Esclava del Pecado

By belenabigail_

3.4M 142K 47K

Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
00
Advertencia
01
02
03
04
05
06
07
08
09
010
011
012
AVISO
013
014
015
016
EXTRA (Dulce Kat)
017
018
019
020
021
022
023
024
025
026
027
028
029
030
031
032
033 (Parte 1)
033 (Parte 2)
034
035
036
037
038
039
041

040

36.9K 2.1K 625
By belenabigail_



Dalila POV's

La casa en New Port es más de lo que podría haber imaginado.

Es amplia, muy luminosa y está frente al mar, a unos kilómetros del centro de la ciudad. No hay nada que pueda arruinarlo. Ni siquiera el frío clima, porque aunque todavía aquí la punta de mi nariz se siente reseca y está roja, al menos no hay nieve. Lo que es un gran descanso después de algunos meses seguidos de copos cristalinos que caen sin parar del cielo.

Con el bolso en mi mano cierro la puerta detrás de mi mientras las voces de Kat y Andrea, quienes se adelantaron a revisar el lugar, resuenan entre las paredes.

Puedo oír el tinte rebosante de alegría en la voz de Kat , y a la italiana, quien está riéndose a causa del evidente entusiasmo y energía que ella desprende. También puedo escuchar los zapatos de Andrea contra el fino suelo de mármol. Pero cuando sus voces descienden a simples susurros, decido que haré mi propio recorrido hacia el lado contrario de la casa. Lo último que quiero es interrumpir un momento íntimo entre ellas.

Inspiro profundo, y con el bolso en mi agarre, esquivo el equipaje de las chicas. Si yo creía que había traído conmigo más de lo que podría necesitar, Andrea me enseñó el verdadero significado de lo que es empacar de más. Sus cuatro valijas Louis Vuitton me lo demuestran.

Camino también sorteando los cómodos sofás que se encuentran frente a una gran pantalla plana. Porque más allá, está el enorme ventanal que ocupa casi todo el ancho de la sala de estar, mostrando en su máximo esplendor las agitadas olas del mar.

Mis ojos recorren la playa con admiración. Muerdo mi labio inferior, y me imagino aqui, sólo que en el verano. Debe ser muy divertido caminar al lado del agua, con la arena metiéndose entre los dedos de los pies, y los rayos del sol calentándote el rostro.

Aunque en invierno debo admitir que también tiene su encanto.

Las espesas nubes grises que cubren el cielo y el color intenso del agua junto a la tenue neblina, le dan al paisaje un aire digno para retratar en una pintura dramática y quizás hasta algo melancólico. Mi sonrisa titubea por un segundo mientras continúo apreciando el arte que hay en la naturaleza. Pero hay cierta incomodidad que se remueve debajo de mi pecho y aprieta mi corazón ante el paisaje sombrío.

De inmediato reconozco el sentimiento.

Inspiro profundamente por segunda vez, y cierro los párpados.

Aquí no. Dije que él y todo lo que vivimos se quedaba en Nueva York.

—¿Dalila?

Me vuelvo hacia la dulce voz de Kat, que como es costumbre en los últimos meses, tiene una connotación nerviosa y de preocupación. Me vuelvo a ella, conectando nuestras miradas, y le sonrío para calmarla. Pero es una sonrisa sincera. Triste, pero también con animos de esperanza y nuevos comienzos. Esto está bien. Haber venido aquí me va a ayudar. Ella lo nota, y sus hombros se aflojan.

Le doy la espalda al mar y al cielo gris para reunirme con la rubia en la entrada de la casa.

Una risa divertida brota de mis labios al volver a mirar el equipaje de Andrea. Mi amiga dirige su atención allí, y como yo, suelta una risa.

—Un atuendo diferente para cada día.—cruza los brazos sobre su pecho, y rueda los ojos.—Es peor que tú y yo juntas.

—¡Oí eso, rubia descarada!

Las mejillas de Kat se ponen de un color muy, muy, rojo. Arqueo una ceja, y espero la explicación del porqué tal reacción de su parte. Hace sonar la garganta, y aprieta los labios en una línea.

Se inclina hacia mí, como si estuviera a punto de contarme el ingrediente secreto de esas magníficas galletas que hornea sólo para la noche de chicas.

—Estuvimos probando algo nuevo, ya sabes, y puede que me haya gustado. Como, mucho, ¿entiendes? más de lo que había, bueno, de lo que consideré que podría...

—Ya, ya —Hago un gesto con la mano para que se detenga.

No sé quién está sufriendo más. Si ella debido a la vergüenza que parece que se la está comiendo viva mientras me cuenta que las cosas con la italiana han dado un giro interesante en la habitación, o yo, porque soy quien tiene que oírlo.

Kat endereza la espalda, y todavía demasiado entretenida con la situación para dejarlo ir, pregunto de repente:

—¿Azotes?

Se atraganta con su propia saliva y cubre su rostro con ambas manos. Una carcajada sube por mi pecho, y me río, dando por entendido que sí. Me río más fuerte. Efectivamente Kat ha descubierto el mundo de las nalgadas.

Abre un pequeño espacio entre sus dedos, mirándome a través de una minúscula rendija. Su ojo, verde y brillante, parpadea con incredulidad.

—No pensé que iba a ser tan bueno.

Asiento, a la misma vez que en mi memoria florece el recuerdo que trae consigo el sentimiento de una mano grande golpeándome en el culo. Me remuevo sobre mis pies, y rápido, pongo mi atención en Kat, en lugar del pasado.

—Te dije que lo serían. —Andrea aparece, con esa habitual sonrisa arrogante plasmada en sus labios carmesí.

—No presumas tanto. —Le contesta, tocándose las mejillas con las palmas. Como si así fuera a mitigar el rubor en su cara.

Me río una vez más, y mis ojos pasan a la italiana, quien viste un traje a medida. Su saco se ajusta a la perfección a la altura de su cintura, resaltando la figura de reloj de arena que posee. Deslizo la mirada a esos tacones de quince centímetros en sus pies, que ya podrían formar parte de su marca registrada en cada atuendo que se pone. Recarga parte del peso de su cuerpo sobre una de sus piernas.

Acomoda el largo y sedoso cabello sobre uno de sus hombros, a la misma vez que sus ojos se clavan en los míos, una sonrisa lenta curva la esquina de su boca.

Parpadeo, sorprendida al darme cuenta de que jamás, ni en una sola ocasión, la he visto sencilla. Tampoco con un aspecto flojo. Algo como la ropa desaliñada, o el pelo hecho un lío. Por el amor de Dios, creo que nunca le he visto usar un conjunto de ropa deportiva.

