Enamorada de un idiota (EDUI...

By Lovanium

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El verano llegó y un importante empresario de la industria automovilística Fluxis decide enviar a su hija de... More

Enamorada de un idiota.
Sinopsis.
1: Richard Russel.
2: El comienzo.
3: Revelaciones.
4: Cosas no tan divertidas.
5: Troublemaker I
6: Troublemaker II
7: No me conoces.
9: Oh, Mickey.
10: Amigo.
11: Dos sapos y una bruja.
12: Herpes labial.
13: Tal vez sí, tal vez no.
14: Escape I
15: Escape II
16: En la misma dirección.
17: Sentimientos.
18: Hay un mañana.
19: Me gustas.
20: Lagos, besos y frases sensuales.
21: Lista.
22: Nada es justo.
23: Brittany Russel.
24. Que la guerra empiece.
25. Problemas.
26. Hipótesis idiota.
27. Coincidencias.
28. Secretos variados.
29. Recuérdalo.
30. Peligro.
31. Destrozada.
32. Enamorada de un idiota.
Epílogo.
"Locos y enamorados"
Escena exclusiva: Génesis.

8: V de virgen y vil.

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By Lovanium

No me importó quién estuviera observando, los músculos de mis brazos se movieron solos para alcanzar a darle una cachetada al adversario de Russel. Mis ojos se empezaron a humedecer, haciéndome sentir más rabia.

—¿Qué haces aquí? —bramé sin parar de darle golpes.

Los ojos del chico solo denotaban sorpresa, ni una gota de culpabilidad, tristeza, o siquiera dolor por mis golpes.

—¿Gi? —preguntó el susodicho. Ya habían parado de pelear, y ahora ambos me miraban, sin entender.

No, estúpido, soy su gemela.

De nuevo la rabia llenó mi cuerpo y me lancé para volver a golpearle, pero esta vez dos brazos me detuvieron. Era Chad.

—¡Suéltame! —le grité mientras trataba de zafarme como pudiera—. ¡No estoy jugando!

No me hizo caso, por supuesto, en vez de eso me agarró más fuerte y me susurró al oído:

—Te soltaré, pero si lo vas a golpear que sea arriba, lejos de todos. Yo me encargaré de no escape y suba también.

Después de eso me soltó lentamente. Tenía razón, ya había hecho que un grupo de personas se colocaran alrededor, así que di media vuelta y me dirigí al segundo piso. Por suerte al pie de las escaleras ahí estaba Angie para ayudarme.

Una vez que llegué a mi habitación, las lágrimas salieron sin permiso. La adrenalina se había esfumado tan rápido como llegó, dejando mis brazos y piernas adoloridos. Tuve que sentarme en la cama para no terminar en el piso.

Angelina solo me abrazó en silencio hasta que dejé de llorar. Seguro lucía patética, ojos rojos, hinchada, nariz llena de mocos... Debía recomponerme de inmediatamente para que cuando subiera ese hombre pudiera golpearlo en la cara a gusto.

La puerta se abrió y yo me puse de pie, tratando de dejar los mocos lo más atrás posible, pero solo entró Chad, seguido de Russel.

—Él... quiere saber si lo vas a volver a golpear —me preguntó este último.

Todos me miraron, esperando mi reacción. Me sentía subestimada y humillada, ¿qué creían que era?, ¿un animal peligroso?, ¿un animal no doméstico?

—No, no lo haré —prometí.

Pero poco sirvió mi promesa, pues en cuanto entró me volví a abalanzar sobre él, y de nuevo los brazos de Chad me capturaron, esta vez en el aire.

La siguiente escena había superado los límites de la ridiculez. Con ayuda de Russel, Chad quitó las sábanas y me enredó en ellas, haciéndome lucir como una oruga saliendo del capullo o un taco. Un taco moquiento que le ardían los ojos por la rabia y otro sentimiento.

Suspiré.

—Gisselle... —me llamó, con sumo cuidado temiendo que pudiera volver a atacarlo.

—Jeremy... —le respondí en un tono bajo, pero frío.

—Sé que estás enfadada, y no te culpo, pero...

—¿Pero qué, imbécil? —grité, haciendo a saltar todos por mi cambio de tono—. ¿Me vas a dar una excusa de mierda sobre porque nos dejaste?

—Has crecido —se limitó a decirme, ignorando mis preguntas.

—Pues tú no.

