Paper Hearts || Factor R

By puercosvoladores

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Samantha trabaja como abogada en una prestigiosa firma de abogados. Rocio acaba de graduarse de la escuela de... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 36/2
Epílogo.

Capitulo 6

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By puercosvoladores

– ¿Cómo eres tan buena en esto? – preguntó Rocio realmente interesada – sí te apasionara este trabajo sólo imagínate las posibilidades.

– Gracias, Rocio – respondió con una sonrisa manteniendo su vista en el camino.

– Nunca lo habría descubierto – agregó emocionada, comenzando a admirar laboralmente a Samantha Rivera – y tú lo hiciste en... – contó con sus dedos – menos de cinco minutos.

– Supongo que así fue – respondió un tanto indiferente. No le gustaban mucho las adulaciones – cuando lleguemos necesitaré que sigas el hilo a exactamente todo lo que yo haga – dijo – ¿Entendiste?

– Lo que tú digas – asintió llevando el revés de su mano a su frente al estilo militar. Samantha sólo le dedicó una pequeña sonrisa sin decir una palabra más hasta que llegaron a la preparatoria. Al estacionar el auto se dirigieron a la entrada de la institución la cual estaba custodiada por un guardia de seguridad, aquello le pareció interesante a la abogada.

– Disculpe – sonrió falsamente – ¿Aquí puedo encontrar al entrenador del equipo de futbol?

– ¿Se refiere al señor Marcus? – preguntó el hombre educadamente. Samantha asintió, ya tenía el nombre de su sospechoso – sí, adelante. Debe estar en la cancha de básquet – dijo antes de indicarles hacia donde tenían que dirigirse.

– ¿En qué mundo te dejan entrar tan fácilmente a un lugar así? – le susurró Rocio mientras caminaban hacia la cancha.

– ¿En qué mundo sospecharían mal de una cara bonita? – preguntó Samantha de vuelta. La mayor le dio la razón tratando de entenderla – quiero que grabes la confesión.

– ¿Confesión? – preguntó sin entender, a lo que Samantha sólo asintió entregándole una pequeña grabadora desechable.

Al llegar a la cancha pudieron visualizar al tal Marcus, un hombre mayor con traje deportivo, incluso tenía una gorra en su cabeza y un silbato colgando de su cuello. Caminaron hacia él ignorando las miradas de los estudiantes que jugaban básquet.

– ¿Señor Marcus? – preguntó Samantha sonriendo falsamente, de nuevo.

– Soy yo – asintió mirándola. Samantha memorizó su rostro.

– Usted debe ser el entrenador de aquí, verá, mi amiga y yo estamos buscando nuestros trajes de porristas – sonrió sonando inocentemente convencida – ¿No los habrá visto?

– ¿Ustedes? – preguntó el hombre analizándolas disimuladamente. La mayor lo notó y se sintió incómoda – ¿Tienen diecisiete años? – preguntó sin poder creerlo, desconfiando un poco.

– ¿Cómo lo supo? – preguntó fingiendo sorpresa, se lo hacían tan fácil.

– Nunca las había visto en esta preparatoria – dijo cruzándose de brazos.

– Eso es porque nosotras no estudiamos aquí precisamente, lo verá por nuestra vestimenta – respondió actuando como una adolescente malcriada, inspirada en Rocio – y puede que en el último juego hayamos dejado nuestros uniformes aquí – se encogió de hombros fingiendo vergüenza – estudiamos en la preparatoria del sur.

– Ya veo – respondió suavemente – de hecho allí será el próximo partido – sonrió acercándose un poco – de hecho el juego es el viernes por la noche ¿Estarán allí?

– Oh señor Marcus – respondió Samantha – creo que no, no tenemos nuestros uniformes ¿O tú tienes otro, Sandra? – miró a Rocio quien sólo negó con su cabeza sin saber qué más hacer.

– Los uniformes no serán necesarios – asintió – ¿Saben dónde queda central park? – preguntó. Samantha no pudo evitar reír al escuchar el lugar donde el asesino dejaba los cadáveres salir de su boca. 

– De hecho sí, señor – respondió – allí encontraron a una chica, alguien la mató – hizo un puchero notando cómo la sonrisa del entrenador desaparecía de inmediato – y es muy injusto eso – se cruzó de brazos – pero es increíble cómo la mataron, verdaderamente una gran hazaña.

– Sí, escuché que la apuñalaron dieciséis veces y que nunca hallaron al asesino – agregó Rocio – definitivamente una mente criminal – la sonrisa de Marcus volvió a aparecer en su rostro.

– Tienes razón, que impresionante – asintió Samantha fingiendo intriga – engañó totalmente a la policía.

– La policía es estúpida – intervino Marcus con su ego tocado – nunca se dieron cuenta de que las chicas eran violadas con un juguete sexual – rió – por eso nunca encontraron semen cerca de ellas – Samantha abrió bien sus ojos sorprendida ante la estupidez del tal Marcus – sin mencionar que fueron llevadas al central park cuando ya estaban muertas, la policía es muy estúpida – repitió negando con su cabeza.

