ASFIXIA ©

By Alexdigomas

15M 1.4M 1.9M

Sinopsis: El primero de septiembre de 2019, sucedió. Parecía un día normal hasta que las personas comenzaron... More

Prólogo.
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6: primera parte.
6 - segunda parte.
7 - Primera parte
7 - Segunda parte
8 - primera parte
8 - segunda parte
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20 - Primera parte
20 - Segunda parte
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EN ALGÚN LUGAR

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By Alexdigomas

Con cada escalón que bajamos el ambiente se volvió más denso. Al llegar al final de las escaleras, entramos en un túnel. Había una luz al fondo que nos permitía ver nuestros pasos, y a medida que nos acercamos se hizo más grande y resplandeciente. Continuamos sin detenernos, aunque el túnel parecía no tener fin. En cierto punto la intensa luz no nos permitió ver más allá.

—Esto me está dando mala espina —expresó Sora con notable preocupación—. Tenemos que buscar una manera de salir, no de seguir su juego.

—¿Ves una manera de salir? porque yo solo veo paredes —intervino Exen girando los ojos, a lo que Sora le observó con mala expresión.

—Para ser el supersoldado eres algo tonto, ¿no crees? —le dijo ella, pero él solo la miró con suspicacia.

Atravesamos el resplandor que nos cegó por unos segundos. Cuando nuestra visión se aclaró descubrimos que habíamos pasado del oscuro túnel a lo que parecía ser una pradera. Inmóviles y asombrados observamos el paisaje. Nuestros pies estaban rodeados por un ondeante pasto verde, e incluso arriba se vislumbraba un despejado cielo veraniego. El terreno era amplio y el pasto se extendía por todos lados. Era como si hubiésemos salido a un mundo completamente limpio y pacífico; como si ellos pudieran respirar en la superficie.

Ecain se inclinó y rozó las hojas son sus manos.

¿Eran reales? ¿Todo aquello era cierto?

—¿Qué lugar es este? —pregunté con asombro.

—Butterfly nos habló de esto hace un año en un entrenamiento especial —contestó Ecain, mirando todo con desconfianza—. Son realidades virtuales. Las usan para manipular mentes. Se ven reales, se sienten reales, pero no lo son. Son muy peligrosas porque lo único que es real es lo que les sucede a quienes están en ellas.

—Ah, ahora una realidad virtual. Gregori es bastante creativo, ¿no creen? —comentó Exen con fastidio—. Me pregunto, ¿qué es lo que no puede hacer El Imperio?

—Nos basta con saber que puede matarnos, así que hay que andar con cuidado —se apresuró a decir Sora.

Traté de dar un paso adelante porque la sensación de querer caminar sobre el pasto era incitadora, pero Exen me tomó del brazo y me detuvo.

—Deja que nosotros vayamos primero.

Con un movimiento de cabeza le indicó a Ecain que continuaran caminando. Después de adentrarnos un poco más en la pradera nos encontramos una estructura parecida a una casa de campo: sencilla, con grandes ventanas, flores en la entrada y un inmenso árbol en el patio trasero que se visualizaba desde nuestra posición.

—Esto se pone más extraño —habló Ecain.

—Y podría ponerse peligroso —añadió Sora de forma despectiva.

—Deberíamos andar más rápido y no detenernos a comentar sobre todo lo que vemos —propuso Exen—. Aunque ayudaría saber a dónde tenemos que ir con exactitud.

—Considerando que a lo lejos se ve «nada» y que lo único que hay alrededor es la casa que está allá —Sora señaló la sospechosa y hermosa estructura—. Debe ser allí, ¿no?

—Nos están guiando hacia sus trampas, y creo que aunque nos desviemos o escojamos otro sitio al que dirigirnos terminaremos en el lugar exacto en donde quieren atraparnos —comentó Exen con simpleza.

—Es como si nos impulsaran de un punto «A» hacia un punto «B» —opiné.

Exen asintió con la cabeza, afirmando.

—Entonces supongo que tenemos que entrar en la casa, porque no nos queda más remedio —expresó Ecain—. De todos modos, si ven alguna posible salida no duden en decirlo.

Acordamos estar atentos ante cualquier posibilidad de escapar, y avanzamos hacia la casa. No me inspiraba confianza, pero parecía el único camino que nos esperaba. Todo lo demás era un largo manto de pasto y cielo que se extendía hacia el horizonte. Si miraba a la derecha, no había más que hierba. Si miraba a la izquierda, no había más que hierba. Si miraba hacia arriba, no había más que cielo. Nada se vislumbraba en la distancia, ni siquiera la opaca imagen de una montaña o de otra estructura.

Algo nos detuvo en seco.

Una risa.

Una risa infantil.

Quietos y alertas miramos en derredor.

Me acerqué a Exen, inquieta.

—¿De dónde viene eso? —preguntó Sora, volviendo su cabeza hacia todos lados.

—Parece que viene de la parte trasera de la casa —respondió Ecain.

Empuñaron sus armas y apuntaron hacia el vacío. Primero, la risa se escuchó lejana, pero de pronto comenzó a acercarse y a aumentar el volumen del carcajeo. Nos movimos hacia atrás hasta que nuestras espaldas golpearon y apuntamos para cubrir cada ángulo.

Aguardamos en la misma posición, y cuando la risueña y aguda risa se escuchó a solo pocos metros, lo que estuvo ante nuestros ojos nos pudo hacer bajar las pistolas, pero no lo hicimos.

Era una niña.

Vimos su pequeño y delgado cuerpo. Nos dimos cuenta de que daba brincos mientras se acercaba por el prado, pero lo que no alcanzábamos a detallar era su rostro. Una extraña sombra se formaba sobre su cara, causada por la cortina de cabello que le caía hacia los lados.

—Recuerden que no es real —soltó Ecain, sosteniendo el arma con firmeza—. De seguro es una trampa.

—Creo que podemos entrar a la casa antes de que nos alcance —propuso Sora—. ¿Qué dicen?

—Si nos alcanza, ¿qué puede hacer?

—No lo sabemos, pero tampoco nos quedaremos para averiguarlo.

Comenzamos a retroceder sin darle la espalda y sin dejar de apuntar. Aquella niña podía ser una forma de llamar nuestra atención y de impulsarnos hacia una trampa; pero no pude evitar observarla con mayor curiosidad. Tenía el cabello largo, castaño y hermosos ojos oscuros que resaltaban sobre una tez de porcelana. Parecía de unos siete u ocho años y daba pequeños saltos mientras reía y retozaba entre la hierba.

Retrocedí con más velocidad, pero me detuve apenas reparé en que Exen no se movía y que había murmurado algo que no alcancé a oír. Tenía los ojos vidriosos y los músculos tensos. Entreabrió los labios y su expresión facial alternó entre la fascinación y la consternación. Confundida por su reacción, coloqué una mano sobre su hombro para asegurarme de que estuviera bien, pero reaccionó al sentir mi tacto.

