UNA ESTRELLA ENAMORADA |1ra p...

By SankButterfly

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Una noche Esteban conoce a un extraño muchacho en la playa quien dice estar enamorado de él a pesar de no co... More

1 Una Estrella Bajó por mí
2 Dos opciones
3 Su nombre es Destello
4 Destello ha nacido
5 Es imposible evitar su amor
6 El vientre
7 Dos pequeños espíritus
8 Una extraña visita
9 Para estar a su lado
10 Secuestro
11 Momento de cumplir la decisión
12 Torpes sentimientos de piedad
13 Despedida
14 Déjalo en mis manos
15 Resplandor
16 Siguiente paso
17 Presencia de un demonio
18 Ritual de reencarnación
19 La nueva candidata
20 Tatuajes
21 Fantasmas para espantarlas
22 Entretenimiento mundano
23 Ritual de visibilidad
24 Ritual de Protección
25 Extravagancia
26 Encuentro con el demonio
28 Espíritus destinados
29 No es mi culpa
30 Caminos Separados

27 Alpha

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By SankButterfly

Exigí ser llevado junto a Destello después de librarnos de la bruja, pero Oro solo se mostró interesado de jugar conmigo. Como pensé, él me llevó a la habitación, me hizo esperar un ratito y luego puso variadas cajas multicolores frente a mí. No demoró en mostrarme el contenido de cada una de ellas, los cuales solo me provocaron unas ganas tremendas de tirárselas en su cara, pero no pude hacerlo. Sus amenazas de no llevarme junto a Destello me obligaron a sonreírle con hipocresía.

Finalmente terminé rodeado de trapos. Los niños se mostraron curiosos frente a los diseños de alta costura, como Oro mencionaba a cada momento. Él decía nombres de tal o cual persona mientras me mostraba los trapos, todos ellos nombres de personas que se ganaban la vida diseñándole ropa a los más riquillos del entorno artístico mundano.

Las amenazas de Oro no se hicieron esperar. Me dijo: "Será mejor que elijas algo y te lo pongas o no te llevaré con Destello aunque te pongas a patalear. Tendrás que esperar tu recuperación total si es que quieres verlo por tu propia cuenta". De inmediato afilé mi mirada con tal de que entendiera que sus amenazas eran las peores. Busqué un escape en los niños. Ellos me podían llevar con Destello, pero estos me miraron con sus caras tiesas y luego sonrieron. Eran cómplices de Oro. Algo me dijo que a ellos les encantaba verme siendo sometido por las manías de Oro.

Terminé eligiendo un par de trapos al azar, los más alejados de la atención de Oro, los menos extravagantes: Un pantalón jean color azulado, un polo simple de color blanco, una chompa rosa de lana, que al ponérmela me quedó hasta la mitad de mis muslos, y finalmente unas zapatillas simples. Oro y los niños me miraron un poco sorprendidos cuando salí del vestidor. "El rosa no te queda nada mal", me dijo Oro mirándome de pie a cabeza. Los niños sonrieron y luego dijeron: "El rosa es el color característico de las...", pero Oro los interrumpió. Oro también se mudó de ropa. Volvió a ponerse la ropa causal elegante con el que estaba acostumbrado a verlo. No entendía por qué se compraba tanta ropa de diferentes modelos si al final siempre prefería vestir con lo mismo. Meneé mi cabeza para dejar de pensar en tonterías.

Finalmente Oro se acercó a mí, posó sus manos sobre mis hombros y un revoloteó dorado nubló mi vista. No estaba acostumbrado a ser llevado por nadie, por eso mis rodillas flaquearon un poco al pisar el piso duro de la casa de Destello. Oro me sostuvo para no dejarme caer con brusquedad.

—Aquí estamos, en la casa de Destello, como querías — dijo como si hubiera realizado un acto de caridad.

