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—¡Con fuerza! —gritó Carter.

Tres días después, en la primera área de La Cancha, la práctica era dura. Me abalancé contra el muñeco que el especialista había creado a base de algunos sacos y almohadillas, y me coloqué a horcajadas sobre él. Sostuve bien el cuchillo y lo clavé contra su falso pecho, pero al no disponer de tanta fuerza, la filosa hoja se empeñó en hacer difícil la tarea de sacarla.

—¡Estás frente a un enemigo, ante un guardia de El Imperio, un mercenario! —añadió Carter entre gritos al mismo tiempo que me rodeaba para evaluarme—. ¡Perdiste el arma y te queda el cuchillo! ¡Húndelo con impulso!

Penetré nuevamente la almohadilla y hundí más el cuchillo. Luego logré sacarlo con mayor facilidad. Me levanté y dejé al muñeco tendido en el suelo con el torso rasgado, abierto y acuchillado.

Carter lo observó sin mucha aprobación.

De hecho, con nada de aprobación.

—Estás asesinando a alguien, no haciéndole un examen forense —bufó él, cruzándose de brazos.

—Asesinar es solo en caso de emergencia, ¿no? Si realmente estoy en peligro —comenté un tanto agitada por el forcejeo.

Me limpié el sudor de la cara con la mano.

Carter me miró con severidad.

—¿Y qué piensas hacer en los otros casos? —soltó con brusquedad, casi como un regaño—. ¿Abrazarlos hasta que mueran de sueño?

Negué con la cabeza. Tenía que respirar por la boca.

—Es que escuché a Levi decir que solo asesinamos en defensa propia o para salvar a un compañero —le conté.

Carter resopló como si fuera muy estúpido.

—Hay que ver a Levi en una situación así para saber si eso le funcionaría —refunfuñó.

—¿Cuáles son mis otras opciones?

—Aturdir, neutralizar, noquear, todas con el mismo propósito, pero ejecutables de distintas maneras. De todos modos, Drey, esta lucha no es pacífica.

—¿Y qué tal si yo quiero que lo sea?

Carter entornó los ojos. Fue un gesto que casi me hizo retroceder, pero estaba aprendiendo a lidiar con ello.

—Un soldado de El Imperio no va a aturdirte para tener una vida menos en su lista de asesinatos. Te matará sin pensarlo, porque los de La RAI solo suponemos un estorbo. Para ellos, otra persona, otro superviviente, no significa nada.

—Esa es la diferencia entre El Imperio y La RAI, ¿no? Que a nosotros sí nos importan aquellos que aún sobreviven —refuté.

Me observó por un momento, en silencio.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres hacer? Un soldado que no dispara contra el enemigo y que no se ensucia las manos no es un soldado, es solo alguien que pretende serlo.

Me hice la misma pregunta y no tardé en obtener mi propia respuesta.

—Quiero esto con las mismas ganas que usted tenía de torturarme —le aseguré, sosteniéndole la mirada, haciéndole ver que podía superar el miedo—. Si tengo que matar, lo haré, pero como el comandante ha dicho, únicamente en defensa propia o para salvar a un compañero. De resto intentaré ser un soldado completo que no se ensucie las manos.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora