Hacía ya una luna que los ancestros me lo habían echo saber. Avisándome de forma tan críptica y fugaz como siempre. El mensaje quedaba claro, las imágenes no dejaban lugar a dudas. Trazas de un color vibrante rociado sobre un lienzo blanco. Tiñendo la nieve de un rojo tan hermoso. Muerte.
¿Pero la muerte de quién o quienes? ¿Hacia donde debía dirigirme y de cuanto tiempo disponía? La única repuesta que encontré, fue el río. Por algo lo recordaba así que seguiría su curso.
Y eso es lo que estoy haciendo. No he hecho otra cosa desde que emprendí el viaje. El hambre y el cansancio me aplastan de forma inclemente pero no pararé ni me desviaré.
Blanco. Rojo. Muerte. Son como un eco imperturbable en mi cabeza. Siento que estoy cerca. Debo seguir avanzando. Debo seguir... La noche cae y la oscuridad engulle todo a mi alrededor. De pronto algo en el aire cambia y me hace parar de golpe. No puedo mover mi cuerpo, mi respiración se a congelado en mi pecho y tengo los ojos completamente abiertos. Entonces lo veo correr en mi dirección y acabar cerniéndose sobre mí.
Blanco. Rojo.
No se cuanto hemos permanecido contemplándonos el uno al otro, escasos segundos o largas horas. Sólo se que hay algo extrañamente familiar en su presencia. Algo que me impulsa a confiar en él, aun a sabiendas de que es un lobo Huargo. Pero algo falla, siento que falta una pieza importante en todo esto. Y como si pudiese leer mi mente a través de su mirada, aparta sus ojos de los míos, da media vuelta y emprende la marcha en la dirección en la que llegó.
Ya llevamos largo tiempo en camino, las luces del alba intentan abrirse paso entre la penumbra. Mis piernas ya no me obedecen y comprendo que estoy a punto de desfallecer, lo único que me mantiene en pie es la inquebrantable voluntad de mi temporal compañero. De pronto el lobo sale disparado hacía un gran árbol quedando semi oculto a mi vista. Es solo cuando llego hasta él que puedo verlo. Hay un hombre apoyado en el árbol que permanece medio inconsciente. Posiblemente debatiéndose entre la vida y la muerte. Y es ahí, justo ante mis ojos cuando todo cobra sentido. El lobo Huargo junto al hombre moribundo en la nieve. Blanco. Rojo. Muerte.
El viento sopla de forma abrupta, trayendo finos copos y haciendo que el ambiente comience a espesarse. El silencio nieva como un presagio invernal y la respuesta llega a mi de forma inesperada. Pintarán el suelo con la sangre de nuestra matanza. Mi destino a quedado sellado junto al de ellos.