Yo quería ver a Destello, no la sala de la casa. La llegada a la casa me hizo olvidar que aún no podía trasladarme por mí mismo. Intenté desvanecerme para aparecer en la habitación de Destello, pero no pude hacerlo. Fue un fracaso ridículo intentar desaparecer, ya que, a pesar de lograr desvanecerme, volví a aparecer a solo unos cuantos centímetros de distancia. Lo ridículo fue porque me estampé en el piso con brusquedad.

—Hermano, ya te estás recuperando —dijeron los niños mientras me incorporaba del piso.

—Pero aún falta mucho para que te recuperes en tu totalidad, Luna, mientras tanto tendrás que ser amable conmigo para llevarte a donde quieras.

—Solo quiero estar junto a Destello y eso lo puedo hacer caminando —le respondí dirigiéndome hacia la habitación de Destello.

Crucé la sala, pisé cada escalón de las escaleras, recorrí el pasillo apresurado hasta estar frente a la puerta de la habitación de Destello. Había soportado muchos días lejos de Destello, por eso no me importó abrir la puerta de golpe a pesar de que las mujeres pudieran pensar que la casa seguía poseída. Afortunadamente ellas no se encontraban dentro de la habitación.

—Qué violencia —dijo Oro.

Él y los niños ya se encontraban en la habitación. Oro me miraba como si me hubiese estado esperando mucho tiempo y los niños leían los nuevos cuentos de Destello. Sus presencias me eran indiferentes. Yo solo me dirigí hacia la cuna, el cual estaba vacío. No había rastros de Destello.

—Dónde está —dije sobresaltado, pero luego me volví hacia Oro con la mirada acusadora —. Dónde está, dónde está.

—Cálmate, Luna, yo no me llevé a Destello. Debes saber que las madres suelen salir a pasear con sus bebes, así que no te sobresaltes por las puras.

—No te creo. He esperado mucho para verlo, pero ahora resulta que Destello no está cuando al fin decides traerme a la casa. No voy a estar tranquilo hasta verlo. Quiero que me lo entregues ahora —exigí exasperado.

—Hermano, esperemos con paciencia. Todas la cosas de Destello están en orden —dijeron los niños mirando a su alrededor— Te decimos esto, porque cuando las familias se mudan, se lo llevan todo. Ellos empacan sus cosas en unas maletas gigantes, lo acomodan...


—No estoy hablando con ustedes, niños, será mejor que no se metan —dije colérico. Ellos retrocedieron preocupados.

Los niños desaparecieron de mi vista. Fue lo mejor para ellos. Mi humor no era nada bueno como para seguir mirando sus caritas. Oro, en cambio, permaneció quieto, con su acostumbrada sonrisa retorcida en la cara. Estaba en lo cierto, él tenía que saber el paradero de Destello. Iba a continuar con mis reclamos, pero Oro me interrumpió.

—Es verdad Luna, yo lo tengo —se rio.

—Lo sabía —me acerqué a él con seriedad—. Entrégamelo ahora.

—No quiero, además, no puedes hacer nada. Estas tan débil como para poder valerte por ti mismo. Más bien, Luna, deberías temerme.

—No te tengo miedo.

Oro me miró con atención, trató de contener una carcajada, y luego se sentó en el brazo del mueble. Presentí que nada bueno se venía. Me preparé para aceptar sus tontas demandas, condiciones y demás tonterías suyas. No me importaba. Si era necesario le sonreiría con hipocresía, le prometería acompañarlo a sus tontas zonas de entretenimiento, todo con tal de que me regrese a Destello.

—Tengo sed —dijo—. Tráeme algo de beber.

— ¿Qué cosa?

—Tengo sed. Tráeme una gaseosa y también unos piqueos. Puede que te entregue a Destello solo si me pones de buen humor. Sé bueno conmigo, Luna, solo sírveme un rato y te entregaré a tu querido amigo.

— ¿Estás diciendo que Destello vale un vaso de gaseosa y un plato de piqueos? —reclamé indignado.

—Será mejor que pienses antes de hablar, mi querido Luna. Lo que te estoy pidiendo no es nada difícil a diferencia de lo que podría pedirte. Si no quieres que cambie de pedido, sé bueno contigo mismo y tráeme lo que te ordené.