Andrea Cavicchini tiene estilo. Es elegante. Atrevida. Ella es la definición de confianza. Pero sobre todo ella es poderosa, y no tiene miedo de mostrarlo.

En cambio, yo siento que he perdido parte de mi poder en este último tiempo, y lo quiero de vuelta.

Ese pensamiento toma fuerza a medida que los segundos transcurren, y me lleva a tener un impulso de ir en busca de eso que perdí. Aunque con un ligero giro. Ya no me interesa recuperar a la vieja Dalila. Se trata de una nueva, y mucho más segura de si misma.

Puede que prendas nuevas no vayan a darme todo lo que necesito. Pero creo que es un comienzo.

La italiana agudiza la mirada, y la curiosidad brilla en sus orbes. Está por preguntar qué es lo que me da vueltas por la cabeza, pero no tiene que hacerlo, porque me adelanto a decirlo.

—Quiero ir de compras.—suelto de repente.

Kat enarca una ceja, inquisitiva. Ella sabe que aunque me gusta ir de compras, no es algo que yo específicamente proponga hacer. Usualmente la acompaño a ella, y en el transcurso de esos largos recorridos que hacemos en las diferentes tiendas de ropa, compro uno o dos artículos que llaman mi atención. Con el maquillaje es diferente. Lo disfruto más, incluso si mi fuerte todavía no es un delineado perfecto y pulido en mis párpados. Me gusta.

—¿Ahora? —dice. El asombro pasa a un segundo plano, reemplazado por la impaciencia y la excitación —¡Ay, si, hagámoslo!

Andrea la sostiene por la cintura y le da un beso en la sien.

—Aun no hemos comido nada, tesoro.

—¡Almorzaremos algo afuera! ¿no me dijiste que viste ese bonito restaurante a unos kilómetros de aquí? Iremos a las tiendas, y cuando estemos cansadas de comprar pedimos una mesa para las tres. También podemos hacerlo al revés. Da igual. ¿Qué quieres?—Sus ojos, abiertos y colmados de cariño, me miran.—¿Vestidos? ¿Blusas? ¿Unos lindos pantalones?

—Quiero un cambio.—encojo los hombros.—Algo diferente. Nuevo.

Kat chilla de alegría y se lanza hacia mi en un abrazo que recibo con gusto.

—¡Eso suena genial! —gira la cabeza hacia Andrea, todavía abrazándome.—¿Qué dices, bebé?—le pone ojitos.—¿Vamos ahora?

La italiana chasquea la lengua, y negando suavemente, suspira.

—¿Cómo decirte que no si me miras así?

Kat vuelve a chillar.

—¡Hay que hacernos las uñas! ¡Y arreglarnos el cabello!

—De a una cosa, de a una cosa—repite suavemente, atrayéndola hacia su costado.

—Por mi está bien. —respondo, entusiasmada.

La italiana asiente.

—Entonces ese será el plan para hoy.—Mira el equipaje.—¿Ordenamos más tarde? —hace una mueca.

—Después desempacamos.—me muestro de acuerdo. Ni siquiera me importa no haberle hecho un tour entero a la casa.

—¡Eso es todo! —Kat me agarra de la mano, y también a Andrea. Terminamos formando una corta cadena de tres. La italiana y yo compartimos una mirada entretenida.—¿Quién conduce?

El coche de Andrea es el epítome de ser millonario. El aroma de los asientos de cuero, el ruido casi inexistente del motor cuando acelera en la carretera, y la sensación de estar en la cima del mundo cuando vas montado en el.

—Que lo haga Dalila. —entonces me arroja las llaves con la mano libre, y es un milagro que las agarre en el aire. La miro con desconcierto.

—¿Vas a dejar que conduzca? —la adrenalina se acumula en mís venas. Quizás no sea la gran cosa para algunos, pero no lo sé, la simple idea de conducir ese bonito coche me ilusiona bastante.

—Bueno, noté que mi coche te ha fascinado, ¿sabes? te lo presto por el día.

Mi sonrisa se expande.

—Hecho.

—Más te vale cuidarlo.—abre la puerta, y la fría brisa me hace arrugar la nariz.

—Por supuesto.

—Dalila es una excelente conductora.—Kat agrega. 

Las tres pasamos por el umbral, y subo más el cierre de mi abrigo, desesperada por tapar mi cuello. La italiana es quien se encarga de asegurar la casa, y yo apunto la llave al espectacular auto negro. Hay un «peep» y las puertas se desbloquean.

Las olas del mar chocando con la orilla resuenan de fondo.

—Recuerda el límite de velocidad.—con sus dedos entrelazados a los de mi amiga, me dice. Arqueo una ceja porque sé que no está hablando de verdad. Debe tener unas cuantas multas por exceso a su nombre y solo de ida hacia aquí. Ella suelta una corta risa, y me guiña el ojo.—Al menos haz el esfuerzo de intentarlo.

Aunque estoy tentada a romper las reglas, no soy tan atrevida como ella en cuanto a eso.

—Me quedo en la vía de lo legal, gracias.—Abro el lado del piloto. Kat se sube atrás, y Andrea sostiene sus ojos en los míos, con un pie adentro del coche y el otro en el pavimento del camino de entrada de la casa.

—Que mal, en eso no nos parecemos.—El verde de sus ojos se ilumina.—A mi me encanta cruzar esas líneas.—y se mete adentro.

Me subo después de ella, pero por algún motivo, sus  palabras retumban dentro de las paredes de mi mente una y otra vez. Quizás por la manera en la que su expresión no titubeó al decirlo. Tal firmeza en su tono, hizo la declaración demasiado seria. Inconscientemente evoco el recuerdo de Alexandro y lo que me dijo sobre sus negocios.

Enciendo la calefacción, y por el espejo retrovisor, doy de nuevo con la intensa mirada de Andrea.

—¡Pon música! —Katherine pide, y yo doy un respingo, apartando la mirada de la italiana, pero aún con ese sabor a curiosidad dando vueltas por mi paladar. Extiendo los dedos hacia la pantalla táctil del coche. Justin Bieber empieza a sonar.—Me encanta esa canción.—sin que me lo tenga que decir subo el volumen.

Kat empieza a cantar incitando a Andrea para que se una a ella. Al principio reniega pero pronto cede a sus demandas, siguiéndola cuando el estribillo golpea los parlantes del auto. El ambiente se carga de energía positiva, y con el mis preguntas sobre lo que sucedió hace un instante se desvanecen, porque quizás sólo estoy siendo paranoica. Así que me relajo mientras el coche avanza por la carretera con la estridente voz de Kat cantando 'Cause all i need is a beauty and a beat!

