Rendirse jamás [PQY #1] ✔ ver...

By CMStrongville

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Primer libro de la serie ¿Por qué yo? [¿Por qué yo? #1] «Todo en esta vida es temporal, así q... More

Vuelve versión 2014
Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Vencedor [¿Por que yo? #2]
Epílogo
Extra I - Primer aniversario [PT. II]
Extra II ~ Celos
Extra III ~ Ánimos y noticias
Extra IV - Latidos y lágrimas
Extra V - Hormonas al ataque
Extra VI - Problemas en el paraíso

Extra I - Primer aniversario [PT. I]

244K 10.2K 1.1K
By CMStrongville

Estos extras suceden entre el último capítulo y el epílogo, durante los siete años de matrimonio de Derek y Janelle. Disfruten ♥
***


Hoy era nuestro primer aniversario. Un año completo de casados y no tenía ni una maldita idea de qué le podía regalar.

¿Qué sería bueno? Estaba pensando en regalarle algo que vi un momento atrás, pero cuando me di cuenta de que era mi reflejo en el espejo tuve que comenzar a pensar de nuevo.

Jan era una mujer de gustos sencillos, exceptuándome a mí, y no podía pensar en algo que no tuviera y que necesitara o quisiera.

¿Ropa? Nah, ya tenía mucha y además siempre usaba la misma. ¿Dinero? Conociéndola seguramente lo donaría o se lo daría a Dean. No estaba en contra de que le diera dinero a Dean, pero todavía era muy pequeño y, además, se suponía que era su regalo de aniversario.

¿Un viaje? Creía que eso estaría bien. Un viaje a algún lugar con playa. Sol, arena, Jan desnuda... Sonaba como el paraíso para mí. Sería como una segunda luna de miel.

Me encontraba anudando mi corbata para ir al trabajo, cuando Jan entró a la habitación con dos tazas humeantes en las manos luciendo nada más que mi camiseta. Seguía afectándome igual o más de lo que hacía un año atrás. La vida de casada le había sentado bien a las curvas de su cuerpo.

—Buenos días —saludó al tiempo que se ponía de puntillas y me daba un casto beso en los labios.

—Buenos días, preciosa. ¿Cómo amaneciste? —Terminé de hacer el nudo y tomé una de las tazas que ella me ofrecía. Di un pequeño sorbo y el sabor del café con esencia de canela alegró mis papilas.

—Acostada. —Rodé los ojos ante su respuesta. Si en algo no había cambiado, era en lo listilla, terca y enojona. Pero por alguna razón el verla molesta me hacía querer arrancarle la ropa, por lo que siempre buscaba molestarla un poco nada más.

—Desparramada, querrás decir. Yo estaba hecho un ovillo en una esquina del colchón mientras que tú lo abarcabas todo —respondí juguetón. Jan me palmeó el brazo.

—No es así, Derek. Yo estaba acostada en la parte derecha y tú en la izquierda, así que no me vengas con tus mentiras.

Dejé la taza en el tocador y me acerqué a una molesta y sexy Jan.

—Me encanta cómo te ves enojada —murmuré. Ella rodó sus ojos.

—A ti te encanto hasta bañada en lodo —alegó. Pensé en ello un momento y me di cuenta de que tenía razón. Sonreí con picardía.

—Mmm, una fantasía para tener en cuenta. —Palmeó mi pecho al escucharme y puso los ojos en blanco.

—Pervertido —murmuró mientras se alejaba al baño con una sonrisa en su rostro. Reí entre dientes.

Cómo amaba a mi mujer.

—¿Sabes qué día es hoy? —pregunté elevando el volumen para que pudiera escucharme tras la puerta cerrada. El sonido del agua cayendo llegó a mis oídos y me imaginé que ya estaba en la ducha.

—Viernes —me gritó en respuesta. Yo resoplé.

—Sé que es viernes.

—¿Entonces para que preguntas?

—Solo quería que... Bah, olvídalo —me rendí. No sabía por qué me sorprendía que Janelle se hubiera olvidado de nuestro aniversario. Era distraída y siempre tenía otras cosas en mente.

Bajé a la cocina con la intención de prepararme unas tostadas francesas y rellenar mi taza de café, pero cuando llegué ahí, vi un plato lleno de panqueques. Una enorme sonrisa se formó en mi rostro. Me serví unos cuantos en un plato y me serví más café. Estaba saboreando las delicias que había preparado Jan, cuando escuché sus pasos bajando las escaleras.

—Pensaste que me había olvidado, ¿eh? —inquirió mientras se acercaba a mí con paso decidido y una sonrisa dulce en el rostro—. Sé que no es mucho, pero es una buena manera de iniciar la mañana.

Tenía toda la razón del mundo. La observé fijamente y me di cuenta de que su largo cabello estaba escurriendo por las puntas y solo llevaba una bata que se amarraba en la cintura.

Yo sabía de otras maneras para iniciar bien el día.

