Toda esta oscuridad

By AnnaMarquez_

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Italo está atrapado en un abismo que parece no tener salida. Sobrevive de empleos temporales, pero sus noches... More

Toda esta oscuridad
Epígrafe
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By AnnaMarquez_

No era la primera vez que lo hacía y ya me tenía harto. Miguel, antes de ser bajista, era mi amigo; quizá fue esa la razón por la cual consideré en un principio que tocar juntos sería una buena idea. No es que fuera malo, en lo absoluto; no era el mejor tampoco, pero era un músico decente. Y si antes que músico era mi amigo, él antes que mi amigo o cualquier otra cosa, era un borracho. Sé que te reirías de mí, que me preguntarías quién soy yo para juzgar a nadie; no se trataba de que se perdiera por completo, con más pasión por el apagón que por el alcohol, sino su habilidad de escoger siempre los peores momentos en los que sacar a relucir sus nada encantadores hábitos.

Así que esa noche, cuando después de buscarlo como loco hasta debajo de los bancos, lo fui a encontrar casi derretido sobre el suelo del último cubículo del baño, empapado de vómito y lo que tenía la fe de que al menos fuera su propia orina, supe que por fin había atravesado mi límite.

Las primeras cachetadas que le di, esperando regresarlo a la conciencia, fueron exploratorias; las últimas ya llevaban saña.

—No va a despertar por más putazos que le des. —Jacobo, que ya también estaba al borde de su paciencia, se pasó las manos por el cabello y acabó derrotado contra la pared.

—Siempre es lo mismo con este pendejo.

Daban apenas las once y no estaba seguro de si las náuseas eran producto del estrés o del hedor espantoso, por lo general, no aparecían hasta bien entrada la madrugada. Contemplé el cuerpo inerte de Miguel, dejándome llevar un instante por los pensamientos entintados de la misma oscuridad que ocupaba el departamento. Lo imaginé con la piel gris, a punto de ahogarse en su vómito en completa soledad, sin que nadie escuchara su lucha por tomar aire por encima de la música. Y, en el momento, pensé que se lo merecería. Sin embargo, antes de que pudiera tirar de esa idea de la misma forma en que lo hacía con mis cutículas: sin darme cuenta hasta sentir el ardor, la rabia fue redirigida.

—Uy, no se ve que ese se vaya a levantar pronto para tocar.

Te vi antes, más temprano esa noche. Habías pasado casi la semana completa sin dar problemas, tanto así que creí que en algún punto te diste cuenta de que dejarme en paz era tu mejor opción. Y cuando entré y te vi, y supe que me viste también, pero no te acercaste, pensé que al menos podría soportar tu presencia lejana mientras resolvía cómo deshacerme por completo de ella. Me apresuré, pequé de demasiada esperanza, y esas cosas siempre me jugaban en contra.

—Que te valga madres, ¿no?

No tuve que voltear a verte, te reíste por lo bajo, pero lo suficiente alto para que yo lo reconociera a pesar de la música amortiguada por las paredes. Lo que sí vi, fue la expresión de Jacobo, que precedió a un largo suspiro de cansancio. Dejé caer la cabeza contra las baldosas, barajando las opciones, que no eran muchas.

De pronto todo parecía más callado, tanto así que sin girar la cabeza el eco de tus pisadas me ayudó a trazar un mapa mental de tu desplazamiento. Primero hacia mí, después te desviaste a los mingitorios. Le siguió de un cierre y la caída del agua.

—Supongo que entonces van a cancelar su show. —Hablabas por encima del sonido de tu orina con una cotidianidad que habría hecho pensar a todos que era genuina, pero no a mí. Contigo las cosas no eran nunca casuales. Levanté la cabeza para mirar la bombilla en busca de claridad, lo que me encontré en el camino fue a Jacobo, pidiéndome en silencio que no cayera en el juego, que ya teníamos suficiente para que nos metiéramos en otro problema.

—Deja de joder.

—Yo solo digo... —Te escuché subirte el cierre una vez más, antes de ahora sí dirigirte hacia mí. Me encaraste, con una expresión que me desconcertó por un momento, una bastante complacida, que no estaba ensombrecida por tus amagos de culpa, como todas las demás—, que conoces a alguien que toca, y se sabe tus canciones. Las viejas, al menos. No es necesario que canceles.