—Es Cameron —soltó en voz baja con los ojos fijos en ella—. Es Cameron.

Ecain y Sora se volvieron hacia nosotros.

—¡Muévanse! —ordenó Ecain, pero Exen le ignoró.

—¡Es Cameron!

Y entonces, sin avisar, él echó a correr tras la pequeña. La niña supo que él iba en su dirección, así que después de soltar una estrépita risa aguda huyó en dirección a la casa.

Nos apresuramos a seguir a Exen.

La niña empezó a reír como si la persecución le divirtiera, pero a mí no me entretenía ni un ápice. Ella no era Cameron. Julian me había dicho que Cameron había muerto en el incidente del primero de septiembre; pero para Exen no pareció ser así. Él en verdad creyó que era su hermana.

La chiquilla soltó otra risotada alegre y subió los peldaños de entrada a la casa. Exen le persiguió gritando su nombre repetidas veces, y a su vez nosotros le perseguimos a él. El supersoldado era veloz, pero la niña le superaba en rapidez.

—¡Exen, detente! —le grité.

Pero no prestó atención y siguió corriendo. La niña atravesó la puerta de la casa. Exen llegó poco después para entrar también. Cuando entramos nosotros, lo hallamos de pie en la sala de estar, observando hacia todos lados, pronunciando una y otra vez el nombre de su hermana.

—¡No tengas miedo, Cameron, soy yo, Exen! ¿Te acuerdas de mí? Puedes salir sin temer —vociferó con cierto desespero en el tono de voz, pero la pequeña no estaba por ningún lado.

—¿Quién es Cameron? —soltó Ecain, agitado y confundido.

Decidí dejar la explicación para después y me coloqué frente a Exen. Sostuve sus mejillas con mis dos manos y lo obligué a observarme. Él forcejeó por un momento, pero apliqué toda mi fuerza para no soltarlo.

—¡Mírame! ¡Exen, mírame! —le exigí.

Sus ojos se movieron hacia todos lados rebuscando con desesperación en cada esquina, hasta que poco a poco se enfocó en mí. El brillo de dolor en sus pupilas fue agobiante.

—No es Cameron —le dije con firmeza—. No es ella. Si viviera, Cameron no tendría esa edad ahora.

—¡Es ella! ¡La vi! ¡Tengo que hablarle! —exclamó con premura y apartó mis manos para que le soltara. Dio algunos pasos por el interior de la sala y volvió su cabeza hacia ambos lados—. ¡Cameron! ¡No te escondas! ¡Entiendo que estés asustada, no nos hemos visto en mucho tiempo, pero no voy a hacerte daño!

Volví a acercarme a él, pero se alejó y continuó hablándole al vacío. La escena era lastimosa. No sabía qué tanto se le parecía esa aparición a Cameron, pero pensar que El Imperio engañaba la mente de Exen con la imagen de la persona que él tanto había querido, le añadía sentido a nuestra situación. Todo había sido una trampa. Ahora querían debilitar a Exen y lo estaban logrando, porque en ese momento seguía ensimismado en la idea de que aquella «pequeña» era su hermana.

Ecain, anonadado, se situó a mi lado.

—¿Me puedes explicar qué pasa? —me susurró.

—Él cree que esa niña es Cameron, su hermana, pero no es posible porque ella murió en el incidente —le confesé sin apartar la mirada de Exen quien andaba de un lado al otro—. Se vieron por última vez cuando ambos eran unos niños, antes de que Julian los separara. Hay que hacerlo reaccionar.

—Quizás por eso cree que es ella, porque la recuerda como la última vez que la vio —opinó Ecain.

Asentí con la cabeza y tuve la intención de volver a acercarme a él, pero Sora llamó nuestra atención. Ella se había dedicado a inspeccionar el lugar.

—Aquí hay una nota —anunció desde su posición.

La hoja estaba sobre una pequeña mesa que había frente a un gran sofá. Ella la extendió para que pudiéramos leer lo que había escrito:

EN ESTA HERMOSA CASA OCURRIÓ ALGO MUY EXTRAÑO.

CONFIAMOS EN USTEDES PARA QUE LOGREN AVERIGUARLO.

SOLO DEBEN LEER CON ATENCIÓN:

HAY CUATRO VERDADES EN ALGÚN RINCÓN.

ESTÁ ENCUBIERTAS POR LA BELLEZA, LA ALEGRÍA, LA DICHA Y LA SATISFACCIÓN.

EN CUANTO LO DESCUBRAN, ¿PODRÁN ACEPTAR ESA GRAN REVELACIÓN?

Sora y Ecain releyeron la nota. Por mi parte, miré a Exen y lo hallé rebuscando dentro de un pequeño armario en una esquina. Avancé hacia él y lo tomé del hombro para sacarlo de allí. Él se quejó por un momento, pero cuando quedamos de frente le propiné una fuerte bofetada.

—¡No es Cameron! —exclamé con fiereza. Exen me observó con los ojos bien abiertos, atónito por el golpe—. ¡Cameron está muerta!

Fue duro pero necesario, y también efectivo. Su expresión se normalizó poco a poco, hasta que desapareció el dolor que nublaba su mirada.

—¿Lo está?

—Lo está.

Ecain se acercó, formando una fina línea con sus labios que denotó una ligera empatía. Le colocó a Exen una mano sobre la espalda y se la palmeó.

—Vamos a salir de aquí y esto acabará —aseguró tanto para el supersoldado como para todos.

Exen se dirigió hasta uno de los sofás que había en la salita y se dejó caer en él, soltando un resoplido. Se cubrió las manos con la cara y supuse que necesitaba un momento para recuperarse.

Ecain se posicionó para que todos pudiéramos observarlo y habló:

—Es momento de organizarnos —dictaminó mientras paseaba su mirada sobre cada uno de nosotros—. Si queremos salir de aquí tendremos que ser más ágiles y pensar mucho más rápido, porque nuestro rendimiento ha estado muy bajo.

Yo tenía algunas teorías sobre la causa de eso. ¿Cómo un trío de soldados habilidosos e inteligentes se transformaban de repente en un grupo lento sin demasiada capacidad analítica? Simple: las inyecciones de nanomáquinas. Si habían sido alteradas para sedarlos, también podían hacer que tanto sus mentes como sus cuerpos demoraran en reaccionar ante cualquier situación.

—No es nuestra culpa —expuso Sora, cruzándose de brazos—. Drey nos explicó lo de las inyecciones.

—Ya despertaron y ya han pasado un par de horas, así que el efecto tiene que ir disminuyendo. Además creo que podemos hacer un esfuerzo —repuso Ecain de forma contundente.

—¿Y qué te hace pensar que no lo hacemos? —refutó ella con cierta molestia.

Di un paso hacia adelante y me situé en medio de ambos.

