– ¿Cómo eres tan buena en esto? – preguntó Rocio realmente interesada – sí te apasionara este trabajo sólo imagínate las posibilidades.
– Gracias, Rocio – respondió con una sonrisa manteniendo su vista en el camino.
– Nunca lo habría descubierto – agregó emocionada, comenzando a admirar laboralmente a Samantha Rivera – y tú lo hiciste en... – contó con sus dedos – menos de cinco minutos.
– Supongo que así fue – respondió un tanto indiferente. No le gustaban mucho las adulaciones – cuando lleguemos necesitaré que sigas el hilo a exactamente todo lo que yo haga – dijo – ¿Entendiste?
– Lo que tú digas – asintió llevando el revés de su mano a su frente al estilo militar. Samantha sólo le dedicó una pequeña sonrisa sin decir una palabra más hasta que llegaron a la preparatoria. Al estacionar el auto se dirigieron a la entrada de la institución la cual estaba custodiada por un guardia de seguridad, aquello le pareció interesante a la abogada.
– Disculpe – sonrió falsamente – ¿Aquí puedo encontrar al entrenador del equipo de futbol?
– ¿Se refiere al señor Marcus? – preguntó el hombre educadamente. Samantha asintió, ya tenía el nombre de su sospechoso – sí, adelante. Debe estar en la cancha de básquet – dijo antes de indicarles hacia donde tenían que dirigirse.
– ¿En qué mundo te dejan entrar tan fácilmente a un lugar así? – le susurró Rocio mientras caminaban hacia la cancha.
– ¿En qué mundo sospecharían mal de una cara bonita? – preguntó Samantha de vuelta. La mayor le dio la razón tratando de entenderla – quiero que grabes la confesión.
– ¿Confesión? – preguntó sin entender, a lo que Samantha sólo asintió entregándole una pequeña grabadora desechable.
Al llegar a la cancha pudieron visualizar al tal Marcus, un hombre mayor con traje deportivo, incluso tenía una gorra en su cabeza y un silbato colgando de su cuello. Caminaron hacia él ignorando las miradas de los estudiantes que jugaban básquet.
– ¿Señor Marcus? – preguntó Samantha sonriendo falsamente, de nuevo.
– Soy yo – asintió mirándola. Samantha memorizó su rostro.
– Usted debe ser el entrenador de aquí, verá, mi amiga y yo estamos buscando nuestros trajes de porristas – sonrió sonando inocentemente convencida – ¿No los habrá visto?
– ¿Ustedes? – preguntó el hombre analizándolas disimuladamente. La mayor lo notó y se sintió incómoda – ¿Tienen diecisiete años? – preguntó sin poder creerlo, desconfiando un poco.
– ¿Cómo lo supo? – preguntó fingiendo sorpresa, se lo hacían tan fácil.
– Nunca las había visto en esta preparatoria – dijo cruzándose de brazos.
– Eso es porque nosotras no estudiamos aquí precisamente, lo verá por nuestra vestimenta – respondió actuando como una adolescente malcriada, inspirada en Rocio – y puede que en el último juego hayamos dejado nuestros uniformes aquí – se encogió de hombros fingiendo vergüenza – estudiamos en la preparatoria del sur.
– Ya veo – respondió suavemente – de hecho allí será el próximo partido – sonrió acercándose un poco – de hecho el juego es el viernes por la noche ¿Estarán allí?
– Oh señor Marcus – respondió Samantha – creo que no, no tenemos nuestros uniformes ¿O tú tienes otro, Sandra? – miró a Rocio quien sólo negó con su cabeza sin saber qué más hacer.
– Los uniformes no serán necesarios – asintió – ¿Saben dónde queda central park? – preguntó. Samantha no pudo evitar reír al escuchar el lugar donde el asesino dejaba los cadáveres salir de su boca.
– De hecho sí, señor – respondió – allí encontraron a una chica, alguien la mató – hizo un puchero notando cómo la sonrisa del entrenador desaparecía de inmediato – y es muy injusto eso – se cruzó de brazos – pero es increíble cómo la mataron, verdaderamente una gran hazaña.
– Sí, escuché que la apuñalaron dieciséis veces y que nunca hallaron al asesino – agregó Rocio – definitivamente una mente criminal – la sonrisa de Marcus volvió a aparecer en su rostro.
– Tienes razón, que impresionante – asintió Samantha fingiendo intriga – engañó totalmente a la policía.
– La policía es estúpida – intervino Marcus con su ego tocado – nunca se dieron cuenta de que las chicas eran violadas con un juguete sexual – rió – por eso nunca encontraron semen cerca de ellas – Samantha abrió bien sus ojos sorprendida ante la estupidez del tal Marcus – sin mencionar que fueron llevadas al central park cuando ya estaban muertas, la policía es muy estúpida – repitió negando con su cabeza.
– ¿Qué se sintió matar a esas chicas? – preguntó Rocio rápidamente y Samantha sintió que le leyó la mente.
– Excitante – fue su respuesta inerte – no, que...
