Enigma ©

By mooredark

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En un aburrido e insignificante pueblo llamado "Redfield", habita una adolescente llamada Luara. Su vida gir... More

Prólogo
Personajes
1. Encuentro
2. Humillación
3. Mirada
4. Horror
5. Terror
6. Decepción
7. Muerte
8. Sospecha
9. Espías
10. Interrogatorio
12. Desesperación
13. Reencuentro
14. Llamada

11. Evidencia

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By mooredark

Narrador omnisciente

El detective Walsh se encontraba en su oficina, la cual estaba llena de papeles y algunas que otras tazas de café. Algo le impedía concentrarse en su trabajo, le daba muchas vueltas al pequeño interrogatorio que tuvo el día anterior con esa chica llamada Luara.

Por alguna extraña razón no podía confiar del todo en ella. Sentía que estaba ocultando algo importante sobre la muerte de su hermana. Pero por más que lo intentara supuso que no podía llegar a descubrirlo nunca, y eso lo frustraba demasiado.

Cogió sus llaves y su chaqueta para ir por algo de comer, pensó que salir de esas cuatro paredes lo ayudaría a distraerse, pero poco después llegó un oficial a irrumpir sus planes.

—Detective, han dejado esto para usted —le tendió un sombre amarillo.

—¿Para mí? —preguntó el hombre un tanto extrañado mirando el sobre.

—Si, aquí trae su nombre.

—¿Sabes quién lo dejó? —tomó el sobre con cautela.

—No, parece que sólo lo dejaron en recepción. Nadie vió quien fue.

Eso fue aún más extraño para el detective.

—Está bien, gracias.

El oficial se marchó y él volvió a sentarse. En el pequeño sobre amarillo se leía claramente "para el detective Walsh". Sintió un poco de nervios por lo que pudiera haber dentro, pues al tocarlo se sintió que estaba vacío.

Sin querer perder más el tiempo, lo abrió y vació el contenido en su escritorio. Era una USB de color negro lo que le habían mandado.

Se sentía ansioso por saber que clase de contenido estaría dentro de aquel objeto. Encendió su laptop y colocó la USB en la entrada que correspondía, al poco tiempo encontró el archivo y sin pensarlo dos veces lo abrió. Era un vídeo, un vídeo que duraba más de dos horas.

Aquello no le dió buena espina, pensó que tal vez podía tratarse de un virus o alguna broma con mala intención. Aún así se arriesgó, pues la curiosidad por saber le ganaba más que el raciocinio.

Así que lo hizo. Comenzó a reproducir el vídeo y se quedó pasmado ante los primeros segundos de aquella grabación.

En aquel vídeo aparecía Luara, la adolescente que interrogó ayer. La cámara parecía estar colocada en el centro del techo, desde un ángulo que enfocaba perfectamente toda el área de la cocina. Aquello sólo inquietó más al detective. ¿Qué era todo eso y quién lo había mandado?

La chica estaba terminando de poner unas galletas en un plato, segundos después entraba su hermana Aeris a la cocina. Luara le tendía el plato con las galletas, pero Aeris las rechazaba. Comenzaron a discutir un momento después, Aeris le gritaba a la menor que la odiaba porque era culpa suya de que sus padres no la quisieran. Luara estaba llorando y al final Aeris acabó gritándole que era adoptada y que debió morir una noche que la drogaron en una discoteca.

Después de eso, Aeris salió de la cocina. Luara no podía parar de llorar. Hasta que más tarde se escuchó brevemente que un teléfono vibró; Luara caminó hacia el fregadero, se echó agua en la cara y luego cogió su teléfono, seguidamente le llamó a alguien de nombre Nash.

En ese momento el detective cayó en cuenta que Nash era el chico que había estado pegado a Luara todo el tiempo el día de ayer en la estación de policía.

No se escuchaba lo que decía a través del teléfono, ni tampoco se entendía con claridad de que estaban hablando, pero Luara insistía en que no era culpa de él y que no sabía lo que iba a pasar. Después de colgar, la chica se quedó unos momentos más en la cocina.

Los siguientes minutos del vídeo mostraban lo que Luara hizo el resto del día. Su declaración fue cierta, no volvió a salir de su casa. Fue algo aburrido para el detective el hecho de ver en todos esos largos minutos a Luara yendo de allá para acá.

