Crónicas de la Atlántida I: E...

By wickedwitch_

589K 57.7K 8.6K

Siempre se ha creído que la Atlántida era un mito, una simple leyenda. ¿Qué sucedería si ese mítico contine... More

{♚} Prólogo.
{♚} Capítulo uno.
{♚} Capítulo dos.
{♚} Capítulo tres.
{♚} Capítulo cuatro.
{♚} Capítulo cinco.
{♚} Capítulo seis.
{♚} Capítulo siete.
{♚} Capítulo ocho.
{♚} Capítulo nueve.
{♚} Capítulo diez.
{♚} Capítulo once.
{♚} Capítulo trece.
{♚} Capítulo catorce.
{♚} Capítulo quince.
{♚} Capítulo dieciséis.
{♚} Capítulo diecisiete.
{♚} Capítulo dieciocho.
{♚} Capítulo diecinueve.
{♚} Capítulo veinte.
{♚} Capítulo veintiuno.
{♚} Capítulo veintidós.
{♚} Capítulo veintitrés.
{♚} Capítulo veinticuatro.
Epílogo.
Nota de la autora.

{♚} Capítulo doce.

18.9K 1.9K 266
By wickedwitch_

Parpadeé varias veces, tratando de regresar al presente. El recuerdo era real, lo que Hugo me había contado era real... pero la sensación de que se me escapaba algo de todo aquello me hacía sentir frustrada conmigo misma; Hugo me había dicho que, en un inicio, nos habíamos llevado mal.

Los recuerdos de mi niñez a su lado que había conseguido recuperar pertenecían a ese tiempo en el que no éramos amigos. Entonces ¿cuándo se produjo el cambio?

-¿Qué fue lo que hizo que nos lleváramos bien? –pregunté, armándome de valor.

Hugo frunció el ceño.

-Fue justo después del episodio de la fuente –respondió, aunque titubeó al principio-. Le expliqué a tu madre que todo fue por culpa de una apuesta y que el único responsable era yo.

Alcé ambas cejas.

-¿Cómo reaccionó ella?

-Dijo que la culpa era de ambos y que agradecía mi acto de valor... pero que ibas a seguir castigada –concluyó con una media sonrisa.

Por unos segundos deseé tener intactos todos mis recuerdos, tener algo que compartir con Hugo de nuestra infancia y poder establecer una conversación de todo lo que habíamos pasado siendo niños; pero Hugo rehuía mi mirada y de nuevo apareció la sensación de que había algo que le incomodaba terriblemente.

Dejé ahí el tema, sabedora de que Hugo no iba a seguir respondiendo a mis preguntas sobre ese tema. De repente me encontraba terriblemente incómoda en aquella casa junto a Hugo.

Me aclaré la garganta.

-Creo que es momento de volver a casa –dije-. Además, quiero hablar con mi madre para ver cómo está mi abuela.

Una verdad a medias que me permitiría poner todo los asuntos que tenía pendientes en orden; no me sorprendió en absoluto que Hugo no se opusiera a mi idea y que me dejara volver a su cuarto para poder recuperar mi ropa. Cerré la puerta de su dormitorio a mi espalda y me quedé unos segundos observando la habitación, con la sensación de estar buscando algo en concreto.

Mis ojos se clavaron en el cajón de la cómoda donde había encontrado el cofre con la memografía de la familia de Hugo como si fuera un imán; no me había atrevido a indagar mucho más en aquel cajón... pero mi voraz curiosidad estaba atacando de nuevo.

Crucé la habitación en dos zancadas y me planté delante de la cómoda conteniendo la respiración; las manos me temblaban cuando tiré de las hendiduras del cajón para abrirlo, notando los latidos de mi corazón en los oídos, y con una extraña opresión en la boca del estómago.

Miré por encima de mi hombro, comprobando que Hugo no hubiera decidido venir a echar un vistazo, y saqué con cuidado el cofre de nuevo. No lo recordaba tan pesado, pero lo sostuve en el aire unos segundos antes de depositarlo sobre la cama de Hugo; abrí la tapa y saqué la memografía para poder ver qué más había en su interior.