– ¿Lo tienes? – le preguntó en una sonrisa Samantha a Rocio, cambiando el tono de su voz.
– Toda la confesión – asintió orgullosa. Marcus las miraba sin entender – ¿Llamo a la policía? – Samantha asintió esta vez.
– Samantha Rivera, abogada – se presentó simplemente – usted confesó cosas que solamente el asesino sabría.
– ¿De qué hablas? – preguntó confundido, o más que eso, nervioso.
– Señor Marcus, usted acaba de confesar el asesinato de las ocho chicas encontradas en central park – respondió Samantha sonando segura – si le soy sincera pensé que me tomaría más tiempo resolver el caso, dos o tres días hasta que confesara – rió al ver como el sudor bajaba por la frente del hombre – pero me lo hizo demasiado fácil.
– Yo no maté a esas siete chicas – respondió nervioso y Samantha volvió a reír, en serio se lo dejaban demasiado fácil.
– Gracias por corregirme – dijo sarcástica – tiene razón, siete chicas – Rocio colgó el teléfono y también quiso aportar en el caso, viendo cómo Marcus intentaba hablar pero lo único que salía de su boca eran palabras a medias ya que sabía que estaba contra la pared, no literalmente.
– ¿Por qué las mató? – preguntó Rocio interesada – eran chicas jóvenes, porristas que no le hacían daño a nadie.
– ¿Ellas se visten tan provocativas y sensuales y me preguntas a mí por qué las maté? – preguntó resignado al saber que ya no tenía escapatoria – se lo merecían por distraer a mis chicos – Samantha pensó que era una respuesta muy estúpida, carente de fundamentos.
– Probablemente esperaba a que el campo estuviera vacío y atacaba a la última que quedaba – intervino Samantha – o a la que más indefensa se veía. Los deportistas nunca desconfían en los entrenadores, y eso está mal ya que usted era de un equipo diferente – el hombre rió irónico.
– Cualquier porrista hueca se derrite si le ofrecen capitanía en algún equipo de porristas – respondió y fue cuestión de segundos para que un par de policías llegaran a la cancha de básquet y reconocieran de inmediato a Samantha Rivera. Todos los estudiantes estaban sorprendidos y boquiabiertos, algunos incluso estaban grabando con sus celulares.
– Señorita Samantha, un gusto volver a verla – saludó educadamente el jefe de policía.
– Lo mismo digo, señor Brooks – respondió con una sonrisa cordial – verá, estoy encargada del caso del asesino de central park y como puede ver yo hice el trabajo por ustedes, de nuevo – bromeó haciendo reír al muchacho – es él, el entrenador de futbol americano de esta preparatoria, tenemos la confesión así que pueden llevárselo – al escuchar aquello el segundo policía le colocó las esposas tranquilamente ya que Marcus se había entregado voluntariamente, no tenía nada que perder de todos modos.
– Mis felicitaciones de nuevo – asintió el hombre – ¿La confesión? – Rocio le dio la pequeña grabadora – muchas gracias.
– Nos vemos señor Brooks – le dijo Samantha como despedida para que se fueran de una vez. El hombre entendió y se fueron mientras le decían textualmente sus derechos al asesino de central park.
– Samantha, eres simplemente impresionante – le dijo Rocio sinceramente mientras que Samantha se encogía de hombros comenzando a caminar fuera de allí, ignorando a cualquier chico que las miraba sorprendidos – ¿Cómo supiste exactamente qué hacer? – preguntó mientras la seguía de cerca.
– Así son ellos – suspiró – solo tienes que subirles el ego un poco y comenzaran a hablar sintiéndose súper hombres, como si fueran la gran cosa.
– ¿Esa era tu intención desde el principio? – Samantha asintió.
– Consideré a este hombre como un sospechoso – volvió a encogerse de hombros – no estaba cien por ciento segura de que era el asesino, sin embargo iba a intentarlo... la excusa de los uniformes, esperaba una respuesta menos estúpida, pero él solo comenzó a hablar – rió un poco – fue más fácil de lo que pensé.
– Tienes que enseñarme todo eso – pidió emocionada – en serio, wow.
– Eventualmente – respondió simplemente. Rocio sólo suspiró a las ya acostumbradas respuestas secas y cortantes de parte de la menor.
– ¿Ahora a dónde vamos? – preguntó Rocio mientras veía a Samantha salir del estacionamiento de la preparatoria.
– De vuelta a la firma – respondió sin verla, manteniendo su vista fija en el camino – tenemos que hacer papeleo y esas cosas. Resolvimos un caso, Rocio – la chica de ojos miel sonrió al escuchar "Resolvimos", Samantha la incluyó en algo que prácticamente hizo sola.
– Eso hicimos – sonrió emocionada – mi primer caso, nuestro primer caso juntas – Samantha la miró por un segundo antes de volver su vista al camino y sonreír un poco mientras asentía.
– ¿Qué te pareció? – preguntó.
– Fue muy interesante y divertido – respondió sinceramente – aun no logro entender cómo eres tan buena si no te gusta este trabajo – Samantha suspiró.