—Si nos dedicamos a discutir no resolveremos nada y nos quedaremos estancados en este lugar —solté con ferocidad—. El Imperio solo quiere distraernos y que perdamos el tiempo peleando entre nosotros. Estoy de acuerdo con lo que propone Ecain, debemos organizarnos.

Sora dejó caer los brazos y fingió una sonrisa de aprobación.

—Bien, háblanos de tu método organizativo —le dijo a Ecain, no muy amigable.

Había una ligera nota de fastidio en su voz.

—Es obvio que Exen no está bien. Por si aparece de nuevo la niña para confundirle, lo mejor sería que él se quedara aquí con uno de nosotros para hacerlo entrar en razón.

En ese momento Exen negó en voz alta, captando nuestra atención.

—No me quedaré como un inútil aquí sentado —rugió.

—Es muy común que dentro de este ambiente virtual las personas no puedan distinguir lo real de lo irreal. Si te dejamos aquí es solo para que estés bien y para que podamos avanzar rápido —aclaró Ecain con tranquilidad—. Cualquiera de nosotros podría resultar herido.

—Estoy bien —profirió el supersoldado al momento en que se levantaba del sofá. Sus oscuros ojos me enfocaron, pero no pude detectar ninguna emoción en ellos—. Esto es una unidad, nadie deja atrás a nadie, y de todos modos a donde vaya Drey voy yo.

—Lo digo porque creo que lo mejor para... —intentó decir Ecain, pero Exen le dedicó una intensa mirada cargada de ira, y lo interrumpió:

—Me importa una mierda lo que creas. ¿Alguien te dio el puesto de líder? ¿Levi ordenó que se acataran solo tus decisiones? No, no lo hizo, ¿cierto? Así que nadie tiene que hacer las estupideces que dices.

—No discutiré contigo —se limitó a decir Ecain y le dio la espalda para moverse por la sala.

—Perfecto, porque solo abres la boca para expulsar la mierda que debería salirte por el ano.

Después de refutar, Exen se inclinó hacia la mesa y volvió a tomar la hoja con el acertijo. La estudió por un momento y luego habló:

—De acuerdo, de nuevo con los acertijos. Por ahora no esperemos enfrentamientos, esto está bien planeado. Ajá, aquí dice que... hay cuatro verdades en este lugar —señaló—. Tenemos cuatro cosas.

—Al leer «verdades» lo relaciono inmediatamente con las primeras líneas del acertijo —intervino Sora, recuperando su postura centrada—. «En esta hermosa casa ocurrió algo muy extraño». Hay que descubrir lo que sucedió.

—Al menos ya sabemos que esas cuatro cosas deben estar dentro de la casa y no fuera de ella —agregué.

—Lo primero que me dio a entender el acertijo fue que este lugar no es tan tranquilo como parece —opinó Ecain, contemplando el techo y las paredes—. Este ambiente tan acogedor podría ser una simple fachada.

Era cierto. Cada cosa tenía un tinte armónico, como de cuento, demasiado bonito para ser real.

—Comencemos por inspeccionar las habitaciones —propuse.

Exen dobló la hoja y se la guardó en uno de los compartimientos para munición de su cinturón. Con pistola en mano pasamos de la acogedora sala de estar, a la cocina que se conectaba por una puertecilla que cedía al empujarla. En ella todo estaba ordenado, era normal y no había nada que llamara la atención.

Pasamos a un pasillo decorado con algunos cuadros y subimos las escaleras hasta llegar al segundo piso. Había tres puertas cerradas y un baño al fondo. Ecain abrió la primera puerta a la derecha y entramos en una amplia habitación con una cama matrimonial, alfombra verde y algunas decoraciones sencillas pero agradables. Una gran ventana dejaba ver el pasto que afuera se extendía.

—Aquí no hay nada extraño —informó Sora después de inspeccionar el recinto.

—Revisemos las habitaciones que faltan.

La segunda habitación cumplía con el estereotipo de un niño. Casi todo era de color azul y había muchos juguetes. Tampoco encontramos nada relevante en ella. La tercera habitación era tan sobria que resultaba ser todo lo contrario. Las paredes ni siquiera estaban revestidas y se veía la madera. Había una cama individual con un cuadro encima que mostraba a un adorable payaso riendo, una cómoda y una ventana con vista afuera. No había ningún otro mueble, y eso sí me pareció extraño.

Salimos de nuevo al pasillo. Ya no había más que explorar.

—Analicemos bien los detalles —dijo Exen mientras sacaba el papel de su cinturón.

—Pues aquí arriba tenemos tres habitaciones —expuso Ecain mientras señalaba cada puerta—, y un baño. Abajo hay una sala, cocina, un armario y la entrada.

—Y en ninguno había algo extraño —comentó Sora.

La idea me llegó de forma tan repentina que quizás fue inducida en mi mente.

—¿Saben qué deberíamos hacer? —hablé—. Pensar como si hubiera una familia aquí.

—Excelente idea —dijo Exen, asintiendo con la cabeza—. Yo diría que la primera habitación es la de los padres, ya saben, por la cama matrimonial.

—La segunda es de un niño —agregó Sora.

—Y la tercera...

—La tercera es una habitación que ni siquiera se esmeraron en decorar —opiné, de nuevo, tan de golpe como si no fueran mis ideas.

¿Serían de Pantera?

Ecain intervino.

—Espera, eso puede ser una pista —señaló con intriga—. ¿Por qué todas están decoradas y esa no?

—Examinémosla de nuevo.

Al entrar de nuevo a la habitación pareció más sobria aún. Incluso volví a ver la imagen del payaso y sentí cierta inquietud. Tenía una cara triste. ¿Así la había tenido antes? Ecain revisó debajo de la cama y no halló nada, pero cuando Sora abrió el primer cajón de la cómoda, anunció que había encontrado dos fotografías dentro de ella aunque antes no habían estado ahí.

En la primera imagen se mostraba a una familia de tres que sonreía alegremente: un padre, una madre y un pequeño. En la segunda imagen había un miembro más. Era una niña de unos ocho o nueve años. Su rostro era irreconocible debido a que estaba tachado con una gran equis roja, pero a pesar de eso pude notar que el cabello era del mismo color que el de la pequeña que Exen había confundido con Cameron.

Sentí una mala chispa al ver las similitudes.

—Es un poco confuso —dijo Sora.

Les dio vuelta a las fotografías, pero no había nada escrito atrás.

—Si esto es una realidad virtual, ellos pueden hacer aparecer cualquier cosa, ¿cierto? —pregunté, entornando los ojos. Ecain asintió—. Entonces creo que en verdad quieren que pensemos como si la familia de la foto viviera aquí.

—¡Oigan! —exclamó Exen desde la ventana—. Está oscureciendo.

El sol había comenzado a ocultarse. Pronto todo quedaría a oscuras.