Y no era mentira, sí, estaba más alto, más grande y más musculoso, pero seguía teniendo esa cara de crío arrogante y rebelde en la cara. La cara de un perfecto idiota que nos había abandonado a mí y a mi padre cuando mi madre murió.

El rio, regalándome ese sonido musical el cual no escuchaba hace más de cuatro años.

—Vale, tendrás que admitir que si lo he hecho —hizo una pausa—, cada vez me pongo más bueno.

Y después me sonrió. Mis músculos se aflojaron y de mis ojos amenazaron con salir más lágrimas. Él lo sabía y yo lo acababa de descubrir: no iba a tener la fuerza de reclamarle por algo que yo también hubiera querido hacer.

—¿Por qué? —fue lo único que alcancé a decir, esta vez mucho más calmada.

—No me iba a quedar ahí, en la casa de un hombre que jamás me quiso.

Después de eso no dije nada, poco serviría decirle que estaba equivocado.

Chad me desamarró al ver que estaba más tranquila, y me acerqué a Jeremy.

En verdad no había cambiado, el semblante despreocupado y la actitud infantil seguían en él, a pesar de que ya tenía bien cumplido sus veinte años y me pasaba por más de una cabeza y media.

Los brazos me temblaron, y lo miré, como pidiéndole permiso para poder abrazarlo. Él sonrió de medio lado, y se acercó a mí, tomando mi cabeza y aplastándola contra su enorme y trabajado pecho. Ignoré el golpe a mi nariz y lo rodeé con mis brazos que apenas y me alcanzaban.

Las lágrimas volvieron a salir, pero esta vez en menor grado.

—¿Me puede explicar alguien por qué Giselle se puso histérica y empezó a golpear a uno de mis invitados? —preguntó Russel que hasta el momento se había mantenido callado y de brazos cruzados.

—¿No eres tú el que los estaba haciendo?

Aunque pensándolo ahora con la cabeza fría, no parecían haber estado peleando. Ninguno de los dos tenía golpes o parecía estar cansado. De hecho, por las miradas que ambos intercambiaban, parecían llevarse bien, más de lo que me hubiera gustado.

—Era mi manera de saludar a mi amigo —dijo, haciendo énfasis en la palabra amigo.

—Pues qué estupidez.

—¿Me responderás? —me preguntó Russel ignorando mi comentario.

—Golpeé a mi hermano por no haber dado señales ni a mi padre ni a mí durante cuatro años —contesté, haciendo énfasis en la palabra hermano—. ¿Algún problema?

Russel empezó a pasar su mirada de mi hermano a mí continuamente, seguramente tratando de encontrar el parentesco, un parentesco que jamás encontraría.

Jeremy había sido adoptado, pues les habían informado a mis padres que no podían tener hijos, aunque tres años después de la adopción salí yo. Aunque preferí no decírselo.

—Por cierto —interrumpió mi hermano—. ¿Qué haces aquí?

—¿A qué te refieres? —pregunté confundida.

—Ya sabes, no eres el tipo de chicas de fiesta, y pensé que no te agradaban los chicos como Richard.

—Y no lo hacen, pero estoy aquí para divertirme, porque amo divertirme, no puedo dejar de hacerlo.

Escuché un par de ricitas provenientes de Chad y Angelina, que intercambiaban comentarios a causa de mi supuesta adicción a la diversión.

Los fulminé con la mirada. ¿Acaso hoy era el día de subestimar a Gisselle?

Salí de la habitación mientras escuchaba cómo Angie y Chad saludaban "al hijo pródigo" y reían a causa mía.

La escena sentimental había terminado, aunque pronto volvería para interrogar a mi hermano.

Bajé las escaleras seguidos por ellos, y me fui directamente a la cocina por algo de beber.

Hasta la embriaguez se me había bajado por la sorpresa de ver a Jeremy, pero estaba dispuesta a recuperarla, y así poder demostrar sin cortedad alguna lo que era capaz de hacer una Cleveland.

—Dame algo fuerte —pedí.

—Lo siento, ya se acabó —me respondió y luego siguió atendiendo a otros.

Pero yo estaba decidida, así que tomé la bebida de un chico de a lado que estaba distraído. Me lo tomé todo de un trago.

Sentí el escozor en mi garganta, y como todo cobraba más brillo. El chico empezó a protestar, pero lo callé inmediatamente con un beso corto pero sensual.