– ¿Qué se sintió matar a esas chicas? – preguntó Rocio rápidamente y Samantha sintió que le leyó la mente.

– Excitante – fue su respuesta inerte – no, que...

– ¿Lo tienes? – le preguntó en una sonrisa Samantha a Rocio, cambiando el tono de su voz.

– Toda la confesión – asintió orgullosa. Marcus las miraba sin entender – ¿Llamo a la policía? – Samantha asintió esta vez.

– Samantha Rivera, abogada – se presentó simplemente – usted confesó cosas que solamente el asesino sabría.

– ¿De qué hablas? – preguntó confundido, o más que eso, nervioso.

– Señor Marcus, usted acaba de confesar el asesinato de las ocho chicas encontradas en central park – respondió Samantha sonando segura – si le soy sincera pensé que me tomaría más tiempo resolver el caso, dos o tres días hasta que confesara – rió al ver como el sudor bajaba por la frente del hombre – pero me lo hizo demasiado fácil.

– Yo no maté a esas siete chicas – respondió nervioso y Samantha volvió a reír, en serio se lo dejaban demasiado fácil.

– Gracias por corregirme – dijo sarcástica – tiene razón, siete chicas – Rocio colgó el teléfono y también quiso aportar en el caso, viendo cómo Marcus intentaba hablar pero lo único que salía de su boca eran palabras a medias ya que sabía que estaba contra la pared, no literalmente.

– ¿Por qué las mató? – preguntó Rocio interesada – eran chicas jóvenes, porristas que no le hacían daño a nadie.

– ¿Ellas se visten tan provocativas y sensuales y me preguntas a mí por qué las maté? – preguntó resignado al saber que ya no tenía escapatoria – se lo merecían por distraer a mis chicos – Samantha pensó que era una respuesta muy estúpida, carente de fundamentos.

– Probablemente esperaba a que el campo estuviera vacío y atacaba a la última que quedaba – intervino Samantha – o a la que más indefensa se veía. Los deportistas nunca desconfían en los entrenadores, y eso está mal ya que usted era de un equipo diferente – el hombre rió irónico.

– Cualquier porrista hueca se derrite si le ofrecen capitanía en algún equipo de porristas – respondió y fue cuestión de segundos para que un par de policías llegaran a la cancha de básquet y reconocieran de inmediato a Samantha Rivera. Todos los estudiantes estaban sorprendidos y boquiabiertos, algunos incluso estaban grabando con sus celulares.

– Señorita Samantha, un gusto volver a verla – saludó educadamente el jefe de policía.

– Lo mismo digo, señor Brooks – respondió con una sonrisa cordial – verá, estoy encargada del caso del asesino de central park y como puede ver yo hice el trabajo por ustedes, de nuevo – bromeó haciendo reír al muchacho – es él, el entrenador de futbol americano de esta preparatoria, tenemos la confesión así que pueden llevárselo – al escuchar aquello el segundo policía le colocó las esposas tranquilamente ya que Marcus se había entregado voluntariamente, no tenía nada que perder de todos modos.

– Mis felicitaciones de nuevo – asintió el hombre – ¿La confesión? – Rocio le dio la pequeña grabadora – muchas gracias.

– Nos vemos señor Brooks – le dijo Samantha como despedida para que se fueran de una vez. El hombre entendió y se fueron mientras le decían textualmente sus derechos al asesino de central park.

– Samantha, eres simplemente impresionante – le dijo Rocio sinceramente mientras que Samantha se encogía de hombros comenzando a caminar fuera de allí, ignorando a cualquier chico que las miraba sorprendidos – ¿Cómo supiste exactamente qué hacer? – preguntó mientras la seguía de cerca.

– Así son ellos – suspiró – solo tienes que subirles el ego un poco y comenzaran a hablar sintiéndose súper hombres, como si fueran la gran cosa.

– ¿Esa era tu intención desde el principio? – Samantha asintió.

– Consideré a este hombre como un sospechoso – volvió a encogerse de hombros – no estaba cien por ciento segura de que era el asesino, sin embargo iba a intentarlo... la excusa de los uniformes, esperaba una respuesta menos estúpida, pero él solo comenzó a hablar – rió un poco – fue más fácil de lo que pensé.

– Tienes que enseñarme todo eso – pidió emocionada – en serio, wow.

– Eventualmente – respondió simplemente. Rocio sólo suspiró a las ya acostumbradas respuestas secas y cortantes de parte de la menor.

– ¿Ahora a dónde vamos? – preguntó Rocio mientras veía a Samantha salir del estacionamiento de la preparatoria.

– De vuelta a la firma – respondió sin verla, manteniendo su vista fija en el camino – tenemos que hacer papeleo y esas cosas. Resolvimos un caso, Rocio – la chica de ojos miel sonrió al escuchar "Resolvimos", Samantha la incluyó en algo que prácticamente hizo sola.

– Eso hicimos – sonrió emocionada – mi primer caso, nuestro primer caso juntas – Samantha la miró por un segundo antes de volver su vista al camino y sonreír un poco mientras asentía.

– ¿Qué te pareció? – preguntó.

– Fue muy interesante y divertido – respondió sinceramente – aun no logro entender cómo eres tan buena si no te gusta este trabajo – Samantha suspiró.

