Detrás de las Puertas ©

By csolisautora

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Maya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre... More

Prefacio
Capítulo 1 - Dolencias
Capítulo 2 - Sugerencia
Capítulo 3 - Pases
Capítulo 4 - Compañero
Capítulo 5 - Glamour
Capítulo 6 - Visita
Capítulo 7 - Filtro
Capítulo 8 - Prohibidos
Capítulo 9 - Pólvora
Capítulo 10 - Androstenona
Capítulo 11 - Single
Capítulo 12 - Disgusto
Capítulo 13 - Solución
Capítulo 14 - Extraordinaria
Capítulo 15 - Castigo
Capítulo 16 - Aliada
Capítulo 17 - Dispuestas
Capítulo 18 - Seducción
Capítulo 19 - Escapada
Capítulo 20 - Rastreo
Capítulo 21 - Contención
Capítulo 22 - Complicidad
Capítulo 23 - Reservación
Capítulo 24 - Dualidad (Segunda parte)
Capítulo 25 - Cuidadosos
Capítulo 26 - Importancia
Capítulo 27 - Control
Capítulo 28 - Alivio
Capítulo 29 - Doble
Capítulo 30 - Revancha
Capítulo 31 - Destrucción

Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)

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By csolisautora

En cuanto me levanto reviso el celular. Tengo sesenta y dos llamadas perdidas de Benjamín y un montón de mensajes que archivo sin leer.

—Tú cuántas tienes —le pregunto a Sergio sobre la cantidad de sus llamadas. Sostiene el teléfono y parece concentrado.

—Catorce —me dice sin quitar la vista del aparato.

Sospecho que está leyendo mensajes de reclamo.

¡Bien! Mabel no es indiferente a la ausencia de su marido.

Pasamos juntos toda la noche. Seguro fue inesperado para ella.

No me arrepiento. A pesar de lo que sucede en nuestras relaciones, esta es la primera vez que disfruto de verdad estar con otro hombre que no sea Benjamín.

El desayuno que pido es el de los huevos benedictinos con salmón ahumado. Sergio prefiere los wafles belgas con frutas frescas. Benjamín va a pagar más de noventa dólares por eso, pero hay que consentir a mi invitado.

—Que lo carguen todo a la cuenta —le indico a la señorita por teléfono.

Sergio y yo nos sentamos en la mesa pequeña que se ubica próxima al gran ventanal. La ciudad revive caótica, como siempre. Afuera la gente anda a prisa para llegar a sus empleos o escuelas. Tan distinto a la calma que todavía disfruto.

Tenemos enfrente dos tazas de café humeantes que sirve el mesero que enviaron.

Él comenta que el café no le encanta, pero de todos modos lo acepta.

Le pido al mesero que se retire una vez que coloca los platos.

La conversación continúa superficial, pero tengo que dejar un punto en claro.

—Hay una cosa que quiero decirte —digo hacia Sergio, aunque no lo encaro.

—¿Qué pasa?

Le doy un sorbo al café, coloco la taza despacio de vuelta sobre la mesa, y clavo los ojos en él.

—No sé por dónde empezar, esto es algo que nunca imaginé discutir con alguien. —Me encojo de hombros—. Para ser honesta, estoy cansada de sentirme burlada.

Sergio inclina la cabeza, curioso sobre hacia dónde voy.

Me pongo más recta.

—¿Qué sucedería si... tomamos el control de todo esto? —refiriéndome a los infieles que tenemos por esposos—. No planeo seguir con el papel de víctima.

Sergio arruga la frente:

—¿Qué significa para ti "tomar el control"?

Para ese punto estoy segura de que mis ojos brillan gracias a la intensidad del momento.

—Hablo de nosotros. Sobre nosotros... siguiendo un camino donde podamos sentirnos poderosos, aunque solo sea por un tiempo. Donde podamos hacerles sentir lo que nosotros sentimos. —Sin que lo busque, mis dientes crujen leve con el final.

—¿Estás sugiriendo...?

—Que seamos amantes —lo interrumpo. Ya veo que con él debo ser explícita—. Solo temporalmente. No como una forma de romance, sino como venganza. Una manera de equilibrar las cosas.

Sergio se reclina en la silla. Es obvio que fue sacudido por la propuesta.

—Eso es... es... —Se concentra en mí—. ¿Estás segura de lo que decís? Eso puede empeorarlo más.

Me da vergüenza que él no aceptara a la primera. Supuse que ni siquiera me cuestionaría. Después de todo, es un mujeriego veterano.

—Lo sé, lo sé que es radical y complicado. Pero, dime, ¿no te sientes, aunque sea un poco, tentado por la idea de darles una lección?

Hay un largo silencio en el que él mira el café que solo ha probado una vez.

—No voy a negar que la idea tiene su atractivo... —prosigue él—. Pero, Maya, ¿y si esto nos hace mal? ¿Y si perdemos más estabilidad?

Suspiro. Sergio tiene razón, pero permanezco aferrada al plan.

¡Es hora de ser más convincente! Buscar otro amante no tendría el mismo impacto para Benjamín y Mabel.

—Estoy cansada de sufrir en silencio —finjo que se me quiebra la voz—. Ya no me importa lo que mi esposo piense. Además, si nos apegamos a la primera regla del swinging, no tiene que complicarse nada, ¿o sí? —Enseguida la rememoro—: Es...sin compromiso afectivo, ¿cierto?

De pronto, Sergio sujeta mi mano sobre la mesa.

—No va a funcionar —asegura.

Esa confianza comienza a irritarme.