Les pedí que me dejaran mirar las fotografías para que ellos continuaran buscando. Me recargué en la pared y me dediqué a observar con detenimiento las imágenes. La familia de tres lucía feliz. Todos sonreían e incluso el niño poseía una chispa de regocijo en los ojos. Ahora, en la otra foto la familia era la misma, pero no lucían tan alegres.

Me intrigaron las diferencias. Alcé ambas fotografías y las coloqué una al lado de la otra, estudiándolas. ¿Solo yo pensaba que la niña cuyo rostro no podía detallarse, era la misma que habíamos visto afuera? Pero, ¿por qué le habían tachado la cara? Escruté más a fondo los rostros de los otros miembros y distinguí algunos detalles curiosos: los vivaces ojos de la madre habían decaído en la segunda foto, viéndose avejentados y tristes; el padre había pasado de esbozar una amplia sonrisa a sonreír a medias sin expresar demasiado, y el niño había perdido la chispa en la mirada, mostrándose afligido. En ambas fotos el fondo era la fachada de la casa. Las diferencias estaban en los integrantes de la familia.

—¿Qué hace que una familia feliz se transforme en una familia infeliz? —me pregunté a mí misma—. ¿Podría haber razones muy profundas como...?

«Un hijo no deseado», pensé de golpe.

—¡Eso! —exclamé, haciendo que todos me observaran—. Esta familia era feliz solo con tres miembros, pero todo cambió cuando llegó el cuarto.

—Y nos quieres decir que... —expresó Exen, hundiendo el ceño.

Me separé de la pared y coloqué el dedo índice sobre la segunda fotografía.

—Esta niña de aquí no era querida por la familia.

—¡Miren! —interrumpió Ecain.

Sostenía el cuadro del payaso triste/alegre que colgaba de la pared. En su lugar había un agujero muy oscuro. Nos acercamos para mirar mejor. Cabía un brazo entero, pero era imposible que fuera tan profundo porque al otro lado se hallaba una habitación y las paredes eran delgadas.

Sora sacó la linterna de su cinturón y al encenderla dirigió el círculo de luz hacia el hoyo. Lo que se veía adentro era un túnel sin final.

—No se ve nada hasta el fondo —comunicó—, ni siquiera el mismo fondo, ¿qué es esto?

—Parece que habrá que...

—Meter la mano —completé lo que Ecain había dicho.

No lucía como un lugar muy agradable para explorar a ciegas.

—¿Y si primero intentamos introducir otra cosa? —propuso Sora, reacia ante la idea de que alguien enterrara la mano en aquel orificio.

—Veré si puedo hallar algo útil —dijo Ecain y salió de la habitación.

Me acerqué a la ventana. El cielo se había oscurecido aún más. Intenté imaginar cómo El Imperio había planeado todo aquello tan minuciosamente. Era probable que ya supieran sobre mis capacidades, lo cual me preocupaba un poco. ¿Y si al final del camino lleno de acertijos, el objetivo era capturarme o matarme? ¿Y si no había una posibilidad de salir ilesos?

Ecain volvió poco después.

—No encontré nada, ni siquiera un trapero —nos dijo.

—No podemos arriesgarnos a meter la mano ahí —comentó Sora, cruzándose de brazos—. ¿Y si no hay nada?

—¿Y si lo hay? —me apresuré a decir.

—Bien, bien —habló Exen con fastidio—. Yo meteré la mano. Un agujero más, un agujero menos... Estoy capacitado para eso.

Al decir lo último me guiñó el ojo y se posicionó justo en frente del hoyo. Quise detenerlo, pero alguno de nosotros debía hacer el temido trabajo. Introdujo la mano dentro del agujero y la hundió hasta que todo su brazo quedó en el oscuro interior. Con la mano libre y la cabeza, ambas aferradas a la pared, removió el brazo y arrugó la nariz un segundo después.

—Se siente como si... —espetó mientras trataba de hundirse más en él a pesar de que ya no se le veía ni el hombro.

—¿Cómo qué?

—Como si hubiera un trozo de papel —dijo finalmente.

—¡Sácalo!

Exen se apegó más a la pared.

—Es que... está algo... lejos...

Siguió forcejeando para que sus dedos alcanzaran el papel.

—¿Y si lo intento yo? —preguntó Ecain.

—No, ya casi... —respondió Exen—, es... creo que ya... sí, lo tengo.

Y después de decir eso soltó un quejido de dolor tan fuerte que nos alertó. Sacó el brazo del agujero de un tirón y lo agitó. Su rostro se tensó. Sostenía el papel, pero sus nudillos estaban enrojecidos.

—¡Algo me picó! —exclamó luego de un gruñido.

Cogí su mano. Sí, algo lo había picado. Ahora tenía un pequeño círculo abultado y rojizo sobre la piel. Temí que lo hubiera mordido una araña, pero era un orificio muy mínimo que parecía un piquete.

—¡Un escorpión! —exclamó Sora al tiempo que señalaba el agujero.

El animal salió del hoyo y caminó por la pared, dirigiéndose hacia algún lugar. Ecain actuó antes que cualquiera. Lo lanzó al suelo con la boca de la pistola y le dio un fuerte pisotón.

El corazón me palpitó rápido cuando entendí la gravedad del asunto.

—¡Podrías estar envenenado! —solté hacia Exen con un dejo de desesperación.

—Tranquila, no me moriré antes de sacarte de aquí —replicó.

Lo miré con preocupación.

—¡No seas tonto! —bramé. Sentí que las cosas iban demasiado mal—. ¡Hay que... hay que...! ¿Qué hay que hacer? No nos dijeron qué se hace en estos casos. ¡No importa! Cuando vivía en la superficie leí algo sobre los escorpiones y las arañas. Debemos hacerte presión en el brazo, sí, así ralentizamos el efecto y evitamos que el veneno se... ¿O eso era solo para las arañas? Creo que...

La preocupación me invadió por completo, tanto que la idea de que Exen muriera me hizo entrar en pánico.

—Drey, calma —habló Ecain y se inclinó para mirar al escorpión—. Hay escorpiones que no son venenosos.

—¿Te sientes mareado? —le preguntó Sora a Exen, acercándose.

Él la miró con desdén y negó con la cabeza. Luego se dirigió a mí:

—No sabes lo mucho que me gusta que te preocupes por mí, pero debemos preocuparnos más por salir. No me duele, no fue nada —expresó con voz suave y luego comenzó a desdoblar el papel arrugado que sostenía con su otra mano—. Concentrémonos en esto; veamos qué dice aquí.

No estaba tranquila, pero tenía razón. Respiré hondo y junto a los otros dos rodeé a Exen para poder ver mejor.

—Parece una carta —comentó Ecain después de inclinarse un poco hacia adelante.

—La caligrafía es como de un niño —añadió Sora apuntándole con la linterna.