Para la tercera tienda mis manos están cargadas con más bolsas de las que soy capaz de contar. Lo que me hace pensar que valió la pena esas horas extras en el trabajo, porque me estoy dando más gustos de los necesarios con ese dinero. Como los dos trajes que se amoldan de una forma exquisita a mi cuerpo, y las blusas, y ese encantador vestido, o los tres pares de zapatos de una altura un tanto intimidante, pero que amo porque alargan mis piernas. Y no hay que excluir esa marca de maquillaje que tenía tantas ganas de comprarme y que al fin me compré.

También está este ligero corte que le hice a las puntas de mi oscuro cabello, y el sutil arreglo a los mechones de mi largo flequillo. Pero de esto es de lo que se tratan las vacaciones, ¿no? De hacer cosas que en lo cotidiano no haces. Y me la paso muy bien haciéndolas. Lo que en parte es extraño. Me había acostumbrado a ese continúo malestar que me había estado persiguiendo desde aquella noche.

Aunque lo mejor, además de las uñas de manicura francesa que escogí, es que ni una sola vez él fue un intruso en mis pensamientos.

De hecho, ahora mientras nos sentamos en la mesa del restaurante con las bolsas de las compras a nuestros pies, mi mirada se desliza hacia unas mesas más allá.

Un hombre muy guapo está con lo que parecen ser un grupo de amigos. Todos vestidos de traje. Aunque él se destaca de entre ellos. Tiene una sonrisa reluciente, y al reírse, su risa es ronca y definitivamente muy atractiva.

Un destello de culpa aprieta mi corazón, y de inmediato lo hago a un costado. No puedo seguir el resto de mi vida aferrada al mismo hombre, sobretodo a uno que me desechó como si no fuera nada.

Además, no es que haya venido hasta New Port con la intención de ligar. Simplemente estoy mirando. Y eso no tiene por qué estar mal. Hay más hombres que el Señor Cavicchini, y si bien ninguno jamás podrá compararse remotamente a él, tiene que haber uno allí afuera que sea el indicado para mi. Sin embargo, no es lo que estoy buscando en este momento. Es un viaje de chicas.

Pero sigo mirándolo.

—Pídele el número.—Me vuelvo hacia Andrea. El rubor sube por mi cuello y se instala en mis mejillas.

Supongo que fui muy obvia.

Sacudo la cabeza.

—Es guapo.—comenta Kat.

—Tiene su encanto.—La italiana encoge los hombros, también mirándolo.

—Es un viaje de chica, no vine para coquetear.

Ambas resoplan.

—Pero no eres una delincuente si lo haces. En serio. —la rubia dice, abriendo la carta de la comida. Le da un vistazo.—Se me antoja pasta.

Andrea tuerce la boca.

—Pasta no, por favor.

Una risita se escapa de entre sus labios.

—Tienes que superar eso de que aquí en Estados Unidos la pasta apesta.

Rueda los ojos.

—Lo hace.

—¿En todos los restaurantes? vas a sitios con estrellas Michelín, bebé. ¿No te gustó la pasta allí?

—Fue un fiasco.—su expresión de decepción se agrava, y hace un gesto con la mano, con sus recientes uñas pintadas de un negro brillante.

Su conversación continua y mis ojos vuelan de nuevo seis mesas a la nuestra. Reflexiono sobre lo que las chicas dijeron. Y mientras sopeso la idea de ir hasta allí, vestida con una de mis recientes adquisiciones de la tienda número dos, y el cabello prolijo y más suave de lo que jamás lo he tenido, de pronto el apuesto hombre mueve la cabeza y sus ojos capturan los míos. Me quedo congelada, esperando que no sienta que estoy siendo demasiado inapropiada. Porque, bueno, al fin y al cabo, creo que hasta me he mordido el labio inferior dándole una repasada.

Trago saliva, y cuando él recorre con su mirada mi rostro y me sonríe desde el otro lado de la habitación, hay algo dentro de mi que salta de emoción.

Inclina la cabeza hacia mi, indiferente a las risas de sus amigos y a lo que sea que estén diciendo. Le sonrío, poniendo los nervios atrás. Me veo fenomenal, y me siento también así. ¿Por qué estar nerviosa? Miento, si estoy un poquito nerviosa. Es lo normal. No tengo una basta experiencia con los hombres, y la que tengo, consta de un historial algo deprimente. Mis mejillas toman más color, y cuando ya no puedo más de contener la respiración, aparto los ojos soltando el aire en una exhalación disimulada.

—¿Entonces? ¿vas a pedirle el teléfono? —Las chicas ya resolvieron el asunto de la pasta. Están más interesadas en lo que yo vaya a hacer que en los platos que ellas pidan para compartir.

Niego.

—No.—digo.

Andrea frunce el ceño.

—¿Por qué?

Me acomodo en la silla, cruzando una pierna sobre la otra, y con la espalda pegada al respaldo, me siento derecha.

La satisfacción me recorre. Creo que estoy orgullosa de mi misma.

—Solo quería saber si podía hacerlo.

—¿El qué? —inquiere.

—Eso.—hago un vago gesto hacia la mesa del hombre.—Ser coqueta, no lo sé, sentir que puedo ser seductora. ¿Es estúpido? —la arruga en mi frente aparece. Pero ese sentimiento, el que te hace tener mariposas en el estómago y te acelera el corazón, todavía está ahí.

—Para nada.—responde.—Y claro que puedes, Dalila. Con él, u otros. Volverás al ruedo.

—No es que tenga prisa, pero...

—No me debes una explicación.—Me corta. Me doy cuenta de que habia bajado los ojos, y al levantar la mirada otra vez ella tiene una expresión amable y serena dibujada en sus marcadas facciones.—Si tienes prisa o no, es tema tuyo. Yo no seré quien te etiquete de zorra sólo porque busques a alguien para follar.

Inspiro hondo.

—Yo no busco a nadie para follar.

—Es lo mismo. Sea solo para beber un trago, revolcarse en una habitación o darse un inocente beso. Jamás voy a creer que seas una fácil o algo así porque hagas esa elección.—De repente y para mi asombro, me encuentro aliviada. Katherine asiente de acuerdo con ella. Su rostro se vuelve sombrío.—Soy su hermana, pero ya no estás de ningún modo relacionada a él, y mucho menos tienes una responsabilidad que los una. Si fuese así, créeme, haría más que darte una advertencia. Pero ese no es el caso. Así que folla con quién más te guste, diviértete, vive tus vacaciones. No voy a juzgarte.

No pensé que escucharla decir eso me ayudaría tanto, pero es así. Ahora sé con certeza que ella no planificó este viaje porque Kat se lo había pedido. Le agrado, y ella me agrada a mi. Lo que pasó con su hermano no tiene que ver con nosotras.