Estaba dispuesta a ir con un grupo de chicas que bailaban encima de los sillones, pero me topé con mi hermano y Russel, el primero me miraba estupefacto, y el segundo divertido.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó Jeremy mientras señalaba con un gesto despectivo al chico al que había besado.

—Divirtiéndome, ¿qué otra cosa?

—¿Desde cuándo besas niños?

Mi mandíbula casi tocó el suelo, incapaz de creer que mantuviéramos una conversación a tal grado de ridícula.

—Vamos, Jeremy, déjala que se divierta, después de todo solo lo hace pocas veces.

Me giré hacia Russel, que se encontraba absolutamente divertido.

—Yo sé perfectamente cómo divertirme —lo reté con la mirada y él me devolvió una igual.

—No lo creo —aseguró—. Pero veamos, ¿qué tal un chapuzón en la alberca?

—¿Alberca?

—Hay una en el patio trasero.

Esto iba a ser una locura, pero no retrocedería, no antes que él.

—Solo si tú lo haces.

—Es broma, ¿no? —preguntó mi hermano interponiéndose en la batalla de miradas entre Russel y yo—. Está helando.

Yo no dije nada más, en cambio, me dirigí a la parte de atrás, seguida por Russel, antes de que mi hermano pudiese sacar a flote los argumentos necesarios para echarme en cara que era una estupidez y más que nada una guerra de orgullo.

Y tal y como había dicho, había una alberca en la parte de atrás, y fue ahí donde terminaron todos los globos que habíamos comprado, ya que estaban flotando en el agua, inmóviles. Por supuesto, con este frío del demonio nadie estaba dentro de la alberca.

Había varias personas, hablando y tomando, pero no empezaron a prestar atención hasta que Russel se empezó a quitar la ropa. Lo miré, atónita, esperando que no me retara a hacer lo mismo.

—¿Qué?, esto lo hará más entretenido —dijo excusándose—. ¿Te atreves?

Él ya estaba en calzoncillos, y el grupo de personas ya empezaba a crecer.

Me bajé el cierre como pude y empecé a dejar que el vestido resbalara por mi cuerpo.

Todos en respuesta empezaron a silbar y aplaudir, y yo solamente no podía estar más avergonzada. Por suerte llevaba ropa interior negra sencilla pero decente, y no algo como un estampado de vaquitas o algo así.

De pronto vi a Chad y a Angelina que luchaban por tener un lugar al frente del espectáculo. Ambos me miraban entre sorprendidos y confundidos, como si creyeran que la que estaba ahí, en prendas menores, no era su amiga de años.

Todavía no entraba a la alberca y ya empezaba a tiritar.

Será una buena historia para tus hijos, pensé repetidas veces para consolarme.

—Las damas primero. —No necesitaba decírmelo, "al mal paso darle prisa", así que me eché antes de que lo pensara más y me retractara.

Intenté salir cuanto antes, pero enseguida supe que fue una mala idea. El aire corría e incluso sentía menos frío debajo del agua.

Estaba condenada a nadar un poco para ganar calor, junto a Russel.

—¿Frío? —me susurró Russel al oído.

—¿T-tú no? —Lo miraba impresionada, él apenas tenía un ligero temblor en los labios, mientras yo parecía tener un ataque de convulsiones.

—Un poco, pero con gusto te puedo hacer entrar en calor —me dijo con una sonrisa de lado—. No es que me agrades, solo es un instinto de supervivencia.

Y ahí estaba clara la razón por la cual apenas y podía soportar Richard Russel, por su arrogancia, por esa sonrisa que ponía cada vez que pensaba que él llegaba a provocarme algo más allá de la repulsión.

—Tus estúpidas y gastadas frases solo me provocan que quiera propinarte un buen golpe, así que deberías desistir —le aclaré mientras empezaba a recorrer la alberca.

Por un momento pensé que me dejaría en paz, pero cuando volteé ahí estaba él.

—Nadie se resiste, ni siquiera tú.

—Pues lamento despertarte, pero yo no voy a caer en tus trucos viejos y sin gracia.

—Y es por eso que te encuentras semidesnuda en una alberca intentando no morir de frío, ¿no? —De acuerdo, él tenía un punto a su favor.

—Al menos yo no soy tan patética como tú, que estás molestando a alguien que te detesta y no siente ningún deseo por ti.

Pensé que se ofendería, pero en vez de eso rio.

—Es más patético darse por alguien maduro, cuando en realidad no es así. Te jactas de ser madura y alguien por arriba de todos, cuando la que siempre termina gritando y en situaciones anómalas, eres tú.

