Juego De Peones

By KatherinneGarcia756

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Desde pequeño, el ajedrez fue en lo único que era bueno y le servía de distracción de su mundo; ahora después... More

Prefacio
Capítulo #1
Capítulo #2
Capítulo #3
Capítulo #4
Capítulo #5
Capítulo #6
Capítulo #7
Capítulo #8
Capítulo #9
Capítulo #10
Capítulo #11

Capítulo #12

7 1 1
By KatherinneGarcia756

La desolación de los últimos días podría volver loco a cualquiera, la gente cuando me mira pasar solo hace gestos de desagrado y me ignoran, porque no tengo donde caerme muerto. Si estuviera más o menos decente ya me hubieran encerrado en un manicomio.

He estado vagando por las calles, con la cabeza gacha igual que mi espíritu. Ya no tenía nada por lo que luchar, conseguía alimento, pero apenas contaba las fuerzas para comer, un nudo en la garganta me impide hacerlo, y que me matara de a poco si otra cosa no se le adelanta.

Los días transcurrieron sin un control de tiempo, unas veces corrían tan deprisa que parecían un video en cámara rápida, y otras daba la impresión de que antes de la puesta de sol, ya habían pasado tres jornadas enteras.

Mi deteriorado estado, no solo no podía comer; sino que, sumado a mi situación en donde no me doy el lujo de limpiar mi ropa y cambiarla, era más que descuidado cuando andaba por ahí sin rumbo.

Hoy en particular, voy caminando por una calle muy concurrida viendo los múltiples establecimientos de comida rápida, dulces y demás. Sabía que se acostumbraba a votar los alimentos que ya no era muy reciente, y ya que tengo hambre seleccionó a cuál callejón de qué establecimiento entro, termino eligiendo un restaurante de hamburguesas.

Al buscar en los contenedores de basura, encuentro varías piezas de pan con carne, inclusive llego a hallar algunas enteras e intactas. De todas esas, no me decido por ninguna, están llenas de cucarachas y moho, la mayoría. La puerta que da al interior del establecimiento se abre, yo me camuflo con las bolsas de basura.

Veo a un muchacho joven salir del local, lleva el uniforme con el logo, por ende debe ser empleado de aquí. Trae consigo unas bolsas negras, las cuales vacía en el contenedor, cuando regresar adentro del restaurante, aprovecho y saldo de mi escondite para revisar lo que han tirado.

De todo el desperdicio, tomo una hamburguesa especial en perfecto estado, la saco y la sacudo y me siento en una esquina para poder comérmela. Antes de darle la primera mordida escucho un maullido, y en efecto era un gato carey: manchas blancas, negras, y marrones de distintos tonos.

Se acerca a mí, con la elegancia felina que poseen, asimilo de manera rápida que quiere que lo alimenté.

‒ No, esta es mía, en la basura hay más —hablo con él, y le explico como si pudiera entenderme. Es obvio que no comprendió cuando le dije que se alejara, porque en menos de un segundo salta encima de mí; atacándome, arañándome con tus garras. Yo en un intento por defenderme, dejo desprotegido mi almuerzo, el animal logra lo que quiere y veloz me arranca la hamburguesa de las manos.

De la misma manera, lo persigo para recuperar mi comida. No me puedo acercar demasiado, sino el gato me rasguña; sin embargo, no hay "pero" que valga cuando se trata de saciar el hambre, así que sin mucho sigilo que abalanzo sobre el felino, con cuidado de que no me llegue a arrancar los ojos, haciendo que de un esfuerzo inútil atacando mi brazo. Termina en fracaso mi intento de salvarme el día, porque entre tanto movimiento la hamburguesa quedo desmoronada, ya solo la podía disfrutar el gato. Me siento idiota por pelear con un animal por comida, sabiendo qué hay más en los contenedores de basura; pero, esa en especial tenía ingredientes extras, que ahora le pertenecen al suelo y al gato.

Regreso al callejón, y vuelvo a rebuscar entre la basura, en eso, me percató algo inusual. No había notado nada sospechoso en la primera hamburguesa, pero al ver el resto de cerca y con más detalle observo que todas están cubiertas en pequeña cantidad por un polvo blanco, y no parece que lo hayan contraído de la basura, no pruebo ni un bocado por seguridad, aunque sí me arriesgo a oler. No tiene un olor aparente.