—Gracias.—murmuro.

—Como me agradezcas otra vez voy a pedirte que me des las llaves de mi coche.—Arquea una ceja. Suelto una risa silenciosa.

—¡Ey! —me quejo.—Pero está bien, lo que sea para conservar esas llaves un rato más.

—Muy bien.—interrumpe Kat.—Con eso ya aclarado, a mi me gustaría agregar que tenemos que poner más canciones pop en la playlist del auto. Quiero a Britney, no hay suficientes canciones de Britney.

—¿Slave?

—Uh, no tenemos esa. Si.

—Womanizer también es excelente.—menciono.

—Esa se la podrías dedicar al galán de ahí. Con el que te estabas dedicando sonrisitas hace un momento. Sip —remarca la «p». —Es atractivo, pero tiene aire de mujeriego. ¿Tú que opinas? —le pregunta a Andrea.

—No interesa, es para las vacaciones. —La rubia frunce el ceño, y la italiana la mira con las cejas levantadas, sin comprender.

—¡Pero no voy a hacer nada! —me río en una carcajada.

—Deberías.—Kat le da un leve golpe en el brazo.

—Ten las opciones abiertas, eso digo, nada más. Es el primero que ves—Mi amiga replica, e inquieta, carraspea. La miro. Hace un minuto parecía muy contenta de que pruebe estar con alguien más.—Pero si quieres ir por él, a ver...

—¡Que no! —repito.—Gracias, pero sigo pensando que este es un viaje para nosotras.

Fue linda la experiencia de sentirse deseada. La excitación, la emoción por saber si la atracción es recíproca. La expectativa. Pero eso es todo. Aún tengo mis heridas que sanar, y si bien estoy cada día mejor, en el fondo, sigo en un estado vulnerable. Meterme en una habitación con otro no va a solucionar aquello. Paso a paso. Hoy hice un avance.

—Solo digo.—Aplasta la boca en una línea. Hay un breve silencio, y entonces dice,—¿Pedimos?

Las tres decimos que si y el tema queda atrás. Estamos muertas de hambre. Ir de tienda en tienda es agotador.

Soy quien vuelve a conducir, con el maletero a reventar de bolsas con ropa, maquillaje y accesorios.

Mantengo la mirada al frente, y respiro bien después de muchísimo tiempo, con el mar a mi izquierda a la misma vez que I Wanna Go de Britney suena en el coche.

Kat cumplió y agregó un par de canciones más a la playlist antes de que salgamos del restaurante.

Mi pie presiona el acelerador un pelín más de lo que debería. Tal vez se deba a la emoción que me recorre mientras escuchamos música, y a lo relajada que estoy desde que llegamos a esta ciudad.  Sé que es malo, incorrecto, y le dije a Andrea que yo no soy de la clase que hace esto. Pero aún así la adrenalina me gana, y acelero. La italiana pega un grito de aprobación y Kat canta más fuerte.

Suelto una gran carcajada, y mi mano hace un cambio en el coche, volviendo a acelerar.

—Mierda.—maldigo.

A unos kilómetros de distancia visualizo la casa, y como es la única a la redonda, me da igual si la música está muy fuerte o los gritos de Kat son demasiado hasta para mis oídos. Me olvido de las obligaciones. Por unos minutos, me permito volver a sentir lo que es estar viva. Incluso si eso implica quebrantar la ley.

—Joder.—Maldigo otra vez, y me río de nuevo, con lágrimas que se asoman por mis ojos.

Así era estar viva antes de él. Hoy volví a reír, a sonreír y que no sea una mentira, incluso coquetee,  joder. Hoy recordé que no lo necesito. Se trataba de una elección. Yo lo había elegido, y quería que me eligiera a mi también. No lo hizo. Pero no lo necesito para continuar. No tiene por qué depender mi felicidad únicamente de él. Es suficiente conmigo misma, comprobé hoy. Sé que puedo sola.

¿Cómo me permití caer en ese pozo oscuro y solitario?

La canción me envuelve, y yo sé en mi corazón, que en este preciso instante lo he superado. Da igual lo que me dijo en el hotel hace unos días. Ya no me importan sus pobres excusas. O lo que me hizo sentir el tiempo que estuvimos juntos. Amarlo casi me destruye, y no quiero que tenga esa clase de poder sobre mi. El amor no debería ser eso. Destrucción. Dolor. Llanto.

Entonces respiro. Yo respiro.

La sonrisa en mis labios es genuina.

Los metros con la casa frente al mar se acortan, y en medio de esa abismal sensación de alivio, de liberación, mis ojos ven otro coche aparcado en la entrada. Lentamente desacelero, y bajo el volumen de la música. Kat para de cantar.

Mis manos se aferran al volante porque quien está apoyado sobre un coche negro, usando un largo abrigo que cubre sus gruesos brazos cruzados sobre su pecho, mirando al suelo, es el hombre que hoy me dije ya no necesitar.

Freno el auto. La incredulidad me recorre y no entiendo nada.

—Dalila...—La dulce voz de Kat no basta para sacarme por completo del aturdimiento.

Aunque si el hecho de que ella no parece tan desconcertada como yo. Giro el cuello hacia los asientos traseros, y frunzo el ceño, cuestionando sin abrir la boca qué diablos está sucediendo. El verde de sus ojos se llena de culpa, y arrepentimiento.

Andrea suspira.

—Nos equivocamos, joder.

Mi mirada se desliza hacia Andrea. "¿Nos?" un sonido cae de mi boca. ¿Ellas lo trajeron aquí?

—No puedo ser.—murmuro, y el sentimiento de ser traicionada ferozmente me pega una patada en el estómago. Por esto Kat me decía que mantenga mis opciones abiertas. Que no me apresure con el tipo del restaurante, incluso si no iba a hacerlo. El enojo hierve en mi sangre.—No puede ser.—repito.

No ahora. ¿Por qué ahora? ¿Saben lo que acaban de hacerme?

—No creí que el viaje te haría tan bien, tenía esperanzas, pero yo, carajo, no me mires así. Tendría que haber cancelado esto, ahora lo sé. Verte así luego de tanto. Fue un error. Perdón.—Habla rápido.—Lo trajimos porque pensamos que se debían una charla. Tiene mucho que contarte, en serio, y tú estabas tan triste. Pero aquí solo, estás mucho mejor, y yo, perdón, perdón.

—Vete a la mierda Katherine.—siseo.

Sus ojos se abren de par en par.

—Tienes derecho a estar molesta.—La italiana se mete.

—Tú también Andrea. ¡Ambas! váyanse a la mierda.

Miro hacia adelante sólo para encontrarme que los ojos de Alexandro ya están puestos en mi. Aprieto la mandíbula.

