Lo que ocultan las cerezas

marion09

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Trevor se ha convertido en un verdadero empresario. Lleva el mando de la filial de la compañía de la familia... Еще

Lo que ocultan las cerezas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
¡AVISO!
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo final
Epílogo

Capítulo 14

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marion09

Ari se bajó del avión sin saber cómo sentirse por haber regresado. Era bueno, supuso. Volver a la normalidad. A su casa, a su cama, a su soledad.

Excepto que ya no estaba tan asustada e insegura como cuando había llegado por primera vez a la ciudad. Ahora tenía un trabajo y sabía que el mes siguiente podría pagar el alquiler y las temidas cuentas.

Miró a Trev que había conservado un humor particular desde que habían salido de su casa. Le había parecido que estaba aliviado de marcharse, pero por otra parte, no podía ocultar la tristeza que le había dado dejar a su familia.

En especial a Emilie que los había llevado al aeropuerto y se había quedado con ellos hasta el último minuto. Estaban muy unidos, había observado Ari. Solo con ella él parecía estar relajado, sonreía mucho más y de una forma auténtica. No había esa tensión que había detectado con el resto de la familia.

Y le había gustado verlo así. Estaba bastante segura que él estaba tan solo en esa ciudad como ella misma. Pero por lo menos Trevor tenía el consuelo de tener una familia en alguna parte.

Admitía que sentía un poco de envidia, había extrañado a sus padres y a su hermanito mucho más viendo a toda esa familia junta.

—¿Te apetece ir a almorzar conmigo? Podemos dejar las valijas en mi casa y bajar al restaurante que hay a media cuadra. —Ofreció él saliendo de las inmediaciones del aeropuerto—. Yo invito, por supuesto.

Ari lo pensó bien. No debería aceptar, pero la verdad era que estaba hambrienta y su heladera estaba vacía por completo. Cuando llegara allí tendría que ponerse a ventilar todo un poco y quitar así el olor a encierro y humedad que debería haber después de tantos días de hermetismo.

Un buen almuerzo antes de comenzar no le vendría nada mal.

Así que terminó asintiendo. —Creo que sí, gracias.

Trevor sonrió complacido y siguió a su chofer que los había estado esperando. Ese era un detalle del que se había ocupado la infalible Kassie.

—¿Feliz de estar de vuelta? —Preguntó cuando ya estaban dentro del coche.

Ariadne lo observó sin decir nada. No tenía una respuesta certera para esa pregunta. ¿Estaba feliz de volver? No sentía ninguna emoción especial, ni felicidad, ni amargura. A veces pensaba que cada día su interior se iba vaciando un poco más.

—Supongo que debería estarlo, pero no lo sé. No es que este sea mi hogar, todavía no logro considerarlo de esa manera. ¿Y tú? ¿No sientes melancolía por haberlos dejado a todos?

—Sí, algo. Los quiero, pero nunca me siento del todo cómodo con ellos. Excepto con Emilie, seguro que lo has notado. Ella es mi mejor amiga, me entiende.

Ari asintió y le sonrió. No agregó nada porque no tenía qué decir y se giró para mirar por la ventanilla y contemplar el continuo ajetreo de la ciudad. Eso sí que no lo había extrañado, la diferencia era inmensa. El ruido, los atascos, las decenas de personas aguardando por cruzar la calle en las esquinas.

Trev por su parte prefirió deleitar su vista en ella. Era tan hermosa y estaba tan llena de capas que a él le gustaría descubrir y hacer desaparecer.

Pero solo era eso, un deseo. Tenía una grave batalla en su interior entre actuar en consecuencia o dejarlo estar y respetar lo que Ariadne le había pedido, que era a su vez lo que él había creído que era lo mejor para ella.

Sin embargo después de hablar con Olivia había empezado a dudar de todo. ¿Podría ella estar en lo cierto? ¿Podría convertirse en el hombre que una mujer como Ari necesitaba?

Él de todas las personas. Él que había hecho tanto daño. ¿Podría redimirse lo suficiente y ser digno de ella?

Y además, tenía que tener en cuenta que ella estaba determinada a mantener eso en un plano profesional. Los últimos dos días que habían pasado en el pueblo luego de esa noche mágica que habían vivido, Ari había actuado como si no hubiese sucedido nada, incluso cuando él había dejado caer algún comentario o intento de broma en relación a ello. Mal por su parte, pero no había podido evitarlo.