Apreté los puños de la indignación. Era una total humillación servirle como si fuera parte de su fiel servidumbre. Yo no era una de esas niñitas que andaba gritando por él a diestra y siniestra como para servirle con tal de ganarme su admiración. Ya qué importaba. Salí apresurado para cumplir su petición, todo con la esperanza de que cumpliera su promesa de devolverme a Destello.

Llegué a la cocina como un alma en pena. Agarré un vaso de cristal, lo puse bajo la boca del caño y lo llené con agua. Busqué en la despensa los granitos rojizos que se ponen blancos al explotar en la olla caliente. Más de la mitad de los granitos saltaron cuando explotaron. Me exasperé aterrado. Si la señora encontraba canchita regada en la cocina, iba a pensar que algún fantasma hambriento había invadido su casa. La bruja ya no debía sentir interés en exorcizar la casa ni en nada que tuviera que ver con la brujería, pero yo estaba traumatizado, ya que por su culpa dejé de ver a Destello por muchos días. Me tiré en el piso para recoger los granos. Al final mi impaciencia pudo más que mi trauma. Dejé los granos arrimados aun lado de la cocina. Salí apresurado en dirección a la habitación de Destello.

—Ahora tráelo —le dije a Oro tendiéndole el vaso y el plato.

Oro miró el agua y la canchita con una expresión extraña, pero los recibió.

— ¿Estás jugando a la cocinita? —dijo riéndose.

—Te traje lo que querías, ahora cumple lo que dijiste. Regrésame a Destello.

—Esto no es gaseosa ni estos son los piqueos que pedí. No, Luna, has hecho todo mal. Vas a tener que regresar a la cocina para traerme todo de nuevo, aunque pensándolo mejor, ya no quiero. He cambiado de idea, Luna, ahora vas a tener que hacer algo mucho peor.

—No juegues, Oro.

—No estoy jugando —se puso de pie.

Una luz invadió la habitación antes de que Oro empezara a demandar su nuevo pedido. El intensó centellar fue disminuyendo lentamente hasta dejar visible una silueta tras toda esa resplandeciente luz. Una delgada y esbelta figura fue apareciendo hasta dejarse ver por completo. Era una Estrella de sonrisa soñadora, cabello rubio y largo recogido en una delgada trenza. Sus ropas eran las de su linaje: Una elegante túnica plateada. Era presuntuoso, ya que estaba adornado con collares y sortijas de plata. Incluso su trenza estaba adornada con este brillante metal.

—Alpha —dijo oro sorprendido—, hace mucho que no te apareces frente a mí.

—Oro, que sorpresa —el extraño salto de alegría a los brazos de Oro—, estoy feliz de verte.

—No debes aparecer delante de mí de esa manera o podrías aparecer en pleno set de televisión. La última vez mi entrevistador dijo haber visto un ángel y no dejó de soñar contigo por muchas noches.

—Esa vez no tuve cuidado en mi aparición, pero ahora tengo mucho cuidado de aparecerme sin que los humanos puedan verme.

Me sentí completamente ignorado.

—Me alegro que los amigos se vuelvan a encontrar, pero ahora no es el momento —sugerí incómodo—. Oro, Regrésame a Destello y luego te puedes ir a celebrar en otra parte.

La Estrella me miró receloso. Oro pareció recordar que su amiguito y él no eran los únicos en la habitación.

—Que desconsiderado he sido al no presentarlos. Luna, él es Alpha, el espíritu de una estrella —Oro me lo presentó—; y él es Noche, el espíritu de la luna—. Le dijo a su amiguito—. Luna, debes notar que Alpha es más alto que tú.

Me crispé molesto. No era necesario que se pusiera a comparar esturas, pero él no perdía cualquier oportunidad para molestarme.

—Ah, ya veo, ahora entiendo por qué se ve apagado. Es un gusto conocerte, Noche. Aunque no lo creas, siempre quise conocerte, ahora más que nunca. En estos últimos años no has pasado nada desapercibidos entre los espíritus celestiales.

