Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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By belenabigail_


Alexandro POV's



Soy la clase de hombre que detesta causar un alboroto en público. El tipo de hombre que evita a toda costa los conflictos cuando hay demasiados ojos observando porque considera que su vida privada es eso. Privada. Por lo que esa idea de privacidad es un gran pilar dentro de la casa que construí de reglas y normas que seguir de Alexandro.

Ahora me arriesgo a decir que la casa está en remodelación, lo que no sería una completa sorpresa. Diría que no es más que la consecuencia de lo que Dalila desencadenó desde el primer día en que la ví. Cada día con ella, cada beso, cada roce, caricia y sonrisa, no hacía más que hacer temblar otra vez los cimientos de lo que creía correcto. Susurrando que algo estaba cambiando.

La seriedad del asunto es que se trata sobre las cosas que me enseñaron, que están muy bien arraigadas porque las aprendí muy bien. De ahí mi reticencia a dejarme llevar. A admitir que puedo sentir algo más que no sea violencia y ambición. Reglas. Normas. Orden. La receta perfecta para un Alexandro frío y calculador.

Sin embargo, esa receta está fracasando, porque es evidente que algunos de mis viejos pilares están cayendo y siendo reemplazados por unos completamente diferentes.

Como...

Oh, ya sé.

No toques a mi maldita mujer. Mucho menos las beses.

Pero ese Alexandro, el controlador, el que tiene bien sujeta a la bestia, me mira desde una esquina del salón Blanco, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho, regañándome por permitir que este remolino de sentimientos se desate.

A la mierda con ese Alexandro. A la mierda con mantener siempre la compostura. A la mierda con ese boxeador de mierda.

Mis pasos son largos y firmes y en menos de un segundo sorteo a las parejas que se encuentran bailando, atravesando el salón para llegar a ella. Lo hago justo cuando ambos se separan, y no se me pasa por alto el porqué de eso. Mi Dalila es quien rompe el beso, y aparta al bastardo suavemente del pecho. Niega con la cabeza, diciéndole algo. Aunque logro distinguir un claro "no" salir de sus labios.

No.

Ella dijo que no.

En medio de la furia y los celos algo todavía más peligroso se desata.

Tiñe mi visión de rojo y es primario, salvaje, sentido de protección y todo lo que no tienes que hacer si no deseas desatar mi ira.

No tengo que ser un erudito para saber que Dalila no quería ese beso. Porque además de expresarlo, su cuerpo también habla. Está tensa, e incómoda, con los músculos de sus hombros ajustados y los ojos muy abiertos.

La tomó desprevenida. Aprovechó que estaba distraída para hacerlo. Lo que elimina de inmediato la suposición de que ellos dos son más que amigos. No voy a mentir, es un puto alivio. Sin embargo, el imbécil acaba de cruzar los límites, y no sólo para mi, Dalila también está disgustada. ¿Por qué la besó? no lo hizo hasta que me vió aquí, de pie, pensando en las mil y un maneras disponibles a mi alcance para desaparecerlo sobre la faz de la tierra.

¿Quería obtener una reacción mía? bueno, lo hizo. ¿Esperaba marcar territorio? ¿Enviarme un mensaje? pobre idiota. Tiene dos problemas. Uno; creer tener las pelotas para meterse conmigo. Porque ahora va a tener que demostrar que así es. Dos; Para hacerlo utilizó a la única persona que no debía. Grave error.

En el instante en que llego a ellos la latina levanta la cabeza notando mi presencia y parpadea, sorprendida. Me basta sólo un segundo de conexión de nuestras miradas para saber que ella jamás me perdonaría arruinar la boda de su hermano por causa de una escena de celos. Porque todavía está enojada y muy herida por como la traté en el pasado. Así que tengo que contenerme para no entrelazar sus dedos con los míos y guiarla fuera del salón.

Nunca la he tocado sin su permiso. No comenzaré ahora. Menos desde que no estamos juntos. Lo que planeo solucionar. 

Pero la tentación es feroz. Agarrarla y llevarla a rastras hasta mi habitación para darle un buen castigo. No obstante, respiro, repitiéndome que ese beso no fue iniciado por ella, y que si está en mis planes volver a estar juntos, probablemente deba esperar a que estemos en un ambiente más tranquilo, con muchos menos testigos para que entonces pueda darle su merecido al fracasado de ese boxeador.

La bestia que rasguña mi pecho, ansiosa por salir, tendrá que quedarse donde está, y el Alexandro calculador, un poco meticuloso, suspira del alivio.

Aunque estoy cerca. Tan cerca de ceder a mis impulsos más primarios y llevarlo al primer callejón de la ciudad. Divertirme con él, jugar con el maldito hasta que no sea más que llanto y unos pantalones sucios. Poner en práctica las tácticas y métodos que aprendí desde muy jóven.

La bella bruna se estremece bajo mi mirada, y yo siento cómo mi corazón bombea sangre, tan fuerte, un golpe constante que temo que ella misma pueda oír incluso sobre la música del vals. Pero siempre ha sido así cuando estoy con ella. Vuelve mi corazón salvaje, tanto como lo son mis deseos de llevármela de aquí.

Mis ojos recorren su rostro, siguen por su estilizado cuello, hasta parar en el bonito collar y el delicado dije que lo complementa. Sigo por sus hombros descubiertos y luego ese bendito escote. Aprieto la mandíbula. En un minuto me detendré a apreciar lo hermosa que está, por el momento, tengo un asunto que atender.

—¿Qué estás haciendo? —oigo a Dalila murmurar. Le haré caso más tarde.

Me giro hacia Brian, y dibujo una sonrisa gélida, asegurándome de que vea la enorme equivocación que cometió al tocarla. Doy un vistazo a mis costados. Ninguno de los invitados nos prestan atención, demasiado concentrados en mantener el tempo de la música clásica sonando en los parlantes.

Mi vieja versión debería estar orgullosa. No estoy tan arruinado, ¿no?

Avanzo otro paso, y Dalila no tiene más remedio que terminar de separarse de él. Mi mano cae en un movimiento pesado y brusco sobre su amplio hombro. Me acerco más. Con mi mirada clavada en la suya, mis muelas se juntan.

—Lárgate antes de que sepas de lo que soy capaz. —Le doy un apretón al agarre que ejerzo sobre él, sólo para enfatizar la amenaza.—¿Lo entiendes o voy a tener que pasar a la acción para que lo captes?

Traga saliva y mira detrás de mi.

—Alexandro... —su suave voz me llama.

¿Por qué lo defiende? ella no quería que la besara.

La respuesta es muy obvia. Porque es demasiado amable, demasiado considerada con los demás, incluso con una basura como él, para no pedirme que lo reviente a golpes.

Me quedo donde estoy, y él parpadea en su dirección, como un pobre cachorro que pide por ayuda, mirándola con esa cara de imbécil. Eso sólo logra que me enoje más.

Como lo pensé. No tiene lo que se necesita para enfrentarse a mi.

—¿Por qué la miras? —siseo.—¿Te dí permiso para mirarla?