– A pesar de eso – comenzó suavemente – nadie merece vivir con la incertidumbre de no saber quién le quitó a su ser querido – volvió a suspirar – eso es lo único que me retiene en este deprimente trabajo y en esta miserable vida – dijo simplemente sin llegar a explicaciones que no quería dar – necesito saber quién fue – susurró para sí misma, inconscientemente apretando con algo de fuerza el volante de su auto. Sin embargo Rocio pudo escucharla.

– La vida es muy hermosa, Samantha – sonrió Rocio sinceramente – tienes todo para ser feliz – Samantha no pudo evitar reír irónicamente, de nuevo.

– Todo menos una mente tranquila – suspiró sin verla – o al menos una razón para creer en lo que dices – A Rocio se le ocurrió una arriesgada pero magnífica idea para ayudar a su nueva amiga y compañera de trabajo, la cual se efectuaría durante el tiempo en que la tuviera cerca, no apresuraría nada.

– Te entiendo un poco – se encogió de hombros sinceramente – pero todo va en la perspectiva en que decidas ver las cosas – sonrió tiernamente – es tu decisión ser feliz o infeliz, Samantha – la chica asintió.

– Entonces la vida me obligó a decidir ser infeliz – respondió – no me dio otra opción – la mirada de Rocio cayó un poco, vaya que Samantha Rivera era una persona difícil – no digo que la vida no tenga cosas hermosas como tú dices, es sólo que la felicidad en mi vida se acabó hace mucho.

– ¿Pero por qué? – preguntó intentando entender – ¿Es por tu divorcio? – Samantha negó de inmediato.

– Félix me hizo muy feliz, no puedo negarlo – respondió sinceramente – pero durante nuestro matrimonio pasaron muchas cosas que simplemente no quiero recordar. Nosotros cometimos muchos errores, errores irremediables y que al parecer jamás desaparecerán. Como una cicatriz permanente en el corazón de ambos.

– ¿Aún lo amas? – preguntó suavemente. Samantha la miró a los ojos.

– No – respondió sinceramente en un suspiro volviendo su vista al frente – lo amé mucho, sí, pero como te dije, la vida también me obligó a dejarlo de amar.

– Quizá dejaste de amarlo porque al final Félix no era tu persona idónea – ladeó su cabeza viéndola tiernamente.

– ¿Persona idónea? – preguntó Samantha sin entender muy bien.

– Sí – se encogió de hombros sin dejar de sonreír – una persona que te complemente, que encaje contigo...

– ¿Una persona idónea para mí? – Interrumpió aun un poco confundida y Rocio simplemente asintió.

– Tú eres la persona idónea de tu persona idónea – Samantha la miró pidiéndole respuestas claras con sus ojos y Rocio no pudo evitar reír – La persona idónea para Samantha – sonrió – aun no la encuentras, al igual que la razón para ser feliz.

– No lo sé – se encogió de hombros – tal vez mi persona idónea murió también – dijo suavemente. Rocio era ahora la confundida.

– Cuando la encuentres vas a ser muy feliz, porque esa persona hará que te preocupes por ti misma para así verla sonreír – respondió segura – yo sé que sí, Samantha. Todos tenemos a nuestra persona idónea.

– ¿Tú la tienes? – le preguntó Samantha. La expresión de Rocio cayó un poco sin dejar de sonreír.

– No – respondió suavemente – alguna vez lo pensé pero ahora sé que como tú, aún no la encuentro.

– ¿La estás buscando entonces? – preguntó Samantha viendo cómo estaban cerca del edificio de la firma. Rocio negó con su cabeza.

– Mi persona idónea puedes ser tú – bromeó un poco provocándole una adorable risa a Samantha quién inevitablemente se sonrojó.

– ¿Yo? – preguntó en una tímida risa y Rocio asintió siguiéndole el juego.

– Quizá nuestro futuro esté escrito junto – rió un poco – y ni siquiera lo sabemos – Samantha se encogió de hombros.

– En el caso hipotético en el que tú y yo nos enamoráramos y formemos una relación, nos casemos y luego tengamos una familia – rió Samantha esta vez – tú serías una esposa muy insoportable.

– Por Dios, Samantha – dijo fingiendo indignación – te preparé el desayuno, el almuerzo y haré tu cena. Sería una muy buena esposa. En ese caso hipotético tú deberías estar agradecida.

– ¿Harás mi cena? – preguntó tímidamente.

– Claro que sí – rió – eres mi esposa hipotética – bromeó y Samantha rió – ¿Qué quisieras de cena, mi amor? – Samantha rió un poco más fuerte.

– Lo que quieras, mi amor – respondió en broma con una sonrisa. Rocio Torres la hizo reír de forma sincera y natural – pero tendré mucha hambre así que espero que esté todo delicioso.

– Como tú digas, esposa mía – volvió a reír y Samantha la miró tiernamente.

– Oh, ya llegamos – susurró Samantha volviendo rápidamente su vista al frente, sintiendo cómo aun seguía sonrojada por las inocentes palabras de Rocio, su amor hipotético. 

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