Decepciones. La vida está repleta de ellas, desde las más insignificantes hasta las más duras e insoportables. Esa persona que creíamos nos quería ahora nos ha abandonado con total indiferencia, rompiendo nuestro débil y pequeño corazón. Ese sueño que teníamos fue burlado por otras personas, diciendo que jamás llegaríamos a ser nada en la vida. ¿Duele? Sí, por supuesto que duele.
Las decepciones nos marcan. Quizás nos volvemos más duros gracias a ellas. Quizás nos cerramos, pensando que todos los que pasan por nuestra vida terminan siendo pura decepción. Quizás asimilamos la idea de que nuestras ilusiones siempre serán burladas, de que terminaremos decepcionados de todo y de todos. Quizás hasta nos hemos vuelto aislados y desconfiados del mundo entero.
Si eres una de esas personas, no te culpo. Un buen mecanismo de defensa es cerrarte en tu propio mundo, así te vuelves insensible y no te ilusionas. Así no puedes sufrir, aparentemente.
Sin embargo, el vivir cerrado te impedirá volver a sentir las emociones que la gente puede producir. El vivir de forma hostil te impedirá disfrutar de los pequeños placeres de la vida, y ver el lado bueno de las cosas. El vivir de esta forma te impedirá formar una vida plena, una que te produzca sonrisas sinceras.
La decepción no mata, enseña. No vivas esperando algo de la gente que nunca te dio nada, pero no te cierres a la oportunidad de ser querid@ por alguien. Personas pudieron ser crueles contigo, pero hay cinco continentes habitados por millones de personas en el mundo. Y no todas son crueles, tienes mi palabra.