¿Tendría ella los mismos recuerdos cuando se acostaba por la noche? ¿Daría vueltas en su cama pensando en él?

Tuvo que sacudir la cabeza para despejarse. No quería que Ari lo notara, si pretendía ganársela, cosa que todavía no había decidido, ese no era el camino a tomar.

Tuvieron un almuerzo muy tranquilo, ella le hizo algunas preguntas sobre el trabajo y escuchó muy atenta sus respuestas. Quería ocultarlo, pero estaba nerviosa por volver a la oficina. Solo había estado allí una semana y luego se habían marchado al pueblo, donde las cosas eran muy diferentes.

Y ahora Kassie le dejaría su puesto por completo. Tendría que hacerse cargo de todo, que no era poco.

—No estés tan preocupada, te prometo que haré un gran esfuerzo por no volverte loca el primer día —dijo él cuando terminaron de comer y ella rechazó el postre.

—Estoy un poquito nerviosa —reconoció—. Es muy importante para mí hacerlo bien, me dirás si lo hago mal ¿verdad?

Trevor sonrió, pero terminó asintiendo al ver la mirada ansiosa de ella. Ari no bromeaba. Tenía que admirarla por el empeño que ponía en cada cosa que hacía. Se esforzaba al máximo y daba todo de sí. ¿Se entregaría de esa forma a un hombre? O mejor dicho, ¿sería capaz un hombre de ganarse ese corazón que ella protegía tanto?

—Por supuesto. Lo harás bien, Ariadne. Estoy muy feliz porque Kassie te haya elegido a ti, no podría haber hecho una mejor elección.

Ella sonrió algo tímida. —Gracias, Trevor. Espero no hacer que te arrepientas.

—Sé que no lo harás, confío en ti. Haremos un gran equipo.

—Sí... —murmuró—. Ahora debería irme, estoy muy cansada y tengo muchas cosas que hacer antes de que acabe el día. Seguro que tú también.

—Mi chofer te llevará.

—Oh, no, no. No es necesario. —Se apresuró a decir ella.

Trev pagó la cuenta y se levantó cuando ella lo hizo. Salieron del local y buscaron la maleta que habían dejado en el recibidor del edificio al cuidado del portero para no tener que subirla y volver a bajarla del departamento.

Ariadne vio que a pesar de su negación, el chofer de su jefe estaba esperándola junto al cordón.

—De verdad no necesito que me lleven.

—Podrían robarte la valija, al menos hoy, dame esa tranquilidad.

Ella suspiró. Él tenía mucha razón, sí. Nunca le había parecido demasiado cómodo el transporte público de la ciudad, no con toda esa masa de gente que siempre llenaba todo y no le iría mejor con el equipaje extra.

—Gracias —volvió a decir aceptando el viaje gratis a pesar de no estar del todo convencida—. Te lo agradezco mucho.

—Kassie también usa uno de los coches de la empresa para trasladarse a la oficina y luego de regreso a casa, también podrías...

—No. —Lo cortó sin querer ser muy tajante. Después de todo él solo intentaba ser amable—. No me sentiría cómoda.

Trev le dio esa tregua. —Pero si algún día lo necesitas, lo utilizarás. Recuérdalo.

—Sí, jefe —consintió—. Entendido.

Soltando un suspiro, al final terminó sonriendo. ¡Era tan terca! Y a él le encantaba, aunque no lo obedeciera en cosas que solo la beneficiarían a ella, solo la hacía diez veces más interesante ante sus ojos.

La sorprendió cuando se inclinó hacia ella y le besó una mejilla.

—Hasta mañana, Ariadne. Descansa.

Ella se lo quedó mirando con los labios entreabiertos. La había desconcertado, sí. Pero se repuso, o fingió hacerlo, y se despidió con un simple y corto: —Adiós.

Ari no quería pensar en lo que había significado, se lo repitió a sí misma durante todo el trayecto hasta su casa y se obligó enfocar su cabeza en cualquier otra cosa.

Fue un viaje cómodo. Demasiado cómodo, si fuera más débil, con esa demostración terminaría por rendirse y aceptar el ofrecimiento de Trevor.

Le agradeció al chofer cuando le bajó la valija y se detuvo a contemplar la fachada de su edificio antes de entrar. Perder tiempo allí afuera no era nada seguro, eso lo tenía claro.

Cuando ingresó fue directo al ascensor, estaba muy cansada como para subir por las escaleras con semejante peso, pero para variar, el muy maldito no funcionaba.

Así que después de subir siete pisos luchando con la maleta llegó a su departamento y entró. Lo primero que hizo fue lanzarse a la cama y cerrar los ojos. ¡Qué placer!

No duró demasiado, sabía que si permanecía allí unos minutos más se quedaría dormida y era muy probable que no despertara hasta el día siguiente.

Volvió a levantarse y primero que nada se dedicó a mirar a sus alrededores evaluando por dónde empezar. ¿Desarmar la valija? ¿Tomar la billetera para ir al súper y llenar la heladera? Sus ojos se clavaron en la foto que colgaba en una pared y se acercó para posar una mano sobre ella olvidándose de todo.

Sonrió mientras la acariciaba, llena de recuerdos y melancolía. Esos días con la familia Johnson habían removido montones de sentimientos y emociones en ella que Ari había creído sepultados. Y no porque quisiera olvidarlos, sino por una necesidad forzosa para sobrevivir el día a día.

El nacimiento de Alex, su pequeño hermanito, los había llenado de felicidad pura a todos. Ella, a los nueve años, se había jurado ser la mejor hermana mayor del mundo, protegerlo y cuidarlo.

Se preguntó cómo sería él si hubiese sobrevivido. Muy guapo, imaginó. E inteligente, Alex habría sido un joven serio y responsable como su papá.

—Dios, como los extraño —compuso dejando caer varias lágrimas.

Siempre había deseado un hermano, le había rogado a sus padres que se apresuraran para dárselo porque no quería ser hija única como ellos dos, sin tíos para sus hijos, sin nadie con quien compartir sus secretos.

Y ahora estaba sola.

No tenía a nadie, y tampoco tenía nada que le perteneciera realmente. Ni siquiera ese departamento que era tan grande como una caja de zapatos, donde la cama estaba frente a la heladera y al lado de la mesita en la que preparaba la comida, comía y apoyaba la computadora que le habían regalado sus abuelos cuando acabó el colegio.

Y dudaba que alguna vez consiguiera comprarse una casa o un piso, pero se conformaba con tener dinero para pagar el mes de alquiler y saber que se lo había ganado por sus propios medios, con un trabajo digno.

No tenía grandes pretensiones, estaba harta de desilusionarse así que esa era la mejor forma de vivir si no quería dejar más cicatrices en su corazón.

***

—Estoy tan contenta de que estén de regreso. Y me muero por oír cómo te fue con la familia de Trevor, pero ahora mismo voy a dejar que te acomodes.

Kassie ya la estaba esperando cuando llegó a la oficina al día siguiente y había quitado todas sus pertenencias del escritorio para dejarle el espacio a ella. Su barriga parecía haber crecido el doble en el tiempo que habían estado lejos.

—Gracias —dijo dejando el bolso sobre la silla—. ¿Cómo estás?

La rubia hizo una mueca pero había algo en su rostro que siempre la hacía ver alegre. O tal vez era que ella de verdad era feliz y no tenía forma de ocultarlo. —Creciendo —comentó—. Es un alivio poder tomarme mi licencia al fin, esta semana que pasó ha sido agotadora. Creí que sería más tranquilo, pero incluso con tu ayuda a la distancia me volví loca. Aunque creo que solo soy yo la que se cansa con más facilidad, no te asustes, no es tan grave.

—Voy a confesar que estoy un poco nerviosa.

—¡Ay Ari no tienes porqué! Ya conoces al jefe ¿no? Eso siempre es lo peor.

—Ah, sí. Creo que lo conozco bastante bien —murmuró mirando a sus alrededores.

Kassie la miró con perspicacia. —¿Qué quieres decir? —Inquirió—. ¿Qué tan bien?

Ariadne abrió los ojos como plato antes de soltar una risa y ladear la cabeza. ¡Qué descuidada! Eso le pasaba por subir a las nubes cada vez que pensaba en él y en esa noche. —Creo que bastante, pasé una semana en su casa con su familia. Trabajamos codo a codo varias horas por día.

—¿Y...? ¿Nada más? ¿No te llevó a cenar, no bailaron juntos, no te acostaste con él?