Sospecho que no se debe tratar de nada importante, en eso veo a varias ratas tiradas en el suelo a muy poca distancia de los contenedores, hay un camino de migajas que lleva a cada una de ellas, y al lado de todas hay alimentos a medio comer, de inmediato intuyo que el polvo blanco es veneno.

Sabiendo esto, vuelvo a ver por curiosidad al gato que me gano el almuerzo, y se encuentra acostado, aun respirando, pero no por mucho porque de un momento a otro se queda inmóvil. Eso me confirma que: aunque sea veneno para ratas, es muy potente. He comido muchas cosas en mal estado, y ninguna me ha hecho daño mayor. Pienso un instante, y dudo por un momento en probar un bocado, pero múltiples pensamientos azotan mi cabeza, que me ponen en un vaivén indeciso. Analizo mi vida actual, y la verdad no sé puede llamar vivir, darme por vencido, ahora no sé si será patético, pero cuando tuve la oportunidad luche con todo lo que tenía; y aun así falle, no pude evitar que me arrebatarán lo que más importa ¿Qué más da ahora?

Mi pensamiento se nubla por tantas las cosas horribles que he pasado, me hundo a mí mismo en un buque mental repitiendo:"¿Para qué seguir luchando?", "De esta, no me voy a poder recuperar", "De nada sirve seguir vivo y sufriendo"

Tomo una de las tantas hamburguesas envenenadas que hay, cuando estoy a punto de darle un mordisco, un golpe brutal me sorprende, caigo al suelo con un dolor intento en mi cabeza. El mismo empleado que había votado la comida, me ha golpeado con una vara sacada de vaya saber dónde. Está de pie frente a mí, y ni siquiera espera a que me levante para intentar golpearme de nuevo, haciéndome retroceder, ahuyentándome como tratan con todos los que pertenecen a las calles.

Continuo mi camino, con mi cabeza sangrando del lado de mi cien izquierda, llego a comer a unos locales más adelante. La naturaleza demuestra ser impredecible, en todo el día no se vieron señales de que fuera a llover, y ahora una tormenta azota la ciudad. Me refugio en un techo ubicado en la plaza, lo que no sirve de mucho, mi ropa igual queda humedecida por las ventiscas.

La tempestad dura más de dos horas, y en ese tiempo; el frío se apodera de mi cuerpo entre la lluvia helada y el viento salvaje. Cuando se aplaca, todo se encuentra hundido en el silencio, hasta que la gente empieza a salir y los pájaros comienzan a cantar. Contemplo como mis ropas están empapadas, no puedo quedarme así, camino con la incómoda y extraña sensación de calcetines mojados, al igual que todo lo demás. Busco un lugar seco y solitario, y lo que encuentro solo culpe con la falta de presentes.

A lo muy cliché; me oculto debajo del puente de un río artificial, me desvisto, y extiendo mi ropa a lo largo del suelo, donde empieza a pegar la luz del sol. Mientras que se seca, me escondo de las vistas bajo la sombra de la construcción, aguantando el olor nauseabundo del las aguas estancadas, que empiezan a brotar después de la lluvia. Este infortunio me sirvió para bañarme, no lo he hecho en un buen tiempo; igual, en menos de una semana volveré a estar cubierto de la mugre y suciedad de las calles.

Mi cuerpo aún mojado disminuye su temperatura al no tener mi ropa, soy paciente hasta que a estas se les quite la humedad, pero se les queda impregnado el desagradable hedor. Cuando por fin se secan, me visto rápido y un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir en mi piel fría, la tela tibia.

Sigo mi camino, más mal oliente de lo habitual; si antes me ignoraban, ahora sí que me notaban y se alejaban mientras pasaba al lado de la gente. Me corren de cada lugar en el que me detengo a descansar. Mi estado es tan miserable, que cuando ladrón se encuentra a mi lado y ve cómo estoy; aparte de saber que no me pueden robar nada, me miran con tanta lástima que hasta parecen que fueran a darme ellos a mí.

Encuentro, un lugar para pasar la noche, en las esquinas sucias de un barrio aún peor, no corro ningún peligro aquí, no tengo nada que perder; si me matan o me roban me da igual.

A la mañana siguiente despierto por los gentiles llamados de una mujer, que con una escoba me avisa que ya es hora de que me mueva de esa esquina. Dejando el sarcasmo de lado, es impresionante lo poco empáticas que pueden llegar a ser las personas, si ven a cualquiera que cruza por precariedad, me hace preguntar ¿Será que yo también voltee la mirada cuando era alguien que no necesitaba?

