Belleza Nocturna ✔️

By Deborah_Coria

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Halloween es una celebración que comenzó en Irlanda para celebrar el fin de la cosecha. Esta tradición llegó... More

Capítulo 2.
Capítulo 3.
Destacado Octubre 2018

Capítulo 1

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By Deborah_Coria


Layla se limpiaba con su antebrazo la sangre seca de su labio inferior, saboreándose al recordar el delicioso banquete que se había dado con el dulce líquido carmesí de mortales inocentes y puros. Pero su festín no terminaba ahí.

Su hermana, Killari, ingresaba con su vestido blanco manchado de sangre, como si se tratase de un pintoresco cuadro abstracto. Le gustaba simular, a través de la blancura, la pureza de la que carecía. Aquella que le había sido arrebatada hacía varios siglos atrás.

—Hay que continuar —anunciaba con entusiasmo.

—Lo sé. Hay que seguir mezclándonos entre los tontos mortales —comentaba Layla con una gran sed de sangre humana que parecía ser insaciable.

Se prepararon para salir a recorrer las calles de uno de los tranquilos vecindarios de San Francisco. Aún estaban a un par de horas para que la festividad de Noche de Brujas encontrara su fin en un nuevo amanecer.

Las hermanas Bohan se adentraron a las oscuras calles plagadas de niños correteando de un lado a otro, disfrazados de toda clase de ser oscuro que Hollywood les había enseñado. Aprovechándose de tal ocasión, Layla y Killari simulaban ser simples mundanas disfrazadas para tal celebración.

Killari se detuvo bruscamente y olfateó en el aire, un aroma exquisito inundaba el lugar. Sonrió maliciosa y tomó del brazo a su hermana para conducirla hasta una sencilla casa de clase media.

—¿Truco o trato? —preguntó Layla con cierta ironía luego de haber golpeado la puerta. Del otro lado, un joven muy apuesto sonreía con ojos vivaces.

—Buenos disfraces, hasta parecen reales —acotó mientras se dirigía al interior de la casa en busca de una canasta con dulces—. Aunque debo ser honesto, ya están grandes para esto.

Las hermanas Bohan aprovecharon su distracción para ingresar y esconderse, así después sorprender a su víctima.

En cuanto el hombre regresó con la canasta, se llevó la sorpresa de no encontrar a nadie del otro lado del umbral. Salió al porche para ver qué había sido de las mujeres, pero al no verlas desistió y regresó al interior de la casa, cerrando la puerta detrás de él.

Una brisa lo envolvió y sintió cómo su cuerpo permanecía rígido, a la espera de alguna orden. Killari soplaba suavemente, provocando que el joven cayera en un estado de trance. Por su parte, Layla apareció  y de manera sensual caminó hasta él. Parecía danzar excitada ante la vena palpitante del muchacho.

Embelesado ante la belleza de la joven, dejó caer con brusquedad la canasta, haciendo que todos los dulces quedaran desparramados sobre el alfombrado.  El joven se limitó a cerrar los ojos y dejarse llevar por el placer que la morena provocaba con sus caricias. Pronto, Killari se unía a la danza de la seducción y envolvió al muchacho con sus brazos.

Hijas de Abrahel, habían aprendido bien el oficio de la seducción para saciar sus antojos criminales.

Luego de terminar dicho acto lujurioso, de unirse al placer y al deseo, el joven estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario con tal de complacer a sus anfitrionas.

—¿Qué es esto? —preguntó horrorizada la esposa del joven, quien aparecía por las escaleras con su largo camisón de color blanco y dejando ver un abultado vientre de 38 semanas.

—Mátala —ordenó Layla con soberbia y él se abalanzó sobre su esposa.

Sus gritos fueron ignorados y sepultados bajo la mano del hombre, quien la apoyaba contra la pared con una fuerza imposible de vencer. En pocos segundos, sus grandes manos rodeaban el cuello de la mujer que luchaba por defender su vida y la del bebé que tanto había estado esperando.

Desde la oscuridad de la estancia, Layla y Killari eran unas frenéticas espectadoras. Sabían que iban a poder conseguir más víctimas para su propio festín de Noche de Brujas. Nada resultaba más dulce que la sangre humana.

Unos alegres y pícaros niños llamaron a la puerta. Killari se dirigió hasta allí y la abrió. Cuatro niños disfrazados de piratas aguardaban por chocolates.

—Pasen por sus dulces, pequeños hermosos —ordenó con dulzura maternal—, y deliciosos —susurró.

Los cuatro niños ingresaron sin saber que allí encontrarían el final de sus vidas. Después de drenar la sangre de los pobres infantes, las hermanas decidieron que aquel hombre ya no les servía más, por lo que su vida encontró su fin en los afilados colmillos de Killari. Abandonaron la casa y continuaron con su recorrido, guiadas por el aroma de algún otro joven escéptico.