—Prefiero arrancarme las uñas, gracias.

—Italo... —Aquella fue la voz de Jacobo, pidiéndome considerarlo.

—Dije gracias.

No insististe, no tenías que hacerlo. Me irritó, porque eso significaba que estabas consciente de la ventaja con la que corrías aquella noche. Te encogiste de hombros, como diciendo "bueno, ¿qué puedo hacer?", antes de dirigirte hacia los lavabos, donde no había jabón, pero te tardaste un buen rato frotándote las manos bajo el agua como si sí. En cuanto saliste, Jacobo pasó por encima de Miguel para llegar hasta mí y hacerme entrar en razón. O lo que él creía que era la razón.

—No podemos cancelar. No es la primera vez que por las pendejadas de este güey le quedamos mal a Luis, y para los perros que se trae últimamente, nos va a acabar vetando. Como si no lo conocieras. —En ese momento, quise decirle que Luis podía ir a chingar a su madre en ese caso, pero me bastó un instante más para saber que si bien el dueño no me importaba, no podía decir lo mismo de La Capilla—. Piensa con la cabeza, cabrón. Que toque y ya después lo mandas a la verga.

—Es lo que quiere, que se lo pida, que le deba algo.

—¿Y apoco le vas a compensar el favorcito? No mames, Italo. Si te dice que se la debes le dices que sí, ni modo que te fuera a obligar después, piénsale. —Tuvo que reconocer la duda en mi mirada, ese momento de indecisión que era la fisura perfecta para escabullirse dentro de mis decisiones ya tomadas y transformarlas por completo—. Solo hoy, güey. Si quieres, mañana yo mismo voy y te consigo una lista de bajistas para que saquemos a la verga al Mike, pero hoy ya no nos queda de otra.

Yo sabía que tus promesas eran unas en las que no se podía confiar jamás, bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, las mías eran lo único que tenía; mi palabra, para mí, sí significaba algo. Pero no era una cosa que pudiera explicarle a Jacobo, o a nadie, sin que levantara dos o tres risas. Pensé que, tal vez, si de todas maneras a las personas les resultaba tan sencillo romper sus juramentos, quizá yo debería comenzar a hacer lo mismo y así al menos sacarle un poco de provecho a los malos tragos, que eran los únicos que la lealtad me daba cuando me aferraba a ella. Así que, en su lugar, le dije que sí. No fue fácil, y me escoció en lo más profundo de las entrañas hasta alcanzar incluso un poco de mi ego, aunque al final lo hice.

Suspiré, y no dudé en hacerle saber que no estaba de acuerdo, e igual me rasqué el cuello con fuerza para aplacar la incomodidad antes de tomar marcha a la salida del baño. Mientras más rápido, más pronto terminaría. De esa forma acababa siempre con las cosas más desagradables.

Te encontré recargado en el pasillo que conducía de vuelta a la pista y las mesas, con una cerveza en mano y moviendo la cabeza al ritmo de la música. Solo, esperándo̶m̶e̶. Apreté los dientes y me prometí a mí mismo, antes de que me escucharas llegar, que por más que necesitara de ti, no rogaría por un favor. No me doblegaría ni un poquito.

—De acuerdo, puedes sustituirlo. —Volteaste a verme aún balanceando la cabeza, y vi la sonrisa aparecer primero en tus ojos antes de alcanzar tu boca. Me anticipé a que se te ocurriera decir cualquier cosa, para dejar claras bajo qué condiciones—. Pero solo vas a tocar. No quiero que cantes, no quiero que te luzcas, ni que hagas ninguna de tus cosas. Eres un reemplazo temporal, no es tu show, ¿me entiendes?

Sé que esperabas que te buscara, pero tenías la guardia baja para todo lo demás. Lo vi en tus iris negros, que dudaron por un instante, y buscaron en los míos si se trataba de una broma. Pero sabías que las bromas se habían quedado atrás hace mucho tiempo, por lo que pronto, tu única respuesta fue llevar los dedos a la boca en un gesto muy claro: "voy a estar calladito".