Su respiración se entrecorta y vuelve a mi. Al principio balbucea. Inspira hondo, para reunir el valor, quizás, y este familiar sentimiento empieza a viajar por mi torrente sanguíneo, cargando mi cuerpo de jodida satisfacción por verlo tan asustado. Siento la textura de la tela de mala calidad de su traje en mi mano, y si estuviéramos en otro sitio, si estuviéramos en mi mundo, esta conversación no estaría sucediendo. El cobro por su audacia sería otro, y mucho más alto. Estoy siendo más allá de lo piadoso.

—Yo no, es que... —Se traba.

Tanto músculo y para nada.

Me inclino sobre él utilizando mi altura a mi favor. Serán unos pocos centímetros de diferencia pero funciona para intimidarlo, y cuando vuelvo a hablar, mi voz es mucho más oscura, rodeada de sombras y una promesa que no temo cumplir.

—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, voy a encargarme de que en tú maldita vida te subas a un ring.—siseo, en un tono bajo. Sus ojos se agrandan, y sacude la cabeza.—, y no me refiero a llamar a un par de mis contactos para joderte la carrera.

—Tranquilo, amigo, en serio. Tiene una explicación. ¿No es así, Dalila?

—Que no la mires.—Entonces me es más difícil controlarme, y lo empujo para atrás. —, y ten por seguro que no somos amigos y jamás lo seremos. Así que si sabes lo que te conviene guarda algo más de respeto cuando te dirijas a mi.

Se tambalea, y levanta las palmas en señal de rendición.

—¡Alexandro! —La latina se pone en medio de los dos.

—Perfecto, no te llamaré amigo. Mala mía. Pero tiene una explicación.—Definitivamente no es muy inteligente, porque está por posar sus ojos en ella, otra vez, y yo me adelanto un paso hacia él. Se da cuenta de lo que eso podría significar, por lo que rápidamente regresa a mi.—Créeme, sé que no tengo una oportunidad con ella.

—Sólo un idiota creería que ella estaría con alguien como tú.—gruño.—, pero estoy interesado en oír esa explicación. Cuéntame, ¿cómo vas a explicarme que la besaste aún cuando claramente ella no lo pidió?

Traga saliva, y acomoda su corbata, soltando una larga exhalación.

Los vellos de mi nuca se erizan ante el silencio de ambos. Tenía razón. Giro el cuello hacia Dalila. Esa arruga entre sus cejas aparece, y despacio, niega con la cabeza, con los ojos cargados de lágrimas sin derramar. No quiere que siga por este camino. Me voy a quedar sin muelas si continuo apretando la mandíbula así, pero, ¿está bromeando? está a punto de largarse a llorar.

Contar hasta diez parece no estar funcionando ahora, aunque realmente hace algún tiempo que no lo hace, sobretodo si tiene que ver con Dalila. Pero esto, esto es otro puto nivel. Chasqueo la lengua, y la parte de mi cerebro que razona, se apaga por un instante.

—La besaste sin su consentimiento.—declaro.

Hay incredulidad en mi voz, asco, y mucha sed de venganza.

Apenas me reconozco, y me he enfrentado a enemigos, conozco lo que es la furia, la rivalidad y lo que implica una declaración de guerra. He sufrido las consecuencias que se desatan en estas. Tuve que hacer cosas horribles, y muchas de ellas las disfruté. Pero jamás, ni una sola vez en todos estos años, me habia escuchado tan despiadado ni así de temible.

Cuando me doy cuenta mi mano viaja a la cinturilla de mi pantalón y busca detrás de mi espalda, entre el interior de mi saco y la camisa. Al dar con nada más que aire y no la empuñadura de mi arma, sé con certeza que este sentimiento que desborda mi pecho no tiene marcha atrás. De una vez por todas soy plenamente consciente de hasta donde llegaría por esta mujer.

Estaba más que listo para apuntar a la cabeza del boxeador y jalar del gatillo. Lo estaba, y de tener mi arma conmigo lo habría hecho. Entonces estaría el ruido de la pólvora al accionar y el impacto de un cuerpo inerte sobre el suelo. Luego habría sangre salpicada en mi rostro y más esparcida por el fino mármol blanco, corriendo entre los zapatos de los invitados. Y ese sería su final. La vida se le escaparía en un último aliento y no podría hacer nada para detenerme.

Dalila me contempla, quizás confundida del por qué mi mano está en la cinturilla de mi pantalón, o tal vez, se deba más a como mi pecho sube y baja con respiraciones irregulares. Me abstengo de mirar a Bruno, si lo hago, no hay quien me detenga de ponerle esa bala en el cerebro.

Iría a mi habitación y la tomaría.

Porque todavía estoy jodidamente dispuesto a hacerlo. A terminar con él. 

Miro a los lados. La atención de algunas personas está sobre nosotros, y comienzan los susurros, preguntándose qué es lo que está pasando.

La música del vals se detiene para ser reemplazada por una canción moderna y molesta para mis oídos. Los invitados se distraen y pronto están moviéndose por la pista. Aunque al levantar la mirada, doy con la amiga de Dalila.

Llevo los hombros hacia atrás y veo su vestido blanco, y ese peinado poco favorecedor.

Entrecierra los ojos hacia mi, y el hermano de la bella bruna, quien la sostiene mientras bailan, nota el cambio en su esposa. Sigue su mirada hasta dar conmigo. Su rostro se desencaja y yo arqueo una ceja. Si quieren echarme van a tener que sacarme con un ejército. Pero se inclina hacia su esposa y le murmura algo al oído, y si bien la castaña al principio se niega a dejar de retarme con la mirada, Joan la convence.

Paso de ellos regresando a la única persona de aquí que realmente me importa.

¿Iba a cruzar ese límite? ¿En serio? ¿Iba a matarlo enfrente de decenas de personas? ¿Cuándo fue la última vez que me puse en evidencia? ¿Cuándo fui así de descuidado? por nadie, me digo. Por nadie, jamás, había considerado la idea de dejar a plena vista quién soy. No a menos de que esté en un ambiente seguro.

Le sostengo la mirada, y sus ojos, negros y brillantes, me observan aguardando por mi siguiente movimiento. Ahí está ese puchero en sus labios. A veces, si está triste, otras, si no entiende lo que pasa, su labio inferior se desliza en un mohín de lo más tentador para mis dientes de mordisquear.

Como no tengo el arma conmigo ya que pensé que no iba a ser una de esas noches, mis dedos se cierran dentro de mi palma, y aún dentro de este estado de asombro por  descubrir el poder absoluto que ella ejerce sobre mi, y del que no tiene idea y prefiero que siga así, decido que voy a tener que comportarme. Por ella. Por mi Dalila. No puedo ver esos bonitos labios arrugados de tristeza otra vez. O más lágrimas amontonadas en sus ojos.

Está triste, confundida, y cansada.

Y yo haré lo que tenga que hacer para revertir aquello.

Suspiro. Joder. Sí. Estoy arruinado y no hay forma de solucionarlo.

