Lo vi en sus ojos

By LuisaFernandaBaronCu

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sinopsis: Huesca, año 2013. La vida apacible de la provincia oscense se ve asaltada por las desaparicione... More

Capítulo 1

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By LuisaFernandaBaronCu

Capítulo 1

Señales

1- Febrero - 2013

Imágenes que zozobran entre lo onírico y la realidad

Flotaba.

Miró a su alrededor, paseando los ojos por el extraño cuarto en que se encontraba. Estaba rodeaba por paredes de tosca y desgastada piedra. Sentía la espalda casi pegada a aquel peculiar cubículo. La oscuridad era casi total, de no ser por unos finísimos rayos de luz que traspasaban las pequeñas y abovedadas ventanas. Confusa, se preguntó dónde se encontraba.

Comenzó a tiritar y sintió cómo el frío la invadía poco a poco, como lo hace la niebla cuando se apodera de un lugar. El silencio, en esos momentos, era su único compañero. Lo agradeció porque la ayudaba a activar sus sentidos. Un halo invisible la hizo estremecer, dejándole una sensación de miedo y pavor; intuía que algo malo iba a ocurrir. El desasosiego que la invadía era tan intenso que quiso salir de allí. Buscó algún indicio que le indicara la salida, pero la suerte no estaba de su lado en ese momento; no la encontró. Rezó para que la sacaran de aquel lúgubre cuarto. Su petición no fue atendida; tendría que permanecer allí, lo tenía claro, aunque desconociera la razón. Intentó calmarse pero tampoco lo logró. Su corazón latía a gran velocidad.

A regañadientes se resignó y decidió estar atenta a cualquier detalle que pudiera darle una pista de dónde se encontraba Cerró los ojos, una y otra vez, para que su vista se aclarase. A veces, en la penumbra, nada es lo que parece; con ese pensamiento se quedó quieta, aunque muerta de miedo, esperando a que algo sucediera. Estaba muy atenta. A su derecha, y a pocos metros de ella, vislumbró la sombra de lo que parecían escalones. Los siguió con la mirada pero solo pudo ver una delgada línea de luz en medio de la semioscuridad que reinaba.

Un ruido chirriante la alertó; parecían las bisagras oxidadas de una puerta. El silencio que la acompañaba se tornó algarabía. Voces fuertes y masculinas comenzaron a oírse cada vez más cerca, a medida que notaba cómo bajaban los escalones.

La poca luz que entraba le permitió observar a aquellas extrañas personas. Vestían prendas muy coloridas y buenos brocados; dedujo, por el atuendo, que podían ser nobles de la Edad Media o posterior. Todo era muy extraño, incluso la lengua en que hablaban era desconocida para ella, así que no pudo enterarse de nada. En ese instante, a pesar de estar desubicada, le quedó claro que había sido transportada muchos siglos atrás.

De pronto las risas y el tono alegre se volvieron agrios cuando un soldado, sin previo aviso, sacó una espada y le cortó la cabeza al hombre que había bajado con él.

No podía creer lo que estaba viendo. Quería irse de allí pero algo -o alguien- continuaba impidiéndoselo. Se sentía retenida contra su voluntad. Las arcadas comenzaron a subir por su garganta, y el olor nauseabundo de la sangre le cortó la respiración. Ansiaba moverse, hacer algo, gritar; pero no lo consiguió. ¡Se sintió impotente! Se quedó clavada en la esquina, a la espera de que terminara aquella tortura que le habían impuesto.

Apenas se había recuperado de la horrible escena cuando, de nuevo, un soldado bajó con otro hombre. Estaban los dos al pie de las escaleras. El individuo hablaba, gesticulaba y parecía enojado; el otro callaba. Temió que sucediera lo que había presenciado la vez anterior. El noble quiso defenderse cuando vio la espada desenvainada, pero la habilidad de aquel era tan notable que con un solo movimiento sesgó su cabeza. La imagen era horrible y repugnante: dos cuerpos, tirados en el suelo, perdiendo el preciado líquido que los mantenía con vida; y dos cabezas cortadas se vislumbraban allí donde habían dejado de rodar.

El olor era insoportable.

Sólo se preguntaba cuánto tendría que aguantar.

Sin saber cómo, porque las horripilantes escenas eran difíciles de digerir, aguantó las once ejecuciones más que se realizaron en aquel tétrico espacio. Todo le parecía tan absurdo, era una situación tan abominable que casi se volvió loca durante aquel tiempo. Otra de las peores cosas de esa situación era no poder hacer nada.

Tenía la sensación de que lo recién visto era tan real que se sintió desfallecer. Estaba harta de sangre, de crueldad y ensañamiento. Aunque sabía que no podía hacerlo, sintió la imperiosa necesidad de gritar para desahogarse.

Intentó cerrar los ojos, no podía soportar lo que veía; su mente era incapaz de contemplar aquella tremenda atrocidad. Aunque lo consiguió, tuvo que soportar el recuerdo de las angustiadas voces de las pobres gentes que habían perdido la vida entre aquellas cuatro paredes. Abrió los ojos para comprobar si todavía estaban allí; para su desgracia, la espeluznante escena era la misma. Giró la cabeza para no observar la carnicería que tenía delante.