Cambié la lista de canciones para aquella noche por una que no tocaba hace años, llena de pistas escritas antes de que te fueras, que eran las únicas que conocías, pero no las que te llevaste, porque tuve que forzarme a pensar que no existían para sobrellevar la pérdida. Eran, también, unas que ya no me representaban en lo absoluto.

Escribí una lista con los títulos, informé a Jacobo del nuevo plan, y después de que tomaste el bajo de Miguel, le ajustaste la correa y nos subimos a la tarima, estuve tenso durante un buen rato, pensando que en cualquier instante harías oídos sordos de las instrucciones que te había dado, pero no fue así. En todo momento, te dedicaste a seguir unos acordes que yo mismo establecí años atrás, y no abriste la boca ni siquiera para hacer un solo coro, ni una armonía. Incluso, puedo decir que casi te hiciste pequeño bajo el reflector para dejarme brillar a mí. Y lo odié aún más que si te hubieras esforzado por opacarme.

No quería que a propósito establecieras unas habilidades menores a las que ya te conocía, nada más que actuaras normal sin interferir demasiado. Que lo hubieras hecho así, significaba que creías que debías bajar tantísimo la vara para que yo no perdiese el protagonismo, y a mi modo de verlo, ese era capaz de ganarlo yo solo. Quizá nunca tendría tu voz, no estaba en mis manos, pero sí podía tocar mejor, escribir mejor, compensar con otras cosas las áreas en las que flaqueaba para estar a tu par. Pero tú siempre tenías que mirar por encima, incluso desde la sombra.

Cuando bajamos del escenario, lo primero que escuché fue un muy animado "es el mejor espectáculo que han dado en meses", que en un instante me secó la boca de pura rabia. Jacobo parecía bastante contento con los halagos y felicitaciones, y por el rabillo del ojo me di cuenta de que tú estabas por demás satisfecho.

Me quité la guitarra de encima y la eché en su estuche, listo para largarme. No me sentía con ánimos de más fiesta, más alcohol, de griterío o música. Quería silencio. Llegar al departamento, apagar las luces, quitarme la ropa para soportar el infernal calor del verano y tumbarme en el suelo, que el frío de las baldosas me mantuviera lo suficientemente cuerdo.

Antes de que pudiera terminar de echar los seguros, te escuché atravesando la puerta. No fue por tu manera de andar, que en antaño solía reconocer igual que un perro el aroma de su dueño, sino por las risas ebrias del escenario, que siempre te ponía tan contento. Inhalé, exhalé, volví a inhalar y antes de soltar el aire sentí tu mano cayendo en mi espalda con una camaradería que me supo hasta ofensiva. El agua hirviendo se volvió espuma caliente a punto de derramarse por todos lados.

—¡Te apuesto a que salió mejor de lo que esperabas!

No, Damián, no había sido así. Canté canciones que ahora detestaba, porque varias de ellas tenían mucho de ti escondido entre los renglones y ya no me pertenecían del todo, ya no eran yo, correspondían a alguien más atrapado en algún universo paralelo muy distinto al nuestro. Me sentí, a cada segundo, hiperconsciente de las notas que antes brotaban de modo natural, pura memoria muscular entre los dedos. Me dolía la garganta, de tanto forzarme a no desafinar ni un poco. La presión de estar a tu altura, aún cuando no quería que tus estándares fueran ya la medida de nada, me tenían rabioso.

Me sacudí tu mano y comencé a pensar, a crear una lista que me hiciera sentirme lejos de la furia que me ocupaba el pecho entero: el óxido comiéndose los bancos de metal justo en frente, la loseta fragmentada en diez piezas a un lado de la puerta, el póster ya descolorido de una banda de los setenta al que le faltaba una tachuela en una de las esquinas, las cajas de cartón apiladas una detrás de otra en la pequeña bodega que las bandas usaban de "camerino" antes de subirse al escenario, las agujetas rojas de tus botas negras.

Inhalé, y comencé de nuevo: el tintineo de las botellas de cerveza luego de que un grupo cerca de la puerta festejara algo, quién sabía qué. El ritmo acuoso de la gotera de una de las tuberías que pasaban por el techo. Mi respiración al exhalar por la nariz. El rechinar que provocó la suela de mi zapato.