Aliso mi saco y antes de que prevea mis intenciones, uno de mis brazos la rodea por la cintura, y con la mano libre busco la suya. Entrelazo nuestros dedos. Dalila se estremece, y al hacer el ademán de apartarme, la sujeto con más firmeza. Su pecho se pega al mío. Nos balanceamos suavemente sobre nuestros pies.

Nosotros bailamos.

Es lento, gentil, y es ideal, y no seguimos en absoluto el ritmo de la alegre canción que suena dentro de las paredes del salón.

No voy a permitir que nos separemos nunca más.

Sin mirar al boxeador, hablo en un tono alto y fuerte para que me oiga.

—Tú y yo ahora tenemos un problema. —mi cara desciende a milímetros de la de la bella bruna, y con la punta de mi nariz, acaricio la suya.

Mia bella donna. (mi bella mujer)

Dalila parece que no encuentra las palabras, y sus pestañas se agitan, atónita por mi cercanía, pero tal vez más por los sucesos de esta noche. Apuesto a que creyó que ya estaría rumbo de regreso a Italia.

—¿Eso qué quiere decir? —inquiere. Percibo el nerviosismo que fracasa en ocultar mediante una voz grave y patética.

Dalila me mira desde varios centímetros más abajo, y antes de que desvíe su mirada de la mía hacia la de él, las yemas de mis dedos la toman con suavidad por la barbilla.

—Que puedes irte.—Acaricio con el pulgar su mentón. Su entrecejo se frunce ligeramente, así que luego acaricio el espacio entre sus cejas, queriendo borrar la arruga.—Por ahora.—agrego.

Me siento maravillado con lo tersa que es la piel de su rostro. Lo había echado tanto de menos. La sensación de su piel. Inspiro hondo. Porque recuerdo que así es toda ella. Desnuda y tendida sobre la cama, en su máximo esplendor. Su estómago, sus muslos, su cuello. Delicada, tierna, adictiva de tocar.

No espero a que el imbécil reaccione y abandone el salón, en su lugar, nos muevo a los dos y le doy la espalda. Mi cuerpo es lo bastante grande para tapar la vista de Dalila, aunque ella comienza a sacudir la cabeza, en completa desaprobación con mis palabras. Parece de nuevo en control. Sus palmas se apoyan en mi pecho.

—¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo? quiere asustarte, Bruno. Está bien. No te vayas.—Me empuja. No me corre ni un centímetro. De cualquier modo ya es tarde, él se marchó, lo sé porque doy un vistazo hacia dónde estaba.

Ella también lo sabe.

Suelta una exhalación de frustración, y me vuelve a empujar. Otra vez, no cedo ni un poco de terreno. Sólo hace que la abrace más contra mi.

—Le estoy diciendo que no, Señor Cavicchini. —sisea, con la cabeza en alto y una mirada furiosa ardiendo en sus ojos.

¿De nuevo con esa estupidez del apellido? Me congelo en mi sitio. Los cimientos se sacuden, y esa horrible sensación me asalta, poniéndome patas arriba y reacomodando mi mundo. Es una mezcla de pánico y enojo. Al igual que cuando se marchó y me dejó en el restaurante del hotel. Lo detesto.

Estos sentimientos hacen evidente que en mis prioridades ya no encabeza el negocio en Italia. Sino quedarme aquí y hacer lo imposible para que me acepte.

Pero tengo que soltarla. No porque lo desee. Sino porque ella tiene un punto, y es más importante que yo queriendo ganar esta discusión.

Dijo que no.

Ella me dijo que no a mi.

La dejo ir y me pregunto si en realidad, para ella, soy diferente a Bruno.

A los dos nos rechazó.

Me fulmina con la mirada y gira sobre sus talones, sorteando a la gente mientras hace su andar hasta la salida, por dónde el boxeador también se fue. Me pongo en marcha, siguiéndola de cerca.

No dijo nada sobre no ir detrás de ella.

Intuyo que así estaré un buen tiempo.

—¡¿Quién te crees?! —cuestiona, acalorada. Medio gritando, dándose la vuelta de vez en cuando, caminando con paso rápido una vez que estamos en el largo pasillo.

El ruido del tacón de sus zapatos hace eco entre las paredes.

—Dalila...

—¡Dalila nada! —se vuelve bruscamente, poniendo las manos en las caderas, a mitad del pasillo vacío. Desde aquí se puede oír la música que proviene de la boda. Como el vapor saliendo de sus orejas. Merda.—¿Cuál era tú intención? ¿Arruinar la boda de mi hermano?

Mi ceño se arruga y siento que todo ese esfuerzo por no explotar allí adentro no valió en lo más mínimo. ¿Ella cree que haría algo a propósito con tal de estropear la celebración?

—¿Arruinar? —mi tono es bajo, ronco. —No tienes ni la más maldita idea de lo que quería hacer y lo mucho que tuve que contenerme para no ceder a mis impulsos. Así que no, Dalila, no fui con esa intención. Jamás haría algo para herirte a drede.

Su expresión se endurece.

—Demasiado tarde.—espeta.—Ni siquiera deberías estar en Nueva York.—Su declaración se siente como un camión golpeándome.

Inspiro profundo, y me sorprendo, porque tengo esa sensación bastante similar que experimenté la noche en la que le dije que se fuera.

Mi pecho se contrae y mi estómago se aprieta.

Duele.

Aunque no es suficiente para que me rinda con ella.

—Si tan sólo me permitieras explicarte cómo se dieron las cosas, quizás entenderías.—Me adelanto un poco, ansioso por tener sus manos entre las mias. Hay vacilación en su rostro, y tengo un destello de esperanza. Entonces, retrocede y niega.

—Ya no me interesa lo que tengas o no para decir. El momento pasó.—zanja.—¡Y no tenías por qué tratar a Bruno así!

Es un trabajo duro no ceder al enojo. Estoy intentando ser bueno, estoy luchando con el impulso de no ir por mi arma, y ella no para de salir en su defensa, como si Bruno fuese un inocente cuando es todo lo contrario. Se trata de un maldito hombre de veintitantos que halló un momento de vulnerabilidad en Dalila y lo aprovechó para su propio beneficio.

—Es insólito que lo defiendas luego de como actuó contigo.

Dalila traga saliva.

—Bruno y yo...

—¿Qué? —la corto, desafiándola a que termine la oración.

Aplasta los labios en una línea.

—¡No es de tú incumbencia! —repite.—¡Creí que eso te lo había dicho ayer! —Levanta la voz.—Otra vez, ¿por qué estás aquí? tú tendrías que estar en un avión. No te quiero aquí.

El terror de perderla me cierra la garganta, ganando sobre cualquier sentimiento de celos. Ellos juntos en una misma fotografía no lo tolero. Pero tengo que tranquilizarme porque aquí hay algo más relevante que un chico pésimo para el boxeo y su amor platónico por mi mujer, porque ahora tengo la certeza de que ellos no son más que amigos, y que gracias a Dios ella no pretende avanzar con él hacia otra dirección. Lástima que tuve que averiguarlo por un beso robado que claramente mi Dalila no había dado indicios de querer. Y sobre mi cadáver, que alguna vez él volverá a intentar cruzar esos límites.

