MERAKI (MARCO REUS FF)

By Upeksa

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Maia odia no tener suerte. En algún momento de su vida debió perderla en algún cajón y ahora está escondida y... More

PRÓLOGO: SPARKLES.
C.3: COCAINE
C.4: FUSCH
C. 5: JUEVES
C. 6: DICKINSON
C.7: QUEEN
C. 8: MAMÁ
C.9: CORAZÓN, LE OLVIDAREMOS.
C.10: 6 - 1
15 de Abril de 2014
C.12: TRAUMA
C.13: CAOIMHGHIN
C.14: MUÉRDAGO.
C.15: AÑO NUEVO.
C.16: COHETE CLINTON
C.17: JOHAN
C. 18: VANTAA
C. 19: TRES AÑOS DESPUÉS.

C.1: KLEIN.

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By Upeksa

Mr. Tölmer era un pez gordo. Y como todos los peces gordos, a veces, se las daba de genio y tiburón de las finanzas desarrollando nuevas pruebas de contratación. Esta vez se sentía totalmente orgulloso, puesto que era capaz de eliminar de un golpe a la mitad de competidores por un mismo puesto. Colocaba todos los curriculums recogidos hasta la fecha sobre su escritorio y, sin miramientos, Tölmer tiraba la mitad de ellos a la basura. Cuando Elga le preguntó las razones, su respuesta vino acompañada de una sonrisa divertida y ufana:

-No quiero trabajar con nadie que no tenga suerte.-respondió, llevándose a la boca su puro y encendiéndolo en su propio despacho.

Si Maia Baum hubiera visto su curriculum ser destrozado por la máquina trituradora, no se hubiera pasado las tres últimas semanas pegada a su móvil, deseando que apareciera en pantalla la llamada del Johannes Hospital. Volvió a leer la oferta de trabajo que llevaba tanto tiempo deseando y suspiró cuando la voz de megafonía anunció el nombre de la parada de su trabajo real. Junto con ella, un mínimo de cuarenta personas se bajaron, empujándola y caminando con la tranquilidad de la que disfruta una persona que está de turismo y no intentando llegar pronto a trabajar.

-Hey, Maia.-gritaron a su espalda. La castaña se giró y observó con una mueca a su nueva compañera, acercándose dando saltitos.-No sabía que entrabamos a la misma hora y, ¡menos mal! Es mi primer partido y me da miedo estropearlo todo.

Maia suspiró. Odiaba las conversaciones de trabajo fuera del trabajo que a todo el mundo parecían gustarle. Quizás porque le hacía recordar el trabajo que tanto deseaba y del que no podía hablar. Miró a la chica alta, delgada y muy bien vestida que tenía al lado y se encogió de hombros. Le daba unas dos semanas aproximadamente: por un lado estaban las que no aguantaban la presión de tener hinchas locos y borrachos gritando, insultando y soltando guarradas. Por otro estaban las que acababan enamorándose locamente y se convertían en el rollo de una noche de algún famoso de tres al cuarto.

Por extraño que pareciera, a parte de la señora Paiper, era la mujer con más antigüedad de todo el estadio Signal. No era ni lo suficientemente atractiva como causar alboroto, pero si lo suficientemente inteligente como para saberse de punto a coma toda la historia del equipo y del estadio. No era una persona de la que podían desprenderse fácilmente solo por preferir vaqueros por encima de medias transparentes.

-Es como un día de trabajo normal, solo que con más gente.-respondió.-Solo intenta que nadie de equipos contrarios se peleé en tu zona y no pasará nada. Y si pasa, pulsa rápidamente el botón de seguridad.

-¿Pelearse?-repitió tragando saliva.

-Es fútbol.-obvió, acelerando el paso para subir las escaleras normales.

Escuchó a su nueva compañera bufar, pero por alguna razón, no deseaba quedarse sola y prefería la seria y pasota compañía de Maia que la de su móvil. Con un gran esfuerzo por parte de sus gemelos, subió las escaleras detrás de ella subida en unos impresionantes tacones.

-Pero... ¿qué hago si se pegan?-le preguntó asustada.

Un grupo de hinchas vestidos con los colores amarillo y negro se cruzaron por delante de ellas y les hizo frenar. Gritaban como histéricos, golpeando las paredes y alzando los brazos en algún tipo de danza de pelea ancestral. Dos de ellos observaron a su compañera y le lanzaron varios besos mientras alzaban la cerveza que llevaban en la mano. Sintió como la rubia se encogía a su lado y, protectoramente, fulminó con la mirada a los dos hombres hasta que se volvieron y dejaron de acosar a su acompañante.