El vídeo no sólo se centraba en la cocina, también salían algunas partes en la sala. Algunas en cámara rápida para no hacer tan largo el vídeo. Eso sólo lo hizo más sospechoso de lo que ya era, pues podría significar que había cámaras en toda la casa. Aparecía el momento exacto en que sus padres llegaron y prepararon la cena. Un muchacho de unos veintitantos años llegó a cenar con ellos, el detective supo de inmediato que era el vecino.

Duraron cerca de una hora comiendo y platicando con normalidad. Antes de irse, Luara le dió una cajita metálica con galletas al chico y lo despedía con un abrazo y unas palabras de agradecimiento por parte de sus padres. Hasta ahí terminaba el vídeo.

El detective no supo como reaccionar ante tal evidencia. ¿Pero es que eso era una evidencia? ¿Qué mensaje trataban de mandarle con ese vídeo, además de demostrar un claro acoso hacia esa familia? Ellos no parecían darse cuenta que había cámaras ocultas en su casa. Actuaban normal como supuso que actuarían todas las personas en sus hogares.

Algo que lo desconcertó fue que Luara no mencionó nada a sus padres sobre la discusión que tuvo con Aeris, y también era bastante probable que no supieran sobre el inmenso odio que Aeris le tenía a su hermana. Tenía que ir urgentemente a esa casa a revisar hasta el último rincón para encontrar la cámara y ver cuántas de estas había. Estaba seguro que el asesino fue quien las colocó.

Guardó la USB en uno de los cajones de su escritorio bajo llave y apagó su computadora. Necesitaba ir con las personas indicadas a la casa de la familia Larsen, y estuvo a punto de salir cuando nuevamente lo interrumpieron.

El mismo oficial que tres horas antes le había entregado el sobre, volvió a hacer acto de presencia en su oficina.

—Detective, es urgente que venga. Hace un momento llegó un joven, dice que viene dispuesto a entregarse por el asesinato de la joven Aeris.

El hombre no pudo evitar expresar la gran confusión que sentía. Todo estaba siendo demasiado raro, sentía que no era real.

Acompañó al oficial a dónde estaba el supuesto culpable. Se trataba de nada más y nada menos que de Dariel Hall. El traficante de drogas a quien le pertenecía el auto blanco donde se encontró el cuerpo de Aeris. Permanecía sentado en una de las sillas de la sala de interrogatorio. Esa misma silla en la que Luara se sentó el día anterior.

Tenía la cara pálida, daba la impresión de que estaba asustado y parecía inquieto. Una vez más el detective volvió a tener esa sensación de que todo iba mal, la situación le parecía demasiado falsa para ser real.

El oficial se marchó y dejó al detective a solas con el chico.

—Y bien —comenzó el detective—. ¿Qué tienes que decir, muchacho? —se sentó frente a él y esperó expectante a que hablara.

—Yo... maté a Aeris —susurró—. Yo la maté —volvió a decir más fuerte.

—¿Y por qué lo hiciste?

Los ojos del chico parecieron abrirse más.

—Ella me debía mucho dinero, y la deuda era tan grande que yo sabía que nunca me lo iba a poder pagar, por eso lo hice.

El detective no le creyó ni media palabra.

—Entonces la droga que estaba en el auto si era tuya.

El chico asintió aunque no fuera una pregunta. Y nuevamente volvió a sorprender al policía:

—Yo fui quién le mandó el sobre con la USB —bajó la mirada hacia sus manos—. Coloqué las cámaras en la casa para vigilar a Aeris, porque quería ver que estaba haciendo con el dinero de las ventas y lo que estaba planeando. Tenía la sospecha de que me delataría y huiría con mi dinero. También mandé a alguien a seguirla, pero nunca supe nada. Aeris nunca guardó el dinero en su casa —confesó—. Ese día discutimos muy fuerte, ella llegó furiosa por la discusión con Luara y al final me arrebató el paquete de las manos, después se fue en mi auto sin pedírmelo prestado. Llegué al límite y me harté de su actitud, la seguí y la intercepté en la mitad del camino —hizo una pausa—. Lo demás... creo que no hace falta mencionarlo.