Pero la rabia continuaba ahí, así que comencé a enlistar más rápido: la textura del estuche de la guitarra, que estaba forrado de piel; me llevé la mano a la oreja, metí el índice dentro del aro del lóbulo derecho y tiré de él: dolor. La pulsera tejida ajustada a mi mano izquierda. El aroma a humedad de la bodega, y del suavizante, que desprendía mi camiseta.

Por último, traté de pensar en una cosa que probar. Antes de que la descifrara, pasaste por el costado, cerraste el estuche que cayó sobre uno de mis dedos para sentarte justo en frente, con las piernas cruzadas y los brazos a la altura de tu cadera. Te miré, aún acuclillado en el suelo, y reconocí el sabor de la bilis

—Somos un gran equipo, tienes que admitirlo.

No supe ni en qué momento me levanté. Por lo general me costaba trabajo, un poco de esfuerzo o la ayuda de un soporte. Pero esa noche, mis rodillas decidieron cooperar y ponerme en pie en un solo segundo. Y si no supe cómo hice eso, mucho menos cuándo corté la distancia entre los dos y te tomé por el cuello.

—No te pases de listo —siseé muy cerca de tu rostro, que incluso marcado por el asombro, tampoco cambió demasiado—. No somos un equipo, mucho menos uno bueno, y ya va siendo hora de que te detengas.

Yo estaba presionando con fuerza, una que salía de mí en los momentos más inesperados y que escapaba por completo de mi control. A pesar de ello, no dudaste ni un segundo. Me miraste a los ojos, y mientras cualquier otra persona hubiese llevado las manos a mi muñeca, o intentado apartarme de un empujón, las tuyas permanecieron bien quietas.

—Sabes que es verdad, aunque no te guste. —Hablaste muy despacito, no supe si por la cercanía, o como tu modo de racionar el aire, sin tener la certeza de cuándo volvería a dejarte probar una respiración de nuevo. Me sacaste una risa de verdad; aunque mordaz, auténtica. Apreté aún más fuerte, hasta que la piel de tu rostro empezó a teñirse de rojo por algo más que el calor—. ¿Quién más te va a aguantar estos arranques tuyos de loco psicótico? Solo yo. No finjas que puedes ir a otro lugar que no sea yo.

En ese punto, tú también estabas sonriendo.

—Déjame. En. Paz. —Puse énfasis en cada palabra, esperando que te quedara muy caro. Pero si algo tengo que admitir, es que en una cosa sí tenías razón. Sí era muy probable que la única persona sobre la faz de la tierra que no fuese a correr cuando llegara mi ira, fueras tú. Pero también eras la única persona que no me quería cuando las cosas estaban bien. Y si nada más tú podías darme entendimiento y compañía, igual prefería quedarme solo con mis sombras y mis golpes en las ventanas—. No sabes de lo que soy capaz.

Pensé en el cadáver en el congelador, lo imaginé con tu rostro. Pensé en tu corazón, también; en las posibilidades de sentir su calidez si colmabas lo suficiente mi paciencia como para poder darle una mordida.

—Claro que sé de lo que eres capaz... —Solo entonces, el aire en tus pulmones empezó a escasear—. No seré una buena persona, pero tú tampoco. Estamos hechos el uno para el otro, solo que yo a ti no te tengo el miedo que tú me tienes a mí.

¡Hola, espero que estén teniendo un lindo miércoles! Claro que no es sábado, chequen bien el calendario /gaslighting/. Ya bueno, esta vez sí me pasé, lo admito, pero en mi defensa no fue tanto y el capítulo fue un poquito más larguito de lo usual, y espero que les guste mucho.

Me gusta hacerles siempre preguntas, pero es la 1:30 am y ya estoy frita, así que esta vez la única pregunta es cómo se imaginan a los personajes. No suelo describir mucho, pero me interesa saber cómo los imaginan ustedes. Y su opinión, por supuesto, que es la que me hace más feliz.

¡Nos leemos, hopefully, el siguiente miércoles!

Xx, Anna. 

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