Así fue que llegaron hasta la casa de Jeremías, hijo del pastor. Pese a que su padre lo había intentado guiar por el sendero que lo llevaría directo hasta Dios, aquel no había tenido intensión alguna de acercarse al señor. Sólo asistía a las misas para complacer a sus padres, pero en secreto continuaba en su absoluta negación de creer en un poder supremo, o en demonios.

Jeremías se sintió atraído de inmediato a la belleza de las Bohan. Se ofreció a acompañarlas a pedir dulces, pero ellas rieron. Telepáticamente acordaron llevarlo hacia la oscuridad de algún callejón, aferrándose a los brazos fornidos del muchacho, y caminaron juntos.

—Tenemos pensado hacer algo más que pedir dulces —le susurró al oído Layla.

—Te divertirás mucho —concluyó Killari.

Jeremías sonrió complacido. Se creía todo un Don Juan por ir con dos atractivas mujeres que nadie conocía.

Desde la ventana de su habitación, Boris observaba a su hijo. No le resultaron normales aquellas dos jóvenes que lo acompañaban. De inmediato, bajó a paso apresurado por las escaleras para ir a rescatarlo. Su esposa, Emma, lo interceptó, haciendo que su cacería se viera demorada.

—Sabes que los portales entre los distintos mundos se abren en esta fecha —argumentaba Boris, angustiado mientras se abría paso—. Nuestro hijo cayó en las garras del mal.

—Nuestro señor no nos dará la espalda —dijo Emma, tratando de buscar consuelo alguno en su interior. Tomó su rosario y su tapado para acompañar a su amado esposo.

Golpearon puerta tras puerta para recurrir a la ayuda de sus vecinos. Pronto una multitud marchaba en busca de Jeremías con ardientes antorchas y estacas, algunas de plata y otras de madera. Iluminaban cada callejón oscuro del vecindario. Boris sentía que el tiempo se agotaba y temía encontrarse con el cuerpo inerte y sin vida de su hijo.

La multitud se detuvo al encontrar el cuerpo de un niño de cuatro años en medio del asfalto. Un grito desgarrador se escuchó desde el tumulto, era la madre del niño, quien a los pocos segundos del hallazgo se arrojaba junto al cadáver a llorar desconsoladamente.

Boris se persignó a medida que se agachaba para examinar el cuerpo, descubriendo en la base del cuello dos orificios por donde habían drenado su sangre.

—Vampiros —murmuró indignado.

Ayudó a la madre a ponerse de pie y continuaron avanzando. Como un rastro de migajas, los cuerpos de los niños guiaban a las furiosas personas hasta las dos hermanas. Cuando llegaron a la entrada de la Iglesia, a modo de burla, las Bohan estaban drenando lo último que le quedaba de vida a Jeremías.

La multitud enardecida, se arrojó contra ellas en una lucha desigual contra seres sobrenaturales, cuyo poder iba más allá de la imaginación del hombre. Layla y Killari surcaban los cielos nocturnos, haciéndolos rugir ante su paso. Divertidas ante la ira de los pueblerinos, observaban cómo agitaban sus antorchas. Con lo que no contaban era con que, entre la multitud, una cazadora les lanzaría una flecha con punta de plata.

Layla cayó con violencia al techo de la Iglesia, soltando algunos de los tejados que caían hacia los ciudadanos. La plata la quemaba y sus gemidos de dolor eran como alaridos agudos que aturdieron a la turba. Killari descendió algo desconcertada para ayudar a su hermana y arrancó la flecha ocasionándole mayor dolor.

Ágilmente la cazadora llegó hasta ellas. Killari intentó empujarla a través de su poder telequinético, pero aquella la esquivó con rapidez.

Layla intentaba regenerar su piel quemada para unirse a la pelea, pero aún estaba en la mira de la cazadora, quien arrojaba otra flecha que se clavaba en su abdomen. Se arrastró hasta la orilla y cayó, quedando a merced de la multitud.

Boris se aproximó con su crucifijo en una de sus manos y una estaca de plata en la otra. Layla se retorcía de dolor, mientras alguien, desde el tumulto, le arrojaba agua bendita. Se sentía cada vez más débil y podía oler su carne quemándose. Boris se arrodilló junto a ella, mirándola con completo desprecio y repugnancia.

—Vete a donde perteneces —sentenció. Luego clavó la estaca en el pecho de la bella Layla, quien se convertía en polvo tras un grito que se volvió un eco.

Killari no podía continuar ni un segundo más allí. Con sus ojos empapados de lágrimas, voló  a gran velocidad para alejarse. Ni siquiera la cazadora podría alcanzarla. Internándose en el bosque, juró vengarse de cada una de las personas de aquel vecindario que ya no volvería a ser el mismo.



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