Pero me obligo a poner a un costado mi ira, y trago el nudo que se forma en mi garganta con la idea de nunca más tenerla conmigo, porque he atravesado una guerra muy sangrienta en Italia, y tuve soldados caídos, a mi familia en riesgo, el puesto de Don me había querido ser arrebatado, pero además, acabé con la cabeza bastante jodida durante muchos meses. Si logré superar eso, puedo hacer esto también.

Tengo que solucionar el daño que yo mismo causé.

—Una oportunidad. —imploro.

Una risa seca se desliza por su garganta.

—Eso es lo que yo te ofrecí. —Su mirada se ensombrece.—Quería que me concedas una oportunidad para demostrarte que eras digno de ser amado. Cuál sea que fuesen tus demonios. Los habría abrazado por ti.

—Lo sé.—suspiro.—Pero no estaba listo para que vieras esa parte de mi.—Mi mano se pasea por mi cabello.

—¿Ahora sí?

La punta de mi lengua se pega a mi paladar. Tengo tanto que decirle, tanto que confesarle y mucho por disculparme. Una cantidad absurda de sentimientos que poner afuera, y promesas que esta vez voy a cumplir.

—Estos dos meses no hubo un solo día que no pensara en lo que había dejado ir contigo.—trago saliva, y nervioso, me acomodo el gemelo de mi saco. Compórtate, Alexandro.—Allá, aquí, siempre estás en mi mente, Dalila.

—Yo me esforcé muchísimo para quitarte de aquí —Con su dedo se da un toquecito en la sien.—, y de aquí.—se mueve a dónde su corazón reside debajo de su pecho. Siento mis rodillas debilitarse. Ella en serio trabajó para ponerme en el pasado. Lo veo en sus ojos.—Es injusto que hayas vuelto ahora.

—Lo sé.—suspiro.

Sus ojos se prenden fuego, y parece ofendida, indignada, incluso.

—No sabes nada.—dice entre dientes. Acorta un paso entre nosotros.—Dime una cosa, ¿estarías aquí hablando conmigo si no me hubieras visto con Bruno?

—¿Qué? —confundido, la arruga entre mis cejas aparece.

—Tú vuelo era hoy, pero te quedaste.

—Si.

—¿Por qué? —da otro paso, con la expresión de piedra y su pequeña mano echa un puño.

Trago saliva. Entiendo la importancia de su pregunta, y quiero decirle que es porque al fin me di cuenta de lo mucho que la adoro, lo mucho que la extrañé. Le concedo que me tomó algo de tiempo hacerlo, ver con claridad lo que ella significa en mi vida, pero estoy dispuesto a remediarlo.

La verdad es que la amo antes de haberla conocido, porque ella siempre estuvo destinada para mi.

—Dalila, yo...

—Fue porque me viste con él. —me corta, y yo sacudo la cabeza.

En parte, quizás, pero si no hubiera tenido esa conversación con mi hermana probablemente me hubiera vuelto a ir. Tarde o temprano, luego de haber montado esa patética escena de celos que tenía planeada, gracias a Andrea, y cómo aclaró mi mente, supe que debía ir por otro camino.

Ser sincero conmigo mismo, y en el transcurso, no lastimar más a mi Dalila.

—Dos malditos días.—escupe—Hace dos malditos días después de dos meses de sufrimiento me decidí a al fin  dejarte ir y tu reapareces de la nada. ¡Es tan frustrante!

Recibo los gritos, su enojo, la ola de furia que la recorre porque me lo merezco. Me quedo en silencio, y le permito que me lo tire todo. Sus cargas, las penas, el malestar que yo le generé. Todo. Ajusto los hombros hacia atrás, y me preparo para recibir más.

—¡Te fuiste y me tuve que enterar por tú hermana!  ¡Nunca me había sentido así de sola!—traga saliva, y hace un gran esfuerzo por apartar las lágrimas que se forman en sus ojos.

—Te dije que no sabia nada sobre relaciones, y no es excusa, pero quiero enmendarlo. Necesito hacerlo, bella bruna. Muéstrame cómo, te prometo que haré lo que sea que me pidas.

—Es demasiado tarde. —de un segundo al otro, la tengo a escasos centímetros, con el mentón en alto y una obvia aversión hacia mi.

Mi mano se pasea por mi pecho. Apenas tolero la opresión que se instala allí.

—En dos días no puedes olvidarme. —murmuro.—o dos meses, ni siquiera si hubiesen pasado dos años. Por más duro que trates, lo mucho que lo desees. Tú y yo no somos negociables. Vamos a terminar juntos. Así debe ser.

—Cállate, estoy hablando yo.

Basta de eso. Esto está sucediendo porque no abrí la boca a tiempo.

—Cuando entraste por ese bar, merda, jamás había visto algo tan hermoso. En el instante que oí tu risa quedé cautivado. No podía ni quería apartar los ojos de ti, de hecho, no lo hice en ningún momento.

—Silencio. —advierte.

Solo me empuja a seguir.

—Tienes razón en una parte, Dalila. Verte con ese imbécil me hizo morir de celos, pero tu eres más que un simple sentimiento de posesión para que yo decida quedarme. Me llevó un océano entre nosotros para quitarme el velo y comprenderlo, pero eres perfecta para mi. Y aunque nunca voy a estar a tú nivel, y probablemente jamás te merezca, voy a esforzarme todos los días por el resto de mi vida para estar lo más cerca a eso.

Hay emoción en su mirada, pero hasta yo reconozco que esto no va a bastar.

—Tú me echaste de tú vida y pretendes que vuelva por unas cuantas palabras bonitas. ¡Tú me echaste! —remarca.

Identificar sus sentimientos hacia mi en estos momentos es difícil. No sé si me odia más de lo que está herida, y yo me rebano los sesos para averiguar cómo mejorarlo. Lo descubrí anoche en el restaurante. No sé cómo voy a manejarlo si ella me vuelve a rechazar y no puedo hacer nada al respecto para revertirlo. Me va a destruir.

Una guerra entre mafias no lo hizo, pero si esta mujer no me perdona probablemente lo haga.

—Lo sé, y reconozco lo jodido que fue. Pero ahora te ruego que regreses, que aceptes a este idiota que te pide otra oportunidad. ¿Me oyes? te prometo que voy a hacer que te canses de mi, pero porque no te dejaré sola ni un solo día. Si me recibes en tú vida, bella bruna, será para la eternidad.

—Mi confianza en tí ya no existe. Tus promesas no valen nada.—sentencia.

—¿Qué hay de mi corazón? —cuestiono.

De pronto se muestra aturdida.

—¿Qué? 

—Te ofrezco mi corazón, Dalila. ¿Eso vale algo?

Su rostro se desfigura por la cólera y ciertamente no esperaba esa reacción.

Agarro sus puños en el aire cuando arremete contra mi, atónito, envuelvo sus manos entre el calor de las mías y las llevo a mi pecho, justo sobre el órgano palpitante, que como un tambor, no para de golpear a un ritmo constante y retumbante.