—¿Por qué no? —insisto todavía calmada—. Tú cumples al pie de la letra las reglas, ya lo demostraste.

Él niega con la cabeza.

—Esto es otra cosa.

—¡¿Por qué?! —ahí la voz sale un poco más alta, de lo cual me arrepiento de inmediato.

—¿Querés saber qué pienso?

—Por supuesto —respondo enseguida.

Sergio se inclina más.

Esa cercanía me hace tener un escalofrío que disimulo.

—Entre nosotros hay atracción. —Con su dedo me apunta y luego se señala él—. Nos gustamos. Si nos enganchamos en serio, tarde o temprano alguno va a terminar afectado. ¡Pará! —Levanta la mano cuando ve que quiero interrumpirlo—. Uno de los dos se va a enamorar, y... a mí no me molestaría, pero ¿y a vos?

Quedo pensativa. En definitiva, no está en mis planes entregarle el corazón a un hombre con esas "prácticas". Sería pasar de un infiel a un potencial infiel que ni siquiera piensa en divorciarse. ¡No, no me voy a enamorar! Es verdad que me atrae, mucho, pero amar es muy distinto a tener sexo, se trata de un sentimiento profundo y precioso que no volveré a darle a cualquiera que me hable bonito.

—Hagamos una cosa —prosigo más animada—, piénsalo unos días.

Sergio sigue observándome y me percato de que medio sonríe.

—No tengo nada que pensar. Si me querés, me tenés. Úsame —después de decirlo bebe en serio del café.

Por dentro estoy festejando.

—Te propongo que cumplamos fantasías juntos, que no solo seamos tú y yo. Podemos intercambiar, invitar a otros... Así será difícil que nazcan sentimientos.

Él sonríe más amplio, pero es una sonrisa que no refleja burla, sino complicidad.

Extiendo la mano.

—¿Hecho?

Sergio me da un apretón.

—Hecho —responde.

Si Benjamín cree que no sé jugar sucio, está muy equivocado.

Procuro que a mi regreso a casa se note que acabo de salir de un hotel. Llevo el cabello húmedo y la blusa con los dos botones superiores sueltos.

En cuanto se abre la cortina de la cochera techada, ¡oh sorpresa!, veo que Benjamín está ahí parado. Parece custodiado por Héctor y dos de sus amigos. Tiene sentido, hay una puerta trasera que conecta con la casa.

Supongo que se coló por allí.

Apenas bajo del automóvil, Héctor me aborda.

—¡Señora, se resiste a irse! —informa agitado, quizá también furioso, pero lo esconde bien.

Paso de largo de Benjamín. Para mí, el ya no merece mis atenciones.

—¿Sacaste mis cosas por tu capricho? —Mi aferrado esposo va detrás de mí.

No detengo el paso.

Los dos hombres que se encuentran vigilantes lo detienen por el pecho y Héctor se coloca detrás.

—Maya, hablemos... —de nuevo hace su voz de lástima.

¡Ahí va otra su súplica absurda!

Giro incrédula y regreso dos pasos.

Benjamín no tiene forma de moverse, está acorralado.

—¿No sabes leer? Pensé que lo escribí nítido. Me voy a divorciar de ti y no hay nada que "hablar". —Hago la seña con los dedos—, arregle.

—Diles a estos nacos que me suelten. —Trata de zafarse.

La manera despectiva en la que lo pide me enfurece. Siempre he sido partidaria de ser respetuosa con los demás.

Inclino la cabeza hacia Benjamín.

—Uno de estos "nacos" coge mucho más rico que tú —digo en voz baja, y con la vista apunto hacia Héctor.

Benjamín pretende forcejear, pero pronto desiste. Son tres contra uno, y se trata de uno nada experimentado en el contacto cuerpo a cuerpo.

—¡Eres una...! —brama, pero se silencia enseguida. La palabra le arde en los labios, se le nota.

Nada de lo que diga me va a alterar, al menos no frente a él, lo he decidido. Por eso, continúo en la misma postura.

—Por cierto. —Me acerco un poco más—, pregúntame, ¿de dónde vengo? —eso sale con bastante gusto.

—Déjame adivinar. De meterte con algún ¡naco! —Al terminar sus ojos se abren de par en par.

—¿En serio no sabes? —Extiendo una sonrisa de oreja a oreja.

Benjamín no responde.

Anhelo de verdad que tenga aunque sea una ligera sospecha.

—¿Así quieres que terminemos? ¿Después de todos estos años que compartimos? —Intenta tocarme, pero uno de los hombres lo regresa a su lugar.

Guardo silencio un instante. La dolorosa punzada me ataca inflexible.

—¡Sí, eso es todo! —esas son palabras que corroen mi espíritu—. Es lo mejor para los dos. Deja que encuentre mi camino. Por lo que leí, tú ya lo encontraste. —Mis ojos amenazan con dejarme en evidencia, pero lucho por contenerlos—. Ahora, te voy a pedir que te vayas o estos tres caballeros te van a sacar a patadas.

La expresión de Benjamín se convierte en una endurecida.

—Tú me amas a mí —dice convencido, luego se acomoda las mangas de la camisa—. Pero tranquila, te daré unos días, como la otra vez. Regresaré, te lo juro.

Una sonrisa amarga aparece en mis labios.

—Suerte con eso —le deseo, antes de retirarme.

Héctor sabe lo que tiene que hacer si no se va ya.

**********

El término naco se utiliza para describir personas, comportamientos u opciones estéticas consideradas como no refinadas o poco sofisticadas, a menudo de manera sarcástica.

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