—¿Qué? —Exclamó y en su expresión se vio entero pánico.

Kassie soltó una carcajada que le duró varios segundos.

—¡Solo bromeaba, Ari!

Ella asintió varias veces y se peinó el cabello con los dedos. —Sí, sí. Por supuesto que es una broma —respondió nerviosa—. Pero sí bailamos y fuimos a cenar, como compañeros, por supuesto. También tuve problemas con Rosie —enumeró—. Antes de ayer me visitó y pidió disculpas muy a regañadientes, cree que le robé a su Trevvie. No importa lo que diga yo, está muy segura de que soy la persona más horrible del mundo.

—Oh, pobrecita. —Hizo un puchero y volvió a sonreír—. Pero era esperable, ¿no? Le dije a Trevor miles de veces que cortara eso de raíz o terminaría exactamente así. En fin, te dejo acomodarte, llegará en cualquier momento. Revisa su agenda, lo primero que tiene que hacer hoy es reunirse con el vicepresidente financiero.

—¿Aquí?

—Sí, sí. Jaques estará aquí en unos minutos. Ahora me marcho, voy a hacerme un ultrasonido, quizás esta vez pueda saber el sexo. El mes pasado no se dejó ver.

Con su gracia natural se marchó irradiando felicidad que podría contagiarle hasta al ser más amargado.

Ari se acomodó y comenzó a revisar todo, en especial la agenda para ese día. No podía creerse que ese puesto fuera suyo. No pensaría en que era pasajero, disfrutaría de tener su propio escritorio en el piso más alto del edificio.

Estaba tecleando en el ordenador cuando sintió unos pasos firmes acercarse y luego alguien que se detuvo frente a ella.

Alzó la cabeza segura de que era Trevor, pero no fue él a quien encontró sino a un hombre alto y rubio que tenía la vista clavada en ella mientras sonreía y se cruzaba de brazos a la altura del pecho.

—Buenos días —dijo Ari alzando las cejas. No quiso ser tan fría, sin duda se esperaba que ella fuese tan simpática como Kassie, pero cuando un hombre te estaba contemplando de esa forma sin siquiera presentarse o saludar, no había forma de no molestarse—. ¿Puedo hacer algo por usted?

El hombre misterioso se aclaró la garganta. —Buenos días, vengo a ver al señor Johnson.

—No está aquí. —Le informó cruzando los dedos por encima del escritorio y arrugando la frente. ¿Era un acento francés el que oía?—. ¿Desea hacer una cita?

Él se inclinó hacia ella y estuvo tan cerca que Ari tuvo que retroceder. —¿Para cenar te parece bien? Esta noche sería ideal.

—¿Perdón?

Abrió una mano y la puso entre los dos para alejarlo.

No fue necesario actuar, la inconfundible voz de su jefe la salvó de cualquier situación incómoda.

—Aléjate de ella. —Ordenó tajante y estuvo a un paso del escritorio en un parpadeo—. ¿Qué crees que estás haciendo? No te pago para acosar a mi asistente, Fourneau.

Lejos de sentirse intimidado por la mirada asesina que Trevor le estaba dando, se irguió riendo entre dientes.

—Bueno, no sucedería si fueras más justo y equitativo. ¿Por qué yo tengo a esa anciana que no deja de regañarme y tú tienes semejante...?

—Estoy aquí, señor —dijo Ari poniéndose de pie—. Le agradecería que no hablara de mí como si no lo escuchara.

Ah, ella sabía defenderse, pensó Trevor con orgullo. No se dejaría conquistar por cualquiera y menos por Jaques. Se ocupó de mantener esa idea para no enfurecerse ni ponerse de mal humor. Todavía no había decidido si iría a por ella o no, pero por lo visto no podía soportar que alguien se le adelantara.

—Sin dudas tiene usted razón. Mi más sinceras disculpas —musitó extendiendo una mano hacia ella—. Creo que no me conoce, soy Jaques Fourneau.

—El vicepresidente financiero —compuso Ari más para sí misma que para él y le estrechó la mano de forma fugaz. Ni siquiera le dio tiempo a retenerla como había presentido que intentaría hacer.

—Creí que no me conocía —dijo con su seductor acento ignorando su intento de desalentarlo a cualquier cosa.