-¿Es tu primer trabajo?-preguntó Maia.

Ella asintió mirando el suelo.

Por alguna razón, aquella chica le pareció mucho más sincera y humilde que el resto de modelos que habían decidido contratar como empleadas del estadio. Le sonrió y, dándole una palmada en la mano le hizo un gesto para seguir.

-Vamos.-le animó.-Te daré un par de consejos y uno de mis dos sprays de pimienta


Maia empujaba el carrito de las toallas mientras Heidi no dejaba de acosarla a preguntas. El partido empezaba en menos de dos horas y la rubia no podía estar más asustada, ignorando todos y cada uno de los ánimos y palabras de calma que la castaña le ofrecía.

-Pues si no quieren enseñarte el bolso o esconden algo, solo tienes que pulsar el botón.-volvió a responder por quinta vez.-En serio, este botón será como tu bote salvavidas. Siempre que ocurra algo, ban. Lo pulsas.

Heidi resopló, apoyándose sobre una pierna, agotada por estar aún en pie en los tacones.

-Vamos, tenemos que dejar preparados todos los vestuarios antes de que se presenten aquí las estrellas.-le pidió mientras le entregaba un montón de toallas para que lo cogiera entre sus brazos.

La castaña ya sabía cómo funcionaba el estadio y, había aprendido, a quién debía acercarse y a quién no. En los dos años que llevaba tenía como regla de oro la de no acercarse más de lo necesario a los jugadores, no llamar la atención y, sobre todo, no llevar tacones. Todo lo contario a lo que Heidi llevaba haciendo desde que habían cruzado aquellas puertas. Ataviada con una camiseta del Borussia, Heidi se parecía a las modelos que salían ligeras de ropa en las contraportadas de las revistas deportivas. Ella parecía más de las que se ponen la camiseta de su equipo para sacar a pasear al perro.

-¿Son majos? Ah, mi hermana sueña con conocer a alguno de ellos y cuando le dije que iba a trabajar aquí casi se...-comenzó a contarle, pero se cortó a la mitad.

Como en una película, Maia observó cómo chocaban torpemente contra el hombro de Heidi, que casi se cae de bruces y que abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de quién era el causante. La castaña hizo una mueca, con las toallas aún entre las manos. Otra que había caído en las absurdas redes de esos imbéciles.

-Hola.-murmuró.

-Hola.-respondió Heidi, poniéndose colorada y pasando un mechón de su pelo rubio por detrás de su oreja.

Mientras él sonreía de lado, su compañera pestañeaba coquetamente. Maia estaba segura de que vomitaría. ¡Estaban trabajando, por favor! Carraspeó su garganta y cuando Heidi la miró, alzó las toallas para recordarle para que estaba en aquel estadio.

-Perdona.-se disculpó en voz muy baja volviendo a su lado.

-Oye, disculpa. No es por entrometerme pero...-comenzó a hablar al que llevaba catalogando de imbécil desde hacía mucho tiempo.-Seguro que tienen mucho trabajo en la cafetería ahora mismo. ¿Por qué no te vienes a ayudar?

-Yo... eh... yo...-tartamudeó Heidi.

-Porque le han mandado ya un trabajo, señor Reus.-respondió en su lugar.

Por primera vez, la miró. Frunció el ceño y la estudió de arriba abajo. Desde sus zapatillas negras hasta el gorro de lana que le cubría la cabeza. Maia se sintió molesta pero mantuvo su mirada fija en la de él durante su escrutinio con la misma mirada de superioridad de la que él presumía.

-Ya veo.-murmuró y volvió a sonreír, poniéndole nerviosa.-Bueno, ya que somos compañeros, si ganamos este partido pasaros por el Cocaine, no sé si te suena.

Heidi volvió a abrir los ojos como un búho y Maia suspiró exasperada.

-Claro que lo conozco.-respondió ilusionada.

-Tú también estás invitada, klein.

Maia parpadeó.

-¿Cómo?

-Que tú también puedes venir. Sé que a las chicas os gusta ir acompañadas a las fiestas.-respondió cruzándose de brazos.

La castaña sintió que le ardía la sangre y que, si se quedaba allí, le acabaría diciendo cosas que no podía. No era su superior, pero como el señorito Reus fuera con el cuento a la señora Paiper tendría grandes problemas por su culpa.

-No necesito tu piedad, gracias.-dijo cogiendo de nuevo el carrito de las toallas dispuesta a entrar en los vestuarios y hacer su trabajo.

-¿Te da miedo?