—¡Dalila!

Abro la puerta del coche con brusquedad y salgo echa una furia, ignorando el clima frío y como me estremezco con el aire del mar sacudiéndome.

Escucho que las chicas me siguen pero apenas les pongo atención.

El hombre Armani endereza la espalda, y me mira como si no pudiera creer que realmente se trata de mi. Me absorbe con la mirada. Sediento, sus ojos se mueven por todo mi cuerpo, y luego unos breves segundos en mi cabello. Al recaer nuevamente en mi cara, su nuez de Adán se mueve cuando traga saliva.

—Bella bruna.—suspira.

Su corto pelo se agita con la brisa, y veo que las solapas de su abrigo no llegan a cubrir ni la mitad de su rostro, así que tiene la piel del rostro un poco enrojecida a causa del frío.

¿Cuánto tiempo estuvo aquí afuera?

Entonces Alexandro se endereza todavía más, con los músculos de sus hombros contraídos y la espalda tensa, como si se estuviera preparando mentalmente para un ataque.

En unas cuantas zancadas me detengo delante suyo, y esto no es sobre ser impulsiva. Soy plenamente consciente de cada cosa que le digo.

Esta es la Dalila que él me empujó a ser, y la que por todos los medios, no voy a permitir que quebrante como lo hizo antes. Las olas del mar que rugen detrás nuestro me alientan a ser tan o igual de brutal que ellas. Por lo que me aseguro de que me vea bien a los ojos para que sepa que no le estoy mintiendo.

—No quiero ser cruel porque no soy ese tipo de persona, así que con honestidad, no te lo digo para herirte. Pero ya no me interesas, Alexandro, y no hay nada que puedas decir o hacer para revertirlo. Te amaba. Pasado. Ahora, por favor, déjame en paz.

Sin esperar por su reacción, tal vez porque sé que podría dolerme un poco, me giro sobre mis talones y camino hasta la casa. Andrea ya abrió la puerta, y sin mirarla a ella o a Katherine, paso sin dirigirles la palabra.

¿Qué hice tan horrible para merecer que me hagan esto?

•••

Es bueno que ni siquiera haya desempacado porque tengo mucha prisa por largarme.

Busco en mi celular una empresa de coches que pueda venir a buscarme. Ni siquiera puedo considerar la idea de pedirle a Andrea que me lleve de regreso a Nueva York.

Estoy tan malditamente furiosa.

Muevo un mechón de mi cabello fuera de mi rostro, y sigo buscando una empresa cercana que haga el viaje y no me cobre una maldita fortuna.

—¿No vas a volver a hablarme nunca? —Kat entra a la sala de estar. Supongo que Andrea sigue afuera con Alexandro. Me da igual.

Mantengo los labios apretados en una fina línea, y con el dedo, deslizo hacia abajo por la pantalla. Pero no estoy concentrada. Creo que podría estallar en cualquier segundo. Sin embargo, no aparto los ojos del aparato, y continúo dandole la espalda.

—¿Dalila? —su voz se rompe, y otra vez, me da igual.

¡Solo quiero largarme de aquí! No importa, ya está. Que me quiten un puto órgano, voy a pagar lo que sea si eso significa alejarme de esta casa lo más pronto posible.

—Fue un error, lo comprendo. Cuando vi lo feliz y relajada que estabas debí cancelar esta estupidez. Pero creí que todavía tenías que darle la oportunidad de escucharlo, no habría hecho esto si no creyera que vale la pena. Por favor, Dalila.

Me quedo muy quieta en mi lugar, y cierro mis dedos sobre el celular, apretándolo fuertemente dentro de mi palma. Lentamente, me giro hacia ella.

—¿Te estás oyendo? —Increpo.—¿Eres mi amiga o la suya, Katherine? ¿Cómo pudiste hacerme esto?

Las lágrimas ruedan por sus mejillas porque sabe que la cagó a lo gigante.

—No iba a hacerlo entrar a la casa. Esa sería tú elección. Sólo le dije que estaríamos aquí y que si quería hablar contigo, tenía que preguntarte. Nunca lo habría metido a la casa sin tú consentimiento.

—¡Pero me engañaste igual! —y estallo.

Sacude la cabeza repetidas veces.

—Estabas tan rota, y luego Andrea me contó una parte del porqué él hizo lo que hizo. Así que el día de la boda me acerqué a él, y conversamos. Yo lo ví, Dalila, ví que no eras la única que estaba sufriendo. Los dos la estaban pasando fatal y yo quise...

—Te entrometiste.—Doy un paso hacia ella.—Nunca me metí entre tú y lo que tenías con Hunter. Porque sabía que al final del día sería tú elección quedarte a su lado, y durante muchos años, eso fue lo que hiciste. Así que hice lo único que podía, estar allí para ti. Para cada maldita vez que él te gritara, te arrojara con cosas, o te dijera mierda hiriente. Pero no podía quitarte de ese lugar si tú no querías irte. Así que esperé, y lloré mucho por ti, Katherine. Muerta de preocupación, llena de impotencia, con el miedo cerrando mi garganta, pedía en silencio cada noche que estuvieras bien. Entonces saliste, y yo también estaba ahí cuando eso pasó.—Parpadeo para alejar las ganas de llorar.

Las lágrimas se deslizan por sus mejillas, y en otro momento, la habría envuelto en un abrazo. Pero esto no es sobre ella.

—Por favor.

—Déjame terminar.—Espeto.—Sólo déjame decir lo que tengo aquí.—golpeo el centro de mi pecho con la palma de mi mano abierta.

—Si.—susurra.—Si, claro que sí.

Paso la lengua por mis labios, y trago saliva.

—Alexandro nunca fue violento, ni una sola vez. De hecho, puede que sea el hombre más caballero que he conocido. Fue atento, y cariñoso, y muy gentil conmigo.—Muerdo mi labio inferior para retener un sollozo.—Pero me confundía. Decía una cosa y sus acciones otra. Así que me enamoré de él. Su respuesta a mis sentimientos fue cruel. Y yo supuse que era porque le daba miedo ser amado. Así que insistí, y eso que tú dices saber, yo se lo pregunté. Pero ya no importa, ¿qué va a cambiar que lo sepa ahora o no?—niego—Él me dijo que lo olvidara, porque él iba a hacerlo. El me olvidaría así de fácil. —chasqueo los dedos.—Lo hizo. Se fue del puto país sin siquiera llamarme, y puede que hayamos terminado, pero sabía lo que eso iba a hacerme. Él se fue, Katherine, y con la misma facilidad que lo hizo ahora regresa. Como si no me hubiera hecho trizas.