Encontré una cajita pequeña al fondo, encima de lo que parecía un cuaderno... o un álbum de fotos viejo; saqué ambos objetos del cofre y comprobé que la tapa de abajo estaba hueca. Fruncí el ceño, movida aún más por la curiosidad, de aquel extraño sonido que producía el cofre cuando golpeaba los nudillos contra su fondo.

Sin embargo, no tenía tiempo para resolver ese pequeño misterio y prefería descubrir qué era lo que había dentro del cuaderno.

Solté un respingo cuando Hugo llamó a la puerta, sin llegar a abrirla.

-¿Amelia?

-¡Estoy terminando de vestirme! –grité en respuesta, apresurándome a guardar todo a excepción del cuaderno, que oculté a toda prisa en mi bolsa de deporte.

Con el corazón en un puño, me quité las prendas que me había prestado Hugo y me puse las mías propias, que estaban pegajosas y aún seguían húmedas, para correr a abrirle la puerta; Hugo me esperaba apoyado en la pared, observándome fijamente.

Hice acopio de fuerzas para sonreír y me pellizqué la camiseta, tratando de aparentar tranquilidad.

-Esto aún sigue mojado –me quejé.

Los ojos de Hugo se elevaron por encima de mi hombro izquierdo y me quedé helada; no quise mover ni un músculo por si algo conseguía delatarme, así que seguí sonriendo como si no supiera qué era lo que estaba haciendo.

Pasé la prueba, ya que Hugo terminó por devolverme la sonrisa y yo cogí mi bolsa de deporte, rezando interiormente para que no se diera cuenta de lo que había hecho. Sabía que estaba violando su intimidad a niveles estratosféricos, pero necesitaba urgentemente conocer más sobre mi pasado... y sobre el propio Hugo.

Me mantuve rígida durante todo el trayecto que duró el viaje hasta mi casa, pero Hugo lo confundió con la preocupación de todo lo que había pasado con mi abuela y de la que aún no sabía qué había sucedido exactamente; todas las ventanas estaban apagadas, por lo que mi familia debía seguir en el hospital.

Esquivé la mirada de Hugo, con temor a que pudiera averiguar que me pasaba algo.

-Gracias de nuevo –agradecí a media voz.

-Cualquier cosa que necesites, Amelia –dijo a modo de respuesta Hugo.

Lo observé alejarse con el ceño fruncido. El buen ambiente que nos había rodeado había desaparecido de un plumazo, sustituyéndose por un aire taciturno y bastante reservado; Hugo parecía bastante alicaído después de haberme relatado ese momento que había despertado en mi cabeza el respectivo recuerdo y yo no sabía por qué.

Tampoco entendía cómo era posible que nuestra relación hubiera mejorado hasta convertirse en una bonita amistad cuando todos los recuerdos que había logrado recuperar me mostraban a un Hugo distinto, que siempre buscaba ponerme al límite y trataba de humillarme. ¿Habría sido sincero cuando me había dicho que había cambiado nuestra relación al hablar con mi madre por mi desnudo en la fuente?

Pero para ello le había cogido prestado ese extraño cuaderno: para poder averiguar si Hugo estaba siendo sincero conmigo.

No entendía qué era lo que me sucedía, pero era incapaz de eliminar esa sensación de desconfianza que había ido creciendo con el paso del tiempo en aquel día; incluso había logrado empañar la imagen de Hugo.

Entré apresuradamente a mi casa y subí a mi habitación sin bajar el ritmo; las ropas se me pegaban al cuerpo, con una desagradable sensación de humedad, y me impedían moverme con facilidad; el cuaderno empezó a pesarme en la bolsa de deporte, quizá por los remordimientos que me provocaban. Aun así, le echaría primero un vistazo.

Cerré la puerta a mis espaldas con un fuerte golpe y me lancé a la cama, sacando el cuaderno de la bolsa por temor a que mis ropas mojadas pudieran deteriorarlo; lo observé fijamente la cubierta, buscando cualquier detalle que pudiera brindarme una pista sobre lo que era.

Parecía de un material parecido a la piel, pero mucho más tosca y con un aspecto bastante cuidado de color borgoña. No parecía tener ningún símbolo en su cubierta delantera, así que giré el cuaderno, topándome con otra tapa completamente vacía de cualquier signo que me ayudara a identificarlo.