– A pesar de eso – comenzó suavemente – nadie merece vivir con la incertidumbre de no saber quién le quitó a su ser querido – volvió a suspirar – eso es lo único que me retiene en este deprimente trabajo y en esta miserable vida – dijo simplemente sin llegar a explicaciones que no quería dar – necesito saber quién fue – susurró para sí misma, inconscientemente apretando con algo de fuerza el volante de su auto. Sin embargo Rocio pudo escucharla.
– La vida es muy hermosa, Samantha – sonrió Rocio sinceramente – tienes todo para ser feliz – Samantha no pudo evitar reír irónicamente, de nuevo.
– Todo menos una mente tranquila – suspiró sin verla – o al menos una razón para creer en lo que dices – A Rocio se le ocurrió una arriesgada pero magnífica idea para ayudar a su nueva amiga y compañera de trabajo, la cual se efectuaría durante el tiempo en que la tuviera cerca, no apresuraría nada.
– Te entiendo un poco – se encogió de hombros sinceramente – pero todo va en la perspectiva en que decidas ver las cosas – sonrió tiernamente – es tu decisión ser feliz o infeliz, Samantha – la chica asintió.
– Entonces la vida me obligó a decidir ser infeliz – respondió – no me dio otra opción – la mirada de Rocio cayó un poco, vaya que Samantha Rivera era una persona difícil – no digo que la vida no tenga cosas hermosas como tú dices, es sólo que la felicidad en mi vida se acabó hace mucho.
– ¿Pero por qué? – preguntó intentando entender – ¿Es por tu divorcio? – Samantha negó de inmediato.
– Félix me hizo muy feliz, no puedo negarlo – respondió sinceramente – pero durante nuestro matrimonio pasaron muchas cosas que simplemente no quiero recordar. Nosotros cometimos muchos errores, errores irremediables y que al parecer jamás desaparecerán. Como una cicatriz permanente en el corazón de ambos.
– ¿Aún lo amas? – preguntó suavemente. Samantha la miró a los ojos.
– No – respondió sinceramente en un suspiro volviendo su vista al frente – lo amé mucho, sí, pero como te dije, la vida también me obligó a dejarlo de amar.
– Quizá dejaste de amarlo porque al final Félix no era tu persona idónea – ladeó su cabeza viéndola tiernamente.
– ¿Persona idónea? – preguntó Samantha sin entender muy bien.
– Sí – se encogió de hombros sin dejar de sonreír – una persona que te complemente, que encaje contigo...
– ¿Una persona idónea para mí? – Interrumpió aun un poco confundida y Rocio simplemente asintió.
– Tú eres la persona idónea de tu persona idónea – Samantha la miró pidiéndole respuestas claras con sus ojos y Rocio no pudo evitar reír – La persona idónea para Samantha – sonrió – aun no la encuentras, al igual que la razón para ser feliz.
– No lo sé – se encogió de hombros – tal vez mi persona idónea murió también – dijo suavemente. Rocio era ahora la confundida.
– Cuando la encuentres vas a ser muy feliz, porque esa persona hará que te preocupes por ti misma para así verla sonreír – respondió segura – yo sé que sí, Samantha. Todos tenemos a nuestra persona idónea.
– ¿Tú la tienes? – le preguntó Samantha. La expresión de Rocio cayó un poco sin dejar de sonreír.
– No – respondió suavemente – alguna vez lo pensé pero ahora sé que como tú, aún no la encuentro.
– ¿La estás buscando entonces? – preguntó Samantha viendo cómo estaban cerca del edificio de la firma. Rocio negó con su cabeza.
– Mi persona idónea puedes ser tú – bromeó un poco provocándole una adorable risa a Samantha quién inevitablemente se sonrojó.
– ¿Yo? – preguntó en una tímida risa y Rocio asintió siguiéndole el juego.
– Quizá nuestro futuro esté escrito junto – rió un poco – y ni siquiera lo sabemos – Samantha se encogió de hombros.
– En el caso hipotético en el que tú y yo nos enamoráramos y formemos una relación, nos casemos y luego tengamos una familia – rió Samantha esta vez – tú serías una esposa muy insoportable.
– Por Dios, Samantha – dijo fingiendo indignación – te preparé el desayuno, el almuerzo y haré tu cena. Sería una muy buena esposa. En ese caso hipotético tú deberías estar agradecida.
– ¿Harás mi cena? – preguntó tímidamente.
– Claro que sí – rió – eres mi esposa hipotética – bromeó y Samantha rió – ¿Qué quisieras de cena, mi amor? – Samantha rió un poco más fuerte.
– Lo que quieras, mi amor – respondió en broma con una sonrisa. Rocio Torres la hizo reír de forma sincera y natural – pero tendré mucha hambre así que espero que esté todo delicioso.
– Como tú digas, esposa mía – volvió a reír y Samantha la miró tiernamente.
– Oh, ya llegamos – susurró Samantha volviendo rápidamente su vista al frente, sintiendo cómo aun seguía sonrojada por las inocentes palabras de Rocio, su amor hipotético.