Toda esta oscuridad

By AnnaMarquez_

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Italo está atrapado en un abismo que parece no tener salida. Sobrevive de empleos temporales, pero sus noches... More

Toda esta oscuridad
Epígrafe
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By AnnaMarquez_

Vero se presentó muy temprano por la mañana al día siguiente, no solo tocando la puerta, sino gritando mi nombre para que me apurara. Incluso antes de abrir los ojos, una parte de mí ya tenía el presentimiento no solo de que vendría, sino el porqué. Con toda probabilidad, fue esa la razón por la cual me costó tal trabajo conciliar el sueño, más allá de mis frecuentes insomnios; era eso o que estuviese esperando a que la sombra se apareciera para darme algunas de las respuestas que supliqué hasta las tantas de la madrugada, como que viniera a decirme si acaso se refería a ti cuando me advirtió que algo, lo que fuera, ya venía.

Aunque también estaba sobre la mesa la posibilidad de que lo que me mantuvo ese tiempo en vela fuese la perturbación que me provocaste al estar tan cerca, el inhalar profundo y aún sentir a mi alrededor tu aroma atascado en mi cabello, como una suerte de planta enredadera de pantano, que no pretendía soltarme hasta estar segura de que mis pulmones estaban llenos de lodo. Que ya estaba muerto.

Aunque si quieres que sea honesto, también existe una tercera posibilidad, y esta es que cada vez que cerré los ojos con la esperanza de encontrarme con un sueño tan profundo que se pareciese más a la muerte que al descanso, todo lo que vi fraguado en mis párpados eran las quemaduras que ahora te atravesaban esa piel pálida, la forma en que interrumpan el sendero cerúleo de tus venas. Esos antebrazos adornados con el rojo brillante que con el pasar de las horas y los días se volvería marrón, me arrebataron el sueño. El cuello esbelto, con esa marca que quien no te viera con detenimiento podría confundir muy fácil con el rastro de un beso acalorado. Había calor, eso no puedo esconderlo, y a veces la ceniza se parecía mucho a las caricias.

Me descubrí dándole demasiadas vueltas a lo sucedido, solo para caer en cuenta de que había disfrutado muchísimo haciéndote daño. Que reconocer el dolor en tu voz y tu cara cada vez que te quemé con el cigarro me provocó un sentimiento alarmante en la boca del estómago, uno muy parecido al que ahora me invade cuando abro la puerta del congelador y me golpea la brisa helada que arrastra el aroma de la sangre; cada vez que deslizo la lengua por la superficie resbalosa de los músculos.

Casi sin mi permiso, mi imaginación divagó más tiempo del debido en esos claroscuros demasiado puntiagudos como para recorrerlos en plena libertad. Pensé en marcarte no con fuego, sino con acero. Con ver brillar no solo tus ojos, sino el filo de un cuchillo, o la primera gota de sangre que se escurriera y serpenteara alrededor de tu cuerpo, como no queriendo abandonarlo, antes de estrellarse contra el suelo. En cierto punto, la idea de provocarte un sufrimiento que te instara a dejar atrás los siseos para dar paso a los gritos y las plegarias, fueran estas ya sea "sigue" o "detente", incluso me puso duro. Claro que a Verónica no le dije eso, sino que no pude dormir por las pesadillas, lo cual no era del todo mentira. La línea entre mi angustia y mi deseo se parece más a una cadena que a una pared, y más cuando va a tono con tus ojos en mis sueños.

Por supuesto, lo primero que me preguntó fue qué había sucedido la noche anterior, pues incluso después de que termináramos nuestra conversación, si se le puede llamar así, me tomó un buen rato componerme lo suficiente como para regresar a La Capilla con una sensación de dignidad intacta. Cuando lo conseguí, empero, fue nada más que a despedirme y decir que ya me iba. No les di más explicaciones porque me escaseaban las palabras y me sobraba todo lo demás, así que a Verónica solo le dije que le contaría después. Esa mañana tan temprano era su autoimpuesto "después", y yo no iba a pelear al respecto.