Llegue aquí hace un mes y ya los extraño. No me acostumbro aún, pero la comida de Cati es deliciosa. Ese niño Gabriel es un tanto callado, pero parece ser agradable. Creo que necesitamos entrar en confianza para poder conocernos más. No estoy enojada, pero sí algo triste. Sabes que soy una niña muy inteligente y eso te enorgullece, pero ahora hay algo propio de mi edad que no puedo entender. ¿Por qué debo estar aquí y no allá? Me emociona un poco saber que iré a la escuela, pero tranquilo, tú siempre serás mi profesor favorito, eso nunca cambiará. Espero que cuando vengas por mí puedas explicarme todo lo que no comprendo. Esta es la primera carta que te hago y han prometido entregártela muy rápido. Dicen que no puedo tener un teléfono porque la señal de internet no funciona y las líneas tampoco, así que es imposible llamarte, pero no importa, estaré esperando tu respuesta.

—Mira, hay algo en la parte trasera de la hoja —señalé.

Al reverso estaba escrito el número uno con tintura negra.

—Esta puede ser la primera verdad —dijo Ecain.

Exen dobló la hoja y se la guardó en el cinturón.

—Hay que buscar las otras tres.

Nos dirigimos al primer piso. Sora intentó contactar a la central, pero la comunicación era imposible de establecer. También intenté hablar con Levi, pero no se escuchó más que un extraño sonido de interferencia.

Mientras Ecain y Sora inspeccionaban de nuevo la cocina, Exen y yo nos ocupamos de la sala de estar. En cierto momento él sacó de su cinturón el papel en donde estaba escrito el acertijo.

—Nunca preparan a un soldado para esto —dijo con una nota de diversión—. Te enseñan a matar, a defender y cómo sostener un arma sin temblar, pero nunca dicen qué hacer en caso de que nuestra vida dependa de un acertijo.

—Supongo que si querían atraparnos no nos iban a enfrentar a algo que pudiéramos manejar —opiné, encogiéndome de hombros—. Ahora las cosas parecen encajar. Si disminuían sus sentidos con las inyecciones, resolver algo así les sería imposible, pero creo que no contaban con que yo vendría a la misión y que a Ecain no le afectaría.

Exen giró la cabeza en dirección a la puerta que separaba la cocina de la sala de estar. En el suelo se veían las sombras de los pasos que Ecain y Sora daban al otro lado de la habitación.

—¿No te parece curioso eso? Las inyecciones no tuvieron efecto en él —comentó en apenas un susurro.

—Sí, pero...

—Pero ¿qué? ¿No puedes desconfiar porque él te gusta? —espetó y frunció ligeramente el ceño.

—No es eso, Ecain me parece sincero.

Exen arrugó la nariz y puso mala cara.

—En este mundo nadie es sincero.

Le quité el papel de la mano. Él se levantó para caminar alrededor de la sala. Observé el acertijo. No era como el de la balanza y no estaba fácil. Me pregunté quién lo habría ingeniado, o si Exen, Ecain y Sora habrían podido resolverlo con facilidad si no les hubieran inyectado algo en el cuerpo. Ellos pertenecían a una unidad élite, pero en ese momento eran un trio de novatos al igual que yo lo era sin Pantera.

Cerré los ojos por un momento y exhalé casi con frustración. ¿Qué clase de misión era esa? ¿En dónde terminaríamos? ¿Cuál era el objetivo de El Imperio? Mis pensamientos me obligaron a poner de nuevo toda mi atención sobre el acertijo. Releí las líneas, y casi como si mi cuerpo me impulsara, me levanté del sofá queriendo ir al pasillo.

Por alguna razón quería ir.

—¿A dónde vas? —me preguntó Exen, observándome desde el otro lado de la sala.

—A explorar. No me quedaré ahí sentada esperando que las pistas caigan del cielo.

—De acuerdo, pero no intentes salir sola —soltó de forma autoritaria—. No te alejes.

—Entendido.

Dejé la sala y avancé hacia el pasillo que conducía a las escaleras. No estaba segura de por qué había llegado hasta allí, pero me detuve. ¿Quería subir o no? Le obedecí al impulso, pero, ¿para qué? Tomé la linterna de mi cinturón y la encendí. Deslicé el círculo de luz por el suelo y las paredes. No había nada inusual.

Encontrar las otras verdades no sería sencillo.

Cerré los ojos y me recargué en la pared. Pensé en Levi por un instante e incluso en Julian, en la mano de Exen y en la seguridad de Ecain. Quería que todo saliera bien, pero no nos habían entrenado para eso. ¿Y si la realidad virtual se convertía en nuestra tumba? ¿Merecíamos morir así?

—Ayúdame a salir de aquí —susurré mientras apretaba con fuerza la linterna contra mi pecho.

Llegó a mi mente como un estallido. Mecánicamente desenvolví el papel que le había quitado a Exen, y las palabras resaltaron como si no las hubiera visto antes.

«...ocultas bajo la alegría, la belleza, la dicha y la satisfacción».

Recordé la imagen del payaso alegre en el cuadro de la habitación e hice encajar las piezas en mi mente. La primera verdad había estado escondida bajo la alegría, así que ya sabía en dónde buscar las otras tres.

Alcé la linterna y apunté en dirección a la pared. Los cuadros no concordaban con esas emociones...

Excepto uno.

La imagen mostraba a una mujer sobre una camilla con el vientre aún abultado, un bebé en brazos y una sonrisa de felicidad en el rostro. Decidí utilizar la linterna del traje para poder tomar el gran cuadro y lo dejé en el suelo.

Había otro oscuro y profundo agujero.

Adentro, las paredes estaban revestidas de filosas cuchillas que dejaban un espacio muy reducido para la entrada de un brazo. Aquellas hojas tan afiladas eran capaces de cortar hasta las profundidades de la piel, y no pretendía dejar que Exen se sometiera a eso de nuevo.

Primero me aseguré de que nadie estuviera cerca. Luego volví a ver el agujero y supe que debía hacerlo yo, que mi brazo era lo suficientemente delgado como para que las cuchillas no me alcanzaran. De modo que con lentitud conduje la mano hacia la entrada del hoyo, y justo cuando iba a introducirlo...

—¿Qué coño haces?

La mano de Exen me detuvo la muñeca. Al darme vuelta, la luz le dio en el rostro y detecté el reproche en sus ojos.

—Sacaré lo que hay ahí —le dije con firmeza.

Él no me soltó.

—¿Por qué tú? Para eso estamos nosotros.

—Hay cuchillas en el interior y mi brazo es delgado. No me lastimaré.

Exen entornó los ojos. No estaba de acuerdo con mi idea.

—Sobre mi cadáver putrefacto vas a meter la mano ahí, ¿te queda claro? —soltó de forma autoritaria y me impulsó hacia atrás para luego soltarme—. Deja que lo haga Sora, sus brazos también son delgados.

—¿Por qué Sora? —bramé con un dejo de molestia.