Me doy cuenta de que no estoy llorando. Las lágrimas amenazan con derramarse, pero ni una sola rueda por mis mejillas.

—Asi que no importa las excusas con las que venga. No pienso volver a travesar por eso nunca más. Su indecisión, las señales contradictorias, los secretos, la falta de comunicación. Se terminó. Salí de ahí. ¿Lo comprendes? yo había salido de ahí, y tú me lo trajiste de regreso. ¿Y se supone que eso no tiene que afectarme?

Solloza más fuerte y me lastima verla así. Pero se equivocó.

—Lo lamento. Lo siento tanto.

Suspiro.

—Alexandro es un hombre impresionante, pero no supo valorarme, y estoy harta de que la gente a mi alrededor jamás me aprecie hasta que me pierde.

Adoro a mi hermano con toda mi alma, pero pasó lo mismo. Luego de esa gran discusión, y de semanas sin comunicación, quiso recomponer nuestro vínculo. Cristina también. Mis padres, ellos ni siquiera lo intentaron. ¿Cuánto más voy a dejar que me usen?

No voy a repetir el patrón con el hombre que amaba. Ni siquiera sé si me quiere, quizás es solo culpa. Y ya también basta de eso.

—Estaba con Vannia en el hotel, ¿qué tanto puede pensar en mi sí se va con otra a la cama?

Niega.

—No, no, él le compró la parte del restaurante que era de ella. Ya es el dueño totalitario del Anémona. No hay nada como una relación romántica o de otro tipo entre ellos. Ese día tuvieron una reunión, nada más. Andrea me lo dijo.—sorbe su nariz.

Mi corazón responde con latidos errático, y pronto, aplasto cualquier sentimiento que provenga de esta revelación. Eso no altera nada de lo que pasó antes.

—Da igual, no me interesa.

Su entrecejo se arruga.

—Oí lo que le dijiste, ¿es verdad? ¿ya no lo amas?—inquiere con la voz entrecortada y los hombros hundidos.

Me doy un largo minuto antes de contestar, y otra vez, tengo que convencerme de que esa ligera alteración de mis latidos no se debe a nada más que al estrés de todo esto. No a que el esté allí afuera, o a la pregunta de Katherine.

Niego despacio, porque no puedo pronunciar esas palabras otra vez.

—Se terminó hace mucho. —digo en su lugar.

—No fue hace tanto.—su mirada se llena de dulzura.—¿En serio no quieres saber por qué se marchó?

—Eso no va a modificar el hecho de que lo hizo. Si me hubiera querido contar lo que ocurría, lo habría hecho. Le di muchas oportunidades. Esto es remordimiento. Carga en su consciencia. No es amor.—Me sorprendo un poco ante la firmeza que hay en mi tono. De lo indiferente que sueno al decirlo en voz alta. Hago sonar mi garganta.

—¿Vas a irte? —agradezco quitar el nombre de Alexandro por un segundo de la conversación.

—Si.

Sus labios tiemblan, y hay otro sollozo.

—No lo hagas, por favor. Tengamos las vacaciones por las que vinimos. Esto es mi culpa, no te vayas, me pasaré las dos semanas que estemos aquí compensándote por mi estupidez.

Vuelvo a negar.

—Se arruinó.—Se estremece, y llora todavía más. Como si eso fuera posible.—Vine aquí para desconectarme de todo, y ustedes me trajeron hasta aquí la razón por la que me fui de la ciudad. Se supone que iba a sanar, disfrutando del paisaje del mar en pleno invierno y una taza de chocolate caliente todos los días por la mañana. Pero esa fantasía se esfumó.

Katherine está otra vez por intentar convencerme de quedarme pero de repente la puerta de la casa se abre, y Andrea se congela en la entrada.

Es la primera vez desde que la conocí que veo algo más en su expresión que no sea arrogancia y extrema confianza.

Clava sus ojos en los míos, y luego desvía la atención a la rubia. Odia verla en este estado. Cierra los párpados por un breve instante, y al volver a abrirlos, la puerta de entrada es azotada con un movimiento de su mano.

—Vas a irte. —ella no lo pregunta. Es una afirmación.

—¿Qué esperabas que hiciera cuando lo viera allí afuera? —replico. Frunzo el ceño.—Ese discurso que me diste en el almuerzo, ¿era verdad? Me hiciste creer que yo te caía bien, que podíamos ser amigas y que no te ibas a meter. Pero aquí estamos.—Andrea pone las manos en sus caderas, y mira al piso, avergonzada.—¿Fue cierto?

Levanta la cabeza.

—¡Claro que lo fue! Él se equivocó y mucho. Tienes el derecho a hacer lo que se te venga en gana.—Suena alterada, y repleta de remordimiento.—Y por supuesto que para mi eres una amiga. Ni siquiera te lo cuestiones.—Se acerca.—Pero Alexandro sigue siendo mi hermano, y cuando él me pida ayuda, yo siempre se la daré. Puedo dudar, intentar disuadirlo de cambiar de opinión, no estar de acuerdo. Pero es mi hermano, y lo quiero, y sé por lo que ha pasado.

Me la quedo viendo.

Estoy por mandarla al demonio, pero recuerdo que yo también tengo un hermano y no existe nada en este mundo que no haría por él. Aunque yo casi nunca sea su prioridad. Sin embargo, eso no la libra de nada. Cómo todos, hizo su elección, y como todos, de nuevo, nunca me eligen a mi.

—Yo también he pasado por mucho.

—Lo sé, estuve ahí. —parece apenada.

—Hablo de mi vida en general, Andrea. Tengo más recuerdos feos que buenos, ¿eso no pesó a la hora de elegir si iban a acorralarme así o no? Kat. —llamo. Me mira.—¿Eso no lo tuviste en cuenta?

Ninguna responde.

Paso las manos por mi rostro, frustrada, y empiezo a caminar por la habitación. Mi consuelo es saber que aunque esto no salió bien, al menos no estoy en el lugar donde empecé. Eso no va a pasar. Me costó mucho llegar a donde estoy para retroceder.

—Voy a pedir un coche que me lleve a Nueva York.—detengo mis pasos.—Ustedes hagan lo que quieran.—sentencio.

Katherine abre la boca para refutar y Andrea le dice que no con un gesto, que la deje a ella.

—Hablemos a solas, por favor, Dalila. Puedo decirte lo fatal que me siento por lo idiota que fui al hacerte esto. Pero no se trata de mi victimizándome para tratar de calmar la culpa. Es sobre ti. Lo sé, créeme. Pero también es sobre el imbécil de mi hermano que no ha dormido en los pasados dos meses desde que, como él imbécil que es, te dejó.

Clavo mis ojos en ella. De nuevo mi corazón traicionero se dispara.