Yo ya empezaba a entrar en calor, y no precisamente por haber recorrido la alberca dos veces. Las personas empezaban a dispersarse, ya que lo interesante ya había pasado. Localicé a Angie no muy lejos con dos toallas, a la espera de que saliéramos, pero jamás le daría la satisfacción a Russel de creer haber ganado una discusión conmigo.

—Y tú eres un maldito neandertal, que su vida se basa en tomar, sexo, decir majaderías y molestarme.

—¿En serio te consideras un aspecto significativo en mi vida? —me preguntó interponiéndose en mi camino—. Porque no lo eres, solamente te tomo como un pequeño entretenimiento, solo eres la amiga de mis amigos, que aparte de escandalosa, se ridiculiza a ella misma constantemente. —Se calló por unos momentos y luego prosiguió, esta vez con una sonrisa socarrona—. Más bien creo que yo me volví un elemento importante en tu vida.

Me quedé callada unos momentos, pensando en algún comentario que pudiera herirlo, herirlo de verdad, para así poder ocultar la vergüenza y la ira hacia mí misma al darme cuenta de que había dejado que Russel y sus comentarios ocuparan tiempo en mi mente más de lo que debería y estaba dispuesta a aceptar.

—Mira, no te ofendas, pero no lo eres, y no lo serás, jamás. Y si bien no soy la chica madura que quisiera ser, al menos no formo parte del estereotipo de estúpido adolescente con problemas por no poder soportar la muerte de mi madre.

Lo había dicho, ya estaba, sabía que había sido un golpe bajo, cobarde por usar la muerte de una madre, y sabía, sobre todo, que más tarde me arrepentiría y me daría golpes a la cabeza a mí misma. Pero había tocado mi orgullo, una fibra que siempre había sido muy sensible en mí.

—Te arrepentirás —murmuró Russel, que había dejado de nadar a mi lado. No hacía falta que me lo dijera, sabía que lo iba a hacer.

Salí de la alberca sin problema, y la culpa por mi comentario pasó a segundo plano en mi cabeza, pues el frío se llevó el primer lugar. Por suerte Angie corrió hacia mí y me envolvió en la toalla como pudo.

—Gracias, lamento haberte quitado tu diversión —me disculpé—. Pero de aquí puedo sola, tú ve a divertirte.

—No tengo problema en quedarme contigo —me dijo, pero yo negué con la cabeza. Ella no insistió más y fue a entregarle la otra toalla a Russel que también había salido.

Me encaminé hacia el interior de la casa, envuelta en la toalla y temblando de pies a cabeza, donde los ojos curiosos no tardaron en aparecer. Pero, por primera vez y sin el alcohol de por medio, me importó poco.

Subí hasta a mi habitación soltando gruñidos. ¿Con cuántos adolescentes calientes más tendría que toparme?

Llegué a mi habitación asqueada. Sopesé la idea de darme un baño caliente, que sería la mejor opción si no quería morir por hipotermia o llevarme al menos un resfriado de los malos, pero en cuanto me senté en la cama no pude salir. ¿Quién jodidos había puesto una cama comodísima en medio de mi habitación?

Me acurruqué entre las sábanas, esperando inútilmente que el frío se fuera, cuando al final terminé siendo yo la que se fue, pero al país de los sueños donde mi estúpida conciencia no dudaría en atacar.

Estaba oscuro, y el frío se colaba hasta mis huesos.

Una mujer muy bella me acariciaba la cabeza, tarareando una canción desconocida para mí. El contacto era suave, dulce y reconfortador. Realmente me sentía muy a gusto a pesar de todo.

Pero como siempre pasa con todo lo bueno, se acabó rápido. El frío pareció aumentar, y la oscuridad empezó a preocuparme. Estaba sola.

De pronto escuché el llanto afligido de un niño, no era un llanto por un berrinche, no, era un llanto de verdadera tristeza.

Ahora me encontraba en una casa bellísima, decorada como si estuviéramos en épocas navideñas, aunque todo parece entristecerse cuando alguien llama a la puerta, dejando ver a un policía. Solo oí dos palabras, dos palabras que retumbaron por toda la habitación: "Ha muerto"

Escuché de nuevo el llanto, y me costó entender que aquel sonido agonizante salía de mi garganta. Un espejo gigante apareció a mi lado, mostrando a un niño pequeño de grandes ojos azules y de cabello rubio, que yo rápidamente identifiqué como Richard Russel.

