"El orgullo no tiene color, sabor, ni tamaño, y sin embargo, es lo más difícil de tragar".
Todos vivimos con algún nivel de orgullo. Todos, incluyéndome, somos orgullosos. El orgullo, hasta cierto punto, es símbolo de que nos respetamos a nosotros y a lo que hacemos. Sin embargo, el orgullo excesivo y desenfrenado puede llevarnos al abismo del sufrimiento. ¿A qué me refiero con esto? El orgullo puede cegarnos, a tal punto de que no vemos lo que ocurre a nuestro alrededor. No vemos, por ejemplo, el daño que hacemos a otros...e incluso, no vemos el dolor que nosotros mismos padecemos.
"A través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos"- Carl Gustav Jung.
El dolor que podemos sentir a causa de ciertas circunstancias puede ser muy profundo, mas no lo mostramos, o incluso lo bloqueamos, por miedo a que nuestro orgullo y dignidad se vengan abajo. Debo admitir que incluso yo he cometido este error más de una vez. Porque sí, es un error.
Somos seres humanos, no robots sin sentimientos. Por tanto, existen situaciones que nos ponen felices, y otras tristes. ¿Acaso eso es malo? Por supuesto que no. Al fin y al cabo, todos tenemos corazón, y este no está hecho de acero (a pesar de que nos mostremos duros por fuera).
El negar que nos sentimos mal, el negar que cierta situación nos afecta, es tragar ese dolor, ese veneno que termina esparciéndose dentro de nosotros. Hace tiempo, en un capítulo, hablé sobre la necesidad que tenemos de expresar nuestros pensamientos, porque amurallarlos sólo hace que nos consumamos por dentro. Exactamente eso mismo pasa con el dolor. Intentar mostrar "fortaleza" sólo nos vuelve débiles, bloquearlo dentro de nosotros hace que nos volvamos débiles.
No bloquees tu dolor. Muéstralo, exprésalo, no lo reprimas. Fingir que no sientes dolor no hará que no te afecte. Quizás parezcas inmune por fuera, pero por dentro sólo sufrirás cada día más. Quizás el orgullo te haga sentir fuerte, pero no feliz, y tú mereces ser feliz.