Las calles de esta parte de la ciudad tiene baches, y algunos son de verdad grandes aunque no profundos, estos siguen húmedos y reteniendo agua de la tormenta de ayer. Rodeo y esquivo algunos, pero en eso se aparece un camión, con un conductor de esos infelices que aceleran con toda la intención de salpicar agua, y empapar por completo a la víctima de turno.

Para agregar a mi miseria, soy yo el que termina bañado de nuevo, pero esta vez con agua sucia y con barro. Escucho a niños de la cuadra reírse, de lo que solo debe ser para ellos un hombre miserable, sucio y maloliente. Tienen razón, en todo menos, la primera; no estoy triste, sino devastado. Si estuviera infeliz, me desahogaría en llanto, para después intentar resolver lo que me aflige; pero en mi caso, no tengo solución posible a todo lo que me está perturbando, y me inquieta el sueño con pesadillas.

Continúo hasta llegar a otros charcos de aguas más pequeños, no están tan ligadas con la tierra por el poco paso de carros, está tan claros los pozos de lluvia que parece un espejo. Tan hundido en mi cólera, tanta resignación a haberlo perdido todo, hacen que no reconozca mi propio reflejo, ahora entendía a la gente de esta ciudad, yo mismo me doy lástima al verme.

Recapitulando todo lo malo, vuelve a mi mente el pensamiento de que ya no tengo nada por lo que luchar. Mi intento en el callejón del restaurante no funciono, pero puede que no corra con la misma suerte si lo haré de otra manera. De todos modos, no creo estar tan arraigado a la vida para acobardarme a último minuto.

Andando, esta vez con un rumbo y objetivo en mente, me dirijo a la parte más cercana de la ciudad que donde sé que hay un elevado, con la única intención de terminar mi sufrimiento. Llego al lugar, y me complica un poco que haya tanta gente transitando. El puente está repleto de autos que van a toda velocidad, camino hasta la parte más alta, y me recuesto de las barandillas. Me dedico un rato a contemplar el paisaje; puede ser la última que vea en mi vida. Miro a la gente pasar, sin preocupaciones, o tal vez sí; no sé, cada quien en su mundo.

He visto suficiente, estoy a punto de ponerme en el borde y saltar, pero antes siquiera de levantar el pie, veo a lo lejos un evento. Eso es lo que parece un grupo de personas reunidas entrando a una cancha con la entrada decorada, fuerzo un poco la vista y logro leer el cartel que dice "Bienvenidos al 8° torneo anual de ajedrez"

Puedo asegurar que solo con leer esa palabra, se reactivó en mí, recuerdos y sentimientos que no experimentaba hace años. Odio, hacia mi suerte; deseo, por vivir y de jugar; dolor, cuando me arrebatan lo que quiero, lo que me hace feliz y me da paz.

Toda esta conmoción en mi cabeza, aleja el pensamiento que me ha traído aquí, solo por un momento, hasta que sacie mi curiosidad de saber cómo era ese torneo.

Bajo del puente, y camino hacia la cancha donde se realiza la competición. No entro por obvias razones, pero si logro ver por la ventana a unos adolescentes participando, la técnica de algunos es horrible, y otros solo saben jugar con los peones dejando desprotegido al rey. De todos, hay dos que tienen potencial, juzgo de acuerdo a como recuerdo cuando yo jugaba, dos chicos que arrasan sin problemas con el resto.

Luego de un rato, ambos jóvenes se enfrentan al final. La diferencia de una partida entre jugadores conocedores, es abismal a comparación a un juego de aficionados. Hay más tensión, y dura más al ser de verdad crucial mover una pieza en vano. El encuentro se prolonga por varias horas, hasta que por fin sale triunfador un chico de cabello marrón, y celebra mientras que su contrincante se traga todo su orgullo y se nota que quiere estallar. Estrecha la mano del ganador, y sale de la cancha.

Le veo caminar apresurado hasta una esquina, lo sigo y estando cerca escucho golpes al suelo y gritos ahogados de sustracción y coraje, un mal perdedor visto desde la distancia.

Salgo de mi escondite para confrontarlo.

‒ Si tus piezas, hacen el mismo berrinche en el tablero que tú, al perder, jamás podrás ganar nada —me acerco a una distancia prudente donde no alcance su pataleo.