—Eres un egoísta de mierda. —sisea, y se remueve, tirando de sus brazos.—¡No puedes venir y decirme algo como esto ahora! ¡No cuando te ví ayer con ella!

¿Ella? sacudo la cabeza.

—Cálmate para que podamos hablar.

—¿Sabes lo mucho que recé para no amarte más? ¿Para arrancarme este sentimiento que no me permite respirar? ¡No podía dormir! ¡Y tú tienes la osadía luego de tanto llanto y malestar, de decirme que me ofreces tú corazón! ¡Eres un... un... idiota!

Una astilla se clava en el centro de mi pecho. Más que nunca reconozco que soy la causa de haberle traído tanto dolor, como decepción.

—¡No puedes arreglar el daño que me hiciste!

—Ya sé, Dalila, pero puedo pasarme el resto de mis días intentando compensarlo.

—Te dije cuál era mi mayor temor y todo lo que te pedí fue...—su voz se quiebra, y una parte de mi se rompe junto con ella.

Inhala y exhala por la boca. Esa mirada fría que estoy aprendiendo a odiar muy rápido, porque significa que está a kilómetros de mi por más que la tenga en mis brazos como ahora, endurece su expresión.

Bella bruna.—ruego.

Alza el mentón.

—Súeltame.

El pánico vuelve a florecer.

—Por favor, te imploro que me escuches.

El hombre que está acostumbrado a que le rueguen es a quien le toca ahora aprender a humillarse.

¿Quiere que me arrodille? me arrodillo.

Pero Dalila se me adelante alzándose unos centímetros del suelo al ponerse en puntas de pie, y me quedo pasmado, porque une sus suaves labios con los míos. Su forma de besarme ya no es igual. Es breve, rudo, y lejos de tener el afecto que guardaba por mi en el pasado.

Pero yo suelto un gruñido que sube por mi pecho y se desliza de mis labios, ansioso. Como un famélico probando un bocado de comida después de tantos meses hambriento.

No llego a soltar sus manos y guiar las mías a su nuca para profundizarlo que se aleja, y yo me quedo con las ganas de sentirla por más tiempo. Me da igual si fue brusco, y áspero, es mejor que nada.

Me mira directamente a los ojos, y yo, aún procesando que me ha besado, es cruda y mortal con lo que me dice.

—Estoy haciendo lo que me pediste. Miro hacia adelante, y tú no eres parte de eso.

Se aparta con un empujón, dándome la espalda, recorre los últimos metros del pasillo hasta desaparecer cuando gira en dirección a los ascensores.

Me quedo donde estoy. A duras penas me mantengo firme en mi lugar. Estos sentimientos se desatan todos a la vez. Tan complicado de controlar. Suelto un jadeo, abrumado por la forma en la que mi estómago se ha hecho un nudo y mi garganta se cierra.

¿Así es amar a alguien? no. Así es amar a Dalila. Todo o nada. Y yo lo quiero todo.

—La amas de verdad.

Me volteo hacia la puerta al oír el sonido de una voz vagamente familiar.

Katherine está allí, con los brazos cruzados y su rubio cabello recogido con un adorno rosado y demasiado cursi.

No había notado su presencia.

Aprieto la mandíbula, y murmuro que así es.

Hay un poco de recelo bailando en sus iris, pero su mirada se vuelve más gentil, y suspira. La puerta del salón se abre, y por ella sale mi hermana.

Los tres estamos en el pasillo. Antes me parecía muy grande y frío para Dalila y para mi. Ahora creo que está muy lleno.

—¿Cuánto escuchaste? —inquiero.

La rubia no se muestra culpable por ser una chismosa.

—El final. —hace una mueca con los labios.

Andrea bufa, y yo doy un corto asentimiento con la cabeza.

—Venía dispuesta a asfixiarte con tú propia corbata. Aunque le expliqué cómo eran las cosas. —le da una mirada de reproche. Arqueo una ceja, curioso.—No, sobre eso.—abre ligeramente los ojos.—Pero lo haré esta noche.

Asiento por segunda vez, y Katherine se ve confundida como la mierda.

Andrea le da un beso en la mejilla.

—Oh, ¿ese tema que me dijiste que era sumamente esencial que conversemos?

—Si.

—De acuerdo, ¿qué tan serio es? —su nariz se arruga.

—Mucho. —me dedica una mirada de refilón.

—Bueno, pero eso será para más tarde. —la rubia se dirige a mi.—Tú.—sus párpados se entrecierran.—¿Harías lo que fuese para que mi amiga regrese a tú lado?

—Lo que sea. —respondo sin titubear.

Sin embargo, no entiendo por qué está tan interesada en tratar esto conmigo. Es obvio que no soy de su agrado.

Arquea una ceja, y en su delgado rostro, se dibuja una expresión de evaluación. Está evaluando qué tanto estoy dispuesto realmente. Recorre mis facciones con su aguda mirada, y Andrea retiene una risa, la miro, ella se encoge de hombros.

—¿Le darías tú dinero si te lo pidiera?

¿Con tal de que me perdone?

—Hasta el último centavo. —pura seriedad en mi respuesta.

Hace un ruidito de incredulidad.

—¿La seguirías a otro país?

—Cruzaría el mundo por ella.

Se relame los labios.

—Suena muy lindo lo que dices, pero no vas a recuperarla con eso.

Que esta chica con síndrome del unicornio parlanchín me lo recuerde, me pone de muy malhumor. Ya lo sé. A Dalila no se la puede comprar, o persuadir con viajes, una tarjeta con fondos ilimitados, joyas y dólares encima de una mesa. Es lo opuesto a una materialista. Tampoco deseo hacer eso, lo haría, si fuese la dirección correcta, pero como todos aquí ya sabemos, no va a funcionar. Me arrojaría todo por el balcón de su departamento. Además, quiero ganarme su perdón genuinamente. Y con objetos brillantes eso no va a suceder. Sólo contribuirá a que me odie todavía más. Mi corazón da un vuelco ante esa realización. A este punto pretender que ella no me detesta sería de ingenuos, y de idiotas.

No obstante, percibo que Katherine podría estar dispuesta a ayudarme, sino, no estaría aquí tan tranquila. Andrea lo dijo. Vino con el objetivo de echarme en cara lo mal que me comporté con su amiga, pero creo que algo la hizo cambiar de parecer.

Gracias Dios por esta chismosa.

—¿Cómo? —inquiero.—Dime cómo.—ese lado de mi, al que no le gusta pedir favores, y está acostumbrado a exigir en lugar de consultar, sale a la luz. Ella me contempla, y le da un golpecito con su tacón al suelo. Aprieto las muelas. Andrea oculta su sonrisa con un gesto de la mano. Farfullo.—Por favor.

Parece complacida, y los rasgos de su cara se suavizan solo para que un momento después vuelvan a endurecerse.

—Tienes que jurar que esta será la única vez que la vas a cagar así. Porque si hay una próxima, por mi te puedes ir al demonio.

Impaciente por la información, digo que sí, que así va a ser. Lo que es cierto. Nunca más haré sufrir a Dalila de esta manera.