La madre de Richard Russel había muerto.

Lo primero que sentí al despertar fue algo mojado, aunque no estaba segura si era por lo de ayer o era porque había sudado mucho durante aquella pesadilla.

Quería arrancarme la cabeza de tanto que me dolía, y quitarme la nariz por lo tapada que estaba. Genial, un resfriado.

Me estiré en la cama, aun con la última imagen de la pesadilla en mi mente, aunque casi inmediatamente se esfumó al sentir a alguien acostado a mi lado.

—¡AAAAAAH! —Más que un grito había sonado como el cacareo de una gallina al poner un huevo –aunque en realidad jamás hubiera visto a una hacerlo, pero así me imaginaba que sería-.

Me coloqué lo más alejada posible de la figura que yacía tendida en mi cama, tanto que terminé cayendo de ella.

¿Qué tipo de animal debía ser aquel para no haberse despertado con mi grito?, ¿o estaría muerto?

Pero lo más importante, ¿qué había pasado entre esa persona y yo?, ¿lo habíamos hecho?

Sonaba imposible, y además no recordaba haberme ido ebria a la cama, porque esa sería la única forma de que alguien me llevara a la cama a mis escasos diecisiete años.

Jalé las sábanas de un tirón para poder cubrir mi pequeño y frío cuerpo que seguía en ropa interior.

Qué irónico, pensé, ayer casi me desnudé al frente de unas cincuenta personas y hoy me daba pena estar así en frente de una.

La persona se quejó por la falta de abrigo y se dio vuelta. Me quedé al menos un minuto pensando sobre la identidad de la persona, hasta que recordé que había sido el tipo que había besado la noche anterior para evitar que me reclamara por el trago que le había robado.

Oh, no.

Rebusqué en mis recuerdos, pero simplemente no hallaba la forma de que él estuviera ahí, conmigo y en calzoncillos. Estaba segura: me había ido sola a la cama, por lo que solo nos quedaría el hecho de que él se había metido sin invitación.

Me había violado.

Me había violado.

Me había violado.

Mi virginidad, la había perdido.

Las palabras aparecían en mi mente atropelladas, sin que pudiera dejarlas salir por mi boca, virgen, sexo, violación, no pura, y la última de ellas: asesinato.

Esa palabra brotó y se quedó en mi mente. Solté otro grito, pero esta vez no parecía ser el cacareo de una gallina, más bien el de una leona cuando ataca.

Salté hacia el muchacho -que de hecho desconocía su nombre- sin importar que yo estuviera en ropa interior y lo empecé a arañar con furia. Cara, abdomen, piernas, en todas partes ya había dejado marcas de mis uñas.

Todo había estado pasando en cámara lenta, y no fue hasta que unos brazos me sujetaron bien por detrás que regresé a la realidad. El chico había quedado tan sorprendido que ni le dio tiempo de protegerse cuando en mi último intento le di una patada en la cara, haciéndolo caer de la cama.

—¡Gi, ya déjalo! —me gritó Chad que me tenía bien agarrada.

—¡Suéltame, traidor! —Trataba con todo lo que podía, pero por más que hice no me solté de su agarre—. ¡No entiendes! ¡Suéltame! ¡Me violó!

Sus brazos aflojaron un poco por la duda, y escuché cómo detrás de mí se alzaron varias voces. Miré hacia atrás.

Angie, Paul, Nathiel y Russel estaban detrás de la puerta, todos en pijama.

Volví la mirada hacia el violador, que estaba del otro lado de la cama, y tenía bien agarrada una almohada, como si eso fuera a protegerlo de mi ira.

—¿Qué? —preguntó el susodicho, como si se le hubiera borrado la memoria. Y hasta ese momento no me había fijado en él, bien, era alto y fornido, cabello casi al rape, ojos como rendijas y azules y una piel bronceada. Tal vez no fuera feo, pero estaba lejos de ser mi tipo, me recordaba mucho a un jugador de americano con media neurona y muchas hormonas.

—¡No te hagas el desentendido, bastardo! —le grité aún presa entre los brazos de Chad—. ¡Me violaste!, ¡y yo ni siquiera estaba consciente!

—¡Yo no hice tal cosa! —gritó exasperado y mirándome como una loca. Y me dio la corazonada de que él tenía razón, la había cagado, y a lo grande.

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