Notó cómo su cuerpo temblaba y tiritaba. Estaba al límite. Su corazón palpitaba con violencia y un nudo en la garganta casi le impedía respirar. Por fin, pudo taparse la boca con la mano y comenzar a llorar. Un ruido lejano captó su atención y al abrir los ojos, de repente, todo había cambiado a su alrededor. Se asustó, y de la impresión se sentó. Se dio cuenta de que se encontraba en su cama. Estaba a salvo, todo había sido una horrible pesadilla. Sin embargo, continuaba jadeando. Cuando sus pulmones comenzaron a funcionar con cierta regularidad, se tranquilizó.

Natalia Román notó que tenía la cara húmeda. Movió sus manos con rapidez para secarse, y descubrió que había estado llorando. Sus lágrimas eran el canto de su alma por tanto horror visto. Continuó sollozando, pero en esta ocasión fue de alivio, al comprobar que por fin estaba a salvo.

Reinaba la penumbra en el cuarto. Las luces anaranjadas de la calle se colaban por las pequeñas rendijas de las persianas. El recuerdo de lo que había presenciado la perseguía sin tregua. La pesadilla parecía tan real que aún sentía el sabor y el olor de la sangre de aquellos que habían perdido la vida sin saber por qué. Decidió encender la lamparita de la mesilla para intentar apartar esas terribles escenas de su mente. Alertado por la suave luz del dormitorio, Bobo se desperezó y encaminó hacia ella; sentía a su dueña inquieta. Se subió a la cama y buscó una de sus manos. Al notar la presencia de su perro, Natalia lo acarició para calmarse. Adoraba a aquel ser peludo que intuía siempre su malestar. Suspiró y respiró profundamente, tenía que aquietarse aunque le resultara difícil.

Miró el despertador. Las luces azules le indicaban que aún era pronto, demasiado para levantarse y continuar con su vida: tan solo marcaban las seis de la mañana. Se puso las manos en la cabeza y las deslizó por su pelirroja melena. Como ya no iba a poder conciliar el sueño, decidió adelantar algo de trabajo y, de esa forma también, pensó, olvidaría todo lo que había visto.

Estaba destemplada, deseaba quitarse el frío que sentía y le atravesaba las entrañas. Se marchó a la cocina para prepararse un tazón de leche caliente con cacao. Bobo iba con ella, siempre se quedaba a su lado allá donde fuera.

Natalia volvió a su cama, acompañada por su fiel beagle. Había llevado hasta allí el portátil. Se instaló dentro de ella y, con la taza entre las manos, esperó a que el ordenador se encendiera. El calor que desprendía la leche caliente la reconfortó. Por alguna extraña razón que ella, de momento, no supo descifrar, no podía dejar de pensar en aquellos pobres hombres. Centraba su atención en las tareas pendientes, pero la pesadilla era más fuerte que la determinación para concentrarse en otra cosa que no fuera eso. Por suerte, la intensa iluminación de la pantalla del ordenador le marcó el camino para olvidar todo lo que había visto en sueños.

De repente dejó lo que estaba haciendo y cayó en la cuenta, reprochándose lo estúpida que había sido al no darse cuenta enseguida, de que esas imágenes eran sucesos reveladores.

Aunque Natalia Román no quería saber nada de esos temas, el pasado y los muertos la reclamaban a menudo; pero ella se negaba rotundamente. Innumerables veces había clamado al cielo para que le quitaran esa tremenda responsabilidad de salvar almas, o recuperar la paz y el sosiego de los demás. Ella no deseaba ser médium. Era miedosa, tranquila, asustadiza, odiaba romper su rutina y, en ocasiones, era algo aprensiva. Siempre decía que no tenía agallas para soportar eso. Ese mundo, como lo llamaba ella, le causaba mucho miedo; un sentimiento que arrastraba desde que tenía uso de razón. Era asustadiza, lo reconocía, y con ello se justificaba para no aceptar el don de clarividencia que poseía. Ella tenía ya su vida laboral encauzada, y no pensaba cambiar bajo ninguna circunstancia. Si querían una, que buscaran a su madre: Pilar Araguás, una mujer entregada a ayudar a todo aquel que se lo pidiera.

A veces soñaba con hechos concretos, determinadas personas o imágenes que destacaban por su realismo, y a la vez se especializaba en transmitir gran intensidad; al final, por suerte o desgracia, los sueños acababan cumpliéndose aunque ella no hiciera caso. No obstante, algo llamó su atención: se dio cuenta de la gran diferencia que existía entre éste y los demás. La atrocidad y el ensañamiento caracterizaban lo que acababa de ver, algo que nunca antes había tenido que presenciar. Se le encogió el corazón al acordarse de aquellas cruentas imágenes.

Estaba acongojada, un sentimiento que no podía apartar de su corazón. La tristeza la asedió sabiendo que algo malo estaba ocurriendo, o iba a ocurrir en Huesca: la ciudad donde había nacido y vivía. No sabía a quién, ni por qué. Tenía la certeza de que algún suceso de gran magnitud y brutalidad iba a suceder. Sin embargo, no relacionó sus pesadillas con lo que estaba sucediendo en la provincia oscense desde principios de año.

A Natalia Román la esperaban los días más duros de su vida. Ni siquiera la muerte de su padre se asemejaba a lo que el destino letanía deparado. Serían momentos que marcarían un antes y un después en su existencia.



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