Ella inspira hondo, y sus orbes se mueven a mi hermana, quien le guiña el ojo y le susurra que está bien. Que confíe en mi. Estoy a nada de sacudirla y decirle que empiece a soltar la lengua, pero soy un buen chico, y aguardo. La rubia vacila un poco, entonces vuelve la mirada a donde estoy de pie, y con reserva, hace un breve movimiento afirmativo.

—Me vas a deber una enorme. —avisa.

No existe precio demasiado alto cuando se trata sobre Dalila.

—Empieza a hablar.

•••


Dalila POV's

Creí que asistir a la boda de mi hermano era lo que necesitaba para quitarlo de mi mente por completo. Porque ya lo había decidido, pero requería de algo que me ayudase a poner mis pensamientos en otra parte. Necesitaba focalizarme en algo más que el duelo a una relación que ni siquiera había existido. Que era unilateral.

Esa era la oportunidad perfecta.

En una habitación llena de damas de honor, con una novia muy histérica y detalles por culminar. Entre canapés de mariscos que sabían fatal y una ceremonia para llorar. Con mi hermano mayor de pie en el altar, sujetando las manos de la mujer que amaba mientras le recitaba los votos que prometía jamás romper.

Entonces él regreso.

La noche de la cena de ensayo, allí estaba, de pie en el lobby del Hotel. Casi puedo jurar que mi cuerpo reconoció su presencia en la habitación antes de que mis ojos pudieran detectarlo. Me paralicé. Pensé que estaba soñando. Entonces ví que estaba acompañado de Vanina. ¿Cómo se me pudo olvidar eso? Ella me había dicho que iría a visitarlo a Europa. No quiero imaginarme lo que sucedió entre ellos. Pero era obvio. ¿Cuánto tiempo un hombre como él puede durar soltero? o al menos, sin una chica en su cama.

Pero tiene la osadía de ofrecerme unas disculpas... y su corazón.

Meto la ropa en la maleta con más brusquedad de la que me gustaría, con la cabeza a mil mientras revivo por décima sexta vez nuestra última conversación. Yo me había jurado superarlo. Le dije que lo había superado. Lo que no es cierto, porque no habían pasado más de dos putos días desde que le envié ese estúpido mensaje que, cabe recalcar, no contestó.

El círculo se repite.

Aunque en serio había empezado a asimilarlo. Que él ya no estaba. Había empezado a manejar mejor. Porque tenía que continuar con mi vida, y dejar de quedarme encerrada en casa o hacer horario extra en el gimnasio hasta tener el cuerpo desgastado y sin energias. Entonces recordé la oferta de Bruno, lo llamé y le pregunté si quería ser mi acompañante.

Obviamente le aclaré que iríamos en calidad de amigos, y que si eso no se ajustaba a sus expectativas, podía asistir sola.

Vino a la cena de ensayo, jamás se propasó, o hizo algún movimiento indebido. Cuando nos encontramos con Alexandro fue muy notorio que había quedado afectada, y charlamos. Le conté más o menos como habían terminado las cosas, sin entrar en detalles. Me entendió todavía más. Supo que nunca iba a ocurrir algo entre nosotros, y lo aceptó.

Amigos. Eso es lo que dijimos.

Esa misma noche intenté que Joan no viera lo conmocionada que estaba, así que puse una sonrisa en mis labios y seguí.

Más tarde la cena llegó a su fin, y los invitados que tenían una habitación se marcharon a la privacidad de sus cuartos para tener algo de descanso a horas del gran día. Entre ellos, mi hermano con Cristina, unas pocas damas de honor y Kat con Andrea. El resto, se fueron a sus respectivas casas. Incluído Bruno.

Pero yo me quedé en el bar, aún sabiendo que estaba tentando mi capacidad para no sucumbir al deseo de beber una copa de vino. Allí me quedé. Sentada. Con un vaso de agua cuando quería otra cosa en su lugar, matándome la cabeza para averiguar la razón que lo había traído de vuelta. Pensando si lo suyo con Vannia era serio, y si con ella hizo lo que no quiso conmigo. Tener una relación, ser más que dos personas que follan.

Entonces mientras me regañaba porque se suponía que lo había puesto en el pasado, y que esto era algo que podía pasar y para lo que tenía que acostumbrarme. Como más interacciones breves e incómodas, sobre todo porque es familia directa de la italiana, él también tuvo que poner su imponente presencia en ese estúpido bar del restaurante. Con ese impecable traje, y el reloj que adornaba su muñeca.

Elegante, recto, pulido. No puedo describirlo de otra manera. Esa era su apariencia. De un hombre tranquilo, muy educado, y asquerosamente rico.

Alguien que no pasó los últimos dos meses sufriendo por otra persona.

Me sentí más estúpida. Yo llorando y él por ahí en Europa, seguramente en compañía de Vannia.

Me costó cada fibra de mi ser mantener la compostura y no derrumbarme allí mismo. Quería llorar, gritarle, y a la vez, fundir la nariz en la tela de su saco para llenar mis pulmones con su perfume.

Abrió la boca y yo quería que se callara. Pero también quería oír su voz durante horas. Ocho semanas sin escucharlo. Grave, ronco, acento marcado. Jodido paraíso.

Era bastante contradictorio.

En menos de diez minutos tuvo la desfachatez de mencionar a Bruno, y eso de cambiarle el nombre, antes me causaba gracia, en ese momento me irritó.

Me puso en esa posición donde me cuestioné, por más absurdo que fuera, si estaba celoso, y si aún guardaba un mínimo destello de interés por mi. Yo sé que en absoluto era así, así que me obligué a parar con la secuencia de delirios. Lo que me llevó a abrir más la herida que causó su rechazo en el pasado. De nuevo, estaba ese quizás, ese tal vez. ¿Y si me quiere?. Ugh, que tonta.

¿Y qué fue eso de preguntarme cómo estaba?

Como si no me hubiera echado de su departamento después de confesarle mis sentimientos, como si fuéramos unos conocidos que se reencuentran por casualidad. Tan impersonal, allí con su copa de brandy, mirándome con esos ojos negros impenetrables, me hizo sentir descartable.

Al igual que me hicieron sentir mis padres.

Estuve semanas luchando con los monstruos de mi pasado, y él, Dios, y él me preguntó que como estaba.

¿Por dónde debía empezar? debí empezar con que apenas si he dormido desde que se fue, o que durante todo este tipo me la pasé trabajando en exceso, y que me alimento mal. ¡Mejor aún! podría haberle contado que casi me rindo a una de las tantas adicciones que tenía mi padre, y que si no me cuido, potencialmente la pueda heredar.

Sacudo la cabeza.

Me contuve para ser educada, pero tenía que largarme de allí. Definitivamente, tenía que marcharme a mi habitación si pretendía no derrumbarme delante suyo.

Porque Alexandro era mi pasado, y por fin había entendido que aunque tenía lindas memorias junto a él, probablemente quedaron manchadas para siempre con su indiscutible insensibilidad al irse así.