‒ ¿Quién es usted? Y más aún, ¿Qué puede saber un vagabundo de un deporte tan noble como el ajedrez? —refuta con odio acumulado en sus ojos, por no encontrar manera de drenarlo.

‒ Más de lo que imaginas, yo era muy hábil en una época muy buena —recuerdo con nostalgia cuando disfrutaba el juego.

‒ ¿Y eso qué? No sirve de nada si se termina siendo un sucio muerto, de hambre sin casa —la paciencia es virtud de sabios. Cruza esa reflexión por mi mente, pero resulta de verdad difícil con malcriados así.

‒ Con ese lenguaje te ganarías mejor la vida siendo rapero. Y te aseguro, que aquí andrajoso como me ves, puedo derrotarte en tu juego —lo desafío, ya que me molesta la gente arrogante, que se creen que son a los únicos que no les tiene porque pasar cosas malas. Aunque analizando; en el fondo, hay un pequeño deseo de volver a sentir la emoción de jugar.

‒ Como si fuera a malgastar mi tiempo con un indigente —el joven estalla en carajadas.

‒ Hablo en serio, ya perdiste: tu credibilidad, como buen competidor, contra ese chico; y tu dignidad, con esta patética escena —el muchacho, parece durarlo un poco, pero después de pensar un rato, decide aceptar el desafío, aun con la arrogancia bien altiva, asegurando que esto, no tardara más de 3 min.

Saca su tablero personal y nos acomodamos en un lugar menos sucio que ese callejón. El joven, sin abandonar su arrogancia, empieza a explicarme las reglas, le pido que se detenga. Está oxidado; lo admito, no he jugado en años, pero considero que recuerdo los suficientes para defenderme.

El juego comienza, y tarda más de lo planeado. Inclusive me gusta la incertidumbre que me produce, porque no puedo predecir sus siguientes movimientos. Son técnicas nuevas, contra alguien de la vieja escuela, pero las cosas fundamentales se siguen manteniendo igual.

La contienda se alarga un poco más hasta que se da un resultado predecible, termina como triunfador el joven, quien se levanta presuroso de su silla. Yo me quedo sentado, pensando que se preparaba para alardear y celebrar su pequeña victoria, así haya sido contra un vagabundo; pero no, en lugar de eso se pone a patalear y rezongar al viento.

‒ No te controlas al perder, y tampoco te alegras cuando ganas ¿Qué quieres los jóvenes de hoy en día? —estoy desconcertado con su reacción.

‒ ¿Cree que debería estar feliz? Que tengo festejar el hecho de que; a un profesional como yo, le costó derrotar a un indigente de la calle —al escuchar esa respuesta que deja sorprendido los pretenciosos y soberbios que pueden llegar a ser los adolescentes. Analizo mi propio pensamiento, y me digo a mí mismo que ya empiezo a hablar como un señor de la tercera edad. Recapitulo y ese tipo de personas inconformes siempre han existido, pero es impactante cada que uno se topa con ellos.

‒ Siendo así puedo asegurarte que no vas a conseguir nada en la vida, jamás vas a estar satisfecho con los pequeños logros que llegues tener; por ende, nunca los vas a ir acumulando para crear algo de verdad grande y significativo. Y eso, niño, es más decadente que estar en mi situación.

Me retiro del lugar, dejando al chico de una manera tal, que ni cortándose la lengua podrá deshacerse de la suciedad de su boca.

Aunque haya perdido la partida, me dejo con la intriga de volver a jugar por gusto. Pero antes necesito practicar, he visto que a pesar de recordar lo básico y tener algunas jugadas bajo la manga, he perdido mucho el hilo de lo que era estar frente un contrincante serio.

Entonces la decisión para mí es clara, retiro la idea de mi cabeza de terminar con mi miseria. Si me suicido no arreglaré nada, nadie se enterará y llorará por mi muerte. Mi panorama actual está en decadencia, pero después de muchos días; tal vez semanas, no tengo idea, de estar de luto por separarme de mis hijos, me queda, en pequeña medida, un gramo de esperanza. Siento de nuevo que me gusta hacer algo, que soy bueno en otra cosa, y aunque no sea trascendental; pero para alguien como yo, que ha perdido las ganas de vivir, esto representa un poco de esperanza, un nuevo camino a salir.

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