—Porque ella es irrelevante en esta vida y si le pasa algo podemos pasarlo por alto —expresó como si fuera algo muy obvio—. En cambio tú sí eres importante. ¿Por qué no te quedas quieta luciendo el traje por ahí?

—Eres un imbécil, Palafox.

Exen ladeo la cabeza mientras sus comisuras se elevaban en una sonrisa maliciosa.

—Mientras yo esté aquí no vas a recibir ni un rasguño. Te quiero cerca de mí en todo momento para poder vigilarte. Y créeme Drey, no me volveré a quedar dormido —susurró con aspereza—. Ahora, muévete —añadió y me empujó con suavidad para que caminara frente a él.

Refunfuñé una queja que no se molestó en contestar, y entonces nos dirigimos a la cocina para buscar a los demás.

•••

—¿Y cómo fue que lo encontraste? —me preguntó Ecain.

Los cuatro estábamos en el pasillo iluminado por las linternas.

—La respuesta está en el acertijo. Las verdades están ocultas bajo la alegría, la dicha, la belleza y la satisfacción —respondí. Él asintió y volvió a mirar el agujero para luego girarse un poco—. Ya encontramos el cuadro de la alegría y este es el de la dicha, ya saben, por dar a luz y eso...

—Bien, hazlo —le dijo a Sora.

Ella no dudó. Se acercó al agujero y sin pensar demasiado hundió el brazo con cuidado. Pero lo sacó al instante. El espacio era muy reducido y su brazo, en realidad, no cabía del todo. Así que insistí e insistí hasta que no hubo más remedio que dejarme hacerlo. Me preparé mentalmente para aquello y lo hice. Intenté que las cuchillas no me tocaran, pero fue inevitable. Sentí el filo de algunas rasgarme la tela del traje y luego la piel. Aguanté el dolor y después de varios minutos de esfuerzo saqué el brazo. Tenía algunos rasguños, pero no eran en exceso. Al menos no me había picado nada.

Desdoblé el papel y lo leí en voz alta:

No has respondido y pienso que es porque tu trabajo te mantiene muy ocupado, pero tía Cati dijo que puedo intentar escribirte de nuevo. Esta vez haré una carta muy corta para que no leas demasiado. Los extraño. Quisiera verlos. La escuela es maravillosa, pero estoy empezando a sentirme algo incómoda aquí. ¿Has tenido la sensación de que te miran aunque estés solo? Eso me está sucediendo, y para tranquilizarme quisiera saber cuándo vendrás por mí. Seguiré esperando tu respuesta.

Detrás de la hoja estaba el segundo número.

—Debemos encontrar las otras dos, así que el objetivo ahora es revisar detrás de cada cuadro que veamos —habló Ecain—. Separémonos.

Ecain y Sora subieron al segundo piso. Me quedé abajo con la intención de revisar la sala de estar porque no me había fijado si en ella había cuadros o no, pero antes de poder pasar al pastillo, noté que Exen se había quedado de pie mirando el agujero.

Preocupada por su estado, me acerqué y le toqué el hombro.

—¿Pasa algo? ¿Es la picadura? —inquirí con rapidez. Él no se inmutó y permaneció en silencio—. ¿Exen? ¡Exen!

—Lo recuerdo —pronunció en voz neutral—. Lo acabo de recordar.

—¿Qué?

El supersoldado se dio vuelta y me dio la cara. Me dejó inquieta lo que vi. Era una expresión de horror y de aflicción al mismo tiempo.

—Cati era la hermana de mi madre. Era mi tía —confesó en apenas un susurro—. Drey, esas cartas son de mi hermana Cameron. Las escribió para mi papá.

—No... —murmuré con inquietud—. No, no. Recuerda que están jugando con nosotros. No son reales. No puedes estar seguro de ello.

—¿Y qué tal si lo son? ¿Y si estas cartas son reales y Cameron nos escribió? ¿Y si esta es una representación del lugar en el que vivió? —preguntó para luego frotarse los ojos con los dedos―. ¿Y si nos necesitaba y nunca lo supimos?

Incluso yo le encontré sentido, pero aun creyendo que era cierto, no iba a confirmárselo.

—No hay forma de que ellos sepan lo que Cameron hacía. Esta es su manera de distraernos para que no podamos encontrar la salida —dije y posé mis manos sobre sus mejillas para que me mirara—. Tienes que concentrarte, Exen. Nada de esto es real. ¿Lo comprendes?

—Pero...

—No, no hay peros —le interrumpí. Era sorprendente cómo se debilitaba ante el recuerdo de su hermana, y cómo sus ojos demostraron el dolor que aquello le causaba—. Nada de esto es real, esa niña no es real, estas cartas tampoco. Si te sientes confundido, mírame, yo haré que despiertes.

—Bien —accedió después de un minuto—. Busquemos lo que falta.

Revisamos la sala de pie a cabeza, pero no había ningún cuadro colgando. También revisamos detrás de los lienzos restantes en el pasillo y no encontramos ningún otro agujero. Como no había más pinturas comenzamos a mover todo objeto existente dentro de la casa. Entonces, cuando estuvimos en la habitación de los padres, en el momento en que Sora empujó la cama, el agujero se hizo visible ante nosotros.

Esa vez no cabía tan solo un brazo, sino una persona entera.

—Hay que bajar —dijo Exen—. Iré yo.

—No —me apresuré a negar—. No puedes ir solo, recuerda que intentan confundirte y no sabemos lo que puede haber ahí abajo.

—Yo puedo ir —se ofreció Ecain.

—Qué extraños agujeros, parecen... portales —comentó Sora, estudiándolo.

Ecain buscó algún objeto pequeño en la habitación y luego lo arrojó al interior del hoyo. El sonido que produjo al golpear el suelo nos indicó que tenía un final y que alguien debía bajar. Ecain se situó en el borde del agujero y dio un salto para desaparecer entre la negrura. Tras un leve sonido que nos hizo saber que había pisado el suelo, el hoyo se iluminó con su linterna.

—¿Qué ves? —le preguntó Exen desde el borde.

—Hay un túnel —vociferó Ecain desde abajo.

—Síguelo. Prepararemos la cuerda para ayudarte a subir.

A medida que Ecain avanzaba dentro del túnel, la luz fue desapareciendo. Mientras tanto nos dedicamos a preparar la cuerda que Sora tenía en su equipamiento para así poder ayudarle a salir cuando regresara.

Después de un rato con la cuerda decidimos buscar la última verdad.

—¿Y si se encuentra afuera? —inquirió Sora que no dejaba de caminar de un lado a otro.

Sus facciones asiáticas lucieron tensas.

—El acertijo dice que están aquí —respondí, recargada en la pared que tenía una ventana justo al lado—. ¿Cuánto ha pasado? Ecain no regresa.

—Unos diez minutos.

—Debe de estar por volver —habló Exen.

