escalones, los cuales rechinaban bajo mis pies. Estaba todo oscuro, demasiado. Me preguntaba porqué cuando mi cabeza golpeó con algo. Palpé con cuidado y descubrí que era una puerta. Probablemente el ático, o la terraza se encontraba detrás. Busqué el pestillo, para encontrarme con un candado. Bajé al segundo piso para buscar la barra con la que había abierto la puerta. Me agaché para recogerlo, cuando el picaporte giró y salió mi nueva amiga. Nos quedamos mirando a los ojos, nuevamente.

-“Quizás tengas razón.”-soltó de repente.

-“¿Sobre?”-quería escuchar la respuesta de su boca.

-“No juegues conmigo. Bastante que he decidido ir contigo.”-dijo, cruzándose de brazos.

-“Está bien, discúlpame otra vez.-le espeté sonriendo.”

-“¿Y ahora qué?”

-“Pues bien, subir a la terraza para inspeccionar el terreno me parece una buena idea. Esta noche dormiremos bien y saldremos mañana  por la mañana.”

Sin esperar a su respuesta, me incorporé y subí nuevamente las escaleras. Buscaba el candado a ciegas cuando una luz me iluminó. Miré hacia atrás sobresaltado pero era ella, con una linterna en la mano. Le agradecí con un gesto y forcé el candado. Abrí con cuidado las hojas de la puerta y las posé sobre el suelo. El techo parecía resistente, pero caminé con cuidado a pesar de todo. Me acerqué a una chimenea que sobresalía del techo y me senté en ella, contemplando el atardecer. Ella se paró a mi lado. Entonces me di cuenta que no sabía su nombre.

-“Disculpa,-comencé. Me  miró sorpresivamente, dado que se había quedado hipnotizada con el ocaso.-no me has dicho tu nombre.”

-“Mi nombre es Angelika, pero mis amigos me dec…dicen… Angie. Tu nombre era Fernando, ¿cierto?-asentí.-Raro nombre para esta parte del mundo. Eres sudamericano ¿no?”

-“Así es. De Argentina, más precisamente. Pero vine aquí cuando era sólo un niño. Sólo guardo de mi país el nombre y un burdo recuerdo del castellano.”

Ella se acercó al borde de la terraza y miró al pueblo “en todo su esplendor”. Dos o tres kilómetros de casas destrozadas se extendían debajo de nosotros. Escudriñé bien, observando el desastre causado por mi intento de escape y por la bestia perseguidora, de la cual, por cierto, no había rastro. Entonces me acordé: el Ravener tenía activada la baliza. Si la subiese al techo del edificio podía hacer que las señales fueran recibidas más fácilmente, aumentando las posibilidades de Angelika y mías de sobrevivir.

Me levanté de un salto, nuevamente asustando a mi compañera.

-“Mira, quédate aquí, tengo que buscar algo a mi vehículo.-automáticamente, su cara comenzó a contorsionarse por el miedo.- Es una especie de baliza,-continué, tratando de tranquilizarla.- que podría hacer que unos amigos que andan cerca nos rescataran a ambos.”

Insistió en acompañarme, pero no se lo permití. Ella debía quedarse en el segundo piso, si yo no volvía, tarde o temprano la baliza sería localizada y ella sería rescatada.

Descendí hasta el ya familiar segundo piso y respiré hondo. Bajé a oscuras a la primera planta, dado que no deseaba perder la única linterna de la chica y no vi moros en la costa. Recorrí en silencio el trayecto que me separaba hasta lo que había sido el hall y caminé hacia el Ravener. Palpé el chasis hasta encontrar la cabina, que por fortuna estaba boca arriba. Hice fuerza y logré sacar la parte superior del asiento, dejando al descubierto un hueco pequeño con un cilindro plateado dentro. Tanteé el sitio donde se suponía que debía buscar, para encontrar no uno sino dos huecos. Extraje el rastreador de uno de ellos y un revólver de otro. No pude reprimir mi sonrisa.

Di media vuelta para volver a nuestro improvisado refugio, a la vez que guardaba el rastreador en mi pantalón, pero fui sorprendido al escuchar, a lo lejos, un ruido, un rugido animal. Mi corazón dio un vuelco. Sólo tenía seis balas, no podía hacer frente a nada tan grande como el whiminocen. Comencé a retirarme de espaldas, lentamente para no tropezar y causar mucho revuelo, cuando una linterna iluminó el exterior. Allí estaba Angelika, con la linterna en una mano y la barra de metal en la otra. Estaba a punto de gritarle que volviera, cuando un aullido nos puso los pelos de punta. Apunté con las dos manos, mientras que ella iluminó en dirección del sonido, a la vez que se adelantaba. “¡Atrás!”, le advertí. Como no se movía, me adelanté hasta quedar delante de ella, quien seguía iluminando. Entonces las vimos. Cinco figuras se movían hacia nosotros, agazapadas, en cuatro patas. A simple vista parecían perros salvajes, pero los ojos rojo brillante, el pelaje humeante, los enormes colmillos y la espuma rojiza indicaban otra cosa. Automáticamente el haz de luz comenzó a temblar. –“Corre hacia el cuarto.-le ordené. Pero no se movía.- ¡YA!”.