Miro la ropa que está doblada dentro de la maleta revisando mentalmente la cantidad de prendas que puse allí y mientras tanto agarro el neceser sobre la cama. Camino hasta el baño, guardando dentro el cepillo de dientes, algo de mi maquillaje, y otras cosas más que puedo llegar a necesitar. Me doy un rápido vistazo en el espejo.

Tengo un aspecto decente. El rubor en las mejillas y el corrector para cubrir los círculos debajo de mis ojos ayudó. Mi pelo está brillante y se ve muy suave. Parpadeo. Me digo que no estoy tan mal, a pesar de mi rostro más delgado y la mirada apagada. Me doy otro repaso. Sonrío frente al espejo, pero mis ojos siguen como dos pozos negros sin mucha emoción, y termino por suspirar, diciéndome esta vez que pronto mis sonrisas serán más genuinas y mucho más espontáneas.

Me encojo de hombros.

Al menos lo estoy intentando de verdad.

Quiero decir, en serio estoy luchando para borrarlo de mi mente.

Sin embargo, pronto me doy cuenta de que estoy pensando en él, otra vez.

Pero es que esa escena del bar me pone furiosa de sólo recordarla, y después, mierda, ¿por qué se metió a la celebración de la boda? estaba teniendo un buen rato. Lo estaba disfrutando. Quizás porque ya me había hecho a la idea de que el Señor Cavicchini se encontraba a miles de kilómetros de distancia, y dolió, por supuesto que lo hizo pero también había alivio. No tenía temor de cruzarlo en los pasillos del hotel, o en el restaurante. No tenía que volver a retener las lágrimas ni esforzarme por aguantarle la mirada. Además, ya no importaba si estaba con Vannia o no,  porque de igual forma eso no iba a alterar el hecho de que él jamás me escogería a mi. Soltero o no. Alexandro no me amaba. Por lo que continúe. Cené, bailé, y me reí a carcajadas. Fui libre de una mente atormentada con su rostro y sus falsas promesas durante un par de horas.

Hasta que entró al salón, y me sentí acorralada. En tensión, con el corazón expuesto y sangrante, no sabía como diablos haría otra vez para pretender que no me estaba matando verlo allí.

¿Por qué se había quedado otra noche más? y, ¿por qué no estaba Vannia a su lado? Me puse nerviosa, ansiosa, y quería irme. Pero no podía hacerle eso a Joan.

Así que me quedé.

Sin embargo, Bruno se percató de que mi humor había sufrido un cambio radical, por segunda vez en menos de veinticuatro horas, y con un susurro en mi oído y clara preocupación brillando en sus orbes, me preguntó si me quería marchar mientras sus brazos me rodeaban y la clásica musica del vals nos envolvía. Le comenté que lo más probable es que él estuviera allí por Andrea, aunque ella se había ido del salón hacia algunos minutos, y que yo no iba a ser la que se fuera. Parecía estar conforme con mi respuesta, pero luego, debió notar algo extraño y me dijo que no creía que el Italiano estuviera allí sólo por su hermana.

Ahí llegó su propuesta.

"¿Que tal si probamos qué tanto te ha superado?" le contesté que Alexandro ya había pasado página hacía mucho, y que yo no le importaba de esa forma. Que jamás lo hice. Meneó la cabeza, sospechando por alguna razón que eso no era del todo cierto. "¿En serio? yo digo que ayer parecía bastante molesto al verme contigo. Creo que estás equivocada" me reí y le prometí que ese no era el caso. Por favor. El hombre Armani es todo menos sentimientos.

Bruno acercó su nariz a la mía, y de pronto puso su atención hacia los invitados, más allá de la gente que estaba en la pista de baile.

"¿Por qué no probamos lo errada que estás?"

Me besó.

Oh, me enojé muchísimo.

Yo no quería ese beso.

Es estúpido, lo sé, pero no había besado a nadie más que al italiano después de que habíamos terminado. Yo quería que se quedara así por un tiempo. Incluso si me había pisoteado el corazón, yo no quería otra boca sobre la mía. No estaba lista para esa clase de intimidad, no después de experimentar lo que era estar con alguien como él.

La emoción, la expectativa, el calor y la sensación de cada punto sensible de mi cuerpo reaccionando gracias a él.

Ni siquiera hablemos sobre follar con alguien más.

Diablos, no está dentro de mis planes entregarme a otra persona hasta que sepa que estoy con todas mis heridas sanas y bien cicatrizadas. Sino, cada roce, cada toque, cada jodida caricia me lo traerá de vuelta a él.

Hoy puedo asegurar que no soporto la idea de otras manos recorriendo mi piel. Por más molesta y dolida que me encuentre, todavía lo tengo en mi sistema. Lo que me asusta un poco. ¿Qué pasa si nunca logro que mi cuerpo lo olvide? puedo forzar mi cerebro, pero mi piel, reconocería la punta de sus dedos recorriendo mi columna desnuda como lo hizo en el pasado, cuando ambos estábamos acostados en mi diminuta cama. Yo recostada sobre su amplio y fuerte pecho, con mi espalda descubierta siendo un lienzo en blanco para sus dulces garabatos.

Aprieto los labios en una delgada línea.

¿No era que ya no iba a darle más vueltas?

Regreso a mi habitación, y pongo dentro de la maleta el neceser. ¿Qué más falta? cruzo los brazos por delante del pecho.

Tengo dos semanas libres del gimnasio, y Kat también de su trabajo, así que su novia, (todavía no es oficial pero por como van las cosas no creo que falte mucho para eso), nos invitó a una casa que rentó en New Port para pasar las primeras semanas del año. Con chocolate caliente, los copos de nieve cayendo afuera y muchas tiendas de ropa muy costosas.

La invitación llegó el día antes de la boda de Joan y estuve bastante tentada a negarme, pero sabía que continuar excluida de planes a los que me invitaban no era la solución. Me prometí que haría un cambio. Por lo que acepté. Kat estaba tan contenta. Sonrío. Sé que tengo que compensarle muchísimo, no he sido una buena amiga durante estos meses.

Está fuera de temporada, usualmente la gente va a New Port en primavera o verano, pero la italiana nos dijo que le encantaría llevarnos allí para escaparnos un poco del ajetreo de la gran manzana, ya que ella también necesita un descanso del ruido de las máquinas del casino y los clientes complicados. Además, mencionó que renovar de vez en cuando el entorno era sano y que hacía muy bien.  Cuando dijo aquello me miró a mi. Suspiro. Espero que tenga razón.

En fin, ¿debería llevar mis botas con tacón? miro la maleta que está a punto de reventar. Haré espacio. Tienen que ir.

Pongo las botas, y después de varios resoplidos, una solitaria gota de sudor descendiendo por el costado de mi frente y la respiración un poquito agitada, puedo cerrar el cierre de la maleta. Admiro mi obra con orgullo, y me río, podría ser absurdo para alguien la cantidad de ropa que metí ahí adentro. A mi favor, serán dos semanas enteras fuera de casa, nunca se sabe con exactitud que es lo que podría llegar a prescindir.