¿Cómo que no durmió? esa fui yo, maldita sea. No existió noche desde que él se fue en la que yo no haya dado vueltas sobre el colchón. Demasiado angustiada extrañando su cuerpo pegado al mío.

—¿Para qué? ¿Quieres que estemos a solas así puedes justificarlo? —aprieto los dientes.

—No, desde luego que no.—Se acerca un paso más.—Pero como tú tienes tus luchas, él tiene las suyas. Eso tienes que saberlo.

Eso activa algo en mi.

Indignación.

—¡Yo ya lo sé! —grito.—¡¿Crees que no esperé a que se abra conmigo?! fui tan paciente, y respetuosa. ¡Ya sé que pasó por un infierno! —mi voz se quiebra.

La imagen de sus cicatrices y el tatuaje que las cubre se dispara en mi memoria. Trago saliva con esfuerzo. No voy a traer eso a colación. Es demasiado personal. Es una historia que no le pertenece a nadie más que a Alexandro, y aunque seguramente Andrea lo sepa, no sé si Kat está al tanto. Por lo que me quedo callada después de ese abrupto estallido.

Los ojos de Andrea se agolpan con lágrimas sin derramar y Katherine cubre su boca con las manos dando un respingo mientras que yo me obligo a tranquilizar mi respiración. Pero mi pecho sube y baja a un ritmo frenético, y quiero gritar otra vez, salir huyendo de aquí, pero también quiero quedarme. Mierda. Se supone que estas eran mis vacaciones y estaba teniendo un buen rato hasta hace unos minutos. ¿Por qué soy la que debe irse?

—Está bien.—asiente.—No tienes que hablar con él.

—No siento la obligación de hacerlo, gracias.—escupo.

Vuelve a sentir.

—Pero no tienes que marcharte. Quédate con nosotras. Podemos olvidarnos de esto. La cagamos, y lo sabemos. Pero yo te aprecio, Dalila, y confía en mi, no es algo que diga a menudo y mucho menos a la ligera. Te aprecio y eres mi amiga. La pasamos genial las tres juntas, y hacia muchísimo que no tenía una amistad así de sincera, sin que quieran nada a cambio. Tú eres especial, y por un error mío no quiero que te alejes de nosotras.—Su mano se estira hacia la de Kat, quien sin vacilar, envuelve sus dedos con los de ella—Podrías, por favor, quedarte. ¿Podrías perdonarnos?

Permanezco callada sopesando mis opciones. Puedo irme, y darle el gusto a Alexandro de joderme mis tan ansiadas vacaciones, o puedo quedarme aquí, hallar la manera de superar esto e intentar pasarla bien. Lo veo complicado, sin embargo, pero no imposible.

Las chicas me miran muy atentas aguardando por mi decisión.

—Puedes conducir las veces que quieras mi coche, en serio. Durante estas dos semanas el auto es tuyo. —Andrea dice. De pronto muerdo una sonrisa. No creí nunca verla así de desesperada por nada.—¿Por favor?

Kat se aferra al brazo de la italiana, y me mira con ojos de cachorro.

Exhalo el aire que no sabia que estaba conteniendo en mis pulmones, y con el, una maldición se desliza de mi boca.

—Bien.—Accedo.—Pero él tiene que irse de aquí.—Miro por encima de ellas, haciendo un gesto con la cabeza.—No quiero verlo.

Andrea tuerce la boca, y estoy lista para volver al ataque.

—Alexandro no va a irse, y no porque no se lo haya pedido. Está decidido a quedarse.

Tiene que ser una broma de mal gusto.

—Le dije que me deje en paz.—La irritación me recorre, y me contengo para no perder los estribos otra vez.—¿Qué tan difícil es de entender?

Su hermana junta los labios en una línea.

—Lo entiende pero no lo acepta.

Se me escapa un bufido de frustración.

¿Ahora quiere ser perseverante? que gracioso. Cuando debió quedarse conmigo y contarme lo que sucedía, me dió la espalda y se olvidó de mi.

—Muy bien, ¿qué le va a importar lo que yo desee al Señor caprichos? total, siempre hizo lo que quiso. Pero si él se queda, yo me largo. No podemos quedarnos los dos.—zanjo, y voy hacia mi bolso.

Kat me agarra del brazo deteniéndome.

—No va a entrar a la casa, Dalila. Te lo dije.—Por un segundo creo escuchar lo herida que está con que yo haya sacado otras conclusiones.—Mientras tú no digas otra cosa, por mi se puede congelar el culo allí afuera.

Mi ceño se frunce.

—Afuera, adentro, ¡no quiero verlo!

Andrea se aproxima a nosotras.

—Simplememte ignóralo, y cuando se canse, se va a ir por si sólo. Tendría que ser sencillo para tí hacerlo. Si no lo amas más, pasar de él no te va a costar.

Un nudo se forma en mi garganta pero le sostengo la mirada

—¿Qué va a hacer? ¿Quedarse en su coche todo el día? —cuestiono, alarmada.

—No lo sé, Dalila. Tal vez.

Ruedo los ojos al techo y con un golpe seco dejo caer el bolso sobre el suelo.

¿Esto es una clase de competencia? ¿Quién se rinde primero? Pues que se joda. Katherine tiene razón. Va a congelarse el culo allí afuera, porque no pienso hacerlo entrar a la casa. Además, ¿qué tanto va a aguantar esperando? Va a tener que darse cuenta de que no pienso dirigirle la palabra. Le doy una o dos horas como máximo. Y si por algún milagro supera las dos horas, cuando se le antoje una ducha y otra camisa limpia de diseñador para ponerse, se va a ir.

—¡Cierren las cortinas! —medio ladro, pensando en los ventanales. Que no tenga ni un jodido vistazo hacia el interior de la casa. Tomo otra vez el bolso y me dirijo hacia las escaleras.

Escucho a Kat susurrarle a Andrea que está muy feliz de que me quede pero las ignoro.

Todavía muy furiosa subo los escalones de uno en uno. Necesito poner mi cerebro en otra parte que no sea en el idiota que está aparcado en la entrada.  Desempacar parece ser lo único que tal vez pueda ayudarme a hacerlo.

Superó las dos horas, y con creces.

Entonces el motor de su coche se escuchó desde la sala de estar, y honestamente creí que se había marchado. Lo que sí hizo. Aun sigo dándole vueltas al porqué la decepción se asentó en mi pecho al oír los neumáticos retroceder en el camino de entrada. Pero me dije que si ya no lo amaba, lo que le dejé muy en claro, tendría que ser un alivio para mi que al fin se fuera. Así que seguí mirando la película que se reproducía en la televisión, mientras masticaba ansiosamente palomitas de maiz y las chicas murmuraban que la trama de la historia no tenía mucha coherencia.