Elevé una ceja interrogante.

—¿Tienes mi regalo ahí debajo? —pregunté.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Por qué siempre tienes que pensar en eso? No, no lo tengo aquí debajo. Te lo daré una vez que llegues de trabajar. —Se sentó en mi regazo y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello—. Feliz aniversario, cariño. De verdad espero que te guste la sorpresa —dijo con ternura. Elevé mi mano y acaricié su suave mejilla con delicadeza.

—Sabes que no tienes que darme nada. Amanecer a tu lado todos los días es más que suficiente para mí —expresé serio.

Jan rio al escucharme y acercó su boca a la mía.

—Eres tan cursi —susurró, entonces bajó sus labios a mi cuello y empezó a besarme. Mis manos fueron inmediatamente a sus caderas y las apreté en modo de advertencia cuando sentí la temperatura elevarse un poco.

—Me tengo que ir en un momento, no hagas eso —gruñí.

—¿Que no haga qué? —preguntó justo antes de morder ligeramente el lóbulo de mi oreja. Me estremecí y sentí la sonrisa que se formaba en su rostro.

—No es divertido ir a trabajar con una gran cantidad de frustración sexual, pequeña.

Escuché su risa cantarina. Se estaba divirtiendo conmigo.

—Lo siento. Ya no lo haré, lo prometo.

Gemí.

—El problema es que no quiero que pares. —Descansé mi frente contra su hombro y suspiré mientras esperaba que Dereksito volviera a descansar.

Una vez que todo volvió a la normalidad, respiré profundo y me puse de pie con Jan aun abrazando mi cuello. Enredó sus piernas en mis caderas y subí a la habitación así, con ella besando mi cuello nuevamente y frustrándome demasiado.

—Voy a llegar tarde al trabajo si sigues haciendo eso, cariño.

—No sería la primera vez. —Reí.

—¿No te importa? —pregunté curioso.

—Nah. De todos modos eres rico, no sé por qué la necesidad de ir a trabajar. Podrías quedarte aquí como mi esclavo. Desnudo. Entre más lo pienso mejor se me hace la idea.

Sacudí la cabeza divertido.

—Tú. Estás. Loquita. —dije al tiempo que pellizcaba su pequeña naricilla pecosa. La arrugó en una mueca y me frunció el ceño.

—Tú lo estas más —contraatacó.

—Pero me sigues amando.

—Sabes que sí. —La miré con ojos tiernos y luego la puse sobre el piso alfombrado al tiempo que miraba el reloj sobre la mesilla de noche.

—¡Mierda, es tarde ya! ¡Te amo! —grité mientras salía corriendo a toda velocidad.

—¡Ve con cuidado, también te amo! —alcancé a escuchar antes de cerrar la puerta en mi prisa por llegar al auto.

Una vez en camino, me relajé un poco y encendí la radio. Balanceé la cabeza con el ritmo de la canción que sonaba. Me hallaba pensando en la inmortalidad del cangrejo, cuando de repente recordé algo demasiado importante.

Debía ver los detalles del regalo de mi esposa, y lo haría en cuanto llegara al trabajo. Ese iba a ser el mejor regalo que alguna vez hubiera recibido, me encargaría de ello.

***

Cerré la puerta con mucho cuidado tras de mí cuando llegué a casa. No quería que Janelle me escuchara llegar. Me quité la corbata y la chaqueta y las dejé sobre el respaldo del sillón. Caminé de puntillas a la cocina, abrí el refrigerador y busqué algo de comer. Moría de hambre. Primero engulliría algo y después...

—Qué bueno que no fuiste ninja —me sobresaltó la voz de mi esposa—, a estas alturas ya estarías muerto. —La sonrisa en su voz era inconfundible

Me di la vuelta y la miré llevándome una mano al corazón.

—Casi me matas de un susto, mujer.

—La comida está en el horno.

—¿Ese es mi regalo? —pregunté echando un vistazo a su cuerpo delgado. No llevaba nada más que un bikini rojo. Su cabello estaba suelto y caía liso sobre sus hombros y espalda. Las gafas no estaban, lo que me permitía ver esos ojos que tanto me gustaban.

Cerré la puerta del refrigerador y me acerqué a ella sintiendo como las esquinas de mi boca se curvaban en una sonrisa. Jan sacudió la cabeza.

—No, esto es lo que me llevaré a Puerto Peñasco —informó. Elevó sus cejas esperando por mi reacción y yo me quedé frío. ¿Cómo demonios lo había averiguado?

—Pero que...

—Tu madre habló preguntando cuanto tiempo estaríamos de... luna de miel —dijo con ese tono de superioridad que tanto me ponía los pelos de punta. Gemí frustrado. ¿Por qué nada me salía bien?

Tapé mi cara con ambas manos y escuché los pasos de Jan acercarse a mí antes de que su risa llegara a mis oídos.