La recibí en pijama, ella entró y tomó asiento en el sofá, cruzó las piernas envueltas en medias de red, se arregló el cabello encendido en fuego y me contempló como si mi sala fuera el set de un programa de entrevistas y se me estuviera yendo el tiempo para comenzar a hablar. No tenía mucha idea de la hora exacta, pero el sol ya se colaba por la ventana, por lo que debía rondar el medio día; olía a perfume y sol.

Aún con los estragos de la noche circulando por mi cuerpo, me senté en el suelo, extendí las manos sobre las losetas y dejé que el frío me trepara por los dedos para poner en orden mis ideas. El suspiro que me salió de la boca debió ser el más largo que solté en toda mi vida.

—Regresó el viernes, al menos hasta donde yo sé —dije, como si fuera más una declaración judicial que una conversación entre amigos—. Lo vi mientras estábamos tocando, el pendejo encima aplaudió cuando terminamos y todo. Quise pensar que no era él, pero sí era. Después me lo topé en el baño porque me siguió y me hizo plática como si nada, aunque no hablamos mucho, pues lo mandé a chingar a su puta madre, obviamente.

Dejó caer la cabeza hacia atrás sobre el respaldo del sofá, como si fuera lo peor que escuchó en su vida y no podía culparla. Tu presencia también era lo más horrible que le había pasado a la mía.

—¿Y qué chingados quería ayer?

Me encogí de hombros, sin saber qué respuesta ofrecerle.

—No tengo ni la menor idea, se me pasó preguntarle, y es que la verdad no es que me importe mucho tampoco. Según él, dijo que regresó por mí. Que para compensarme y no sé cuánta mamada más.

—¿Te va a pagar regalías o qué? —Su tono ácido y burlón me arrebató una risa.

—Hasta crees, si hay alguien más muerto de hambre que yo, es él.

Reconocí el momento exacto en el que su mirada pareció desviarse y se perdió en un vacío más allá de las paredes blancas del departamento, en medio de una frustración muy bien medida adornando su entrecejo. Saberla molesta a esos niveles, tan impotente como yo mismo, me recordó el motivo por el cual llevaba siendo mi mejor amiga tanto tiempo, y por qué ocupaba un lugar altísimo en la lista de personas que eran una prioridad en mi vida: si alguien podía llegar a comprender algunas de las cosas que se retorcían en mis entrañas cuando los planes salían muy distinto a lo pensado, era ella. Nadie más consiguió nunca construir un lazo de comprensión siquiera parecido a ese.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó, luego de un rato, y lo hizo sonar como un "¿qué vamos a hacer?".

—¿Qué me queda? Lo único es esperar a que por una vez tenga en cuenta lo que yo quiero y me deje en paz, pero los dos sabemos que eso no va a pasar. —La resignación era un sentimiento que llevaba acompañándome la vida entera, mas no adquirió un cariz desesperado, sino hasta que llegaste tú.

—Y claro que no, pinche pendejo, todo quiere que se haga como él dice. Me caga. —Resopló con muy mal genio mientras negaba con la cabeza y parecía meditar las opciones. No la detuve, incluso cuando yo mismo había tratado de resolver alguna alternativa, una salida de emergencia, que me mantuviera lejos del incendio en el que se convertía todo cuando rondabas cerca. No la encontré, ella tampoco lo conseguiría—. También tú, me asombra tu capacidad para agarrar tipos de la verga, te lo tomas como deporte.

—Me gusta la mala vida, ¿no lo habías notado? —La risa floja que solté era producto de una autoconciencia bien fermentada, más que del humor.

Me echó una de sus miradas, una que me decía que aunque ella aseguraba que no, un día sería madre, pues solo ellas eran capaces de conseguir tanto con tan poco. Un vistazo que decía "no me gusta nada lo que dices, pero ya qué puedo hacer contigo". Vero también sabía una o dos cosas sobre la resignación, y a estas alturas del partido, cambiarme no era una de las opciones disponibles.

—Tal vez deberíamos dejar de ir a La Capilla, al menos por un tiempo. En lo que te pierde la pista. —Su sugerencia fue propuesta con cautela.