Traté de abrirlo, pero me resultó imposible: las tapas parecían estar pegadas entre ellas con algún tipo de sustancia que desconocía.

Estuve un buen rato dándole vueltas al cuaderno, buscando la forma de abrirlo... sin éxito.

Finalmente me rendí y lo escondí en uno de mis cajones más abarrotados, muy al fondo, esperando ser más cuidadosa esta vez.

Hugo, a pesar de mi sorpresa, no apareció en clase los siguientes cuatro días de clase. Natalia pareció apiadarse de mí cuando vio cómo me bajaba el ánimo después de no tener noticias de Hugo, haciéndome que me preocupara más sobre lo que podría haberle sucedido.

Incluso mi grupo de amigos, en especial Matteo, parecieron darse cuenta de que me pasaba algo grave y se mostraron mucho más amables conmigo, creyendo que el motivo de mi decaída era el estado de salud de mi abuela.

Cuando salía de clase me iba directa a casa para, después, ir en coche con Giancarlo y Natalia, además del pequeño Pietro en ocasiones en las que no se quedaba en casa de la señora Farmese, para poder sustituir a mi madre y que ella pudiera bajar a la cafetería a descansar un poco.

No intenté ponerme en contacto con Hugo en todo aquel tiempo, por temor a que mi madre pudiera enterarse y empeorara la situación; me limité a quedarme sentada todo el tiempo que se me permitía junto a la cama de mi abuela, cogiéndola de la mano y rezando para que se recuperara.

El médico estaba anonadado: las constantes de la abuela y su estado físico estaban en perfecto estado, pero algo la había sumido en ese extraño coma y sus ondas cerebrales se habían visto afectadas de algún modo.

Me aferré con más fuerza a la mano inerte de mi abuela y tragué saliva, tratando de aliviar el nudo que se me había formado en la garganta; siempre que la miraba tendida en la cama no podía evitar recordar la conversación que había mantenido con Xanthippe.

Yo era el motivo por el cual mi abuela se encontraba en ese estado y no sabía cómo ayudarla. Al ver que Hugo parecía haberse tomado un pequeño respiro respecto a mí, había decidido tomarme mi entrenamiento por mi propia mano: me encerraba en el cuarto de baño de arriba y abría el grifo de la pila hasta que conseguía una buena cantidad; una vez hecho eso, trataba de moverlo o, al menos, crear algún tipo de movimiento que me diera esperanza.

Después de dos noches sin apenas pegar ojo, pude manejar a mi antojo una cantidad reducida de agua. Incluso aprendí a enfriarla hasta convertirla en un témpano de hielo y devolverla a su estado anterior.

Al menos no iba a estar tan indefensa si mi tía quería hacerme una visita sorpresa para recordarme que, según ella, mi vida estaba en sus manos.

-Abuela –gemí, con lágrimas en los ojos y apretando aún con más fuerza su mano-. Abuela, vuelve. Ayúdame.

No había mantenido la conversación con mi madre, esa misma que me había prometido mi madre el día en que hice estallar un jarrón, y parecía que estaba evitándome a propósito, quizá alargando esa oportunidad para poder hablar a solas.

Natalia entró en la habitación y me dedicó una sonrisa comprensiva cuando me pilló caso al borde del llanto, todavía aferrada a la mano inerte de mi abuela.

-Amelia, llevas aquí encerrada demasiado tiempo –empezó, hablándome con suavidad-. Sal un poco a que te dé el aire, yo me quedaré en tu lugar.

Negué varias veces con la cabeza, en absoluto dispuesta a dejar a mi abuela un minuto sola después de saber que había sido yo la causante de que estuviera allí postrada como un cadáver.

-No puedo –respondí, con la voz rota-. No quiero dejarla...

«Quiero estar presente cada segundo que me sea posible, comprobando que su corazón sigue latiendo y que todavía hay esperanza.»

-Fuera está Matteo –insistió Natalia-. Me ha pedido que te diga que quería hablar contigo...

La miré con atención, sorprendida por la idea de que Matteo hubiera decidido ir hasta el hospital para hablar conmigo; el episodio del jarrón le había dejado secuelas en su brazo, ya que habían tenido que suturarle varias de las heridas y aún lo llevaba vendado hasta que pudieran quitarle la sutura. Todos nuestros amigos se habían quedado estupefactos al escuchar la historia, pero Matteo le había restado importancia... aunque eso no había hecho que me sintiera mejor.