Maia cerró los ojos y contó hasta diez.

-No, claro que no me da miedo.

-Entonces, ¿por qué quieres ser aburrida?-continuó, pasándose la mano por el pelo.-Vamos, acompaña a tu amiga a pasar una buena noche, klein.

-Deja de llamarme así.-le ordenó.

-No sé cómo te llamas.

Maia le mantuvo la mirada y se encogió de hombros.

-Ella es Heidi, y si quiere ir a esa fiesta yo no tengo por qué aguantarlo.-dijo, abriendo la puerta del vestuario y arrastrando el carro tras ella.-Ahora, flirtear todo lo que queráis sin que yo esté delante para vomitar.

La puerta se cerró con un portazo justo después, y escuchó la voz amortiguada de Reus y la risa tonta de Heidi como respuesta. Puso los ojos en blanco y miró por última vez su móvil. Ninguna llamada. Ningún mensaje. Ningún e-mail. Suspiró y, con desgana, sacó todas las cosas necesarias para preparar los vestuarios.

Se quedaría en ese lugar para siempre.


-Por favor, por favor, por favor.-rogó por quinta vez mientras daba saltitos sobre sus tacones. Su parte malvada deseó que se le doblara un tobillo y dejara de molestar.

-Heidi, vete a tu puesto.-gruñó.

-Maia, por favor. Sé que nos conocemos desde hace tres días pero... oh, dios mio. ¡Es guapísimo! ¡Y me ha invitado!-chilló, abriendo los brazos y haciendo que Maia pusiera los ojos en blanco.-Solo acompáñame hasta allí y podrás volver a casa.

-¿Quieres que pierda horas de sueño para acompañarte hasta esa fiesta para volverme cinco minutos después de un autobús nocturno muerta de frío?-preguntó arqueando una ceja.

Heidi la miró de arriba abajo, en silencio y ladeó la cabeza.

-¿No tienes coche?

Maia apretó los dientes para evitar pulsar el botón y que los de seguridad se la llevaran a su sitio. Todo el mundo en aquella ciudad parecía tener vehículo mientras a ella se le congelaban las manos solo de agarrarse a la barra de metal del transporte público.

-Por favor, Maia.-le rogó por sexta vez.-Y te prometo que haré todo lo que quieras.

-Heidi... en serio, ¿no tienes a nadie más que te acompañe?-le inquirió con más paciencia de la que se imaginaba que tenía.

La rubia agachó la cabeza avergonzada y Maia se sintió como un ser despiadado.

-La única que vendría sería mi hermana, y hoy está de guardia en el Johannsen.-respondió apesadumbrada.

Maia la miró con la boca medio abierta y sin saber muy bien qué decir. ¿Iba a ser egoísta o su orgullo podía más que la posibilidad de que Heidi le acercara un poco más al hospital en el que quería trabajar? Quizás, la hermana de Heidi no era más que una celadora y no tenía ninguna posibilidad de abrirle un hueco pero... por lo menos tendría a alguien que le diría qué había pasado con las entrevistas. Ella había cumplido todos los requisitos, tenía un historial intachable y muchos más créditos aprobados de los que pedían. ¿Por qué ni siquiera le habían llamado?

Quizás esa era la única opción para responder esa pregunta. Y Marco Reus, ese rubio y niñato de pacotilla no iba a molestarle. Si quería seguir ligando con todas y cada una de sus compañeras, era cosa suya, y si se comportaba como un rico mandón... bueno, siempre podía sacarle la lengua mientras no mirara. Además, todos eran iguales. Lo realmente importante era acercarse a Johannsen y Heidi era su mejor opción.

-Está bien.-suspiró.-Te acompañaré. Pero solo te acompañaré y después me iré. No vas a convencerme de lo contrario.

Heidi sonrió de oreja a oreja y abrazó a la castaña con todas sus fuerzas.

-Gracias, gracias, eres la mejor.

-Pero vete a tu sitio antes de que Paiper te vea aquí.-le insistió apartándola.-Luego nos encontramos y... y quedamos para esta noche.

-Te pasaré a recoger en coche por tu casa. Luego me das tú dirección.-le gritó mientras se alejaba a trote con un gran sentido del equilibrio sobre los tacones.- ¡Eres una gran compañera!

Maia sonrió y sacudió la cabeza. En cualquier otro momento no hubiera dado su brazo a torcer pero llevaba semanas desesperada. Iría cinco minutos, lo suficiente para que Heidi se encontrara con su amorcito y poder chantajearle al día siguiente para que hablara con su hermana. ¿Qué podía ir mal en solo...diez minutos?


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