Ignoré las palabras del recién llegado.

—Oro, entrégame a Destello —insistí por enésima vez.

— ¿Buscas a Destello? —preguntó el recién llegado con una gran sonrisa —. Yo sé dónde está.

— ¿Qué? —pregunté finando mi mirada severa en Oro.

Oro mantuvo su sonrisa en la cara.

—Hace rato Destello estaba en la casa. Ahora no está porque salió a pasear con su madre junto a unas amigas. Estaban muy felices de salir. Creo que no salen a pasear con frecuencia —dijo el recién llegado.

¿El recién llegado había estado en la casa? , pero para qué. Me sobresalté. De inmediato imaginé que seguro había venido para buscar a Oro. Si eran amigos debió buscarlo en su mansión, no en la casa de Destello. Muchas preguntas surgieron en mi mente, pero los dejé de lado. Lo más importante era Destello.

—Si no me crees te lo mostraré —dijo al notar mi cara de no creerle nada—. Solo necesito agua. Esto servirá —se fijó en el pequeño vaso de agua.

Alpha posó su mano sobre el vaso de agua lentamente. Pude ver una imagen en el agua. Era pequeña, pero lo noté con claridad. Vi a Destello jugando con sus pequeños juguetitos. Se encontraba sentado sobre una gran tela, el cual lo protegía del áspero pasto. Sonreía resplandeciente frente a las sonajas que su madre le mostraba.

—Destello —lo llamé emocionado de verlo, aunque no satisfecho. Nada era mejor que verlo sonreír frente a mí.

—No te escucha, solo lo puedes ver —dijo el desconocido.

—Ahora solo tienes que esperar un par de horas para que regrese —escuché a Oro.

—Tú me mentiste —lo acusé indignado.

—Es tu culpa por no creerme cuando te dije que no me lo había llevado —se burló.

—Te creería si no tuvieras la costumbre de mentirme.

—Es que es divertido hacerlo.

—No me divierte.

—A mí sí.

Alpha caminó entre ambos para llamar nuestra atención.

—Oro, Noche, es divertido verlos discutir, pero no vine para presenciar sus discusiones tan entretenidas. Parecen una pareja de amantes con muchos años de casados. El amor entre espíritus celestiales no es nada nuevo, así como ver a los humanos amarse entre ellos. Los espíritus celestiales con espíritus celestiales y los humanos con humanos.

—No es la primera vez que me dicen eso —lo interrumpí—. Si vas a sermonear mi decisión de ayudar a Destello y a Resplandor, pierdes tu tiempo, porque no te voy a escuchar.

—No te pongas a la defensiva —dijo tranquilo, manteniendo su sonrisa y amabilidad.

—Es mejor decirte ahora para que no pierdas tu tiempo metiéndote en lo que no te importa.

—Veo que quieres mucho a Destello —dijo dándole golpecitos delicados a los juguetitos que colgaban del pedestal que adornaba la bonita cuna de Destello—, y me alegro. Pero no eres el único, Noche. Así como tú lo proteges, yo también protejo a alguien.

—Entonces ve a proteger aese alguien —dije tajante.

—Por eso estoy aquí, Noche, para que no te entrometas más.

—No estoy entrometiéndome en nada que tenga que ver con tus asuntos.

—Te equivocas, Noche, porque te estas entrometiendo entre mi protegido y su espíritu destinado.

No entendía nada de los que me decía. Alpha lo notó, por eso agregó:

—Me refiero al espíritu ahora conocido como Resplandor, a quien quieres unir con Destello.

Oro se sentó en el mueble muy interesado. Tenía en su acostumbrada sonrisa retorcida. Él Estaba muy entretenido mirando mi expresión de no entender nada de los que su amiguito me decía. Si me estaba entrometiendo o no en sus asuntos, no me importaba. Yo no iba a amilanarme por las palabras de un recién llegado.

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