-Pero yo... -protesté.

Natalia me chistó y señaló la puerta.

-Vete ahora mismo, Amelia –me ordenó-. Necesitas tomar el aire y Matteo puede llevarte al centro para que pongáis las cosas en orden.

No supe a qué se refería exactamente con «poner las cosas en orden», pero desistí de tratar de convencer a mi hermanastra de que mi sitio estaba allí, con el culo pegado a aquella silla de plástico barato; me dirigí hacia la salida de la habitación cabizbaja, pero Natalia me retuvo unos segundos por la muñeca al pasar por su lado.

-No te merece, Amelia –me aseguró, muy seria-. Ese maldito gilipollas no te merece en absoluto.

Se me formó un nudo en la garganta cuando mencionó el tema de Hugo. Su ausencia me estaba afectando más de lo que creía, ya que habíamos estado muy unidos, al menos en mis sueños, y ahora había desaparecido de repente y sin dejar ni rastro; me desesperaba encontrarme en ese lamentable estado, en depender de una persona que hasta hacía muy poco tiempo creía que era producto de mi imaginación.

Por no hablar del beso que habíamos compartido y que parecía habernos separado por motivos que no entendía.

Bajé la mirada, incapaz de poderla sostener por mucho más tiempo.

-Gracias –musité.

Salí de la habitación con los ojos húmedos y con una fuerte opresión en el pecho; no había nadie en el pasillo, ni siquiera la hermana de Giancarlo, que no había parado de pulular como un fantasma por el hospital desde que mi abuela fue ingresada. Encontré a Matteo en la entrada del hospital, con la espalda apoyada sobre una de las columnas del porche y mirando fijamente hacia la línea del mar que podía divisarse desde allí.

Me aclaré la garganta con timidez y Matteo se giró hacia mí con un gesto mortalmente serio. Mis ojos buscaron automáticamente el vendaje que cubría su brazo herido y me mordí el interior de la mejilla, conteniendo las ganas de suplicarle perdón.

El ceño de Matteo se frunció cuando me vio la cara.

-¿Va todo bien? –me preguntó, entre alarmado y asustado-. ¿Ha habido algún cambio con tu abuela...?

Hundí la cabeza entre mis hombros con cierto pesar.

-Todo... todo sigue igual –contesté.

Aquello pareció tranquilizar visiblemente a Matteo, que soltó un suspiro por lo bajinis.

-¿Quieres que vayamos al pueblo? Allí podremos hablar con mucha más calma.

Acepté su propuesta con un simple gesto de cabeza y lo seguí por el parking del hospital hasta que se detuvo junto a su moto; la usaba en contadas ocasiones, ya que era su hermano mayor quien se encargaba de acercarle a todos sitios en su coche. Miré alternativamente a la moto y a Matteo, empezando a dudar de mi decisión.

Matteo sacó del maletero que había debajo del asiento un par de cascos y me tendió uno. Lo sopesé entre mis manos mientras mi amigo se colocaba el suyo, sin quitarme la vista de encima.

-¿Necesitas ayuda para ponértelo? –se ofreció.

Negué con la cabeza y me apresuré a ponérmelo yo sola. Esperé a que Matteo arrancara la moto y me monté en el asiento trasero, rodeándole después la cintura con mis brazos; no era la primera vez que montaba en aquella moto con Matteo, ya que en una ocasión me retó y acabamos casi en el fondo de la playa.

-¿Lista? –preguntó Matteo.

-Larguémonos de aquí –respondí.

Hundí el rostro, protegido por el casco, entre los omóplatos de Matteo, ignorando por completo la sensación que me producía la cercanía del mar; aquella desaparición por parte de Hugo había conseguido hacerme dudar de nuevo en mi decisión sobre qué debía hacer.

En aquellos momentos lo único que quería era estar al lado de mi abuela, que se recuperara y poder pedirle perdón por todo el sufrimiento que le había causado; quería que pudiéramos hablar y que ella me explicara los motivos que le habían empujado a bloquear parte de mis recuerdos.

Quería entenderlas a ambas: tanto a mi madre como a mi abuela.