Él se había quedado mirándose los nudillos, ahí en donde le había picado el escorpión. Tenía esa zona enrojecida y el pequeño orificio se le había hinchado, pero no presentaba síntomas alarmantes.

Miré a través la ventana y me fijé en la oscuridad del cielo. ¿Nos estarían observando en ese momento? Entre la negrura distinguí un destello blanco que se movía de un lado a otro. Entrecerré los ojos y reconocí la cabellera castaña de la niña ondeando a causa de los saltos que daba. Seguía afuera, pero, ¿por qué?

Pasaron varios minutos antes de que Ecain regresara. Sin perder tiempo lanzamos la cuerda al interior para poder ayudarle a subir. Requirió de mucha fuerza sostenerla mientras él ascendía. Una vez en la habitación, vimos que tenía un líquido níveo y pegajoso sobre los hombros, el traje y en el cabello.

—¿Qué fue lo que pasó? —le pregunté, acercándome para asegurarme de que estaba bien.

Su pecho subía y bajaba de forma agresiva.

—Había... una especie de torre. Cuando intenté escalarla, comenzó a caer un líquido muy raro que hacía que me resbalara —explicó, agitado—. Lo conseguí, pero tenemos que salir de aquí. No sé qué nos espera. Este sitio es muy raro.

—Lee la carta.

Ecain estiró la hoja y exhaló con fuerza antes de leer lo que estaba escrito.

Papá... te escribo esto mientras estoy en el recreo de la escuela. Una amiga me ha prometido que su mamá podrá enviarte esta carta. Necesito que vengas por mí, necesito que me saques de esa casa. Tengo mucho miedo. Siempre me dijiste que había que tener cuidado con los extraños, y me has enviado a un lugar en donde no conozco a nadie. Me han hecho mucho daño, sobre todo... ven por mí. Te lo pido. Tengo miedo y no sé a quién pedirle ayuda. Por favor, tienes que venir.

Cuando la voz de Ecain se apagó después de pronunciar la última palabra, un agudo e infantil sollozo resonó en toda la casa. Corrí hacia la ventana y vi a la niña. Estaba muy quieta con la cabeza baja. Su llanto penetró nuestros oídos de forma agobiante, casi dolorosa. Era una aparición extraña y peligrosa, pero había algo en ella... Había algo hermoso y llamativo que incitaba a mirarla más, a no dejar de hacerlo nunca.

Entonces lo supe.

Ella tenía la última verdad.

—Les sonará loco, pero hay que atrapar a la niña —les dije.

Se me despertó una sensación de nerviosismo que me causó un escalofrío.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Ecain, confundido.

—Ella tiene la última la verdad —señalé.

—¿Estás segura? —cuestionó Sora, acercándose hacia la ventana.

—Sí, es la de la belleza.

La niña se encontraba allí por una razón: para que fuéramos tras ella.

El problema era Exen. Él creía que esa era su hermana, algo que podía perjudicarnos. Le eché un vistazo y comprendí lo mal que lo estaba pasando. Se encontraba concentrado en el papel que le había quitado a Ecain, con los ojos fijos en las palabras y la mandíbula tensa.

—Podemos rodearla —propuso Sora.

De nuevo se mostró muy centrada.

—Lo mejor sería acorralarla —intervino Ecain.

—Lo cual sería difícil considerando que afuera todo es terreno cubierto de pasto y nada más —puntualizó Sora.

—Podemos acorralarla contra el árbol —sugerí.

Al volver a observar por la ventana vi que seguía muy quieta llorando.

—Entonces debemos llevarla hasta el árbol, ¿queda claro? Y cuando la tengamos allí, yo la sostengo —expuso Ecain, pero Exen reaccionó:

—No —dijo con determinación—. Yo la sostendré. Ustedes preocúpense por rodearla.

Antes de salir, detuve a Exen frente a la puerta. Se mostraba serio e inexpresivo. La mano se le había comenzado a enrojecer hasta los dedos, pero entendí que en ese momento su extremidad era lo que menos le importaba.

—¿Estás bien? —le pregunté. Él asintió, así que sentí necesario repetírselo—: Recuérdalo, no existe.

Salimos de la casa. Todos empuñamos nuestras armas y rodeamos a la niña desde una distancia considerable para que no se diera cuenta tan rápido de nuestra presencia.

El llanto continuaba escuchándose como si de un altavoz se tratara. La oscuridad, por su parte, no nos ayudaba. Podía jurar que se hacía más espesa para que solo pudiéramos observar lo que las linternas nos permitieran.

Nos colocamos en posición, tal y como lo hubiésemos hecho para una máxima infiltración. Teníamos que acercarnos sin que nos viera, para que cuando echara a correr no estuviéramos tan alejados. Aguardé por un instante hasta que el reflejo de un trío de linternas pasó a toda velocidad a varios metros de distancia, y empecé a correr junto a mis compañeros.

Una de las tres luces se acercó sin detenerse y, tan rápido como si le hubieran avisado, la niña alzó la cabeza y mostró su rostro de porcelana. Sabía que iban por ella. Soltó un chillido tan estruendoso que penetró nuestros oídos de forma insoportable. Me llevé las manos a las orejas, y antes de que pudiéramos alcanzarla echó a correr en la dirección que esperábamos. Si no cambiaba de rumbo, lograríamos acorralarla contra el árbol.

Rodeamos la casa sin parar ni un segundo. El cielo nos obstaculizaba con su negrura, pero el camino jugaba a nuestro favor al estar despejado. El gran y frondoso árbol estaba cerca. A medida que nos acercábamos, podía ver cómo la silueta de sus ramas se alzaba de forma monumental.

La atraparíamos. Íbamos a hacerlo.

Apresuré el paso.

Exhalé y luego volví a tomar aire. La blancura de la ropa de la niña ondeaba frente a nosotros, y cuando reparó en que el tronco obstruía su paso, se detuvo en seco.

¡Bingo!

Giré la cabeza, buscando los círculos de luz de la OPE, y supe que ninguno se había detenido. Nos acercamos más y más. Apenas estuvimos lo suficientemente cerca como para que Exen pudiera alcanzarla, la pequeña volteó a vernos, emitió un llanto aún más intenso, corrió hasta el tronco y lo trepó casi de forma sobrenatural.

Los cuatro nos paramos frente al árbol y, sorprendidos, observamos cómo se dejó caer con mucha agilidad al otro lado.

Siguió corriendo hacia el horizonte.

No, no sería tan fácil como habíamos pensado.

—¡No se detengan, sigan! —gritó Exen.

Emprendimos de nuevo la carrera. Aún podíamos verle. La tela de su vestido parecía estar hecha para resaltar entre la noche. La luz de la linterna de Exen nos superaba en velocidad ya que él estaba dando todo de sí. Lo único que esperaba era que la razón de su alto rendimiento fuera solamente la de conseguir la última verdad.