No había terminado de hablar y yo ya me encontraba negando con la cabeza, esa era una línea que no estaba dispuesto a cruzar. No iba a huir y esconderme como si fuese yo quien debía hacerse a un lado. Ni hablar. Quizá tú habías llegado a La Capilla mucho antes de que yo me mudara siquiera a la ciudad, sin embargo, cuando tú te fuiste, fui yo quien se quedó. Para ti, La Capilla no te merecía. Para mí, era el único lugar que nunca me había cerrado las puertas. En tu ausencia, fui yo quien cuidó del público, quien siguió conectándose a sus amplificadores y bocinas cada fin de semana. Quien se subió al escenario con fiebre de 40º, con el corazón hecho pedazos, con los tragos envenenándole la sangre, con las lágrimas escociendo en los ojos mientras tú jurabas que estabas fraguado para cosas mejores que La Capilla o yo.

Tú abandonaste el bar junto conmigo, pero nosotros nos hicimos compañía. No iba a hacerme a un lado ahora, me gané el derecho de reclamarlo como mío. Después de todo lo que ya me habías quitado, lo único que me faltaba era que también consiguieras arrebatarme dónde desahogarme con mis letras, y mi tequila, y mi guitarra. La Capilla ahora era mía, era todo a lo que mis manos podían aferrarse. Se lo dije a Verónica, y no comprendió la forma en que estaba atado a un bar que a ella le parecía uno como cualquier otro igual que a ti, pero sí el que no quisiera dejarte ganar una batalla en la que siempre tuviste ventaja y apenas ahora, después de tanto tiempo, venía a nivelarse.

Era mi orgullo el que estaba en juego.

—¿Y entonces qué hacemos?

Me encogí de hombros, pues era una pregunta a la que no tenía respuesta ni para mí mismo. Llevaba en ese punto ya dos días tratando de resolverla sin éxito y entonces ya solo me quedaba la esperanza de que la oscuridad del departamento me diera las respuestas.

—Esperar lo mejor, supongo.

No había mucho que ella o yo pudiéramos hacer, y las posibilidades de que tú optaras por ser una persona decente y desistieras de seguir presionando en un sitio en el que no te querían y no eras bienvenido eran nulas. Así que solo quedaba ponerlo en manos del destino. Y si se trataba de cosas del destino que la manera en que salieras de mi camino era que te arrollara el metro, tampoco me hubiese molestado. Todo sea dicho.

Asintió, de la misma manera en que hacían las mujeres de mayor edad en las iglesias luego de implorar por un milagro sin que la porcelana les conceda la gracia: decepcionadas, pero aún con fe.

La invité a quedarse a desayunar y lo hizo, yo preparé toda la comida, que fue nada más que huevo revuelto con jamón. Por lo general le hubiera permitido ayudarme, pero la deseaba lejos de la cocina, más aún cuando mis manos cada vez que me acercaba al refrigerador tenían el impulso de tomar la manija de la nevera y abrirla de par en par para descubrir un secreto que continuaba procesando. Se me secó la boca solo de pensar en el cadáver contorsionado dentro de las paredes llenas de escarcha y en lo que ella tendría para decir al respecto. Cuando tuve una arcada, aseguré que las náuseas eran producto del hambre.

Luego de que se fuera, tomó todo de mí para no buscar mi secreto y estrujarlo con las manos. También me costó mucho luchar con la fantasía de que le hicieras compañía.

¡Hola! Una vez más un par de horas tarde, no puede ser. En mi defensa, renuncié a mi trabajo, comencé en uno nuevo y los horarios me están matando un poco, encima ya que iba a subirlo la laptop decidió actualizarse. Incredible. PERO EL CAPÍTULO YA ESTÁ, QUE ES LO QUE IMPORTA, y por fin el capítulo seis. A partir de aquí, podemos decir que los personajes más importantes ya están planteados, y ahora sí se viene lo bueno.

BTW, me encanta cuando quieren cuidar a Italo, y mientras tanto Italo bien desquiciado con su cosa en el refri, los tqm ldsjg.

Preguntas: ¿qué teorías tienen sobre Damián y su regreso? ¿Creen que estos dos tengan una oportunidad o no mucho? Los leo.

¡Hasta el próximo miércoles!

Xx, Anna. 

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