El ritmo de la moto de Matteo fue disminuyendo poco a poco, permitiéndome disfrutar de los distintos olores que el centro de Portia nos regalaba a todos los viandantes.

Matteo encontró aparcamiento cerca de la cafetería de Florence, donde usualmente íbamos algunas tardes en las que no teníamos nada mejor que hacer; le devolví el casco y lo seguí hasta la terraza, donde ocupamos una de las mesas que daban al paseo marítimo.

Matteo cogió la carta, a pesar de que ambos teníamos bastante claro lo que íbamos a pedir, y se escondió tras ella.

-¿Cómo te fue el examen de Cálculo? –me preguntó, aún oculto.

Me sonrojé sin poderlo evitar. Después de la fiesta en la que casi me había ahogado, me había centrado solamente en Hugo y en mis orígenes; Natalia se había enfadado terriblemente conmigo cuando le dije el mismo día del examen que iba a suspender porque no había tenido tiempo para poder preparármelo.

Además, Cálculo jamás sería una de mis mejores asignaturas.

-Suspenso –respondí con indiferencia.

Los ojos de Matteo asomaron por encima de su carta y me observaron con incredulidad; yo me limité a encogerme de hombros.

-¿Y no te preocupa? –me preguntó-. ¿Vas a echar por la borda el curso... por un tío?

Mi sonrojo se hizo mucho más fuerte ante su insinuación. Todo el mundo parecía obsesionado con la idea de que Hugo y yo estábamos juntos, aunque ni yo misma sabía en qué punto nos encontrábamos. ¿Habría significado para él algo el beso? Había intentado besarme de nuevo en el hospital... pero yo lo había frenado.

¿Habría sido aquella negativa el detonante de que Hugo se hubiera mostrado tan frío y esquivo conmigo?

-Tengo bastante claro que un tío no me va a dar de comer –afirmé con frialdad-. Y no, no pienso perder el curso por nadie.

Matteo enarcó una ceja, poniendo en duda mi palabra.

-Estás hecha polvo, Amelia –apuntó-. Y no es solamente por lo que ha sucedido con tu abuela.

Desvié la mirada y apoyé la mejilla sobre la palma de mi mano, sin querer responder a las palabras de Matteo. ¿Había sido demasiado evidente que la desaparición de Hugo y del hecho que no se hubiera puesto en contacto conmigo en aquellos cuatro días me había afectado más de lo que había querido aparentar?

Evidentemente, sí.

Giré la cabeza justo para ver cómo la propia Florence, la propietaria de la cafetería, salía del local para cogernos el pedido personalmente; nos habíamos convertido en sus clientes habituales los viernes por la tarde y por eso nos trataba de una manera... especial. Nos sonrió con amabilidad y nos preguntó qué queríamos tomar; ante mi sorpresa, Matteo se encargó de pedir también por mí.

Alcé ambas cejas cuando Florence desapareció en el interior de la cafetería.

-¿Por qué has hecho eso? –quise saber.

Matteo se encogió de hombros.

-Es lo que siempre sueles pedir cuando venimos aquí.

-¿Y si hubiera querido elegir cualquier otra cosa de la carta? –inquirí.

Esbozó una media sonrisa.

-En todo el tiempo que llevamos aquí sentados no has cogido ni mirado la carta ni una sola vez –comentó.

Tenía que reconocer que Matteo era bastante atento a cualquier detalle, más que comprobado había quedado, pero no estaba dispuesta a darle la razón; aún seguía molesta por esa vena fraternal que había salido nada más aparecer Hugo en el instituto... y en nuestras vidas.

Mis ojos se desviaron de nuevo hacia el vendaje y Matteo me pilló mirándolo.

-Ya no duele tanto –me explicó-. Al principio los puntos eran un completo infierno, pero luego se ha ido calmando. Estuve muy asustado, Amelia, cuando estalló ese jarrón.

-¿Por qué? –pregunté con un timbre de sorpresa.

Matteo me miró del mismo modo.

-Tú también estabas allí, frente a él, cuando estalló. ¿Qué hubiera sucedido de haberte alcanzado algún fragmento, no sé, en el ojo? Al menos yo estaba de perfil, pero tú estabas justo enfrente.