—¿Qué tiene que ver Luara en todo esto? ¿Por qué dejaste esa nota?

—Ella... me gusta un poco. Yo sabía que Aeris la odiaba y lo que hice también fue un favor para ella, porque ahora ya no va tener que lidiar con la actitud de mierda de su hermana —dijo—. Luara no tuvo nada que ver en el asesinato de Aeris. Por eso le mandé ese vídeo, para que usted viera que ella estuvo todo el tiempo en su casa y nunca hizo nada extraño ni recibió ninguna llamada rara. Luara era una víctima, y Aeris merecía pagar por todo lo que le hacía.

El policía recordó las palabras que le había dicho a la chica el día anterior: «parecía que alguien te debía un favor o te hicieron un favor al deshacerse de Aeris». Coincidía bastante con lo que le estaba contando este chico, pero él sentía que algo no estaba bien. Que no era del todo cierto lo que decía.

—¿Y cómo esperas que te crea eso? Acabas de decir que ella te gusta, ¿no? —zanjó—. ¿Quién o qué me comprueba que estás diciendo la verdad? Podrías estar mintiendo para protegerla —supuso—. Además, Luara me dijo que no te conoce, nunca había escuchado tu nombre y parece que nunca te ha visto. Entonces, ¿tú cómo la conociste?

—Le dijo la verdad, ella no sabe quién soy. Yo la conocí hace mucho en una fiesta, después descubrí que era hermana de Aeris y por eso mismo no me acerqué a ella. Sabía que Aeris era capaz de hacerle algo si se enteraba que me había acercado a Luara por interés —encogió los hombros y después añadió—: Igual no me gusta mucho, sólo es... una leve atracción.

Walsh analizaba cada una de las palabras que decía, y seguían sin tener sentido para él. Dariel se dió cuenta que el detective seguía sin creerle, así que sacó algo de su pantalón y lo colocó en la mesa; era una navaja de color negro, y con esto, Walsh ya sabía lo que iba a decir a continuación.

—Esta es la navaja con la que maté a Aeris, ¿qué más pruebas quiere? —su tono de voz sonó como si estuviera harto de estar ahí y sólo quisiera que lo encerraran en una celda.

El detective tomó la navaja con un pañuelo, salió de la sala de interrogatorio y le pidió a uno de los oficiales que lo llevara con el forense para comprobar si esa era el arma blanca con la que Aeris había sido asesinada.

Luego volvió a entrar en aquel cuarto donde se encontraba el joven.

—Quiero que me digas cuántas cámaras colocaste en esa casa y en qué lugares.

—En todas las habitaciones, pero no se moleste en ir a revisar; ya las quité.

El hombre exhaló, sintió que pronto estaba a punto de perder la paciencia.

—¿Y se puede saber cuándo y cómo las quitaste?

—El día del funeral de Aeris. Fue el día perfecto para entrar sin que lo notaran.

Asintió con la cabeza. Él no sintió que estuviera haciendo lo correcto, todo le pareció demasiado fácil para un caso como el de Aeris, y lo común en ese tipo de casos era todo lo contrario. ¿Un asesinato demasiado misterioso y el culpable se entregaba así como así? Eso no pasaba ni en las películas. No se imaginó terminar el caso de esa manera. Estaba claro que había una pieza que no encajaba. Pero su profesión lo obligaba y tenía que hacerlo. Tenía que arrestarlo.

—Bueno —Walsh sacó unas esposas—. Por lo pronto, Dariel Hall, quedas arrestado por el asesinato de Aeris Larsen hasta que se compruebe que de verdad la mataste —se acercó al chico y colocó las esposas en sus muñecas—. Y si es así, se iniciará un juicio para saber cual es tu sentencia.

Dariel se levantó para salir por fin de ese cuarto, siendo guíado por el detective hacia una celda. Pronto llegaron a esta y después de que Dariel entrara y comprobar que todo estaba bien, Walsh se dispuso a irse de la zona sin decir nada más.

Pero mientras se alejaba escuchó como Dariel susurraba:

—Todo esto es mi culpa, jamás debí enredarme con alguien como Aeris. Si no lo hubiera hecho, esto no estaría pasando.

Y aunque no fuera correcto, no pudo evitar sentir algo de lástima por él.

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