Esa palabra fue como reanudar una película. Angie corrió hacia el edificio, dejándome a oscuras, al tiempo que los caninos demoníacos saltaban hacia mí. Disparé y un estallido de fuego me confirmó la baja. Apunté a uno que intentaba rodearme y también lo hice desaparecer. Dos trotaron hacia las escaleras y traté de correr tras ellos, pero un tercer can me cerró el paso. Abrió sus fauces y saltó hacia mí, intentando morderme en el cuello. Esquivé el ataque y una bala de plata atravesó su corazón maldito. Corrí en ayuda de los gritos de Angelika. Llegué justo a tiempo al segundo piso para ver cómo uno de los seres lograba entrar en la habitación, derribando la puerta astillada. Un grito lacerante me hizo temer lo peor, pero ella lograba contener las fauces del animal con la barra, la cual sujetaba con ambas manos. Su cara de terror y esfuerzo por alejar a ese animal de sí se hacía patente. La linterna había rodado al suelo, dándole a la escena una iluminación grotesca. Pateé al sabueso en el flanco, dado que no quería correr el riesgo de disparar e impactar contra ella. El ser golpeó contra la pared y disparé, haciéndolo desaparecer, en el preciso instante que unas garras se clavaban en mi espalda y me tiraban de bruces. El revólver cayó al suelo y se disparó, impactando en las tablas de madera, a unos centímetros de Angie. Las garras comenzaron a destrozar la tela y a tallar la carne, cuando un fuerte golpe impactó al perro en la cabeza. Éste levantó su mirada, cesando su ataque, permitiéndome girar, desequilibrándolo. Con otro golpe, mi hasta entonces miedosa e inocente amiga, acabó con el maldito ser. Respiramos agitados por el combate que habíamos tenido que librar. Mi espalda dolía por los tajos y sentía la sangre manar de las heridas. Sin embargo, habían cosas más urgentes de las que ocuparse, como, por ejemplo, el fuego que comenzaba a encenderse a causa de las explosiones de los demonios. Me saqué mi capa y la lancé sobre el fuego, tratando de ahogarlo. Angelika hizo lo propio con otro principio de incendio y al poco rato habíamos terminado. Nos sentamos contra la pared, agotados. Según mi reloj, eran las nueve de la noche, pero no me fiaba de él.

Ella abrió una lata de comida en silencio, de la cual comimos por turnos. Ésta contenía atún, mi pescado favorito, así que no podía quejarme. Angie, en cambio, fruncía los labios a cada mordisco. Iluminados por la linterna, cargamos una mochila con víveres para un par de días y material de supervivencia. Una cuerda, baterías para la linterna, latas de comida, una navaja suiza, botiquín de primeros auxilios y un par de walkie talkies de corto alcance, los cuales eran de juguete, rosas y con florcitas, pero cuando hay hambre, no hay pan duro.

Dado que mi única arma era el revólver que había encontrado en el Ravener, a la cual sólo le quedaba una bala, procuraríamos no tener que luchar. Aún así, ella llevaría el alzaprima, es decir, la barra metálica, en sus manos. Me erguí para subir a la terraza y colocar el dispositivo de rastreo y Angelika soltó un grito ahogado al ver mi espalda.

-“¿Qué?”- pregunté, nuevamente aunque la respuesta fuese obvia.

-“Tu espalda. Estás muy lastimado, como si te hubiesen latigado. ¡POR DIOS! ¡El suelo! ¡Mira el suelo!”- sorprendido por sus últimas palabras, miré el suelo, pobremente iluminado por la linterna y vi que donde yo había estado sentado había una gran mancha sanguinolienta.

Aún así, más urgente que mi espalda eran nuestras vidas, así que corrí a la terraza, dejé el cilindro brillante y bajé nuevamente a la habitación. Me la encontré intentando limpiar la pared, no supe si en un acto de incoherencia por las emociones, o porque le molestaba dormir con sangre a su lado.

Me obligó a sacarme la túnica y la remera, ambas destrozadas. Para esta misión, imprudentemente, no había llevado la cota de malla encima. De hecho, nadie lo hacía, era incómoda, pesada y apenas si servía para detener los ataques de demonios del tamaño de un humano.

Angie me pidió que me recostara boca abajo en el suelo y obedecí. Con infinita paciencia y un trapo con alcohol comenzó a limpiar mi espalda. El dolor era considerable, despertándome cada vez que el sueño me envolvía. Cuando hubo limpiado todos los cortes, me envolvió el torso con vendas, sacadas del botiquín de primeros auxilios. A decir verdad, ella estaba bastante preparada, tenía comida, botiquín, una linterna, walkie talkies, etc. Dudaba mucho que eso hubiese estado en la habitación cuando se refugió, pero ya tendría tiempo de preguntarle. Ella se acostó y se durmió inmediatamente. ¿Hacía cuánto tiempo que ella no dormía? No quería imaginarlo. Me quedé montando guardia, cacheteándome de a ratos el rostro para no dormirme, intentando distraerme recontando los objetos de la mochila, mirando los libros de la biblioteca, o sacándole brillo a mis borceguíes. Sin embargo, la oscuridad me ganó de mano y me dormí apoyado contra la pared.

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¡Muchas gracias por seguir leyendo y por comentar! Aunque espero con ansia más comentarios y opiniones, realmente quiero saber qué opinan. Y, volviendo al capítulo, ¡espero que les haya gustado el nuevo personaje! ¿Cuál es su pasado? ¿Cómo sobrevivió? ¿Y el whiminocen?

Recuerden que ACTUALIZO LUNES y JUEVES

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