Arrastro el equipaje hacia la sala de estar, y busco con los ojos mi celular. Está sobre la mesa. Extiendo la mano para agarrar el aparato. Se supone que las chicas estarán aquí en veinte minutos.

Estoy ilusionada. En serio creo que este será un buen viaje.

El escape perfecto de todo el lío que ha sido últimamente Nueva York.

Es raro, solía amar esta ciudad, pero cuando Andrea me ofreció unas vacaciones casi pude saborear la calma que me daría no estar en el mismo sitio donde me enamoré por primera vez. No es justo, lo sé, Nueva York no me hizo nada a mi, y todavía la amo, sólo que tenemos que tener algo de espacio. Para que a mi regreso, pueda volver a disfrutarla como solía hacerlo.

Me siento en el sofá, pero no sin revisar por última vez el reloj de mi celular. Quince minutos. Me acomodo en el mullido almohadón, y me permito divagar mis pensamientos hacia la celebración de la boda. Porque, bueno, ¿qué fue todo eso que el hombre Armani me dijo?

Muerdo mi labio inferior.

Ojalá New Port me ayude a eliminarlo de mi cabeza de una vez por todas, mientras tanto, mientras esté en la ciudad, voy a exprimirme el cerebro para hallarle un sentido. Parece razonable. Sólo aquí. Una vez que me suba al coche y esté en ruta a mis vacaciones, lo pondré en una caja y ahí se va a quedar.

Debo admitir que sí parecía molesto al verme con Bruno en la fiesta, mucho, y con ese traje azul marino al cuerpo. Joder. No sabía si enfadarme o darle una que otra mirada robada. Siempre lleva trajes de color negro. Me pregunto qué lo hizo cambiar de elección. Como sea, irradiaba poder y peligro. También note que estaba más... grande. Musculoso.

Como si a ese hombre antes le hubiera faltado unas sesiones en el gimnasio.

Casi pierdo el aliento al palpar sus brazos cuando hizo el intento de bailar conmigo. Sentí los músculos duros a través de la tela de su saco, y su espalda, más ancha. También su pecho. Odio lo perfecto que estaba. Enfundado en ese traje a medida, con las caderas estrechas y las piernas fuertes.

Echo la cabeza hacia atrás, descansando la nuca en el respaldo del sofá.

Me asalta un largo suspiro cayendo de mis labios, y aprieto los párpados, repitiendo la imagen de su rostro debajo de la cálida iluminación de la boda. Aunque no había nada cálido ni tierno en su expresión. Parecía que quería asesinarme allí mismo. O castigarme. Bufo. ¿Qué estoy diciendo? probablemente estaba aburrido. Detesta los eventos sociales con mucha gente. Sin embargo, eso no explica el porqué se acercó a mi.

Aprieto la mandíbula.

Casi puedo sentir su mano deslizarse por mi espalda baja otra vez, y tirar de mi hacia su pecho, balanceando nuestros cuerpos en la pista de baile. Sin duda estaba marcando un punto allí, y era más para Bruno que para mi. El boxeador no debió besarme, pero tampoco Alexandro tenía que tratarlo así. Era algo que yo podía solucionar. Estaba por hacerlo hasta que él interfirió.

¿Por qué lo hizo? ¿Por qué le importó? ¿Le importó?

El Señor Cavicchini es tan complejo. Tan difícil de descifrar. O tal vez no. Quizás no es más que un arrogante y bestia, al que le disgusta enterarse, por mero orgullo y ego, que la chica a quién le quitó la virginidad está con otro.

Pero el nunca fue así conmigo. Nunca fue condescendiente, ni frío, o carente de sensibilidad. No hasta que me echó de su casa, al menos.

Desearía que ese texto que le mandé hubiera sido el final para ambos. Como quise que sea al apretar la opción de enviar. Mejor dicho. Que hubiese sido el final para mi, un cierre, porque es evidente que estoy sola en esto. Que no es ni será recíproco.

Se quedó para disculparse conmigo, para limpiar su consciencia. ¿Su corazón? no me lo dió esa noche, y dudo que mi nombre esté de repente allí escrito para dármelo ahora. Algo de culpa, remordimiento, y mucho cinismo para dirigirse a mi como si nada hubiera ocurrido.

La pantalla de mi celular se ilumina con un nuevo texto. Andrea y Kat llegaron antes de lo previsto, las dos ya tienen su equipaje en el coche. Hace varias noches que la rubia va a dormir con la italiana.

Me pongo de pie y me cubro para estar lo más aislada del frío posible. Con el abrigo, un gorro y la bufanda. Está haciendo un clima terrible, y no quiero enfermarme otra vez. Agarro la maleta y con la mano libre el manojo de llaves del departamento. Apago las luces y cierro la puerta.

El trayecto por el pasillo es corto y los segundos dentro del ascensor pasan en un parpadeo.

Le doy un asentimiento en señal de saludo al Señor York, y este, muy amable y atento, abre la puerta para que pueda salir del edificio.

La fría brisa me recibe, con una sutil ventisca de aguanieve que moja mis mejillas. Me despido con una sonrisa, apurada al vislumbrar el coche de la italiana aparcado en doble fila justo delante del condominio de departamentos, mientras otros autos impacientes le hacen sonar al claxon para que se mueva.

El maletero se abre y yo guardo mis pertenencias allí, con un suspiro que cae de mis labios debido al peso de la valija.

No me voy a retractar. Puede que use todo lo que empaqué. Quién sabe.

Abro la puerta de atrás y me meto dentro, a gusto de inmediato gracias a la calefacción del auto.

Andrea me mira por el espejo retrovisor y me guiña un ojo. Kat gira el rostro hacia mi.

Sonríe enormemente.

—¡Oficialmente comienzan las vacaciones de chicas!

Le devuelvo la sonrisa.

Así es.

Oficialmente Nueva York queda atrás, con sus luces, el bullicio y su particular encanto.

También el Señor Cavicchini.


•••

Hola ❤️

breve importante aclaración.

Quizás ustedes esperaban más "acción" por parte de Alexandro al ver como Bruno besa a Dalila. Pero como él mismo logra ver, ella no lo pidió, y creo que está bueno a veces entender que a veces un personaje masculino violento porque sí, (por celos, posesividad, etc) no significa que siempre sea la mejor reacción. Acá Alex pone por delante las necesidades de ella. Sabe que no puede arruinar la boda de su hermano, (aunque es su impulso más primario) por primera vez, tiene responsabilidad afectiva. No sólo le da regalos y le dice palabras lindas como antes. Logra entender que tiene que cuidarla también de otra forma.
Sin embargo, le cuesta, pero lo hace.
Acá importa Dalila, no Alex y sus impulsos de hombre macho pecho peludo jajaja ❤️ él sabe que la cagó y tiene que haber un cambio.

Pero en fin, él también advierte lo malo que puede llegar a ser... para aquellas que quizás perdieron las esperanzas de ver ese costado suyo.

Por ahora, cuida a Dalila de una forma más madura, que es lo que ella NECESITA, incluso si no lo sabe.

Eso es todo.

Lxs tqm.

Besitos.

Belén 🦋

Pd: acá va mi Instagram: librosdebelu

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