—Está usted en la agenda, señor —respondió con su frialdad de siempre y se volvió hacia Trev con una sonrisa—. Buenos días, Trevor. ¿Cómo estás hoy? El señor Fourneau es tu primera cita.

Trevor quiso soltar un bufido pero se contuvo. Linda forma de comenzar un día de trabajo después de unas cuasi vacaciones.

Al menos podía consolarse con que ella estaría allí y podría verla cada vez que lo deseara. Aunque podría no ser lo más recomendable. Ari estaba lista para dedicarse de lleno al trabajo y se notaba, él en cambio no dejaba de recordarla y desearla desnuda en su cama, debajo de él.

Señaló la puerta de su oficina.

—Espérame adentro —le apuntó a Jaques que obedeció después de darle una última mirada a Ari.

—Buenos días, Ariadne —se permitió decirle a ella cuando por fin estuvieron a solas—. Bienvenida.

—Gracias —susurró porque cuando se miraban a los ojos y tenía las defensas bajas, solía sentir esa sensación extraña en el pecho que le dificultaba la respiración y por lo tanto el habla.

Como si fuera poco, cuando quería, él podía atravesarla con la mirada presumiendo el secreto que compartían.

—Deberías empezar a trabajar —señaló desviando la mirada—. Tienes una agenda apretada hoy.

—Sí, tienes razón. —Coincidió con una inhalación profunda—. ¿Almuerzas conmigo?

—No puedes, tienes una reunión a esa hora.

Él se encogió de hombros. —Cancélala.

—No puedes hacer eso —insistió Ari con una mirada dura y tono cansino—. Todas estas citas han sido pospuestas por tu viaje. Además tengo que trabajar antes de que mi jefe se moleste y me despida por irresponsable.

Él se inclinó hacia ella y apoyó una mano en el escritorio. —Tal vez tu jefe esté demasiado entretenido como para notarlo. Pasa la reunión para otro día, Ariadne.

—Trevor —dijo soltando un suspiro—. Me hiciste una promesa ayer, ¿ya la olvidaste?

Él negó con la cabeza, divertido. —¿Es que acaso te estoy volviendo loca?

—Sí —pronunció con firmeza y sin dudar.

Él soltó una risita por lo bajo. —No debí hacer esa promesa, volverte loca es muy divertido y demasiado fácil.

—Bueno, ahora vas a tener que cumplirla. —Musitó y frunció el ceño mirando hacia un costado—.Y ahora ve a trabajar, estamos dando un espectáculo y la audiencia está muy entretenida.

Jaques estaba apoyado en la puerta de la oficina y los observaba con interés.

Trev volvió a ignorarlo pero esta vez no bromeó cuando volvió a hablar.

—Ignóralo y procura mantenerte alejada de él. Has despertado su interés, tendrás que estar alerta.

—Creo que puedo manejarlo —contestó con sequedad.

—Yo sé que puedes, pero no te confíes —le advirtió—. Prométeme que no cederás.

—¿Ceder? —Inquirió incrédula y bajó la voz aún más—. Trevor, estoy aquí para trabajar. Deseo mucho este trabajo, ¿por qué iba a arruinarlo?

Y yo te deseo a ti, quiso agregar él.

Ella continuó ignorando sus pensamientos.

—Necesito que olvidemos lo que ocurrió en tu casa, te lo ruego, por favor. Yo no soy así, no quiero que estés pensando que voy a salir con el primer hombre que se me cruce en el trabajo.

El problema era que él no podía olvidarlo.

—¿Tú lo has olvidado? —Insistió.

—Sí —mintió—. Tenemos que hacerlo para poder trabajar juntos. Esta... tensión es muy incómoda.

La tensión no iba a desaparecer si pretendían olvidarlo, más bien todo lo contrario. Quiso corregirla pero se contuvo porque esa charla se estaba alargando demasiado y cada vez se ponía peor.

Además no le creía cuando decía que había olvidado, era imposible.

—Hablaremos durante el almuerzo —sentenció y a regañadientes se giró para salir de allí.

Cuando se quedó sola Ari sacudió la cabeza mientras se reía sola. No iba a cancelar la reunión y no iban a tener un almuerzo juntos. ¿Qué había dicho Trevor sobre ceder? No era el vicepresidente financiero, el que vendía café en la esquina o el portero de abajo con quien corría peligro.

Allí solo había una persona que para ella representaba una tentación casi irresistible y no era otro sino él.

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