La pequeña no daba señales de cansarse y nosotros tampoco. Nos adentramos más en la pradera. La única posibilidad que veía era que Exen la atrapara antes que nosotros, pero no había ninguna otra edificación o algún otro árbol visible que pudiera servirnos para dejarla sin camino.

Mi respiración comenzó a acelerarse por completo, pero sentí mucha más resistencia de la que pude haber sentido alguna vez. Miré hacia los lados tratando de ubicar a los demás. Ecain corrió cerca de mí. Pude ver su silueta, sus músculos y sus piernas moviéndose una delante de otra a gran velocidad.

Se acercó a mi posición y luego mantuvo mi ritmo.

—¡Vamos a acorralarla en círculo! ¡Ve por la derecha! —gritó por encima del llanto.

—¡Entendido!

Volví a fijar la vista en la niña y corrí hacia la derecha como Ecain me había indicado. Al ir en esa dirección podía verla de perfil y no de espaldas. Más allá, hacia la izquierda, distinguí dos luces: una que supuse era la de Sora, y la que iba más rápido sin duda era la de Exen.

La niña dio un pequeño salto para esquivar una roca en el camino y continuó la carrera hacia algún lugar. Exen dio el mismo salto. Tenía la esperanza de que él la alcanzara antes que nosotros, pero la pequeña corría de una forma que nos superaba.

Cuando comencé a pensar que la pradera era solo un camino infinito de hierbas y rocas, logré diferenciar algo entre el sollozo infantil. Escuché agua cayendo. Era una cascada. Había una cascada cerca. Mi linterna no era tan potente como para saber si lo que nos esperaba al final era una vía sin retorno, pero con el simple sonido lo adiviné.

Entonces la niña se detuvo.

Habíamos llegado al final del camino y lo que había detrás de ella en ese momento era un gran precipicio.

—¡Deténganse! ¡Cuidado! —advertí con fuerza después de parar.

Al inmovilizarse, Exen fue el único que quedó frente a frente con la pequeña, a tan solo varios metros de distancia.

La niña echó un vistazo hacia atrás, no podía continuar. Nos observó a cada uno, pero en especial a Exen quien se había quedado muy quieto con los brazos colgando a los lados y la respiración acelerada por el cansancio.

—¡Atrápala! —le ordenó Ecain, agitado.

Pero el supersoldado no se movió. Estaba mal, se había confundido de nuevo. Quise moverme hacia él, pero al intentarlo, la niña viró agresivamente su cabeza hacia mí como para avisarme que si me atrevía a dar otro paso ella daría uno hacia atrás.

—¡Exen! ¿Qué esperas? —gritó Sora—. ¡Hazlo! ¡Tenemos que salir de aquí!

Él la ignoró, pero dio un paso adelante. No pareció amenazante, sino manso, como si quisiera acercarse a ella para hablar.

La pequeña hipó.

—No llores —le dijo Exen con voz suave. Ella se llevó una mano a los ojos y se los frotó—. No voy a hacerte daño. No tienes que huir de mí. —Dio otro paso hacia la pequeña, pero esta retrocedió—. No, no te muevas o te puedes caer. Ven, te llevaré a un lugar seguro. Confía en mí.

Una intensa brisa le voló los largos cabellos.

—¡A la mierda, Exen! ¡Esa niña no es real! —vociferó Sora desde su posición.

Y sin esperárnoslo, Sora alzó la pistola y con un apunte rápido le disparó directo a la pequeña. La bala atravesó su pecho y desapareció entre la negrura del abismo sin hacerle ni un solo daño. Eso confirmó que no era real, pero Exen no lo notó.

—¡¿Qué coño haces?! —bramó él en dirección hacia Sora.

—¡Atrápala, joder! ¡No es real!

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡No sabes nada! —gritó Exen con desespero.

No podía ver bien el rostro de Exen, pero sabía que estaba confundido. La niña dio otro paso hacia atrás. Si se lanzaba por el precipicio perderíamos la oportunidad de obtener la última verdad y no saldríamos jamás.

—¡Cameron, ten cuidado! —Después de eso, Sora volvió a dispararle a la falsa niña. El sonido que produjo la pistola hizo que la pequeña lloriqueara—. ¡No le dispares!

—Exen... —le llamé, pero pareció no oírme.

—Cameron, toma mi mano —le pidió.

La niña dio pasos cortos hacia atrás sin dejar de hipar. Iba a lanzarse, sabía que lo haría. Quise acercarme, pero temí que fuera un acto estúpido que solo lo empeorara todo.

—¡Exen! —le llamé con más fuerza. Él viró la cabeza hacia mí—. Mírame, ella no existe. ¡No existe!

Exen volvió a observar a la pequeña, y sin avisar se abalanzó tan rápido contra ella que atravesó el cuerpo infantil.

La niña se desvaneció entre sus brazos.

Solté un grito tan fuerte que me escoció la garganta. El impulso lo empujó hacia el abismo y cayó hasta el fondo, desapareciendo entre la negrura.

Exen se había lanzado al precipicio.

Exen se había lanzado.

Se había lanzado...

Sentí la fuerza de unos brazos sostenerme para impedir que fuera tras él. Me dejé caer en el suelo con un inmenso dolor penetrándome en el pecho. Escuché la voz de Ecain, pero no pude entender lo que me decía. Solo sabía que Exen no estaba y que su cuerpo yacía muerto en el fondo del abismo. Fui incapaz de soltar el llanto de inmediato, pero vino a mí con tanta fuerza, sin embargo, lo contuve. No lloré.

—No... —musité.

—¡Drey! ¡Levántate! ¡Tenemos que irnos! —le escuché decir a Ecain.

—¡No! —grité con fuerza, aunque la palabra me rasgara la garganta.

Sora se acercó al lugar en donde la niña había estado y después de inclinarse sostuvo entre sus manos un papel: la última verdad. Exen lo había conseguido, pero no a un buen precio. Quise llorar con mucha fuerza. Quise gritar, pero sentía el cuerpo débil y los ánimos muy bajos.

—Drey, debemos irnos —repitió Ecain mientras me sostenía.

Ambos estábamos sentados en el suelo, pero desde ahí veía el mismo resplandor que nos había trasladado a la pradera.

—¡Se abrió una salida! —exclamó Sora señalando hacia algún lugar al que no le presté atención.

Ella se acercó a mí, y junto con Ecain sostuvieron mis brazos para impulsarme hacia arriba.

—Vamos, Drey, hay que continuar —habló Sora—. No sirve estancarse.

Sentí que me conducían hacia algún lugar, pero toda mi mente estaba anclada en el instante en que Exen había desaparecido por el precipicio. ¿Qué pasaría ahora? ¿No veríamos su cuerpo? ¿Por qué lo había hecho así? Sentí rabia, pero también mucho dolor.

Maldije para mis adentros, y mientras me trasladaban volteé hacia atrás para ver el final del camino.

El supersoldado se había ido.

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