Mi estado de ánimo decayó de golpe, como una montaña rusa, cuando escuché la preocupación que impregnaba cada una de las palabras de Matteo; a pesar de nuestras continuas discusiones sobre Hugo, él seguía preocupándose por mí.

Seguía estando a mi lado.

Aún no había desaparecido.

-Gracias por tu preocu...

Me callé de golpe al ver que Matteo se había erguido en su silla y que miraba hacia algún punto por encima de mi hombro; su rostro se había vuelto una máscara pétrea, aunque en sus ojos podía percibir una chispa de rabia.

-Vaya, vaya... mira a quién tenemos allí –canturreó.

Me giré por la cintura y fue como si alguien me hubiera atravesado el estómago con hielo: Hugo y una chica rubia bastante mona salían juntos de otra de las cafeterías que rodeaban la plaza central de Portia; al principio quise creer que se trataba de algo sin importancia, quizá era alguna chica del instituto con la que había salido a tomar algo...

... pero si fuera una chica del instituto no se tomaría la confianza de rodear su cintura con el brazo y pegarla más a su cuerpo.

La bilis me ascendió por la garganta y aparté la vista, incapaz de seguir mirándolos. Matteo tenía el ceño fruncido y miraba con odio a Hugo, que parecía totalmente ajeno a las dagas que le lanzaba Matteo con la mirada.

-Vámonos de aquí –le pedí, con la voz estrangulada-. Llévame a mi casa.

Matteo no dudó ni un segundo en levantarse y tenderme la mano para poder conducirme hacia su moto; yo hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para tratar de controlarme hasta que estuviera lo suficientemente lejos de Matteo. Nos montamos a toda prisa en su moto y nos dirigimos hacia mi casa sin molestarnos en comprobar si Hugo nos había visto.

La tormenta comenzó a descargar justo cuando Matteo se alejaba, compungido por la escena que habíamos presenciado y preocupado por cómo me había sentado todo aquello; yo le había asegurado que me encontraba bien y que solamente quería descansar.

Me quedé unos segundos bajo la lluvia, empapándome, dejando escapar las lágrimas que había estado conteniendo para que Matteo pudiera marchar cuanto antes. El agua de la lluvia se mezcló con mis propias lágrimas, diluyéndolas.

Entré como una tromba a mi habitación y fui directa a la cajonera donde había escondido el cuaderno de Hugo; ya no me importaba lo más mínimo lo que pudiera pasar cuando se diera cuenta de que faltaba porque yo me habría encargado de destrozarlo.

Lo sujeté con fuerza, dispuesto a partirlo con la mitad, cuando una lágrima cayó sobre su superficie y el libro se abrió de golpe. Se me escapó un involuntario chillido de la sorpresa y lo tiré contra la cama en un acto reflejo.

Una vez recuperada del llanto, que parecía haberse desvanecido, y de la sorpresa me incliné hacia el libro abierto y me quedé estupefacta al comprender que aquello era... una mezcla de diario y álbum de fotos.

Contuve el aire y pasé la primera página, dispuesta a leerlo de cabo a cabo antes de decidir si lo destrozaba a modo de venganza o no.

Deseé no haberlo hecho, ya que las primeras líneas de su primera página me golpearon como si Hugo lo hubiera hecho físicamente contra mi estómago.

Odio a la princesa Ameria. La odio con toda mi fuerza, tanto que a veces me sorprende la intensidad de ese sentimiento.

Pero lo conseguiré; conseguiré quebrarla y destrozarla hasta que no quede nada de ella.


Continue Reading

You'll Also Like

4.2K 915 22
Vivir toda su vida en las Montañas Nevadas, alejada de la infinita magia del mundo, cómo sería tener que afrontar todo de un golpe, descubrir y asimi...
76.5K 10.1K 63
˚→ ˚→ ˚→ Ann Taylor una joven mexicana de 22 años, llena de sueños viaja por primera vez a Italia, en medio de su recorrido en las ruinas antigu...
228 80 39
Una Reina despiadada Un reino en guerra El último bastión de los rebeldes Y una chica cuyos sueños son distintos a los demás Desde que fue adoptada p...
272K 24.2K 47
[Ganadora número 1 en #LemonProject, un concurso por @LissPalm] Megan es una chica linda, divertida, algo torpe, pero encantadora y sobre todo, ama l...