—Se supone que era una sorpresa —dije con pesar cuando la sentí a mi lado. Sus manos empezaron a acariciar mi espalda y traté desesperadamente de relajarme.

—No te preocupes. De todas maneras sabes que odio las sorpresas —dijo mientras quitaba mis manos de mi rostro para verme a los ojos—, y la intención es la que cuenta, ¿no?

—En este caso no —suspiré.

—De verdad, no es para tanto.

—Sí que lo es.

—Como sea. Como no supe que decirle a tu madre, le dije que estaríamos fuera todo el fin de semana y ella se ofreció a hacerse cargo de Dean por ese tiempo. Así que empaca, nos vamos en una hora. —Y con esto salió de la cocina dejándome sorprendido.

Esta mujer siempre le daba giros inesperados a las cosas.

Sacudí mi cabeza divertido y subí las escaleras para poder empezar a empacar. Entré a la habitación y encontré a Jan con una maleta hecha y empacando otra.

—Pequeña, créeme, no necesitaremos tanta ropa en la playa. Mi plan es mantenerte desnuda el mayor tiempo posible. —Sonreí travieso y Jan me fulminó con la mirada.

—No, señor. Me llevarás a ver los alrededores. No pienso quedarme dentro de una habitación de hotel todo un fin de semana solo porque mi esposo es un maniático sexual —masculló. No pude contener la carcajada que resonó desde el fondo de mi pecho.

—¿Maniático yo? La loca obsesa sexual aquí eres tu —repliqué. —Sí, Derek. Así, sigue. Oh, mas, por favor —imité su voz. Jan me lanzó una almohada y yo empecé reír con fuerza.

—Agh, eres insoportable —dijo mientras tiraba su ropa al piso y pasaba a mi lado hecha una furia. Alargué mis brazos y la detuve de hacer una salida dramática.

—Sabes que estoy jugando, cariño —dije sin poder dejar de sonreír.

Jan se deshizo de mi abrazo y fue a la cama, de donde tomó un pantalón corto y una blusa para después dirigirse al baño.

—Eso no te hace menos insoportable —replicó con la nariz arrugada justo antes de desaparecer dentro del pequeño cuarto y cerrar la puerta con demasiada fuerza. Sacudí mi cabeza divertido.

Dios. Cuánto amaba a esa mujer.

Luego de ducharnos, reconciliarnos, empacar y volver a pelearnos, Jan y yo estábamos por fin en el taxi rumbo al aeropuerto. Ella parecía niña pequeña impaciente, retorciéndose en el asiento y mirando por la ventana con esa bonita sonrisa embobada que tenía.

Cuando por fin llegamos y bajamos las maletas, Jan prácticamente corrió a entregar los boletos, aunque nuestro vuelo no salía sino dentro de media hora más.

—Tranquila, Jany. La playa estará todavía ahí cuando lleguemos —dije en tono burlón.

Jan me miró con esa intensa mirada que me intimidaba solo un poquito.

—Bueno, perdóname por estar ansiosa la primera vez que voy a una playa —contestó, su tono teñido de sarcasmo. En un principio pensé estar escuchando mal, pero solo para asegurarme, le pregunté:

—¿Primera vez?

Ella me miró por el rabillo de su ojo y luego sonrió orgullosa de sí misma..

—Vaya, señor te-conozco-mejor-que-la-palma-de-mi-mano, ¿desconocías ese pequeño detalle acerca de tu esposa la que tanto dices amar? —se mofó. Me miró con ojos sonrientes y sacudió la cabeza con fingida decepción—. Y eso que llevamos un año de casados. ¿Qué otras cosas importantes desconocerás de tu mujer?

Se encaminó hacia los asientos donde esperaríamos a que llamaran nuestro vuelo y yo me quedé ahí, atarantado por su confesión. Tras unos segundos parado como imbécil en medio del aeropuerto, seguí el camino que Jan había tomado y me senté a su lado.

—¿No estás jugando conmigo? —pregunté mientras ella movía algo en su teléfono.

—No tendría por qué hacerlo.

Bueno, tenía razón en eso.

—Entonces...

—Derek, amor mío, esposo de mi corazón, déjalo —dijo fingiendo el tono dulce de su voz—. No es la gran cosa, de verdad.

—¡Claro que es la gran cosa! Prácticamente me estás diciendo que no conozco a mi esposa.

—Bah, eres un exagerado.

—Yo no... Tú debiste haberme dicho —me quejé como niño pequeño. Jan me observó con seriedad y luego rio sacudiendo la cabeza.

—Dios mío, de verdad eres un dramático.

Estaba pensando en algo inteligente para replicar, cuando una voz llamando a nuestro vuelo salió por las bocinas.

Todavía no terminaban de dar el anuncio, cuando Jan ya se había puesto de pie y corrido a donde revisaban nuestro equipaje y boletos. No pude evitar sonreír con ternura al ver su emoción. Me puse de pie y la seguí.



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