Como sea, resultó que media horas después regresó, y mi oído que ahora evolucionó a uno supersónico, fue el primero que lo notó. Que bueno que no me preocupe las horas que esté ahí esperando. En serio. Me da lo mismo.

—¿Quieren que pidamos sushi para la cena? —pregunta Kat.

Frunzo los labios.

—Pescado crudo no.—me quejo.

—Es cierto, a ti no te gusta. ¿Pizza? —tiene los ojos hinchados de todo el llanto de antes, y aparto la mirada cuando la incomodidad se me mete debajo de la piel.

Nunca es lindo saber que hiciste llorar a tú amiga, incluso si ella es la que estuvo mal.

—Mucho mejor.—contesto, con la mirada pegada a la pantalla plana.

Aunque sigo molesta con las chicas, luego de darme ese tiempo para mi sola concluí que si voy a quedarme no puedo hacerlo con un humor de perros. Vine aquí a pasarla bien, y me voy a mantener apegada a ese plan. Pero sigo un poco recelosa, y confieso, que también algo desconfiada.

Los minutos en el reloj avanzan y por ende la película también. El final es una absoluta basura, y las tres coincidimos en que vamos a ser más exigentes con la siguiente. Por lo que Katherine busca otra, leyendo en voz alta la sinopsis para que le demos nuestra opinión, y mientras tanto Andrea se encarga de pedir por su teléfono dos cajas de pizza con pepperoni.

Al rato oímos el timbre. Soy quien rápidamente se levanta del sofá para ir por la comida. De nuevo, no es para comprobar si está ahí en su coche, muerto de frio y hambriento. Sólo voy por la pizza.

—¿No quieres que vaya yo? —Andrea frunce el ceño.

—No.—digo, y sé que me escuché demasiado cortante.—Voy a ir yo. —le sonrío a medias.

Ella me mira por un largo segundo, estudiándome, y yo me remuevo sobre mis pies.

—Ya están pagas. La propina está sobre la mesada de la cocina.—señala.

—Muy bien.

Me dedica otra mirada más, hasta que por fin vuelve a poner su brazo alrededor de los hombros de Kat, quien le susurra algo al oído mientras está con el control de la televisión en la mano porque todavía no hay nada para ver que la convenza lo suficiente.

En el trayecto entro a la gigantesca cocina de muebles de madera y suelo de mármol para tomar la propina. Veo el billete de cien (lo que debería considerarse demasiado extravagante para dar como propina) y lo guardo dentro de mi puño.

Me dirijo a la puerta y de un tirón la abro. No sé porqué tengo esta prisa por salir afuera, bueno, lo sé, pero no voy a admitirlo.

Al sentir el aire nocturno en la pálida piel de mis brazos y mejillas es inevitable que no me reprenda mentalmente por no haberme puesto al menos un suéter que me cubra. Además de cuestionarme seriamente el hecho de haber elegido un par de pantalones cortos como pijama. Me digo que es por mera comodidad.

El chico de las pizzas me sonríe amable al extender nuestro pedido, y yo le entrego la propina, evitando a toda costa mirar detrás de él. Sin mucho más que hacer se gira sobre sus talones, emprendiendo su andar hacia el auto. Pero yo me quedo de pie, muy consciente de que hay un par de ojos que me observan desde detrás de una ventanilla de coche.

Muerdo mi labio inferior, indecisa cuando el olor a pepperoni asalta mi nariz. Me estómago ruge y quiero volver a la sala de estar para comer y mirar esa película que probablemente todavía Kat, indecisa, no puso. Pero me quedo aquí, aún al escuchar la puerta de su coche abrirse y luego cerrarse.

Hace frío, joder, hace mucho frío. Y como yo tengo hambre tal vez el también lo tenga.

Levanto la cabeza. De inmediato mis ojos dan con los suyos oscuros. Tendría que ser un crimen lo atractivo que se ve con la luz de la luna alumbrando su rostro. Inspiro profundo ante esa imagen.

Sin embargo, Alexandro tampoco se mueve. Se queda cerca del auto, y eso me parece bien. Que respete mi espacio, quiero decir.

Eso es lo que me impulsa a ir hacia él.

Abrazo las cajas a mi pecho y lentamente muevo mis pies en su dirección. Veo como el hombre Armani retiene el aliento, un poco confundido de porqué estoy yendo hacia él cuando específicamente le dije que no quería verlo más. Yo sigo caminando. Mis dientes castañean y mi nariz se arruga. Tanto jodido frío. Con lo grandote que es tiene que alimentarse bien. De lo contrario, podría enfermarse.

Abro una de las cajas y la estiro hacia él. Pero no digo nada. Aguardo en completo silencio.

La arruga entre sus cejas aparece.

Sé que detesta todo lo grasoso y para nada saludable. Pero de igual manera, y no sé por qué, me gustaría que agarre una rebanada.

Su mirada pasa de la caja de pizza a mi rostro y viceversa. Creo, aunque no podría decirlo a ciencia cierta, que hay un atisbo de emoción brillando allí. Toma una rebanada de pizza, y me doy la vuelta cuando la esquina de sus labios empieza a curvarse en una sonrisa. Mi estúpido corazón se acelera.

De vuelta en la casa me siento en el sofá, con el calor de la calefacción calentando mis huesos, le doy un mordisco a la aceitosa comida.

—¿Entonces? ¿Qué película vamos a ver?

Andrea oculta una sonrisa y Kat apunta con el control hacia el televisor poniéndole play a una película de terror.

Me alegro cuando no preguntan nada y en su lugar empiezan a cenar.

•••

Hola reinaaaas🩷🩷

si no saben tengo otro libro y ya se terminó:( pero lo bueno es que ahora puedo dedicarme 100% a edp así que acá estoy! volviendo con otro cap<3

Espero que hayan tenido una montaña rusa de emociones leyendo esta actualización, si así fue, meta cumplida🥹

Lxs tqmmmmm a todos ustedes.

Nos leemos prontito 🫂
Belén 🦋

Continue Reading

You'll Also Like

1.1M 108K 49
"No todos los monstruos, son monstruosos. O eso creía yo." +18
873K 46.4K 34
Ambos guardaban un secreto, pero ninguno quería revelar los suyos, pero siempre hay alguien que se doblega por el otro ¿No? Ella desde de salir de un...
230K 11.3K 69
Ella temerosa al contacto físico... Él encantado con el contacto físico... Ella reacia a conocer personas... Él feliz de estar rodeado de cientos de...
102K 12.7K 10
Liam necesita un lápiz, y Theo no es la persona más indicada para ayudarlo.